Español de México frente a español de España; J. M. Lope Blanch

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RESÚMENES
TEXTO 1: Español de México frente a español de España
Ya desde el siglo XVI podemos apreciar variaciones dialectales en la lengua española. Como efecto (o
defecto) natural nació un empeño de centralización de la lengua, un afán por declarar un único dialecto como
ejemplar o estándar en una lengua que se habla en una veintena de países. Así pues, predecibles son las
dificultades que surgen al pretender una unión lingüística del español.
La lengua castellana medieval (antiguo idioma de Castilla) empezó a extenderse por todo el territorio
peninsular e islas Canarias en la Edad Medieval e hizo lo mismo en territorio americano en el siglo XVI. Por
lo tanto, parece razonable esperar una colección de diferencias en el habla debido a esa diversidad geográfica.
Ante tal expansión territorial, la lengua castellana pasó a llamarse lengua española, y el castellano se
consideró un dialecto, el de Castilla, equiparándose así al andaluz, el canario, el argentino o el mejicano.
De este último cabe destacar su importancia como variedad del español, avalada por el hecho de ser hablada
por unos cien millones de personas. Es pues, necesario destacar el paralelismo en cuestión de importancia que
guarda el dialecto mejicano y el madrileño, ya que ambos gozan de gran prestigio (por razones históricas y
culturales) y se consideran referencias lingüísticas para el uso del español, el primero para el americano y el
otro para el peninsular. Contamos, entonces, con dos normas lingüísticas de gran consideración: la madrileña
afincada en centro de España y la mejicana con sede territorial en la antigua Tenochtitlán.
Pero son innegables (u obvias) las diferencias que surgieron en la evolución divergente durante los últimos
cinco siglos; aclaremos que esas diferencias no son impropiedades ya que son aceptados por los niveles cultos
de ambas hablas.
Clasificamos las diferencias en tres categorías. Primero la fonética, con diferencias como la pronunciación de
cansao frente a cansado. O el plano gramatical, usando por ejemplo vos en lugar de ustedes. Y por último, el
dominio léxicológico, donde las diferencias son notables e incalculables: el caso del uso de falla por fallo o el
de pisos por plantas.
Ante tales distinciones se abre el debate sobre cuál es el uso (más) correcto; pero para debatir la cuestión
debemos abandonar actitudes o posturas nacionalistas y ser cautos a la hora de declarar una norma lingüística
ideal, ya que ésta se acerca más a una pretensión utópica que a una solución posible. Acertaríamos
proclamando la coexistencia de dos normas lingüísticas merecedoras del mismo prestigio.
Mas esta igualdad no es incompatible con admitir que en ocasiones uno de los dos es más correcto o aceptado
que el otro. Por ejemplo en terreno fonético, es preferible decir peor, poeta o teatro (versión peninsular) que
pior, poita o tiatro; en cambio a veces optaremos por la opción americana al pronunciar eksamen en vez de
esamen. E incluso en ocasiones las dos corrientes serán aceptadas, porque algunos casos (véase el seseo) serán
compartido por las dos.
En cuestiones gramaticales encontramos también esa confrontación lo que es o no correcto. Y detenerse en el
panorama léxico sería inútil y exhausto. Así pues, en ocasiones cederemos la razón al español americano, a
veces se la quitaremos para dársela al peninsular y a veces será un empate en cuestión de validez.
La idea que el autor propone, expone y defiende es la aceptación y reconocimiento equitativo de las dos
normativas. Nos recuerda que hablamos de un idioma compartido por dos decenas de países y que debemos
centrarnos en acabar con las incorrecciones del lenguaje que mortifican a cada dialecto.
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Ésa es la difícil tarea de uniformar una lengua: común esfuerzo para común beneficio.
TEXTO 2: El español americano
En 1492, dos hechos se disponen a cambiar el destino de la lengua española. Por una parte, la irreversible
desaparición del judeoespañol por la expulsión de los judíos de la península; y por otra parte, el
descubrimiento de América.
Es por eso que el preclásico (el español del siglo XV) cruzó el charco y se expandió por territorio americano.
Este implante lingüístico corrió a cargo de esos emigrantes, cuyo nivel cultural se cuestiona y de los cuales se
cree que eran mayoritariamente andaluces, por la similitud que guardan el dialecto andaluz y los americanos;
lo constatan la herencia del seseo o el relajamiento consonántico.
Sin embargo el uso del lenguaje no se impone de golpe o a golpes; es un largo proceso que empieza por el
encuentro de la lengua colonizadora con las indígenas. Algunas de éstas son el arahuaco, autóctono de las
actuales Antillas, el náhuatl, lengua del imperio mexica o el quéchua de los incas.
