* tica period stica y democracia: la crisis como paradigma, de ngela Sierra Gonz lez, Universidad de La Laguna

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Actas – II Congreso Internacional Latina de Comunicación
Social – Universidad La Laguna, diciembre de 2010
Ética periodística y democracia: la crisis como paradigma
Ángela Sierra González
RESUMEN: No es nada nuevo el debate abierto sobre los aspectos
éticos de la comunicación y como éstos deben integrarse en el proceso
productivo de los medios. La erosión de la imagen del periodista como el
sujeto cualificado de la comunicación no es de ahora debido al paulatino
abandono de los aspectos valorativos y normativos de la actividad
comunicativa, Está presente, casi desde los orígenes de la profesión. Pero,
hoy parece cada vez más necesario volver replantearse la cuestión, habida
cuenta que, uno de los efectos evidentes de la actual crisis ha sido el aumento
de la desconfianza hacia el periodismo, como profesión y los periodistas, como
profesionales. La desconfianza nace de las falsas valoraciones de la crisis y
de la utilización política de la misma con fines partidistas, convirtiendo la
información en una batalla propagandística en la que está, particularmente,
incursa la denominada “prensa económica” (o salmón) en la defensa de un
modelo de sociedad y de relaciones laborales y políticas.
En este trabajo se pretende analizar la responsabilidad social de los
periodistas, en particular, y de los comunicadores en general en la validación,
como posible y deseable, de un único modelo de sociedad.
Palabras claves: ética, libertad, modelo, relaciones, crisis
Summary: “Journalistic ethics and democracy: the crisis like paradigm”
There is not not new at all the debate opened on the ethical aspects of
the communication and as these they must join the productive process of the
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means. The erosion of the image of the journalist like the qualified subject of the
communication is not of now due to the gradual abandon of the aspects
valorativos and normative of the communicative activity, Is present, almost from
the origins of the profession. But, today it seems to be increasingly necessary to
turn the question to rethink, given that, one of the evident effects of the current
crisis has been the increase of the distrust towards the journalism, as
profession and the journalists, as professionals. The desconfianza it is born of
the false valuations of the crisis and of the political utilization of the same one
with partisan ends, turning the information into a propaganda battle into the one
that is, particularly, it undeals the called " economic press " (or salmon) in the
defense of a model of company and of labor and political relations.
In this work one tries to analyze the social responsibility of the journalists,
especially, and of the communicators in general in the validation, since possibly
and desirably, of the only model of society.
key words: Ethics, freedom, model, relations, crisis
1.- Cuestiones Previas, la opinión pública y la “crisis”
La prensa, en muchos países, ha sido, tradicionalmente, considerada como
el Cuarto Poder, tras el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial y, como tal se la ha
definido. ¿Por qué me parece necesario colocar los valores éticos1 en el análisis del
discurso de la prensa de difusión diaria? Porque los discursos sesgados,
presentados, en la mayoría de las cabeceras nacionales,
como verdades
1
En las introducciones a los tratados de moral, frecuentemente se hace una distinción pertinente entre
"moral" y "ética". El término ética, de origen griego, comprende el estudio crítico y propositivo del actuar
humano en sus costumbres, actitudes y prácticas. Este concepto pasó al latín como moralia, usado por
primera vez por Cicerón. Pero el término "moral", sea como sustantivo, sea como adjetivo, llegó a
nosotros con cierta ambigüedad. Pues se puede referir tanto al "conjunto de costumbres" dadas y
establecidas en un grupo o sociedad como a los comportamientos concretos de las personas; como se
puede decir respecto al aparato que estudia y propone críticamente el actuar humano en sus actitudes y
prácticas.
