Tema 5 - La novela española anterior a 1939. Unamuno y Baroja 1

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Tema 5 - La novela española anterior a 1939. Unamuno y Baroja
1.-La reacción contra el Realismo decimonónico
Desde finales del siglo XIX, un grupo de autores jóvenes defiende que el arte no debe
reducirse a la reproducción de los sucesos y de los objetos que componen el mundo
real. Así, la prosa de principios de siglo se enriqueció al dar cabida a lo ensayístico, a lo
aforístico, a la descripción paisajística, al lirismo intimista y también a la narración
propiamente dicha. El Realismo decimonónico es sustituido por una prosa impresionista
en la que lo característico es la sugerencia, la imprecisión, la vaguedad simbolista, la
pincelada rápida que evoca lo descrito y la tendencia a lo fragmentario. La prosa
modernista de Valle-Inclán, la atención al pequeño detalle de Azorín, el desaliño
expresivo de Baroja o el gusto por lo discursivo de Unamuno marcan la ruptura con el
Realismo.
2.- La renovación narrativa
En 1902, se publican en España cuatro obras significativas: La voluntad, de Azorín,
Camino de perfección, de Baroja, Amor y pedagogía, de Unamuno, y Sonata de Otoño,
de Valle-Inclán. Estos autores ofrecieron los más tempranos testimonios de las
inquietudes del hombre contemporáneo e iniciaron un camino innovador, que culminó
en los años y décadas siguientes. Cada uno de ellos, con su peculiar estilo, se alejó del
realismo y de su intento de representación mimética, en busca de una expresión
profunda de la realidad interior.
2.1.- Innovaciones novelescas
-Pérdida de relieve de la historia: la historia, lo que se cuenta, pierde
relevancia a favor del discurso, el cómo se cuenta.
-Centralización en la problemática del héroe La novela se centra en el
mundo interior del héroe; la acción se sustituye por la percepción, y la
realidad externa se diluye a favor del retrato interior del personaje, que se
manifiesta como un “yo” lírico. El protagonista remodela el mundo por
medio de sus percepciones y lo interpreta como una forma de imaginación.
-Momentaneidad y fragmentarismo La narración suele fragmentarse
en estampas, producto de las percepciones del protagonista. La
fragmentación, la elipsis, la vaguedad, los saltos temporales en la historia,
junto con la evocación y la alusión, contribuyen a la indeterminación de
los hechos narrados.
-Dramatización. Aunque la novela dramatizada o dialogal ya había
sido practicada por Galdós, aparece de manera relevante en las primeras
décadas del siglo XX. Por medio de la estructura dramatizada, el narrador
se borrar y permite que los personajes hablen por sí mismos.
Entre los escritores de fin de siglo, cultivan la nueva novela Pío Baroja, Miguel de
Unamuno, Azorín y Ramón M.ª del Valle-Inclán. Esta práctica narrativa continúa en
los escritores del novecentismo y las vanguardias.
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3.- Miguel de Unamuno (1864-1936)
Vivió gran parte de su vida en Salamanca. Hombre de gran formación intelectual, fue
catedrático de de la Universidad salmantina y también rector, aunque tuvo que dejar el
cargo por motivos políticos. Se opuso a la dictadura de Primo de Rivera, y fue
desterrado a Fuerteventura, de donde huyó para refugiarse en París y Hendaya. Al
acabar la dictadura, volvió a Salamanca y ocupó de nuevo el rectorado.
Unamuno gustó siempre de la polémica. No dejó de combatir vehementemente todo
aquello que le parecía mal: “Contra esto y aquello”. Fue su vida, pues, una permanente
lucha, una “agonía” (lucha en griego).
3.1.- Los ensayos de Unamuno
Su primer libro importante es el ensayo En torno al casticismo. Analiza en él la
decadencia española y, dentro del ambiente regeneracionista del fin de siglo, considera
necesario alejarse del casticismo y tipismo españoles y acercarse a Europa. Acuña el
término de intrahistoria, entendido como la vida cotidiana de los hombres, más
importante que los grandes hechos históricos.
Tras su crisis espiritual de 1897, sus preocupaciones serán ahora de orden éticoreligioso. Aparece un Unamuno agónico con tres preocupaciones básicas: el miedo a la
muerte, la necesidad de creer en un Dios que garantice la inmortalidad personal y la
certeza racional de que tal Dios no existe. Trata ampliamente estas ideas en los ensayos
Del sentimiento trágico de la vida (1913), en La agonía del cristianismo (1925) y en
Vida de don Quijote y Sancho (1905). También escribe Por tierras de Portugal y
España (1911) y Andanzas y visiones españolas (1922) donde recrea las impresiones de
sus viajes y las notas del paisaje.
3.2.- La novela de Unamuno
A través de ellas, expresó los temas que le obsesionaban: la afirmación de la
personalidad, la lucha contra el instinto, el afán de dominio sobre los demás, la muerte.