Sus influencias se aprecian con mayor claridad en las zonas las cuales son originarios esos pueblos; e incluso
pudiendo encontrar algunas intromisiones de carácter gramatical o fonético son más, y más evidentes en el
léxico, y tiene su explicación: todas esas palabras se tomaron prestadas para expresar unas realidades que no
existían en el viejo continente; hablamos de campos semánticos precisos como la fauna o la flora, típica de
América e inexistente en Europa; luego, los colonizadores adoptaron una colección de vocablos indígenas
como maíz, papaya, oca, puma o mapache.
Aunque el futuro y la evolución de las lenguas sea incierto, parece que el español tiende más a la unidad que a
la diversidad; eso si hablamos de la gramática y la fonética, porque no es posible hablar de unanimidad
delante de tal diversidad lexicológica.
Estas diferencias nunca fundamentaron la hipótesis de paralelismo entre el español y el latín vulgar, es decir,
que la lengua española no siguió los pasos del latín dando lugar primero a diferentes dialectos para que estos
se convirtieran a posteriori en lenguas independientes; tal y como lo son ahora el francés o el italiano.
Aun no contando con una amenaza seria para la unidad del español, sería ingenuo no advertir de algunas
variedades geográficas, tanto peninsulares como americanas:
En el aspecto fonético, nos encontramos que en algunas regiones, las consonantes pierden fuerza en su
pronunciación, como la aspiración de la s final (loh niño en vez de los niños) o de la j (hamá por jamás) y con
la debilitación de vocales (vámon's y no vámonos), o nos cruzamos con la presencia del yeísmo y las
diferentes maneras de pronunciar el fonema /y/.
En la gramática es importante hablar del empleo de usted en lugar de vosotros, del uso incorrecto que se hacen
de los pronombres le, la y lo en la península y del voseo, muy arraigado en zonas como Argentina.
Las diferencias dialectales en el léxico son innumerables y hay un empeño en etiquetar el léxico americano
como arcaico cuando estos vocablos son antiguos pero no obsoletos, es más, siguen vigentes y siendo usados
por la inmensa mayoría de los hispanohablantes; consecuentemente se les llama seudoarcaísmos, y lo son
palabras como amarrar (atar) y nómina (lista de personas). También existen diferencias en el vocabulario por
la influencia de otras culturas, como el inglés, del que hemos tomado prestado suéter (jersey) y ticket (billete)
entre otras.
COMENTARIO PERSONAL
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Los dos textos comparten una idea común, tratan la dualidad entre el español americano y el europeo.
Discuten la autoridad y crédito que deben concederse a las dos normativas. Defienden la igualdad de las dos y
niegan cualquier supremacia.
Los españoles, por herencia colonizadora, tienen un punto de vista altivo y con connotaciones imperialistas de
lo que es el correcto uso del español. Creen en una equivocada idea: si los españoles fueron los fundadores y
promotores del castellano, son también quienes dictaminan su evolución.
Pero se olvidan de cuestiones importantes: ya han pasado más de quinientos años desde el inicio de la
colonización y la península cuenta con tan sólo cuarenta de los cuatrocientos millones de los hispanohablantes
totales; y ésa aplastante mayoría reside al otro lado del Atlántico. Así que quizá sería un poco egocéntrico
decir que el español de España es el correcto, y no el resto. Si nos basáramos en un sistema democrático,
deberíamos dejar que esa mayoría latinoamericana dijera cómo se habla el español.
Aun así, la comparación y equiparación del dialecto mejicano con el madrileño, por parte de los expertos
lingüistas, suena más a intento de tregua para no crear un conflicto entre dialectos, que a reflejo de la realidad
o verdad existente.
Creo que lo verdaderamente relevante de los textos son esas menciones para aceptar las distinciones y
diferencias entre regiones, para lograr pues, una unión plural y sólida para que el español gane prestigio y más
dominio en ámbitos culturales, de la ciencia y de la comunicación a escala mundial. Eso sería beneficioso para
todas las comunidades hispanohablantes y se lograría una mayor proyección internacional, tan necesitada en
algunas regiones del centro y sur de América.
No me cabe duda que hay exaltación del español americano por parte de los autores, que a primera vista puede
confundirse con patriotismo y nacionalismo; pero puede ser que sí que haya una tendencia generalizada a
desacreditar al español americano; cualesquiera que sean las razones.
Lo único que tenemos que entender es que esas diferencias en la lengua, pueden no ser interferencias en la
comunicación si tratamos por igual a los dos continentes a la hora de enseñar y aprender español.
ESPAÑOL DE MÉXICO FRENTE
A ESPAÑOL DE ESPAÑA
J. M. Lope Blanch
y EL ESPAÑOL AMERICANO
J. G. Moreno de Alba
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