La investigación etnomusicológica en el orbe universitario. Gonzalo Camacho Díaz Escuela Nacional de Música UNAM Eje temático: Líneas y proyectos generales de investigación. Área: Humanidades y Artes. La investigación y difusión de las culturas musicales de México ha sido desde siempre una de las tareas sustantivas a las que se ha abocado la Universidad Nacional Autónoma de México. La implantación de la licenciatura de Etnomusicología en la Escuela Nacional de Música (1985), significó un paso decisivo para la preparación de profesionistas capacitados en el estudio de la diversidad musical de nuestro país. Si bien es cierto que la preocupación por salvaguardar nuestro patrimonio ha estado presente a lo largo de la historia de nuestra máxima casa de estudios, fue necesaria la formalización de una carrera universitaria en este campo, para lograr establecer un espacio académico dentro de la estructura curricular de la UNAM, que tuviera como tarea la práctica cotidiana de pensar, discutir y sistematizar el saber adquirido en esta área de especialización. Vía idónea para acelerar el proceso de investigación etnomusicológica, capitalizando la experiencia de varios investigadores con el fin de dirigirla a un proceso de enseñanza - aprendizaje que facilitara la socialización y transmisión del conocimiento. No podríamos olvidar el esfuerzo realizado varias décadas atrás por connotados profesores, músicos, compositores e investigadores, en pro de la investigación folklórica en México; esfuerzo que sentaría las bases para la formación de la licenciatura en etnomusicología. Baste señalar aquí algunos nombres de universitarios distinguidos como Manuel M. Ponce y Vicente T. Mendoza, quienes trabajaron en el ámbito de la educación musical, subrayando la necesidad de investigar nuestra música folklórica. Ellos lograron que esta última tuviera un lugar dentro de nuestra Universidad. Vicente T. Mendoza propuso la preparación de estudiosos del folklore mexicano, fundando así nuestro antecedente interno más directo. Posteriormente se realizaron diversos foros de etnomusicología y folklore que impulsaron la discusión académica y la difusión de la investigaciones a partir de su publicación. En dichas actividades destacaron personalidades universitarias como el Mtro. José Luis Franco, el Dr. Arturo Chamorro y el Dr. Julio Estrada, entre otros. Estructurar la licenciatura en etnomusicología fue una empresa larga y difícil. Sólo se logró gracias a la tenacidad y empeño del Dr. Felipe Ramírez Gil quien, siendo uno de los primeros profesionistas preparados en este campo, fue el principal responsable de lograr la aceptación de esta disciplina como una carrera universitaria. Ya desde principio de los ochenta, el profesor Ramírez venía reclutando varios adeptos, tal vez otros soñadores que a fuerza de creer en lo imposible fueron dando vida a una disciplina que comenzaba su nuevo andar en tierras mexicanas. Por fin, la utopía devenía en realidad y la instauración de dicha licenciatura no fue el final de la tarea sino un nuevo inicio que ya vislumbraba grandes rémoras. El reto inmediato era promover el ingreso de alumnos a una carrera desconocida y de futuro incierto; operar por primera vez y de manera sistemática los planes y programas diseñados; buscar un profesorado que fuera capaz de impartir las materias, muchas de las cuales, dicho sea de paso, era la primera vez que aparecían en un mapa curricular universitario.1 Pero ante todo, se trataba de enfrentar una visión decimonónica del arte y de la música que privilegiaba las expresiones artísticas occidentales, menospreciando las de otras culturas, principalmente aquellas pertenecientes a comunidades indígenas contemporáneas. Se tenía que luchar a brazo partido contra una concepción evolucionista, que consideraba a la música de los diferentes pueblos indígenas de México como expresiones primitivas o poco desarrolladas. En otras palabras, se lidiaba contra la estigmatización social y la marginación que tenía, y que desafortunadamente todavía tiene, la música tradicional mexicana en sus distintas expresiones. 