TERESIANUM PONTIFICIA FACULTAS THEOLOGICA PONTIFICIUM INSTITUTUM SPIRITUALITATS LA FE COMO VIRTUD TEOLOGAL FUNDAMENTAL EN EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA Dissertatio ad Lauream in Instituto Spiritualitatis Pontificiæ Facultatis Theologicæ Teresianum Romæ - 2004 Dedico este trabajo, que resume muchísimas horas de estudio y elaboración a aquellos que me han ayudado a hacerlo realidad: Al noble pueblo de Atri que desde el primer momento me recibió como a un hijo, me trató como a un padre, y me alegró con el gozo continuado del ejercicio del ministerio pastoral, de los nuevos amigos, esculpidos para siempre en el corazón y también con sus montañas y paisajes, desde el Adriático hasta el Gran Sasso. Al R.P. Jesús Castellano Cervera, un maestro del que siempre quisiera ser discípulo. A mis queridos amigos italianos, que me sostuvieron con su cercanía y afecto: Lucia y Paolo, César, Francesca, Angelo, Pío y Federica, Giampaolo y Alessia, Carmine, y tantos otros... A todos los que desde mi querida Argentina contaban los días para mi regreso: mi familia, mis amigos, mis feligreses (¡también mis ciber-feligreses!), y a todos los que me arroparon con sus oraciones, con su permanente afecto, con la yerba para el mate y el corazón siempre dispuesto para el reencuentro. ¡Tuyo es el Reino, tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor! II ÍNDICE INTRODUCCIÓN 2 CAPÍTULO PRELIMINAR El Catecismo de la Iglesia Católica: acerca de su estructura, y consideraciones generales introductorias. 9 I PARTE: TEOLOGÍA SISTEMÁTICA INTRODUCCIÓN 16 CAPÍTULO I – LA PROFESIÓN DE LA FE 17 1 – La Fe, hilo conductor de todo el Catecismo, y columna vertebral del I bloque. 17 2 – Fe: concepto emergente del Catecismo. 20 3 – Fe y celebración, Fe y vida en Cristo, Fe y oración. 25 4 – Conclusiones 28 CAPÍTULO II – LA CELEBRACIÓN DE LA FE 39 1 – Fe y Liturgia. 40 2 – Una liturgia con fibra trinitaria. 48 3 – El Misterio y los misterios de la Fe. 52 4 – Conclusión: sacramentos del Sacramento 58 CAPÍTULO III – LA VIDA DE FE 62 1 – Vida de Fe como vida en el Espíritu. 62 III 2 – El dramático divorcio entre la Fe y la vida. 68 3 – Una Fe no “privada” ni privatizada... 76 4 – Conclusión: mandamientos de la Fe. 82 CAPÍTULO IV – LA FE ORANTE 89 1 – Lex orandi, lex credendi. 89 2 – La Fe como fuente de la oración. 94 3 – El “Hoy” como fuente de la oración. 99 4 – Conclusión: vida de oración y vida de Fe. 102 CONCLUSIÓN DE LA Iª PARTE 107 II PARTE: TEMAS TRANSVERSALES DE ACTUALIDAD INTRODUCCIÓN 109 CAPÍTULO V – LA FE COMO ESCUCHA 110 1 – La obediencia como escucha, y la escucha como Fe 110 2 – Escuchar, o no escuchar: ésa es la cuestión... 117 3 – ¡Ojalá escuchen hoy la voz del Señor!... 121 4 – Conclusión: Amén! 125 CAPÍTULO VI - LA FE COMO CONVERSIÓN 133 1 – La fe como fuerza viva, dinamismo vital. 134 2 – Hallazgo y búsqueda 140 3 – La conversión de la Fe y la conversión a la Fe 145 4 – Conclusión: “Aversio” y “Conversio” en la sensibilidad contemporánea y en la piedad popular. Cristo, medida de la cultura. IV 154 CAPÍTULO VII - LA FE Y ALGUNOS DESAFÍOS DE LA SENSIBILIAD DEL HOMBRE POST-MODERNO 161 1 – El miedo y la religión. 161 2 – El vértigo frente a las definiciones. 166 3 – La alegría de creer. 173 4 – Conclusión: la esperanza de la fe. 181 CAPÍTULO VIII - LA FE Y LA ECOLOGÍA 188 1 – La obra del Creador y la casa de los hombres 189 2 – Ecología y “Economía” 196 3 – Pantocrátor versus panteísmo. 200 4 – Conclusión: la Fe en los “cielos nuevos y tierra nueva” 207 CONCLUSIÓN DE LA II PARTE 214 REFLEXIONES FINALES 216 1 – La virtud de la fe 216 2 – Fundamento divino y humano 219 3 – Frente a una nueva era, una fe renovada 222 4 – Razón de la esperanza, y fundamento para la vida 229 CONCLUSIÓN GENERAL 236 BIBLIOGRAFIA 244 “Ut vitam habeant, et abundantius habeant” V INTRODUCCIÓN La finalidad de mi estudio es poner de manifiesto algunos aspectos de la riquísima doctrina espiritual contenida en Catecismo de la Iglesia Católica,1 y más concretamente aquellos referidos a la fe como virtud teologal cuyo inicio, crecimiento y consumación realiza de modo determinante (aunque no definitivo) la existencia del cristiano. La referencia a la fe como virtud teologal fundamental quiere situarla en su natural contexto relacional con la Esperanza y la Caridad, para que sea haga más evidente que si la caridad es plenitud, la fe es fundamento, con toda la fuerza y el sentido del concepto. Así, el presente aporte procederá de modo tal que no aísle el rico contexto vital y teológico de la virtud en cuestión. Convencido de que la riqueza bíblica del tratamiento que se da a la fe en el Catecismo es más que suficiente, mi trabajo intenta poner de manifiesto también este aspecto, en una época donde no pocas veces el primado de un cierto psicologismo tiende a desplazar este supuesto básico imprescindible de toda seria reflexión teológica. Partiendo de la célebre y lapidaria afirmación de la carta a los Hebreos, citada al menos dos veces por el Catecismo,2 que es clara y contundente: “Sin la fe es imposible agradar a Dios” (Hb. 11,6). Si durante la modernidad la tentación permanente fue la de despreciar la fe desde la razón, cuando no de destruirla al racionalizarla pura y simplemente, el hombre post-moderno corre el riesgo de volverla puramente sentimental, sin consistencia ni contenido, un puro afecto vago y ciego. Frente a estos extremos, me propongo demostrar cómo la proposición de la fe que surge de la presentación del Catecismo de la Iglesia Católica es no sólo teológicamente equilibrada, sino que desde la perspectiva antropológica no deja fuera ninguna dimensión auténticamente Nota: me referiré al Catecismo de la Iglesia Católica como “CCE” (Cathechismus Catholicae Ecclesiae), pero respetando en las citas otras abreviaturas también utilizadas por diversos autores para el mismo (CEC, CIC, Catic, CAT, CCC [Catechismo Chiesa Cattolica] Catec, etc.). Otra aclaración importante: esta tesis está redactada con el estilo y las expresiones del español que se utiliza en la República Argentina, de la cual soy hijo. Si en algún paso el discurso puede parecer menos castizo, recuerdo la importancia de comprenderlo desde este específico marco cultural de referencia. 2 Cfr. Nros. 161 y 848. Ambas referencias del CCE a esta cita comprometen en toda su densidad la fuerza de esta verdad. 1 2 humana, ninguna aspiración religiosa de las que se elevan desde lo profundo del corazón humano de todos los tiempos. Y cómo desde la fe se puede encontrar la respuesta más equilibrada incluso frente a desafíos específicos emergentes en nuestro tiempo (Vg. la ecología). Específicamente, el presente trabajo analiza contextualmente la presentación de la fe católica que surge del Catecismo, pero sin limitarse sólo al primer bloque (que sería el más específico), sino recorriendo de punta a punta el mismo, para permitir que las constantes afloren con más evidencia. Es por eso que en la primera parte de la tesis tomo el esquema mismo del Catecismo (las cuatro grandes partes del mismo), abordado desde la perspectiva de la fe, con insoslayables subrayados y matices propios (que constituyen incluso esquemáticamente parte de mi humilde aporte); esta primer parte, que llamo sistemática, queda conformada por cuatro capítulos: I - La profesión de la fe II - La celebración de la fe III - La vida de fe IV - La fe orante En la segunda parte desarrollo temas transversales que hacen evidente que la “más fundamental” de las virtudes lo es tal no sólo a la hora de cimentar el andamiaje conceptual de la teología (y aquí concretamente del Catecismo), sino - y sobre todo! - a la hora de hace vida la fe en la cotidiana existencia creyente. En esta segunda parte es posible percibir una ulterior subdivisión (que de todos modos no hago esquemáticamente explícita): los dos primeros capítulos recogen ciertas “constantes” en la vida de fe del hombre de todos los tiempos: V - La fe como escucha (con toda la riqueza bíblica del concepto). VI - La fe como conversión (en un sentido no restrictivo, no sólo moral) Los últimos dos capítulos han sido escogidos conjugando algunos de los muchos aportes significativos del Catecismo con algunos rasgos del hombre postmoderno sobre los cuales creo que es preciso apuntar en el espíritu de la Nueva Evangelización: VII - La fe y algunos desafíos de la sensibilidad del hombre postmoderno (miedos, condicionamientos y fragmentaciones, y principio de unidad interior, de esperanza y alegría) VIII - La fe y la ecología (una ecología desde la fe). 3 La importancia en sí del tema elegido no necesita ulteriores aclaraciones, pues la fe es mucho más que un “tema” en la vida del creyente y en la vida de la Iglesia: incluso suponer y afirmar que se trata de una dimensión transversal, visceral en la existencia cristiana, es demasiado poco: la fe es un constituyente elemental, básico, fundamental (con toda la fuerza de la palabra) de la identidad y del obrar del cristiano, hasta tal punto que sin la presencia de la fe la vida cristiana sencillamente no existe. No es casualidad que en nuestro modo de hablar vida cristiana y vida de fe sean prácticamente convertibles. A lo largo de mis años de ministerio sacerdotal, escuchando y atendiendo al Pueblo Santo de Dios, cada día ha crecido en mí la convicción de que el “tema” de la fe, el “problema” de la fe, las “cuestiones” de fe y todo lo que se desarrolla y gira en torno a la misma es tan profundamente comprometedor en la vida del ser humano que en buena medida (quizás en la mayor medida) todo, desde lo más cotidiano y trivial hasta lo más trascendente y solemne queda profundamente transido por este don de lo alto y la respuesta que genera en el corazón humano. Destaco este carácter de don de la fe, porque el tema es la fe cristiana, y no está de más recalcarlo, en tiempos de fe “privatizada”, o manufacturada “a imagen y semejanza”... de sí mismo. Fe cristiana que jamás puede ser desgajada - cuando se lo hace, se la destruye en su dinámica específica - de las otras virtudes teologales: la esperanza, que brota como un torrente casi incontenible a partir de la fe, y de la caridad, que le da su forma plena. Subrayando el aspecto de le fe como don no pretendo sobrevolar o infravalorar la dimensión humana que es de algún modo propedéutica del mismo. En este sentido, mi trabajo seguirá a pie juntillas el planteo mismo del CCE, que parte desde un horizonte amplio, en el cual también se considera la fe en un sentido más lato, como predisposición humana más que como don sobrenatural. Porque este nivel preambular es importante, es esencial en la historia del hombre como ser creyente, y el Catecismo lo asume desde el inicio mismo: “EL HOMBRE ES CAPAZ DE DIOS”.3 Todavía más aún: esta capacidad divina del hombre no queda definida sólo como una firme posibilidad, o como una opción importante y enriquecedora: “Sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar”.4 Sentencia que es claro eco del texto de Gaudium et Capítulo I de la primera parte del CCE. Justifico el sentido amplio del concepto “fe” basándome precisamente en el uso que el Catecismo hace del mismo. Cfr. el punto 2 del capítulo I del presente trabajo. 4 CCE, N° 27. 3 4 Spes que el CCE añade inmediatamente: “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador”.5 El Catecismo permanentemente procede de tal modo que las tres virtudes teologales aparecen siempre en la inseparable dinámica que las caracteriza. Quizás uno de los párrafos más significativos que se pueda aquí traer a colación sea el que se encuentra en los Nros. 2087-2094: el primer mandamiento (sobre el cual se escucha demasiado poco en las confesiones!!...) aparece directamente presentado en primer lugar como un ejercicio de fe, esperanza y caridad. Durante mi trabajo volveré una y otra vez a situar la fe en este rico contexto vital. De todos modos, queda en claro que la proposición de la fe que hace el CCE tiene en cuenta el estilo, la sensibilidad y la idiosincrasia del hombre contemporáneo: no se trata - ni remotamente - de una propuesta fundamentalista, en la que un cuerpo doctrinal es propuesto como un puro y simple “depósito” que debe ser a ultranza mantenido “intacto”;6 se trata más bien del esplendor de la Verdad cuya luz se ofrece a todos: lo que se busca es “mostrar serenamente la fuerza y la belleza de la doctrina de la Fe”,7 dice Juan Pablo II refiriéndose al Concilio para presentar el Catecismo casi como un ulterior documento del mismo, y ciertamente en el mismo espíritu.8 5 N° 19, citado en CCE, N° 27. Para que se comprenda exactamente la idea que quiero subrayar, cito al mismo CCE: “No creemos en las fórmulas, sino en las realidades que éstas expresan y que la fe nos permite ‘tocar’. ‘El acto (de fe) del creyente no se detiene en el enunciado, sino en la realidad (enunciada)’. Sin embargo, nos acercamos a estas realidades con la ayuda de las formulaciones de la fe. Estas permiten expresar y transmitir la fe, celebrarla en comunidad, asimilarla y vivir de ella cada vez más” (N° 170). 7 Cfr. Constitución Apostólica “Fidei Depositum”, para la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, escrito en orden a la aplicación del Concilio Ecuménico Vaticano II (11/X/1992), N° 1 (Introducción). 8 “Si el subtítulo ya señalado pone de manifiesto significativamente la finalidad del Catecismo desde el principio, la última frase de la Constitución (aquella en la que se menciona el lugar y fecha de la publicación) no es menos significativa: ‘Dado el 11 de octubre de 1992, trigésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y año decimocuarto de mi pontificado’. Se ha elegido evidentemente, una fecha emblemática, dotada de cierta elocuencia propia: en cierto modo parece sugerir que a los treinta años de inaugurar el Concilio este Catecismo contribuye a cerrarlo” [...] “El Catecismo respira en esa atmósfera, ha nacido precisamente para llevar a la práctica la profundización de los católicos en las enseñanzas conciliares, para facilitar una más perfecta adhesión a ellas”. 6 5 Además, el mismo CCE nos ayuda a superar una cierta comprensión “estática” de las virtudes infusas, según la cual las mismas, una vez infundidas en el Bautismo, se poseen casi como quien posee una piedra en su bolsillo, inmutable e inmarcesible, y que “adornará” la vida cristiana de modo más o menos conveniente, según las convicciones o circunstancias. La fe es parte fundamental de un dinamismo viviente que es la vida espiritual del bautizado, y que puede atravesar tantas vicisitudes cuantas tiene la vida. No en vano ya en el prólogo del CCE, se titula a la tercera parte del mismo “La vida de fe”, y a la cuarta: “La oración en la vida de fe”.9 Más aún: la fe es definida como el comienzo de la vida eterna.10 No hay, por lo tanto, “esquizofrenias” entre la teología y la pastoral: en buena medida, todo el ministerio del sacerdote puede ser definido como acción de suscitar, alimentar, sostener y ayudar a la madurez y plenitud de la fe de sus hermanos.11 Cuando teología y santidad van juntas como debe ser (lo contrario es una desnaturalización que falsea a ambas) se produce una mutua verificación que garantiza y sirve a ambas. Las fuentes bibliograficas elegidas dan atención preferencial a los trabajos realizados sobre el tema de la fe luego del Concilio Vaticano II, y particularmente la surgida en el entorno y al calor del Catecismo. El alcance en este sentido es, a fuerza de específico, limitado. Sin ignorar la literatura precedente (mucha de la cual preparó la reflexión teológica del Concilio), me he apoyado decididamente sobre aquella que inaugura un nuevo estilo teológico. Concretamente, el Catecismo mismo constituye la fuente principal de este trabajo, fuente cuya historia y pre-historia, cuya estructura e infraestructura puede conocerse muy bien por diversos motivos: el momento histórico en el cual fue gestado, la iniciativa colegiada que motivó su aparición (concretamente el Sínodo extraordinario con motivo del XX ARANDA ANTONIO, El Catecismo de la Iglesia Católica: algunas claves de lectura teológica, en Scripta Theológica 25 (1993), p. 420. 9 Cfr. Nros. 16 y 17. 10 Cfr. N° 163. 11 Este sagrado deber se hace todavía más acuciante al constatar que “Muchedumbres cada vez más numerosas se alejan prácticamente de la religión. La negación de Dios o de la religión no constituye, como en épocas pasadas, un hecho insólito e individual; hoy día, en efecto, se presenta no rara vez como exigencia del progreso científico y de un cierto humanismo nuevo. En muchas regiones esa negación se encuentra expresada no sólo en niveles filosóficos, sino que inspira ampliamente la literatura, el arte, la interpretación de las ciencias humanas y de la historia y la misma legislación civil. Es lo que explica la perturbación de muchos” (GS 7). 6 aniversario de la clausura del Concilio), el itinerario y espíritu de la preparación del texto, las nueve versiones previas a la promulgación y las correcciones posteriores, además de las múltiples intervenciones del Magisterio en relación al mismo, y los ricos y variados comentarios de quienes de uno u otro modo han participado en su elaboración, a los cuales he privilegio de modo evidente en la elección de la bibliografía. Este marco señala al mismo tiempo los límites de mi campo de búsqueda y trabajo. Obviamente, todas las citaciones que hago del CCE se refieren a la versión definitiva (con las correcciones de 1997), pero teniendo especialmente en cuenta la primera edición de 1992, pues una y otra evidencian un particular punto de llegada, y las diferencias entre ambas de algún modo reflejan el espíritu con que fueron recibidas estas enseñanzas, y algunas vicisitudes del momento histórico concreto. La metodología de trabajo (que pretende ser parte de mi aporte) consiste en realizar una “lectura inteligente y vital” del Catecismo, que trata de espigar, con el mayor cuidado y la mayor fidelidad posible, la rica presentación ofrecida en el mismo, de la cual emerge con fuerza la fe como la virtud teologal fundamental, entendiendo este concepto en el modo más completo y vital posible: no se trata de una fe abstracta, desencarnada, meramente conceptual, ilustrativa o escolástica: es la fe profesada en la liturgia: “Ésta es nuestra fe, le fe de la Iglesia, la que nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús nuestro Señor”; es la fe de los mártires de todos los tiempos, la fe que engendra, nutre y sostiene la oración. Los estudios y comentarios al CCE abundan, pues se trata de una obra lo suficientemente reciente como para justificar un relativo interés sostenido en relación a la misma. Sin embargo, no he encontrado nada que aborde el tema desde mi específica perspectiva. Con mi aporte, muy lejos de agotar el tema, intento esbozar una línea de reflexión que pueda ser ulteriormente profundizada. Resulta a esta altura claro que mi perspectiva es teológico-pastoral, y que intento aportar y volcar aquí todos los años de ministerio pastoral en los que, en diversos niveles y de distintos modos, me he inspirado en el Catecismo para exponer y trasmitir la fe de la Iglesia, y debo decir que siempre - por gracia de Dios - con óptimo resultado.12 12 Desde la aparición misma del Catecismo de la Iglesia Católica decidí tomarlo como fuente inmediata y fundamental, cuando no directamente como libro de texto, en los diversos niveles magisteriales en los que me he desempeñado: seminarios de teología, catequesis, pasando obviamente por las homilías, y cursos diversos, hasta incluso el nivel universitario de la facultad de humanidades. Cito aquí con particular afecto la Facultad “Teresa de Ávila” de Paraná, dependiente de la Universidad Católica Argentina, y 7 Hay quienes, desde un fundamentalismo cerrado, pretenden que el Concilio Vaticano II no realiza aportes significativos a la teología por tratarse de un Concilio eminentemente “pastoral”... La humilde contribución del presente trabajo quiere avanzar, en la línea del Concilio, en una teología imbuida de la vida misma de la Iglesia, es decir, una teología económica, o si se prefiere, una teología como historia de la salvación. Creo que es precisamente por eso que en el CCE se encuentran tantas citas de los santos de todos los tiempos (aunque privilegiando a los santos Padres), y pasajes de sus vidas que muestran un fe profundamente encarnada en sus existencias, y cuyas enseñanzas quedan refrendadas por su testimonio. Es un camino de reflexión que debe ser siempre enriquecido, pues la mejor teología de la Iglesia no se encuentra en sus libros, sino en su vida. concretamente la cátedra “Teología Moral III”, de las carreras de Psicología y Psicopedagogía, de las que tuve la alegría de ser titular. La III parte del Catecismo tomada como texto de base, que luego en las clases era leído, comentado y discutido daba lugar a debates, diálogos e intercambios cuya riqueza nos hacía crecer a todos: alumnos y profesor. 8 CAPÍTULO PRELIMINAR El Catecismo de la Iglesia Católica: acerca de su estructura, y consideraciones generales introductorias. Que el CCE contenga cuatro bloques, dedicados a la fe, la celebración de la fe, la vida de fe y la oración en la vida de la fe no es, desde el punto de vista de la organización temática, una novedad absoluta. Ya el Catecismo de San Pío V presentaba esta modalidad. Juan Pablo II explica el porqué, pero dejando además en claro que un catecismo nunca es una mera repetición de lo ya dicho, o un catálogo actualizado con nuevos pecados, (según se escuchó decir en algunos mass media los días de la presentación del CCE); en cierto sentido un catecismo es siempre antiguo y siempre nuevo (o mejor aún: lo de siempre, siempre nuevo), al ser mediación de una fe que no cambia profesada desde el corazón de un hombre situado en un mundo de permanente cambio: “Un catecismo debe presentar fiel y orgánicamente la enseñanza de la Sagrada Escritura, de la Tradición viva en la Iglesia y del Magisterio auténtico, así como la herencia espiritual de los Padres, de los santos y santas de la Iglesia, para permitir conocer mejor el misterio cristiano y reavivar la fe del Pueblo de Dios. Debe tener en cuenta las explicitaciones de la doctrina que el Espíritu Santo ha sugerido a la Iglesia a lo largo de los siglos. Es preciso también que ayude a iluminar con la luz de la fe las situaciones nuevas y los problemas que en el pasado aún no se habían planteado. El Catecismo, por tanto, contiene cosas nuevas y cosas antiguas (Cfr. Mt 13,52), pues la fe es siempre la misma y fuente siempre de luces nuevas. Para responder a esta doble exigencia, el ‘Catecismo de la Iglesia Católica’, por una parte, recoge el orden ‘antiguo’, tradicional, y seguido ya por el Catecismo de San Pío V, dividiendo el contenido en cuatro partes: el Credo; la Sagrada Liturgia, con los sacramentos en primer plano; el obrar cristiano, expuesto a partir de los mandamientos, y, finalmente, la oración cristiana. Pero, al mismo tiempo, el contenido es expresado con frecuencia de una forma ‘nueva’, con el fin de responder a los interrogantes de nuestra época”.1 1 ARANDA ANTONIO, El Catecismo de la Iglesia Católica: algunas claves de lectura teológica, en Scripta Theológica 25 (1993), p. 420. 9 Clonación, fecundación in vitro, armas bacteriológicas y químicas, desarrollo ecológicamente sustentable, alimentos transgénicos... Conceptos insospechados hasta hace relativamente poco tiempo, y que hoy ocupan y preocupan al corazón del hombre contemporáneo... y que reclaman una respuesta desde la mirada más totalizante que puede surgir del creyente: precisamente la de la fe. Hay, además, algo muy importante, sobre lo cual quizás no se reflexiona lo suficiente: me refiero a algo que incluso podría considerarse una traición al espíritu de las enseñanzas del Señor en el Evangelio, y que consiste concretamente en anteponer la actitud moral del hombre a la invitación-iniciativa divina de la fe, y a la fiesta que la misma provoca... Para hacer más gráfico este error: es como si desplazásemos el tercer bloque del Catecismo al primer lugar, antes (y - obviamente - como condición previa) del primer bloque, referido a la fe, y antes también del segundo, referido a la liturgia... Es muy posible que el pelagianismo, además de una herejía fuerte y peligrosa en algún momento de la historia de la Iglesia, constituya algo así como una tentación permanente en el mundo de la fe; una tentación que a veces se pone armadura, y otras se viste de seda, tratando de encontrar cauce. Hay incluso expresiones inocentes y bienintencionadas, que no pocas veces se constituyen en corolarios catequísticos de esta especie de “pelagianismo moral”, como un eco de esta concepción: cuando se le dice a un niño “Pórtate bien, y entonces Dios te va a querer”, en lugar de “El Señor te ama siempre, y te invita a una respuesta semejante”; cuando el examen de conciencia y la confesión de los pecados no comienzan por el I mandamiento, sino por algún otro; cuando el signo distintivo de nuestras comunidades creyentes no es la acogida cordial sino los requisitos excluyentes, podemos estar seguros de que quizás insensible pero inequívocamente nos hemos trasladado a un ámbito “moral-religioso” (posiblemente más moral que religioso) que ciertamente no es el que brota de las enseñanzas de Jesucristo y que la Iglesia en su Magisterio (concretamente y sin ir más lejos en el Catecismo) quiere reflejar. Si para un lector menos atento el orden de los bloques del Catecismo no llama particularmente la atención, el creyente descubre ya allí, en el esquema mismo, la admirable jerarquía de verdades, tan fuerte e importante en el cristianismo como débil e inconsistente en la mentalidad “light” de nuestro tiempo. Cito al respecto dos textos significativos del CCE: “Los vínculos mutuos y la coherencia de los dogmas pueden ser hallados en el conjunto de la Revelación del Misterio de Cristo (Cfr. Cc. Vaticano I: DS 3016: ‘nexus mysteriorum’; LG 25). 10 ‘Existe un orden o `jerarquía' de las verdades de la doctrina católica, puesto que es diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana’ (UR 11)”.2 “El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la ‘jerarquía de las verdades de fe’ (DCG 43). ‘Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos’ (DCG 47)”.3 En esta admirable jerarquía de verdades queda ya en claro en la estructura misma del CCE que la vida moral (que sugestivamente es titulada en el CCE “Vida en Cristo”), no es causa, sino exactamente lo contrario: consecuencia de la fe, una llamada e invitación a la coherencia vital con la misma. El desconocimiento o la subestimación de este orden es el que no pocas veces presenta a la moral cristiana como una utopía, impracticable cuando no incomprensiblemente ridícula y obsoleta. Por el contrario, en la lógica de la inteligencia iluminada por la fe, y de la fe que busca la inteligencia, a la jerarquía de verdades corresponde una jerarquía de valores, que ayuda a ordenar incluso nuestra oración. Una jerarquía que ayuda a comprender cómo la fe, lejos de ser un indefinido sentimiento subjetivo o una abstracta proyección mental es un supuesto básico que ilumina de modo concreto y práctico la vida del hombre: “Toda institución se inspira, al menos implícitamente, en una visión del hombre y de su destino, de la que saca sus referencias de juicio, su jerarquía de valores, su línea de conducta. La mayoría de las sociedades han configurado sus instituciones conforme a una cierta preeminencia del hombre sobre las cosas. Sólo la religión divinamente revelada ha reconocido claramente en Dios, Creador y Redentor, el origen y el destino del hombre. La Iglesia invita a las autoridades civiles a juzgar y decidir a la luz de la Verdad sobre Dios y sobre el hombre”.4 2 CCE, N° 90. CCE, N°. 228. 4 CCE, N° 2244. Otro textos significativos del CCE que hacen referencia al tema: * “La sociedad es indispensable para la realización de la vocación humana. Para alcanzar este objetivo es preciso que sea respetada la justa jerarquía de los valores que subordina las dimensiones ‘materiales e instintivas’ del ser del hombre ‘a las interiores y espirituales’ (CA 36)” (N° 1886). 3 11 Jerarquía... Casi una mala palabra para nuestro tiempo. Sin embargo, no se puede no tener una, y el sólo hecho de rechazarla ya establece la posibilidad de una, irracional y sin fundamentos, igual que rechazar un orden en la vida política equivale a provocar la anarquía o la tiranía. La jerarquización de los temas tiene intrínseca relación con la organicidad de los mismos. Del mismo modo que en una buena catequesis el método y el contenido son distinguibles pero no separables, la disposición de la materia en cuestión permite ya entrever la importancia de la misma. “De aquí la importancia que, en la elaboración del CEC, se ha atribuido al plan (CEC 13), a la distribución de la materia (Ibíd. 3) es decir, a la división, en partes, de la totalidad doctrinal que se expone. Desde el punto de vista de la lógica interna del todo, tiene sin duda esa importancia que se le asigna. Las partes no son simplemente ‘trozos’, ‘fragmentos’, sino miembros. Además de indicar una diferenciación, una división, se refieren a una totalidad, como unidad. Las partes comparten un todo y se comparten entre sí. Tienen relaciones entre sí y con el conjunto. Por eso no se puede leer una de ellas abstrayendo de las restantes, sino en conexión con ellas. Además de estar partidas, las partes están articuladas. Sus articulaciones permiten pasar de una a otra, de modo que constituyen un movimiento interior al todo, una lógica interna que lo recorre. Reflejan una estructura; dan lugar a un organismo. Nuevamente, el concepto de totalidad no solamente cuantitativa, sino orgánica. En un catecismo, no se trata de un amontonamiento * “El ejercicio de la autoridad ha de manifestar una justa jerarquía de valores con el fin de facilitar el ejercicio de la libertad y de la responsabilidad de todos. Los superiores deben ejercer la justicia distributiva con sabiduría teniendo en cuenta las necesidades y la contribución de cada uno y atendiendo a la concordia y la paz. Deben velar porque las normas y disposiciones que establezcan no induzcan a tentación oponiendo el interés personal al de la comunidad (cf CA 25)” (N° 2236). * “La Iglesia ha rechazado las ideologías totalitarias y ateas asociadas en los tiempos modernos al ‘comunismo’ o ‘socialismo’. Por otra parte, ha reprobado en la práctica del ‘capitalismo’ el individualismo y la primacía absoluta de la ley de mercado sobre el trabajo humano (cf CA 10, 13.44). La regulación de la economía únicamente por la planificación centralizada pervierte en la base los vínculos sociales; su regulación únicamente por la ley de mercado quebranta la justicia social, porque ‘existen numerosas necesidades humanas que no tienen salida en el mercado’ (CA 34). Es preciso promover una regulación razonable del mercado y de las iniciativas económicas, según una justa jerarquía de valores y atendiendo al bien común” (N° 2425). * “La petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús (cf Mt 6, 10. 33; Lc 11, 2. 13). Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida” (N° 2632). 12 de verdades, simplemente de dar una lista de las mismas. ‘Un catecismo debe presentar fiel y orgánicamente las enseñanza de la Sagrada Escritura...’ (CEC 3)”.5 La constatación de algunas cifras confirman el papel estelar de la fe en la “infraestructura” del CCE: “La extensión dada a las partes expresa la importancia de su articulación: la primera y la segunda cubren el 62% del texto, casi los dos tercios, mientras que la tercera y la cuarta apenas el 38%. Hay aquí una semejanza con el Catecismo Romano (CR), en el que las dos primeras partes suman 59% y las dos segundas 41%. En ese Catecismo la parte sacramental fue destacada: en vez de ser ubicada dentro del Símbolo, bajo el artículo de la Communio sanctorum, formó una parte propia, las más desarrollada, tomando un 37% frente al 21% del Credo. Esto tuvo dos razones: defender la doctrina sacramental ante la Reforma protestante y evita que el comentario al Símbolo fuera excesivo. Lamentablemente aquel plan de Trento no se respetó en la modernidad, salvo en el Catecismo del III Concilio de Lima, obra que debe mucho a Santo Toribio de Mogrovejo, y a José de Acosta, sj. La mayoría de los catecismos, especialmente los más usados de Astete y Ripalda, siguieron la secuencia Credo-mandamientos-sacramentos, acentuando el moralismo en la catequesis cristiana. En cambio el CEC retoma el orden del CR pero dándole la prioridad al Credo, que funda las restantes partes, e invirtiendo la proporción tridentina concede 39% a la profesión, 23% a la celebración (624 párrafos), 27% a la moral y 11% a la oración”.6 Finalmente: he comenzado mi tesis afirmando que la fe nunca es para el creyente un “tema”, sino una dimensión transversal, una categoría estable y permanente de su vida. Pero en realidad es justo y necesario reconocer aún más: la fe, por presencia o por ausencia, por la certeza vital que implica o la aporía existencial que plantea, emerge desde lo más 5 GERA LUCIO, Finalidad, estructura y recepción del Catecismo, en Comentario al Catecismo de la Iglesia Católica (Profesores de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina), Paulinas, Buenos Aires, 1996, pp. 42-43. 6 GALLI CARLOS MARÍA, La celebración del misterio cristiano. Teología y pastoral sacramental a la luz del Nuevo Catecismo, en Comentario al Catecismo de la Iglesia Católica (Profesores de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina), Paulinas, Buenos Aires, 1996, pp. 282-283. 13 profundo del corazón del homo religiosus,7 aunque luego pueda ser negada, ignorada, aplastada o “científicamente” descalificada.8 A este respecto, quisiera llamar la atención sobre dos períodos de la historia en los que, de modo diverso (casi opuesto) se hace evidente esta actualidad permanente de los planteos sobre la Fe: la modernidad y la postmodernidad. En la modernidad se concreta con toda su virulencia el divorcio entre la ciencia y la fe, ejecutado en nombre de la ciencia, pero sin poder deshacerse del todo de la fe: los racionalistas, los empiristas, los idealistas, y sus compañeros de época no reniegan totalmente de la fe, pero no llegan a encontrar el puesto para la misma. El iluminismo, el positivismo, el marxismo intentan estrangular un “instinto” creyente del cual terminan siendo víctimas. Contra todas las previsiones que aventuraban un hombre del tercer milenio que habría superado definitivamente la pueril y oscura etapa de la fe para abrirse definitivamente al primado absoluto de la diosa razón, el hombre post- moderno se encuentra no pocas veces sin la razón y con la necesidad imperiosa de creer, que tantas veces florece en un sentimiento creyente sin fibra, sin fuerza ni consistencia, “light”, que deja en el alma del creyente un sabor a apetito insatisfecho y a búsqueda aún ni siquiera iniciada. La increíble proliferación de tantas formas diversas de superstición, magia, adivinación, hechicería (cuando no directamente el satanismo) y la predicación con relativo suceso de tantas sectas cuyos discursos no resisten ni a la más elemental lógica y sentido común testimonian una efervescencia que brota del hombre, ser religioso, aunque inadecuadamente asumida y canalizada.9 Es, por contraprueba, la constatación lapidaria del CCE: “El hombre es por naturaleza y por vocación un ser religioso. Viniendo de Dios y yendo hacia Dios, el hombre no vive una vida plenamente humana si no vive libremente su vínculo con Dios”. 10 La irrupción de Dios en la historia humana la ha transformado en historia de salvación. Y la capacidad que el hombre tiene de Dios ha quedado directamente interpelada por esta Revelación. El “Hoy” de los 7 Cfr. CCE, N° 28. Ibídem, N° 29. 9 Es sugestivo constatar que así como la auténtica fe, además de divinizar al hombre lo humaniza, haciendo resplandecer sus mejores potencialidades humanas, las expresiones “patológicas” de la fe lo deshumanizan, lo vuelven irracional e inhumano. Sobre este particular, me parece inmejorable el exhaustivo análisis que hace el Catecismo al tratar el primer mandamiento (Cfr. Nros. 2083-2141), y al proponer las perversiones por exceso y por defecto de la virtud de la religión, pues allí se hace patente su conexión con le fe y por ende su relación directa con el mandamiento del cual derivan todos los otros. 10 N° 44. 8 14 tiempos del Señor resuena e interpela en todos los tiempos a todos los hombres: “Dios, que ‘habita una luz inaccesible’ (1 Tm 6,16), quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados por Él, para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos. Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas”.11 Queda claro, para quien quiera ser sincero con su propia conciencia y con Dios que, en el sentido aquí expuesto, la fe no es una variable de la existencia humana, sino un dinamismo fundamental de la misma. O, en otras palabras: no se puede elegir tener o no tener fe, sino en quién o en qué tenerla... Los hechos nos demuestran que no pocas veces quien no cree en Dios y a Dios, termina creyendo en todo y a todo, cuando no - por efecto contrario de sobresaturación - negando todo y a todos, y con el corazón sumido en un hambre infinita de verdad y de bien. 11 Ibídem, N° 52. 15 I PARTE TEOLOGÍA SISTEMÁTICA INTRODUCCIÓN Llamo Teología sistemática a esta primera parte porque en el desarrollo de la misma expondré, siguiendo el orden de las cuatro partes del Catecismo, la realidad de la fe como común denominador y categoría transversal de las mismas, procurando poner de manifiesto de qué modos la misma se evidencia permanentemente como supuesto básico y referencia insoslayable en la trama completa del CCE. Este modo de proceder no es antojadizo ni subjetivista: de hecho, el Catecismo - todo catecismo que se precie - no es otra cosa que una exposición-presentación de fe destinada a subsidiar la misión catequística de la Iglesia (es importante no confundir el catecismo con la catequesis)1, misión en la cual se juega y resplandece de modo particular su maternidad, llamada a engendrar y nutrir la vida de fe. Esta primera parte permitirá además apreciar la perijoresis existente entre las diversas partes del CCE, y en particular cómo la fe está presente en todos ellos como fundamento de lo que se celebra, vive y ora. La presentación de la fe del CCE no es solo predicatio, sino también confessio: es fe anunciada y profesada. Con la sobriedad que caracteriza el trabajo académico de una tesis, procuro que esta riqueza de matices no pase desapercibida, de modo que no sólo por el contenido, sino por el orden y la jerarquización, el corazón de quien busca el Rostro del Señor descubra la admirable sinfonía de la fe, de cuya belleza ya la creación misma es un presagio... En palabras de San Agustín, citadas en el Catecismo: "Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar, interroga a la belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga a la belleza del cielo... interroga a todas estas realidades. Todas te responden: Ve, nosotras somos bellas. Su belleza es una profesión (‘confessio’). Estas bellezas sujetas a cambio, ¿quién las ha hecho sino la Suma Belleza (‘Pulcher’), no sujeta a cambio?".2 1 Es una confusión frecuente. Desde el punto de vista catequético, una verdadera joya magisterial de nuestro tiempo es el Directorio Catequístico General (de la Congregación para el Clero), piedra miliar en la misión del catequista, que es por vocación alguien llamado a nutrir y ayudar a crecer la fe de sus hermanos. Es decir, alguien cuya identidad y misión se definen fundamentalmente de cara a la fe. 2 N° 32. 16 CAPÍTULO I LA PROFESIÓN DE LA FE En este capítulo quiero poner de manifiesto la importancia fundamental de la fe no sólo en lo que se refiere a la primera parte del Catecismo, sino como hilo conductor indispensable y protagónico de la vida espiritual del creyente, que compromete toda la vida cristiana y que florece en celebración, vida nueva y oración. Para lo cual me detengo a considerar la riqueza y la fuerza de matices que emergen del concepto de fe que presenta el CCE. Asimismo, introduzco el tema de la íntima conexión que presentan entre sí las partes del CCE, y especialmente la articulación de la fe con cada uno de ellos. Finalmente, presento algunas conclusiones precisamente del análisis de la temática precedente. que surgen 1 – La Fe, hilo conductor de todo el Catecismo, y columna vertebral del I bloque. Podría parecer innecesario por evidente detenerse a considerar y afirmar el papel estelar de la fe y de las virtudes teologales en general en un catecismo, y concretamente en este Catecismo del Vaticano II. Sin embargo, la historia demuestra que pudo no haber sido así. Hoy hablamos con toda naturalidad de la vida espiritual como vida de fe, y estas expresiones son utilizadas como sinónimos. No obstante, es justo destacar que en este aspecto el CCE, en plena continuidad y coherencia conciliar, ha retomado un hilo que, si no se había perdido en la exposición dogmática de la teología, ciertamente había perdido fuerza a la hora de iluminar la espiritualidad. Y esta separación ha perjudicado a ambas: volvió a la fe abstracta, y a la espiritualidad menos consistente: “En el ámbito de la espiritualidad y de la mística no ha sido relevante el papel asignado explícitamente a las virtudes teologales como conjunto. Excepción llamativa es San Juan de la Cruz, que con cuatro siglos de anticipación ha hecho de la fe, el amor y la esperanza los ejes de la vida cristiana y espiritual desde su primera germinación hasta su máximo desarrollo en todas sus posibles formas de santidad. Su doctrina sobre las virtudes teologales es la aportación más valiosa que el doctor místico ha hecho a la teología 17 espiritual; superior incluso a su doctrina sobre la noche oscura. Creación original y meritoria, por haber sido hecha en un siglo que organizaba la vida espiritual en torno a la oración, las virtudes morales, y los dones del Espíritu Santo”.1 Estos “cuatro siglos de anticipación” se refieren evidentemente al Concilio. En el texto conciliar, ya la cantidad de veces que se hace mención de las virtudes es sugestiva: la palabra fe aparece 286 veces, la palabra esperanza 64, y la palabra caridad 243. Algunas de las citas son verdaderamente señeras en cuanto al peso e importancia que la fe adquiere en la vida cristiana. Baste sólo traer aquí a colación el capítulo 12 de Lumen Gentium, en el cual el “sentido de la fe” es explícitamente afirmado como infalible en la Iglesia discente, y equiparado prácticamente a lo que en el orden natural es el “sentido común”: “El pueblo santo de Dios participa también del don profético de Cristo, difundiendo su vivo testimonio, sobre todo por la vida de fe y de caridad, ofreciendo a Dios el sacrificio de la alabanza, el fruto de los labios que bendicen su nombre (Cfr. Heb. 13,15). La universalidad de los fieles que tiene la unción del Santo (Cfr. 1 Jn. 2,20-17) no puede fallar en su creencia, y ejerce ésta su peculiar propiedad mediante el sentimiento sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando "desde el Obispo hasta los últimos fieles seglares" manifiestan el asentimiento universal en las cosas de fe y de costumbres. Con ese sentido de la fe que el Espíritu Santo mueve y sostiene, el Pueblo de Dios, bajo la dirección del magisterio, al que sigue fidelísimamente, recibe no ya la palabra de los hombres, sino la verdadera palabra de Dios (Cfr. 1 Tes. 2,13), se adhiere indefectiblemente a la fe dada de una vez para siempre a los santos (Cfr. Jud. 3), penetra profundamente con rectitud de juicio y la aplica más íntegramente en la vida”. En el Catecismo no sólo encontramos citas muy abundantes de las virtudes teologales, (la palabra fe aparece 767 veces, esperanza 133 y caridad 200), sino que todo él está transido de ese “sentido de fe” que enseña el Concilio, y que da al conjunto una continuidad admirable, desde la primera a la cuarta parte, y que hace que la cuarta parte no sea un “apéndice piadoso”, sino la fe puesta en oración. Más aún: el Catecismo se detiene a considerar (y lo hace sólo con la virtud de la fe, debido a ese carácter fundamental que inspira el presente trabajo), la “infraestructura” de la fe, los “supuestos antropológicos”: 1 RUIZ SALVADOR FEDERICO, Caminos del Espíritu. Compendio de Teología Espiritual (quinta edición), Editorial de Espiritualidad, Madrid, 1998, pp. 76-77. 18 “El CEC en la primera parte: La profesión d la fe, primera sección ‘Creo’ ‘Creemos’ (26-184) incorpora respecto a la introducción del Catecismo Romano, la novedad de presentar los supuestos antropológicos del acto de fe, que forman parte del tratado de Teología Fundamental o Catequética Fundamental. Es tarea de la Teología ‘manifestar de una manera válida para creyentes y no creyentes cómo el misterio de Cristo, presente en la Iglesia, no solo ilumina sino actualiza y completa la existencia humana, superándola en su relación perfectiva y salvífica con Dios’”.2 La fe es cuidadosamente presentada como una realidad teándrica. De tal modo que su plenitud implica la plenitud del hombre-cristiano, del mismo modo que su carencia no sólo condiciona la dimensión trascendente de la persona, sino incluso su humanidad en un sentido más elemental... Lo cual equivale de hecho a decir que no hay autentica humanidad cuando no hay apertura a la trascendencia. En definitiva, el Catecismo expone una fe que se hace profesiónconfesión, que se vuelve alabanza exultante en la liturgia, que determina un estilo de vida y florece permanentemente en la oración filial. Este modo “fundamentado” de exponer la virtud fundamental es además una respuesta al tiempo histórico concreto en el que crece y desarrolla la fe a la cual sirve el CCE: “En el CEC, la Iglesia vuelve a presentar los ‘preámbulos’ de la fe en la exposición catequística porque percibe, con nuevo dramatismo, que la ‘ruptura entre el Evangelio y la cultura es sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo, como lo fue también en otras épocas’ (Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 20). Esta ruptura clama por un nuevo diálogo entre la Iglesia y el mundo, que constituye para Pablo VI un ‘tormento apostólico’ (Pablo VI, Ecclesiam Suam, 9). Las causas de este ‘tormento apostólico’ se podrían ver reflejadas en el análisis que J. Guitton hace de la tarea evangelizadora de hoy. ‘Ya no se trata de anunciar una noticia a los que la ignoran; se trata de proponer esta noticia a gentes que nos dirán que ya es antigua y que ha sido rechazada. Ya no se podrá creer por costumbre; habrá que creer por convicción. Y la misión no será conquistar un mundo ignorante, sino persuadir a un pueblo que no cree’”.3 2 MACCARONE JUAN CARLOS, La profesión de la fe, en Comentario al Catecismo de la Iglesia Católica (Profesores de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina), Paulinas, Buenos Aires, 1996, pp. 55-56. 