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“científicas” constituyen un problema ético, pero, a su vez, un problema político, en
la medida en que tiene repercusiones profundas en la remodelación de las políticas
públicas. Algunas autores, como el propio I. Ramoneda,
credibilidad de la prensa diaria,
hablan de crisis de
porque están convencidos de que ésta han
renunciado a dar cuenta de la realidad y a expresar valores
democráticos,
sustituyéndolos por el discurso del mercado, otros simplemente hablan de que los
valores en crisis han provocado una desafección social respecto de las instituciones
y el vacío dejado por éstas lo invade el mercado, refiriéndose a aquéllos que ya no
son aceptados por la sociedad y mucho menos por la cultura, valores que con el
tiempo han dado lugar a
una sociedad abierta y plural, pero que algunos han
2
llamado anti-valores .
Ciertamente, el solo hecho de mencionar los valores remite en este trabajo
a los problemas engendrados por una crisis no superada en el tiempo y vivida aún
en el presente
con incertidumbre.
Pero, lo que quiero abordar es cómo se
representan estos problemas en la prensa. Se sostiene, de manera conclusiva, que
los
tiempos
de
crisis
obligan
a
revisar
nuestras
creencias,
valores
y
representaciones habituales. Se entiende que éste es un momento que obliga a la
reflexión sobre creencias y estilos de vida. Hoy, la fuerza de la crisis se generaliza
con rapidez imprevista y sus efectos se manifiestan tanto en el desquiciamiento del
andamiaje material de la sociedad como en los sistemas de ideas, creencias y
costumbres que otorgan sentido a la realidad y es obvio que la prensa ha sido,
también, instrumentos de desarticulación del sentido de la realidad.
El papel que ha jugado en la presentación de la “crisis” y sus soluciones
político-económicas obligan
a reflexionar
sobre su
rol, muy activo,
en
el
deterioro de la “calidad democrática” del estado constitucional. Una puntualización
previa cuál es el sentido de la discusión sobre la “calidad democrática”. La discusión
abierta, actualmente,
sobre
la “calidad democrática” es compartida por los
colectivos sociales más lesionados por la “crisis” y en este trabajo se recuerda
2
La perplejidad sobre estas cuestiones aumenta porque no existe claridad alguna acerca de si los valores están
en crisis, o si lo que ha sucedido es que éstos se han ido transformando
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este debate porque tiene su origen en
la observación de una multiplicidad de
carencias que se identifican en las democracias reales cuando se las compara con
el ideal democrático de buen gobierno. Es evidente que las políticas públicas
definen, a su vez, al buen gobierno. No debe entenderse, sin embargo, que la
“calidad democrática”, en tanto variable, cuestione a la democracia misma como
sistema de gobierno. Por el contrario, hay una demanda compartida por colectivos
sociales diversos, de que se transite
procedimental
a
del sistema de gobierno formal y
un sistema de organización social. Y ¿cómo debe ser una
organización social democrática? Pues, a mi juicio, debe ser entendida como el
producto de una gobernabilidad justa y del mantenimiento de las garantías jurídicas
de la legalidad democrática, que no pueden romperse en nombre de presuntas
“emergencias”, como sucede con la “crisis”. Presentada casi, por algunos, como
una suerte de Apocalipsis azaroso, sin responsables ciertos. Reina la abstracción
sobre la búsqueda de las causas, centrándose en los efectos y en la corrección de
éstos, como si fueran independientes de las causas.
Las garantías jurídicas
responden a una primera dimensión democrática que pivota sobre la noción de
orden y estabilidad legal, la segunda responde a la incorporación sustantiva de la
ciudadanía, como agente activo, y la tercera a los derechos civiles. Sin éstas no
cabe hablar propiamente de democracia. O, al menos de “calidad democrática”.
Ninguna de las tres dimensiones mencionadas es alcanzable en tanto las
respectivas democracias reales, no solucionen el problema de la desigualdad.