1 Tal es el caso de Antropología de la Música, Folklorología, Análisis Tipológico, entre otras asignaturas. El compromiso por el estudio de nuestras propias culturas musicales, ha constituido un eje primordial en la formación de los futuros etnomusicólogos mexicanos. Lo anterior cobra inusitada relevancia cuando se toma conciencia del estado de profundo desconocimiento y desvalorización en que se encuentran las expresiones artísticas tradicionales. Pero ante todo, advirtiendo un proceso globalizante ceñido sobre el mundo, que atenta de diferentes maneras y a distintos niveles contra la diversidad cultural. En México tenemos una inimaginada riqueza musical, por lo que es urgente la preparación de etnomusicólogos para evitar, en la medida de lo posible, los numerosos procesos de desertificación musical que han traído como consecuencia la pérdida irremediable de una gran cantidad de expresiones sonoras. No se trata de asumir una posición romántica evocadora del pasado, ni de instalarse en las añoranzas intentado detener la rueda de la historia. Por el contrario, se trata de pensar frente a los años y décadas por venir, partiendo del hecho de que toda obra artística es un producto del ser humano y por ello digna de salvaguardarse como un patrimonio mundial que heredamos a las futuras generaciones. Parto del conocimiento de que las manifestaciones musicales, son mucho más que un simple pasatiempo necesario para cubrir los programas institucionales de tiempo libre, ya que constituyen componentes fundamentales de los mecanismos de transmisión cultural. Son formas simbólicas articuladas a una manera de ver y sentir el mundo; configuraciones del tiempo a través de las cuales documentamos la inexorable huella del mundo subjetivo del hombre. La etnomusicología en México se ha caracterizado por su tendencia a investigar las culturas musicales del país. Los trabajos pioneros se dieron a la tarea de mostrar una visión panorámica a partir de un enfoque histórico y cultural, con el objetivo de dar cuenta de las diversas manifestaciones musicales presentes en nuestro territorio nacional, objetivo que sigue siendo válido ante el desconocimiento de la mayoría de la población. No obstante, y gracias a las herramientas teóricas desarrolladas en la actualidad, recientemente se ha hecho posible abocarse al estudio de casos concretos con la finalidad de profundizar en los fenómenos musicales específicos. Pasar de lo general a lo particular, ha sido una nueva directriz en el estudio de la música mexicana. Este enfoque se ha debido a la complejidad mostrada por cada una de las culturas musicales que conforman nuestro país. La mayoría de trabajos se han replegado al estudio de géneros específicos o de comunidades particulares, lo que ha provocado una mejor comprensión del funcionamiento interno del hecho musical. Se han suscitado tanto estudios descriptivos que dan información detallada de ciertas prácticas, como trabajos que emplean herramientas teóricas para aproximarse a la explicación de algunos fenómenos musicales. Desde hace tiempo esta disciplina ha cambiado su enfoque: si anteriormente su objeto de estudio se definía por el objeto mismo, es decir, por el tipo de música que se estudiaba, ahora se define por la manera en que es abordado. Hoy día, partimos del supuesto teórico de que la música debe ser estudiada como un hecho social total,2 teniendo presente la coexistencia de diversas dimensiones sociales que la determinan y que ella determina. Además, estudiamos las culturas musicales, en el entendido de que éstas presentan en sí mismas configuraciones temporales que manifiestan la articulación de procesos con distinta profundidad histórica en un mismo espacio cultural.3 La realidad social es cambiante y la etnomusicología, lejos de reducirse a la investigación de la música tradicional, ha ampliado su universo de estudio, adecuándolo a las nuevas prácticas musicales. Esto abre un abanico de posibilidades, pues dentro de su campo se incluye todo proceso musical, en tanto que es un fenómeno sociocultural. Así, los proyectos de investigación que realizan los alumnos actualmente en la carrera, abarcan diferentes problemáticas que van desde la música de los pueblos indios hasta las manifestaciones producto del desarrollo de los mass media, desde los sones rituales hasta las prácticas musicales esquizofónicas4 de la industria disquera y del internet. No hay un 2 Cf. Jean Molino, "Fait musical et sémiologie de la musique", en: Musique en jeu, no. 17, enero de 1995, pp. 35-62. 3 El concepto de configuración temporal es tomado de George Kubler, para aplicarlo a la música. Cf. George Kubler, La configuración del tiempo. Observaciones sobre la historia de las cosas. Madrid, Nerea, 1988. 4 El concepto de esquizofonía es propuesto por Murray Schafer y se refiere al hecho de romper, a través de la mediatización, el vínculo tempo-espacial existente entre el intérprete y el oyente debido a la presencia de prejuicio acerca del objeto de estudio, pues el conocimiento de cualquier fenómeno musical es importante para construir una teoría social de la música. La etnomusicología plantea el estudio de la unidad y diversidad de las manifestaciones musicales. Encontrar la diferencia en la semejanza y la semejanza en la diferencia de las expresiones sonoras es uno de sus objetivos. A casi dos décadas de creada la carrera vislumbramos los problemas y retos que debemos enfrentar. Por supuesto que las dificultades