3 Ibídem, pp. 56-57. La cita de Guitton: GUITTON JEAN, Silencio sobre lo esencial, EDICEP, México, 1988, p. 91. 19 Por otra parte, y como no podía ser de otro modo, la fe profesada por los cristianos es absolutamente personal, tanto subjetiva como objetivamente hablando. Es decir, la fe es, desde el punto de vista del sujeto creyente, un acto que compromete íntima y profundamente su inteligencia, voluntad y libertad.4 Y al mismo tiempo, el objeto último de la fe no son nociones o ideas, sino Personas: “[El misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo] es el misterio central y la enseñanza más fundamental en la jerarquía de verdades de la fe (DCG 43), porque es la luz que las ilumina (234), de tal modo que esas verdades son dignas de ser reveladas (revelabilia) por su conexión con este misterio o, dicho de otro modo: ‘su valor revelado depende de su unión y proximidad respecto de él. Por esta razón la fe trinitaria no sólo organiza los tres capítulos de la profesión de fe del Catecismo, sino que, además, fundamenta e inspira otras partes del mismo”.5 Sobre éste último particular volveré con más detalle en el punto 2 del capítulo II del presente trabajo. 2 – Fe: concepto emergente del Catecismo. He expresado anteriormente6 que el Catecismo utiliza el concepto fe generosamente, con una cierta polivalencia de sentidos semejantes pero que al mismo tiempo presentan matices diversos. No me detengo aquí a analizarlos uno por uno, pero tampoco quiero pasar este hecho por alto: “Por lo que se refiere al cristianismo, el CCC ya desde el principio impone a la atención un sentido particular de la palabra fe: el de las formulaciones verbales en las cuales la experiencia viva de fe se concretiza. En este sentido, el Catecismo mismo es presentado como ‘fe de la Iglesia’. Es un aspecto sobre el cual no se puede sobrevolar”.7 4 Cfr. CCE, Nros. 154 a 160. FERRARA RICARDO ANTONIO, La fe en Dios Padre Creador, en Comentario al Catecismo de la Iglesia Católica (Profesores de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina), Paulinas, Buenos Aires (1996), p. 97. 6 Cfr. p. 4. 7 MAFFEI GIUSEPPE, La fede nel CCC, en Salesianum, 56 (1994), p. 455. Hacia el final de este interesante estudio, constata el autor que “también en el ámbito cristiano ‘fe’ tiene todo un abanico de acepciones diferentes: es el acto con el cual el hombre acoge a Dios, son los contenidos de verdad que él acepta, es la doctrina que la Iglesia propone, son las formulaciones verbales que se dan a la doctrina, es la actitud interior que encuentra expresión en la liturgia y en los sacramentos, en las opciones morales y en la oración dirigida al Padre. El Catecismo sabe, además, que una cosa es presentar la fe desde el punto 5 20 Es que la realidad misma de la fe suele ser tan rica y exuberante que no hacerse cargo de toda esa intrincada y misteriosa realidad podría ser simplificarla en el sentido negativo de la palabra. Por eso el CCE, en lógica coherencia con el espíritu de la jerarquía de las verdades, hace aquí una priorización al momento de intentar definir la fe. Una priorización que ayude a ordenar las ideas sin perder nada de la riqueza vital allí donde una abstracción mal planteada puede dar una pista menos correcta que condicione inconvenientemente lo que viene después (¡como de hecho históricamente ha ocurrido!).8 “La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado. En cuanto adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que él ha revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana. Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que él dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura (Cfr. Jr 17,5-6; Sal 40,5; 146,3-4)”.9 Adhesión personal, en primer lugar, como una decisión que compromete íntegra y profundamente a la persona; asentimiento libre, como una opción que pone en juego las facultades más eminentes del ser humano... Observa al respecto Maffei: “La distinción entre adhesión y asentimiento es evidente y es irrefutable la relación que queda establecida entre ellas. Aún si, en realidad, el Catecismo da la impresión de componer en sí, en relación a esto, dos sensibilidades diversas: cuando asume el acto de fe como tema específico del discurso - como en la exposición que sigue - se expresa en la huella de la tradición escolástica, y de vista magisterial y otra educar en la fe en la acción catequística concreta; y conoce tanto la fe que sin la caridad está muerta, como la fe de quien vive plenamente de Dios. Naturalmente, hay una jerarquía entre estos diversos significados. El interés inmediato del CCC es el de las formulaciones doctrinales: es el texto mismo del Catecismo, de acuerdo a FD y Presentación. Pero tal interés es instrumental: más allá de la doctrina y las fórmulas, se mira a reforzar, en el espacio y en el tiempo, la comunión en la fe: está en juego la identidad y la autenticidad de la Iglesia. Sin embargo, también esta finalidad es subordinada: el objeto último de todo es que el hombre concretamente crea en Dios, a través de Jesucristo, y se salve. Observada en profundidad, la jerarquización puede sugerir un movimiento trinitario: del Verbo inscrito en la carne... al Espíritu de comunión... hasta el Padre de la vida” (p. 474). 8 Sobre este particular me detengo en la conclusión del cap. IV: “Vida de oración y vida de fe”. 9 CCE, N° 150. 21 pone el acento en el aspecto noético (el asentimiento); cuando en cambio habla de la fe a propósito de otras temáticas el acento recae sobre la relación interpersonal (la adhesión)”.10 Creo que esta conceptualización rica y compleja de la fe da perfectamente cuenta de la esencia de la cosa, por un lado, pero sin perder de vista que los avatares de la historia humana permanentemente imponen subrayados y matices que no pueden ser obviados. Para decirlo más concretamente: el hombre es un ser inteligente y libre. Pero ciertamente no es sólo eso: su sensibilidad, su subjetividad, su intrincada psicología y una interioridad siempre misteriosa conforman también su identidad, y no solo su haber. Cuando sólo se toma en consideración una de estas dimensiones complementarias de su ser, su humanidad queda falseada, y la virtud de la fe queda proporcionalmente desdibujada.11 En la modernidad, alardeando de “madurez intelectual” e “iluminación”, el hombre creyó que estaba cerca el día en el cual su inteligencia podría dar cuenta de todo y de todos. La fe y sus misterios serían para siempre confinados en la oscura cámara de las fábulas, mitos y leyendas, que a su vez serían reciclados como utilería para el imaginario infantil, para el inconsistente e inocuo campo de los sentimientos, la poesía, y las expresiones artísticas de una religiosidad trasnochada y decadente. Cristaliza aquí la mentira infinita que afirma que razón y fe son incompatibles, y que hay que optar por una u otra. Y por ende, la defensa de la fe se hace especialmente afirmando su total compatibilidad con la razón,12 en un clima que siempre incluye fuertes dosis de apologética, y el riesgo de una cierta intelectualización desencarnada. En la post-modernidad (¿revancha, o consecuencia lógica?), el hombre decepcionado de su inteligencia, de pensamiento débil y consistencia “light”, apuesta todos sus recursos interiores al campo de la afectividad y el sentimiento, la subjetividad y un relativismo gnoseológico que en la práctica implica no pocas veces la negación de la verdad. 13 La fe “La falta de evidencia intelectual no es ausencia de racionalidad”. MAFFEI GIUSEPPE, a.c., pp. 461- 462. 11 Creo que es sintomático que la fe, virtud infusa, realidad sobrenatural, pueda quedar condicionada por un modo equivocado de ejercitarla. ¿No es acaso una consecuencia más de la ley de la Encarnación, que preside toda la historia de la Salvación?... 12 MAFFEI GIUSEPPE, a.c., p. 463. 13 Oportunas las afirmaciones del CCE a este respecto, tanto por el contexto (I mandamiento), como por el contenido: 10 22 puede terminar siendo un vago sentimiento, subjetivo y privado, no mas consistente ni cualitativamente diversa de cualquier otra “sensación”. Providencialmente, el CCE ve la luz en un tiempo que cabalga entre estos dos momentos diversos de la historia. Y logra formular la fe de modo tal que, al mismo tiempo que se responde a la pregunta como tal, no pierde de vista las características concretas del hombre que hace la pregunta. Aunque parezca explícitamente que: elemental decirlo así, hay que afirmar Profesar la fe nunca implica dejar de lado la inteligencia. Fe e inteligencia no están reñidas: se buscan mutuamente.14 Se rinde cuentas de todo el rico aspecto afectivo-psicológico, frente a una sensibilidad que preconiza casi unilateralmente el “sentimiento” de fe. Pero no se lo afirma como exclusivo. En este sentido, el CCE no sólo reformula una presentación de la fe que resulta estupenda, sino que recupera una dimensión preciosa que no había estado ausente en las mejores expresiones de la teología y del Magisterio: “El Catecismo Romano, al plantear la necesidad de creer, decía que sin ella el hombre no podía alcanzar la verdadera sabiduría ni los medios ciertos para conseguir su felicidad (introducción, sección primera). Si se puede reemplazar ‘felicidad’ por ‘sentido’, “El agnosticismo reviste varias formas. En ciertos casos, el agnóstico se resiste a negar a Dios; al contrario, postula la existencia de un ser trascendente que no podría revelarse y del que nadie podría decir nada. En otros casos, el agnóstico no se pronuncia sobre la existencia de Dios, declarando que es imposible probarla e incluso afirmarla o negarla” (N° 2127). “El agnosticismo puede a veces contener una cierta búsqueda de Dios, pero puede igualmente representar un indiferentismo, una huida ante la cuestión última de la existencia, y una pereza de la conciencia moral. El agnosticismo equivale con mucha frecuencia a un ateísmo práctico” (N° 2128). 14 “‘La fe trata de comprender’, afirma incluso el CCC con palabras de San Anselmo (Prosl., proem). Y agrega ‘es característico de la fe que el creyente desee conocer mejor a Aquel en el cual ha puesto su fe, y comprender mejor lo que él ha revelado’ (N º 158). Se notará cómo el dinamismo cognoscitivo compromete, aquí, a ambos aspectos de la fe: el relacional y el noético. Sin embargo el conocimiento no tiene como fin la superación de la fe. De hecho - se advierte - ‘un conocimiento más penetrante reclamará a su vez una fe más grande, siempre más ardiente de amor’ (ivi). Y no es sólo la razón la que, en la fe, trata de comprender. Es la fe misma - dice el CCC - la que, en su misma ámbito, es fecunda de conocimiento: ‘La gracia de la fe abre ‘los ojos de la mente’ (Ef. 1,18) para una inteligencia viva de los contenidos de la Revelación, es decir... de la íntima conexión que los une entre sí y con Cristo’ (ivi). Más aún: ‘el mismo Espíritu Santo perfecciona continuamente la fe por medio de sus dones’ (ivi, citando DV 5)”. MAFFEI GIUSEPPE, a.c., p. 464. 23 reemplazo que creemos legítimo, vemos que el texto del CEC recupera aspectos fundamentales de fe. Creer no es sólo ‘creerle a Dios’ (credere Deo) como objetivo formal del acto de fe, que apoya su asentimiento en la autoridad de Dios, verdad primera, ni tampoco es solamente ‘creer lo revelado por Dios’ (credere Deum), es decir, la aceptación del contenido de la revelación, los dogmas; sino que creer es esa tendencia a Dios (credere in Deum), que el texto final del CEC recoge como un aspecto que no puede ser olvidado, y en el que está la afirmación del sentido mismo de la vida en el acto creyente. Credere in Deum que, según la explicación de Santo Tomás, es la ‘verdad primera que se refiere a la voluntad en cuanto tiene razón de fin’ (Suma Teológica, II-II, q. 2, c.).15 Quizás sea justo decir que adhesión y asentimiento sean, en el corazón del hombre, notas y pasos de la sinfonía de la fe, aunque haya que hacer aquí una analogía respecto al uso con el cual normalmente se habla de la misma. Una analogía que me parece vale la pena aplicar: la fe es sinfónica también en cuanto virtud teologal del creyente, que al “apropiarse” (en el mejor sentido de la palabra) de la Verdad, entra en su dinámica, refleja su lógica, revive en sí la complejidad rica de su pluriforme armonía. “Sinfonía es acuerdo, donde cada instrumento o elemento, manteniendo sus características particulares, se funde en una totalidad de plenitud armoniosa. La fe cristiana por su naturaleza no puede no ser concebida en este modo, porque no puede ser separada de la Revelación de Dios, la cual manifestándose gradualmente al hombre con hechos y palabras íntimamente conexas entre sí, alcanza su plenitud armónica en aquella única, perfecta y definitiva Palabra del Padre: Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre (DV 2; CCE 53). La Revelación divina es, para usar la misma imagen musical, la primera, fundamental y estupenda ‘sinfonía’: ‘Con su Revelación Dios está ejecutando una sinfonía, de la cual no es posible decir qué es más majestuoso: si la inspiración unitaria de la composición, o bien la orquesta polifónica de la creación, que Él 15 MACCARONE JUAN CARLOS, a.c., p. 64. Allí mismo, el autor afirma que “La exposición de la ‘doctrina de la fe’ tiene que estar toda impregnada en su trasmisión catequística por la preocupación por la integridad del acto de fe en todas sus dimensiones. El hombre debe comprender que en ese acto se juega su destino. Como señalaba Pablo VI, la evangelización debe provocar una ‘adhesión del corazón, adhesión al reino, es decir, al nuevo mundo, al nuevo estado de cosas, a la nueva manera de ser, de vivir, de vivir juntos... adhesión que no puede quedarse en algo abstracto y descarnado’ (Ev. Nunt., 23)”. 24 se ha preparado para tal objeto. Antes de que la Palabra de Dios se hiciese hombre, la orquesta cencerreaba sin un proyecto preciso [...]. Por fin, llegó el Hijo de Dios, el ‘heredero de todo’, por el cual había sido querida incluso toda la orquesta. Mientras bajo su dirección se ejecuta la sinfonía de Dios, se revela también el significado de su pluralidad’. El Catecismo de la Iglesia Católica se coloca en el cuadro de esta armonía pluriforme de la Revelación y de la fe, según dos niveles: el nivel de texto en su globalidad; el nivel de la exposición de los contenidos doctrinales”.16 El núcleo, la clave fundamental de esta sinfonía, el objeto que cualifica definitivamente al acto de fe del cristiano no está constituido por un cúmulo de verdades, sino por el Misterio divino, “sinfónico” de las Tres Personas de la Santísima Trinidad. Un Dios Trino que la fe expresada en el CCE presenta no como estática meta de las búsquedas religiosas del hombre, sino todo lo contrario: le fe de los cristianos es fe-regalo de Dios que busca mucho, muchísimo antes de ser Él mismo buscado: “El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la ‘jerarquía de las verdades de fe’ (DCG 43). ‘Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos’”.17 3 – Fe y celebración, Fe y vida en Cristo, Fe y oración. Así planteada la fe, recuperando su identidad más genuina, y sin dejar fuera nada de su dinámica totalmente abarcativa de la existencia cristiana, es más fácil comprender cómo y porqué las partes en que se articula la exposición de la fe en el CCE no son bloques yuxtapuestos ni retazos más o menos bien cocidos de una doctrina religiosa compleja y caprichosa, sino aspectos de un todo orgánico, en el cual las partes se reclaman y sostienen mutuamente. Por eso mismo, no captar la organicidad vital de este todo, es correr el riesgo de mantener la unidad sólo de modo SEPE CRESCENZIO, La “sinfonia” della fede. Il Catechismo della Chiesa Cattolica e le sue finalità, en Vita e Pensiero 76 (1993), p. 243. 17 CCE, N° 234. 16 25 accidental, o directamente tentar un desmembramiento que históricamente ha sido funesto. “Los cuatro componentes constituyen las dimensiones fundamentales de la existencia cristiana: lo que el cristiano debe creer (el Símbolo), esperar (el Padrenuestro), amar (el Decálogo), y en qué espacio vital debe cumplir todo esto (los sacramentos y la Iglesia). En la catequesis no se siguió siempre esta estructura. Sin embargo, no se advirtió que así se ponía en discusión la transmisión de la fe como estructura fundamental originada de la visión de conjunto de la fe misma. La consecuencia ha sido no sólo la de exponer con cierto arbitrio sus contenidos, sino también la de no ver el todo significativo al cual los mismos estaban íntimamente unidos. La estructura cuatripartita del nuevo Catecismo nos trasmite a los que trabajamos en la evangelización, el mensaje de este todo significativo de la fe, que se encuentra (con-siste) en Dios como causa y fin de todas las cosas y sobre todo del hombre. Es la dimensión teocéntrica que evidencia el primado de Dios (profesión de fe y sacramentos) sobre el obrar del hombre (vida moral y oración). Lo que hará el hombre será siempre respuesta a la obra de Dios; más aún, la respuesta misma no es posible ni comprensible fuera de los dones y la llamada de Dios”.18 Cuando de alguna manera la íntima unidad que hay entra le fe, la celebración, la moral y la oración queda menoscabada o soslayada, no sólo se resiente la armonía del conjunto en cuanto tal, sino que se opaca (cuando no directamente sea falsea) la identidad de cada una de las partes. Concretamente, y en cuanto a la virtud que nos ocupa: una fe que de algún modo no está viva, ya no es fe; igual que un el cuerpo de un muerto ya no es un cuerpo, sino un cadáver. Viva y operante por la esperanza y la caridad, de las que es teológicamente inseparable. Así como el Concilio Vaticano II, más que aportar novedades, renovó profundamente la vida de la Iglesia, recuperando muchas veces lo SEPE CRESCENZIO, a.c. , p. 248-249. Un poco más adelante, el autor subraya que “sin la doctrina sobre la fe y los sacramentos, los preceptos del Decálogo parecen superiores a las posibilidades humanas. Considerarlos con el soporte de la fe y los sacramentos es motivo de fe y de fuerza. En esta óptica del primado de la gracia, el Decálogo no se transforma en un cúmulo de prohibiciones y un elenco de pecados, sino en la respuesta responsable del hombre y del cristiano para obtener la verdadera felicidad. Respuesta que no es posible sino en la comunión y en la responsabilidad delante de Dios”. 18 26 que había quedado opacado u olvidado en su pureza original, así también el Catecismo del Concilio, al presentar la fe de este modo, no hace sino volver a las fuentes, allí donde descubre siempre su identidad fundacional primigenia: la fe en los Padres y para los Padres no era sólo una cuestión de ortodoxia académica, sino (literalmente) una cuestión de vida o muerte, toda vez que entonces ser cristiano y estar condenado a muerte eran no pocas veces la misma cosa. “En la más antigua tradición patrística, expresada en el propio Símbolo de la fe, se establece una neta diferencia entre el ‘credo in (unum) Deum’, creo en un solo Dios, y el ‘credo Ecclesiam’, creo que existe una Iglesia, y no sólo en el sentido ya aludido de distinguir a Dios de sus obras. la misma expresión ‘credo in unum Deum’, aún gramaticalmente, expresa en la lengua latina ‘movimiento’. En castellano habría que traducirla como creo ‘hacia’ Dios y esto pone de manifiesto que la fe, en realidad, antes de ser una ‘aceptación de verdades’ es un ‘ir hacia Dios’ en un movimiento por el cual la persona expresa su total ‘amor’ y ‘confianza’. la fe es un tender, un dirigirse hacia Dios, movidos por el deseo ardiente de la comunión con él. Por ello mismo la fe resulta inseparable de la ‘caridad’ y de la ‘esperanza’, es un ‘ir hacia Dios amando’, todavía en la oscuridad, pero con la certeza de que alcanzaremos los bienes que esperamos (Cfr. Hb. 11,1). Los cristianos tenemos, a veces, una visión distorsionada de la fe y la reducimos a una ‘creencia’, esto es, a la ‘aceptación de verdades reveladas’. La fe incluye, sin duda, la creencia, pero también la desborda. Quien cree no sólo acepta una ‘doctrina’, ‘sigue a una Persona’, a Dios, a quien ama y en quien confía plenamente”.19 La fe, fundamento, raíz, fuente de toda la vida teologal, sostiene toda la vida espiritual del cristiano, y específicamente su capacidad celebrativa, su vida moral y su oración. Si la fe verdaderamente ilumina toda su existencia, si puede desplegar todas sus virtualidades y dinamismos, entonces los cimientos y la estructura que permite un crecimiento continuado en la vida en el Espíritu están asegurados. Para lo cual es indispensable que la fe sea cuidadosamente alimentada y estimulada en sus raíces mismas, bajo el riesgo de condicionar no sólo su fuerza misma, sino todo lo que después depende de ella. A este respecto, me parece interesante la observación que hace Carlos Galli, analizando uno de los datos aportados como fruto de la “Consulta al Pueblo de Dios”, realizada en Argentina: 19 ZECCA ALFREDO, Creo en el Espíritu Santo. La exposición eclesiológica y escatológica del Símbolo, en Comentario al Catecismo de la Iglesia Católica (Profesores de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina), Paulinas, Buenos Aires, 1996, p. 223. 27 “Este deseo profundo de nuestro pueblo [de que se favorezca una experiencia religiosa auténtica e integral del Dios viviente en la fe, la oración y sobre todo en la liturgia] se advierte en un sugestivo contrapunto entre las respuestas a dos preguntas de la Consulta al Pueblo de Dios {Conferencia Ep. Argentina, Consulta al Pueblo de Dios. Informe Nacional, Oficina del Libro, Buenos Aires, 1990, 51, 67, 127}. Si se reconocen que las grandes ayudas para creer son los sacramentos, la Palabra de Dios y la vida de fe en familia, llama la atención que las principales dificultades para participar de la Eucaristía sean, junto a la poca perseverancia personal, las homilías alejadas de la vida real, superficiales y poco preparadas, y las celebraciones poco festivas y participadas. Diciendo que lo que ayuda en teoría no ayuda muchas veces en la práctica la gente reclama una Iglesia que celebre y predique mejor”.20 4 – Conclusiones La primera, elemental y evidente conclusión que quisiera destacar es el hecho de que el CCE presenta la fe de modo tal que no quepan dudas acerca del primado absoluto de la gracia de Dios, que marca un estilo definitivo en la historia de la Creación, la Redención y la Santificación. Esta constatación se hace no de cara a un eventual brote de pelagianismo, sino contemplando, con mirada límpida y absorta de estupor la constante reiteración de un leit motiv de la economía salvífica: “Dios nos amó primero” (I Jn. 4,19), prioridad que hace referencia no sólo al orden temporal de los sucesos, sino a la esencia misma del amor divino... Por eso, la fe no es sólo una respuesta (en el sentido intelectual de la palabra): responde a algo mucho más intenso que a una simple pregunta: responde a una búsqueda que hace Dios del corazón del hombre, responde a una llamada, a una invitación, responde al Amor.21 Si la fe es adhesión y asentimiento, queda afirmado claramente que a la iniciativa la tiene Otro. Y que el hombre, puesto ante Dios, no es un eterno “segundón”, sino el objeto de su gracia y de su amor, el que tiene el 20 GALLI CARLOS MARÍA, La celebración del misterio cristiano. Teología y pastoral sacramental a la luz del Nuevo Catecismo, en Comentario al Catecismo de la Iglesia Católica (Profesores de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina), Paulinas, Buenos Aires, 1996, p. 320. 21 “Para el cristiano, lo primero es la fe de escucha, creer en el amor del que es objeto, y descubrir los planes y obras de Dios que actúa en la historia. En un segundo tiempo, colaborar y organizarse en consonancia” (RUIZ SALVADOR FEDERICO, o.c., p.82). 28 primado del amor que se recibe. El Padre es el Primero que ama, y el hombre es, en el Hijo y como hijo, el primer amado por el Amor en Persona.22 Una segunda conclusión: la vida espiritual no es otra cosa que la vida de fe, y viceversa. También aquí hay que poner las cosas en su justo lugar: vida espiritual no se refiere en primer lugar al discurrir del alma humana, sino a la presencia y a la obra del Espíritu de Dios, fruto eminente del cual es precisamente la fe, “sin la cual es imposible agradar a Dios” (Hb 11,6). Cuando la fe y la vida espiritual se disocian, el hombre se autoconfina en un laberinto sin salida (que fácilmente se convierte en trampa mortal), en el cual la fe se vuelve abstracta y desencarnada, y la vida espiritual deambula por un espectro amplio y variado, que va desde expresiones tan serias y discutibles como las técnicas orientales de relajación y dominio de sí y los métodos de control mental, hasta las peores degradaciones del ánimo religioso, denunciadas por el CCE mismo nada menos que a propósito de los pecados contra el primer mandamiento.23 22 En nuestros días, este primado de la acción de Dios, de su amor, de su gracia y concretamente de la iniciativa respecto al acto de la fe puede quedar ensombrecido por algunas “tentaciones”: un cierto divorcio entre una “teología teocéntrica” y una “pastoral antropocéntrica”; una negación no formal, pero sí “existencial-vital” de la presencia eficaz del Señor en el corazón del hombre; un cierto desprecio, hecho de indiferencia (y muchas veces una pizca de nostalgia reprimida) en lugar de la respuesta de fe, porque se ha dado preferencia a las propias ideas (ecos de modernidad) o a los propios sentimientos (ecos de posmodernidad). Estas tentaciones pueden presentarse incluso diluidas en algunas opciones personales e incluso eclesiales. Pienso en algunos modos de encarar la Catequesis que resienten fuertemente de estas tentaciones, y menciono específicamente dos: la reticencia con la que no pocas veces se aborda el tema de la administración de los sacramentos a las personas con discapacidades, como si la acción de la gracia dependiese prevalentemente de la conciencia que el hombre tiene de dicha acción, más que de la acción misma; Una cierta instrumentalización pastoral del sacramento de la Conformación, que supone que quien confirma es el hombre, y no Dios, y que revela no poca falta de creatividad e iniciativa pastoral a la hora de plantear la perseverancia de los jóvenes en el seno de la Iglesia. La estructura bipartita del CCE (Fe y Sacramentos en primer lugar, es decir, lo que Dios hace por el hombre, y moral y oración en segundo lugar, o sea lo que el hombre hace por Dios) confirman claramente este primado de Dios que, clave en la fe, se repite como una constante en todas sus obras, como su estilo propio. 23 El CCE presenta, a partir del N° 2110 los dos grandes vicios contra la religión: la superstición (perversión por exceso) y la irreligión (por defecto), haciendo una interesante lectura del modo adecuado de entender la idolatría, en la que se menciona incluso la idolatría del Estado, que tantos males causó en el siglo XX. Y observa: “La vida humana se unifica en la adoración del Dios Único. El mandamiento de adorar al único Señor da unidad al hombre y lo salva de una dispersión infinita. La idolatría es una perversión del sentido 29 Una tercera conclusión, podría formularse así: lo que el sentido común es en el orden de la naturaleza, el sentido de fe es en el orden de la gracia. El sentido común, que podríamos llamar también sensatez, se refiere a la capacidad juzgar y obrar razonablemente, prudentemente... El sentido de la fe abre a la persona al sentido de Dios, de sus cosas, de las “realidades que no se ven” (Hb 11,1), pero que están, y determinan nada menos que la realización, la felicidad total y definitiva de su existencia en el tiempo y en la eternidad. Otra conclusión importante: la fe de los cristianos es un acto absolutamente personal, tanto subjetiva como objetivamente, es decir: el sujeto creyente es la persona, que compromete en el acto de fe todo su ser: creer en Dios tiene como consecuencia lógica amarlo “con todo el corazón, con toda el alma, y con todas las fuerzas” (Dt 6,5). Ya el Pueblo de la Antigua Alianza comprendía claramente que la profesión de fe y la profesión de amor se pueden distinguir, pero no separar. En el Nuevo Testamento, esa inseparabilidad queda consumada por el mismísimo Jesucristo (Cfr. Mt 7,21). Pero además, el objeto de la fe se refiere directa e inmediatamente a Personas. La esencia del cristianismo, como demuestra admirablemente Romano Guardini24 en el libro que lleva este título, es Jesucristo, y por Él (y sólo por Él), la Santísima Trinidad. religioso innato en el hombre. El idólatra es el que ‘aplica a cualquier cosa en lugar de Dios su indestructible noción de Dios’ (Orígenes, Contra Celsum, 2,40)” (N° 2114). Parece exhaustivo y oportuno el elenco de hijos e hijas de la superstición: “Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone ‘desvelan’ el porvenir (Cfr. Dt 18,10; Jr 29,8). La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a ‘mediums’ encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de conciliarse los poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios. Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar las potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo -aunque sea para procurar la salud-, son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables aún cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro o recurren a la intervención de los demonios. El llevar amuletos es también reprensible. El espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legitima ni la invocación de las potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo” (N° 2116 - 2117). 24 “El cristianismo no es, en último término, ni una doctrina de la verdad ni una interpretación de la vida. Es esto también, pero nada de ello constituye su esencia nuclear. Su esencia está constituida por Jesús de Nazaret, por su existencia, su obra y su destino concretos, es decir por su personalidad histórica” GUARDINI ROMANO, La esencia del cristianismo, Guadarrama, Madrid, 1959, p. 19. 30 La objetividad de la fe merece además una ulterior consideración: la fe está hecha de una escucha obediente que reclama una objetiva toma de posición. No cabe, no sirve hacerse un Dios a medida, una religión a medida, una fe a medida. Esta tentación postmoderna es una trampa, y una trágica mentira: “Muchos, hoy, creen conocer a Jesucristo, como creen conocer el cristianismo. Pero ignoran la experiencia cristiana auténtica, sin la cual los elementos más bellos de la fe, no correspondiendo a una realidad vivida, aparecen como vacíos, privados de sentido. A quien no ha experimentado la fuerza del Espíritu que libra del pecado y de la muerte, las normas morales se presentan como una imposición insoportable. Y el discurso cristiano queda privado de significado. Por eso, el hombre de hoy necesita una experiencia renovada del estupor de la vida cristiana consistente sobre todo en el amor a Dios y al prójimo. Y eso es posible sólo cuando uno se encuentra realmente con Jesucristo. Es ésta la propuesta fundamental frente a la falta de fe hoy”.25 La fe es un conocimiento, sí, pero en el sentido bíblico de la palabra. Y un conocimiento que es además precedido por una experiencia de ser-conocido que da la clave de la propia existencia y la transfigura totalmente: “‘En Cristo, la religión ya no es un buscar a tientas (Cfr. Hch 17,27), sino una respuesta de fe a Dios que se revela, respuesta en la que el hombre habla a Dios como su creador y Padre; respuesta hecha posible por aquel Hombre único, que es la mismo tiempo Verbo consustancial al Padre, en quien Dios habla a cada hombre y cada hombre es capacitado para responder a Dios. Más todavía, en este Hombre responde a Dios la creación entera’ (Juan Pablo II, T.M.A., 6), expresión que parece desarrollar lo planteado en el N° 26 del CEC, en cuanto que en la fe encuentra el hombre el sentido de su existencia”.26 Una quinta conclusión: la virtud teologal de la fe tiene una fuerte carga intelectivo-volitiva; pero es una realidad vital que compromete toda la realidad, toda la existencia de la persona.27 No se cree con una acción que compromete a la persona sólo “del cuello para arriba”, sino con un acto 25 POUPARD PAUL, Dalla non credenza alla fede nella cultura attuale, en Aquinas 41 (1998), p. 430. 26 MACCARONE JUAN CARLOS, a.c., p. 67. 27 “La fe es una adhesión personal del hombre entero a Dios que se revela. Comprende una adhesión de la inteligencia y de la voluntad a la Revelación que Dios ha hecho de sí mismo mediante sus obras y sus palabras”. CCE, Nº 176. 31 que compromete también a la sensibilidad, la afectividad, la psicología, e incluso el inconsciente...28 En este sentido, el CCE se sitúa en la línea bíblica del uso del concepto corazón, que aparece más de mil veces en la Escritura,29 y 334 veces en el CCE. “Corazón” como manifestación de la intimidad más profunda de la persona, que no es sólo su sensibilidad, pero que tampoco la excluye.30 La fe aparece nuevamente con una fuerza cuya virtud fundamental se refiere incluso a los cimientos de la propia condición humana. He aquí un modo claro, definido y equilibrado de hacer evidente el papel que juegan tanto la inteligencia cuanto la sensibilidad en el acto de fe. Comprometiendo a ambas, pero sin quedar atrapada por ninguna de ellas. Los Nros. 153-165, al precisar las características de la fe, destierran cualquier eventual resto de fideísmo, al mismo tiempo que queda puesta en evidencia la insuficiencia de la sola capacidad racional o las vías de introspección sicológica para contemplar el Rostro del Dios Vivo y Verdadero. Una sexta conclusión: la fe tiene una “lógica interna”, la analogía fidei, que la hace no un cúmulo inacabable e incomprensible de dogmas y doctrinas, sino una sinfonía maravillosa, en la que cada fragmento de la partitura tiene un lugar, una razón, un significado. Se rescata y subraya la dimensión volitiva, al mismo tiempo que la concretez, la actualidad vital, la incisiva ingerencia que juega la fe en la vida “La fe es una orientación de la totalidad de nuestra existencia; es una opción fundamental que se extiende a todos los ámbitos de nuestra existencia y que además sólo se alcanza si es portadora de todas las fuerzas de esa existencia nuestra. La fe no es un acontecimiento meramente intelectual, ni meramente voluntario, ni meramente emocional, sino todo ello en conjunto; es una acto del yo en su totalidad, de la entera persona en su unidad abarcante. En este sentido, en la Biblia se le designa como un acto del ‘corazón’ (Rm. 10,9)”. RATZINGER JOSEPH, Evangelio, catequesis, Catecismo, Edicep, Valencia, 1996, pp. 2021. 29 Cfr. CCE, N° 2562. 30 “El corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito (según la expresión semítica o bíblica: donde yo ‘me adentro’). Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza”. Ibídem, Nº 2563. 28 32 del creyente, determinando un estilo de vida para este mundo, y para el venidero, pues la fe es el comienzo de la vida eterna.31 Finalmente, y a propósito de esta irrupción de lo eterno en lo temporal: la fe es capaz de hablar con elocuencia divina, allí donde la voz humana no tiene mejor alternativa que el silencio. A este respecto, hay dos párrafos, conexos entre sí, que me parecen una obra maestra de la exposición de la fe, y que cito y comento a continuación, a modo de conclusión del presente capítulo: “La fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal. Ahora bien, Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más misteriosa en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo, por los cuales ha vencido el mal. Así, Cristo crucificado es ‘poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres’ (1 Co 2, 24-25). En la Resurrección y en la exaltación de Cristo es donde el Padre ‘desplegó el vigor de su fuerza’ y manifestó ‘la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes’ (Ef 1,19-22)”.32 Frente a una concepción comúnmente difundida, que hace de la fe una especie de “seguro contra todo riesgo”, y en la cual la psicología humana se derrumba cuando llega el momento de la prueba, el CCE sitúa al creyente en la actitud justa: el mal y el sufrimiento son un desafío, una prueba, no la derrota de la fe... Es importante comprender bien aquí como los desafíos tienen frente a la fe una misión providencial, para evitar caer en simplismos que reducen las posibilidades de la misma y le quitan realismo. Creo que cabe aquí un paralelismo con el campo moral: la tentación, que tantas veces es pura y simplemente identificada con el pecado mismo, no sólo no es tal cosa, sino que además constituye (cuando es rechazada) la posibilidad de una adhesión más firme a la voluntad de Dios, y por ende un crecimiento en la incondicionalidad (¡y en la gracia!) respecto al Señor. En otras palabras: la tentación no es sólo motivo de pecado: también puede ser “motivo de gracia”... La vida de los santos, y especialmente el martirologio, es pródigo en ejemplos...33 31 Cfr. Nros. 163 - 165. CCE, N° 272, que tiene como sugestivo título: “El misterio de la aparente impotencia de Dios”. 33 Me parece también revelador el hecho de que Nuestro Señor nos haya enseñado no a pedir que no haya tentaciones, sino que no caigamos en ellas. La página del CCE que 32 33 “Sólo la fe puede adherir a las vías misteriosas de la omnipotencia de Dios. Esta fe se gloría de sus debilidades con el fin de atraer sobre sí el poder de Cristo (Cfr. 2 Co 12,9; Flp 4,13). De esta fe, la Virgen María es el modelo supremo: ella creyó que ‘nada es imposible para Dios’ (Lc 1,37) y pudo proclamar las grandezas del Señor: ‘el Poderoso ha hecho en mi favor maravillas, Santo es su nombre’ (Lc1,49)”.34 Sólo la fe... No es la fe la que pone límites a la inteligencia. No es cierto que el que cree no piensa, según el decir de E. Hemingway. Sí es cierto que la fe puede desplegar sus alas y volar por esas vías misteriosas que permanecen inaccesibles a la sola razón, y que abren horizontes infinitos, insospechados al corazón humano, que al no conocer ni consentir límites en su permanente búsqueda y deseo, naturalmente se inclina a recorrer el camino que le abre la fe. Todo es posible para quien cree, no por vana presunción del espíritu humano, sino todo lo contrario: la fe afianza al creyente en la sólida convicción de que no hay nada imposible para Dios (Cfr. Lc 1,37): “‘Nada es, pues, más propio para afianzar nuestra Fe y nuestra Esperanza que la convicción profundamente arraigada en nuestras almas de que nada es imposible para Dios. Porque todo lo que (el Credo) propondrá luego a nuestra fe, las cosas más grandes, las más incomprensibles, así como las más elevadas por encima de las leyes ordinarias de la naturaleza, en la medida en que nuestra razón tenga la idea de la omnipotencia divina, las admitirá fácilmente y sin vacilación alguna’ (Catecismo Romano, 1, 2, 13)”.35 A estos tres números del CCE, que enseñan la fe en un Dios que por momentos parece no hacer nada frente al mal, conviene añadir en lectura continuada estos otros que cito a continuación, y que abordan de lleno el problema del mal, que parece hacer tanto y no ahorrar nada al creyente que se pregunta, a veces también él “con fuertes gritos y lágrimas” (Hb 5,7), el porqué de tanto sufrimiento: desarrolla esta petición es de una gran riqueza espiritual (Cfr. Nros. 2846-2849), a la cual sin embargo humildemente creo que se podría añadir que el hablar de “tentación”, en singular, no sólo es un modo comprensivo de toda tentación, sino que además puede insinuar cual es “La Tentación” (con mayúsculas): y es difícil pensar que la misma no vaya directamente contra la fe, toda vez que la pérdida de la misma implica la ruina de la vida espiritual, y en ese mismo sentido la mayor calamidad que pueda acaecer a la persona humana. Cfr. el tratamiento que hace del tema Santo Tomás de Aquino al enseñar la virtud teologal de la Fe: SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiæ, II-II, q. 10, art. 3. 34 CCE, N° 273. 35 Ibídem, N° 274. 34 “Si Dios Padre Todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal”.36 Una respuesta simple para una realidad compleja no es una respuesta. Y puede - sin quererlo - terminar siendo una caricatura de la verdadera respuesta. Especialmente allí donde lo que se busca y necesita no es una respuesta académica, intelectual, a una curiosidad por saber más y mejor, sino una respuesta vital, existencial, que proporciona fuerzas para seguir viviendo sin perder la alegría, o al menos la esperanza de la misma. La fe más que “dar” una respuesta, es una respuesta. Pero es una respuesta compuesta, compleja, como la vida misma. Toda ella en su conjunto es esta respuesta, de tal modo que no hay un rasgo que no lo sea. Y frente a la pregunta, a la posibilidad, y a la eventual tentación de reclamar un mundo diverso, la respuesta primera y más evidente es clara: si se quitase la libertad a los hombres y a los ángeles, el margen de sufrimiento se reduciría definitivamente. Pero entonces, ni los ángeles serían tales, ni los hombres humanos. “Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera existir ningún mal? En su poder Infinito, Dios podría siempre crear algo mejor (cf S. Tomás de A., s. th. I, 25, 6). Sin embargo, en su sabiduría y bondad Infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo ‘en estado de vía’ hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección (cf S. Tomás de Aquino, Suma Contra Gentiles. 3, 71)”.37 36 37 Ídem, N° 309, que lleva como título: “La providencia y el escándalo del mal”. Ídem, N° 310. 35 El respeto infinito y misterioso con el cual el mismísimo Creador se inclina frente a la libertad de sus criaturas es sólo comprable con el inaudito destino de gloria que ha reservado para quienes sepan usar con sabiduría y generosidad de la misma. De este modo, el hombre en su llamada y en su búsqueda camina hacia el Señor como un peregrino del Absoluto: es el camino de la fe. “Los ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres, deben caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue así como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente más grave que el mal físico. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral, [Cf San Agustín, De libero arbitrio, 1, 1, 1: PL 32, 1221-1223; Santo Tomás de Aquino, Summa teologiae, I-II, 79, 1]. Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe sacar de él el bien”.38 San Agustín aporta al respecto (y el CCE reporta allí mismo la cita) un “dato de fe” que enriquece notablemente el juicio que el cristiano puede hacer del mal: “Porque el Dios Todopoderoso... por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si El no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal” (S. Agustín, Enchiridion de fide, spe et caritate, 11, 3)”.39 Más aún: la fe nos enseña a hacer una lectura nueva de los acontecimientos, del sufrimiento, de la vida y de la muerte, y particularmente de nuestra historia personal. Una lectura teológica, que no es un modo artificioso o sobreañadido de ver la realidad, sino todo lo contrario: el modo más profundo y definitivo. La Escritura misma nos enseña a hacer esta clase de lecturas... Por ejemplo: ¿Quién entregó a Cristo a la muerte? Probablemente, de modo inmediato y espontáneo el primer nombre que aflora es el de Judas Iscariote. Y es cierto. Pero no menos cierto es que “entregaron” a Cristo los sumos sacerdotes, los sanedritas, los ancianos del pueblo, los escribas, Poncio Pilatos, Herodes, los fariseos y saduceos, la multitud reunida frente al Palacio de Pilatos... ¿Quién, última y definitivamente hablando, entregó a Cristo a la muerte? 38 Ídem, N° 311. El mismo CCE recuerda el ejemplo culminante de este dato de fe: “Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia (Cfr. Rm 5, 20), sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención” (N° 312). 39 36 La respuesta nos la da el mismo Jesucristo, y la encontramos en el versículo más sintetizador (y más bello!) de toda la Escritura: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3, 16-17).40 El CCE da el ejemplo de cómo José, hijo del patriarca Jacob, hace de su propia historia personal esta “lectura teológica”: “Así, con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas: ‘No fuisteis vosotros, dice José a sus hermanos, los que me enviasteis acá, sino Dios... aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir... un pueblo numeroso’ (Gn 45, 8;50, 20; cf. Tb 2, 12-18 Vg.)”.41 San Pablo lo recuerda con una formula que se ha convertido en una especie de máxima del sentido de la Divina providencia: “Todo coopera al bien de los que aman a Dios” (Rm. 8,28).42 En definitiva, consecuencia fundamental y primaria de esta fundamental y primaria virtud es reconocer la soberanía y omnipotencia de Dios en el curso de la historia universal, no sólo a nivel macrocósmico y general, sino también a nivel microcósmico y personal: “Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia 40 Destaco que, desde el punto de vista lingüístico, no hay diferencia entre el verbo griego que se utiliza para indicar la acción de entregar que realizó Judas, de la que realizó el Padre. Y esta no-diferencia me parece sugestiva... 41 CCE, N° 312. 42 A propósito de lo cual, el CCE recuerda, con la autoridad de un verdadero lugar teológico, el testimonio de los santos, que “no cesa de confirmar esta verdad: Así Santa Catalina de Siena dice a ‘los que se escandalizan y se rebelan por lo que les sucede': ‘Todo procede del amor, todo está ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este fin’ (dial.4, 138). Y Santo Tomás Moro, poco antes de su martirio, consuela a su hija: ‘Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que El quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor’ (carta). Y Juliana de Norwich: ‘Yo comprendí, pues, por la gracia de Dios, que era preciso mantenerme firmemente en la fe y creer con no menos firmeza que todas las cosas serán para bien...’ ‘Thou shalt see thyself that all MANNER of thing shall be well’ (rev. 32)” (N° 313). 37 desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios ‘cara a cara’ (1 Co 13, 12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat (Cfr. Gn 2, 2) definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra”.43 43 CCE, N° 314. 38 CAPÍTULO II LA CELEBRACIÓN DE LA FE En este capítulo me propongo ver cómo se verifica cuanto he ya observado y reflexionado en el campo de la fe, en el de la liturgia, correlato y reflejo inmediato del corazón del creyente. Es obvio que estoy siguiendo el orden mismo del CCE (toda la primera parte de esta tesis está estructurada siguiendo dicho orden); pero lo hago no sumando lógica e inercia, sino con la profunda convicción de que cada uno celebra como cree (“dime cómo celebras, y te diré cómo y cuánto crees...”), y profundamente convencido de que este esquema manifiesta de modo admirable la dinámica de la Buena Nueva del Reino, proclamada y realizada por nuestro Señor.1 Quiero además poner en evidencia el hecho de que la recuperación de la conciencia creyente trinitaria ha ayudado efectivamente a la liturgia de la Iglesia sea efectivamente un encuentro con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Más aún: si se considera que la constitución Sacrosanctum Concilium fue el primer fruto precioso del Vaticano II, quizás sería justo decir que ha habido aquí una simbiosis: y ha sido en gran medida la liturgia renovada ha que ayudado a superar el déficit de la conciencia trinitaria. Por otra parte, en la prehistoria del Concilio y del CCE, el redescubrimiento del carácter misterioso de la economía sacramental florece a pleno no ya sólo en la teología de nuestro tiempo, sino también en la catequesis (baste pensar que en el CCE, el concepto misterio aparece unas 360 veces, de las cuales poco menos de un tercio precisamente en la II parte). Finalmente, el carácter sacramental de la economía salvífica ha quedado anclado y referido de modo más inequívoco a Jesucristo, Sacramento del amor del Padre. De modo tal que resulta mucho más claro que los sacramentos no son cosas, sino Presencias, epifanías, modos de El Sacramento. 1 Me remito aquí a lo ya reflexionado en el Capítulo Preliminar, p. 9 y ss. 39 1 – Fe y Liturgia La irrupción del misterio de Cristo en la historia universal y en la vida del creyente provoca, como fruto inmediato, casi natural y espontáneo, una inconmensurable dosis de alegría. No alegría superficial y pasajera, sino la que determina un estado interior, espiritual: la felicidad, una Felicidad con mayúscula precisamente porque nimbada de la presencia fuerte y misteriosa de Dios en el propio corazón. Esta fiesta no puede ser sólo interior, porque el hombre refleja hasta en las facciones de su rostro lo que hay en su corazón. Aunque más no sea sumariamente es importante tener en cuenta que la liturgia cristiana hunde sus raíces precisamente en esta necesidad que tiene el hombre de alabar a su Creador, pero potenciada hasta el infinito en el cristiano por el hecho de que esta vez ha sido el Señor mismo quien ha tomado la iniciativa, quien invita y hace fiesta, quien más que hacerse buscar, se deja encontrar en un abrazo permanente entre el Cielo y la tierra que no puede no provocar fiesta, alegría, gozo profundo, alabanza y glorificación en el espíritu del hombre que vive por y de la fe. Por eso no me parece exagerado afirmar lo que he dicho en la introducción a este capítulo: dime cómo celebras, y te diré cuánto y cómo crees. Lo he comprobado muchísimas veces. Es algo que se ve especialmente en nosotros, los sacerdotes, más expuestos (en todo sentido) por nuestra misión presidencial en la liturgia... Pero que no es grandeza o drama exclusivamente nuestro. Es una cuestión que atañe a todo bautizado, que precisamente el día de su bautismo recibe el hábito de la fiesta, la vestidura blanca que refiere también a su capacidad celebrativa, capacidad que será ejercitada precisamente en proporción a su fe.2 2 Creo que vale la pena notar que en todo el Nuevo Testamento la palabra vestidura (que tiene un matiz diverso, más solemne que vestido) sólo se encuentra en el Apocalipsis (libro eminentemente litúrgico!); y de las 6 veces que aparece, 4 se refiere explícitamente a la vestidura blanca que simboliza la condición gloriosa de los redimidos... ¿Qué es esta vestidura, sino el traje de fiesta? Y sólo se viste de fiesta quien se dispone a celebrar... La paulatina pérdida del hábito de “endomingarse”, concepto que se refiere directamente a la vestidura y a los motivos de la misma: ¿no habla acaso de una pérdida de fe y de una descristianización que se hace sentir también de este modo? Personalmente, siempre me ha impresionado muchísimo el hecho de que en los funerales cristianos, el difunto es revestido según el lugar que ocupaba en la asamblea litúrgica; y más aún: la orientación del féretro se hace con ese mismo criterio, que era que el que determinaba también el lugar y la orientación de la sepultura cuando los muertos eran sepultados en la Iglesia. 40 Por eso la liturgia no es sólo un “rito con carácter festivo”, sino la fiesta de la fe. En el CCE, la palabra fiesta aparece 15 veces, y la mitad más una de estas veces aparece precisamente en la II parte, la referida a la celebración del misterio cristiano. En la Liturgia, la Fe se hace fiesta. No una fiesta cualquiera, ni por su motivo ni por sus características concretas. Pero fiesta con todas las letras. A condición, claro está, de que sea verdaderamente la fe la que encienda las luces de esta fiesta, pues de otro modo se sucumbe a equívocos, que al perder de vista los motivos y los modos, la vacían de contenido, la vuelven incomprensible, y finalmente la fiesta no procede... Es un problema complejo. Me ayudaré en este capítulo de modo especial con las profundas observaciones que al respecto hace Mons. Gehard L. Müller,3 que en primer lugar realiza una interesante constatación respecto al “statu quo” de la renovación litúrgica: “Después de casi cuarenta años de la renovación litúrgica, en muchos países la euforia del movimiento litúrgico ha dado lugar al desengaño. La desilusión, la frustración, se vuelven cada vez más profundas. Algunos se refugian en un desesperado activismo. La creación de nuevas oraciones debería atraer la atención de los participantes. Con frecuencia, los miembros del clero intentan suscitar el interés de una generación aburrida con iniciativas divertidas, por ejemplo invitando a los niños a participar en la Misa vistiendo trajes de carnaval o atrayendo al ámbito eclesial personas que poco tienen que ver con la fe y la Iglesia, mediante conciertos de música clásica, rock y pop, frente a los que la liturgia es sólo algo externo”.4 Se debe tener en cuenta que los años que separan al Concilio del CCE permiten tomar a este último, al menos en cierta medida, como una verificación de cómo y en qué medida lo soñado y proyectado en la Sacrosanctum Concilium se viene haciendo (o no) realidad.5 3 MÜLLER GERHARD LUDWIG, ¿Puede comprender el hombre de hoy el espíritu de la liturgia? Intervención durante la videoconferencia mundial organizada por la Congregación vaticana par el Clero el 28 de septiembre de 2002, en http://zenit.org (22/X/2002). El profesor Müller, de la Universidad de Munich, fue nombrado por Juan Pablo II obispo de Regensburg el 1/X/2002. 4 Ibídem. 5 Cuva hace una observación semejante, y subraya que estas comparaciones “constituyen una precisa clave de lectura de todo el conjunto y ayudan sobre todo a comprender el verdadero significado de los textos [de la SC] en el CCE”. CUVA ARMANDO, Echi della 41 De todos modos, es evidente que esta crisis en el ámbitos de la liturgia es en generosa medida reflejo y correlato de una crisis de fe: “En los países centroeuropeos, se ha reducido drásticamente la participación en la celebración eucarística del domingo. Muchos ya no saben que se trata del encuentro con Jesucristo, que nos ha ofrecido el don de la Eucaristía para que podamos alcanzar a Dios en la comunión con el Señor crucificado y resucitado, que es el sentido y el fin de nuestra vida. También se han perdido muchas formas de devoción hasta el punto de que la liturgia no se basa ya en una profunda vida de fe y no puede dar frutos”.6 El perder de vista que la liturgia es un encuentro (¡y el más profundo que se nos concede en este mundo!) con el Resucitado, es lo mismo que plantear la fe como si creyese en “cosas”, y no en y a Personas... Entonces la liturgia se vuelve rutinaria, obsoleta, incomprensible, y la mismísima Palabra de Dios, hoy servida con tanta generosidad, se vuelve sustancia que empacha pero no alimenta: “La ‘mesa de la Palabra de Dios’ (SC 51; DV 21) nunca se ha arreglado para los fieles de manera tan rica como se hace hoy, pero el conocimiento de la Biblia, por no hablar de una familiaridad viva con las Escrituras, ha alcanzado, incluso en los círculos protestantes, un nivel terriblemente bajo”.7 “Sacrosanctum Concilium” nel “Catechismo della Chiesa Cattólica”, en Salesianum 58 (1996), p. 517. En este mismo sentido señala (y Cuva lo cita a pie de página) OÑATIBIA I, El “Catecismo de la Iglesia Católica” en comparación con la “Sacrosanctum Concilium”, en Phase 33 (1993), p. 154: “Al establecer la comparación entre ambos documentos [la SC y el CCC] conviene tener presente que, mientras los pronunciamientos doctrinales del Concilio se hacen en función de la reforma y renovación litúrgicas y presentan por lo mismo un carácter fragmentario, el CAT [CCE], como corresponde a su género literario, pretende dar una exposición completa y orgánicamente articulada de los contenidos esenciales y fundamentales de la doctrina cristiana”. 6 MÜLLER GERHARD LUDWIG, a.c. En esta misma dirección va la observación de CUVA (a.c., p. 518): “Para comprender la liturgia no se puede prescindir de la consideración del misterio de Cristo”. 7 MÜLLER GERHARD LUDWIG, a.c. Drásticamente constata allí mismo el autor: “Con razón hay lamentos ante un crecimiento litúrgico salvaje. Con frecuencia el arbitrio de una estructura litúrgica así llamada espontánea, alterada y con un sentido reductivo, llega a negar algunas verdades de fe y esto por culpa de una falta de comprensión de la esencia de la liturgia eclesial. Ausencias y errores en la doctrina de Dios, en la cristología y en la eclesiología provocan la crisis y la derrota de la liturgia, desde el momento en que ya no es determinante la ley interior, y se aplican criterios de entretenimiento. Por el contrario, la liturgia en sentido cristiano no debería suscitar estados de ánimo románticos, empujar a una acción socio-política ni envolver a las personas de manera pseudo-religiosa, sino dar fuerza a los fieles. El objetivo de la liturgia no es hacer que nos sintamos bien, suscitar en nosotros un estado de ánimo festivo, que nos haga olvidar por un momento el día a día. La liturgia 42 El hombre es capaz de Dios, y ejerce de modo eminente esta capacidad con la respuesta de la fe. Su capacidad creyente da libre cauce su capacidad celebrativa; y la disminución o la falta de la fe provocan el agostamiento de su capacidad litúrgica: “Ambos autores [Ratzinger y Guardini] han afrontado el problema de la ‘capacidad litúrgica del hombre moderno’, desde diversos puntos de vista, un problema que a lo largo del siglo XX se ha hecho cada vez más grave, del que Guardini habló de manera difusa en el congreso litúrgico de Maguncia de 1946. En una importante conferencia que tuvo lugar en 1965, durante la semana universitaria en Salzburgo, Joseph Ratzinger, en el clima festivo de la reforma litúrgica post-conciliar, afrontaba el tema de la incapacidad litúrgica hablando de la ‘crisis de la idea sacramental en la conciencia moderna’”.8 No pocas veces, con gran superficialidad - que es el “pecado capital” que caracteriza nuestro tiempo - se afirma que se trata de una simple cuestión de “aggiornamento” de la liturgia, de sus ritos, gestos y oraciones. En el fondo de una mentalidad quizás bien-intencionada, pero equivocada en el punto de partida y luego en el diagnóstico, subyace esta incapacidad de percibir que el problema es mucho más profundo, y que banalizar el asunto es el peor modo de resolverlo. Puede incluso suceder que el mismo esquema antropocentrista que desata su rebelión en lo que a fe se refiere, repita aquí la misma y fatal dinámica, haciendo que a un Dios a medida, corresponda también una liturgia a medida: “Para quienes no conocen a Jesucristo, el ser y el actuar de Dios permanecen como un enigma sin solución, frente al cual capitulan. Se castiga a Dios con la indiferencia hasta llegar a la sospecha de que sólo se trata de una proyección o una cifra de inexplicabilidad de la existencia humana. La nueva religiosidad del movimiento New Age, el sincretismo del pluralismo religioso y la penetración de las concepciones monísticas del mundo típicas de la tradición de las religiones asiáticas siguen la noción de realidad personal y la comprensión personal que el hombre tiene de sí hasta el primado de lo general sobre lo individual. No se busca una actualización sacramental de la salvación de forma dialógica y comunicativa, sino una experiencia religiosa en la que se pueda disolver el sujeto. deriva de la fe en el Dios vivo y en su Hijo Jesucristo, instrumento de salvación, que nos da la vida eterna (Juan 17,3). La liturgia es la síntesis sacramental de la Iglesia, instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano (Lumen Gentium, n. 1)”. 8 Ídem. 43 Sin la fe, la dimensión más profunda de la liturgia permanece como un misterio en el sentido profano, vulgar y peor entendido de la palabra (misterio como incomprensible, irresoluto, ilógico y eventualmente absurdo). Por la fe, y en la fe, el creyente atraviesa el umbral del misterio de Dios que busca antes de ser buscado. La religión bíblica de la autorevelación del Dios Uno y Trino se basa sobre el hecho de que el Verbo de Dios se dirige al hombre que lo encuentra en su acción de gracia en el Espíritu. El hombre es llamado por su nombre y en cualquier situación se debe dirigir a Dios, que lo confirma como persona en el acto de escucharlo. El objeto del encuentro con Dios es el amor, que no disuelve y generaliza, sino que afirma y personaliza, en el cual Dios me dice ‘tú’. Las personas como criaturas personales no se disuelven en el numinoso divino o en una naturaleza personal. Se vuelven, evidentemente, ‘hijos en el Hijo’. A través de Cristo pueden decirle a Dios en el Espíritu Santo: Abba, Padre. Por lo tanto, la liturgia y también la Misa poseen una forma trinitaria esencial y estructural (Cfr. Gálatas 4, 4-6; Romanos 8)”.9 Dime cómo celebras, y te diré cómo crees... Si la fe es sólo un consuelo, valioso, profundo, pero simplemente un consuelo humano, es lógico que se piense en una liturgia que deba resultar “entretenida”, y más aún, divertida. Si la fe debe resolverse estrictamente en el ámbito de lo “razonable”, lo inteligible y clasificable, entonces es inútil e irrisorio pensar en una liturgia que sea encuentro misterioso. Si los criterios que sostienen la fe son la practicidad, la eficiencia y la utilidad, nunca la persona humana estará plenamente a gusto en una acción en la que es objeto de un Amor que se toma su tiempo (más aún, que a veces parece tomar y gastar demasiado tiempo), que derrocha pródigamente ritmos, palabras, gestos, ritos, y hasta luces!... Es curioso además comprobar cómo no pocas veces, quienes por tener más responsabilidad litúrgica deberían ser verdaderos mistagogos, ceden a una tentación formada por una especie de encrucijada de liviandades que dan por resultado una liturgia “light”... ¡en sintonía con análoga actitud de fe! “El hombre moderno, forjado por el secularismo y un ambiente inmanentista y tecnificado, ya no comprende cada uno de los ritos y gestos de la liturgia. La crisis no se resuelve con cambios estéticos y pasatiempos pedagógicos. Los estudiosos de la liturgia en la primera mitad del siglo XX han actuado de manera excelente en la renovación de la liturgia, porque eran teólogos. Por el contrario, 9 Ídem. 44 estos nuevos personajes con una visión restringida, que consideran la liturgia como un parque de juegos para sus ideas fijas, no hacen otra cosa que consolidar la crisis litúrgica, porque crean una liturgia dirigida a surtir efectos exteriores y no a transmitir el contenido de la fe. Es necesaria una “curación desde la raíz” . El problema es profundo y tiene que ver con la comprensión que el hombre moderno tiene de sí mismo y del mundo y con su cambiada relación con Dios”.10 Lo que está aquí en juego no es la indispensable necesidad de confrontarse permanentemente en diálogo profundo con la cultura, lo cual es una exigencia imprescindible de la auténtica actitud de fe, hasta el punto que si la fe es mínimamente consistente, este movimiento surgirá de modo prácticamente espontáneo; tampoco se trata de negar que la liturgia será siempre y permanentemente objeto de revisión, reforma y actualización, como que es celebración de una Ecclesia semper reformanda... Ni siquiera se discute el derecho a participar, y no a ser sólo mudo espectador, de la que es alabanza, acción de gracias, súplica y expiación de todo el pueblo. 11 Pero no podemos perder de vista dos puntos fundamentales que están en la base misma de nuestra relación con el Señor: 1) Cristo es la medida de todas las cosas. También de la cultura. No es la cultura - en ninguna de sus manifestaciones - la que determina la certeza, la conveniencia, la prudencia o la oportunidad de la fe (sea en cuanto virtud que en cuanto contenido), sino la fe la que juzga, discierne, valora y elige en la cultura y entre las culturas... 2) La fe no puede perder de vista ni por un solo instante que su objeto, su autor y su consumador no pertenece a este “eón”: en términos filosóficos: no es inmanente. Y la trascendencia de la fe es una cosa que hoy no puede absolutamente presuponerse.12 Ídem. Allí mismo el autor insiste: “En la mentalidad media del secularismo y del inmanentismo, las ideas fundamentales de la liturgia encuentran difícil acceso. La idea efectiva de la liturgia deriva de la realidad encarnacional de la relación entre Dios y el hombre y significa que la simbología propia de la finitud de este mundo debería ser la mediación en la inmediatez a Dios. En los sacramentos se cumple la unión de Dios con los hombres de una manera que corresponde a la naturaleza humana. Esta idea no es sólo una bonita idea, sino realidad en Jesucristo, que es la presencia humana de Dios entre nosotros los hombres”. 11 De todos modos, la lamentable y elemental confusión entre participar e intervenir, lejos de ayudar a crecer en la conciencia celebrativa, ha empobrecido drásticamente el sentido de participación... 12 Agudamente observa Mons. Müller: “Ya Emmanuel Kant, en su obra ‘La religión dentro de los límites de la sola razón’ (1793), vaciaba las confesiones de fe de su contenido de realidad y, en consecuencia, también a los sacramentos cristianos de su carácter de 10 45 De modo que no se trata de una “cuestión ritual”, sino de una cuestión de fe: si se pierde de vista la Presencia trascendente del Señor de la historia humana: ¿cómo se puede después creer en la trascendencia de su obrar a través de los sacramentos?13 Si la fe no es una adhesión vital al Viviente, entonces la liturgia puede terminar siendo un mero recordatorio (y no anámnesis), y nuestros templos algo así como museos más o menos visitados, según las regiones, los tiempos y las necesidades personales: “Un motivo esencial, por el que la profundización teológica de la Eucaristía y su reforma litúrgica han cosechado tan pocos frutos, se debe a la situación general de la fe y a la dificultad de individuar la relación entre mundo y Dios, en la intervención de la historia de la salvación, que alcanza su culmen escatológico en Cristo. De Él, de hecho, es de quien mana la actualización eclesial y sacramental de la comunión de vida con Dios, plasmada por la encarnación”.14 instrumento de gracia y los consideraba meros símbolos de la instancia moral de la conciencia. Mientras que la crítica a la religión, en su forma de régimen totalitario de la impiedad y del odio de Dios o del así llamado enmascaramiento psicológico y sociológico de la Iglesia como enemiga de la ciencia, de la libertad y del progreso en Marx, Nietzsche y Freud, no había liquidado la liturgia de las religiones como un conjunto de formas expresivas de extrañamiento peligrosas y dañinas y como instrumento de dominio de la consolación, en algunas orientaciones de la psicología y de la sociología modernas los sacramentos, más allá de su contenido teológico, se han reducido a una función estabilizadora del equilibrio psíquico y social. Son considerados expresión simbólica de la nostalgia del numinoso, ligada a la dimensión mitológica de la conciencia, más que instrumentos de comunión real entre Dios y el hombre, establecida por el Dios personal mismo a través de Jesucristo y confiada a la Iglesia para la celebración. Por lo tanto no sólo surge la cuestión del fundamento antropológico de la capacidad simbólica del hombres, sino también la cuestión más importante de su capacidad de trascendencia, que se expresa y se cumple en el simbolismo de las palabras y de los signos. Sólo quien comprende los principales conceptos de decir y de actuar del lenguaje litúrgico en su naturaleza de Palabra de Dios, que obra en el que cree, puede comprenderlo y adoptarlo (Cfr. I Tesalonicenses 2, 13)”. Ídem. 13 Respecto a este tema, el Concilio pone gran cuidado en poner de relieve la estrechísima relación de los sacramentos con la fe: la suponen, la nutren, la fortalecen y la expresan, siendo llamados precisamente por esto “sacramentos de la fe” (Cfr. SC 59). 14 MÜLLER GERHARD LUDWIG, a.c. Agrega además allí el autor: “Todas las actividades de catequesis relacionadas con el Bautismo, la Confirmación y la Primera Comunión giran en el vacío y desilusionan a los padres, sacerdotes, eclesiásticos y estudiosos, porque no llegan a transmitir una relación con el Dios vivo que se ha enraizado en la persona y en su eticidad, racionalidad y espiritualidad. En muchos adultos se generan insanables tensiones y contrastes entre el Magisterio eclesial y su imagen del mundo presumiblemente plasmada por la ciencia. Sólo les parece creíble aquello que aparece como posible para la racionalidad reducida a causalidad natural. La presencia actual del hombre muerto hace 2000 años parece como mucho la actualización simbólica de la imagen moral de Jesús. La presencia real no puede significar otra cosa que el firme propósito de seguir su 46 Más aún: el modo de celebrar revela no sólo la identidad de la fe, sino también la noción que se tiene de Aquel en quien se cree. En otras palabras: la fe del creyente se transforma en un testimonio (o en un antitestimonio) de la identidad de Dios. Cuando conceptos que expresan realidades preciosas, sagradas, como “Presencia real”, “Sacrificio”, “Comunión”, “Víctima”15 se vuelven equívocos, entonces se está muy cerca de que la fe deje de ser sólido cimiento, se desplome sobre sí misma, y no pueda servir de fundamento para nada ni para nadie. Se transforma en recuerdo (no ya memorial, el “zikkaron” del Pueblo elegido), en nostalgia, o en sentimiento sin raíces. Dime cómo celebras, y te diré cómo crees... No me cabe la menor duda de que el dramático divorcio entre le fe y la vida, denunciado por el Concilio como “uno de los más grandes errores de nuestra época” (GS 43) ejemplo en el momento de comer un trozo de pan como oblación y una experiencia de comunión de naturaleza meramente sentimental”. 15 Cito a propósito conceptos que se encuentran en el eje mismo de la teología eucarística, y que no pocas veces han sido y son objeto de equívoco. Y me remito - por última vez - al discernimiento que hace de los mismos Mons. Müller: “La Eucaristía se presenta como la actualización del Cristo crucificado. Cometiendo un conocido error de interpretación, el hombre contemporáneo, educado en la escuela freudiana, valora la muerte de Jesús a través de la categoría del sacrificio o incluso de la víctima que nos representa y expía nuestros pecados. Por eso, en contraste con el Nuevo Testamento y también con las grandes concepciones de la doctrina de la liberación, la interpretación de la muerte de Jesús como sacrificio querido por un Dios airado y terrible, que lo destruye, es una interpretación cambiada de forma superficial y cínica y la caricatura que de ella deriva se rechaza con desdén. La interpretación del sacrificio de Cristo ligada a un imagen de Dios, que la tradición cristiana general rechaza en cuanto contraria a la Revelación, no es otra cosa que la demostración de métodos interpretativos fuera de lugar, adoptados por personas que transforman la fe cristiana en lo contrario para hacer escarnio de su hostilidad a la razón. En realidad, la cruz es un sacrificio sangriento no en el sentido ritual de la ofrenda pagana humana o animal, sino porque el acto sacrificial consiste en el don de sí mismo para la salvación de los hombres, que llega incluso al don por parte de Jesús de su propia vida humana (Cfr. Hebreos 5, 8 y ss.). Según esto, comer y beber ‘de su cuerpo y de su sangre’ no es un banquete iniciático o un ‘alimentarse del cuerpo de un Dios’ en el sentido real o metafórico de algunas religiones místicas, sino que es comunión humana real con la ‘Palabra del Dios encarnado’ (Jn 1,14), en Jesucristo, el Hijo del Padre, que dona su carnes, es decir su vida, para la vida del mundo. Quien es de este Pan, es decir quien tiene familiaridad con el Jesús histórico y Pascual, permanece en Cristo y Cristo en Él: ‘Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí’ (Juan 6, 57). Jesús se revela de esta manera: ‘Yo soy el pan de vida’ (Jn. 6,48). Al comer sacramentalmente los dones del pan y del vino se transmite la auténtica koinonía con el Verbo Encarnado y da a quien cree en su nombre, ‘el poder de llegar a ser hijos de Dios’ (Jn. 1, 12)”. Ídem. 47 está precedido por el divorcio entre la fe y la capacidad y el gozo de celebrar al Dios vivo y verdadero...16 Quizás hoy de modo especial el creyente de nuestro tiempo necesite hacerse plenamente consciente de la simbiosis espiritual que existe entre su fe y su modo de celebrar. Y darse cuenta que si es precisamente la fe la que lo mueve a celebrar, la celebración necesariamente se transforma en lugar donde la fe se verifica. 2 – Una liturgia con fibra trinitaria Retomo aquí el hilo de una reflexión que he ya introducido anteriormente,17 y que determina un modo específico de la liturgia cristiana: 16 Una buena catequesis debe cuidar con particular solicitud materna esta relación crucial para la vida cristiana. Y el CCE se hace en este sentido eco fiel de la SC (Cfr. N° 1123). En general, cabe preguntarse, como lo hace CUVA (a.c.) “si los redactores del CCC han utilizado debidamente en el mismo la SC. Ciertamente habrá sido su intención, en la fase de proyección, primero, y de realización, después, poder retomar los puntos de la SC que se consideraban más importantes en vista de una global presentación catequística de la temática litúrgica. Se puede decir que el intento ha sido logrado de un modo bastante satisfactorio. Señalamos sobre todo el relieve dado a la dimensión cristológica, pneumatológica y eclesial de las celebraciones litúrgicas. Y resulta de ello una bella síntesis: la Iglesia, animada por el Espíritu Santo, actualiza en las celebraciones litúrgicas el misterio de Cristo, reservando un lugar central a su Pascua. El juicio es todavía más positivo si se considera que han sido subrayados en el CCC varios elementos que signan un cierto desarrollo respecto a la SC” (p. 543). Por mi parte, destaco que todas las veces que la palabra fiesta aparece en el Concilio (¡casi exclusivamente en la SC!), siempre hace referencia a la fiesta por antonomasia de la fe: la celebración litúrgica. Y el Catecismo señala también en este sentido un crecimiento, por la fuerza y la riqueza de las expresiones correspondientes. Cito algunos ejemplos: “La Liturgia es ‘acción’ del ‘Cristo total’ (Christus totus). Los que desde ahora la celebran, más allá de los signos, participan ya de la liturgia del cielo, donde la celebración es enteramente Comunión y Fiesta” (N° 1136). “‘La belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración. Es una fiesta para mis ojos, del mismo modo que el espectáculo del campo estimula mi corazón para dar gloria a Dios’ [San Juan Damasceno]. La contemplación de las sagradas imágenes, unida a la meditación de la Palabra de Dios y al canto de los himnos litúrgicos, forma parte de la armonía de los signos de la celebración para que el misterio celebrado se grabe en la memoria del corazón y se exprese luego en la vida nueva de los fieles” (N° 1162). “Por ello, la Pascua no es simplemente una fiesta entre otras: es la ‘Fiesta de las fiestas’, ‘Solemnidad de las solemnidades’, como la Eucaristía es el Sacramento de los sacramentos (el gran sacramento). San Atanasio la llama ‘el gran domingo’, así como la Semana Santa es llamada en Oriente ‘la gran semana’. El Misterio de la Resurrección, en el cual Cristo ha aplastado a la muerte, penetra en nuestro viejo tiempo con su poderosa energía, hasta que todo le esté sometido” (N° 1169). 48 el hecho de estar referida de modo directo y visceral no a dogmas, conceptos o ideas sino a Personas: al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Hay aquí una admirable coherencia en el modo de presentar el misterio cristiano: lo que está en el centro de la fe, esta también en el centro de la celebración. Más aún: la celebración es directamente provocada por lo que constituye el núcleo mismo de la fe. El N° 234 del CCE (que ya he trascripto anteriormente)18, citando un párrafo del Directorio Catequístico General, esboza ya la misión de la liturgia en la fe y en la vida cristiana, al hablar de “el camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos". Precisamente, a nivel de mediaciones, la liturgia, sin monopolizar ni agotar la vida del creyente ni de la Iglesia, constituye una instancia fontal y culminante (Cfr. SC 10 y 12). La religión cristiana está transida de mediaciones... La vida humana lo está!!! Amasada de mediaciones. Quizás sea por eso que la fe cristiana es tan profundamente humana, y no sólo profundamente divina. Y quizás por eso mismo, con sólo dar una ojeada a la historia de las religiones comparadas uno puede comprobar que poco humanas (y a veces incluso qué inhumanas) son las religiones que rechazan las mediaciones.19 Pero aquí nos encontramos con otra originalidad de la fe cristiana: no son los hombres los que construyen esta torre para llegar hasta Dios (la primera torre de este tipo es un claro paradigma de todas las que puedan venir después);20 es el Padre el que tiende un Puente (“Pontífice”) y otorga la Fuerza (el Espíritu) para el encuentro efectivo con los hombres. O en 17 Cfr. Capítulo I, punto 1, p. 20. Cfr. Pág. 25. 19 Por otra parte, este rechazo de las mediaciones es relativo y contradictorio: porque finalmente siempre hay alguna mediación. Recuerdo, a este respecto, la impresión que me causó la visita que realicé en Roma de la gran mezquita, en el año 1997. La primera cosa que se nos dijo a los visitantes en la visita guiada fue: “La religión musulmana no acepta ninguna clase de mediaciones”. Sin embargo, el tener un lugar preciso para rendir culto, en posturas precisas, y en horas precisas... implica forzosamente valerse de medios que ayudan a alcanzar el fin... Sin mediaciones, no hay comunión... ni siquiera hay comunicación. Sin mediación, el concepto de sacerdocio queda absolutamente vaciado de sentido, y por ende el misterio cristiano se vuelve incomprensible, sea que lo refiramos a Cristo como Sumo y Eterno Sacerdote, sea que lo refiramos al ministerio sacerdotal jerárquico o al carácter sacerdotal del Pueblo de Dios. 20 Cfr. el relato de Gn. 11,4. 18 49 palabras del CCE: la liturgia tiene fibra trinitaria porque es obra de la Ssma. Trinidad.21 Creo que, en este sentido, hay un antes y un después de la conciencia trinitaria de la Iglesia no sólo considerando el CCE como un todo, sino algunos de sus artículos en particular... y éste es precisamente uno de ellos. Casi bastaría leer los títulos y subtítulos de este artículo para comprender con meridiana claridad la centralidad del misterio trinitario en la celebración litúrgica (y cómo el “plan” del CCE recoge y refleja dicha centralidad): + El Padre, fuente y fin de la liturgia + La obra de Cristo en la liturgia Cristo glorificado... ...desde la Iglesia de los apóstoles... ... está presente en la liturgia terrena... ... que participa en la liturgia celestial + El Espíritu Santo y la Iglesia en la liturgia El Espíritu Santo prepara para recibir a Cristo El Espíritu Santo recuerda el Misterio de Cristo El Espíritu Santo actualiza el Misterio de Cristo La Comunión del Espíritu Santo22 Por eso titulé este punto haciendo referencia a una liturgia que tiene no coloración o referencia, sino fibra trinitaria: no se comprende, no tiene sentido, no se sostiene sino como obra que realiza el Padre, por el Hijo, en el Espíritu: “El camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos”.23 21 Es el título del artículo 1 del capítulo I de la Primera Sección de la Segunda parte. Ya en este esquema mismo puede apreciarse una fuerte recuperación de la conciencia trinitaria, especialmente por cuanto se refiere al Espíritu Santo: hay aquí un verdadero “progreso-profundización” respecto a la Sacrosanctum Concilium. Sobre este tema, Cfr. las valiosas reflexiones de CASTELLANO CERVERA JESÚS, El Espíritu Santo y la liturgia Riquezas pneumatológicas del Catecismo”, en Phase 42 (2002) pp. 137-149. 23 CCE, N° 234. “[El misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo] se halla en el nacimiento de nuestra fe: con los nombres que designaban la esencia divina (ser, verdad y amor) se corresponden aquellos con los que invocamos a cada una de las Personas divinas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) desde que nacimos a la fe en el bautismo (232). La fórmula bautismal, al invocar el nombre, en singular, subraya la unidad en la Trinidad (233). Pero este misterio no sólo se halla en el comienzo sino que ocupa el centro de la fe y de la vida cristiana (235-237)”. FERRARA RICARDO ANTONIO, La fe en Dios Padre Creador, en Comentario al Catecismo de la Iglesia Católica (Profesores de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina), Paulinas, Buenos Aires (1996), p. 97. 22 50 Al respecto, precisa Larrabe:24 “¿Cuál es, según él [Christoph von Schönborn], el hilo conductor que recorre todo el nuevo Catecismo? Es la economía divina de salvación la que atraviesa las cuatro partes como leit motiv, afirma y demuestra en esas páginas de su escrito:25 economía de la Revelación que culmina en Cristo. La estructura trinitaria del Símbolo de los apóstoles es expresión del carácter trinitario de esa economía divina (nn. 232 ss.). ‘La entera economía divina tiene como única fuente y único fin esta vida [trinitaria] infinitamente feliz’ (ibid., pp. 57-58), comunicada a nosotros. Ahora bien: el género literario del ‘Catecismo’, la exposición de las verdades (de la I parte) no es sólo doctrinal, sino de confesión y profesión de esas verdades (no teóricas, mucho menos abstractas, o técnicamente teológicas)... Así pues, en este Catecismo, la fe y los sacramentos [...] vienen presentados en su orgánica articulación a partir del doble fundamento trinitario y cristológico”. Afirmar el carácter, la fibra trinitaria de la liturgia no es hacer una simple constatación de un hecho: descubrir que Dios es El Padre es motivo de Fiesta, y de la Fiesta más grande (¡por eso con mayúscula!); la percepción de la presencia permanente del Redentor en medio de su Iglesia suscita la Fiesta; dejarse animar por el Espíritu que vence todas las reticencias, las dudas, los desalientos y las inercias del corazón humano es precisamente disponerse a la Fiesta... Perder de vista esta fibra trinitaria de la liturgia podría ser comparable a participar de una fiesta de cumpleaños sin saber quién es el homenajeado... Y no pocas veces en la memoria viva de la Iglesia, hay verdades que emergen y otras que se sumergen.26 Como fruto de un largo y paciente trabajo teológico y pastoral que fue madurando a lo largo de todo el siglo XX, y que encontró un punto culminante en el Concilio, emerge en el Catecismo con fuerza creciente la conciencia trinitaria de la Iglesia, que en al ámbito litúrgico manifiesta frutos específicos. 24 LARRABE JOSÉ LUIS, Rasgos teológicos del Catecismo de la Iglesia Católica, en Burgensis 35 (1994), pp. 527 y 528. 25 SCHÖNBORN CHRISTOPH, Il mistero trinitario come filo conduttore, en Il Catechismo del Vaticano II. Paoline, 1993, p. 57. 26 No obstante el maravilloso esfuerzo de renovación iniciado ya con Pablo VI (particularmente con la publicación del nuevo Enchiridium Indulgentiarum), y profundizado luego con motivo del gran Jubileo del 2.000, el tema de las indulgencias es quizás uno de los que tienden a sumergirse en la conciencia creyente actual, tanto personal como eclesial. Y en mi humilde opinión, no tanto por falta de adecuada catequesis, sino debido a la sensibilidad religiosa propia del hombre de nuestro tiempo. 51 “La redacción se ha esforzado en hacer emerger claramente las verdades de fe en su fundamento trinitario. Señalaría en particular la exposición sobre la creación, la Iglesia, la liturgia y la oración. Junto al misterio trinitario existe un segundo fundamento al que las demás verdades de fe deben referirse: el misterio de Cristo. Si el Catecismo es profundamente trinitario, es por el mismo título también cristocéntrico. En plena fidelidad a lo que ha pedido Catechesi Tradendae”.27 La fe cristiana tiene intrínsecamente forma trinitaria, y por eso el Catecismo, en cuanto exposición fiel de la misma, está más que sellado: transido de esa misma forma trinitaria, que estructura no sólo la primera parte, sino todo su contenido: “La visión trinitaria será también, por eso, determinante de las otras tres partes del Catecismo: la liturgia es obra de la Trinidad (10771083); la vida cristiana es una vida desde el Dios trino (16931695); la oración es también en y al mismo Dios, Padre, Hijo y espíritu Santo (2664-2672). Pero es al explicar el credo cuando se ponen las bases de esa visión de Dios que informa toda la vida cristiana y que ha sido posibilitada por Dios mismo en su revelación en Jesucristo y por el Espíritu Santo”.28 “Nunca en la historia - escribe el P. Ignacio Oñatibia - la dimensión trinitaria de la liturgia había recibido del magisterio de la Iglesia un tratamiento tan generoso”.29 Creo que a esta altura de la exposición, esto se ha hecho suficientemente evidente. 3 – El Misterio y los misterios de la Fe. Como una imprescindible cuestión metodológica de carácter propedéutico, es preciso rescatar el concepto misterio de diversas confusiones y equívocos que han oscurecido el sentido que el mismo posee en la mejor tradición litúrgica y espiritual de la Iglesia. Los prejuicios del racionalismo por un lado, y la recurrencia sistemática a este concepto religioso con irresponsable superficialidad por 27 SCHÖNBORN CHRISTOPH, Nuovo Catechismo. I criteri di redazione. Entrevista en Il Regno-attualitá 20 (1992), p. 586. 28 MARTÍNEZ CAMINO JUAN ANTONIO, voz Catecismo de la Iglesia Católica, en Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid, 1999, p. 260. 29 OÑATIBIA IGNACIO, El “Catecismo de la Iglesia Católica” en comparación con la “Sacrosanctum Concilium”, en Phase 33 (1993), p. 167. 52 otro (como el simple lugar común de lo inexplicable) han dado un resultado nefasto, pésima propaganda para un rico concepto bíblico-patrístico, recuperado por el movimiento litúrgico del siglo XX, y que encuentra en el Concilio un punto culminante de florecimiento,30 cuyos frutos el Catecismo recoge generosamente. Sin embargo, la postmodernidad, caracterizada por la razón débil, abre decididamente la puerta a una dinámica exactamente contraria a la de la modernidad en lo que a misterio se refiere: el concepto puede fácilmente volverse equívoco al ser usado generosa e indiscriminadamente por tantas sectas y nuevos movimientos religiosos, que lo desfiguran y entorpecen; por las falsas religiones sin Dios ni trascendencia, como la New Age, 31 que lo 30 Baste sólo recordar el título del primer capítulo de la Constitución dogmática Lumen Gentium: “El misterio de la Iglesia”. 31 Utilizo aquí el concepto “religión” aplicado a la Nueva Era en un sentido lato. Para ulteriores precisiones, me remito al sustancioso documento “Jesucristo, portador de agua viva. Una reflexión cristiana sobre la Nueva Era”, redactado por el Consejo Pontificio de la Cultura y por el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso y hecho publico el 3/II/2003. En síntesis, y para lo que aquí me interesa traer a colación, queda claro que la Nueva Era no es exactamente una religión, sino que se interesa más bien por lo que llama “divino”. La esencia de la Nueva Era es la libre asociación de varias actividades, ideas y personas a las que se puede aplicar este término. Por tanto, no se da en ella una articulación definitiva como en las religiones principales. Entre las diferencias fundamentales entre el cristianismo y la Nueva Era, está la visión misma de Dios. Para la primera, es “algo que se puede usar o una fuerza para ser más poderosos”, mientras que para la Iglesia es una Persona con la que el hombre está en relación. La Nueva Era presenta Cristo como “un sabio o un iniciado más”, o un “Cristo universal, impersonal y eterno”. “Niega o reinterpreta la muerte de Cristo en la cruz para excluir la idea de que, en cuanto Cristo, pueda haber sufrido”. Para el cristianismo Jesús es el Hijo de Dios, único Salvador del hombre. Para la Nueva Era la salvación es un logro personal. Por esto utiliza términos como “autorealización”, “auto-redención”, “auto-complacencia”. Para los cristianos la salvación “depende de la participación en la pasión, muerte y resurrección de Cristo y de una relación personal directa con Dios y no de una técnica cualquiera”. La Nueva Era tiende a confundir “psicología con espiritualidad”. Sin embargo, “la mística cristiana es esencialmente diálogo que implica una actitud de conversión, un éxodo del yo hacia el Tú de Dios”. En la presentación a la prensa, el cardenal Poupard, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, consideró que “el fenómeno de la Nueva Era, junto a tantos otros nuevos movimientos religiosos, es uno de los retos más urgentes para la fe cristiana”, pues implica sed de Dios. Y calificó a la Nueva Era como “respuesta equivocada” a “una cultura en crisis profunda”. En particular, explicó que la Iglesia no puede avalar “la tesis de la unidad de las religiones, la convicción de que todos los caminos son iguales, estimar las religiones pre-cristianas 53 vacían de contenido; e incluso por los abundantes cultos satánicos, que lo transforman en una abominación. El título mismo de la II parte del CCE no deja lugar a dudas acerca de su contenido: “La celebración del misterio cristiano”. Y el planteo y contenido de esta parte testimonian la feliz convergencia del genio y la mentalidad teológica del oriente, y la sobriedad y precisión de las definiciones occidentales. En mi humilde opinión, quizás falta en el CCE una pequeña definición catequística sobre este concepto, tan rico y tan generosamente utilizado (unas 360 veces, si se considera toda su familia de palabras). Es cierto que se trata de un concepto que, en el presente momento histórico, se respira en la teología sin dificultad, y más aún, como un aire fresco que la ha - en tantos sentidos - “desfosilizado” y rejuvenecido. Es cierto también que el CCE es un Catecismo Mayor, que no debe ser confundido con uno Menor ni con un vocabulario bíblico-teológico. Pero también creo que para exponer y testimoniar la fe de la Iglesia no se puede dar por descontada la correcta inteligencia de un concepto tan fundamental (en el sentido más estricto de la palabra).32 Y que el mismo sigue necesitado un poco más de catequesis... De todos modos, parece justo destacar que “el Catecismo tiene el mérito de unificar desde la clave del misterio (con su debido contenido bíblicoteológico y litúrgico) todas las celebraciones de la Iglesia: sacramentos, como las más auténticas”. “Ante las muchas prácticas ligadas a las teorías de la Nueva Era concluyó -, se nos invita a utilizar el discernimiento”. 32 El N° 50 del CCE, y el contexto en el cual está situado, prácticamente dan una breve definición de misterio. Pero creo que era oportuno definirlo explícitamente, para conjurar ya desde el comienzo posibles equívocos. Siempre en la gama de misterio, otras palabras como mistagogía, místico, misticismo, y otros “parientes próximos” aguardan ser liberados de la condena impuesta por la sospecha, la confusión y la ignorancia. Valiosa observación la que hace Federico Ruiz, poniendo en evidencia la insoslayable raigambre teológica (y concretamente con las virtudes teologales) que la auténtica mística tiene: “El misticismo gira en torno a fe, esperanza y caridad, ya que tiene por misión recibir a Dios, conforme Él se comunica. Son el medio único e inmediato de la unión con Dios. No en plan de conquista, sino porque Dios se da en fe, amor, esperanza. También la exigencia ascética ha sido encomendada al cuidado de las virtudes teologales. Ellas son las encargadas de escoger los medios, valorarlos, depurarlos, para que sirvan a su propósito teologal. La Subida del Monte Carmelo traza el esquema de cómo una vida humana se hace cristiana, y de cristiana pasa a espiritual, por medio de estas actitudes, capaces de transformar no solamente las mediaciones religiosas, sino también las aficiones y actividades profanas. Lamenta el santo: muchos ‘nunca acaban de dar en la sustancia y pureza del bien espiritual’, por no saberse gobernar según estas virtudes (libro II, c.6)”. RUIZ SALVADOR FEDERICO, Caminos del Espíritu. Compendio de Teología Espiritual (quinta edición), Editorial de Espiritualidad, Madrid, 1998, p. 77. 