Filosofía y diálogo

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Filosofía y diálogo
La filosofía: el amor a la verdad, es lo que con más fuerza puede unir a los hombres en cuanto
hombres. Aquello que todos pueden buscar y que enriquece esencialmente a todos los que lo
buscan. La filosofía se muestra así como tarea común de los hombres.
Ninguno de nosotros es la verdad, pero todos podemos abrirnos a ella: nadie tiene la verdad
porque lo diga él, ni tiene "su" verdad, aunque pueda tener "su" opinión. La verdad es algo
externo al hombre, que éste debe abrirse a buscar, sólo entonces puede ser también suya: un
bien que él tiene y puede comunicar y compartir. Comprender esto nos lleva a una actitud
esencialmente abierta a la realidad y a los demás. Quien lo niega se cierra en sí mismo y, al
hacerlo, se cierra a la verdad y a los demás: se margina.
La actitud abierta es la condición del verdadero diálogo humano ( del griego, dia-logos:
palabra abierta, a través de la palabra, palabra que une), la única manera de evitar los
monólogos incomunicables. Tiene sentido hablarse en la medida en que lo tiene escucharse:
la palabra del otro puede contener verdad, como puede tenerla la propia. En el verdadero
diálogo se busca un bien común en común: la verdad. No se busca vencer: que nos den la
razón no teniéndola, sino con-vencer (vencer juntos).
Así pues, las condiciones del verdadero diálogo humano provienen de (1)la afirmación de que
hay verdad, y de (2)que ninguno de nosotros la posee por sí mismo: podemos estar
equivocados. (3) La consciencia de que la verdad también reside en el saber de los que saben
y que merece la pena compartirla. Esto lleva a la verdadera tolerancia: a la comprensión del
error involuntario y a la consciencia de los propios límites.
El vehículo del pensamiento es el lenguaje (en griego, logos: razón, palabra). La
comunicación humana con los demás se establece fundamentalmente a través del lenguaje
(dia-logos), de ahí la importancia de enriquecerlo y de que nuestro hablar sea veraz. El
mentiroso quiere los derechos de la veracidad y ninguna de sus obligaciones. Es un
incivilizado: desprecia la sociabilidad humana en aquello que la hace humana –desprecia al
hombre- y se aprovecha de ella.
Hemos visto que el hombre no es la verdad. Tampoco cada persona: un sabio, un
ignorante, tú o yo no somos la verdad. Y que, sin embargo, tenemos una relación
fundamental con ella que es de radical importancia para nuestra vida, y esta relación –que
tiene una raíz en nuestra originaria manera de ser- es libre: se realiza de modo efectivo al
hilo de nuestras decisiones respecto a ella.
También que el único modo humano de alcanzar lo verdadero es sostener una actitud
abierta a la realidad de las cosas y abierta a la intimidad inteligente, propia y de los demás
que, como nosotros, también se abren a lo real y desean conocerlo tal como es, sin
distorsiones.
Esta apertura permite que la persona se haga progresivamente consciente de lo que
significa conocer y, por tanto, también de la experiencia de la ignorancia, del error o del
engaño intencionado. En definitiva, va haciéndose consciente de su referencialidad a la
verdad y del estado en que se encuentra respecto de ella: sabe, ignora, piensa, duda…
La medida del conocimiento es la verdad de las cosas: conocemos en verdad cuando
decimos ser lo que es y no ser lo que no es, cuando reconocemos la manera de ser que cada
realidad tiene. "El ojo que ves / no es ojo porque tú lo veas, / es ojo porque te ve.”, Dice
Antonio Machado. “Al sabio las cosas le saben como realmente son.” Decía un pensador
medieval. Aunque el estudio profundo de la naturaleza y fundamentos de lo verdadero
exija un esfuerzo notable, en la experiencia que comúnmente tenemos de nuestro vivir en
el mundo y de nuestro trato con los demás, el sentido de lo verdadero es suficientemente
claro.