Esta, en la práctica, no aparece, sino de modo periférico, en la presentación de los
planes propuestos para solucionar la crisis de la que nos dan cuenta la prensa
diaria. Así, vemos que los cierres de fábricas, el aumento en la tasa de desempleo,
el aumento en la deuda personal, el aumento en el número de negocios en quiebra,
son algunos de los síntomas de una economía en crisis. Pero, ante tal situación,
¿Cuáles son las causas de su prolongación, según la prensa mayoritaria? No
vuelven a los orígenes, sino al presente, así, se subraya, como responsables de la
prolongación de la misma, a) la excesiva regulación gubernamental, b) la excesiva
tributación impuesta por parte del gobierno, c) la falta de una visión de largo plazo
por parte de los gobernantes en el gasto público, y d) la falta de una política de
apoyo a las empresas. Sólo de pasada se habla del carácter especulativo de
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algunas intervenciones económicas del sector privado, como origen. Para
lamentarlo, como una “equivocación”, sin exigir la atribución específica de
responsabilidades. Pero, cada día el origen de la crisis aparece más nebuloso. La
especulación ha devenido en mito de origen. En cualquier caso, aunque todo el
mundo habla de la crisis, hay muy pocas ideas claras que permitan a la ciudadanía
saber a ciencia cierta lo que está pasando. Así, que la mayoría de los ciudadanos
se sienten confusos, ante los análisis de columnistas de pro, que se presentan,
habitualmente, como economistas ortodoxos, cuyas
“soluciones”
responden a
criterios “científicos” y “técnicos” indiscutibles que no hay que poner en cuestión,
pero que, examinados, atentamente, se observa que han sustituido el análisis por
una retórica predicativa. Casi un sermón sobre los “malos hábitos” de la sociedad y
de sus “autoengaños” sobre sus posibilidades reales.
2.- La opinión pública: el concepto de “crisis” y la crisis moral de la prensa
En medio de la incertidumbre generada por la “crisis” la exigencia de la
objetividad cobra protagonismo, como expresión de la propia democracia y
desaparición propicia la aparición de situaciones
su
donde nadie cree en nada,
donde no existe dialéctica en la manera de obrar y tratarse a sí mismo y a otras
personas, donde el fin justifica los medios, o simplemente donde nada importa y
tampoco se hace nada que no responda a intereses inmediatos. La influencia social,
por ejemplo, de la prensa que ha llevado a considerarla como el Cuarto Poder
coloca en primer término, entre otras, las cuestiones relativas a sus mecanismos
de actuación, mediante los cuales influye sobre la sociedad y forma la opinión.
Coloca en primer lugar la pregunta sobre si tiene o no valores éticos. Su agenda
oculta, si la tiene, la estructura simbólica que va configurando, la transparencia de
los
elementos con que juega su mensaje,
su objetividad, o al contrario, su
ausencia de objetividad. Los intereses que expresa, la verdad o falsedad de su
discurso y el influjo de su diversidad tecnológica sobre el poder que detenta y el
papel, social y político, que juega en la formación de la “opinión pública”. Y, en
este caso, en concreto, ha jugado –y juega- con un concepto de “crisis” equivalente
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a un suceso de la naturaleza, que golpea a todos por igual y del que nadie es
responsable.
La mala gestión de los activos de algunos bancos con las llamadas hipotecas
subprime se diluye en la lejanía. E, igualmente, se desvanecen en las sombras
todos los que han propuestos sustituir el salario mínimo legal por un salario
moralmente justo. La información sobre la huelga general del 29 de septiembre del
corriente año constituye un ejemplo paradigmático. Las propuestas iniciales de
establecer un tope máximo para salarios y beneficios, han desaparecido de las
agendas políticas y de
esto?
los medios de comunicación social. ¿Por qué ha sucedido
Es obvio que la base de una auténtica ética periodística tiene que ser
una conciencia justa de los valores. Y, la prensa no ha asumido, sino intereses. E,
intereses de una parte. Casi toda concepción de la crisis expuesta en los medios
de comunicación
demás,
escrito postula la preeminencia de un interés sobre todos los
el del mercado y
la presentación
de los restantes en un orden
sistematizado, aparecen como espurios. Pareciera que hay un fin último el cual
representa el Bien por excelencia, la Bolsa, que hace las veces de estrella polar
orientando la línea general de las soluciones posibles y deseables. Se falsea la
realidad presentando un interés como si se tratara de un valor y se deslegitima todo
proceso de resolución de la “crisis”, que se aparte de esta ortodoxia surgida en los
dos últimos años. De otro modo, nos encontraríamos con una presentación de las
soluciones a la crisis, como soluciones ideológicas y no se esgrimiría tanto como
argumento de autoridad, la “opinión pública”.
