Es un gran honor ofrecer esta introducción sobre Antonio Lobo

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Comunicado de prensa
Guadalajara, Jal., a 29 de noviembre de 2008
INTRODUCCIÓN SOBRE ANTONIO LOBO ANTUNES
Noviembre 29 de 2008
Robert Weil, NY
Es un gran honor ofrecer esta introducción sobre Antonio Lobo Antunes, de quien soy editor en
los Estados Unidos. Reconocido como uno de nuestros grandes escritores contemporáneos,
Antonio Lobo Antunes es considerado por un creciente número de efusivos críticos, como el
más brillante novelista de su generación en Europa hoy en día. Nos ha brindado el asombroso
corpus que conforma su obra: alrededor de 20 novelas y crónicas. Los galardones y elogios
literarios son impresionantes en sí, pero Lobo Antunes ha sido premiado con algo más que eso:
posee un raro don, un genio que nos hace entender lo que significa ser humano e interpretar
tanto el amor como el dolor en la página escrita. Es un hombre cuyas historias, de alguna
forma, nos hacen trascender nuestra existencia diaria, un hombre cuya propia búsqueda de la
compasión despierta la que duerme dentro de todos nosotros.
¿Cómo describir la escritura de Lobo Antunes? Aquellos que han tenido la experiencia
de estremecerse con su lectura, sabrán que su lenguaje no sólo cautiva el sistema sensorial
con un poder casi alucinante, acaso abrumador. Si la literatura fuera música, Antonio sería un
compositor de sinfonías vertiginosas, o de óperas de profunda intensidad, con temas tomados
de las tragedias de Verdi y remontando cadencias parecidas a El ocaso de los dioses de
Wagner. Para quienes no han tenido aún el privilegio de leerlo, sus libros, teñidos con la cruda
realidad de la vida cotidiana, y con frecuencia impregnados de un sentimiento de tristeza o de
pérdida inevitable, sonarán con una voz y con una música muy particular de Lobo Antunes. En
sus páginas descubrirán un bullicio de ritmos seductores. Sus deslumbrantes tropos literarios y
leit motifs definen la verdadera esencia de este maestro portugués. Créanme, cuando se
sumerjan en su obra, su lenguaje quedará grabado para siempre en su memoria.
No es de extrañar que Lobo Antunes, nacido en Lisboa bajo la dictadura de Salazar, en
septiembre de 1942, anhelara desde niño ser poeta. Sus novelas así como sus relatos, son un
tejido de palabras poéticas, indescriptiblemente hermosas, que trascienden las formas
convencionales de la ficción moderna. Cada una es, de hecho, una rara joya que vale la pena
atesorar. Con la lectura de sus novelas, ya sean las primeras, como Memoria de elefante u Os
Cus de Judas, o una más reciente como Que farei qundo tudo arde?, descubrimos frases que
quitan el aliento y vemos elaborados párrafos que prueban que Lobo Antunes tiene la habilidad
de un hechicero para doblar y retorcer las reglas del tiempo: él puede recuperar las memorias
universales de una niñez perdida; comprimir el tiempo o detenerlo; exhumar el turbio pasado e
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insertarlo en el presente como si nunca se hubiera marchado. Él duplica los patrones salvajes e
impredecibles de la conciencia humana justo ahí en la página, no de la manera, digamos, en
que un novelista victoriano como Henry James quisiera ajustar la arbitrariedad de la existencia
en el corsé de una dama. No, Lobo Antunes presenta la vida justo como la mente percibe las
cosas en realidad: memoria e imaginación, conocimiento y literatura que de pronto colisionan y
terminan fusionándose.