Así pues, las impresiones subjetivas no son un criterio definitivo acerca de lo verdadero o
lo falso: cabe una falsa certeza, o confundirse en un razonamiento; aunque si la actitud es
recta, sirven de indicativo y orientan: al menos hay sinceridad. El criterio real de la
situación en que nos encontramos procede de la verdad real misma: ella mide si sabemos o
no. Evidentemente, si la inteligencia es también real, amoldarse a su naturaleza es un
criterio capital: dentro de cada uno resuena también la verdad en su fuerza luminosa y
orientadora. La verdadera certeza se alcanza cuando uno ha sido certero, cuando ha
acertado...
El hombre es capaz de distinguir, en definitiva, los estados de conocimiento en que se
encuentra, caracterizarlos y valorar su garantía. Lo verdadero es el punto de referencia que
permite enmarcarlos adecuadamente. Veamos los principales, aunque en la realidad del
conocimiento humano su separación no sea, a menudo, tan neta.
Situaciones de la persona respecto a la verdad
1. La evidencia
Toma su nombre del sentido de la vista: de igual modo como son indudables las cosas que
tenemos ante los ojos, así determinados contenidos se entienden como verdaderos por el
sólo hecho de atender con la inteligencia a ellos. Se “ve” que algo ha de ser verdad por el
sólo hecho de considerarlo. En la evidencia no está presente casi el proceso intelectual:
razonar o comparar: es más bien una mirada inmediata. La evidencia se dice, pues, de
aquello que es indudable e incluye seguridad por parte del sujeto: no cabe duda de lo
evidente.
Muchos filósofos han visto en la evidencia uno de los fundamentos más sólidos de todo
saber humano, ya que todo aquello que llegamos a saber a través de procesos de
investigación parece depender, en último término, de que algo pueda ser entendido
directamente: todo conocimiento mediato debe anclarse en algún conocimiento inmediato.
Maticemos, sin embargo, algunos aspectos que pueden ser confusos. A parte de la
diferencia entre el ver y el entender, no toda evidencia es válida sin más, ni todas son del
mismo tipo.
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Cabe la posibilidad de una "evidencia obsesiva" o condicionada fuertemente por
la pasión o por la voluntad: es el caso del fanático o del psicópata. Es preciso
que la evidencia proceda de la “luz” natural de la inteligencia, sin
modificaciones extrañas. Modificaciones que pueden derivarse –en los temas
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que tocan lo ético- de las implicaciones de la verdad en la conducta personal o
de prejuicios culturales.
No siempre que se dice ver algo evidente lo es necesariamente: se puede tomar
algo por evidente sin haber atendido suficientemente a lo que se dice, dejándose
llevar por la costumbre o por las palabras. Las realidades complicadas no se ven
con evidencia. Hay quien confunde la fácil sencillez de lo evidente con la
precipitación de lo improvisado.
La evidencia puede ser empírica: la descripción de lo que se ha experimentado
o visto con la percepción sensorial o puede ser intelectual: lo que se entiende
directamente. La única evidencia plenamente segura es la de los primeros
principios del pensar, y sin embargo es difícil explicarla bien.
La evidencia, finalmente, puede ser inmediata: si basta un acto intelectual o de
observación o mediata, si es fruto de un razonamiento que se controla por
completo. Los que saben de un tema alcanzan un conocimiento casi evidente de
muchas cosas que se escapan a los que ignoran o saben poco del tema.
2. La opinión
Designa la interpretación acerca de una realidad, que parece sensata o probable, incluyendo
la consciencia de no poseer una seguridad plena en lo que se sostiene. El estado de opinión
comprende la necesidad de continuar indagando en el asunto. En definitiva, en el estado de
opinión se sabe al menos una cosa: que no se sabe plenamente.
También en la opinión cabe hacer algunos matices.
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La opinión no debe confundirse con la afirmación gratuita e impensada: no es
algo que se dice simplemente para salir del paso en una conversación. Opinar
exige atención y verdadera atención a las cuestiones.
En los terrenos de extrema complejidad; en los que interviene la libertad falible
del hombre; en las ciencias que deben tantear hipótesis de trabajo acerca de sus
objetos, o en las cuestiones políticas y prácticas el estado de opinión puede
prolongarse largo tiempo, o hacerse insuperable.