El término “opinión pública” ha alcanzado, prácticamente, el estatus de una
categoría político-moral, habida cuenta que el concepto de partida descansa en la
idea originaria de que “opinión pública” deriva de un proceso racional de consenso
que tiene lugar en el seno de la sociedad, autónomamente y, por consiguiente, es
un proceso que se desarrolla,
al margen de los poderes constituidos, sean éstos
sociales o políticos, sin la intervención de éstos y que los poderes constituidos
deben de respetar en su acción. Sólo el respeto de la opinión pública en todo
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aquello que afecte a intereses generales concede legitimidad a la autoridad
política3.
Con esa presunción de partida, de ser la “opinión pública” la expresión de un
consenso interno, habido, previamente, en el seno la sociedad,
se ha convertido
ésta en un espacio de confrontación donde se libra una batalla constante entre
tendencias ideológicas-políticas y morales. Citar la “opinión pública” es un recurso
obligado del discurso de los políticos, que argumentan sus decisiones sirviéndose
del presunto carácter consensual de la “opinión pública” y se apoyan en ella para
otorgar
legitimidad democrática al propio discurso, que pretende ser, aunque no
lo sea, la expresión de la “opinión pública” y cuando ésta se le opone, pretende ser
la expresión de una mayoría silenciosa que, presuntamente, no puede o no quiere
expresarse por sí misma, sino a través de ese discurso.
Hay que destacar que el valor político y moral de la “opinión pública”
descansa en la capacidad autónoma de razonar y argumentar de los individuos, así
como el carácter público del debate, pues, se entiende que se articula la opinión
pública, basándose en la opinión individual, que, previamente, se ha constituido,
mediante el propio entendimiento sin la dirección de otro4. El ciudadano que
argumenta no expresa simplemente lo que piensa, expresa lo que piensa y lo
respalda: quien argumenta busca producir convencimiento, en el sentido más
amplio de la palabra, convencimiento acerca de un enunciado, de su falsedad, o tal
vez, de ciertas dudas que éste pueda inspirar. La otra opción básica en el proceso
de convencimiento es la imposición5. De ahí, que si el examen de los medios y de
sus mensajes nos lleva a la conclusión, que ha habido una voluntad de manipular la
“opinión pública” en relación a la presentación de la “crisis” , a través de mentiras o
medias verdades, de imponer un argumento, al margen de la bondad de los fines
que se hayan pretendido alcanzar con esa manipulación, se ha roto la regla de oro
2 Por eso los filosófos ilustrados no dudarán en establecer un vínculo inquebrantable entre el ejercicio
legítimo del poder y la expresión pública de las ideas.
4
Kant, I.: ¿Qué es la Ilustración? Madrid: tecnos, pág. 9-21
5
Así, lo caracteriza Carlos Pereda, en su libro Vértigos argumentales, Barcelona: Anthropos, 1994, pág.
7.
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democrática, consistente en que no se puede vulnerar la capacidad autónoma de
razonar del individuo, sin dañar las reglas del propio juego democrático.