Sus novelas se centran en el conflicto íntimo de los personajes generado por una estricta
trabazón familiar (relaciones amorosas, fraternales, paterno-filiales. Su primera novela
es Paz en la guerra (1897), una novela histórica y realista sobre el cerco carlista en
1874 de la ciudad de Bilbao, defendida por los liberales. Abundan recuerdos
autobiográficos.
En 1902 escribe Amor y pedagogía, una novela que rompe con las formas de narración
tradicionales y se aproxima al ensayo. Es una fantasía satírica inverosímil sobre el
fracaso de las teorías positivistas. En 1913 publica Niebla a la que subtitula nivola. En
ella el propio autor se convierte en personaje de ficción con quien se encara el
protagonista Augusto Pérez, exigiéndole ser dueño de su propio destino. El personaje
parece escapar a su destino de ente de ficción al colocarse al nivel de su autor real,
Miguel de Unamuno, desdibujándose las fronteras entre realidad y ficción.
Abel Sánchez (1917) es una novela sobre el cainismo hispánico (la envidia). Monegro
se siente anulado desde la infancia por Abel Sánchez, que le roba el protagonismo hasta
en el título (cobra relevancia el tema del otro). La tía Tula (1921) presenta una
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protagonista fuerte en contraste con un hombre débil, sin voluntad. La actitud de
Gertrudis constituye un reto a la sociedad masculina y patriarcal e implica una protesta
contra el destino adjudicado socialmente a la mujer.
San Manuel Bueno, mártir (1930) cuenta la historia de un cura de un pueblo que ha
perdido la fe, pero que, aparentándola tenerla, desarrolla una actividad vivísima para
que sus feligreses mantengan intactas sus creencias religiosas.
Las novelas de Unamuno suponen una ruptura con la novela realista. El novelista juega
con las técnicas narrativas, con la estructura de los relatos y con la concepción de los
personajes. Como en éstos lo más importante es la interioridad, adquieren gran
relevancia el monólogo y el diálogo, para plasmar sus ideas e inquietudes. Unamuno
exige también la participación del lector con prólogos y epílogos. Otros rasgos de
estas novelas son la concentración de la acción, la ausencia de descripciones, salvo las
de carácter simbólico; lo más importante, pues, es el desarrollo de los conflictos
íntimos de los personajes. Por eso, el tiempo y el espacio suelen ser imprecisos. Eso no
evita que muchos de sus relatos estén localizados en la España provinciana de principios
de siglo.
3.3.- Poesía de Unamuno
Su poesía aborda los mismos temas de su prosa: la angustia existencial, el sentimiento
religioso, la familia, la contemplación del paisaje, los problemas filosóficos…
Algunos poemarios suyos son El Cristo de Velázquez, De Fuerteventura a París,
Romancero del destierro.
3.4.- El teatro de Unamuno
Se trata de un teatro intelectual, próximo al ensayo, que no tuvo proyección comercial.
Tiende a la simplificación dramática, reduciendo al mínimo la intriga y los personajes.
Tampoco presta atención a la ornamentación escénica. Notables dramas de Unamuno
son Fedra, El otro y El hermano Juan.
4.-Pío Baroja (1872-1956)
Nació en San Sebastián. Estudió medicina en Madrid, aunque ejerció poco tiempo como
médico. Dedicó la mayor parte de su vida a la creación literaria. Fue miembro de la Real
Academia Española. Ya en su época se insistía en ciertos rasgos de su personalidad: su
hipersensibilidad y su timidez, si bien el escritor se expresó con una sinceridad rayana
en la provocación. Fue un hombre solitario con pocas relaciones personales.
4.1.- Obra literaria
Baroja fue el novelista por antonomasia de su época. Escribió algún ensayo, como
Juventud, egolatría (1917), fundamental para conocer el pasado de su autor y para
entender algunas de las características de su obra literaria. Imprescindibles son también
sus memorias tituladas Desde la última vuelta del camino (1944-1949), documento
revelador del temperamento y las ideas del autor.
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Pero el género en el que destaca por encima de todo es en la narrativa: escribió cuentos
(Vidas sombrías), y más de sesenta novelas que se pueden distribuir en dos grandes
etapas. La primera abarca desde 1900 hasta la primera Guerra Mundial (1914). A
ella pertenecen las obras más significativas del autor y las más valiosas desde el punto
de vista literario: Camino de perfección, El mayorazgo de Labraz, La lucha por la vida
(trilogía compuesta por La busca, Mala hierba y Aurora roja) César o nada, El árbol
de la ciencia. Sus protagonistas, que, en muchos rasgos, son trasuntos biográficos del
autor, se caracterizan por su inadaptación y su enfrentamiento con el mundo. En esta
época escribe también algunas novelas de acción y de aventuras que preludian sus
novelas posteriores: Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox,
Zalacaín el aventurero, Las inquietudes de Shanti Andía.