Lobo Antunes recibe este apreciado galardón en México. Qué apropiado, dadas las
numerosas similitudes entre él y el más grande de los escritores mexicanos, Juan Rulfo. Hace
catorce años, en un ensayo sobre el gran clásico de Rulfo, Pedro Páramo, la crítica
norteamericana Susan Sontag, escribió que esa narrativa surrealista “intercala constantemente
la primera y la tercera personas, el presente y pasado”, en la que Rulfo yuxtapone sin esfuerzo
el mundo encantado de los vivos con el de los muertos, de modo que ambos pueblos de
Comala, presente y pasado, chocan en el mismo tiempo surreal. Sontag pudo haberse referido
de esa misma manera a la obra de Lobo Antunes, un habilidoso malabarista de voces dispares
–pobres y ricas, jóvenes y viejas, benevolentes o déspotas- quien habría hecho sonreír a Rulfo.
Me queda claro que la narrativa lírica de Lobo Antunes, historias llenas de amor hacia
campesinos, jubilados, viudas y gigolós, toda gente sencilla, con frecuencia rinden homenaje a
las formas pirotécnicas y al propio estilo literario de Rulfo. Hace poco, unas tres semanas, me
sorprendió una reseña de una novela de Lobo Antunes donde se le comparaba con Rulfo. En la
reseña de Que farei quando tudo arde?, publicada en el Washington Post, Jaime Manrique
observó que esta novela, recientemente traducida por Gregory Rabassa, “recuerda al Pedro
Páramo del fallecido novelista Juan Rulfo, que también se centra en la búsqueda de un padre
muerto por su hijo”. Aquí también”, anotó Manrique, “la muerte se dirige a nosotros desde el
averno”. Las similitudes con Rulfo no terminan solamente con la forma: así como Rulfo, quien
estudió leyes pero terminó vendiendo neumáticos durante muchos años para mantener a su
familia, Lobo Antunes no comenzó a escribir con entusiasmo desde joven. Obligado por su
preocupado padre a ir a la escuela de medicina, Lobo Antunes eligió la especialidad en
psiquiatría, pero fue reclutado y, en 1970 siendo aún muy joven, enviado a la última guerra
colonial de Portugal en Angola. Ahí convivió con jóvenes africanas, a quienes ayudó a dar a luz
a sus llorosos bebés, se hizo adicto a la letanía incansable del sufrimiento humano que todo
hombre posee, y atento a las obscenidades de la guerra cuyas imágenes atroces se marcaron
permanentemente en su memoria e invadieron lo que se convertiría en la ficción de su vida.
Como a Juan Rulfo, el reconocimiento literario le llegaría tarde, ya que después de regresar
conmocionado de Angola, Lobo Atunes trabajó en los saturados hospitales públicos de Lisboa,
donde las “enfermeras se deslizaban como cisnes” y donde “el silencio del caucho, el destello
del metal (la) gente hablando en murmullos como en la iglesia, la triste solidaridad de las salas
de espera, los corredores interminables (y) los terribles ritual(es) solemne(s)” de la vida y la
muerte lo fascinaban [tomado de las crónicas "Before Darkness Falls"]. Luchando inútilmente
durante la década de 1970 con múltiples borradores de una novela que nunca terminaba, de
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pronto “una especie de feto dio una voltereta dentro de (su) vientre”, y en 1979, Lobo Antunes
finalmente publicó sus primeras dos novelas. Ya contaba con 37 años.
Sin embargo, el destino de convertirse en escritor estuvo siempre acechando. Al mayor
de los dos primeros hijos de la familia le fue arrebatada su inocencia por la sucesión de no
menos de cinco hermanos menores, Antonio recuerda que “tan pronto como uno de mis
hermanos era transferido a la recámara, otro tomaba su lugar en la cuna” [Crónicas, ‘Today I
feel like talking about my parents”]. Con el anhelo, por sobre todas las cosas, de ser un poeta,
inevitablemente el joven Antonio fue seducido por las peculiaridades de la existencia, fascinado
por impulsos que difícilmente habrían interesado a otros niños. “A los siete años”, recuerda,
“moría de amor por las jóvenes gitanas de los mercados sabatinos que ayudaban a sus familias
vendiendo mulas, cuyas llagas disfrazaban con pintura negra. Recuerdo ojos oscuros y algunas
veces, hermosas cabelleras, pies descalzos, mercaderes en bicicletas de joyería de oro…
(quienes) por la noche … vendrían en sueños a inquietarme, graznando como cuervos y
diciendo nada”. Mientras su padre jugaba tenis y su abuelo disfrutaba de la lectura de un
periódico en la plácida villa veraniega de la familia, enclavada entre las colinas, el pequeño
Antonio vio “pasar el ataúd abierto de un niño, un pequeño ataúd blanco”, y escuchó a la
distancia doblar las campanas de la iglesia por el muerto [Crónicas, “Descrption of childhood”].