54 sacramentales y liturgia de las horas, en el contexto sacramental del año litúrgico (Cfr. todo el cap. I y los nn. 1135-1186 del II)”.33 Un bello signo de nuestro tiempo es el haber recuperado no sólo la noción sobrenatural del misterio, sino incluso una predisposición humana a captarlo mejor en aquello que es creación del mismo, y más aún: imagen y semejanza de un Misterio. O, en otras palabras: si Dios es Misterio, un triple Misterio de Poder, Sabiduría y Amor..., ¿qué tiene de extraño que el hombre, creado a imagen y semejanza de este misterio, sea él mismo misterioso? Cada hombre puede sentir en su corazón, en el silencio de la propia conciencia, que es un misterio no sólo de cara a los demás, sino incluso para sí mismo... El carácter misterioso de su ser se ilumina precisamente desde la Luz que lo hace ser: “Realmente el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado” (GS 22).34 Por eso es importante captar - y el CCE ofrece una excelente oportunidad - que “los misterios” de la fe se articulan, encuentran e iluminan mutuamente en El Misterio: Jesucristo, el que revela al Padre y otorga el Espíritu.35 GONZÁLEZ RAMIRO, La Celebración litúrgica según el “Catecismo de la Iglesia Católica”, en Phase 248 (2002), p. 151. 34 Citado por el CCE, N° 359. La sensibilidad del hombre contemporáneo necesita ser correcta y oportunamente introducida, educada en lo que a mistagogía se refiere. Y el CCE significa un paso adelante a este respecto: “El CCE es un libro profundamente religioso y mistagógico: está orientado a introducir en el misterio de Dios y de la vida humana en su profundidad divina. Pero además, en cierta manera, el propio catecismo forma parte de ese Misterio. Sus límites son claros, como lo son los de la Iglesia misma. Pero es a través de ellos como el Dios del amor omnipotente se pondrá de modo nuevo en el camino de muchas vidas. El CCE ha de ser visto y utilizado en el marco de la economía divina de la salvación, porque es un instrumento que, por la iniciativa y con el refrendo de la autoridad apostólica, la Iglesia se ha dado hoy a sí misma para llevar adelante su misión”. MARTÍNEZ CAMINO JUAN ANTONIO, voz “Catecismo de la Iglesia Católica”, en Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid, 1999, p. 264. 35 La centralidad “económica” del misterio de Cristo en la vida de fe es el camino - y es el único camino - hacia la centralidad teológica absoluta del misterio trinitario. Cfr. una vez más CCE, Nº 234, y también FD Nº 3: “En la lectura del ‘Catecismo de la Iglesia Católica’ se puede percibir la admirable unidad del misterio de Dios, de su designio de salvación, así como el lugar central de Jesucristo Hijo único de Dios, enviado por el Padre, hecho hombre en el seno de la Santísima Virgen María por el Espíritu Santo, para ser nuestro Salvador. Muerto y resucitado, está siempre presente en su Iglesia, particularmente en los sacramentos; es la fuente de la fe, el modelo del obrar cristiano y el Maestro de nuestra oración”. 33 55 Y aunque quede claro que la Encarnación y la Pascua son Misterio con mayúscula en la vida del Señor,36 el CCE propone como objeto de la fe toda su vida como misterio: Toda la vida de Cristo es misterio,37 titula el CCE una serie de números que ofrecen una buena catequesis del porqué: “Los Evangelios fueron escritos por hombres que pertenecieron al grupo de los primeros que tuvieron fe (Cfr. Mc 1, 1; Jn 21, 24) y quisieron compartirla con otros. Habiendo conocido por la fe quién es Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos de su Misterio durante toda su vida terrena. Desde los pañales de su natividad (Lc 2, 7) hasta el vinagre de su Pasión (Cfr. Mt 27, 48) y el sudario de su resurrección (Cfr. Jn 20, 7), todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio. A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que ‘en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente’ (Col 2, 9)”.38 De modo que el Misterio de Cristo - todo Él, todo su Misterio, todos sus misterios - no oscurecen, sino iluminan... Ésta es una dinámica característica del misterio cristiano, y pone en evidencia que el misterio, lejos de repugnar o violentar a la inteligencia, la reclama, la acicatea y le da nuevas alas: "‘La fe trata de comprender’ (S. Anselmo, prosl. proem.): es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado; un conocimiento más penetrante suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor. La gracia de la fe abre ‘los ojos del corazón’ (Ef 1,18) para una inteligencia viva de los contenidos de la Revelación, es decir, del conjunto del designio de Dios y de los misterios de la fe, de su conexión entre sí y con Cristo, centro del Misterio revelado. Ahora bien, ‘para que la inteligencia de la Revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones’ (DV 5). Así, según el adagio de S. Agustín (serm. 43,7,9), ‘creo para comprender y comprendo para creer mejor’”.39 36 Cfr. CCE, N° 512. Cfr. CCE, I Parte, Segunda sección, capítulo segundo, artículo 3, párrafo 3, I. 38 CCE, N° 515. En los Nros. subsiguientes incluso vienen precisados algunos rasgos comunes en los misterios de Jesús: Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre (N° 516); es Misterio de Redención (N° 517); es Misterio de Recapitulación (N° 518); y, en un rasgo típico de la mejor teología concebida como economía y soteriología, es invitación a una creciente comunión con dichos misterios (N° 519 - 521). 39 CCE, N° 158. La categoría misterio, lejos de determinar un cierto grado de infantilismo psicológico o de inmadurez religiosa es una garantía de autenticidad, tanto del objeto de la fe (Dios sigue siendo Dios), como del sujeto creyente: “Uno de los principales rasgos de 37 56 Pero el misterio de Cristo, al mismo tiempo que enciende la fe del hombre, lo conduce a celebrar, pues el reconocimiento gozoso del Señorío de Cristo suscita inmediata y permanentemente la fiesta. Es allí donde la fe se hace liturgia, y donde el reconocimiento se hace alabanza gozosa. El Misterio de Cristo tiene clave de comprensión litúrgica, y la mistagogía cristiana no puede darse ni siquiera por iniciada si no hay iniciación litúrgica a los misterios que la fe abraza.40 Así lo presenta el CCE, en perfecta continuidad con el Concilio: “Es notable la importancia del artículo 7 de la SC, que retoma la presentación de la relación ‘misterio de Cristo - liturgia’, haciendo al respecto interesantes y concretas aplicaciones, y proveyendo entre otras cosas la noción de liturgia. El artículo como ya hemos recordado, es utilizado por cinco veces en el CCC, gozando del primado de las referencias respecto a los otros artículos de la SC a los cuales se hace referencia en le CCC. Todo el artículo, que comprende cuatro partes distintas, es retomado literalmente en el CCC. [...] No obstante esta fragmentaria utilización del artículo 7 de la SC, aparece claramente en el CCC la intención de dar el debido relieve a la presencia litúrgica de Cristo en la Iglesia”.41 madurez religiosa es la actitud de apertura ante el Misterio, de sana sospecha ante lo que de idolátrico pueda existir en nuestra relación con Dios; una vivencia de confianza y de docilidad ante Dios y su voluntad, que tienen como fruto una paz y seguridad profunda y una actitud de libertad y de riesgo ante todo lo que nos rodea. ‘No temas’. ‘Nada te turbe’”. ÁVILA BLANCO ANTONIO, voz Madurez humana. Madurez cristiana, en Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid, 1999, p. 1396. 40 “La fe cristiana no se reduce a una profesión de verdades, es una comunión con esas mismas realidades divinas que se nos comunican en los misterios de nuestra fe que son misterios de vida”. CASTELLANO CERVERA JESÚS, Los misterios de Cristo en el año litúrgico. Una relectura del “Catecismo de la Iglesia Católica”, en Phase 42 (2002), p. 97. Añade más adelante el P. Castellano: “En la infraestructura del Catecismo, junto a la palabra de la Escritura, tenemos también el testimonio de la liturgia de Oriente y de Occidente como expresión de la fe celebrada. Habría que recordar la famosa frase de nuestros hermanos de Oriente: ‘el coro de nuestras Iglesias - es decir, el lugar donde se proclaman los textos de la divina liturgia y del oficio divino - es una cátedra de teología’” (p. 99). 41 CUVA ARMANDO, a.c., p. 519. En esta misma línea, comentando el N° 1085 del CCE (al que considera una “perla cristológica del Catecismo”), CASTELLANO CERVERA afirma (ibídem, p. 106)) que “esta teología litúrgica del Catecismo es el mejor fundamento de la presencia de los misterios y de su celebración. La otra perla del Catecismo la encontramos en la tercera parte, y hace alusión a la mística. El Nº 2014 alude a la vocación mística del cristiano llamado a la participación en el misterio y los misterios de Cristo en los sacramentos y con ellos de la vida de la Trinidad. Por extensión, este concepto de mística sacramental abierta a todos se puede aplicar a los misterios de Cristo que la Iglesia celebra y participa en el año litúrgico y abre el camino a esa participación real en el camino de Cristo, fuente, meta y modelo de toda verdadera mística cristiana”. 57 Los misterios de la fe se articulan todos en torno al Misterio de la fe, Jesucristo, en el cual el Dios invisible se hace visible y cercano, con una cercanía salvífica de una densidad única. El Misterio se hace Sacramento, y la ley de la sacramentalidad, animada por esa otra ley fundamental que preside toda la historia de la Salvación, es decir, la Encarnación, alcanza su vértice más alto.42 Sobre esto reflexionaré a continuación. 4 – Conclusión: sacramentos del Sacramento. “Éste es el Misterio de la fe”, proclama el sacerdote en el momento culminante de la celebración eucarística. Pero también puede anunciar: “Éste es el Sacramento de nuestra fe”... Lo cual da la pauta de que, al menos desde ese privilegiado lugar teológico que es la Liturgia, misterio y sacramento son convertibles... Pero, exactamente, ¿en qué sentido, y en qué medida los son? El mismo CCE hace una síntesis magistral de la relación y los matices entre estos dos conceptos: “La palabra griega ‘mysterion’ ha sido traducida en latín por dos términos: ‘mysterium’ y ‘sacramentum’. En la interpretación posterior, el término ‘sacramentum’ expresa mejor el signo visible de la realidad oculta de la salvación, indicada por el término ‘mysterium’. En este sentido, Cristo es El mismo el Misterio de la salvación: ‘Non est enim aliud Dei mysterium, nisi Christus’ (‘No hay otro misterio de Dios fuera de Cristo’) (San Agustín, ep. 187, 34). La obra salvífica de su humanidad santa y santificante es el sacramento de la salvación que se manifiesta y actúa en los sacramentos de la Iglesia (que las Iglesias de Oriente llaman también ‘los santos Misterios’). Los siete sacramentos son los signos y los instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo distribuye la gracia de Cristo, que es la Cabeza, en la Iglesia que es su Cuerpo. La Iglesia contiene por tanto y comunica la gracia “Digamos ante todo que, en la celebración, lo que se ve (fenomenología) es expresión de lo que no se ve y se ordena a ello (Cfr. SC 2; Novo Millennio Ineunte N° 38). Lo que no se ve es “el Misterio de Cristo”, o la “economía sacramental” (CCE, cap. I), que es lo primero que la catequesis debe tratar de explicar para que los fieles lo entiendan (Cfr. CCE 1135). Es lo que de otro modo expresa SC en los nn. 5-8, pidiendo la formación de sacerdotes y fieles en esta ‘entraña’ (SC 16-19), en orden a una participación vital del ‘espíritu verdaderamente cristiano’ (SC 14; 10; 16-18). Es precisamente ese contenido vital divino humano, eterno-temporal, celeste y terreno (SC 8; CCE 1090; 1137;-1139), invisible pero que se transparenta en la fenomenología de la celebración, lo que ‘revela la novedad de la celebración’ (CCE 1135) litúrgica cristiana” GONZALEZ RAMIRO, a.c., p. 152. 42 58 invisible que ella significa. En este sentido analógico ella es llamada ‘sacramento’”.43 En este mismo texto ya se indica con meridiana claridad cómo se articulan los sacramentos con El Sacramento, afirmando al mismo tiempo la sacramentalidad que el Espíritu Santo garantiza a la Iglesia.44 Además, queda en claro que en el mismo sentido en el cual Cristo es el único Misterio, es también el único Sacramento. Y es un tema sobre el cual no se debe sobrevolar: precisamente porque una difusa mentalidad contemporánea ha desgajado la sacramentalidad de Cristo con respecto al Padre, la de la Iglesia con respecto a Cristo, y la de los sacramentos con respecto a la Iglesia, es que la sacramentalidad como tal se ha vuelto incomprensible, y el sentido autentico del misterio tantas veces se ha perdido. La sacramentalidad no atomiza el misterio cristiano; descubrirla como una constante es una de las claves de lectura para captar su íntima unidad. Con lo cual una vez más se pone en evidencia que profundizar en la sacramentalidad es poner el acento en la cristología:45 y entonces la más correcta clave interpretativa de la fe cristiana está asegurada: “A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que ‘en Él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente’ (Col 2, 9). Su humanidad aparece así como el ‘sacramento’, es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora”.46 43 CCE, N° 774. Creo que en todo este III parágrafo (“El misterio de la Iglesia”), del párrafo I (“La Iglesia en el designio de Dios”), del artículo 9 (“Creo en la Santa Iglesia Católica”), del capítulo tercero (“Creo en el Espíritu Santo”), de la Segunda sección (“La profesión de la fe cristiana - Los símbolos de la fe”) de la Primera parte (“La profesión de la fe”) es una obra maestra de la teología sacramental, particularmente expresiva y catequística a la hora de explicar la realidad sacramental de la Iglesia (Cfr. especialmente los Nros. 774 – 776). 45 “La tercera y última de las claves de lectura teológica de nuestro Catecismo que considero necesario resaltar es su profundo cristocentrismo, y está perfectamente sintetizada en un pasaje de la constitución Fidei Depositum, que dice así: ‘En la lectura del Catecismo de la Iglesia Católica se puede percibir la admirable unidad del misterio de Dios, de su designio de salvación, así como el lugar central de Jesucristo Hijo Único de Dios, enviado por el Padre, hecho hombre en el seno de la Santísima Virgen María por el Espíritu Santo, para ser nuestro salvador. Muerto y resucitado, está siempre presente en su Iglesia, particularmente en los sacramentos; es la fuente de la fe, el modelo del obrar cristiano y el Maestro de nuestra oración’ (FD Nº 3)” ARANDA ANTONIO, El Catecismo de la Iglesia Católica: algunas claves de lectura teológica, en Scripta Theológica 25 (1993), p. 426. 46 CCE, N° 515. 44 59 La sacramentalidad es, en realidad, uno de los modos de la ley de la Encarnación, que - según he dicho más arriba - preside toda la historia de la salvación. Porque las costumbres de Dios son eternas, y Dios se ha manifestado desde siempre como un Dios que no ama jamás de lejos, sino siempre de cerca, y cada vez más cerca. La ley de la Encarnación, que alcanza su punto culminante en Jesucristo, está insinuada desde el principio mismo de la historia de la Salvación, cuando Dios, después de haber hecho al hombre a imagen y semejanza suya, se paseaba por el paraíso que había hecho para él... Desde la perspectiva histórico-salvífica, todos los gestos y palabras del Antiguo Testamento insinúan a su modo la Encarnación redentora; y todos los sacramentos del Nuevo Testamento son una aplicación concreta de la misma, pues la visibilidad de Jesucristo ha quedado plasmada de modo permanente en sus sacramentos.47 El modo de la economía divina es sacramental: no es un modo sólo divino, sino también profundamente humano, pues la vida humana tiene una dinámica profundamente “sacramental”, eco de la compleja realidad corporal-espiritual, visible-invisible de la persona humana.48 Quienes desprecian este modo, incluso como no pocas veces ocurre pretendiendo impugnar la “estructura religiosa” para quedarse sólo y directamente con Dios, no sólo desprecian sus designios salvíficos e ignoran la historia de la salvación, sino que además, al hacerse un dios a medida, se quedan con una religión falseada y una humanidad empobrecida. “El leitmotiv que lo atraviesa es el tema de la economía divina. Así, la primera parte expone la economía de la revelación, que culmina en el misterio de Cristo. El primer artículo del Credo profesa sobre todo las verdades referidas a la vida misma de Dios en su misterio trinitario. Toda la economía divina no tiene otra fuente ni otra meta que esta vida en Dios. Después se articula según los grandes movimientos para la comunicación de esta vida: la obra de la creación y del gobierno divino (providencia), la obra de la redención en Cristo y la obra de la santificación en el Espíritu Santo a través de la Iglesia. La segunda parte prolonga explícitamente esta perspectiva de la economía: en el tiempo de la Iglesia pasa a ser economía sacramental. Todos los dispositivos de la vida litúrgica se sitúan así como dispensación del misterio: signos, tiempos, sacramentos y sacramentales” SCHÖNBORN CHRISTOPH, Nuovo Catechismo. I criteri di redazione. Entrevista en Il Regno-attualitá 20 (1992), p. 586. 48 “Los ritos son necesarios”... Me permito citar de memoria esta frase tomada no de un manual de rúbricas litúrgicas, o de las notas previas del Misal Romano, sino de una obra que exalta bellísimamente el valor humano de la amistad: El Principito, de Antoine de Saint-Exupery. En el diálogo entre el Principito y el zorro (que considero la parte más rica de todo el libro), cuando el zorro enseña al principito cómo “domesticarlo”, le muestra con delicadeza que la amistad humana tiene sus modos, sus ritmos, sus tiempos, sus ritos... También para una humanidad rica entonces, “los ritos son necesarios”... 47 60 “La entera economía divina (creación-redención-glorificación) es manifestación y comunicación de la vida misma de Dios al hombre en Cristo y en el Espíritu Santo. El cristocentrismo ilumina, al mismo tiempo, el significado del teocentrismo cristiano y del verdadero antropocentrismo que en él se funda. ‘Cristo, el nueva Adán, en la misma relación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre, y le descubre la sublimidad de su vocación’, enseña el Concilio Vaticano II en un conocido pasaje (GS 22), que es por cierto el texto conciliar más citado en el Catecismo. Y concluye diciendo: ‘Nada hay, pues, de extraño en que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona (ibídem). Nada de extraordinario, podemos también concluir nosotros, en que todo esté organizado en el Catecismo de la Iglesia Católica en torno a ese Centro, y que en Él se halle la tercera y más radical de sus claves de lectura teológica”.49 Finalmente, la sacramentalidad da una clave valiosísima para captar cómo fe trinitaria y cristocentrismo no son contradictorios ni excluyentes, sino convergentes y correlativos... Desde la Encarnación del Señor en adelante, para los hombres no hay Dios, no hay acceso a Dios sino en Cristo, por Él y con Él. Y no hay otro Jesucristo - y no está de más decirlo frente a tantas falsificaciones del misterio del Señor - sino el que revela al Padre y con Él nos da el Espíritu. Trinidad y cristocentrismo se sostienen e iluminan mutuamente. “El CCC se centra en la Trinidad porque es cristocéntrico: ‘En la catequesis lo que se enseña es a Cristo (...); el único que enseña es Cristo’ (427). Él es el gran sacramento en el que Dios mismo se nos manifiesta (515); la liturgia es la obra de Cristo glorioso que sigue actuando en su Iglesia, por medio de su Santo Espíritu (10841109), para la curación y salvación del hombre (1116); así es como se hace posible la vida en Cristo, es decir, el seguimiento verdadero (1694-1698), y que la oración, en cuanto comunión con Cristo, tenga las mismas dimensiones que se amor (2565)”.50 49 ARANDA ANTONIO, El Catecismo de la Iglesia Católica: algunas claves de lectura teológica, en Scripta Theológica 25 (1993), p. 427. 50 MARTÍNEZ CAMINO JUAN ANTONIO, a.c., p. 260. 61 CAPÍTULO III: LA VIDA DE FE Me propongo en este capítulo, siguiendo siempre la lógica evangélica que el CCE hace propia, dejar en claro que la moral es consecuencia, y no causa de la vida de fe; y que la vida moral o vida en el Espíritu (destaco la palabra para que sea evidente que no hablo de ningún “espíritu” que no sea la Tercera Persona de la Santísima Trinidad) se alimenta indispensablemente de la fuente en la cual el Espíritu se bebe (Cfr. I Cor. 12,13), es decir, la liturgia. Por eso presentaré la vida de fe como vida en el Espíritu, llamada a superar toda tentación de perder la unidad interior, con plena conciencia de que esta pérdida comprometería la identidad misma de la fe, y pondría en jaque la autenticidad tanto del corazón creyente como del resto de la vida. Como una dimensión esencial de la vida de fe quiero aquí resaltar el carácter comunitario de la vocación humana y cristiana, y la imposibilidad esencial de hacer de la vida de fe un asunto privado, oculto e individual. El Creo-Creemos con el que se abre la primera parte del CCE y que para el cristiano es una expresión litúrgica, reaparece con fuerza en el cap. II de la tercera parte del mismo. La fe cristiana testimoniada en este Catecismo combina y equilibra maravillosamente persona y comunidad, allí donde los grandes sistemas políticos del siglo XX fracasaron estrepitosamente. Finalmente, me detengo a insistir - creo que en razón de algunas impugnaciones que han tenido lugar a lo largo de la historia no está demás hacerlo - que los mandamientos no son expresiones de un voluntarismo espiritual ciego y fanático, sino el estilo que brota de la fuerza misma del Evangelio, recordando que no en vano la presentación que de los mismos hace el Señor en el Evangelio se abre con las bienaventuranzas (Cfr. Mt, caps. 5, 6 y 7). 1 – Vida de Fe como vida en el Espíritu. Quizás sea necesario aquí, para introducir correctamente el tema, despejar un poco la interminable serie de equívocos que puede suscitar la palabra “espíritu”, y que va desde un cierto antropocentrismo que considera el espíritu de la persona humana como el “analogado principal”, hasta el ingenuo y descarado panteísmo postmoderno, que supone un “alma universal”, que se manifiesta diversamente en las individualidades pero es 62 siempre el mismo y único, y cuya “buena onda” y/o “energía positiva” puede percibirse y expandirse gracias a ejercicios de autoconcientización guiados por nuevos iluminados...1 Pasando por aquellas concepciones en las que tácitamente se supone que “lo espiritual” es apenas una epifanía del mundo material, sustancialmente no diversa del mismo; y sin olvidar que en un tiempo tan terriblemente sediento de Dios, de trascendencia, de sentido profundo de la vida y del amor, “lo espiritual” vuelve a ser el paraíso de los embusteros y estafadores que reeditan cuentos y mitos viejos, pero además, gracias a la globalización, pueden importar más fácilmente recetas, productos, tácticas y técnicas desde Oriente.2 En este contexto, despersonalizado y/o comercializado, vuelve a brillar con fuerza la Buena Nueva del Evangelio: el primer y más precioso fruto de la Pascua del Señor es la comunicación de su Espíritu, sin el cual la hondura y profundidad del misterio cristiano total (comenzando por la Pascua misma) sería incomprensible e inaccesible. Resplandece aquí nuevamente el carácter totalmente personal y personalizante de la fe cristiana: los cristianos no “creemos” en una serie de proposiciones, sino que adherimos personalmente al Padre, por la palabra y la acción de su Hijo, y en el Espíritu que el nos ha dado 3; los cristianos no cumplimos con rituales religiosos: celebramos al Viviente, fuente gozosa de Luz y Vida, en alas del que confesamos como Señor y Dador de vida (“Dominum et Vivificantem”), de tal modo que si no se da esta Presencia “Hoy en día no es raro el caso de encontrarse con ciertas prácticas religiosas, como la meditación trascendental y otras técnica de procedencia oriental, completamente secularizadas y destituidas de su dimensión religiosa o moral y reducida a puros métodos de relajación , de curación y de desarrollo de potencial humano. Se trata de una completa inversión de los valores: es Dios el que está puesto al servicio del hombre y de sus problemas, y no éste al servicio de su creador”. GOYA BENITO, La fe, fuente de madurez humana, en Revista de Espiritualidad 54 (1995), p. 492. 2 “Otro problema que sorprende en muchos Congresos de psicología de la Religión, es el de la ‘uniformización’ de la religión y de las sectas, del representante supremo de una religión histórica y del último pregonero religioso de turno, de la liberación espiritual y la curación efectuada por cualquier mago o curandero. En tal modo, se meten en el casillero lo más sublime y lo mas chabacano, los vuelo ilusorios producidos por drogadicción y los fenómenos místicos, ignorando totalmente el sentido trascendental de los mismos y la calidad completamente diversa de tales fenómenos”. GOYA BENITO, a.c., p. 492. 3 “El personalismo cristiano reivindica la dimensión trascendente de la persona: esta es ante todo un ser portador de valores religiosos, abierto a una plenitud inmensamente superior a la simplemente humana. para interpretar cuanto afirmaremos de la fe como fuente de madurez es indispensable esta visión integral de la persona. Quien se cierra a tales realidades sobrenaturales, niega naturalmente estas posibilidades inconcebibles para una mente racionalista”. Ibídem, p. 495. 1 63 Vivificante, sencillamente no hay vida cristiana;4 y en esta misma dinámica, los cristianos no cumplimos preceptos, sino como expresión y manifestación de la presencia real y misteriosa del Espíritu que permite reconocer al Hijo como Señor y Maestro, y caminar hacia la casa del Padre como a la meta más suspirada y deseada por el corazón humano. Por eso el CCE titula a la tercera parte “La vida en Cristo”; e introduce de lleno el tema con el titulo de la primera sección: “La vocación del hombre: la vida en el Espíritu”, dejando en claro que: “La vida en el Espíritu Santo realiza la vocación del hombre. Está hecha de caridad divina y solidaridad humana. Es concedida gratuitamente como una Salvación”.5 Este orden responde a la más auténtica y genuina tradición cristiana. Apartarse del mismo es apartarse del Evangelio, y comenzar al perder el rumbo. Dice a este respecto Larrabe:6 “¿Orden del tratamiento del tema? Primero reconoce la dignidad de ser cristiano, y luego nos habla el Catecismo del modo cristiano de vivir. Es la preocupación que tuvieron los Santos Padres y las primeras comunidades cristianas: ‘vivere in forma vitae Christi’; moral cristiana quiere decir tratar de vivir en la forma en que vivió Cristo”. Evidentemente, para que la fe se haga vida, tiene que haber primero fe... Puede parecer demasiado evidente recalcarlo, pero así se comprende mejor porqué la moral no es ni puede ser la primera o la segunda parte del CCE, y porqué las presentaciones de la fe que alteran este orden corren el riesgo gravísimo de falsificarla. Y así se comprende también cómo la moral cristiana puede ser enteramente concebida bajo la forma de coherencia: coherencia con lo que la Fe y el Bautismo han hecho en nosotros, los creyentes; coherencia contemplativa que prorrumpe en gozo estupefacto al descubrir la grandeza y belleza del misterio de amor que se refleja en el corazón humano: “La tercera parte del CEC se abre con una cita de San León Magno (Serm. 21, 2-3) que invita al cristiano a realizar un triple y “La tercera parte del Catecismo se refiere a la vida en Cristo y según el espíritu, es decir la moral del cristiano, que es ética, bíblica y sacramental. No se trata de pasar simplemente de la fe proclamada a la fe vivida: la mediación sacramental de la liturgia indica que no hay posibilidad de vivir como discípulos de Cristo si no hay una comunión sacramental con Cristo y sus misterios. Es lo que se realiza en la participación litúrgica”. CASTELLANO CERVERA JESÚS, Los misterios de Cristo en el año litúrgico. Una relectura del “Catecismo de la Iglesia Católica”, en Phase 42 (2002), p. 98. 5 Cfr. N° 1699. 6 LARRABE JOSÉ LUIS, Rasgos teológicos del Catecismo de la Iglesia Católica, en Burgensis 35 (1994), p. 533. 4 64 profundo acto cognoscitivo: ‘Cristiano, reconoce tu dignidad... Recuerda a qué cabeza perteneces y de qué Cuerpo eres miembro. Acuérdate que has sido arrancado del poder de las tinieblas par ser trasladado a la luz del Reino de Dios’ (1961). ‘Reconoce’, ‘recuerda’, ‘acuérdate’: en la raíz de la vida cristiana adulta se ubica una toma de conciencia que, siendo ella misma una actitud moral, funda la moral cristiana bajo el signo del don y del reconocimiento consciente de sí mismo. El sentido de esta toma de conciencia es el de llegar a percibir en nosotros - gracias a la fe una valor próximo de lo estético, en el sentido teológico: el de la dignidad - o belleza (Cfr. 1701) - de lo que hemos llegado a ser gracias a lo que el Dios Trino ha hecho por nosotros (1693-95)”. 7 La moral cristiana que presenta el CCE es una moral de contemplativos, es decir, de personas que además de tener ojos, los usan... Que son capaces no sólo de ver, sino también de observar; que además de oír, escuchan. Ven y escuchan toda la realidad, y no sólo aquella parte de la misma que se impone a fuerza de estruendo y propaganda. Ven con los ojos, pero sin renunciar a ver con el corazón; escuchan lo que se dice, pero también lo que no se dice, o se dice con el silencio. Están atentos a la realidad visible, pero también a “las realidades que no se ven” (Hb. 11,1). No es éste el lugar para detenerme a reflexionar sobre la contemplación. Simplemente dejo en claro que, contrariamente a la falsificación que es moneda corriente, el contemplativo no es alguien alejado de la realidad y con poco sentido común. En todo caso es el no-contemplativo quien tiene su campo visual reducido, y se mueve en un mundo donde las verdades a medias no pocas veces terminan siendo competas mentiras. Así se comprende también que esta concepción de la vida moral no tiene punto de comparación - sencillamente porque no tiene nada que ver con la “moral utilitarista”, para la que es bueno lo útil, o con la “moral 7 GALLI CARLOS MARÍA, La celebración del misterio cristiano. Teología y pastoral sacramental a la luz del Nuevo Catecismo, en Comentario al Catecismo de la Iglesia Católica (Profesores de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina), Paulinas, Buenos Aires, 1996, p. 341. Allí mismo el autor se explaya aún sobre esta idea: “Podríamos recordar aquí un texto de H.U. von Baltasar, acerca de la forma cristiana, a la que denomina ‘lo más bello que existe en el ámbito de lo humano’, ya que ella se realiza ‘en el milagro del perdón de los pecados, de la santidad, de una iluminación y ennoblecimiento de todo el espacio existencial, milagro que ya por sí mismo garantiza el desarrollo más hermoso de una forma espiritual. La imagen de la existencia es irradiada por el arquetipo Cristo y formada con la fuerza del Espíritu Creador, con la elevación de aquel que no tiene necesidad de destruir lo natural para alcanzar su fin espiritual’”. Cfr. BALTHASAR HANS URS VON, Gloria. Un estética teológica. La percezione della forma, Milano, 1985, p. 15. 65 pragmatista/eficientista”, para la cual la calidad moral es proporcional a la eficacia práctica (moral que está a la base de todos los modos de manipulación genética, en los casos en los que se deja algún lugar a planteos morales...), o con la “moral individualista”, o cualquier otro modo de, en el mejor de los casos, una moral apenas humana para alguien que ya no es sólo humano...8 También en esto el CCE deja en claro ya desde el comienzo mismo que a la sublimidad de la vocación humana corresponde una infinita felicidad que determina un nuevo estilo de vida. De tal modo, las bienaventuranzas son al mismo tiempo las promesas más inauditas que el hombre haya escuchado en boca de Dios, y actos eximios de la vida moral en consonancia con el Reino que las mismas inauguran.9 Evidentemente, la vida moral del cristiano hunde sus raíces en las profundidades de su vida teologal. Pero también aquí, lo más divino se revela como lo que más y mejor salvaguarda y dignifica a la naturaleza humana. Dice al respecto el P. Goya: “La psicología transpersonal demuestra que cuantas mas vueltas da el ser humano y mas se concentra alrededor de un problema, tanto más este se convierte en el centro galvanizador de todas sus energías. Cada uno refleja en la vida lo que contempla. Si se contempla a sí mismo, reflejará su propio yo insatisfecho; sí, por el contrario, contempla a Dios, su naturaleza se transformará en divina, e irradiará la grandeza del Creador”.10 La vida moral cristiana, lejos de ser un permanente interrogatorio en base a un elenco interminable de normas, leyes, preceptos y reglas caprichosas e incomprensibles, es vida teologal puesta en marcha, desplegada por el viento del Espíritu, que la lleva a plenitud. “Vida teologal no es una nueva forma, añadida a la que calificamos de vida divina, cristiana, espiritual. Es la misma vida cristiana, personalizada y dinamizada en sus componentes primordiales: presencia y comunicación de Dios en su unidad trinitaria; “La introducción termina con un párrafo que vuelve a hacer referencia a la actitud contemplativa, que ahora tiene como objeto a Cristo: ‘Contemplándole en la fe, los fieles de Cristo pueden esperar que él realice en ellos sus promesas, y que amándolo con el amor con que él nos ha amado realicen las obras que corresponden a su dignidad’ (1698). El reconocimiento del don de la nueva dignidad y la contemplación amorosa de Cristo quedan pues indisolublemente unidos. Esa es la fuente del obrar nuevo: la ‘vida en Cristo’ es, simultáneamente, una ‘vida en el espíritu’”. GALLI CARLOS MARÍA, o.c., p. 342. 9 Cfr. todo el artículo 2 (“Nuestra vocación a la bienaventuranza”) del capítulo primero (“la dignidad de la persona humana”) de la Primera Sección (“La vocación del hombre: la vida en el Espíritu”) de la Tercera Parte (“La vida en Cristo”). 10 GOYA BENITO, a.c., p. 492. 8 66 reciprocidad de comunión inmediata pasiva y activa, mística y ascética en la fe, amor, esperanza; realismo sacramental e histórico, que incorpora y transforma las mediaciones: Iglesia, sacramentos, personas, historia, naturaleza. Es compendio de toda la vida espiritual en sus componentes y desarrollo. El tema es decisivo tanto para la vida como para la teleología espiritual [...] La unidad de vida, aspiración de todo espiritual auténtico, se encuentra en la vida espiritual honda, antes que en la programación cuidadosa”.11 La vida en el Espíritu se transforma en una experiencia profundamente liberadora, y la moral cristiana queda fundamentalmente planteada y comprendida como moral de libertad interior, que se aprende, se vive, se recupera y se reorienta permanentemente hacia su fin último. Una lectura atenta de esta moral creyente echa por tierra definitivamente ciertos mitos infames construidos en torno a la religión, por parte de algunas posturas aún más dogmatistas que el supuesto dogmatismo que se pretendía censurar... El P. Goya refiere una de los ejemplos más emblemáticos del siglo XX: “Freud presenta la religión como compulsión neurótica. Comparaba la meticulosidad de las ceremonias, que se realizaban en las celebraciones rituales, con las compulsiones que caracterizaban algunos tipos de neurosis. A partir de esta comparación, deducía que, cualquier tipo de religión, había surgido como fruto de una ‘conciencia ansiosa’, que hacía sentir sus remordimientos en cuanto descuidaba alguno de los ritos prescritos. Así ‘la neurosis era una necesidad individual y, la religión, una neurosis compulsiva universal’”.12 El autor pone además en evidencia en qué medida Freud presenta la religión como producto del sentimiento de culpa y como mera ilusión infantil,13 al mismo tiempo que se muestra fatalmente incoherente al 11 RUIZ SALVADOR FEDERICO, Caminos del Espíritu (Quinta edición), Editorial de Espiritualidad, Madrid 1998, pp. 67-68. En esta misma línea, observa el P. Goya: “Es evidente que el místico no es un sujeto obsesionado por su realización individual y confiado solo en sus energías intrasíquicas, sino que su valor y motivación básicas nacen de lo alto, ya que él está ardiendo en celo por la gloria del Señor y es, siguiendo con todo su corazón a Cristo el hombre perfecto, como ‘se hace él mismo más hombre’ (GS 41)”. GOYA BENITO, a.c., p. 493. 12 GOYA BENITO, a.c., p.496. El autor presenta también otro artículo, en el cual puede verse el sexocentrismo de Freud y sus diversas implicaciones, incluso para un planteamiento religioso. Cfr. Amor, psicología y sexualidad, en Rev. de Espiritualidad 44, 1985, pp.439 - 465. 13 Ibídem, p. 497. 67 rechazar lo que él considera el “dogmatismo religioso”, pero sólo para sustituirlo por su implacable “dogmatismo sexual”.14 2 – El dramático divorcio entre la Fe y la vida. El título de este punto quiere remitir de modo directo a un conocido fragmento del Concilio, que denunciaba sin ahorrar palabras uno de los signos negativos de nuestros tiempos: “El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época. Ya en el Antiguo Testamento los profetas reprendían con vehemencia semejante escándalo. Y en el Nuevo Testamento sobre todo, Jesucristo personalmente conminaba graves penas contra él. No se creen, por consiguiente, oposiciones artificiales entre las ocupaciones profesionales y sociales, por una parte, y la vida religiosa por otra. El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo; falta, sobre todo, a sus obligaciones para con dios y pone en peligro su eterna salvación. Siguiendo el ejemplo de Cristo, quien ejerció el artesanado, alégrense los cristianos de poder ejercer todas sus actividades temporales haciendo una síntesis vital del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios” (GS 4, 43). El Concilio mismo constata que se trata de un error ya viejo; pero que hoy presenta ribetes y matices específicos, que lo transforman en “uno de los más graves errores de nuestra época”. Probablemente esta especificidad en cuestión es demasiado compleja como para poder identificar inequívocamente todas y cada una de sus causas. Sin embargo, creo que una raíz importante deba buscarse en el relativismo imperante ya mucho antes de la entronización del pensamiento débil, pero que en la post-modernidad se vuelve el pan cotidiano, y que en el campo moral se traduce en una notable disminución o directamente en una Cfr. AA.VV., El inconsciente, Mensajero, Bilbao, 1974., p. 141: “Mi querido Jung, prométame que nunca desechará la teoría sexual. Es lo más importante de todo. Debemos hacer de ello un dogma, un bastión irrefutable”. Comenta el P. Goya al respecto: “Pero Jung no pensaba así, y en 1913 se separó de su maestro, a pesar de que éste le había declarado su ‘hijo y heredero’, y rehusó adherirse al pansexualismo freudiano, que hacía del inconsciente un ‘hervidero de pulsiones’ perversas, y un ‘caldero de brujas’” Cfr. GOYA BENITO, a.c., p. 498, nota al pie. 14 68 total pérdida de sentido del pecado, e incluso del bien y del mal como tal, y que hace que la inmoralidad ceda el puesto a un mal aún peor: la amoralidad. Considero de la mayor importancia subrayar que el aspecto moral del problema es manifestación de una crisis que se desencadena en un nivel mucho más profundo. No basta, no sirve, es insuficiente y quizás contraproducente dar “inyecciones de moralidad” a una realidad que requiere una respuesta mucho más de fondo, más comprehensiva de la infraestructura que sustenta las “estructuras de pecado”.15 El Cardenal Ratzinger explica así el rostro “amable” y excluyente que presenta hoy el relativismo: “El relativismo se ha transformado por lo tanto en el problema fundamental de la fe de nuestros días. El mismo no se expresa solamente como una forma de resignación frente a la verdad inalcanzable, sino que se define también positivamente, recurriendo a las ideas de tolerancia, conocimiento dialogal y libertad, que habían sido coartadas por la concepción de una verdad universalmente válida. El relativismo se presenta además como la base filosófica de la democracia, la cual se fundaría precisamente sobre el hecho de que ninguno puede pretender conocer el camino justo; la democracia derivaría del hecho de que todos los caminos se reconocen recíprocamente como tentativas parciales de alcanzar lo que es mejor y buscan en el diálogo alguna comunión, a la cual da también su contribución el conocimiento, pero que el último análisis no se puede conducir a una forma común. Un sistema de libertad debería ser por su naturaleza un sistema de posiciones relativas que se comunican entre sí, que dependen además de varias combinaciones históricas y quedan siempre abiertas a nuevos desarrollos. Una sociedad liberal debería ser una sociedad relativista; solamente con estas condiciones la misma está en condiciones de permanecer libre y mantenerse abierta”.16 De este modo, proponiendo el relativismo como condición indispensable para las libertades individuales, para el diálogo, y como salvaguarda del recíproco respeto intelectual, los hombres y los pueblos han 15 Sin querer abstraer este concepto de sus matices históricos concretos, lo utilizo aquí libremente para indicar el sentido obvio que tiene en el contexto, precisando que me refiero a estructuras no sólo sociales, culturales y colectivas en general, sino también personales, espirituales, y por ende individuales, presentes en ese microcosmos que es la persona humana. 16 RATZINGER JOSEPH, La fede e la teologia ai giorni nostri, en La Civiltà Cattolica, 147.IV (1996), pp. 478-479. 69 auto-clausurado para sí mismos el camino que debería recorrerse para crecer en la verdad. Estamos evidentemente en las antípodas de la máxima evangélica “Las verdad os hará libres” (Jn. 8,32). Estamos en esa concepción de la democracia que tantas veces engendra la tiranía de las minorías y que desecha a priori - y con aires de venganza - la existencia de La Verdad. “El hecho de que el relativismo se presente como la insignia del encuentro de las culturas, como la verdadera filosofía de la humanidad, le confiere (como ya hemos mencionado) una gran fuerza de persuasión, que en la práctica no admite rivales. Quien se contrapone a esto no solamente toma posición contra la democracia y la tolerancia, que son los preceptos fundamentales de la convivencia humana, sino que además se endurecen obstinadamente en la preeminencia de la propia cultura, la occidental, y rechaza el encuentro entre las culturas, que hoy es el imperativo más urgente. Quien quiere permanecer en la fe de la Biblia y de la Iglesia se encuentra relegado ante todo en una tierra de nadie, y tiene que orientarse nuevamente en la ‘necedad de Dios’ (I Cor 1,18), para poder encontrar allí la verdadera sabiduría”.17 El resultado de semejante mentalidad es clarísimo: la afirmación de un Absoluto al que corresponda de parte humana una convicción y una adhesión absoluta sería petulante, “dogmatista”, fundamentalista, y genéticamente intolerante. El creyente no sólo puede verse cuestionado y eventualmente marginado por la mentalidad imperante, sino que puede llegar a cuestionarse a sí mismo la fuerza y validez del objeto de sus convicciones, y de la convicción como tal. La fe puede entonces debilitarse, su luz volverse tenue e, imposibilitada de ser una luz que ilumine el mundo, puede quedarse simplemente en algo así como una candela encendida en un refugio antiatómico... O en términos evangélicos, una sal que no sala, una levadura que no fermenta, una luz escondida (Cfr. Mt. 5,13-16). La fe deja de ser una dimensión vital, y se transforma en una ocupación ocasional, que motiva en el mejor de los casos visitas aisladas a alguna Iglesia, e incluso a Misa, pero sin continuidad interior; oraciones y devociones desparramadas a discreción, que actúan más como adornos que se amontonan que como bases que estructuran; y en definitiva una fe que no se encarna, y por lo tanto no se hace salvífica, no se hace vida, no se hace realidad.18 17 Ibídem, pp. 481-482. “La dimensión de la fe permite al hombre escapar a la trampa de vivir sumido en lo aparente, y quedarse en la corteza de las cosas. No existen dos ‘mundos’ yuxtapuestos, cada uno de los cuales sería autónomo y pudiera ser comprendido sin el otro. En el orden del universo ‘lo visible se ordena y se subordina a lo invisible, lo temporal a lo eterno’ (SC 2). 18 70 A este respecto, traigo a colación una reflexión sobre la fe en su dinámica propia, es decir, inseparablemente unida a la Esperanza y a la Caridad: “La primera labor de las virtudes teologales es formar al creyente en todo su ser, compromisos, funciones, pensamientos, sentimientos, hechos de vida. Es un programa esencial y completo de santificación, en clave de vida teologal: unión con Dios, conformación con Cristo, lectura y anuncio del Evangelio, conciencia vocacional y apostólica, todo ello vivificado por la fe, por la esperanza y la caridad, que dinamizan todos los resortes de la vida espiritual. No debe limitarse a fomentar sentimientos piadosos y practicar ejercicios devocionales, recomendados por la tradición. Son válidos, pero no está ahí el centro de la formación espiritual cristiana. Fe, amor, esperanza le valen para actuar en el ambiente piadoso y entre mediaciones profanas, en el trato con Dios y con los hombres, en la capilla y en plena calle”.19 El texto del Concilio que encabeza este punto habla de “síntesis vital” de todas las actividades temporales y valores religiosos (Cfr. GS 43). El CCE, sin citar directamente este texto, habla del divorcio entre la oración y la vida, en un texto que se vuelve profundamente sugestivo, si se tiene en Hay, por lo tanto, una sola perspectiva válida para comprender el sentido del hombre y del mundo, y toda perspectiva que ignore la eternidad, la gracia y la gloria es incompleta. No digo que las realidades temporales sean despreciables o que carezcan de sentido, o que su sentido sea puramente negativo: lo que estoy afirmando es que no se sustentan por sí mismas ni tienen en sí mismas la explicación cabal de su ser” MEDINA ESTÉVEZ JORGE, El significado y el papel del Catecismo de la Iglesia Católica para la teología sistemática, en Seminarium 33 (1993), p. 192. 