La segunda etapa (“desde la guerra del 14 hasta ahora”) publica Baroja numerosas
novelas en los modos y técnicas narrativas anteriores. A estos años pertenecen La
sensualidad pervertida, El gran torbellino del mundo, Los pilotos de altura, La estrella
del capitán Chimista. Pero lo más ambicioso de esta época es el intento de Baroja de
escribir novela histórica a la manera de Galdós en los Episodios Nacionales y al igual
que Valle-Inclán en La guerra carlista. Baroja escribe sobre la historia española del
siglo XIX veintidós novelas integradas en Memorias de un hombre de acción. Tienen
cierta unidad por el tema, el ambiente y el protagonista, Eugenio Avinareta, antepasado
de Baroja, conspirador liberal y espía, que participó en las intrigas de la España de
Fernando VII e Isabel II.
4.2.- El pensamiento de Baroja
Baroja no tiene un pensamiento estructurado. Ha leído a Kant, a Nietzsche y a
Schopenhauer. De Kant deduce que “las maravillas descritas por los filósofos eran
fantasías, espejismos” o que los postulados de la religión “son indemostrables”. De
Nietzsche le atrae la idea del “hombre fuerte”, enérgico, del hombre de acción que se
sitúa por encima de las convenciones morales. Sin embargo, el filósofo que deja más
huella en Baroja es Schopenhauer y su concepción de la vida como algo incomprensible
e inabarcable, pero doloroso y cruel. La vida para Baroja carece de sentido, está sujeta
al azar y los seres humanos son tipos peligrosos que no inspiran confianza: “Por instinto
y por experiencia, creo que el hombre es un ser animal dañino, envidioso, cruel, pérfido,
lleno de malas pasiones, sobre todo de egoísmos y vanidades”.
Esta visión de un mundo cruel también es deudora de la teoría del darwinismo, en la
que el fuerte siempre aplasta al débil, y en cuanto a la vida humana en sociedad sería
una lucha constante por sobrevivir a costa de los demás. En La lucha por la vida
aparece la huella de este tipo de pensamiento. Se entiende así la aspiración barojiana a
la ataraxia, a la abstención a actuar, pues toda acción es dañina y produce dolor.
Destacamos, pues, su pesimismo existencial, su desconfianza en el mundo y el hombre.
Pero bajo ese escepticismo se esconde cierta esperanza de raíz romántica, que se
advierte en la presencia de algunos personajes positivos en sus novelas.
Políticamente, aunque en su juventud mostró simpatía por el anarquismo, lo
característico de su ideología es el individualismo y la desconfianza en la acción
política.
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4.3.- Teoría sobre la novela y estilo
Propone una novela abierta, cambiante, dotada de amenidad (“capítulos breves y los
párrafos cortos”). Las novelas de Baroja no son fruto de un plan riguroso; el personaje
principal es el que da cohesión a un relato fragmentario. El narrador no es imparcial,
comenta los sucesos y adjetiva a sus personajes. Estilísticamente, la prosa de Baroja es
decididamente antirretórica: párrafos cortos, frases breves, léxico común, etc.
5.- OTROS NARRADORES
• Azorín. En sus novelas se anula el movimiento y el tiempo, y la narración se
fragmenta en breves capítulos. Azorín congela el momento y capta el instante. Sus
novelas más desatacadas son La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903), Las
confesiones de un pequeño filósofo (1904) y Doña Inés (1925).
• Valle-Inclán. Su trayectoria narrativa parte del modernismo para llegar al esperpento.
Sus obras más importante son Las sonatas (Sonata de otoño, 1902; Sonata de estío,
1903;Sonata de primavera, 1904; Sonata de invierno, 1905), La guerra carlista (trilogía
de tres novelas), y, ya de estilo esperpéntico, Tirano banderas (1926) y El ruedo
ibérico, constituido por una serie de novelas.
5.1.- NARRADORES NOVECENTISTAS
· PÉREZ DE AYALA. Cultiva todos los géneros, pero destaca como novelista. Su
producción narrativa está dominada por el intelectualismo y por el tema de la conciencia
y de la sensibilidad. Sus obras más importantes son A.M.D.G. (1910), Belarmino y
Apolonio (1921), Tigre Juan (1926) y El curandero de su honra (1926).
· MIRÓ. Su palabra traduce como pocas las sensaciones producidas por una realidad
cuyos colores, sonidos y olores nos llegan como algo vívido que toca nuestros
sentimientos. Sensación y sentimiento se dan así la mano en su obra. La minuciosidad,
el detallismo, la sugestión son, así pues, las notas distintivas de una prosa lenta, morosa,
que parece perderse en sucesivas sinuosidades que constituyen los reductos de la
memoria y del recuerdo. Destacan entre sus obras Las cerezas del cementerio (1910),
Nuestro padre San Daniel (1921) y El obispo leproso (1926).
5.2.- NOVELISTAS DE VANGUARDIA
En los años veinte surgió una producción novelística vinculada a las vanguardias, en la
que destacan los siguientes autores:
• Ramón Gómez de la Serna. Destacan, además —claro está— de sus magníficas
greguerías, Cinelandia (1923) y El novelista (1924).
• Benjamín Jarnés.
• Enrique Jardiel Poncela. Sus cuatro novelas son: Pero, ¡hubo alguna vez once mil
vírgenes; Amor se escribe sin hache; Espérame en Siberia, vida mía, y La tournée de
Dios.
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