3.- Opinión pública y democracia
Dicho en otras palabras,
la opinión pública aparece como garante de la
democracia por ser la expresión de una racionalidad autónoma. Deja de ser
garante, cuando no es autónoma. Precisamente, una gran diferencia entre la
democracia y el totalitarismo se daría porque la estructura de los medios de
comunicación no garantizaría la existencia de ésta. En la actualidad, pues, parece
fuera de discusión la relación de reciprocidad –y dependencia- que guardan los
términos “opinión pública” y democracia, consenso y autonomía individual, puesto
que la “opinión pública” sirve para controlar el poder y sus instituciones, de manera
que una cuestión central en el debate actual, en torno a la democracia
contemporánea,
se desarrolla, precisamente,
en el terreno de cuáles son las
funciones que juegan los medios de comunicación y sus estrategias de influencia
sobre la opinión pública, sus mentiras, sus medias verdades, e, incluso, sus
silencios notorios sobre cuestiones que tienen que ser conocidas y debatidas por
los ciudadanos.
Hay que tener en cuenta que la reconfiguración continua del espacio social
y político contemporáneo y, consecuentemente, las reconfiguraciones del poder
político y social se debe, particularmente,
a la influencia que ejercen los medios
de comunicación en la sociedad actual. De ahí, que se haya llegado a hablar de
“caciquismo mediático” , o, en palabras de Ignacio Ramoneda, de "latifundios
mediáticos" para designar grupos privados en situación de monopolio 6, a la hora
de influir en la opinión. Y, si bien, es cierto, que los medios de comunicación,
particularmente la prensa escrita, en el pasado han realizado una encomiable labor
6
Ramoneda, I.: “La prensa diaria se muere”, Le Monde Diplomatique, 4,-10-2009
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de educación política y de divulgación respecto de aquella información que de
común no hubiera circulado. Sin embargo, en estos momentos presentes en torno
a los problemas suscitados por la “crisis” han sido centro de manipulación, cuando
no de tergiversación directa. Ni siquiera se salvan los otrora "rotativos de
referencia": El País en España, Le Monde en Francia, The Times y The Independent
en el Reino Unido, Corriere della Sera y La Repubblica en Italia, etc. Años de
autocomplacencia sobre sus marcas, y por consiguiente sobre su valor e influencia
les han convertido en instrumentos de falsificación de la realidad, aunque, también,
hay que decir que unas más que otras .
4.- El valor de la verdad en la democracia
En las democracias constitucionales contemporáneas
se gobierna en
nombre de la “opinión pública” y se esgrime a ésta como fuente de la “verdad” y de
la “razonabilidad”. Pero aquí surgen algunos problemas que tienen que ver con la
actuación de los medios consistente en que el valor de verdad de la opinión no es
la cuestión que mueve a los medios, sino el que la opinión prime sobre otra verdad
posible. En ese contexto, parecería que la democracia moderna está más vinculada
a la opinión que a la verdad. De hecho, Saramago ha llegado a decir que nuestra
época será conocida como la edad de las mentiras7. Podría decirse que, al menos
en la época de la instrumentalización continua de las mentiras, mediante la
conversión de ésta en parte de la opinión pública. Y ¿quién cuenta las demandas
de la opinión pública, le da voz y rostro? Periodistas, encuestadores y políticos
que no se cansan de decir que la representan. Y, a veces, es así. Pero todos ellos,
también la gestionan y, obviamente, la gestión de
la “opinión pública” implica
recurrir a estrategias, a métodos de influencia en la opinión con lo que el presunto
consenso social autónomo, que legitima a ésta, queda en entredicho, sobre todo, si
se alcanza mediante el recurso a la mentira. O a la falsificación parcial de la
realidad y esto es lo que está sucediendo, sin que ello produzca escándalo alguno
7
Está recogida esta afirmación en la serie Voces contra la globalización.
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entre significados periodistas, preocupados por la desaparición de la prensa escrita
por el impacto de las nuevas tecnologías, pero no por su pérdida constante de
credibilidad.
¿Cómo afecta esta deriva a la democracia, como sistema político y social?
Quienes gestionan la opinión8
reducen la participación ciudadana a consumir
información, responder encuestas y votar y la “crisis” está sirviendo como
instrumento de descalificación política, pero se ha obviado los orígenes de la “crisis”
y de individualizar las responsabilidades identificando a quiénes han sido los sujetos
activos de ésta. Gran parte de las estrategias políticas se desarrollan en los medios
y tienen en éstos sus más eficaces servidores. En este contexto, cabe afirmar que
el uso de
la verdad y la mentira, y sus fines,
acaba por definir a la propia
democracia, pues, según algunos medios, la democracia consiste en otorgar a la
opinión generalizada el estatus de verdad por el hecho de sostenerla una mayoría.