19 RUIZ SALVADOR FEDERICO, o.c., pp. 105-106. Añade a continuación el autor: “La fe no se limita a creer la palabra revelada, las verdades del dogma o del magisterio pontificio. Fe viva y adulta es la que sabe detectar la presencia y acción de Dios, descifrar el sentido divino y humano de los acontecimientos, su valor salvífico a la luz del Evangelio; y asume las iniciativas consiguientes. Gracias a su horizonte de eternidad, la esperanza coloca al cristiano en las mejores condiciones para entregarse a dilatar el reino de Dios en las situaciones temporales, con perseverancia y fortaleza. La caridad hace que, movidos por el amor de Cristo, cada uno sea capaz de dar la vida por los hermanos. Cuando las virtudes teologales pierden fuerza e integridad, pronto se deja sentir la pérdida de visión en uno u otro sentido a corta o larga distancia: como en la vista. a) ‘Miopía teologal’: es el defecto de quienes sólo ven bien o medio bien las cosas de muy cerca: personas y cosas, preocupaciones y necesidades inmediatas; otros mundos de la fe y de la esperanza, otros planes del amor, quedan borrosos, sin color ni forma, perdidos en la lejanía. b) ‘Presbicia teologal’ es el mal que muchos padecen: ven con claridad a largas distancias, a Dios y a los santos del cielo, pero son incapaces de descubrirlo en personas, acontecimientos y cosas que llenan la existencia y la historia humana de cada día. También está la posibilidad de vista ‘muy gastada’, que ve mal a corta y a larga distancia”. 71 cuenta que en el esquema del CCE, la oración es un punto de llegada que incluye y sintetiza los pasos precedentes: hay un arco, una inclusión que va desde la fe hasta la oración,20 y por ende una equivalencia entre el divorcio fe-vida y el divorcio oración-vida: “También tenemos que hacer frente a mentalidades de ‘este mundo’ que nos invaden si no estamos vigilantes. Por ejemplo: lo verdadero sería sólo aquello que se puede verificar por la razón y la ciencia (ahora bien, orar es un misterio que desborda nuestra conciencia y nuestro inconsciente); es valioso aquello que produce y da rendimiento (luego, la oración es inútil, pues es improductiva); el sensualismo y el confort adoptados como criterios de verdad, de bien y de belleza (y he aquí que la oración es ‘amor de la Belleza absoluta’ [philocalia], y sólo se deja cautivar por la gloria del Dios vivo y verdadero); y por reacción contra el activismo, se da otra mentalidad según la cual la oración es vista como posibilidad de huir de este mundo (pero la oración cristiana no puede escaparse de la historia ni divorciarse de la vida)”.21 Creo que uno de los méritos más importantes del CCE es situar en su justo lugar la moral cristiana, entendida propiamente como vida en Cristo, y por ende como consecuencia lógica de la vida de fe, supuesto permanente de la cual se nutre y de la cual es un permanente ejercicio. Este punto es clave, es fundamental en la correcta interpretación tanto de la fe como de la moral cristiana. Cuando no se lo entiende bien, la espiritualidad se convierte en espiritualismo, la moral en moralismo, y la fe en un “dinamismo” inocuo, inerme y diluido, que no interpela la existencia ni transforma los corazones. Un ejemplo significativo es el de la política: si otros momentos de la historia humana se han caracterizado por gobernantes cuya tentación fue avasallar la vida pública desde sus convicciones religiosas, el riesgo es hoy exactamente el opuesto: sofocar la propia fe en nombre de una tolerancia y respeto mal entendidos. Un reciente llamado de atención al respecto ha Cfr. CCE, N° 2558: “‘Este es el Misterio de la fe’. La Iglesia lo profesa en el Símbolo de los Apóstoles (Primera Parte del Catecismo) y lo celebra en la Liturgia sacramental (Segunda Parte), para que la vida de los fieles se conforme con Cristo en el Espíritu Santo para gloria de Dios Padre (Tercera Parte). Por tanto, este Misterio exige que los fieles crean en él, lo celebren y vivan de él en una relación viviente y personal con Dios vivo y verdadero. Esta relación es la oración”. Comenta LARRABE JOSÉ LUIS (a.c., p. 529): “No vale, pues, la objeción de que en este Catecismo la fe (I) y ‘la vida’ (III) se nos muestran separados. Antes bien, como hemos dicho anteriormente, la III parte (moral cristiana) es posible gracias a la fe profesada (I) y celebrada (II)”. 21 CCE, N° 2727. 20 72 hecho la Santa Sede,22 recordando que para el cristiano la vida democrática “tiene necesidad de fundamentos verdaderos y sólidos, esto es, de principios éticos que, por su naturaleza y papel fundacional de la vida social, no son ‘negociables’”. El respeto de la persona humana es, según la Nota vaticana, el “principio sobre el que los católicos no pueden admitir componendas, pues de lo contrario se menoscabaría el testimonio de la fe cristiana en el mundo y la unidad y coherencia interior de los mismos fieles”. Por este motivo, deja muy claro que los católicos no pueden colaborar nunca con aquellas leyes que atentan contra la persona. El elenco de leyes que afectan a la persona menciona, entre otras, “el derecho a la libertad religiosa y el desarrollo de una economía que esté al servicio de la persona y del bien común, en el respeto de la justicia social, del principio de solidaridad humana y de subsidiariedad”. Se recuerda allí que los cristianos tendrán que comprometerse al servicio de “la paz”, pero alerta ante una visión “ideológica” que “tiende a veces a secularizar el valor de la paz mientras, en otros casos, se cede a un juicio ético sumario, olvidando la complejidad de las razones en cuestión”.23 22 Cfr. Nota doctrinal (redactada por la Congregación para la Doctrina de la Fe, aprobada por Juan Pablo II y publicada el jueves 16 de enero de 2003) que recuerda que los católicos también son tales en la política (la nota afronta la relación entre democracia, laicidad, y ética, e ilustra los principios fundamentales que deben orientar el compromiso de los políticos católicos; y afronta algunos puntos críticos del debate cultural y político actual). Cfr. http://zenit.org (16/I/2003). El documento apoya decididamente la acción de los creyentes en la democracia, y al mismo tiempo les pide coherencia con sus convicciones. Por este motivo la “Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política” plantea el desafío que en estos momentos constituye el “relativismo cultural” que aboga por el “pluralismo ético”, es decir, por el rechazo de toda verdad absoluta, como “condición de posibilidad de la democracia”. 23 Para el texto, esta concepción relativista del pluralismo “no tiene nada que ver con la legítima libertad de los ciudadanos católicos de elegir entre las opiniones políticas compatibles con la fe y la ley moral natural”. El documento, por último, aclara el término “laicidad”. En este sentido, la Santa Sede explica que “la promoción en conciencia del bien común de la sociedad política no tiene nada qué ver con la ‘confesionalidad’ o la intolerancia religiosa”. “Para la doctrina moral católica -subraya -, la laicidad, entendida como autonomía de la esfera civil y política de la esfera religiosa y eclesiástica -nunca de la esfera moral-, es un valor adquirido y reconocido por la Iglesia, y pertenece al patrimonio de civilización alcanzado”. En definitiva, el documento pide a los católicos que sean también católicos en política, constatando que “en circunstancias recientes ha ocurrido que, incluso en el seno de algunas asociaciones u organizaciones de inspiración católica, han surgido orientaciones de apoyo a fuerzas y movimientos políticos que han expresado posiciones contrarias a la enseñanza moral y social de la Iglesia en cuestiones éticas fundamentales. Tales opciones y posiciones, siendo contradictorias con los principios básicos de la conciencia cristiana, son incompatibles con la pertenencia a asociaciones u organizaciones que se definen católicas”, aclara el documento... ¿No es este acaso un típico síntoma de un tiempo signado por un dramático divorcio entre la fe y la vida?... 73 Larrabe observa: “No creemos que caiga en espiritualismo esta parte moral del Catecismo ya que, hablando de la vida en Cristo, son asumidas y valorizadas las dotes de la persona humana: la libertad, la conciencia, la responsabilidad, la honradez, las perfecciones de la virtud en consonancia con la fraternidad humana, no sólo la filiación divina, sino que presenta estas dos dimensiones íntimamente unidas como cara y cruz de una misma moneda”.24 La moral cristiana que presenta el CCE es un estilo de vida, una espiritualidad, y espiritualidad entendida no como un lujo, un plus sobreañadido para una elite de cristianos de primera categoría, sino el modo que corresponde a quienes están llamados a vivir la vida en Cristo; nuevamente recuerdo aquí el título programático de la primer sección: la vocación del hombre: la vida en el Espíritu...25 Otras concepciones de la moral cristiana provienen de caricaturas surgidas de la ignorancia y/o la mala voluntad, de eventuales insuficiencias y deficiencias catequísticas del pasado y no pocas veces de prejuicios tan poco serios como mal fundamentados. En pocas palabras, con su proverbial sencillez, Madre Teresa decía: “La fe es el amor en acción, no en sentimientos”.26 “La dimensión espiritual está presente en el Catecismo de varias maneras. Desde luego no lo está como si a ella estuviera dedicado un artículo, o un capítulo o una sección: si así fuera, lo ‘espiritual’ sería un ‘tema’ entre tantos otros, y no una ‘dimensión’, es decir un aspecto que pertenece intrínsecamente a todo el misterio cristiano. [...] La dimensión espiritual es lo que diferencia un conocimiento puramente científico de lo que es ‘sabiduría de Dios’. Es bien difícil definirla o categorizarla; resulta más fácil ‘percibirla’ a través de un conocimiento que no es exclusivamente conceptual, sino de cierta ‘connaturalidad’ entre el sujeto y el objeto, connaturalidad que en definitiva no es posible sino mediante la 24 a.c., p. 534. Algunos de los subtítulos de la tercera parte del CCE pueden orientar muy bien en lo que al estilo de la moral cristiana se refiere: La dignidad de la persona humana (cap. I de la I sección); Nuestra vocación a la Bienaventuranza (art. 2, cap. I, I sección), y dentro de este punto: El deseo de felicidad; La Bienaventuranza cristiana, y exactamente en el otro extremo, concluyendo con el tratamiento del X mandamiento: Los deseos del Espíritu; “Quiero ver a Dios”... 26 Cita tomada de Los cinco minutos de la Madre Teresa (Un diario de reflexiones, oraciones y anécdotas recopiladas por el P. Angelo Scolozzi), Editorial Claretiana, Buenos Aires, 2000, p. 21. 25 74 acción del Espíritu y es fruto de ella. Así como hay un ‘sensus fidei’, hay también un ‘sensus Spiritus’”.27 Finalmente, la moral cristiana no es desequilibrante, no crea frustrados ni retro-alimenta morbosidades o patologías. Nunca es la fe la que crea afecciones psicológicas, sino a lo sumo el modo errado de encararla, comprenderla y vivirla. “Muchas prácticas religiosas resultan perjudiciales para la madurez y plenitud humanas, y, por desgracia, ofrecen alimento abundante para los hambrientos de liquidar o debilitar en influjo de la religión en la sociedad y en la cultura. Pero, de hecho, el poder positivo de una fe auténtica queda claramente debilitado por varios tipo de religiosidad inmadura e infantil. Cuando los valores teologales de la fe y de la esperanza no llegan a ser personalizados, el bautizado, a pesar de su madurez cronológica, política o cultural, queda en un estado de inmadurez e infantilismo religioso”.28 En este sentido, es muy probable que la renovación teológica que fraguó en el Concilio Vaticano II necesite aún de más tiempo para superar el lastre de una cierta visión moralística que ha condicionado severamente la catequesis, la predicación, la espiritualidad, el testimonio y en general la vida misma de la Iglesia. Tiempo, y un modo renovado de enseñar la fe que haga justicia al Evangelio, como lo hace el CCE. “El Dios liberador se convierte, en semejantes situaciones, en el Dios formulista y censor, que no permite el crecimiento individual, sino que lo oprime a base de leyes y prohibiciones. En tal modo, la fe deja de ser una comunicación viva de la buena noticia; la persona y su maduración pasan a un segundo plano y predominan una traducción de fórmulas impenetrables, cuyo contenido se impone en modo autoritario. Aunque todo esto no constituye la MEDINA ESTÉVEZ JORGE, a.c., p. 193. Agrega el Cardenal: “El lector del Catecismo sabe que la cuarta parte del mismo esta dedicada a la oración y es bien posible que haya habido lectores que han comenzado la lectura por esta parte, buscando alimento para su vida espiritual. Sin embargo, quien comienza la lectura del Catecismo por el principio, se da cuenta rápidamente que todo el texto invita a la oración y que la revelación no es una propuesta solamente para recibir una adhesión intelectual, sino para ser objeto de amorosa contemplación. Dicho en otra forma, el Catecismo es un instrumento al servicio de la relación personal y vital entre el hombre y Dios, relación que constituye precisamente la ‘dimensión espiritual’” (ibídem); “Es legítimo subrayar la ‘dimensión espiritual’ como elemento unificador del Catecismo: es todo el mundo de la gracia, de la santificación, del ‘hombre espiritual’ lo que está subyacente a la Revelación, a la Liturgia, a la Moral y a la Oración” (p. 194). 28 GOYA BENITO, a.c., p. 499. 27 75 norma, abundan desafortunadamente los casos de sujetos heridos por las actitudes inmaduras delos mayores, que viven una religiosidad y unos rituales obsesivos que son letra muerta”.29 3 – Una Fe no “privada” ni privatizada... El CCE pone gran cuidado en presentar la fe como una virtud no de “individualidades”, sino de la persona humana, y por ende una virtud que toca con fuerza la dimensión social de la misma. Ya de entrada, el subtítulo de la primera sección de la primera parte (LA PROFESIÓN DE LA FE) es programático: “CREO” - “CREEMOS”. En el N° 26 constata simplemente esta dimensión personal-comunitaria de la fe, que desarrollará gradualmente a medida que se avanza en la exposición de la fe. Concretamente, el capítulo tercero de la primera sección (siempre dentro de la primera parte), se hará eco de este “creo-creemos”, articulando la respuesta del hombre a Dios.30 Al exponer concretamente el “CREEMOS” de la fe, el CCE dice en primer lugar: “La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros”.31 Es una primera precisión, clara, importante, fundamental para comprender correctamente la fe de la Iglesia, que en el bautismo se hace personal sin dejar nunca de ser eclesial. Todo este artículo 2 (“Creemos”) muestra precisamente cómo la fe da a los creyentes una unidad no sociológica, o sicológica o cultural, sino profundamente teológica. La 29 Ibídem, p. 500. El esquema del CCE en esta parte es sumamente claro y pedagógico en lo que a la dinámica de la fe se refiere: basta ver los títulos de los capítulos de esta primera sección: El hombre es capaz de Dios (cap. I); Dios al encuentro del hombre (cap. II); La respuesta del hombre a Dios (cap. III); y en este último cap. III, dos artículos: Creo (art. 1), y creemos (art. 2). 31 CCE, N° 166. 30 76 referencia a la Iglesia en este artículo es significativa: recurrentemente se la presenta como Madre,32 que engendra hijos de Dios y hermanos entre sí. La filiación y la fraternidad se vuelven entonces claves de lectura para comprender la dimensión comunitaria de la fe y la realidad última de la comunidad humana, y de la relación persona - sociedad.33 Destaco particularmente los Nros. 172 y 173, con el subtítulo que los encabeza:34 UNA SOLA FE 172 Desde siglos, a través de muchas lenguas, culturas, pueblos y naciones, la Iglesia no cesa de confesar su única fe, recibida de un solo Señor, transmitida por un solo bautismo, enraizada en la convicción de que todos los hombres no tienen más que un solo Dios y Padre (Cfr. Ef 4,4-6). S. Ireneo de Lyon, testigo de esta fe, declara: 173 "La Iglesia, en efecto, aunque dispersada por el mundo entero hasta los confines de la tierra, habiendo recibido de los apóstoles y de sus discípulos la fe... guarda (esta predicación y esta fe) con cuidado, como no habitando más que una sola casa, cree en ella de una manera idéntica, como no teniendo más que una sola alma y un solo corazón, las predica, las enseña y las transmite con una voz unánime, como no poseyendo más que una sola boca" (haer. 1, 10,1-2). La segunda sección de la primera parte del CCE hace también un aporte importante que precisa la “precedencia teológica” de la fe de la Iglesia, y la necesidad de un lenguaje común para expresar una realidad en “‘Creo’, es también la Iglesia, nuestra Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir: ‘creo’, ‘creemos’” (N° 167). En el N° 169, tres veces se habla de la Iglesia como Madre: “La salvación viene solo de Dios; pero puesto que recibimos la vida de la fe a través de la Iglesia, ésta es nuestra madre: ‘Creemos en la Iglesia como la madre de nuestro nuevo nacimiento, y no en la Iglesia como si ella fuese el autor de nuestra salvación’ (Fausto di Riez, De Spiritu Sancto, 1, 2: CSEL 21, 104). Porque es nuestra madre, es también la educadora de nuestra fe”; “Como una madre que enseña a sus hijos a hablar y con ello a comprender y a comunicar, la Iglesia, nuestra Madre, nos enseña el lenguaje de la fe para introducirnos en la inteligencia y la vida de la fe” (N° 171). 33 “La fe cristiana es una fe eclesial no sólo porque el sujeto que realiza el acto de creer es ante todo y primariamente la Iglesia, sino también porque ella misma es contenido de fe”. FISICHELLA RINO, Catechismo della Chiesa Cattolica, Edizioni Piemme, Casale Monferrato, 1993, p. 646. 34 Uno de los números del resumen de esta parte constituye un buen remate del tema en cuestión: “‘Creer’ es un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe. La Iglesia es la madre de todos los creyentes. ‘Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por madre’ (San Cipriano de Cartago, De catholicae unitate Ecclesiae: PL 4, 503A)” N° 181. 32 77 común: “Quien dice ‘Yo creo’, dice ‘Yo me adhiero a lo que nosotros creemos’. La comunión en la fe necesita un lenguaje común de la fe, normativo para todos y que nos una en la misma confesión de fe”.35 Otro texto, esta vez de la segunda parte, retoma esta misma certeza para verificar su realización en lo que se refiere a los sacramentos de la fe: “La fe de la Iglesia es anterior a la fe del fiel, el cual es invitado a adherirse a ella. Cuando la Iglesia celebra los sacramentos confiesa la fe recibida de los Apóstoles, de ahí el antiguo adagio: ‘Lex orandi, lex credendi’ (‘La ley de la oración es la ley de la fe’) (o: ‘legem credendi lex statuat supplicandi’ [‘La ley de la oración determine la ley de la fe’], según Próspero de Aquitania, siglo V, ep. 217). La ley de la oración es la ley de la fe, la Iglesia cree como ora. La Liturgia es un elemento constitutivo de la Tradición santa y viva (Cfr. DV 8)”.36 Al llegar a la tercera parte del CCE, todo un capítulo (el cap. II de la primera sección) se detiene largamente en las consecuencias morales de una fe que nunca es ni puede ser privada ni “privatizada”... Es decir, que no puede quedar condenada, recluida, encerrada en la esfera de lo privado, entendido como secreto, escondido, y no accesible ni visible al exterior: esto sería sencillamente una contradicción, y el Catecismo afronta con claridad esta eventual tentación, afirmando el carácter comunitario de la vocación humana. Los dos primeros números de esta parte son contundentes,37 y este es uno de los tantos méritos del CCE en relación al tema.38 LA COMUNIDAD HUMANA 1877 La vocación de la humanidad es manifestar la imagen de Dios y ser transformada a imagen del Hijo Único del Padre. Esta vocación reviste una forma personal, puesto que cada uno es llamado a entrar en la bienaventuranza divina; concierne también al conjunto de la comunidad humana. 35 Ibídem, N° 185. Ídem, N° 1124. 37 Dicho sea de paso, en uno de estos dos números, concretamente en el 1878, la palabra “unión” ha sido reemplazada por unidad. Una unión puede ser simplemente moral... Pero la unidad de las Personas Divinas es mucho más que eso... Y aquí esa unidad es tomada precisamente como fundadora de la fraternidad entre los hombres... En lo que al argumento que estoy tratando se refiere, es mucho más que un “retoque”... 38 “Ulterior mérito del Catecismo es el de haber dedicado a la dimensión comunitaria de la vocación humana (sección I, c. 2) todo un capítulo; el cual presenta un resumen de la doctrina social de la Iglesia que se desprende en particular de los documentos del Magisterio en la época moderna” DUROUX BENOIT, en Il Catechismo del Vaticano II. Citado por LARRABE JOSÉ LUIS, a.c., p. 534. 36 78 LA PERSONA Y LA SOCIEDAD EL CARACTER COMUNITARIO DE LA VOCACION HUMANA 1878 Todos los hombres son llamados al mismo fin: Dios. Existe cierta semejanza entre la unidad de las personas divinas y la fraternidad que los hombres deben instaurar entre ellos, en la verdad y el amor (cf GS 24,3). El amor al prójimo es inseparable del amor a Dios”. Esta “no privacidad” tiene además otro nivel de lectura, que es particularmente importante en nuestro tiempo, no tan movido por el reinado de la verdad cuanto por el despotismo de los grupos de poder, que deciden de hecho si Dios existe o no, y si tiene razón o no en lo que pide... Esta mentalidad “privatista”, por llamarla de alguna manera, implica una fuerte sobredosis de antropocentrismo individualista, que deja al hombre incapacitado para descubrir cómo la iniciativa del amor proviene de Dios, cómo es Él quien busca primero al hombre, y cómo Su Amor es el que da existencia a la Iglesia, y no simplemente quien la bendice... No es difícil notar cómo este “humo” (que ciertamente no es de incienso) se ha introducido en la Iglesia, y cómo puede ser conjurado sólo con una correcta y profunda vivencia del misterio de la comunión de los santos, sustancialmente distinto de los acuerdos de mayorías, los forcejeos de tendencias internas y la defensa a muerte de feudos seudo-espirituales. En definitiva, se trata de percibir con claridad que “no es el contenido del Catecismo una doctrina que se nos entrega solamente para ayudarnos a conformar la comunión existencial que formamos, sino que se nos da como expresión y cauce de conformación que nos antecede. No se da sólo para ayudarnos a ‘estar de acuerdo’, sino como expresión de la adhesión a la doctrina enseñada por la Iglesia (por su Magisterio), que nos precede. El Catecismo está en el plano de lo que nos hace ser comunión, y no sólo en el plano de la comunión que formamos”.39 39 ARANDA ANTONIO, El Catecismo de la Iglesia Católica: algunas claves de lectura teológica, en Scripta Theológica 25 (1993), pp. 424-425. Con agudeza observa además allí mismo el autor: “Bajo esta perspectiva teológica debe también leerse, en mi opinión, la petición que hace el Papa a los pastores de la Iglesia para que ‘reciban este Catecismo con espíritu de comunión y lo utilicen constantemente cuando realizan su misión de anunciar la fe y llamar a la vida evangélica’. Recibir el Catecismo con espíritu de comunión es, evidentemente, algo más hondo que recibirlo simplemente con buena disposición, con actitud de positiva aceptación y hasta con agrado. El acento teológico está desplazado no tanto hacia el hecho de la recepción, cuanto hacia el espíritu de comunión con que éste debe realizarse. Se pide, en realidad, que sea recibido sin desvincularlo del orden en el que viene ofrecido: el del servicio de Pedro a la Iglesia universal, esto es, el de su ministerio apostólico. El significado teológico de la petición no consiste simplemente, en consecuencia, en manifestar una unidad externa en torno al Catecismo, sino sobre todo en 79 Además de estas observaciones de índole teológica, es justo tener en cuenta algunas otras de psicología religiosa, que ayudan a ver cómo la maduración integral de la persona compromete simultáneamente espiritualidad y sicología... Y en la permanente interacción de ambas, una religiosidad distorsionada puede provocar inmadureces, y una psicología herida puede afectar el crecimiento espiritual. “Una imagen falsa de Dios, de un Dios manipulado en cuanto sirve como protector de los derechos individuales o como garantía del orden establecido, predispone a la inmadurez. Si, en los momentos de ansia o de enfermedad, el sujeto no siente su protección, se revela y protesta porque entonces ‘para que me sirve’ Dios. Hay mucho rechazo de la religión que es en el fondo el malestar ante una imagen divina semejante: un Dios presentado como protector y cuya asistencia no se experimenta en los momentos más indispensables, como en los de carestía, de enfermedad o de muerte. Pero un Dios semejante no coincide con el Dios de Jesús y favorece una fe inmadura e infantil, obstaculizando tanto el crecimiento de una fe interiorizada como el desarrollo de una personalidad adulta”.40 En no pocos esquemas religiosos, algunos de pretendido cuño cristiano, el horizonte de la fe es bipolar: “Dios y yo”; y los otros son casi un simple referente externo, una oportunidad de “hacer buenas obras para salvarme”. verlo como un testimonio de la profunda unidad interna del misterio de la Iglesia, de la que en realidad procede. No es el Catecismo el que construye la comunión, sino a la inversa: es en la comunión de la Iglesia donde este texto ha sido concebido, elaborado y publicado como Catecismo. Sólo puede ser recibido como tal con espíritu de comunión, y sin este espíritu la recepción carecería de su significado teológico propio, y quedaría supeditada a otros aspectos. Así, por ejemplo, en algunos casos el Catecismo se ha recibido con curiosidad, con una expectación quizá desequilibrada y hasta con críticas. Son formas de la recepción sin espíritu de comunión, que encuentran su explicación en un plano muy diverso de aquel en el que viene ofrecido el Catecismo de la Iglesia, que es el plano de lo que nos hace ser comunión antes incluso de la formemos. Fuera de él, la comunión eclesial sería como mucho consenso - lo cual es un inmenso empobrecimiento racional del misterio revelado de la Iglesia - , y el Catecismo sería no tanto un catecismo cuanto un texto teológico...”. Concluye el autor diciendo (ibídem) “Recibido con espíritu de comunión, el Catecismo será un nexo entre Iglesia universal e Iglesias particulares, ‘un instrumento para la participación activa de todos en el testimonio y en el anuncio de la fe’” (la última parte del texto, ente comillas, es una cita de RATZINGER JOSEPH, Catecismo e inculturación, relación presentada en la VIII Sesión plenaria del Consejo Internacional par la Catequesis (24.IX.92); en Il Regno 19 (1992), pp. 585-587. 40 GOYA BENITO, a.c., p. 501. 80 Sin embargo, definitivamente, una auténtica fe es incompatible con todas las especies de individualismos y auto-repliegues que pretendan abstraer a la persona de su dimensión comunitaria. Desde el corazón mismo de la fe cristiana, nada refulge con más fuerza que el sentido de la misericordia, que implica precisamente un nuevo modo de mirar a los otros, ahora convertidos en prójimo. La fe cristiana es fuente de comunión, no de condena. El cristiano está movido por un espíritu que es, por antonomasia, Paráclito, Defensor. La acusación es propia de Satán (etim. acusador). El cristiano maduro en la fe sabe muy bien que toda auto-canonización implica la condena del prójimo, y que un síntoma preclaro del carácter genuino de su fe es la apertura, la acogida cordial de los otros, en el amor del Señor, que los transforma precisamente en prójimos.41 “La religión se convierte, igualmente, en fuente de inmadurez, cuando no crea solidaridad y fraternidad. Toda necesidad excesiva de fijar fronteras, de separar fervorosos y relajados, devotos y no devotos, es egocéntrica y temerosa, y manifiesta mayor preocupación por sí mismo, por sentirse superior a los demás, que por la gloria de Dios. Del mismo modo, lo que induce a cerrarse en sí mismos y a juzgar y a condenar al prójimo, procede de las zonas oscuras de la personalidad y de sus mecanismos inconscientes de autodefensa. En este caso, su práctica religiosa, no resulta una fuente de salvación o de liberación, sino que origina desintegración individual y alineación social. Una religiosidad sana induce, por el contrario, a destruir barreras, a crear comunión y a sentirse solidarios e instrumentos de la misericordia de Dios, a través de la vida fraterna. Es lo que refleja el testimonio de la comunidad primitiva, donde cada uno se sentía aceptado por lo que era, sin las discriminaciones de la posición social o racial”.42 41 Destaco aquí que el concepto prójimo en clave evangélica es totalmente revolucionario. Hasta la vendida del Señor, la pregunta normal era “¿quién es mi prójimo?”; pero en la enseñanza del Señor, emblemáticamente en la parábola del buen samaritano, la pregunta es diversa: el Señor culmina la misma preguntando a su interlocutor: “¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?” (Lc 10, 36). La proximidad no se mide desde quien pregunta, sino desde quien está necesitado... En otras palabras, la pregunta ya no es egocéntrica, sino que se hace desde el amor cristiano: “¿De quién soy el prójimo?”... Y la respuesta, naturalmente es: de todos, comenzando por los más cercanos-necesitados. 42 GOYA BENITO, a.c., p. 502. El autor concluye allí el párrafo invitando a confrontar lo afirmado con BRYANT CHRISTOPHER., Psicología del profondo e fede religiosa, Citadella, Assisi, 1989, pp. 38-56. Y afirma categóricamente: “Se puede afirmar como en general, que todo cuanto transforma a una persona en más dinámica y abierta al prójimo, y la induce a participar y ejercitar su sacerdocio real, transformando el mundo y sus 81 Pero evidentemente, la consideración más importante que se debe hacer respecto a este rasgo esencial de la fe cristiana es - también aquí - su carácter genética y esencialmente trinitario. Que es lo mismo que decir que la Comunión más perfecta, la causa y modelo absoluto de toda ulterior comunión está en el origen, en el fin, en la sustancia y en el objeto de la fe, además de ser su permanente modelo.43 “Afirmar que la Iglesia profesa toda su fe en la Trinidad, no puede no tener consecuencias desde el punto de vista teológico. La fe trinitaria, de hecho, implica ante todo la afirmación sobre la esencia misma del Dios cristiano que es, precisamente, unidad de la naturaleza y trinidad de las personas. Una primer consecuencia es la de introducir en una comprensión de Dios como de un Dios tripersonal. En una palabra, se afirma que en la imagen del Dios cristiano la dimensión comunitaria es constitutiva. La conciencia que la fe recibe no es la de un Dios aislado, encerrado en su olimpo, sino la de un Dios que es ‘relación’ y que por esto entra en relación y se interesa por el otro. Esta es, a nuestro parecer, la primer base teológica necesaria para que se creer un primer fundamento para la dimensión eclesial del creer. El Dios de la fe, así como lo profesa la fe de la Iglesia, tiene la impronta dela imagen de un Dios que es comunidad y que vive la comunión. [...] La centralidad de la trinidad para el acto de fe equivale a admitir el principio de comunidad-comunión como fundamento del acto mismo de fe”.44 4 – Conclusión: mandamientos de la Fe Este modo de vivir la fe implica también un nuevo modo de situarse frente a las exigencias morales de la misma. Los mandamientos son mandamientos de la fe, y no sólo mandamientos de una ley, letra muerta que mata (Cfr. Rm. 2, 27-29; Rm 7,6; II Cor. 3, 6),45 sino Espíritu Nuevo, que renueva la inteligencia y la voluntad del creyente. estructuras injustas, según el proyecto creador, contiene los síntomas de una religiosidad sana”. 43 En lo personal, no creo que sea casualidad que el amargo brote de fundamentalismo religioso, con diversas manifestaciones de violencia y terror que ha envuelto el comienzo de este milenio, tenga en sus fundamentos mismos la visión de un Dios monolítico, que no existe en dialogo sino en inaccesible trascendencia, cuya indiscutible voluntad es invocada incluso para justificar guerras y masacres... Un cristiano sólo puede hacer esto traicionando el Evangelio, nunca aplicándolo. 44 FISICHELLA RINO, a.c., pp. 646-647. 45 . Es notable comprobar que la palabra “letra” sólo aparece en el Nuevo Testamente en boca de San Pablo, y siempre en contextos peyorativos. Todo el acento que el Antiguo 82 La caducidad de la ley antigua no significa anarquía moral, sino dar paso a un modo nuevo de vivirla. En este sentido - y después de Lutero no está demás aclararlo -, la presencia del Espíritu hace obsoletas las obras de la ley, pero sólo para ceder el lugar a las obras de la fe... No hay oposición entre la postura paulina y la carta de Santiago a este respecto, y basta leer con atención el Sermón de la montaña para darse cuenta de cómo encara el Señor mismo el tema.46 En la economía del Nuevo Testamento, ley y gracia son inseparables: en realidad, si el Antiguo Testamento puede ser caracterizado como el tiempo de la gracia de la ley, en el Nuevo Testamento resplandece la ley de la gracia. Por eso en la parte de la moral del CCE, en el tercer capítulo de la primera sección, la que precede inmediatamente al tratamiento de los 10 mandamientos, ambas son tratadas correlativamente (Cfr. el título del mismo: “La salvación de Dios: la ley y la gracia”). Al respecto, explica el Card. Ratzinger: “Para exponer esta interpretación concreta y dinámica de los mandamientos hemos debido situarlos claramente en el contexto cristiano, en el cual el Nuevo Testamento y la gran tradición los leen: el Sermón de la Montaña, los dones del Espíritu Santo, la Doctrina de las Virtudes ofrecen el contexto para una lectura correcta de los mandamientos. Aún más: a la cuestión de donde deba colocarse la doctrina del pecado y de la justificación de la ley y del Evangelio, hemos decidido después de muchas discusiones responder que si justo lugar era en la tercer parte del catecismo. Porque de este modo aparece bien claro que la moral cristiana se encuentra en el ámbito de la gracia que nos precede, nos alcanza y en el acto del perdón nos renueva. Esta íntima conexión debe ser considerada constantemente en la lectura de los diversos textos de la parte moral; sólo de este modo se los puede comprender correctamente”.47 Testamente ponía en la letra, ahora se ha desplazado al Espíritu. La antinomia, además, es más que explícita: la sola letra muerta mata, el Espíritu vivificante da vida. 46 Hace notar el CCE: “El seguimiento de Jesucristo implica cumplir los mandamientos. La Ley no es abolida (Cfr. Mt 5,17), sino que el hombre es invitado a encontrarla en la Persona de su Maestro, que es quien le da la plenitud perfecta” (N° 2053); “Jesús recogió los diez mandamientos, pero manifestó la fuerza del Espíritu operante ya en su letra” (N° 2054); “El Decálogo es un camino de vida” (N° 2057). 47 RATZINGER JOSEPH, Il Catecismo della Chiesa Cattolica e l’ottimismo dei redenti, en Communio 22 (1993), p. 22. Añade además el autor: “Por eso, por otra parte, el Catecismo ciertamente no reconoce alguna razón ‘autónoma’ y autosuficiente, ninguna razón para la cual la barrera entre razón y ser, razón y Logos de Dios es impenetrable, de tal modo que el hombre pueda y deba basarse sólo en sus propias valoraciones para aquello que debe tener un valor moral. El Catecismo conoce con la tradición el debilitamiento de la razón herida 83 La lógica evangélica de este binomio está bien resumida en el N° 1968: “La Ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos de la Ley. El Sermón del monte, lejos de abolir o devaluar las prescripciones morales de la Ley antigua, extrae de ella sus virtualidades ocultas y hace surgir de ella nuevas exigencias: revela toda su verdad divina y humana. No añade preceptos exteriores nuevos, pero llega a reformar la raíz de los actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro, donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con ellas las otras virtudes. El Evangelio conduce así la Ley a su plenitud mediante la imitación de la perfección del Padre celestial, mediante el perdón de los enemigos y la oración por los perseguidores, según el modelo de la generosidad divina”. En la mentalidad contemporánea, obediencia, autoridad, servicio, son casi malas palabras. A duras penas el hombre acepta las más elementales reglas de convivencia, que garantizan un mínimo de orden social que redunda en su propio provecho. Mucho más arduo, sino imposible, encuentra sujetarse a la voluntad de un Dios que no se ve, en pos de un Reino no evidente, y de un Premio eterno que es bastante diverso de la modalidad “raspa y gana”. Atomizado, disgregado en su propio corazón, se descubre no pocas veces incapaz de realizar una síntesis vital como la que propone la fe... Creo que es revelador el estilo musical que muchas veces eligen las generaciones más jóvenes: estilos de los cuales difícilmente podría decirse que surgen del arte de combinar los sonidos y el tiempo, pues no hay sinfonía, sino mera superposición y/o acumulación de sonidos que no presentan cohesión interna... No es precisamente un “signo de los tiempos”, pero evidentemente sí un síntoma... Que pone en evidencia cómo tantas veces descristianización y deshumanización caminan juntas... “La tercera parte del Catecismo de la Iglesia Católica, la que trata sobre la vida moral, es la que más atrajo la atención de la prensa por algunas novedades que presenta. Esta actitud, comprensible a nivel periodístico, no lo es a nivel de una adecuada comprensión de esta parte, ya que considerándola como si fuese un todo independiente, se mina la lectura unitaria exigida por la naturaleza del texto. Después de lo que hemos ilustrado sobre la ‘sinfonía de la fe’, presente como alma en el actual Catecismo, debería ser claro el por el pecado, pero conoce también su no comprometida capacidad de percibir el Creador y la creación. Esta capacidad es renovada por el encuentro con Cristo que como Logos de Dios no excluye la razón, pero la refiere a Sí. En este sentido el catecismo precisamente en su parte moral está impregnado del optimismo de los redimidos” (p. 23). 84 significado profundo que se atribuye a la responsabilidad y a las obligaciones morales del hombre y del cristiano. Es absolutamente legítimo que cualquier hombre, también un no creyente, se acerque, se confronte con todo lo que el Catecismo expone sobre el Decálogo. De hecho, si los diez mandamientos pertenecen a la Revelación de Dios, al mismo tiempo enseñan la verdadera humanidad del hombre. Ponen a la luz los deberes y derechos fundamentales inherentes a la naturaleza de la persona humana (Cfr. CCC 2070)”.48 Además, el contexto vital de los mandamientos no puede perderse de vista ni un solo momento. Como lo hace el CCE, que no comienza la tercera parte con el simple título “Moral”, y enumerando los 10 mandamientos. “LA VIDA EN CRISTO” (título de la tercera parte), tiene dos secciones, de las cuales la primera (“La vocación del hombre: la vida en el Espíritu”) sirve de justa introducción a la segunda (“Los 10 mandamientos”). Por su parte, la articulación de los capítulos y títulos dicha primera sección ayudan a percibir claramente el “clima” espiritual de los mandamientos en el Nuevo Testamento... Clima signado profundamente por la Sangre de la Alianza nueva y eterna: “Los mandamientos reciben su plena significación en el interior de la Alianza. Según la Escritura, el obrar moral del hombre adquiere todo su sentido en y por la Alianza”.49 “El Decálogo es presentado como camino de vida (nn. 2056-2057); ‘el Decálogo no es trasmitido sino tras el recuerdo de la Alianza (‘el Señor nuestro Dios, estableció con nosotros una alianza en Horeb’: Dt 5,2)’ (n. 2060). Y en el número siguiente se insiste en esta verdad fundamental: en que ‘los mandamientos reciben su plena significación en el interior de la Alianza’. La existencia moral es respuesta a la iniciativa amorosa del Señor. Y tiene una dimensión no sólo comunitaria sino también personal: ‘Al mismo tiempo que a todo el Pueblo, Dios da a conocer su voluntad a cada uno en particular’ (n. 2063 al final)”.50 SEPE CRESCENZIO, La “sinfonia” della fede. Il Catechismo della Chiesa Cattolica e le sue finalitá, en Vita e Pensiero 76 (1993), p. 249. 49 N° 2061. 50 LARRABE JOSÉ LUIS, a.c., pp. 534-535. Allí mismo el autor insiste: “La moral, la moral cristiana, no es ante todo un cúmulo de mandamientos, de normas, de prescripciones, sino que es una catequesis de la vida de Cristo: ya se había dicho en el fieri de este catecismo que la moral cristiana no hay que presentarla como Normethik, sino como Vorbildethik: la moral cristiana es Cristo mismo, norma universalísima pero al mismo tiempo norma personalísima para cada uno, sea cual fuere el estado de vida que haya adoptado y seguido”. 48 85 La moral cristiana no es moraleja, ni rigorismo inhumano, ni voluntarismo ciego en nombre de una despiadada voluntad divina. Si, en palabras de San Ireneo, la gloria de Dios es el hombre viviente, evidentemente que esa particular síntesis y expresión de su voluntad que son los mandamientos, van exactamente en esa misma dirección. De modo que el cumplimiento de la voluntad de Dios no engendra seres temerosos, alienados, inmaduros, obsesivos y afectados, sino personas conscientes y libres y capaces de amar al Señor con todo el corazón, con toda el alma, y con todas las fuerzas, y al prójimo como a sí mismo. “La psicología religiosa se ha preocupado de elaborar algunos criterios para discernir las formas sanas y las formas enfermizas del creer cristiano. Este conduce hacia la inmadurez cuando es demasiado moralizante, es decir, deja de ser una iniciación y un crecimiento en el misterio de Dios, para convertirse en ansia y obsesión por una perfección moral con ausencia de defectos; provoca unas exigencias incesantes y un esfuerzo excesivo y, no pocas veces, verdaderas enfermedades mentales. En última instancia, se trata de un ideal de perfección que ha nacido fuera de la fe. Por el contrario, el objetivo de los primeros cristianos y monjes era el de una vida sana, el de una religión salvadora y liberadora del as heridas del pasado. Como escribe S. Benito al comienzo de su Regla, quería promover la apertura del corazón de modo que el monje ‘con la inefable alegría del amor se orientara hacia delante en el camino de los mandamientos’”.51 La propia perfección moral puede, paradójicamente, transformarse en un inconsciente y peligroso ídolo, en cuyo altar se llega a sacrificar todo: desde el sentido común hasta la caridad, pasando por la prudencia, la justicia, e incluso llegando a quitar del medio lo que sería la auténtica voluntad del Señor. 51 GOYA BENITO, a.c., pp. 500-501. Allí mismo el autor hace la siguiente constatación: “E. Fromm describe los efectos negativos de la sumisión a una autoridad externa o a una autoridad interna bajo el signo de una conciencia rigurosa del deber. Tal sumisión forzada a un poder superior crea dos tipos de individuos: los prepotentes que se revelan y los impotentes que se someten pasiva y dolorosamente [E. Fromm, La fuga dalla libertà. Mondadori. Milano 1995, pp. 117-164.] Y sobre todo, desde la perspectiva de la fe, prepara el terreno para el nacimiento de aquel tipo de creyentes que tendrá dificultad para dirigirse a Dios como padre. De igual manera, resulta también inmadura una religiosidad que no transforma la persona en su totalidad, y que no incide en la vida diaria, sino que se reduce a una búsqueda ansiosa de experiencias y de devociones sensibles” (p. 501). 86 “Tal tendencia moralizante es muchas veces un sucedáneo de una realidad no vivida: cuanto menos vitalidad espiritual se posee, tanto más se necesita moralizar. Y, no pocas veces, constituye un modo indirecto de lucha contra conflictos y frustraciones personales. Frecuentemente también, identificándose con ideales excesivamente elevados y exigiendo demasiado, hace caer en estados de depresión y de escrúpulos. El mensajero auténtico de Jesús, por el contrario, anima, suscita vida y comunica alegría y esperanza pascual. Descubre evidentemente sus zonas de sombra, pero las transforma en una liberación saludable. La fe, vivida auténticamente, resulta así fuente de liberación psicológica del temor y de la opresión del deber y del sentimiento de culpabilidad”.52 Finalmente, la moral cristiana está transida de un profundo gozo, que irriga como savia vital la respuesta del cristiano: Dios nos ama primero (Cfr. I Jn 4,19), nos ama desde siempre (Cfr. Ef. 1,4), y permanece fiel incluso frente a nuestras infidelidades (Cfr. II Tim 2,13); los mandamientos de la fe son expresión de la misericordia del Señor; y la misericordia es ese amor que nos precede, que se da antes de cualquier mérito, y después de todos los pecados y miserias personales.53 Por eso precisa el CCE: “Los mandamientos propiamente dichos vienen en segundo lugar. Expresan las implicaciones de la pertenencia a Dios instituida por la Alianza. La existencia moral es respuesta a la iniciativa amorosa del Señor. Es reconocimiento, homenaje a Dios y culto de acción de gracias. Es cooperación al plan que Dios realiza en la historia”.54 En la Escritura, y muy especialmente en el Nuevo Testamento, como por otra parte sucede permanentemente en la vida de la Iglesia, la conversión moral siempre está nimbada por una alegría indescriptible, casi misteriosa, que no desaparece con la euforia y que es capaz de prolongarse serenamente como telón de fondo de toda la existencia, no obstante todas las pruebas y desafíos... Es un signo inequívoco de que ha cambiado algo en un nivel mucho más profundo que en el de las conductas: es la alegría de la fe. “‘En el mundo actual - decía Cox - hay una brecha que no es, de ningún modo, inevitable, entre los que quieren cambiar el mundo y los que se dedican a cantar la alegría de vivir’.55 Creo que la 52 Ibídem. Cfr. SICARI ANTONIO M., L’amore che genera ossia la misericordia, en Rivista di Vita Spirituale 50 (1996), pp. 169-180. 