Aquello que se denomina “lo opinable”, es decir, acerca de lo cual no cabe
superar el estado de opinión, está muy presente en la vida humana: Las formas
culturales, las soluciones económico-políticas a los problemas, etc. En las
discusiones en las que se abordan estos temas, el tono debe ser abierto a nuevos
enfoques enriquecedores. Se debe ser consciente de que las demás opiniones
son legítimas y de que muchas veces no es posible establecer la mejor.
Los temas más fundamentales se alcanzan con seguridad, si se logra llevar a
cabo el recorrido que permite llegar a conocerlos: no todo es opinable en el
sentido en que hemos definido el término. Si lo fuera, se haría imposible
alcanzar la verdad en tema alguno y tampoco se sabría qué es la opinión misma.
Por eso tampoco todas las opiniones valen lo mismo: en unas hay más verdad
que en otras. La opinión implica la verdad.
3. La duda
Situación subjetiva de quien no acierta a decidirse por las diversas opciones de
interpretación acerca de algún asunto. La inteligencia se manifiesta como incapaz de emitir
un juicio estable. Está más lejos del conocimiento que la opinión, y suele aparecer en
temas difíciles, poco conocidos o -en cuestiones relativamente sencillas- en personalidades
inseguras. La duda es lo contrario de la certeza. La duda acompaña el camino del saber
humano y hay que saber convivir con ella. No se puede ser de mente tan estrecha que
nunca le quepa a uno la menor duda.
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La duda prolongada o excesivamente extensa puede esterilizar la actividad del
pensamiento y bloquear la capacidad de acción inteligente, ya que la conciencia
moral reclama la solución de la duda antes de actuar. Por eso algunas personas
se refugian en la duda –dándose, de paso, tono intelectual- como medio para no
afrontar sus responsabilidades en la vida real.
La duda es un estado con relación a la verdad, por eso no tiene demasiado
sentido dudar de la verdad; pero sí lo tiene dudar, cuando la verdad no se sabe.
La duda generalizada – la duda universal- no puede escapar a un estado de
colapso intelectual: para superar la duda es preciso que no todo sea duda.
Cuando dudamos, acudimos a lo que estamos más seguros de saber, y desde
ello tratamos de enmarcar y afrontar lo dudoso.
El escepticismo es la actitud del que se instala en la duda. Suele provenir, bien
de la experiencia del error humano, bien del cansancio en la investigación. A
veces, del desacuerdo que se observa entre los que dicen saber del asunto, otras,
como consecuencia desalentada de querer saber todo de todo, cuando se
descubre que tal deseo es inalcanzable.
Como la situación de duda generalizada es, en la práctica, inviable -y
deprimente- a veces se escapa de ella a través de una decisión de la voluntad
que se anticipa a la claridad de la inteligencia y, a ciegas, se lanza a la aventura.
Es arriesgado, pero a veces uno sale así de dudas.
4. La creencia (fe)
Es la situación de confianza –convencimiento o certeza- de estar en la verdad sin que esa
seguridad proceda de la propia luz intelectual o experiencia sensorial acerca de la realidad
que se afirma. La seguridad procede de la comunicación que uno recibe del saber de otros.
La fe se apoya en el saber, y éste en la verdad: de lo contrario la confianza intelectual es
imposible. La fe que se deposita en el saber de otro debe conectar con la propia naturaleza
inteligente: uno nota que no hay error ni mal en aquello que cree, ni en aquel a quien cree.
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La fe –confianza- no debe confundirse con la opinión. La ambigüedad está en
los diversos sentidos del verbo creer: “creo tal cosa…” puede significar “opino
tal cosa…”; pero “creo a alguien” no equivale a “opino a alguien”, ni siquiera a
“conozco la opinión de alguien”. La fe siempre implica relación interpersonal.
Es de destacar que la apertura a la verdad que cada persona realiza, siempre
implica el diálogo con otros y las relaciones de mutua confianza. Si alguien
quisiera anular por completo las relaciones de confianza en su propio recorrido
intelectual, no podría ni comenzarlo. Además, de lograr algo, por su misma
actitud, debería aceptar que los demás no le hicieran ni caso, dado que no
tendríamos por qué creer nada de lo que pudiera decirnos. La desconfianza
impide dialogar.