de orden académico y la falta de infraestructura para mejorar la enseñanza ocupan una preocupación central, pero considero que dicha problemática tiene que ser enmarcada en el espíritu universitario de servicio a nuestra sociedad y sobre todo a la población más desprotegida y violentada tanto física como simbólicamente. La marginación y desvalorización de una cultura reviste formas concretas como es el desprecio por su música. Estos son los procedimientos sutiles de las prácticas etnocidas. Nuestra disciplina debe entonces ubicar los objetivos de aprendizaje para formar entes abocados a estudiar, comprender y resolver los problemas relacionados con los fenómenos musicales. El aprendizaje de nuevas teorías, el uso de sofisticados programas de transcripción y edición de partituras, los nuevos modelos analíticos musicales y sociales, no son más que las herramientas de las cuales podemos echar mano para proponer soluciones fundamentadas científicamente a nuestra problemática particular. Ciertamente tenemos deficiencias pero éstas no deben detener nuestra praxis. Debemos dar prontamente alternativas viables y serias a las actuales políticas culturales relacionadas con la música que son producto de la ignorancia y el empirismo obtuso; que son pensadas más en la ganancia política que en el beneficio real de la sociedad. La etnomusicología debe ser una traductora de sistemas musicales que ayuden a un mejor entendimiento entre los distintos grupos humanos que conforman nuestro país. La experiencia estética de la música en particular y del arte en general, genera una aproximación sensible entre hombres de diversas comunidades y regiones. El reconocimiento de la diversidad de valores estéticos existentes en cada sociedad favorecerá la edificación de una nueva identidad ambos en el momento de la ejecución musical. Así, la escucha se vuelve independiente del momento en que la nacional, la cual deberá dejar a un lado los estereotipos homogeneizadores que desdibujan la pluralidad cultural, para dar paso a una nueva forma identitaria. Ser mexicano debe ser reconocerse en lo diverso, enriqueciéndose con cada una de las culturas particulares que conforman nuestro mosaico étnico, asumiendo como propios los diferentes rostros de la mexicanidad. En este sentido propondríamos trabajar estrechamente con el programa universitario de México Multicultural. La etnomusicología no deja de ser una extraña disciplina en donde la ciencia y el arte se abrazan y se funden. Por naturaleza y vocación es interdisciplinaria, pero además requiere de un saber transcultural5 para aproximarse sin prejuicios a las distintas prácticas musicales. No basta con transitar por las múltiples disciplinas de nuestra cultura, se debe aprender a caminar por las heterogéneas formas de adquisición y organización del conocimiento, por otros saberes y códigos estéticos, en pocas palabras, por formas alternativas de pensar y sentir el mundo. Por ello, el etnomusicólogo es una especie de trashumante cultural, cuyo viaje es mucho más que un movimiento en la geografía. Es adentrarse en las diferentes cosmovisiones, en el universo de los afectos. La música es entonces una ventana por donde se puede avizorar el mundo interno y subjetivo del género humano, un vehículo que nos permite explorar las distintas maneras en que los hombres expresan sus emociones. Tal vez por eso, el trabajo de campo en las distintas comunidades, actividad tan característica de nuestra profesión, se inicia en ese momento sublime y crudo en que uno estrecha las manos por primera vez, sabiendo que lo que se pone en juego es una profunda relación humana llena de encuentros y desencuentros; sabiendo que se inicia un proceso de transformación recíproca, en donde ninguna de las partes sale indemne, pues las risas, las angustias, los llantos y las esperanzas compartidas se van grabando en la piel. Cada experiencia es un nuevo tatuaje que podemos ocultar debajo de la vestimenta pero que siempre miramos cuando nos atrevemos a estar frente al espejo. música es ejecutada, como es el caso de los fonogramas 5 Gonzalo Camacho, “Más allá de las fronteras de la interdisciplina.Transculturalidad y saber”, ponencia presentada en el 1° Coloquio Precongresal denominado "Cima y Sima": La acción multidisciplinaria en la musicología. Zacatecas, 2003. Bibliografía. Camacho Gonzalo, “Más allá de las fronteras de la interdisciplina.Transculturalidad y saber”, ponencia presentada en el 1° Coloquio Precongresal denominado "Cima y Sima": La acción multidisciplinaria en la musicología. Zacatecas, 2003. Kubler George, La configuración del tiempo. Observaciones sobre la historia de las cosas. Madrid, Nerea, 1988. Molino Jean, "Fait musical et sémiologie de la musique", en: Musique en jeu, no. 17, enero de 1995.