54 N° 2062. 55 COX HARVEY, La fiesta de los locos (Para una teología feliz), Taurus, Madrid, 1972, p.12. 53 87 acentuación moderna de la praxis condujo a una reducción moralista del cristianismo sea en la versión farisea de la praxis religiosa individual, tan común antes del Concilio, sea en la versión zelote de la praxis ético-social, tan propia del inmediato postconcilio latinoamericano. Necesitamos recuperar la dimensión festiva y estética del cristianismo que antes que un imperativo moral acera de lo que debemos hacer es la acogida gozosa y la celebración festiva de lo que el amor de Dios ha hecho por nosotros. Según la lógica del don y la gratuidad es más importante celebrar lo que Dios no da que acentuar lo que nosotros hacemos o queremos hacer por Él”.56 56 GALLI CARLOS MARÍA, o.c., p. 321. 88 CAPÍTULO IV LA FE ORANTE En este último capítulo de la I parte de esta Tesis quiero completar la reflexión que, siguiendo desde el principio el itinerario de la fe como cimiento de la vida cristiana, muestra cómo la misma florece y se nutre de la celebración, y se manifiesta en un nuevo estilo de vida que encuentra en la oración su clima permanente, punto de llegada y de partida, su alimento y descanso. En palabras del CCE: “‘Este es el Misterio de la fe’. La Iglesia lo profesa en el Símbolo de los Apóstoles (Primera Parte del Catecismo) y lo celebra en la Liturgia sacramental (Segunda Parte), para que la vida de los fieles se conforme con Cristo en el Espíritu Santo para gloria de Dios Padre (Tercera Parte). Por tanto, este Misterio exige que los fieles crean en él, lo celebren y vivan de él en una relación viviente y personal con Dios vivo y verdadero. Esta relación es la oración”.1 Y la ley de la oración es la ley de la fe, porque la Iglesia cree como ora,2 y en ella cada uno de sus hijos pone en juego su fe al rezar. Quiero también detenerme a considerar las fuentes de la oración que enumera el CCE, y particularmente la fe, en el contexto de las virtudes teologales, y el “hoy”, concepto bíblico aquí rescatado. Finalmente, buscando el punto de unión más importante entre la vida de oración y la vida de fe, quiero destacar cómo la virtud de la fe de modo particular fundamenta la vida de oración, y es al mismo tiempo su “alma”. 1 – Lex orandi, lex credendi. “La fe de la Iglesia es anterior a la fe del fiel, el cual es invitado a adherirse a ella. Cuando la Iglesia celebra los sacramentos confiesa la fe recibida de los Apóstoles, de ahí el antiguo adagio: ‘Lex orandi, lex credendi’ (‘La ley de la oración es la ley de la fe’) (o: ‘legem credendi lex statuat supplicandi’ [‘La ley de la oración determine la ley de la fe’], según Próspero de Aquitania, siglo V, ep. 217). La ley de la oración es la ley de la fe, la Iglesia cree como ora”.3 1 Nº 2558. Cfr. Nº 1124. 3 CCE, N° 1124. 2 89 Efectivamente: se reza como se cree, y se cree como se reza. La oración y la fe se verifican mutuamente: “Se entra en oración como se entra en la liturgia: por la puerta estrecha de la fe. A través de los signos de su presencia, es el rostro del Señor lo que buscamos y deseamos, es su palabra lo que queremos escuchar y guardar”.4 La oración tiene, además, la misma “infraestructura” de la fe: fundamentalmente es siempre respuesta (incluso la oración de petición) a una iniciativa divina precedente: “Nuestra oración de petición es paradójicamente una respuesta. Respuesta a la queja del Dios vivo: ‘A mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas’ (Jr 2, 13), respuesta de fe a la promesa gratuita de salvación (cf Jn 7, 37-39; Is 12, 3; 51, 1), respuesta de amor a la sed del Hijo único (cf Jn 19, 28; Za 12, 10; 13, 1)”.5 “‘No toda oración es liturgia, pero toda liturgia es oración. Más aún, la liturgia es la oración por excelencia del cristiano, sobre todo la Eucaristía’6. Ahora bien, la oración es un verdadero encuentro del hombre con Dios, en el que la iniciativa la tiene Dios mismo que sale al encuentro del hombre, y la respuesta procede del hombre que busca y acoge el don de Dios y a Dios mismo como don. El Catecismo, en el capítulo dedicado a la oración7, expresa perfectamente estos aspectos. No sólo nos recuerda que el hombre ‘busca a Dios’, sino que también ‘es Dios quien primero llama al hombre. ‘La iniciativa de amor de Dios fiel es siempre lo primero en la oración, la iniciativa del hombre es siempre una respuesta. Por eso mismo la oración supone un verdadero encuentro, al modo como aconteció el encuentro de Cristo con la Samaritana: ‘Allí Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre’. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de él” (Cfr. San Agustín, Quaest. 64,4) (CCE 1560)”.8 4 Ibídem, N° 2656. Ídem, N° 2561. 6 BOROBIO DIONISIO, La liturgia, escuela de oración, Phase 197 (1993), pp. 361-372. 7 CCE: Cuarta parte: “La oración cristiana”, Primera sección: “La oración en la vida cristiana”, 2558 ss. 8 BOROBIO DIONISIO, Antropología litúrgico-sacramental en el “Catecismo de la Iglesia Católica”, en Phase 248 (2002), pp. 117-118. 5 90 El Catecismo insiste en subrayar la fe como común denominador de la liturgia y los otros modos de oración (Vg. la contemplación): la fe es la clave que abre ambas puertas, pero además hace que una disponga y ayude a la otra: “La entrada en la contemplación es análoga a la de la Liturgia eucarística: ‘recoger’ el corazón, recoger todo nuestro ser bajo la moción del Espíritu Santo, habitar la morada del Señor que somos nosotros mismos, despertar la fe para entrar en la presencia de Aquél que nos espera, hacer que caigan nuestras máscaras y volver nuestro corazón hacia el Señor que nos ama para ponernos en sus manos como una ofrenda que hay que purificar y transformar”.9 Este permanente ida y vuelta de la oración a la fe y de la fe a la oración es además históricamente verificable. Y el CCE enseña con acertado paralelismo que junto a la tradición de la fe, y en ella misma,10 está la tradición de la oración: “La historia de la fe y la historia de la oración son las misma cosa. Al inicio, coinciden en las mismas personas: Abraham, Jacob, Moisés... (Cfr. n. 2570). En la plenitud de los tiempos, se vuelve a encontrar, como modelo de oración, a la que es modelo de fe: ‘La oración de la Virgen Maria... está caracterizada por el generoso ofrecimiento de todo su ser en la fe’ (n. 2622). ‘Fiat, ésta es la oración cristiana: se enteramente para Él, desde el momento que Él es enteramente para nosotros’ (n. 2617). Después, a través de los siglos de la historia cristiana ‘el Espíritu Santo enseña a orar... en la Iglesia que cree y ora [DV 8]’ (n. 2650). ‘La tradición de la oración cristiana es una de las formas de crecimiento de la Tradición de la fe’ (n. 2651). Y obviamente, ‘la oración de fe no consiste solamente en el decir... sino en el disponer el corazón a hacer la voluntad del Padre (Mt. 7,21)’ (n. 2611). Esto se encuentra también en el culmine de la experiencia de oración: ‘La contemplación es CCE, N° 2711. Destaca al respecto Mons. Duhourq: “Aun con el riesgo de repetir algo obvio, digamos que la recta interpretación del texto requiere tener presentes las referencias marginales a los enunciados de las partes anteriores (especialmente la segunda), para no perder en ningún momento de vista el arraigo que toda praxis cristiana tiene en la fe y en el modo íntimo en que fe y oración se relacionan, según reza el antiguo axioma lex orandi, lex credendi”. DUHOURQ JOSÉ LUIS, La oración cristiana en Comentario al Catecismo de la Iglesia Católica (Profesores de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina), Paulinas, Buenos Aires, 1996, p. 357. 10 Dos ejemplos más que elocuentes a este respecto: en primer lugar, el modo con el cual aún siendo muy pequeños somos introducidos en la fe es precisamente la oración. Y en segundo lugar, el Credo no es para el creyente un simple elenco de artículos, un “depósito” intelectual, sino en primer lugar, una oración, que se entreteje perfectamente con los momentos más sencillos y más solemnes de su existencia. 9 91 mirada de fe fijada en Jesús’ (n. 2715; Cfr. n. 2724); la misma ‘se identifica con la obediencia de la fe’ (n. 2716)”.11 Que la ley de la oración sea la ley de la fe se refleja también en la eclesialidad de la fe.12 A una fe no privada ni privatizada,13 corresponde lógicamente una oración que sin perder nada de personal, es siempre eclesial, expresión de la fe de la Iglesia, a la cual al mismo tiempo enriquece... Al “Creo-Creemos” corresponde un “Oro-oramos”. “Lo que sí está claro es que la Iglesia creyente y orante son inseparables como decía la Dei Verbum (DV Nº 8); Cfr. n. 2650 de nuestro Catecismo”.14 Esta parte dedicada a la oración tiene la virtud de, de algún modo, sintetizar las anteriores, en el sentido de que supone una constante aplicación y referencia a las mismas. Comparto sin ninguna reserva la observación de Gelabert, cuando afirma: “La parte dedicada a la oración es un pequeño tratado de vida espiritual”,15 como también la de Larrabe: “Nunca hasta el presente se había escrito con la colaboración amplísima de todo el Magisterio de la Iglesia (obispos y Papa) un tratado tan amplio y compartido sobre la oración cristiana”.16 De la oración es preciso afirmar lo mismo que he dicho ya acerca de la fe (y que recordaba en la introducción al presente capítulo): no se trata sólo de un tiempo más o menos prolongado en la distribución de los horarios del día, sino de un estilo de vida. Un estilo que diferencia radicalmente el cristianismo de cualquier tipo de gnosis antigua o moderna: la oración cristiana no es introspectiva ni retrospectiva sino prospectiva: sitúa al creyente cara a cara con el Misterio que da origen y sentido a toda su existencia. Cito aquí como ejemplo a lo que, pudiendo ser al respecto lo más problemático, se convierte en lo más sintomático: el examen de conciencia que el buen cristiano practica asiduamente, sea al concluir su jornada que 11 MAFFEI GIUSEPPE, La fede nel CCC, en Salesianum 56 (1994), p. 473. Cfr. BOROBIO DIONISIO, a.c., p. 119. 13 Cfr. el cap. III, punto 3 del presente trabajo (pág 76 y ss.). 14 LARRABE JOSÉ LUIS, Rasgos teológicos del Catecismo de la Iglesia Católica, en Burgensis 35 (1994), p. 536. El N° del Catecismo al que hace referencia ilustra también el tema de la tradición de la oración: “La oración no se reduce al brote espontáneo de un impulso interior: para orar es necesario querer orar. No basta sólo con saber lo que las Escrituras revelan sobre la oración: es necesario también aprender a orar. Pues bien, por una transmisión viva (la santa Tradición), el Espíritu Santo, en la ‘Iglesia creyente y orante’ (DV 8), enseña a orar a los hijos de Dios” (CCE, N° 2650). 15 GELABERT MARTÍN, O.P., Consideraciones en torno al Catecismo de la Iglesia Católica, en Teología Espiritual 37 (1993), p. 13. 16 LARRABE JOSÉ LUIS, a.c., p. 536. 12 92 para disponerse a la reconciliación con el Padre y con los hermanos: no sólo se hace en un clima de oración, sino que florece en oración de alabanza y expiación, frente al más Absoluto de los interlocutores que pueda tener la conciencia humana, que lejos de aplastar con el peso de su presencia, libera de los encierros laberínticos, de los subterfugios psicológicos y de la posibilidad (y tentación) de perder el sentido de la realidad de las cosas, de cómo las mismas se llaman y son. Hay un abismo de diferencia entre la oración cristiana y las técnicas de relajación, autocontrol y bienestar interior que en el mundo posmoderno se venden a muy buen precio.17 “... Para ser cristianos, se debe creer, se debe aprehender el modo de vivir cristiano, por así decir el estilo de vida cristiano; se debe estar en condiciones de rezar como cristianos y se debe en fin acceder a los misterios y a la liturgia de la Iglesia. Estos cuatro elementos pertenecen íntimamente el uno al otro: la introducción a la fe no es la trasmisión de una teoría, como si la fe fuese una especie de filosofía, ‘un platonismo para el pueblo’, como ha sido dicho de modo despectivo: la profesión de fe es nada menos que el desplegarse de la fórmula bautismal. La introducción a la fe es ella misma mistagogía, introducción al bautismo, al proceso de conversión, en el cual no obramos solo por nosotros mismos, sino que dejamos que Dios obre en nosotros. Por eso la exposición de la profesión de la fe está estrechamente conectada con la catequesis litúrgica y guía a la celebración de los misterios. La introducción a la liturgia implica también el aprender a rezar, y saber rezar significa aprender a vivir, implica consecuentemente el problema moral”.18 17 Cfr. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE. Orationis Formas (Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana), publicada con catequísitica sabiduría precisamente el día de la fiesta anual de Santa Teresa (15/X/1989). 18 RATZINGER JOSEPH, Il Catechismo della Chiesa Cattolica e l’ottimismo dei redenti, en Communio 22 (1993), p. 19. Explica además el Cardenal: “Hubo una propuesta de unir las diferentes partes entre sí a través de estos títulos de modo tal que se hiciese visible la unidad interna del libro. Por dos razones, sin embargo, hemos finalmente esta idea: con este método hubiese resultado una especie de eclesiocentrismo, del cual el catecismo se encuentra bien distante. Tal eclesiocentrismo ‘esta fue la segunda comprobación’ conduce pues fácilmente a una especie de relativismo y subjetivismo de la fe: se presenta solamente la conciencia de la Iglesia pero permanece entre paréntesis la cuestión de si tal conciencia corresponda a la realidad. Muchos libros de religión no osan más ni siquiera decir: Cristo ha resucitado; sino que afirmar simplemente: la comunidad experimentó a Cristo como resucitado. La cuestión de la verdad de esta experiencia queda abierta. Con semejante eclesiocentismo dilatado se llega finalmente al esquema de pensamiento del idealismo alemán: todo se mueve sólo dentro de la conciencia, en este caso de la conciencia de la Iglesia (la Iglesia cree, celebra, etc.). El catecismo quería y quiere hablar franca y 93 2 – La Fe como fuente de la oración. Retomo aquí algo que ya he dicho en el punto anterior, pero que vale la pena desmenuzar no sólo en cuanto a su contenido, sino también en relación a su importancia estructural. Concretamente, el Catecismo, al tratar acerca de la tradición de la oración, menciona puntualmente cuatro fuentes de la oración, que en realidad no son sino manantiales de la única fuente que es el mismo Jesucristo,19 matiz importante que pone de manifiesto el cristocentrismo de la oración cristiana, confirmado por los santos de todos los tiempos, y con particular autoridad por los místicos. Estas fuentes son: + La Palabra de Dios (Cfr. N° 2653-54) + La Liturgia de la Iglesia (Cfr. N° 2655) + Las virtudes teologales (Cfr. N° 2656-58) + “Hoy” (Cfr. N° 2659-60) El N° 2656 (citado ya en el punto anterior del presente trabajo)20 especifica concretamente el papel de la fe como manantial de la oración, abriendo la trilogía que forma junto con la esperanza y el amor. No hay nada de extraño en que la Palabra de Dios y la Liturgia de la Iglesia sean encomiadas entre las fuentes de la oración. Pero sí llama la atención que en esta presentación, la fe sea no sólo un supuesto de la oración, sino también un manantial. Vale decir: el hombre encuentra “materia” para su oración cotidiana en esta virtud fundamental que lo sitúa radicalmente frente a Dios, transcurriendo su existencia de cara al Cielo, y por lo mismo con capacidad de ver “con ojos de cielo” el discurrir del “Hoy” de cada día, transformado también en manantial de la oración.21 De este modo, la fe se hace oración, y la oración nutre a la fe.“Es dentro de este encuentro dialogal donde debe situarse la calidad de respuesta del hombre. Se trata no de cualquier respuesta sino de una respuesta de fe, es decir, de una respuesta de acogida confiada y claramente a este respecto: Cristo ha resucitado. El catecismo confiesa la fe como realidad, no sólo como contenido de la conciencia de los cristianos”. Ibídem, p. 80. 19 Cfr. el N° 2652, que introduce este artículo 1 (“Las fuentes de la oración”) del cap. II (“La Tradición de la oración”): “El Espíritu Santo es el ‘agua viva’ que, en el corazón orante, ‘brota para vida eterna’ (Jn 4, 14). El es quien nos enseña a recogerla en la misma Fuente: Cristo. Pues bien, en la vida cristiana hay manantiales donde Cristo nos espera para darnos a beber el Espíritu Santo”. 20 Cfr. p. 90. 21 Esto será objeto de reflexión del próximo punto. 94 agradecida, que implica la adhesión y aceptación de la voluntad de Dios, movidos por el Espíritu y en comunión con la Iglesia”.22 Los místicos - por citar a quienes ocupan un lugar paradigmático a la hora de ver la relación entre la fe y la oración - son personas de gran oración; pero lo son porque son antes personas de una gran fe.23 La historia BOROBIO DIONISIO, Antropología litúrgico-sacramental en el “Catecismo de la Iglesia Católica”, en Phase 248 (2002), p. 118. 23 Cito, a este respecto, a CASTELLANO CERVERA JESÚS, Los místicos en la era de la globalización. Entrevista concedida a Zenit, agencia internacional de información el 7 de enero de 2003, en http://zenit.org (8/I/2003). Allí Castellano rechaza la idea de una mística alejada de la realidad y recuerda que los místicos auténticos son personas enraizadas en el mundo, activas y comprometidas. En este sentido, se refiere entre otros a la madre Teresa de Calcuta, cuyo testimonio de ‘noche oscura’ ha puesto en evidencia la experiencia mística de la madre de los pobres. “Los místicos actuales son los que sienten, viven, propagan los grandes mensajes de un Dios que habla a la postmodernidad y abre nuevos cauces a la nueva evangelización. Como en tiempo de Teresa y de Juan de la Cruz fueron los que afirmaron con fuerza la presencia de Dios en la vida de los hombres, el sentido genuino de la gracia, la capacidad de ver a Dios en la noche”. Frente a quienes vinculan mística con depresión, mística con epilepsia, afirma que “habría que remitir a la autoridad de un sabio como H. Bergson que hizo una extraordinaria apología de los místicos católicos al ver en ellos el realismo, el equilibrio, la humanidad, la capacidad de acción y de relación, de creatividad... Basta compulsar la experiencia mística de Teresa de Jesús con su actividad de Fundadora, el realismo de sus Cartas, su humor y simpatía, su humanismo y capacidad de relación, para ver que los místicos son un esplendor de humanidad. Todo muy lejano de histerias y depresiones”. “En los místicos que conozco admiro sobre todo, incluso sabiendo de sus muchas noches oscuras, su equilibrio humano y su capacidad de acción”. “Por eso, la verdadera experiencia mística mantiene en equilibrio de la persona humana incluso en fuertes purificaciones pasivas que para muchos podrían rayar en la locura o en la desesperación... Y sin embargo se mantiene y se profundiza en ellos la humildad, la mansedumbre, la misericordia, la dulzura, la comprensión de la fragilidad humana. Como Teresa de Lisieux comprenden incluso a los que tienen la tentación del suicidio y saben sentarse en la mesa de la desesperación de los pecadores. O como el monje ortodoxo Silvano del Monte Athos, en medio de la prueba, saben mantener su alma en el infierno sin perder la esperanza de la salvación”. “H. U. Von Balthasar y Chiara Lubich nos enseñan que la máxima experiencia mística, al límite del misterio, es la que vive Jesús en el abandono de la Cruz. Y con él muchos santos, que como El trasforman en dolor en amor”. Contrariamente a una cierta opinión común, afirma que “la mística verdadera está muy lejos de ser una evasión de la realidad... Cuando se hace verdadera experiencia de Dios, es Dios mismo quien lanza a las personas por los caminos de la historia. El místico que ve a Dios, mira las cosas de este mundo con la misma ternura de Dios. Y no se queda inactivo. Vive una mística apostólica. Esta es doctrina mística de la buena, que ya se encuentra en San Gregorio Magno y atraviesa toda la historia hasta los mejores teólogos de la mística de hoy”. 22 95 de la espiritualidad cristiana de todos los tiempos es un permanente e incontestable testimonio de cómo la fe nutre la oración, y cómo el crecimiento de ambas es el que cualifica de modos sustancial la autenticidad de la vida del creyente. Si el justo vive por la fe,24 bien puede decirse que la fe del justo vive de la oración. Y si la fuerza de la oración es la que hace fuerte a la fe, se comprende porqué en el combate de la oración25 la fe ocupa un puesto tan importante. Más aún: interrogado acerca de la relación entre Mística y política, responde: “El místico quiere ser una presencia que traduce en palabras y obras, en sugerencias para la Iglesia, la voluntad de Dios, el cumplimiento de su voluntad. Si por política se entiende ese ‘hacer de Dios’, la traducción en obras apostólicas de verdad y de amor, de justicia y de fraternidad de lo que es el plan de Dios, no encuentro oposición entre mística y política”. “Hay que decir que no todos los místicos tienen la misma función. En algunos prevalece la gracia del conocimiento de Dios y de sus misterios, para confirmar en la fe. En otros prima la gracia de la renovación personal y comunitarias. En otros hay también una gracia de profecía y una misión eclesial política. Pienso en Catalina de Siena, en Brígida e incluso en Edith Stein, que escribió a Pío XI en defensa de su pueblo. Por eso las tres son místicas de su tiempo y patronas de Europa. Hay místicos que tienen esta función profética en la Iglesia y en el mundo: afirmar con fuerza los derechos de Dios y su santa voluntad contra los abusos de los poderosos”. Incluso frente a una situación tan compleja como puede ser el estallido de una guerra, (mientras escribo esta parte de la tesis, ha apenas comenzado la Guerra entre Estados Unidos e Irak, que mantiene en vilo al mundo entero), el P. Castellano responde a la pregunta: - “¿Cuál sería la respuesta de un místico ante la amenaza de la guerra?” - “No lo dudo: una condena total de quien se arroga el derecho de ser intérprete de las necesidades de la humanidad recurriendo a la violencia”. “El místico dice con fuerza que sólo Dios es Dios. Afirma con una nitidez absoluta que la voluntad de Dios es la paz y la reconciliación, el perdón y la concordia. Siente la misma ternura de Dios por todos sus hijos, y los ve como hermanos, miembros de la misma familia”. Quiero citar a Santa Teresa. En su tiempo hubo una amenaza de una guerra entre España y Portugal. No se limitó a orar por la paz. Escribió una carta a don Teutonio de Braganza, consejero del rey de Portugal, para que se evitara de todos modos la guerra. Se sentía morir ante esa hipótesis malvada. Y escribía entre otras cosas: ‘El Señor dé luz para que se entienda la verdad sin tantas muertes como ha de haber... y en tiempos en que hay tan pocos cristianos que se acaben unos a otros es gran desventura’”. “Un místico de hoy condenaría la guerra, sin ambages, porque tiene una conciencia más aguda de que todos, absolutamente todos, son hermanos e hijos de Dios”. 24 Cfr. Rm 1,17; Gal. 3,11; Heb 10,38 y11,4. 25 El capítulo III de la Cuarta parte del Catecismo, en la exposición sobre la vida de oración, luego de tratar acerca de las expresiones de la oración (art. 1), presenta el combate de la oración. Son páginas de admirable realismo y sabiduría, que recogen la mejor tradición bíblica y la flor y nata de la tradición espiritual eclesial. 96 Aquí bien podría decirse: “lex orandi, lex credendi, lex vivendi...”.26 Particularmente incisivo es el N° 2732 del CCE: “La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de clarificar preferencias. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: ‘sin mi, no podéis hacer nada’ (Jn 15,5)”. La oración participa del claroscuro que caracteriza la fe. Las tentaciones contra la fe y aquellas que son contra la oración pueden tener mucho en común,27 y por eso las mismas deben ser conjuradas con aquella actitud interior que es el alma de la fe: la confianza filial,28 confianza que es audaz,29 suscitada por el Espíritu, que hace que la oración sea eficaz: “La revelación de la oración en la economía de la salvación enseña que la fe se apoya en la acción de Dios en la historia. La confianza filial es suscitada por medio de su acción por excelencia: la Pasión y la Resurrección de su Hijo. La oración cristiana es cooperación con su Providencia y su designio de amor hacia los hombres”.30 26 Cfr. N° 2745. “Ahora, sin embargo, ‘caminamos en la fe y no en la visión’ (II Cor 5,7), y conocemos a Dios ‘como en un espejo, de una manera confusa,...imperfecta’ (I Cor 13,12). Luminosa por aquel en quien cree, la fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. La fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación”. N° 164. 28 Cfr. N° 2734. 29 Cfr. N° 2739 30 N° 2738. Todo este artículo 2 está embebido de anotaciones y precisiones catequísticamente muy bien logradas acerca de la eficacia de la oración. No menos preciosa es la anotación que remata la exposición de la fe como comienzo de la vida eterna: “Entonces es cuando debemos volvernos hacia los testigos de la fe: Abraham, que creyó, ‘esperando contra toda esperanza’ (Rom 4,18); la Virgen María que, en ‘la peregrinación de la fe’ (LG 58), llegó hasta la ‘noche de la fe’ (Juan Pablo II, R Mat 18) participando en el sufrimiento de su Hijo y en la noche de su sepulcro; y tantos otros testigos de la fe: ‘También nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe’ (Hb 12,1-2)” (N°. 165). Hay aquí una convergencia que identifica a los testigos de la fe, presentándolos también como testigos de la contemplación de Jesús, que es el que inicia y consuma la fe. 27 97 La fuerza de la oración se manifiesta también en la capacidad de perseverar en la misma.31 El CCE afirma que el amor que sostiene el combate de la oración “abre nuestros corazones a tres evidencias de la fe, luminosas y vivificantes”:32 1) Orar es siempre posible (Cfr. N° 2743). 2) Orar es una necesidad vital (Cfr. N° 2744). 3) Oración y vida cristiana son inseparables (Cfr. N° 2745). Esta primera sección de la Cuarta parte se cierra con una aplicación muy concreta y paradigmática de cómo la confianza filial plasma la oración y la vida: “La oración de la hora de Jesús”.33 El Hijo Eterno se sumerge aún más abismalmente en el misterio de la obediencia al Padre, en eso que la Madre Teresa llama “el silencio de la voluntad”,34 fruto exquisito de la vida de oración, que el CCE presenta también como actitud arquetípica de Abraham, nuestro padre en la fe: “Cuando Dios le llama, Abraham parte ‘como se lo había dicho el Señor’ (Gn 12, 4): todo su corazón se somete a la Palabra y obedece. La obediencia del corazón a Dios que llama es esencial a la oración, las palabras tienen un valor relativo. Por eso, la oración de Abraham se expresa primeramente con hechos: hombre de silencio, en cada etapa construye un altar al Señor. Solamente más tarde aparece su primera oración con palabras: una queja velada recordando a Dios sus promesas que no parecen cumplirse (cf Gn 15, 2-3). De este modo surge desde los comienzos uno de los 31 Cfr. CCE, N°. 2742-2745. Ibídem, N° 2742. 33 Ídem, N° 2746-2751. 34 “Debemos estar con y en Dios y con y en nuestra comunidad, nuestra familia, en silencio, como María. Debemos comenzar con el silencio de nuestra voluntad, es decir, no deseando otra cosa que la voluntad de Dios. Comenzando aquí, el resto vendrá sólo. El Espíritu Santo vendrá sobre Uds. y experimentarán el silencio. Guárdenlo y protéjanlo con amor y serán como un jardín cerrado. El silencio es la tierra fecunda en la que germina la semilla de la Palabra”. Cita tomada de Los cinco minutos de la Madre Teresa (Un diario de reflexiones, oraciones y anécdotas recopiladas por el P. Angelo Scolozzi), Editorial Claretiana, Argentina, 2000, p. 63. Sorprende mucho la convergencia entre el magisterio del CCE respecto al silencio y la oración, y las palabras de la Madre Teresa, como eminente testigo de la fe de nuestro tiempo. Añado aquí otra cita que pone esto en evidencia: “Jesús pasó cuarenta días en oración antes de comenzar su vida pública. Con frecuencia se retiraba en soledad y pasaba la noche entera en silencio y orando. El fruto del silencio es la oración; el fruto de la oración es la fe; el fruto de la fe es el amor; el fruto del amor es el servicio; el fruto del servicio es la paz. Construyamos entre todos una atmósfera de paz y quietud que facilite la oración, el trabajo, el estudio y el descanso”. Ibídem, p. 52. 32 98 aspectos de la tensión dramática de la oración: la prueba de la fe en la fidelidad a Dios”.35 3 – El “Hoy” como fuente de la oración. Como he dicho un poco más arriba,36 en la rica concepción de la oración cristiana que surge del CCE, el hombre encuentra “materia” para su oración cotidiana en esta virtud fundamental que lo sitúa radicalmente frente a Dios: precisamente la fe. Sí: la fe no da al creyente solo un plus a la hora de ver y juzgar la realidad, como si fuese una especie de óptica sobreañadida y cargada de subjetivismo religioso: la fe lo hace contemplar con mirada límpida y profunda la realidad, la única realidad, de un modo radicalmente diverso: el único modo que es capaz de dar cuenta de esa permanente, discreta y omnipotente acción de Dios en cada instante y partícula de su creación, y que los grandes teólogos y los sencillos creyentes llaman Divina Providencia. El cristiano no cede a la tentación de un fundamentalismo torpe y arcaico que identifica lisa y llanamente todo lo que ocurre con “la voluntad de Dios”, ni se resigna a la suerte de un “destino” ya totalmente concebido y prefabricado al margen de su voluntad, del cual sería imposible escapar. No todo lo que ocurre es voluntad de Dios, pero en todo lo que ocurre el creyente aprende a descubrir las huellas de Su Providencia Divina y los designios de Su Voluntad Amorosa. Hablando de este “hoy” teológico, enseña el CCE: “Aprendemos a orar en ciertos momentos escuchando la palabra del Señor y participando en su Misterio Pascual; pero, en todo tiempo, en los acontecimientos de cada día, su Espíritu se nos ofrece para que brote la oración. La enseñanza de Jesús sobre la oración a nuestro Padre está en la misma línea que la de la Providencia (Cfr. Mt 6, 11. 34): el tiempo está en las manos del Padre; lo encontramos en el presente, ni ayer ni mañana, sino hoy: 35 N° 2570. El CCE señala incluso con fina intuición algunos silencios que son expresión de fe y oración: “Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras (el leproso: cf Mc 1, 4041; Jairo: cf Mc 5, 36; la cananea: cf Mc 7, 29; el buen ladrón: cf Lc 23, 39-43), o en silencio (los portadores del paralítico: cf Mc 2, 5; la hemorroísa que toca su vestido: cf Mc 5, 28; las lágrimas y el perfume de la pecadora: cf Lc 7, 37-38)”. Cfr. N° 2616. 36 Cfr. p. 98. 99 ‘¡Ojalá oyerais hoy su voz!: No endurezcáis vuestro corazón’ (Sal 95, 7-8)”.37 El tiempo se transforma en un lugar teológico, en una categoría en la cual el Señor de la historia se manifiesta, y por eso mismo en uno de los manantiales de la oración38. “Orar en los acontecimientos de cada día y de cada instante es uno de los secretos del Reino revelados a los "pequeños", a los servidores de Cristo, a los pobres de las bienaventuranzas. Es justo y bueno orar para que la venida del Reino de justicia y de paz influya en la marcha de la historia, pero también es importante amasar con la oración las humildes situaciones cotidianas. Todas las formas de oración pueden ser esa levadura con la que el Señor compara el Reino (cf Lc 13, 20-21)”.39 El tiempo no es el reino de Kronos, ni el capricho de ninguna deidad del antiguo panteón greco-romano o del nuevo paganismo de la new age: el tiempo está en las manos del Padre, y el hombre de fe así lo vive y experimenta, porque así lo cree firmemente. Más aún: el sentido de la Providencia y el reconocimiento de este “hoy” son signos de la pequeñez y la pobreza evangélicas que hacen a la fe rica y exuberante, capaz de amasar oración y vida. “Cada día el creyente sabe percibir los signos de la acción divina incluso cuando está escondida por el devenir aparentemente monótono y sin meta del tiempo. Como escribía un estimado autor cristiano moderno, ‘un éxtasis cósmico se apodera de la tierra: en ella se da una realidad y una presencia eterna que, sin embargo, normalmente duerme bajo el velo de la costumbre. La realidad eterna ahora tiene que revelarse, como en una manifestación de Dios, a través de todo lo que existe’ (Romano Guardini, ‘Sabiduría de los Salmos’ (‘Sapienza dei Salmi’), Brescia 1976, p. 52). Descubrir con los ojos de la fe esta presencia divina en el espacio y en el tiempo, así como en nosotros mismos, es fuente de esperanza y de confianza, incluso cuando nuestro corazón está turbado y 37 N° 2659. Juan Pablo II ha trazado, a lo largo de su magisterio, una verdadera “teología del tiempo”, especialmente con motivo del Gran Jubileo del 2.000, (y concretamente en Tertio Millennio Adveniente) pero no solamente allí. Cfr. per ejemplo NMI, N° 5 y toda la teología del tiempo ya presente en “Dies Domini”, particularmente en el Cap, V: Dies Dierum (El domingo fiesta primordial, reveladora del sentido del tiempo. Cristo Alfa y Omega del tiempo). 39 N° 2660. 38 100 sacudido ‘como se estremecen los árboles del bosque por el viento’ (Isaías 7, 2). De hecho, el Señor aparece en la escena para regir y juzgar ‘al mundo con justicia y rectitud’ (Salmo 95, 13)”.40 El contemplar con fe el “hoy” para poder rezar desde este “hoy” nuestro de cada día florece en una actitud nueva, evangélica, confiada y capaz de transformar la realidad natural en sobrenatural, la historia humana en historia de salvación. El cristiano - todo cristiano - habitado por el Misterio de los misterios, despliega su capacidad de contemplar - esa capacidad que le es regalada en el Bautismo, y que algunos cristianos, por una ulterior vocación, viven de modo más radical y entregado - 41 y precisamente contemplando, lejos de huir de la realidad o perderse en abstractas divagaciones neoplatónicas, comprende su vocación de ser sal, luz, levadura, fermento de un mundo nuevo... El misterio de la Encarnación se actualiza y continúa en la vida cotidiana del creyente, y la fuerza y autenticidad de su oración quedan verificadas por el testimonio de su compromiso de vida. “Hay un fuerte deseo de auténtica espiritualidad, de una vida profunda, capaz de superar los horizontes reducidos y cerrados de la sociedad secularizada. De frente a esto, el desafío para los católicos consiste en dar testimonio de una fe que realmente signifique algo concreto y visible en la propia vida, y que en tal modo se transforme en una luz dadora de sentido para quienes observan. De otro modo, nuestro lenguaje religioso queda privado de una relación eficaz con la vida real. Un cristianismo separado de la vida da la impresión de algo resabido, descontado, irrelevante. La gente - la cultura - lo 40 Intervención de Juan Pablo II en la audiencia general del miércoles 2 de abril de 2003, dedicada a comentar el Cántico del profeta Isaías del capítulo 42 (10-17), un himno al Dios vencedor y salvador. 41 No es mi intención banalizar un concepto tan rico como el de contemplación; ni tampoco polemizar. Me remito al enfoque del CCE, en los Nros. a propósito del “hoy” (citados en la pág. precedente), y de modo particular al apartado correspondiente, al tratar acerca de las expresiones de la oración (art. 1 del cap. III, La vida de oración), Nros. 2709-2719. “No se puede meditar en todo momento, pero sí se puede entrar siempre en contemplación, independientemente de las condiciones de salud, trabajo o afectividad. El corazón es el lugar de la búsqueda y del encuentro, en la pobreza y en la fe” (N° 2710). El Papa Juan Pablo II hace un notable uso de este concepto en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte: llega incluso a resumir el corazón del Jubileo en la contemplación del Rostro de Cristo (Cfr. Nros. 1, 5, 6, 15). Todo el cap. II es una larga y profunda reflexión sobre este tema (“Un Rostro para contemplar”). En realidad, en esta carta, invitando a cruzar el umbral del tercer milenio con actitud contemplativa, el Papa expone magistralmente esta dinámica espiritual de la contemplación que fundamenta y vitaliza la acción. 101 considera como una ideología, una estructura de poder o como un sistema abstracto de valores. Como algo que, en definitiva, sería una construcción humana de la cual se puede, por lo tanto, tranquilamente prescindir”.42 Incluso la misión (desde el apostolado personal hasta la misión ad gentes) hunde sus raíces en esta contemplación, en esta “capacidad” de escuchar hoy la voz del Señor, y no endurecer el corazón. En una carta pastoral a su pueblo, decía un arzobispo italiano: “La misión es leer los signos de los tiempos. En las Orientaciones pastorales, en el N° 34, la Iglesia es invitada d discernir: ‘Por lo tanto, partiremos interrogándonos sobre el hoy de Dios, sobre las oportunidades y los problemas que se presentan a la misión de la Iglesia en el tiempo que vivimos, y de los cambios que lo caracterizan, para pasar después a poner a punto algunas tareas y prioridades pastorales”.43 En esta misma línea, la Madre Teresa de Calcuta solía definir a sus monjas como contemplativas: ellas contemplan todos los días durante dos horas por la mañana a Cristo, que desde le Cruz y desde el Sagrario clama “Tengo sed”; y luego salen por las calles del mundo a apagar esta sed en sus hermanos más pequeños... Es una señal de la sabiduría de la Iglesia en una de sus hijas más eminentes de nuestro tiempo... De esa sabiduría que hace compartir el patronazgo universal de las misiones a un misionero ad gentes y a una monja contemplativa que nunca abandonó su convento...44 4 – Conclusión: vida de oración y vida de Fe Se ora como se cree, y se cree como se ora; la oración brota de la fe, una fe que hunde sus raíces en el propio tiempo, con todas sus circunstancias, que son asumidas e interpretadas precisamente desde la fe. 42 POUPARD, PAUL, Dalla non credenza alla fede nella cultura attuale, en Aquinas 41 (1998), p. 430. 43 D’ ADDARIO VINCENZO, Il Concilio Ecumenico Vaticano II, “sicura bussola” per la Chiesa di Teramo-Atri. Riflessioni pastorali alla Comunità diocesana per la Quaresima 2003. 44 “La Iglesia es un movimiento - ha escrito G. Bernanos -, una fuerza en camino, aún si muchos devotos, hombres y mujeres, tienen la impresión de creer que sea solamente un reparo, un refugio, una especie de albergue espiritual, a través de las ventanas del cual se puede tener el placer de mirar a los que pasan, la gente de fuera, los que no habitan en la casa, caminar en el barro”. Citado por CAZZAGO ALDO, I santi nel Catechismo della Chiesa Cattolica ovvero la persuasione della fede, en Communio 22 (1993), pp. 69-70. 102 En esta conclusión, apoyado en al párrafo precedente, que resume en tres líneas las afirmaciones hasta aquí hechas en el presente capítulo, quisiera poner en evidencia una importante consecuencia, casi como dando otra vuelta de tuerca: la fe no es sólo manantial de donde la oración brota, manantial que quedaría atrás a medida que la oración y la vida discurren. La fe es alma de la oración, que la acompaña y vivifica permanentemente, y sin la cual no hay auténtica oración posible. Cuando se ora, la fe no es solo un supuesto previo: orar es un ejercicio de fe, y en perfecta simbiosis, la fe sostiene a la oración, y la oración alimenta la fe. Al igual que la fe, la oración es “omnicomprensiva”: no se reduce a algunos horarios, algunas fórmulas y algunas situaciones, porque la oración reclama la vida, y la transforma en vida de oración. El CCE lo dice con pocas y profundas palabras, que se refieren a Cristo en su Pasión, paradigma para cada uno de sus discípulos: “orar y entregarse son la misma cosa”.45 Este es precisamente el punto en el cual el combate de la fe y el de la oración se identifican. Un gran contemplativo de nuestro tiempo lo expresaba así: “...Señor, tu has mandado a tus discípulos que orasen sin cesar y sin desanimarse. Sabes muy bien que la oración continua es el trabajo más difícil de nuestra vida. Rehusamos ponernos de rodillas para pedirte lo imposible, porque nos fiamos más de nosotros mismos que de ti. Creemos, Señor, pero ven en ayuda de nuestra poca fe. Desvélanos el verdadero combate de la oración”.46 El CCE refleja, en la estructura y el contenido, esta concepción de la oración: “... Esta ‘liturgia existencial’ que se alimenta de la liturgia ritual, tiene como un ‘humus’ o expresión permanente y extensivo en la oración. Como indica J. Corbón, esta fue la razón por la que se situó al final del Catecismo, en la cuarta parte (CCE 2558 ss.) el tema de la oración: ‘porque el misterio de la plegaria cristiana no puede limitarse a un cuadro didáctico análogo al del credo, las celebraciones sacramentales, el decálogo o las bienaventuranzas. La oración no es una parte del Catecismo. Se extiende a la totalidad 45 Cfr. Nº 2605. Cfr. LAFRANCE JEAN, Perseveranti nella preghiera. Commento al “Veni Sancte Spiritus” e al “Veni Creator”, Áncora, Milano, 1984, p. 182. Del mismo autor, y en este mismo sentido: “No hay nada más difícil en el mundo que la oración” (en Dime una palabra. Pensamientos sobre la oración. Paulinas, Madrid, 1991, p. 22, Nº 12); “La fe es el único combate de la vida: seguir creyendo que el Padre nos escucha y nos atiende cuando no se ve ningún resultado” (en Día y noche [2ª edición]. San Pablo, Madrid, 1993, p. 58). 46 103 del Catecismo... Es interior a nuestra vida entera. Sin oración no hay ni vida en Cristo, ni celebración de su misterio, ni fe viva’”.47 Es importante notar que en esta simbiosis fe-oración, ambas se alimentan mutuamente con la vitalidad específica que cada una aporta, y que evita la ruina en que fatalmente sucumbirían la una sin la otra: la oración sin fe sería un simple ejercicio vocal, un flatus vocis, una ciega aspiración del alma en el mejor de los casos, y casi un ritual de magia en el peor de ellos; pero la fe sin oración fácilmente podría deslizarse a una mera gnosis o a una postura intelectual-espiritualista y eventualmente desencarnada. Al respecto, una observación acerca de los catecismos posttridentinos ayuda a comprender la historia de la fe posterior: “El peligro de aquella situación religiosa era evidente, y se cayó en él. ‘Cuando las escisiones religiosas, que provocaron la reforma protestante, sembraron la división y el desconcierto en el pueblo, los catecismos asumieron la finalidad de fijar posiciones, adquiriendo con ello clara investidura confesional’ (J.J. Tellechea). En efecto, por reacción antirreformista, y aceptando la concepción de fe personal de Trento como ‘fundamento y raíz de la justificación’ (perdón y renovación interior del hombre), los teólogos y pastores dan por supuesta esta fe en los fieles, es decir, dejan de insistir en la educación de esta actitud de fe (la virtud teologal de la fe, la fides qua) y ponen el acento en trasmitir las verdades de la fe íntegramente profesadas (la profesión de fe, de las verdades de la fe, de la fides quae). El mensaje de la fe prevaleció sobre la opción personal de la fe, apoyada en la ayuda gratuita de Dios. Así, la doctrina cristiana se presenta al creyente bajo el aspecto de deber y la iniciativa divina queda bastante desvirtuada por un peligroso antropocentrismo”..48 47 BOROBIO DIONISIO, a.c., p 132. Las citas literales entre comillas en el texto, son de CORBÓN JEAN, La priére chretienne dans le Catéchisme de l’ Eglise Catholique, en Nouvelle Revue Théologique 116 (1994), pp.6 y 7. Añade allí mismo el autor: “La oración es, pues, en el Catecismo, a la vez que un tema puntual, un ‘tema transversal’, como lo es el del Espíritu Santo, cuya misión es conducirnos permanentemente a Cristo y por Cristo al Padre. Para lo cual es necesaria también nuestra colaboración (‘synergia’, como dice la tradición oriental). Por eso, la oración cristiana es ‘synergia’ del Espíritu Santo y del corazón del hombre; ‘brota del Espíritu Santo y de nosotros’ (CCE 2564); y se extiende a toda la vida, pues ‘sus dimensiones son las dimensiones del amor de Cristo’”. 48 MATOS HOLGADO MANUEL Y PEDROSA ARÉS VICENTE Mª., voz Catecismos y Catecismo, en Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid 1999, p. 271. Allí mismo se subraya: “‘El portavoz más notable de esta teología y de la catequesis controversista fue nada menos que el cardenal Belarmino’ (F.X. Arnold), quien publicó sus catecismos en 1957 y 1958. Estos catecismos, tras las recomendaciones de los papas, 104 La fe sólo es virtud cuando se encuentra viva en el corazón del creyente. Cuando la fe se transforma en un cuerpo doctrinal, y solo en eso, o principalmente en eso, se corre el riesgo de perder la brújula de la tradición bíblica, patrística y litúrgica, y quedarse sólo confeccionando un traje perfecto, pero que nadie usará.49 Escribe el Cardenal Ratzinger: “La catequesis sobre Cristo del Catecismo nunca es una simple teoría intelectual. Tiene como meta la vida cristiana; conduce ‘como presupuesto para la vida cristiana’ a la oración y a la liturgia. El Catecismo, precisamente por bíblico, está también orientado litúrgicamente, tal como los padres sinodales del Sínodo de 1985 solicitaban. Los títulos cristológicos desembocan en lenguaje de plegaria; los misterios de la vida de Jesús, desde la expectación de Israel y los gentiles hasta el misterio pascual, lo realizan”.50 Paul Claudel hace una armoniosa (y poética) síntesis de esta fe no “de escritorio”, sino “de rodillas”, cuando escribe: “Cuando en la Iglesia de mi pueblo yo siento el Credo, un artículo después del otro, recitado por la voz ruda de los cantores, al cual responde el gemido ingenuo de las niñas, yo exulto de un entusiasmo interior, me parece asistir a la creación del mundo. Cada una de estas fórmulas, cada una de estas formas impresas de la eterna verdad, sé cuanto han costado, a precio de qué convulsiones, de qué laceraciones del cielo y de la tierra, de qué torrentes de sangre, de qué esfuerzos, de qué sufrimientos de parto de la inteligencia y de qué efusiones de la gracia hayan venido a la luz. Veo estos continentes dogmáticos emerger y pintar delante de mío uno detrás del otro, veo la humanidad en sufrimiento, que por fueron acogidos como oficiales en toda Italia y en no pocos países, hasta la publicación del Catecismo de san Pío X, en 1905. Este giro de 180 grados hacia la acentuación objetiva de la fe (mensaje), disminuyendo la insistencia subjetiva de la fe (acto personal o virtud teologal) ha tenido una repercusión insospechada en la educación religiosa posterior, incluso hasta nuestros días”. 