La fe es un modo de conocimiento inferior al saber poseído por uno mismo con
seguridad, pero los temas –realidades verdaderas- a los que se accede por fe son
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mayores de los que se pueden alcanzar por saber propio. Ningún hombre es
sabio en todo. Lo sensato es buscar el saber en lo posible, y aceptar la confianza
en lo que de otro modo se nos escaparía. Quien ama la verdad, quiere conocerla
del modo que sea posible, aunque sea imperfecto.
No hay oposición entre ciencia y creencia. La confianza: en los datos, en la
tradición histórica de una ciencia, en los maestros, en la colectividad de los que
buscan el saber es una constante en el recorrido mismo de la investigación.
Podríamos decir que el saber es el logro de la confianza.
5. El saber
Conocimiento conscientemente seguro y objetivo acerca de la verdad de algo. El saber
conoce los porqués de las cosas que afirma, anclando esa seguridad en evidencias rectas y
en los principios primeros del conocimiento. Comprendiendo, pues, la conexión segura que
se establece entre la determinada realidad que sabe y aquellos fundamentos sólidos.
No es posible resumir sucintamente las condiciones del verdadero saber. Exigiría desplegar
los grandes temas de la teoría del conocimiento, de la lógica, la metodología, etc. Por eso
llegar a saber con cierta amplitud y profundidad es algo que merece reconocimiento. Sí
podemos dar aquí algunas indicaciones.
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El saber acerca de un campo amplio de la realidad es la ciencia –en sentido
clásico-. Para que la ciencia alcance un desarrollo pleno es necesario el rigor
lógico, ya que necesita demostrar sus conclusiones con razonamientos
complejos: Las evidencias inmediatas no son suficientes para alcanzar saber
científico acerca de algo.
La opinión o la evidencia obsesiva pueden presentarse con el tono aplomado
que corresponde al saber. Distinguir lo uno de lo otro puede suponer una
dificultad notable, especialmente entre los que están intelectualmente
preparados.
No en todos los temas, como antes indicábamos, puede alcanzarse un saber
seguro, ni todo saber seguro tiene la misma trascendencia. La exactitud
matemática, por ejemplo, sólo alcanza a la peculiar realidad de los contenidos
mentales de esa ciencia, mientras que al aplicarse a la física las inexactitudes
son mayores.
El saber se orienta por la verdad de aquello que se estudia, por eso, la
investigación de la verdad varía en sus procedimientos –diversidad de métodosen función de las condiciones de cada tipo de realidad. En cada campo de
estudio, el que quiera saber en profundidad deberá dominar los métodos y
fundamentos propios de esa disciplina.
Hemos de recordar que la ignorancia nos acompañará siempre en nuestro camino hacia el
saber. En notar su presencia está el impulso que nos empuja a seguir: somos capaces de
más, y la percepción del carácter inagotable de la verdad. Esto no quiere decir que siempre
debamos volver al principio, que no podamos asentar nada como seguro para, apoyándonos
en ello, continuar adelante. Sin nada firme, no hay dónde poner el pie para andar.
Deberemos revisar algunas cosas, descubrir matices y perspectivas nuevos, pero no
podemos derrumbarlo todo.
El diálogo se manifestó desde muy pronto como la mejor manera -la más humana- de
avanzar por esta aventura del saber. Pero si el diálogo ha de ser algo más que un juego
inútil y, sobre todo, si hemos de estar a la altura de las circunstancias, deberemos
comprender que ser capaces de intervenir en el diálogo profundo de nuestra época va a
requerir un intenso estudio que, recorriendo lo que los mejores pensadores han aportado,
nos ponga a la altura de nuestro tiempo. En este estudio será preciso -nadie puede andar
todos los caminos- confiar en quienes se han esforzado antes que nosotros por asimilarlo y
tratan de ponerlo a nuestra altura para que nosotros podamos continuarlo.
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