La instrumentalización
continua de estos medios de la realidad
expresa la idea
de que la verdad consistiría en una cuestión numérica. La cantidad pasa a ser
cualidad. Y, el número de columnistas neo-liberales presentes en la prensa diaria,
por poner un ejemplo, están convirtiendo la ortodoxia económica neo-liberal en una
“verdad científica”, en lugar de ser presentada como una argumentación ideológica.
Se supone, entonces, que dos opiniones constituyen más verdad que una, o que la
verdad está precisamente en la reiteración de una argumentación.
5.- La programación de la opinión pública por los medios y la fabricación de
los consensos
Los peligros de la manipulación y el desarrollo de estrategias espurias de
influencia sobre el cuerpo social siempre han estado presentes desde los orígenes
del periodismo, incluso, el que las afirmaciones contradigan la lógica más elemental.
8
Las estrategias más sofisticadas de gestión y las que menos recelos ha venido provocando son las de
los medios, probablemente, porque los medios, además, de ser mediadores políticos, son instrumentos de
cultura y vehículos de difusión de otras culturas.
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De manera que las mentiras, como instrumentos de persuasión, no se acaban de
inventar. En cierta medida la reflexión sobre los medios en relación a la crisis
empieza a ser sobre todo una reflexión monotemática sobre la manipulación de los
medios y sobre el deterioro de la democracia y del estado del bienestar. Se ha
invertido el papel históricos de éstos, si en principio cumplieron un papel en la
profundización de la democracia, mediante el control y la configuración de la opinión
pública, hoy se han constituido en instrumentos de devaluación de la democracia,
mediante la fabricación de consensos, como el consenso económico neo-liberal,
para logar lo que de otro modo hubiera sido imposible. En un estado democrático la
fabricación de consensos sería el instrumento mediante el cual se violenta la
voluntad del cuerpo social, sin hacer uso de la fuerza, sino mediante la
manipulación. La mentira es, pues, un instrumento de violencia simbólica, pues, con
ella se pretende anular las otras razones, las razones del otro, pero, además, la
violencia física e institucional se fundamenta en que el otro no tiene razón y
constituye el primer paso, para anular al otro9, como oponente. De hecho, el propio
término hoy de uso común “fabricación de consensos” demuestra que el consenso
es artificioso, que no es espontáneo ni autónomo.
6.- A manera de conclusión
Naturalmente, esto consensos fabricados no puede llevarse a la
práctica sin contar con que existe una incapacidad de los ciudadanos para
rebelarse ante el estado de cosas actual. Hay un esfuerzo de neutralizar los
sujetos colectivos, para que acepten, de buen grado, la voluntad de los
mercados en donde gobiernan los poderosos y para ello es preciso no solo que
no sean conscientes de cuál es la naturaleza real de estos problemas
económicos, sino que, además, el mercado o los poderes que están detrás de
esta abstracción, tengan el poder suficientes para convertir sus intereses en
valores compartidos y esto se reflejaría en voluntades sociales sumisas y
éstas en decisiones políticas acompasadas a sus fines particulares. Es decir,
9
Como ha señalado profusamente Carlos Pereda, en su libro Vértigos argumentales, Barcelona:
Anthropos, 1994, pág. 15.
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que las mayorías ciudadanas pueden, mediante la aceptación y la creencia en
la inevitabilidad de las soluciones propuestas por los teóricos del mercado,
hacer justo lo que desde tiempos inmemoriales vienen haciendo solamente los
más ricos y poderosos, a saber, imponer su voluntad, pero sin conciencia de
salvar al mundo. Sólo a ellos. Han cambiado las tornas.
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