49 Hay un paralelo sugestivo entre lo que sucedió con la fe y lo que ocurrió con el misterio de la Eucaristía: cuando el acento teológico se polarizó en la Presencia Real, la Comunión eucarística sufrió grandísimo detrimento. Con el remate dado por el Jansenismo - en mi opinión, la peor de todas las herejías en la historia de la Iglesia - el efecto no pudo ser peor: se perdió el sentido de la Presencia Real como la que posibilita la Comunión realsacramental, e incluso la dimensión sacrificial (en sentido teológico) sufrió menoscabo en función de una concepción sacrificial devocional. La adoración ocupó todo el horizonte eucarístico, dejando sólo las migajas a la Comunión. Con una pizca de provocativa exageración, Rahner dijo en una oportuniad que la Misa matutina quedaba reducida al acto de consagración de la Eucaristía que posibilitaba la adoración vespertina... 50 RATZINGER JOSEPH, Evangelio, catequesis, Catecismo, Edicep, Valencia, 1996, p. 55. 105 fin llega a exprimir del Corazón la fórmula definitiva. Es como una catedral que está al mismo tiempo inmóvil y en marcha con todas sus columnas desde el pórtico hasta el coro”.51 En nuestros días el movimiento ecuménico, después de haber experimentado tantas luces y esperanzas, graficadas en el abrazo de Pablo VI y Atenágoras, se encuentra, al menos desde un cierto punto de vista, disminuido en su intensidad. Cuando el Papa Juan Pablo invita a la Iglesia al ecumenismo de la santidad52 no está resignando el mismo a una especie de repliegue que lo vuelva inocuo o inconsistente, sino todo lo contrario: está apostando al poder de la oración que, animada por la fe, es capaz de llegar allí donde el solo diálogo o el acuerdo de voluntades podría no llegar nunca. La deseada unidad llegará, mejor que poniéndose de acuerdo, poniéndose a rezar. “Personalmente - reflexiona Larrabe - me ha llamado la atención también, poderosamente, la relación - íntima relación - entre oración y ecumenismo en que se detiene esta IV parte [del CCE]. Diálogo y oración, también ésta, son por lo visto - por lo dicho aquí - las dos claves del buen éxito en el ecumenismo ¡que buena falta hace!”.53 51 Citado por CAZZAGO ALDO, I santi nel Catechismo della Chiesa Cattolica ovvero la persuasione della fede, en Communio 22 (1993), p. 61. 52 Cfr. NMI, 48. Hay una continuidad, al mismo tiempo que una maduración teológica, entre las enseñanzas del Concilio Vaticano II (Cfr. UR), el CCE (que retoma precisamente UR, N° 8) y la Novo Millenio Ineunte. De la densa página del CCE, rescato particularmente un fragmento de los Nros. 820 y 821: “…El deseo de volver a encontrar la unidad de todos los cristianos es un don de Cristo y un llamamiento del Espíritu Santo. Para responder adecuadamente a este llamamiento se exige: - […] La oración en común, porque ‘esta conversión del corazón y santidad de vida, junto con las oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos, deben considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico, y pueden llamarse con razón ecumenismo espiritual’ (UR 8)”. Cuando pasó el fervor inicial del movimiento ecuménico suscitado en torno al Concilio, comenzó a percibirse con claridad la fuerza e importancia de este ecumenismo espiritual, no como alternativa rebajada, sino - según afirma el CCE - como el alma. “El verdadero punto de encuentro ecuménico dentro de los cristianos y en el diálogo de las religiones en general es la experiencia mística” CASTRO CUBELLS CARLOS, en el prólogo del libro de ANSELM GRÜN, La mitad de la vida como tarea espiritual. La crisis de los 40-50 años, Narcea, Madrid, 1992, p. 18. 53 LARRABE JOSÉ LUIS, Rasgos teológicos del Catecismo de la Iglesia Católica, en Burgensis 35 (1994), p. 537. 106 CONCLUSIÓN DE LA I PARTE Con lo hasta aquí reflexionado se cierra esta primera parte, más “sistemática” (sobre todo en su estructuración general) de la Tesis. Creo que objetivamente a medida que se avanza en esta primera parte puede percibirse la fe como una realidad no simplemente omnipresente en la estructura y en la fibra del Catecismo, sino sobre todo como una fuerza, una virtud sobre la cual se fundamenta toda la vida espiritual de la persona. También se ha hecho claro que la estructura misma del CCE es mucho más elocuente de lo que puede parecer a primera vista. Y que el descuidar la importancia de este orden puede llevar a graves errores a la hora de presentar la fe de la Iglesia. Errores que para la teología siempre serán peligrosos, pero que para la catequesis pueden ser fatales. Además, definir la fe como fundamento primero significa calificarla desde el contexto orgánico en el que la misma se sitúa (o mejor aún, al que ella misma da origen), pues fundamento es un concepto eminentemente relacional. Y el Señor mismo en el Evangelio enseña cuán importantes son los fundamentos (cfr. Mt. 7,24-27). La fe como virtud teologal, tal y como surge de la identidad y dinamismo con que la presenta el CCE aparece como una realidad abismalmente divina, pero también profundamente humana... Es el norte de la vocación divina de la hombre, pero también la razón última de su consistencia humana: no en vano comienza San Ignacio sus Ejercicios Espirituales (con la meditación llamada “Principio y fundamento”) dejando en claro que “el hombre es creado para conocer, amar y servir a Dios nuestro Señor”... Esta fe florece en la fiesta del creyente, que es la liturgia. Fiesta que es encuentro de íntima comunión con las Personas divinas de la Santísima Trinidad, y que discurre en el misterio, como en su ámbito específico. La exposición de la fe del CCE tiene el mérito de haber recuperado decididamente estas dimensiones fundamentales de la fe celebrada: la dimensión trinitaria y la dimensión sacramental-mística. La vida espiritual refleja, en la exposición de la fe del CCE, una decidido primado del Espíritu Santo, que conjura en la raíz misma todo tentación de atomizar la fe y separarla de la vida cotidiana, transformándola en una inocua cuestión privada e individual; y que plantea la moral 107 precisamente como la consecuencia de la presencia y acción de un “Espíritu nuevo” (cfr. Ez 36,26). Finalmente, la presentación de la oración encuentra, desde el punto de vista espiritual (y esto es fundamental tanto para la teología como para la catequesis) su lugar: es un ejercicio de fe (antes y mejor que un ejercicio de piedad), en el cual la misma se expresa y se verifica. Y la oración que brota de la fe, hunde no menos sus raíces en de la realidad misma contemplada con mirada teológica (“hoy”). Esta oración alimenta una fe capaz de mover incluso las montañas de la inercia, la desconfianza y la reticencia humana, allí donde los cristianos que aún no pueden plenamente rezar juntos, pueden estar juntos para rezar (el ecumenismo espiritual de la oración).1 1 Si este modo de ecumenismo puede parecer diluido e irrelevante (y no está de mas esta suposición, en un momento histórico en el cual los lefebvristas se encierren y endurecen aún más en sus posiciones, que tienen en el centro de la mira el movimiento ecuménico) es sencillamente porque se infravalora la realidad de la oración y la presencia del Espíritu. Me remito para justificar esta afirmación a la bellísima carta “Hacia las fuentes de la alegría Carta 2004” del hermano Roger de Taize, en la que expresa, entre otras cosas: “Interrogándose sobre la vocación ecuménica, el patriarca ortodoxo de Antioquia, Ignacio IV, escribía recientemente desde Damasco: ‘Tenemos necesidad urgente de iniciativas proféticas para hacer salir al ecumenismo de los meandros en los cuales me temo se está empantanando. Tenemos necesidad urgente de profetas y de santos a fin de ayudar a nuestras Iglesias a convertirse por el perdón recíproco’. El patriarca apelaba a ‘privilegiar el lenguaje de la comunión por encima del de la jurisdicción’. El año pasado, el Papa Juan Pablo II decía al recibir en Roma a los responsables de la Iglesia ortodoxa de Grecia: ‘Con los santos, contemplamos el ecumenismo de la santidad que nos conducirá por fin hacia la plena comunión, que no es ni una absorción, ni una fusión, sino un encuentro en la verdad y en el amor’. La reconciliación comienza en lo inmediato, al interior de la persona. Vivida en el corazón del creyente, la reconciliación adquiere credibilidad, puede poner en marcha un espíritu de reconciliación en esta comunión de amor que es la Iglesia. Este camino supone que no haya humillación para nadie. ¿Podrá la Iglesia dar signos de una gran apertura, tan grande que se pueda constatar: aquellos que estaban divididos en el pasado no están ya separados, viven ya en comunión? Un paso hacia la reconciliación se franqueará en la medida que se constate una vida de comunión, realizada ya en ciertos lugares a través del mundo. Hará falta valor para constatarlo y adaptarse. Los textos vendrán después. Privilegiar los textos, ¿no acabará por alejar la llamada del Evangelio: sin tardanza, reconcíliate?”. En http://zenit.org (18/XII/2002). 108 II PARTE: TEMAS TRANSVERSALES DE ACTUALIDAD INTRODUCCIÓN Esta segunda parte de la Tesis apunta algunos temas que, por un lado, son como un ulterior desarrollo de puntos ya referidos en la primera parte, pero cuya consideración más prolongada puede ayudar a confirmar cómo la fe es una virtud presente en el corazón del creyente de modo tal que toda su vida se ve iluminada, fortalecida e incluso desafiada por este don de lo alto que cimienta decisivamente toda su existencia. La elección de dichos temas tiene en cuenta por un lado algunos ingredientes que siendo importantes en la vida de fe, no siempre son suficientemente tenidos en cuenta; y por otro, algunas características de la sensibilidad del hombre post-moderno, llamado a responder desde las riquezas y los condicionamientos que su tiempo le impone. Obviamente que tanto en la elección de los temas como en el modo de abordarlos, el tratamiento no pretende ser - ni mucho menos - exhaustivo, sino más bien indicativo, demostrativo de cómo y porqué la fe nunca es algo abstracto que haga del hombre pensante un divagante, sino todo lo contrario: lo sitúa en perfecta armonía con toda la realidad: los pies sobre la tierra, la mirada en el cielo, y las manos en el trabajo. El hombre post-moderno tiene serios problemas de hipoacusia espiritual, gran desconfianza en la conversión (comenzando por la propia), miedos a las definiciones, temores religiosos, poca esperanza, alegría menguada, y una sensibilidad hacia el mundo material (reflejada por ejemplo en el ecologismo) no pocas veces desproporcionada. La fe lo ayuda a situarse con justo equilibrio, con sentido de realidad natural y sobrenatural en todos los desafíos que eventualmente se le presenten... pues serán siempre desafíos a un corazón en el cual, precisamente por la fe, Dios tiene siempre la primera, la última y mejor de todas las palabras. 109 CAPÍTULO V LA FE COMO ESCUCHA La capacidad de escuchar, en relación a la fe, es algo sobre lo cual no se debe sobrevolar. El CCE dedica palabras muy significativas respecto a este tema. Palabras ricas sobre las cuales es preciso detenerse, para extraer toda su profundidad, pues tocan aspectos medulares de la fe. La escucha (o el negarse a escuchar) puede resultar algo decisivo a la hora de creer o no... En la Escritura, no pocas veces la exhortación a escuchar, dirigida por Dios o los profetas a su pueblo, equivale lisa y llanamente a creer. Este capítulo quiere precisamente dar cuenta de esta actitud básica y elemental para toda relación non solo en el plano sobrenatural, sino incluso - es casi obvio decirlo - en el natural. 1 – La obediencia como escucha, y la escucha como Fe El CCE aborda de lleno este tema y lo introduce en primer lugar al plantear la respuesta del hombre a Dios. Ya el esquema mismo del planteo de esta primera sección de la Primera parte es elocuente: El hombre es “capaz” de Dios (cap. I); Dios al encuentro del hombre (cap. II); La respuesta del hombre a Dios (cap. III). Y no es casual que la obediencia de la fe ocupe el primer lugar a la hora de analizar la identidad de la misma:1 el tema es profundamente bíblico, y con palabras sobrias y precisas, en unos pocos números, el Catecismo expone la médula de la cuestión en una admirable síntesis de la “economía” de la fe: CAPÍTULO TERCERO: LA RESPUESTA DEL HOMBRE A DIOS “Por su revelación, ‘Dios invisible habla a los hombres como amigo, movido por su gran amor y mora con ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía’ (DV 2). La respuesta adecuada a esta invitación es la fe”. “Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela (Cfr. DV 5). La Sagrada Escritura llama “La expresión privilegiada con la cual el ccc define la fe es la de obediencia”. FISICHELLA RINO, Catechismo della Chiesa Cattolica, Edizioni Piemme, Casale Monferrato, 1993, p. 627. 1 110 ‘obediencia de la fe’ a esta respuesta del hombre a Dios que revela (Cfr. Rom 1,5; 16,26)”.2 En este último número, la formulación de la respuesta de la fe remite casi instintivamente al primer mandamiento, con el cual de hecho más adelante el CCE pondrá en directa conexión.3 Y deja en claro el carácter bíblico (y no meramente “disciplinar”) del concepto de obediencia en cuestión. Inmediatamente después propone una sencilla definición, que rescata (¡y muy bien!) el valor etimológico de la palabra, y destaca los dos grandes paradigmas: Abraham, nuestro padre en la fe, y el modelo más perfecto de la misma: María Santísima. El texto, tal y como lo presenta el CCE: Artículo 1 I CREO LA OBEDIENCIA DE LA FE 144 Obedecer (“ob-audire”) en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma. Abraham, "el padre de todos los creyentes" 145 La carta a los Hebreos, en el gran elogio de la fe de los antepasados insiste particularmente en la fe de Abraham: "Por la fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba" (Hb 11,8; Cfr. Gn 12,1-4). Por la fe, vivió como extranjero y peregrino en la Tierra prometida (Cfr. Gn 23,4). Por la fe, a Sara se otorgó el concebir al hijo de la promesa. Por la fe, finalmente, Abraham ofreció a su hijo único en sacrificio (Cfr. Hb 11,17). 146 Abraham realiza así la definición de la fe dada por la carta a los Hebreos: "La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven" (Hb 11,1). "Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia" (Rom 4,3; Cfr. Gn 15,6). Gracias a esta "fe poderosa" (Rom 4,20), Abraham vino a ser "el padre de todos los creyentes" (Rom 4,11.18; Cfr. Gn 15,15). 2 3 Nros. 142-143. Cfr. Nros. 2087-2089, en la Tercera parte, al tratar el primer mandamiento. 111 147 El Antiguo Testamento es rico en testimonios acerca de esta fe. La carta a los Hebreos proclama el elogio de la fe ejemplar de los antiguos, por la cual "fueron alabados" (Hb 11,2.39). Sin embargo, "Dios tenía ya dispuesto algo mejor": la gracia de creer en su Hijo Jesús, "el que inicia y consuma la fe" (Hb 11,40; 12,2). María : "Dichosa la que ha creído" 148 La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que "nada es imposible para Dios" (Lc 1,37; Cfr. Gn 18,14) y dando su asentimiento: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Isabel la saludó: "¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,45). Por esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada (Cfr. Lc 1,48). 149 Durante toda su vida, y hasta su última prueba (Cfr. Lc 2,35), cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el "cumplimiento" de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe. Un aspecto importante de este texto es que está transido por la particular lógica de la fe: la fe implica obediencia, pero una obediencia que es fruto de una escucha atenta a la Palabra, que se recibe con y por la fe... La escucha actúa como común denominador de la fe y la obediencia, y las “simplifica”, identificándolas en una sola actitud: la obediencia de la fe, o la actitud de quien porque escucha con fe, obedece.4 En la Revelación, esta lógica es tan antigua como el Pentateuco... ¿Qué es lo que pedía Yahvé a su Pueblo, y que el mismo recitaba a modo de pequeño credo y mandamiento primero y fundamental? Precisamente eso: la escucha: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Dice al respecto Mons. Fisichella: “El apóstol juega [en Rm. 10, 14-17] con el doble significado de ‘schema’, que se traduce del griego como ‘escuchar’ y ‘obedecer’; el sentido de su pensamiento, de todos modos, queda plenamente expresado por la referencia a ambos verbos: la fe consiste en el escuchar la palabra de la predicación para conducir a la obediencia: viceversa, la obediencia conduce a la escucha” . FISICHELLA RINO, a.c., p 628. 4 112 Se la repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado”(Dt. 6,4-7).5 El CCE destaca incluso la escucha de la voz de Dios en el “eco” que la misma hace en la existencia de las criaturas y en su propia conciencia. Es importante, porque al mismo tiempo supone y afirma la riqueza y complejidad del tema de la escucha, ya en el contexto naturalcreatural: “Cuando el hombre escucha el mensaje de las criaturas y la voz de su conciencia, entonces puede alcanzar la certeza de la existencia de Dios, causa y fin de todo”.6 Pero, volviendo al Antiguo Testamento, hay otro aporte sumamente revelador: la espiritualidad profética en la historia del Pueblo de Dios está signada, ya en la figura epónima de Samuel, por esta actitud fundamental de la fe: mucho antes que la palabra en nombre de Dios, es la escucha la que garantiza la autenticidad y la fuerza de la palabra profética. “La oración del pueblo de Dios se desarrolla a la sombra de la Morada de Dios, el Arca de la Alianza y más tarde el Templo. Los guías del pueblo -pastores y profetas- son los primeros que le enseñan a orar. El niño Samuel aprendió de su madre Ana cómo "estar ante el Señor" y del sacerdote Elí cómo escuchar su Palabra: "Habla, Señor, que tu siervo escucha" (1 Sam 3,9-10)”.7 “En el "cara a cara" con Dios, los profetas extraen luz y fuerza para su misión. Su oración no es una huida del mundo infiel, sino una escucha de la palabra de Dios, es, a veces, un debatirse o una queja, y siempre, una intercesión que espera y prepara la intervención del Dios salvador, Señor de la historia”.8 La Torah misma encuentra su sentido no en una obediencia ciega, sino en esa obediencia que es fruto de la escucha dócil y la intimidad amical: “La Ley, signo de la Promesa y de la Alianza, habría debido regir el corazón y las instituciones del Pueblo salido de la fe de Abraham. "Si de 5 Sólo en este libro bíblico, se encuentra por los menos unas ocho veces la exhortación solemne dirigida al pueblo de parte de Dios para que escuche; cfr: 4,1; 5,1; 6,3; 6,4; 9,1; 12,28; 20,3; 27,9. El hecho de que los judíos piadosos aún hoy reciten tres veces por día este pequeño credo orante no puede no hacer pensar en una auténtica pedagogía divina de la escucha: Dios entrena a su pueblo en la escucha... El CCE se hace eco de esta cita en los Nros. 201, 2083 y 2196. 6 Cfr. Nº 46. También el N° 1777: “El hombre prudente, cuando escucha la conciencia moral, puede oír a Dios que le habla”. 7 CCE, Nº 2578. 8 CCE, Nº 2584. 113 veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza..., seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa" (Ex 19,5-6)”.9 Ya en el Nuevo Testamento, el Padre, al presentar solemnemente al Hijo, allí donde podría haber dicho “créanle”, dice “escúchenlo”: “...El Padre, en el monte de la Transfiguración, ordena: ‘Escuchadle’ (Mc. 9,7). El es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: ‘Amaos los unos a los otros como yo os he amado’ (Jn 15,12)”. 10 El Hijo, por su parte, enviando a sus apóstoles, se auto-vincula a los mismos de modo tal que sólo escuchándolos a ellos se entra en la sintonía de la escucha que discurre eternamente entre el Padre y el Hijo: “Los fieles, recordando la palabra de Cristo a sus apóstoles: ‘El que a vosotros escucha a mí me escucha’ (Lc 10,16), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que sus pastores les dan de diferentes formas”.11 Evidentemente, el CCE recoge lo mejor de las Escrituras, y lo plasma muy bien en los cuatro bloques, ya que efectivamente la realidad de la fe como escucha es una constante fundamental en la vida sobrenatural, como lo es también ya en la naturaleza humana.12 El itinerario escucha-fe- 9 CCE, Nº 709. CCE, Nº 459. Sobre esta exhortación a la escucha del Hijo, Cfr. también los Nros. 516, 554 y 697. 11 CCE, Nº 87. En este mismo sentido, el N° 151: “Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en Aquel que El ha enviado, ‘su Hijo amado’, en quien ha puesto toda su complacencia (Mc 1,11). Dios nos ha dicho que le escuchemos. El Señor mismo dice a sus discípulos: ‘Creed en Dios, creed también en mí’ (Jn 14,1). Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne: ‘A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, El lo ha contado’ (Jn 1,18). Porque ‘ha visto al Padre’ (Jn 6,46), El es único en conocerlo y en poderlo revelar”. 12 Sin detenerme demasiado en este tema (que justificaría perfectamente el argumento de otra tesis), quiero simplemente llamar la atención sobre la importancia fundamental que reviste el tema de la escucha en las relaciones humanas que pretendan ser normales, buenas, consistentes y bien fundadas. Creo que sería difícil exagerar a la hora de justipreciar la importancia vital de esta actitud que equivocadamente se presupone con demasiada facilidad, y para la cual hoy se educa muy poco y muy mal.... Sin pretender ser exhaustivo, señalo que algunos rasgos de la cultura contemporánea, el ritmo de la vida moderna, la transformación profunda de las comunicaciones con la primacía a veces excluyente de la imagen (el hombre post-moderno vive de y para la imagen) y algunas profundas mutaciones en el seno de la institución familiar han causado una especie de difusa atrofia en la capacidad de escucha profunda del hombre, y por ende en su capacidad de dialogar, ya que el diálogo está amasado de escucha. También aquí es necesario recordar que la gracia supone y perfecciona la naturaleza... Parafraseando a San Juan, puede uno preguntarse cómo será posible escuchar a Quien no se ve, si se es incapaz de escuchar a quien se ve... (Cfr. I Jn. 4,20). 10 114 obediencia se descubre permanentemente a lo largo del Catecismo. Cito aquí algunos ejemplos: “La Palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega (bajo el título ‘el anuncio del Reino de Dios’)”.13 “El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó: ‘Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?’ (Jn 6,60). La Eucaristía y la cruz son piedras de tropiezo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de división. ‘¿También vosotros queréis marcharos?’ (Jn 6,67): esta pregunta del Señor resuena a través de las edades, como invitación de su amor a descubrir que sólo El tiene ‘palabras de vida eterna’ (Jn 6,68), y que acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a El mismo”.14 “En este camino hacia la perfección, el Espíritu y la Esposa llaman a quien les escucha a la comunión perfecta con Dios”.15 “Contemplando y escuchando al Hijo, los hijos aprenden a orar al Padre”.16 “Se entra en oración como se entra en la liturgia: por la puerta estrecha de la fe. A través de los signos de su presencia, es el rostro del Señor lo que buscamos y deseamos, es su palabra lo que queremos escuchar y guardar”.17 “La contemplación es escucha de la palabra de Dios. Lejos de ser pasiva, esta escucha es la obediencia de la fe, acogida incondicional del siervo y adhesión amorosa del hijo. Participa en el "sí" del Hijo hecho siervo y en el "fiat" de su humilde esclava”.18 Hay una última constante espiritual que me parece útil destacar. Y es el hecho de que así como la visión beatífica es la suprema aspiración que sintetiza la esperanza de la vida futura, así también en la vida presente lo que el creyente más desea es la seguridad de que Dios lo escucha: escucha 13 CCE, Nº 543. CCE, Nº 1336. 15 CCE, Nº 2550. 16 CCE, Nº 2601. 17 CCE, Nº 2656. 18 CCE, Nº 2716. 14 115 su oración, y le dirige su palabra, creando así el diálogo más importante y decisivo de su existencia... Visión para la otra vida, y escucha para la presente con todo el riquísimo entramado de consecuencias e implicancias que ambas comprometen. De esta enorme, misteriosa complejidad, señalo una que me parece especialmente significativa: la verificación de la escucha no se da por la obtención de lo que se pide en la oración, sino que también aquí es preciso hacer una lectura diversa, que anteriormente he llamado “teológica”.19 Concretamente: el Padre escuchó la oración de su Hijo en el momento supremo de la agonía, y concedió lo que le pedía: el triunfo sobre la muerte se hace realidad no evitándola, sino asumiéndola y destruyéndola. La Resurrección es el signo preclaro y eminente de que el Padre escucha al Hijo (Cfr. Hb. 5,7-10). “‘Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela (Cfr. DV 5). La Sagrada Escritura llama ‘obediencia de la fe’ a esta respuesta del hombre a Dios que revela (Cfr. Rom 1,5; 16,26)’. Las categorías de ‘sometimiento’, ‘obediencia’, ‘asentimiento’... en lugar de atraer, pueden alear de la fe, especialmente al hombre de hoy. Sin embargo, contexto inmediato aparte, la misma descripción que el CCC dará después desmiente una posible interpretación humillante en relación al hombre. Tratando de la dignidad de la persona humana se dirá: ‘la fe es la virtud teologal por la cual creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado... porque Él es la Verdad misma’ (n. 1814). Ahora bien: creer en la verdad no humilla, dignifica. Además, en contexto de oración, se explicitará que la fe es, si, ‘incondicional aceptación del servidor’, pero también ‘adhesión llena de amor del hijo’ (n. 2716); más aún, ‘participa del ‘sí’ del Hijo que se hizo Siervo y del ‘fiat’ de su humilde sierva’ (ivi): por lo tanto es una participación en la humildad con la que Dios mismo ama”.20 19 Cfr. p. 37. MAFFEI GIUSEPPE, La fede nel CCC, en Salesianum 56 (1994), pp. 458-459. Añade allí mismo además el autor: “La dificultad lingüística deberá ser tratada en relación a una concreta educación a la fe, explicando el sentido de la terminología bíblica y magisterial. A este respecto, se puede observar que la fe tiene, sí, el deber de hablar un lenguaje actual; pero ella no sería un servicio auténticamente educativo, si dejase al hombre sumergido en un presente sin pasado o sin dialécticas culturales: le dejaría encerrado en sí mismo” (p. 459). 20 116 2 – Escuchar, o no escuchar: ésa es la cuestión... Llegados a este punto no es difícil percibir que esta escucha profunda, que se hace más con el corazón que con los oídos, es una cuestión crucial de la existencia humana. Y bien puede decirse, parafraseando al Hamlet de Shakespeare: escuchar o no escuchar: ésa es la cuestión. Cuestión de vida o muerte, de sentido o de absurdo, de realización o de frustración para el hombre llamado a esta escucha.21 He escrito en la introducción de esta segunda parte del trabajo22 que el hombre post-moderno tiene serios problemas de hipoacusia espiritual. En realidad, ha quedado atrapado en las redes de su propia trampa; ésa que podría llamarse “subjetivismo sentimentalista”, típico síntoma postmoderno, que distorsiona (porque parcializa o porque absolutiza) la percepción de la realidad (incluida la virtud de la fe), estableciendo como dogma indiscutido el propio punto de vista, basado más en los afectos que en la razón... Es la cultura del “walk-man”, en la que solo se escucha (y a alto volumen) la “propia música”, mientras el entorno vital es tratado con una mezcla de indiferencia y desprecio. Es la actitud de quien paradójicamente - se tapa los oídos con auriculares que impiden escuchar. Es la cultura en la cual en las discotecas la música se escucha a decibeles agresivos, que obligan a quienes quieren comunicarse a alzar la voz, y que incapacita después (incluso desde el punto de vista físico) para escuchar el murmullo, el susurro y el suave rumor, y por ende las revelaciones humanas más íntimas (las confidencias nunca se hacen a gritos) y la voz del Señor en la oración (Cfr. I Re 19,12). Es la actitud aparentemente opuesta, aunque en realidad bastante parecida (sólo con diferente base) al racionalismo pseudointelectual (moderno), que se niega a escuchar una voz distinta de la propia razón, y no de una razón en diálogo, sino encarcelada en el cogito cartesiano. Ambas actitudes, ciertamente, en la vereda de enfrente de la escucha... Contaminadas de un deísmo inocuo que puede dar la falsa impresión de escucha dialogal, trágico autoengaño que muestra que la noescucha, además de incapacitar para el diálogo con Dios, incapacita para el diálogo con los semejantes. Es decir, deshumaniza. “Creemos saber ya suficiente sobre Dios. demasiado poco en nuestros interrogantes corrige: Dios es el tema práctico y real para siempre. Como discípulos de Jesucristo, 21 El tema ‘Dios’ entra cotidianos. Jesús nos el hombre, entonces y hemos de dar a los Destaco, de paso, que esta palabra tan rica, compleja y profunda, llamado, vocación, es la correlativa a lo que de parte de quien es llamado es precisamente la escucha. 22 Cfr. II Parte, Temas transversales de actualidad, p. 109. 117 hombres lo que más necesitan: la comunión con el Dios vivo. ¿No estamos todos, solapadamente, en mayor o menor medida, contaminados de deísmo? Pensamos que Dios está demasiado lejos, que no toma parte en nuestra vida diaria; por ello hablamos de lo próximo, de lo práctico. Jesús nos dice: no; Dios está aquí, en la sed de infinitud. Dios es la primera palabra del Evangelio, aquella que cambia nuestra vida si confiamos en ella; y esto tiene que decirse con una fuerza completamente nueva, desde la plenitud de Jesús, en el interior de nuestro mundo”.23 Este vago deísmo mata la relación de intimidad con el Señor en la raíz misma. Un Dios que está tan lejos no puede ser escuchado. O, de todos modos, la enorme distancia hace que lo que diga no pueda ser interesante, importante, concreto y útil para la vida cotidiana. Este modo equivocado de percibir a Dios y de situarse frente a Él incapacita para esa escucha que es el alma del diálogo, linfa vital de las relaciones más profundas. Escuchar quiere decir - en el sentido más elemental de la actitud recibir la palabra en el corazón, y meditarla para ver qué puede haber de cierto en ella. Escuchar implica dejar que otro pueda entrar en la propia vida... La palabra puede ser - y de hecho tantas, tantísimas veces es - oída, pero no escuchada. Es oída porque el otro la dijo, y no es escuchada porque no entra en el propio corazón... Parece un juego de palabras, pero es la cruda realidad, y la palabra de Dios lo testimonia muchas veces: “Lo que les mandé fue esto otro: ‘Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo, y seguiréis todo camino que yo os mandare, para que os vaya bien’. Mas ellos no escucharon ni prestaron el oído, sino que procedieron en sus consejos según la pertinacia de su mal corazón, y se pusieron de espaldas, que no de cara; desde la fecha en que salieron vuestros padres del país de Egipto hasta el día de hoy, os envié a todos mis siervos, los profetas, cada día puntualmente. Pero no me escucharon ni aplicaron el oído, sino que atiesando la cerviz hicieron peor que sus padres. Les dirás, pues, todas estas palabras, mas no te escucharán. Les llamarás y no te responderán. Entonces les dirás: Esta es la nación que no ha escuchado la voz del Señor su Dios, ni ha querido aprender. Ha perecido la lealtad, ha desaparecido de su boca. 23 RATZINGER JOSEPH, Evangelio, catequesis, Catecismo, Edicep, Valencia, 1996, pp. 33-34. 118 Córtate tus guedejas y tíralas, y entona por los calveros una elegía; que el Señor ha desechado y repudiado a la generación objeto de su cólera” (Jer. 7, 23-29). Más aún: la palabra puede convertirse en un pretexto que impida la autentica comunicación. Es la palabra dicha con superficialidad, la palabra banal que sale de la boca pero no del corazón, la palabra que usurpa el espacio del silencio, allí donde sólo el mismo sería auténtica y profunda comunicación... Porque la palabra, canal de la comunión, puede ser profanada cuando se la utiliza como excusa para evitarla. Hablar de lo que no importa ni interesa es el modo más seguro para no hacerse cargo de lo que sí vale la pena el esfuerzo de la comunicación, allí donde la palabra revela y ofrece el propio corazón, porque es dicha desde el corazón y llega al corazón; distinta de la palabra que no expresa, sino que esconde, y que no es recibida, sino atajada, retrucada y en definitiva rechazada. No hay teología de la palabra más inspirada que la que encontramos en el Prólogo del Evangelio de San Juan.24 A esta teología de la palabra, que no es sino intimidad divina compartida, corresponde la teología de la escucha, que no es sino la respuesta de quien escucha la palabra y la pone por obra (es decir, obedece): la respuesta de fe. Es éste el momento para recordar que cuando el Señor es interrogado acerca del mandamiento más importante, responde recitando la Shemá (Cfr. Mc. 12,29); que es lo mismo que decir: la primera actitud que Dios hecho hombre reivindica en el creyente es la escucha.25 Y que el autoengaño más trágico consiste en no escuchar ni siquiera la voz del propio corazón, de la propia conciencia: “El mismo 24 Jn I, 1-18. En realidad, todo el Evangelio de Juan, que es el Evangelio de la Revelación de la Palabra, es también - y precisamente por eso mismo! - el Evangelio que mejor traza la teología de la escucha. No hay una sola vez que esta palabra no aparezca en un contexto rico, significativo, teológico... 25 El tema de la fides ex auditu es, de todos modos, un clásico del tratado acerca de la fe. Y uno de los textos más significativos es el de San Pablo, en la carta a los Romanos (10, 1317): “Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído?¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados? Como dice la Escritura: ¡Cuán hermosos los pies de los que anuncian el bien! Pero no todos obedecieron a la Buena Nueva. Porque Isaías dice: ¡Señor!, ¿quién ha creído a nuestra predicación? Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo”. Es importante notar en este texto como la palabra dicha para suscitar y/o alimentar la fe (predicación) y la escucha obediente de la misma (fe) se corresponden. Una vez más, “la escucha actúa como común denominador de la fe y la obediencia, y las “simplifica”, identificándolas en una sola actitud: la obediencia de la fe, o la actitud de quien porque escucha con fe, obedece” (Cfr. p. 112). 119 propósito cultural de sofocar los anhelos de infinito del hombre refleja de algún modo el drama y la paradoja anclados en su corazón: sus ansias de felicidad y de plenitud, una felicidad y una plenitud que el hombre no puede darse a sí mismo”.26 “Volvamos al anuncio del reino de Dios hecho por Jesús y que constituye su Evangelio. Hemos de considerar como otra dimensión de este anuncio el hecho de que se sitúe en un horizonte de juicio y promesa, de responsabilidad y esperanza. El hombre no puede hacer o dejar de hacer lo que le viene en gana; está sometido a juicio, tiene que rendir cuentas. Y esta evidencia es válida tanto para los poderosos como para los sencillos. Cuando tal evidencia es respetada, establece sus límites a todo poder de este mundo. Dios es quien crea la justicia, y solo Él puede hacerlo en definitiva. Nosotros solo podemos alcanzarla en la medida en que vivamos bajo los ojos de Dios y procuremos hacer partícipe al mundo de la verdad del juicio. Por ello el artículo sobre el Juicio, con su poder formador de la conciencia, es un contenido central del Evangelio y es verdaderamente Buena Noticia”.27 En el último día, el Señor, Pastor Supremo de la humanidad, separará y juzgará a las ovejas y los cabritos...28 No es exagerado decir que en la escucha o no de la voz del Pastor está la clave de este juicio. Para decirlo aún más frontalmente: abrirse a la escucha es acoger la salvación; rehusarse a escuchar es elegir la condena. Convencido de que todo el Evangelio (¡toda la historia de la salvación!) puede ser leído en clave de escucha, cito aquí particularmente el cap. 10 del Evangelio de San Juan: el texto conocido como el del “Buen Pastor”: “En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas. 26 POUPARD PAUL, Dalla non credenza alla fede nella cultura attuale, en Aquinas 41 (1998) p. 429. 27 RATZINER JOSEPH, o.c., p. 37. 28 Cfr. Mt 25,32. 120 También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor” (Jn. 10. 1-5.14-16). Destaco, en estos pocos versículos, la fuerza y la recurrencia que tienen los verbos conocer, escuchar y seguir. El conocimiento29 y el seguimiento son aquí fruto de la escucha. “Para el cristiano, lo primero es fe de escucha, creer en el amor de que es objeto, y descubrir los planes y obras de Dios que actúa en la historia. En un segundo tiempo colaborar y organizarse en consonancia”.30 3 – ¡Ojalá escuchen hoy la voz del Señor!... El título de este número está tomado del libro de los salmos (Cfr. Salmo 94 (95), 7). Es un salmo muy especial, porque es que el que abre los labios y la oración de la Iglesia todos los días como invitatorio en la Liturgia de las Horas. La sabiduría plurisecular de la tradición de la oración invita allí a considerar - en un versículo denso de teología del tiempo y de la historia - la escucha de Dios como una actitud fundamental, ligada a la disponibilidad cordial a la voluntad de Dios (obediencia!!): “No endurezcáis vuestros corazones”... (ibdem, vers. 8). Cerrar los oídos a esta escucha equivale a endurecer el corazón frente al Señor. La pedagogía inspirada del salmista hace ver inmediatamente las consecuencias nefastas de la no escucha: la incapacidad para reconocer los caminos del Señor. Una vez más, el castigo del pecado proviene del mismo pecado: quien se niega a escuchar, termina siendo “sordo”: “¡Oh, si escucharais hoy su voz!: 29 Conocer es otro verbo que es preciso comprender con toda su riqueza humana y bíblica: “Ciertamente, para el hombre bíblico el conocer es impensable en el horizonte de una forma de pensamiento teorético, como para nuestro contemporáneo; conocer es verificar en la concretez de la propia vida y en la historia del pueblo, el cumplimiento de las promesas”. FISICHELLA RINO, a.c., p. 629. Luego de un jugoso análisis de la fe en la Biblia, concluye el autor: “Como se puede constatar a partir de este rapidísimo vistazo, para la Escritura ‘creer’ es un particular modo de conocimiento. Fe indica una actitud concreta, porque implica el ‘reconocer’, el ‘acoger’, el ‘ver’, el ‘oír’, el ‘escuchar’, en una palabra un contacto personal. Son todos verbos, estos que anticipan, acompañan o conducen al acto de ‘creer’ como una forma mediante la cual cada uno se expresa a sí mismo. En una palabra, estamos delante de la precomprensión de una acto plenamente personal en el cual todo de la persona es enteramente asumido: inteligencia, voluntad, comprensión de sí y decisión”. Ibídem, p. 632. 30 RUIZ SALVADOR FEDERICO, Caminos del Espíritu. Compendio de Teología Espiritual (quinta edición), Editorial de Espiritualidad, Madrid, 1998, p. 82. 121 No endurezcáis vuestro corazón como en Meribá, como el día de Massá en el desierto, donde me pusieron a prueba vuestros padres, me tentaron aunque habían visto mi obra. Cuarenta años me asqueó aquella generación, y dije: Pueblo son de corazón torcido, que mis caminos no reconocen. Y por eso en mi cólera juré: ¡No han de entrar en mi reposo!” (Ídem, 7-11) Puede parecer desproporcionado, y sin embargo, el que se niega a escuchar, no tendrá descanso...31 Y su sordera autofabricada se transformará en la trampa fatal de su existencia. A la contemplación divina que despliega ante el hombre los horizontes infinitos de su vocación a la gloria eterna, se opone la autocontemplación narcisista, que lo lleva - como en el mito - a infatuarse en un camino de muerte. “...Hay otras expresiones culturales características de nuestro tiempo que llamaría ‘mitos laicos’, en los cuales muchos contemporáneos se encuentran y viven encadenados. Uno de ellos es el que se suele designar con el termino narcisismo, justamente con referencia al mito griego del joven Narciso, que se enamora perdidamente de sí mismo reflejándose en la fuente. Para el moderno Narciso todas las preocupaciones se concentran en su figura, en la imagen de sí, expresada sobre todo en el cuerpo, la obra de arte subjetiva que decía Hegel. Este mito vuelve a aparecer en los jóvenes y en los ancianos, en las mujeres como en los hombres. Por la propia imagen se está dispuesto a sufrir severos tratamientos, disciplinas duras y continuas. Se aminora psicológicamente, hasta detenerse, el interés por los otros, y se lo repliega sobre sí mismo, indiferente a cuanto sucede en la escena del mundo. Los ideales que quedan son los de la estética, de la suficiencia y del vigor físico, que se persiguen para saciar la autocomplacencia. El yo se auto-engolfa en el propio capullo y disfruta de su frágil autonomía. Nada debe disturbarlo de una tranquila fruición de sí mismo. Pensemos en tantas bellísimas jovencitas que no quieren tener un hijo. Y que por defender el “La característica de la fe laica contemporánea no es sólo la de hundir sus raíces en filosofías particulares o solicitar los progresos de la ciencia y de la técnica, sino también un fenómeno de cansancio espiritual y de diletantismo que depende de una concepción cada vez más fatalista de los hechos humanos. Esta mentalidad está favorecida al mismo tiempo por una cierta fase de disolución de la filosofía moderna y por la precariedad de la existencia humana que hoy no siempre permite a las personas ni a todas las naciones la seguridad plena de la libertad”. SÁNCHEZ SORONDO, MARCELO, In ché cosa credono quelli che non credono?, en Aquinas 41(1998), p. 481. 31 122 aborto gritaban por los micrófonos desde las plazas: ‘soy de mi propiedad, no respondo a nadie’, probablemente ignorando que repetían frases de De Sade y Marx Stiner. Y además. piénsese en el ‘walkman’, el joven con las manos en el bolsillo, los auriculares y la música en los oídos, inmerso en una soledad vacía, llena de ruido, sin diálogo y sin responsabilidades”.32 Cuando el CCE enseña a orar con las situaciones de cada día, haciendo de las mismas no un paréntesis, sino una de las fuentes de la oración,33 la cita de la Escritura con la que se remata el resumen de sentido de la Providencia y la teología del tiempo allí contenido es precisamente la del salmo 94 (95): “¡Ojalá escucharan hoy su voz!: no endurezcan su corazón” (vers. 7 y 8). Quizás la síntesis mejor del presente número sea la comprobación más eminente que se encuentra en quien, porque escuchó la voz del Señor y la recibió en su corazón, se ha transformado para todas las generaciones en un himno viviente de alabanza feliz al Señor: “Sucedió que, estando él diciendo estas cosas, alzó la voz una mujer de entre la gente, y dijo: ‘¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!’. Pero él dijo: ‘Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la obedecen’” (Lc 11, 27-28). Una escucha que da consistencia a la palabra; una obediencia que libera de todas las esclavitudes; una fe que pone en fuga tanto a la superstición como a la irreligión, en toda la frondosa gama en que ambas pueden encontrarse, y en cuyas redes no pocas veces termina el hombre post-moderno... “Ésta es nuestra fe, la fe de la Iglesia”, nos enseña a decir la liturgia con sano y legítimo orgullo. Ésta es la escucha, la escucha del Ibídem, pp. 479-480. Allí mismo el autor añade otra interesante observación: “Otro mito que se vuelva a visitar en la postmodernidad es el de Prometeo, es decir, del homo faber que con la inteligencia técnica en lucha contra el divino crea el progreso y la civilización. Marx glorifica en Prometeo al ‘primer mártir del calendario filosófico’. Hoy, en el mundo de la civilización occidental se habla de un primado de la ciencia y de la técnica. En efecto, la ciencia se aplica a examinar la estructura, el funcionamiento y las leyes de la realidad física y humana para dominarla y utilizarla, y tiende a relegar entre las cosas viejas del pasado el conocimiento de las esencias y los fines de las cosas. Con lo cual ha sido inoculada la duda de que el lenguaje metafísico y el religioso pueda expresar verdaderamente una realidad y sea portador de sentido. Consecuentemente las afirmaciones de valor ético-religioso serían nada más que proyecciones subjetivas y por añadidura totalmente dependientes de la historia, o fruto del consenso social, sino directamente de ‘resentimiento’. Éste es el clima espiritual de nuestro tiempo che todos respiramos”. 33 Nº 2659. 