Una tras otra, esas observaciones infantiles se acumularon – primero como una suave
brisa que toma fuerza… hasta volverse vendaval, luego como una tormenta tropical, y
finalmente como un huracán con tal poder y velocidad que no puede ser alterado en su camino.
Como Antonio ha escrito en retrospectiva, “nunca olvidaré el comienzo de mi carrera literaria.
Fue súbito, instantáneo, fulminante. Viajaba en tranvía hacia Benfica…cuando…me cegó una
certeza sorprendente: voy a ser escritor. Tenía doce años”, recuerda, “me preparaba para una
carrera brillante como jugador de jockey sobre hielo, dudaba entre convertirme en Spiderman o
en Flash Gordon, me inclinaba ligeramente más por Spiderman porque saltaba edificios, y en
medio de esto, vino el llamado, la vocación, la certidumbre de un destino desconectado de mis
planes, mis sueños, mis fantasías de músculos y peleas… Al día siguiente, solté unos sonetos.
Debían de ser malos porque, al mostrárselos a mi madre, recibí la mirada de pena que se
concede a los lisiados y a los tontos irremediables”. [citas de “Portrait of the Artist as a Young
Man – II”]
Así, ni las reservas de su madre lograron disuadirlo. Él recuerda que un año después, a
los trece, luego a los catorce y quince, “solía leer cualquier libro que cayeran en mis manos, los
libros de mis padres, los libros que robaba y aquellos que podía comprar (y) por alguna razón,
siempre volvía, igual que la lengua busca sin descanso al diente que le falta, a estos versos de
un poema francés cuyas notas tenía en un cuaderno: Más allá del dolor, una ventana abierta,
una ventana iluminada. Más allá del dolor, una abierta e iluminada ventana. [citas de “Más allá
del dolor, una ventana abierta”, Crónicas]
Cincuenta y cuatro años después de que recibiera este primer llamado, aquel
misterioso presentimiento de que debía ser escritor, ya sea aquí esta mañana en Guadalajara,
o en uno de las dos docenas de países donde ha sido traducido, todos estamos invitados a
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atravesar la “ventana abierta” de Lobo Antunes. Y cincuenta y cuatro años después de que
hurtara los libros de sus padres y abuelos, él sigue siendo un cleptómano literario. Hace sólo
dos meses, en mi oficina de Nueva York, miró con esos ojos abiertos y soñadores los libros en
mi repisa, y después llenó una maleta enorme que él y su esposa María, habían arrastrado a
Nueva York con docenas de pesados volúmenes Americanos. Se encargaron – y no quiero
saber cómo – de llevarlos a Boston, a Washington y luego de regreso a Nueva York antes de
regresar (¡sólo puedo imaginar los cargos por exceso de equipaje!) en su vuelo nocturno a
Lisboa. Después de la breve visita de Antonio a Norteamérica, me he sentido desolado. Verán,
en poco tiempo, Antonio se ha vuelto no sólo mi muy querido amigo, sino un alma gemela.
Anhelo, como su editor norteamericano, recibir más novelas suyas, ya que quiero escuchar las
melodías, las delirantes canciones, las profundas reflexiones sobre los caprichos y variaciones
de la condición humana.
Admito abiertamente que quiero leer más de sus historias, historias de locura y
extenuación, de avejentarse, y, sí, de amar sin importar qué. Quiero agradecer a los
organizadores de la Feria del Libro de Guadalajara por invitarme a decir estas palabras. Es en
verdad un gran honor presentar a Antonio Lobo Antunes, mi amigo y, un escritor de
primerísimo nivel.
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