32 123 creyente, podría aquí decirse, no para reivindicar un humanismo híbrido y ecléctico, sino precisamente todo lo contrario: para afirmar que la dignidad del hombre no se da sino en el diálogo con Aquel a imagen y semejanza del cual ha sido creado: “Podemos, con la filosofía moderna, partir del hombre, de su pensamiento, de su libertad, de su lenguaje, no para llegar otra vez al hombre, sino para aceptar la paradoja advertida ya por los mayores espíritus del mundo greco-romano antes de Cristo: que el hombre debe, precisamente para mantenerse hombre, ser más que hombre, es decir reconocer a Dios y aceptar sus leyes. Recomencemos desde Dios, como bien dice el Card. Martini”34. Quizás particularmente aquí se hace evidente que en este escuchar la voz del Señor la vida de fe se hace existencia teologal; y que no hay comunión eterna con el Señor que no empiece ya desde ahora, en el hoy de la escucha, supuesto permanente para poder responder hoy al llamado del Señor: “Comunión con Dios en plena vida y en la historia. Por esa vía nos ha llegado la revelación. Las virtudes teologales actúan la comunión personal con Dios en la inmediatez de la conciencia contemplativa y en la inmediatez del encuentro que se produce en las mediaciones. Una y otra forma son obra de la misma virtud teologal. La misma fe que hace creer en Dios, en la revelación bíblica, en los artículos del ‘credo’ es la que nos hace leer e interpretar en Dios los acontecimientos personales y comunitarios de nuestra historia contemporánea. La caridad ama a Dios y ama al prójimo e continuidad indisoluble. La esperanza tiende al reino de Dios en su plenitud gloriosa, y lo anticipa en formas temporales de vida, acción, solidaridad, felicidad. Modelo de realismo teologal cristiano: María Santísima, atareada madre de familia y en constante unión con su Hijo”.35 34 SÁNCHEZ SORONDO MARCELO, a.c., p. 481. RUIZ SALVADOR FEDERICO, o.c.,p. 108. Aquí mismo el autor trae una valiosa cita del Concilio: “...Los fieles, mientras cumplen debidamente las obligaciones del mundo en las circunstancias ordinarias de la vida, no separen la unión con Cristo de las actividades de su vida, sino que han de crecer en ella cumpliendo su deber según la voluntad de Dios. Es preciso que los seglares avancen en la santidad decididos y animosos por este camino, esforzándose en superar las dificultades con prudencia y paciencia. Nada en su vida debe ser ajeno a la orientación espiritual, ni las preocupaciones familiares, ni otros negocios temporales, según las palabras del Apóstol: ‘Todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por El’ (Col. 3,17). Una vida así exige un ejercicio continuo de fe, esperanza y caridad. Solamente con la luz de la fe y la meditación de su palabra divina puede uno conocer siempre y en todo lugar a Dios, ‘en quien vivimos, nos movemos y existimos’ (Act. 17,28), buscar su voluntad en todos los acontecimientos, contemplar a Cristo en todos los hombres, sean deudos o 35 124 En el hoy de cada día, el tiempo y la eternidad se unen en salvífica síntesis, de modo que el presente adquiere un valor que permanece, y la Presencia de “El que es” desde siempre y para siempre se encarna en cada instante del tiempo, transformado en tiempo de salvación. “Así es como la fe-caridad-esperanza despliegan su vitalidad divina y humana, interior e histórica. Así se nos revelan en la S. Escritura: los hechos y las palabras de la Biblia que nosotros leemos y celebramos en tiempos y lugares sagrados fueron originalmente celebrados sobre el terreno de la existencia normal: éxodo, alianza, destierro, bendiciones y castigos; las bienaventuranzas, el bautismo, el seguimientos de Jesús, su muerte y resurrección. Jesús ora o predica el evangelio, no solamente en la sinagoga o en el templo, sino en todas partes, lugares sagrados o profanos. En ese ambiente de vida corriente, Dios se hace presente y se revela, acompaña y guía a su pueblo. En ala alianza y trato de Dios con el hombre todo es ordinario y todo es extraordinario: su presencia y nuestra experiencia”.36 4 – Conclusión: Amén! Es el modo de concluir todas las oraciones del cristiano... Pero es mucho, muchísimo más que un remate lingüístico o un colofón literario. Es un síntesis densa, por su etimología, por su historia, y por su contenido teológico en general de la respuesta creyente del Pueblo de Dios y de cada uno de sus miembros. extraños, y juzgar rectamente sobre el sentido y el valor de las cosas materiales en sí mismas y en consideración al fin del hombre. Los que poseen esta fe viven en la esperanza de la revelación de los hijos de Dios, acordándose de la cruz y de la resurrección del Señor. Escondidos con Cristo en Dios, durante la peregrinación de esta vida, y libres de la servidumbre de las riquezas, mientras se dirigen a los bienes imperecederos, se entregan gustosamente y por entero a la expansión del reino de Dios y a informar y perfeccionar el orden de las cosas temporales con el espíritu cristiano. En medio de las adversidades de este vida hallan la fortaleza de la esperanza, pensando que ‘los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros’ (Rom. 8,18). Impulsados por la caridad que procede de Dios hacen el bien a todos, pero especialmente a los hermanos en la fe (Cf. Gál. 6,10), despojándose ‘de toda maldad y de todo engaño, de hipocresías, envidias y maledicencias" (1 Pe. 2,1), atrayendo de esta forma los hombres a Cristo. Mas la caridad de Dios que ‘se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado’ (Rom. 5,5) hace a los seglares capaces de expresar realmente en su vida el espíritu de las Bienaventuranzas (AA 4)”. 36 RUIZ SALVADOR FEDERICO, o.c., p. 109. 125 Ya en el Antiguo Testamento, la fuerza de esta exclamación expresaba de modo adecuado y solemne la fe de Israel, que se hacía respuesta y compromiso renovado con el Señor.37 “Creer, en definitiva, es para el Antiguo Testamento un acto con el cual se conoce a Dios en su concreto obrar histórico, se reconoce así la verdad de su palabra y de su promesa y se abandona en Él con una obediencia indestructible sabiendo que el Dios de Israel es un Dios fiel. Creer, por lo tanto, no es un acto aislado ni teórico; al contrario, el mismo constituye una actitud fundamental de fe y certeza que ocupa al creyente en toda su existencia. La expresión culminante de esta actitud se encuentra en el texto fuertemente controvertido desde el punto de vista exegético, pero que constituye un clásico, de Is 7,9: ‘si no creéis no tendréis estabilidad’. El profeta indica, de una sola vez, la esencia de la fe: creer es un ser ‘radicados’ en el Señor y toda la existencia se realiza sólo en este ser conscientes de la ‘radicación’. No por casualidad, la versión griega de los LXX traducirá este paso: ‘si no creéis, no comprenderéis’; es decir, la vida no podrá tener sentido sin la fe”.38 En el Nuevo Testamento, además de ser el modo habitual de afirmar y confirmar la verdad, es la última palabra de la Biblia, con la cual se cierran todas las Escrituras inspiradas, como sellando la autenticidad y fuerza de las mismas... Y más aún: es uno de los nombres del Verbo Encarnado:39 es su Nombre escatológico. Y expresa, aún con más fuerza que en el Antiguo Testamento (quizás por su carácter definitivo) la certeza gozosa de una fe que se hace alabanza exultante, que se paga incluso con la Por ejemplo: “Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, por eternidad de eternidades. Y todo el pueblo dijo: ‘Amén’. Y alabó al Señor” (I Cro. 16,36); “Esdras bendijo al Señor, el Dios grande; y todo el pueblo, alzando las manos, respondió: ‘¡Amén! ¡Amén!’; e inclinándose se postraron ante el Señor, rostro en tierra” (Ne. 8,6); también Tb. 8,8; Jdt 13,20. “El hebreo posee un abanico de terminologías con las cuales describe nuestro ‘creer’.La expresión fundamental más cercana hace referencia a la raíz ’aman que indica ‘estar firme’, ‘estable’, ‘seguro’; a partir de este centro se pueden encontrar otros vocabularios que lo integran y explicitan, como: ‘refugiarse’, ‘confiar’, ‘encontrar refugio’ que sobretodo en los salmos indica la actitud del hombre piadoso y religioso, al cual se tiene que agregar el sentido de ‘espera’ y ‘atender’ que no son menos importantes. Los matices que estos términos expresan, encuentran confirmación en la actitud concreta del hombre bíblico que, de tanto en tanto, se transforma en el del ‘temor’ o de la ‘maravilla’, del ‘abandono confiado’ o de la ‘veneración’. Si en el uso común, ‘creer’ equivale a apoyarse en uno que ofrece garantías (Gn 45, 26), referido a Jhwh, en cambio, expresa el acto del abandono total y confiado en él, porque se lo descubre como un Dios celoso y fiel”. FISICHELLA RINO, a.c., p. 628. 38 Ibídem, p. 629. 39 Cfr. Ap. 3,14. 37 126 propia vida, con la propia sangre, y que resume muy bien el espíritu de quien ora y el contenido de su oración. El concepto “Amén” tiene toda la fuerza de la liturgia, al mismo tiempo que recoge la fuerza dogmática40 de la verdad por la cual se vive, se muere, y se reza... Es una palabra que en la Historia de la fe de la Iglesia ha sido escrita más con sangre que con tinta: sangre de confesores y mártires; mártires de un solo golpe que, como un definitivo amén, selló el misterio de sus vidas hechas oración viviente; y mártires a fuego lento, con el eco permanente de un amén que se repite rítmicamente, como en el Rosario, y que va signando el camino del crecimiento en la esperanza de la plenitud prometida. Toda esta densidad histórica, bíblica y litúrgica se trasvasa ya desde el comienzo a las liturgias cristianas, del mismo modo que la fuerza del Sabath hebreo fue heredada y por el Domingo cristiano. Entre las pocas cosas que sumariamente cuenta Justino del Domingo cristiano es sus albores, concede un lugar destacado a esta aclamación de los cristianos, expresión de su participación en el Misterio de la fe: “El día que se llama día del sol tiene lugar la reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en la ciudad o en el campo. Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los profetas, tanto tiempo como es posible. Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para incitar y exhortar a la imitación de tan bellas cosas. Luego nos levantamos todos juntos y oramos por nosotros...y por todos los demás donde quiera que estén a fin de que seamos hallados justos en nuestra vida y nuestras acciones y seamos fieles a los mandamientos para alcanzar así la salvación eterna. Cuando termina esta oración nos besamos unos a otros: Luego se lleva al que preside a los hermanos pan y una copa de agua y de vino mezclados. El presidente los toma y eleva alabanza y gloria al Padre del universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo y da gracias (en griego: eucharistian) largamente porque hayamos sido juzgados dignos de estos dones. 40 Dicho sea de paso, y para hacer justicia con las cosas, que contrariamente a lo que podría apriorística (y tendenciosamente!) suponerse, el CCE hace un uso discretísimo de esta palabra, antipática para el hombre moderno e insufrible para el postmoderno... La catequesis que hace de la misma el CCE es excelente por su concisión y por su carácter “positivo”: los dogmas son luces, no sombras (Cfr. N° 87-90). “Estoy orgulloso - decía Chesterton - de verme atado por dogmas anticuados, como dicen mis amigos periodistas, porque sólo el dogma razonable vive lo bastante para que se le llame anticuado”. 127 Cuando terminan las oraciones y las acciones de gracias todo el pueblo presente pronuncia una aclamación diciendo: Amén. Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo le ha respondido, los que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos los que están presentes pan, vino y agua "eucaristizados" y los llevan a los ausentes”.41 El CCE cierra la exposición de la primera parte precisamente con una catequesis sobre el “Amén” en la que ninguna palabra tiene desperdicio:42 “El Credo, como el último libro de la Sagrada Escritura (Cfr. Ap 22, 21), se termina con la palabra hebrea Amen. Se encuentra también frecuentemente al final de las oraciones del Nuevo Testamento. Igualmente, la Iglesia termina sus oraciones con un ‘Amen’. En hebreo, ‘Amén’ pertenece a la misma raíz que la palabra ‘creer’. Esta raíz expresa la solidez, la fiabilidad, la fidelidad. Así se comprende por qué el ‘Amén’ puede expresar tanto la fidelidad de Dios hacia nosotros como nuestra confianza en El. En el profeta Isaías se encuentra la expresión ‘Dios de verdad’, literalmente ‘Dios del Amén’, es decir, el Dios fiel a sus promesas: ‘Quien desee ser bendecido en la tierra, deseará serlo en el Dios del Amén’ (Is 65, 16). Nuestro Señor emplea con frecuencia el término ‘Amen’ (Cfr. Mt 6, 2. 5. 16), a veces en forma duplicada (Cfr. Jn 5, 19) para subrayar la fiabilidad de su enseñanza, su Autoridad fundada en la Verdad de Dios. Así pues, el ‘Amén’ final del Credo recoge y confirma su primera palabra: ‘Creo’. Creer es decir ‘Amén’ a las palabras, a las 41 S. Justino, apol. 1, 65; 67. Citado por el CCE, N° 1345. Cfr. también el desarrollo explicativo de los Nros. subsiguientes, particularmente del 1348. 42 Nros. 1061- 1065. Una breve catequesis sobre el Amén volverá a aparecer al final de la cuarta parte del CCE, en el último número del mismo (concretamente, el 2856, y luego en el resumen, N° 2865). Lamentablemente - en mi humilde opinión - la cita de San Cirilo de Jerusalén , puesta precisamente en ese lugar, puede eventualmente quitar fuerza expresiva a un concepto bíblico que - sin desconocer ninguna riqueza de matices - expresa fundamentalmente solidez, seguridad y certeza, mucho más que la expresión del deseo de que así sea... Compárese este texto con este otro de San Agustín, citado por el mismo CCE: “Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis ‘Amén’ (es decir, ‘sí’, ‘es verdad’) a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir ‘el Cuerpo de Cristo’ y respondes ‘amén’. Por lo tanto, se tú verdadero miembro de Cristo para que tu ‘amén’ sea también verdadero (S. Agustín, serm. 272)” (N° 1396). 128 promesas, a los mandamientos de Dios, es fiarse totalmente de El que es el Amén de amor infinito y de perfecta fidelidad. La vida cristiana de cada día será también el ‘Amén’ al ‘Creo’ de la Profesión de fe de nuestro Bautismo: Que tu símbolo sea para ti como un espejo. Mírate en él: para ver si crees todo lo que declaras creer. Y regocíjate todos los días en tu fe (San Agustín, serm. 58, 11, 13: PL 38,399). Jesucristo mismo es el ‘Amén’ (Ap 3, 14). Es el ‘Amén’ definitivo del amor del Padre hacia nosotros; asume y completa nuestro ‘Amén’ al Padre: ‘Todas las promesas hechas por Dios han tenido su `sí' en él; y por eso decimos por él 'Amén' a la gloria de Dios’ (2 Co 1, 20): Es absolutamente sintomático que las últimas palabras sean las de la doxología, que marcan un momento culminante de esa cima litúrgica que es la Eucaristía: Por El, con El y en El, A ti, Dios Padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos”. AMEN. Para el cristiano, este amén no es entonces un asentimiento meramente intelectual, un acuerdo de ideas o una gnosis. Cuando esto ocurre, la llama viva de la fe se debilita y apaga, la liturgia se “formaliza”, la moral se endurece o ablanda, según las predisposiciones o gustos personales del consumidor, y la oración se vuelve como un monólogo dicho con cuidado “por si ‘Alguien’ escucha”... “Las cautelas frente al modernismo fueron impulsando a la teología neoescolástica a considerar la fe y el depósito de la fe de modo unilateral. La fe consistiría en el ‘asentimiento intelectual a las verdades reveladas’, y el depósito de la fe vendría a ser un conjuntos de verdades, contenidas en la Escritura y en la tradición, que había que salvaguardar frente a los ataques del mundo moderno. Esta concepción unilateral no es, sin embargo, la que aparece en las cartas pastorales [del Nuevo Testamento]. Aunque el autor no explica en qué consiste el depósito, por las pautas que deben guiar la conducta de Timoteo y de Tito, deducimos que el depósito abarca: el misterio de Jesucristo, por quien Dios nos ha manifestado su bondad, que nos ha salvado y nos ha renovado por el Espíritu Santo (Cf. Tit 3, 4-7); la certeza de que la Escritura, 129 inspirada por Dios, lleva a la salvación (Cf. 2 Tim 3, 14-17); la estructura ministerial de la comunidad y las condiciones de los candidatos a los diversos ministerios (Cf. I Tim 3, 1-13; 5, 17-22); la vida de oración de la comunidad (Cf.. 1 Tim 2, 1-8); el perdón de Dios para ‘obtener la vida eterna’ (Cf. 1 Tim 1, 16)... El depósito no es un conjunto de verdades, sino un todo coherente, que abarca el kerigma, las pautas de conducta de los creyentes, la vida de fe de la comunidad, sus estructuras básicas, la vida de oración, el valor de la Escritura...”.43 El Catecismo del Concilio ha dado a este respecto, sin dudas, su contribución: “Tal es también el sentido que se ha recuperado en la concepción teológica subyacente al Vaticano II. Según la Dei Verbum, Jesucristo ‘mandó a los apóstoles predicar a todos los hombres el evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta’ (DV 7) y los apóstoles cumplieron este mandato con su predicación, sus instituciones”.44 El amén recuerda precisamente que la fe es algo para vivir y transmitir, y no sólo algo para conservar - como se conservan en la heladera las cosas, simplemente para que no se echen a perder - o algo para defender: no hay nada en el mundo que pueda hacer mella en una fe que, al no ser virtud humana, está garantizada por la Fuerza y la Presencia del que la ha regalado, y todo lo puede; quizás la prueba más contundente (y desconcertante!) es que esta fe, con el derramamiento de la sangre de los mártires, en lugar de debilitarse, crece y se fortalece, alcanzando incluso la conversión de quienes la impugnan. “Amén”: una palabra breve, que el hombre postmoderno apenas se siente en condiciones de pronunciar. Una palabra corta, pero que dice, implica, supone y compromete demasiado... 43 PAREDES MUÑOZ JUAN ANTONIO, voz Depósito de la fe, en Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid, 1999, pp. 608-609. Dice allí mismo el autor: “El depósito de verdades no es un elenco de verdades, de instituciones y de normas que podamos encontrar en el Catecismo o en otros libros. Es la fe viva y vivida de la Iglesia en toda su riqueza, que no se agota en ninguna formulación. Una fe sostenida y guiada por el Espíritu, en continuo diálogo con la historia y con la cultura. Como ha dicho el Vaticano II, ‘esta tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo” (D.V. 8). Si, por una parte, el Espíritu Santo que habita en nosotros constituye la ayuda necesaria para guardar el depósito en su integridad (Cf. 1 Tim 1,14), por otra, el mismo Espíritu que conduce a la Iglesia a la verdad plena (Cf. Jn 16,13), renovándola y rejuveneciéndola sin cesar (Cf. L.G. 4), nos enseña a sacar de las arcas del Reino lo nuevo y lo añejo (Cf. Mt. 13,52). Y así podemos ayudar al hombre de hoy a descubrir que el Evangelio habla de nosotros y de nuestra vida”. Ibídem, pp. 609-610. 44 Ídem. 130 “Hablar de un credo hoy resulta difícil. La postmodernidad es la cultura de la estética, de la imagen, de lo superficial, de lo inmediato. Es la cultura que valora por encima de todo lo subjetivo y lo pequeño, y por lo tanto no gusta de lo objetivo, de los grandes ideales. En la postmodernidad todo vale y todo tiene su sitio. Así, el postmoderno se siente sometido a una avalancha de informaciones y estímulos difíciles de estructurar, hace de la necesidad virtud y opta por un vagabundear incierto de unas ideas a otras. No se aferra a nada, no tiene certezas absolutas, nada le sorprende, y sus opciones son susceptibles de modificaciones rápidas. En las relaciones personales renuncia a los compromisos profundos, su meta es ser independiente afectivamente, no sentirse vulnerable. Así pues, la postmodernidad no admite fácilmente el monoteísmo (un Dios, una fe, un bautismo), porque profesar este es tomar en serio la gravedad de lo real, admitir que las cosas tienen peso ontológico, comprometerse con la existencia, convertir el mensaje evangélico en militancia. Por tanto, resulta difícil para la sociedad actual aceptar un mismo credo para todos, con todo lo que ello significa. Bien es cierto que no existe una actitud de rechazo, pero no siempre es acogido en toda su profundidad”.45 Decir amén implica elegir la realidad con todos sus gozos y sus cansancios; renunciar a la dispersión (lo superficial se transforma finalmente en irreal, allí donde la parte se toma por el todo) y vivir en una unidad interior inalcanzable para un corazón que sea sólo humano; descender a las profundidades de lo humano para remontarse a las alturas de lo divino... Pero he aquí que el problema, el “pecado capital” del hombre postmoderno46 es precisamente la superficialidad... El modo más letal como el hombre post-moderno hace morir la fe en su corazón no es la oposición frontal, sino la indiferencia transversal. El amén bíblico pone a judíos y a cristianos frente a una responsabilidad común: la verdad de la Revelación de Dios, de un Dios trascendente que ha irrumpido definitivamente en la historia humana, y frente al cual la indiferencia es ya una respuesta. Respuesta que se hace aún mucho más perentoria, cuando se percibe que la Revelación sobrenatural confirma y deja al descubierto la presencia discreta, de majestad silenciosa, pero irrefutable de Dios ya en la creación. 45 GARCÍA CORTÉS CARLOS, OTERO OUTES LUIS, Y LÓPEZ CALVO JESÚS ANDRÉS, voz Símbolo de la fe (El Credo) en Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid, 1999, pp. 2093-2094. 46 Cfr. todo lo ya afirmado en la página 43. 131 “Llegados aquí, y mas allá de toda orientación histórica o teológicamente restrictiva, nos hemos introducido en el centro de la pregunta por la responsabilidad actual de judíos y cristianos ante el mundo moderno. Esta responsabilidad consiste justamente en ser los representantes ante el mundo de la verdad de la voluntad única de Dios, y colocar así a los hombres de cara a su verdad interna, que es también su camino. Judíos y cristianos tienen que dar testimonio del único Dios, del Creador de cielo y tierra, y esto con aquella integridad formulada por el salmo 19 a modo de ejemplo: la luz de la creación física - el sol - y la luz espiritual - la ley de Dios se corresponden de un modo inseparable. En la palabra de Dios y a su luz habla por todo el mundo el mismo Dios que se manifiesta en el sol, en la luna y las estrellas, en la belleza y perfección de lo creado. ‘El sol es la honra del cielo, pero tu ley, Señor, aún lo es más...’ ”47 Amén es el sello que corona el inicio y el fin de la jornada del cristiano, pero también la aclamación que ritma la fe y la oración de la Iglesia, y el inicio y el fin de la vida de cada cristiano: vida de fe es vida en Cristo, el Amén del Padre:48 “El cristiano comienza su jornada, sus oraciones y sus acciones con la señal de la cruz, ‘en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén’. El bautizado consagra la jornada a la gloria de Dios e invoca la gracia del Señor que le permite actuar en el Espíritu como hijo del Padre. La señal de la cruz nos fortalece en las tentaciones y en las dificultades”.49 47 RATZINGER JOSEPH, o.c., p. 66. El Cardenal hace además allí una anotación sumamente interesante: “Judíos y cristianos deben aceptarse mutuamente en una reconciliación profunda interna, no renunciando a su fe ni renegando de ella en ninguna manera, sino precisamente desde la profundidad de la misma fe. Con su mutua reconciliación deberían llegar a ser una fuerza de paz para el mundo” (p. 74). 48 Cfr. Ap. 3,14; CCE, Nº 1065. 49 CCE, N° 2157. 132 CAPÍTULO VI LA FE COMO CONVERSIÓN Conversión es un concepto rico y complejo, que es preciso considerar sin recortar ninguna de sus dimensiones: religiosa, moral, intelectual, mística...1 En todas sus dimensiones (aunque en algunas más que en otras), la conversión es un camino en el cual siempre se puede (y se debe!) crecer. La conversión no es un momento en la vida, sino una actitud de vida. Y en ese sentido, tiene una dinámica semejante a la de la fe, ligada a la misma en relación de dependencia. Además, contrariamente a lo que puede hacer suponer una cierta caricatura de la fe, el hombre creyente no es un fanático ciegamente convencido de dogmas sobre los cuales no se dialoga, sino uno que cree, espera y ama, y por eso mismo escucha, dialoga, y busca incesantemente el Rostro y la Voluntad del Señor. La conversión es - mientras perduran la fe y la esperanza - una tarea nunca terminada. No es solo la fe (fides quae) la que debe verificar el rumbo de la existencia del creyente: la fe misma, en cuanto virtud (fides qua) debe ser también confrontada con la Revelación del Dios vivo y verdadero, pues no pocas veces sucede que aún con buena voluntad, se tiende a absolutizar algunos aspectos ligados no a la fe misma, sino a las estructuras sociales, culturales e incluso religiosas que envuelven a la misma. El diálogo fecultura es siempre recurrente, aparece bajo diversas formas, y sobre el mismo no se puede sobrevolar, sino que es preciso asumirlo siempre con renovada valentía, caridad y buena voluntad... Virtudes éstas que no se dan en un corazón que no se convierte... El presente capítulo pretende desarrollar convenientemente estos temas. 1 Cfr. el planteo que hace del tema el Cardenal MARTINI CARLO MARÍA en su obra “Ritrovare se stessi, c'è un momento nell'anno per fermarsi e cercare”, Casale Monferrato (AL). Piemme; [Milano]. Centro ambrosiano, 1997. 133 1 – La fe como fuerza viva, dinamismo vital. La fe se sitúa e inscribe en el dinamismo viviente de la vida espiritual, y más específicamente las virtudes teologales,2 de las cuales se escribe en el CCE: “Las virtudes humanas se arraigan en las virtudes teologales que adaptan las facultades del hombre a la participación de la naturaleza divina. Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino. Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano. Tres son las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad”.3 El CCE cuida bien presentar las virtudes como lo que son (¡incluso etimológicamente!): fuerzas, y no cosas. Fuerzas del Altísimo que obran en el corazón del hombre disponiéndolo para un esfuerzo que supera sus posibilidades. Fuerzas que lo animan, lo mueven y cualifican su relación con Dios, con el mundo y consigo mismo. “Cuando predomina el concepto estático de la gracia santificante, las virtudes teologales se desvirtúan en teología y en espiritualidad. Ahora vuelven a ocupar primeros planos, como les corresponde según la S. Escritura. Expresan la vida cristiana en su máxima calidad y plenitud, no ya en las condiciones mínimas para ser y llamarse cristiano. A la vez que forman el núcleo íntimo de la revelación cristiana, responden a las aspiraciones más hondas de la experiencia humana: luz y sentido, amor y comunión, felicidad y plenitud. ‘Lo que es primordial en la realidad objetiva d la “¿De dónde ha tomado Pablo la fórmula? En la primera de sus cartas san pablo la da como conocida de los destinatarios (I Tes 1,3). La familiaridad de san Pablo y de sus fieles con la tríada teologal parece tener su origen en la antigüedad cristiana, y probablemente en Cristo mismo”. RUIZ SALVADOR FEDERICO, Caminos del Espíritu. Compendio de Teología Espiritual (quinta edición), Editorial de Espiritualidad, Madrid, 1998, p. 76, nota al pie. 3 Nros. 1812 y 1813. 2 134 revelación debe volver a ser primordial a ser primordial en la devoción subjetiva de la existencia religiosa’ (Pablo VI)”.4 Es preciso comprender que la fe no es una especie de “salvoconducto” que se posee en el bolsillo, y que se exhibe para trámites eclesiásticos administrativos, o eventualmente en la puerta de ingreso del Cielo. La virtud de la fe se encarna en el corazón del creyente, y desde su bautismo hasta su sepultura determinará un estilo de vida específico, si se vive en coherencia y fidelidad a los dones del Señor. De modo que la fe crece con junto con el corazón del creyente, sufre los avatares de su vida, puede enfermarse e incluso extinguirse si no es cultivada y desarrollada poniendo en juego la inteligencia, la voluntad, la libertad, la afectividad, y en una palabra, todas las potencias llamadas a integrarse en esa respuesta específica que corresponde al llamado del Señor en el primer mandamiento. Inseparablemente unida a la Esperanza y a la Caridad, es la primera de las virtudes que perfeccionan de modo eminente la personalidad del cristiano, aportándole la base indispensable para toda la vida espiritual. “Forman las tres virtudes un conjunto unitario y dinámico. Actúan integradas, como dimensiones complementarias de una misma relación interpersonal. Cada una de ellas es una totalidad, de manera que toda la persona es creyente, la persona entera es amante y esperante. Aunque sí tiene cada una de ellas su centro dinámico en determinadas facultades o tendencias del hombre cristiano. Cada una de estas actitudes de creer, amar, esperar, engloba la totalidad del sujeto y la totalidad de su existencia, en largo y en ancho. No soportan la reducción a sectores de la estructura psíquica o de la realidad externa. Guardan de hecho y de derecho íntima correspondencia con la estructura espiritual del hombre. Entre ellas se distribuyen adecuadamente la tarea de acoger la totalidad del 4 RUIZ SALVADOR FEDERICO, o.c., p. 75. Escribiendo sobre las vicisitudes históricas de las virtudes teologales, y más concretamente de la herencia bíblica, el autor traza una apretada y valiosa síntesis, de la cual destaco las siguientes ideas: “Con uno u otro nombre, a todo lo largo de la revelación bíblica, las actitudes teologales constituyen la forma en que el hombre recibe y vive, realiza e interpreta su relación con Dios. Fe, esperanza y caridad llenan literalmente las páginas del Nuevo Testamento. Es lo primero que Cristo ofrece, lo primero que exige, lo que más recomienda. Es el don supremo que ha traído como distintivo a los discípulos. Cristianos son: quienes creen en Jesús y en su evangelio del Reino de Dios; los que aman a Dios como Padre, se aman y aman a todos como hermanos; los que esperan activamente la venida del Salvador, la realización progresiva del Reino de Dios en la tierra y su plenitud en forma gloriosa. Por contraste, los no cristianos serán definidos: los no creyentes, los que no aman, los que no tienen esperanza”. Ibídem, pp. 7576. 135 don divino y de poner en condiciones de correspondencia a la creatura humana. Juntas llevan a cabo esta labor”.5 La fe es el modo absolutamente personal,6 inalienable e intransferible que cada uno de los hijos, en la familia de Dios, tiene - como supuesto básico, mínimo, elemental e indispensable - para relacionarse de modo vital con el Padre, el Hijo y el Espíritu. A la percepción distorsionada de la identidad de Aquel que está en el otro extremo de la relación que implica la fe, corresponde la distorsión de la relación misma: “Cuando me pregunto el porqué del vaciamiento de nuestras iglesias, de la silenciosa pérdida de interés por la fe, me digo que uno de los factores esenciales de ello consiste en el vaciamiento de contenido de la imagen de Jesús, junto con la comprensión deísta del concepto de Dios”.7 Creo que a esta altura de mi exposición he destacado ya suficientemente el carácter divino, “sobrenaturalizante” (si se me permite esta expresión) de la fe cristiana.8 Y he ya afirmado que la fe, además de divinizar al hombre, lo humaniza.9 Ahora es el momento de detenerse un poco más en este punto, para volver a descubrir que en la lógica pascual de la vida cristiana, el éxodo que implica la conversión (entendida como salir de si mismo, y de situarse en el centro, para descubrir a El Que Es [Cfr. Ex 3,14] absolutamente el centro) termina haciendo que el hombre se encuentre a sí mismo más y mejor que nunca, y como jamás lo lograría si permaneciese estéril y fatuamente centrado en la búsqueda de sí mismo a RUIZ SALVADOR FEDERICO, o.c., p. 82. Precisa a continuación el autor: “La fe es el oído del hombre a la palabra de Dios; la mirada y comprensión. Se hace cargo de la verdad, del contenido y significado de los hechos, las cosas, las personas, en que Dios ha puesto su luz. No es lo mismo que el amor, aunque implique también entrega personal. A la caridad le corresponde la actuación más fuerte del encuentro. Es el amor de Dios y la respuesta al amor de Dios con el mismo amor personal que es el Espíritu Santo. La esperanza actúa en esa misma forma de posesión y promesa, invitación y apremio del Espíritu, impulso y deseo de plenitud. Promesa de asistencia actual, de mayores dones en dimensiones de gloria, despierta naturalmente el deseo confiado de visión y plenitud” (Ruiz, 82-83). 6 “Personal” es - y me parece justo destacarlo en este contexto - mucho más que individual. Afirmar a la persona es al mismo tiempo afirmar a la comunidad humana necesaria como una exigencia de su naturaleza. Cfr. todo el cap. II de la Primera Sección de la III parte del CCE, y particularmente los Nros. 1878-1879. 7 RATZINGER JOSEPH, Evangelio, catequesis, Catecismo, Edicep, Valencia, 1996, p. 54. 8 La obra de la gracia como divinización del hombre no es una exageración teológica, ni un modo desproporcionado de expresarse. El concepto como tal es bíblico (cito uno de los textos más elocuentes a este respecto: II Pe 1,4) y patrístico (ver a este respecto las citas que recoge el mismo CCE, p. ej en los Nros. 1988, 1999 y 2670). 9 Cfr. p. 14, nota al pie Nº 9. 5 136 partir de sí mismo: “La fe vivida auténticamente, es fuente de una armonía y de una plenitud que van mucho más allá de la mera realización humana. La madurez puede describirse como la máxima expresión de las potencialidades de un individuo. Todo ser humano, al igual que cualquier animal o planta, constituye un factor extremadamente dinámico y lleva congénita en su entrañas esta tendencia a su máxima realización”.10 La fe del cristiano reverbera sobre todas las dimensiones de su humanidad. La prueba de la importancia que la misma tiene puede verse también en el “negativo”, es decir, en el hueco que queda en la humanidad de quien, rechazando la fe, empobrece notablemente su humanidad, opacándola además o con el odio hacia el creyente, que sin quererlo se transforma para él en una especie de silenciosa acusación, o con la indiferencia, de quien, para excluir a Dios, ha tenido que matar algo de sí mismo. “Mucha gente piensa que la religión apenas tiene importancia práctica para el buen funcionamiento de la persona y de la sociedad, y por eso no la toman ni siquiera en consideración y, en consecuencia, no influye para nada en su vida cultural y profesional; sólo en muy pocos ocupa el primer puesto en su escala de valores y en sus actitudes existenciales”.11 10 GOYA BENITO, La fe, fuente de madurez humana, en Revista de Espiritualidad, 54 (1995), p. 503. En este interesante artículo (que cito abundantemente), el autor, haciéndose eco de G. W. Allport propone seis criterios de discernimiento de una personalidad madura: la extensión de las potencialidades personales, el conocimiento y aceptación de la propia identidad, equilibrio y estabilidad emocional, una fraternidad ennoblecida, el compromiso con el mundo y unos valores que unifican la existencia. En referencia a este último punto anota: “La madurez requiere un sistema de creencias, un esquema mental, capaz de dar luz y significado, claridad y unificación a toda la existencia. El ser humano, aún dentro de una apariencia constitucional unitaria es un ser dividido y fragmentado en mil sensaciones, aspiraciones y quehaceres no coordinados. necesita unificarlos a través de la fidelidad y coherencia con una jerarquía de valores filosóficos, culturales o religiosos. Si se analizan las personalidades consideradas plenamente realizadas, se encuentra en todas ellas un valor, un deseo, o un propósito central, que ha canalizado sus energías hacia su consecución. De igual modo, un estudio paralelo sobre los suicidios demuestra que la existencia es intolerable sólo para aquellos que carecen de un objetivo claro que la oriente. Entre los valores capaces de realizar esta integración se halla ciertamente el valor religioso, considerado como el más completo y armonizador de todos. Abraza el universo en su conjunto y también los acontecimientos concretos, en una teoría completa, capaz de iluminar los enigmas de la existencia y del sufrimiento, haciendo descubrir su coherencia y su significado en el plan global de la creación” (p 512 – 513). 11 Ibídem, p. 520. 137 Cuando se vive de la fe,12 la misma incide definitivamente en el rumbo de vida; y la fe provoca ese cambio profundo que se llama conversión, que es mucho más que cambiar algunos hábitos morales. Conversión implica descubrir que la clave interpretativa del propio ser no se encuentra en uno mismo, ni se alcanza a fuerza de concentración, sino que está en Otro, en Él, hacia el cual hay que converger. Y que esta convergencia no se da como una iniciativa personal, sino como una respuesta, la respuesta que es provocada por el encuentro vivo y personal con Jesucristo: “Si no se conoce por experiencia de vida a Jesucristo, el mismo Evangelio se reduce a una pura y simple ideología. Sólo una íntima relación personal con el Hijo de Dios, con Jesús de Nazareth, hace del Evangelio una fuerza capaz de transformar la humanidad. Esta experiencia hará que no haya más dicotomías destructivas entre la fe y la vida, entre la evangelización y la inculturación, entre la pastoral y la teología. Tal experiencia del Mesías hará un puente entre la fe, por una parte, y la ciencia, la política, el arte, el folklore, etc. por otra.13 Pero este punto de convergencia absoluto tiene que ofrecer garantía absoluta de veracidad... Imposible lanzarse, desde la noche de la duda, y hacerlo de cabeza, a un manantial de aguas inciertas... La entrega de lo más valioso que se posee - la propia vida - supone condiciones que estén a ala altura de este salto mortal. Así se hace evidente que la medida de la conversión es la medida de la fe, de una fe en la cual las convicciones y el testimonio de vida14 se amalgaman de modo indisoluble. Al respecto, comenta el Cardenal Poupard: 12 Cfr. las referencias bíblicas de este tema: Rm 1,17; Gál 3,11; Hb 10,38. POUPARD PAUL, Dalla non credenza alla fede nella cultura attuale, en Aquinas 41(1998), p. 439. 14 “Destacar la importancia del testimonio de vida no disminuye para nada la importancia de la pastoral de la cultura y de la pastoral de la inteligencia. Muchas veces la cultura dominante está signada por el pesimismo, la desconfianza, el cinismo, la esclavitud de las bajas pasiones, la obstinación por contradecir la naturaleza de las cosas y la misma dignidad espiritual de las personas. En este mundo los pensadores cristianos tienen un terreno inmenso para desmalezar, infundiendo esperanza y fe en la providencia de Dios Padre, dando testimonio de libertad frente a la esclavitud del pecado; obrando con simplicidad de espíritu en humilde obediencia a las leyes que el Creador a fijado con sabiduría y amor en la naturaleza y en la persona. Y, sobretodo, dando un testimonio vivo de las cosas más esenciales en la experiencia cristiana: el amor verdadero de un Dios que ha entregado su Hijo a la muerte para la salvación de todos los hombres y de cada hombre”. Ibídem. 13 138 “Para hacer posible la experiencia de fe, es necesario liberar al hombre de todo aquello que constituye una obstáculo para que se dona con generosidad. Para esto, es necesario trasmitirle ante todo certezas de fe. En medio de un mundo signando por el relativismo, el subjetivismo, la duda y la incertidumbre, nosotros los cristianos debemos transmitir certezas de fe. Sin dogmatismo, y con el testimonio de vida más que con las palabras. Nuestra vida debería presentarse de manera tal que fuese impensable sin Cristo. Debería hacer surgir en la gente la pregunta: ‘¿Quién es éste, del cual siento decir estas cosas?’ (Lc. 9,9). Debería ser vivida en la total docilidad del Espíritu, para penetrar en las personas con la misma dulzura y con la misma radicalidad de la vida de Cristo.15 Conversión es casi una mala palabra para la cultura imperante. Un atentado a la libertad personal y a la propia sensibilidad. Sin embargo, no pocas veces la cultura dominante misma - que ya no es cristiana - adquiere rasgos idolátricos, y entonces se vuelve indispensable hacer, decir, pensar, vestir y mostrar lo que las pautas culturales imponen, a veces con un autoritarismo y una violencia que no por subliminales son menos fuertes. En realidad, todos los seres humanos están en proceso de conversión... La pregunta no es si convertirse o no, sino a qué, en quien, porqué y para qué convertirse... Conversión del aspecto exterior, para hacerlo atractivo según los parámetros estéticos imperantes, muchas veces sin querer siquiera someterse a la disciplina de una vida metódica, ordenada por la práctica del deporte, sino prefabricada velozmente (el hombre light siempre está apurado por tener todo aquí y ahora con el mínimo esfuerzo) por cosméticos, fármacos cirugías y diversos “trucos” que trabajan no sobre el ser, sino sobre la apariencia. La conversión del corazón, en cambio, implica una actitud de vida, un estilo permanente, un esfuerzo prolongado en el tiempo, sin prisas y sin pausas; que proviene de la obediencia de la fe al Dios vivo y verdadero, y no del sometimiento de la propia libertad a una fuerza anónima o a una asociación más o menos piadosa... La fe es el motor de la conversión más profunda e importante que pueda experimentar una persona; y la transformación, aunque sin dudas se reflejará, resplandecerá exteriormente, comienza siempre y necesariamente por el corazón del que la posee... “En el actual contexto cultural, el objetivo primario para los cristianos es hacer visible, concreta y creíble la experiencia cristiana auténtica, introduciendo en ella a los hombres de nuestro tiempo. No se trata tanto de introducir en la cultura los conceptos 15 Ídem. 139 cristianos. Estos ya están presentes - aunque a veces deformados porque las raíces de nuestras culturas son cristianas y todo lo que ellas han desarrollado, nacen de la transformación de elementos cristianos como materia prima. Introducir los conceptos y los valores cristianos no basta, porque nuestra cultura los considera ya resabidos. Se trata más bien de hacer revivir la experiencia cristiana a los mismos cristianos a fin de que ellos la difundan y la divulguen entre sus contemporáneos.”16 2 – Hallazgo y búsqueda Con el trasfondo de lo anteriormente afirmado, es necesario recordar una vez más el primado de la gracia en la vida espiritual, y más concretamente el primado de la acción divina en la vida de fe del cristiano. “Dios es Sujeto activo que habla y ama, antes que ‘objeto’ en quien creemos y esperamos. Podemos decir que es El quien primero ‘practica’ las virtudes teologales o vive la actitud teologal en forma plena y creativa. Por su comunicación suscita en el hombre esas mismas capacidades y actitudes. Es carencia y deformación grave tomar las virtudes teologales como ejercicio de piedad ascética: creo en Dios, amo a Dios, espero en Dios. Queda enterrado entre los presupuestos el hecho primordial: Dios se me revela, me ama, me da y promete. Privados de esa base, mi creer-amar-esperar no corresponde a nada, queda sin objeto. La dimensión pasiva de la fe, esperanza y caridad es fundamental tanto desde el punto de vista teológico como del lado experiencial. Imposible justificar las actitudes teologales del hombre, totalitarias e incondicionales, si no se las hace corresponder con una base previa y sólida por parte de Dios”.17 Antes, mucho antes de que el hombre busque a Dios, es Dios quien sale a la búsqueda y al encuentro del hombre... Conviene recordarlo, y creo que sería justo y necesario en nuestro tiempo subrayar que la venida de 16 Ídem, pp. 439-440. RUIZ SALVADOR FEDERICO, o.c., pp. 81-82. Sigue diciendo el autor: “Creer, amar, esperar: es la lógica reacción del hombre a la conducta que Dios tiene hacia él. Lógica y sobrenatural, es decir, fruto de una gracia que le hace capaz de percibir y corresponder. Una persona es creyente cuando Dios le dirige la palabra, el amor y la promesa, y le invita y capacita para responder en fe, amor y esperanza: y de hecho corresponde libremente al don y a la invitación. Primero escuchar. La experiencia teologal no empieza por hablar, programar, hacer, precipitarse, aunque se trate de amor y servicio” Ibídem. 17 140 Jesucristo al mundo es un punto culminante en esta permanente e interrumpida búsqueda del hombre por parte de Dios... La eucología tiene un eco precioso de esta dinámica divina de incesante búsqueda, en la anáfora IV del Misal Romano, que menciona los hitos más importantes de esta inquebrantable voluntad divina de sellar alianzas con el hombre... En realidad, creo que no está demás recordar (para no sucumbir a ningún “pelagianismo litúrgico”), que en el doble movimiento de la liturgia, el movimiento descendente, en el cual Dios en Persona viene nosotros, es el que posibilita el posterior (teológicamente hablando) movimiento de ascenso hacia el Trono de la Majestad de Dios. Por eso el CCE, cuando debe caracterizar la Fe, lo primero que hace es afirmar que es una gracia. De tal modo que, sin la acción previa de Dios, no hay fe. Lo cual equivale a decir que afirmar la presencia de la fe siempre implica, al menos implícitamente, reconocer la correspondiente intervención de Dios. Entonces - y sólo entonces - sí se desata en el corazón humano la búsqueda, la más importante, trascendente y definitoria búsqueda que pueda darse en el corazón humano: la del rostro de Dios, su Presencia, su Amor. La fe, operación teándrica, tiene providencialmente, notablemente, una estructura semejante a la del Verbo Encarnado: es divina y humana. Inseparable e inconfundiblemente divina y humana. “Fe, amor y esperanza, son al mismo tiempo comunicación y obra de Dios, y actitud humana de acogida y respuesta libre. En perfecta correspondencia de contenidos y de estilo”.18 Así la presenta el CCE:19 La fe es una gracia 153 Cuando San Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Jesús le declara que esta revelación no le ha venido "de la carne y de la sangre, sino de mi Padre que está en los cielos" (Mt 16,17; Cfr. Ga 1,15; Mt 11,25). La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por él, "Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede `a todos gusto en aceptar y creer la verdad'" (DV 5). Ídem, p. 79. Agrega el autor: “Es Dios quien da a ese trato contenidos y formas concretas” (Ídem). 19 Nros. 153 a 155, bajo el título “Las características de la fe”. 18 141 La fe es un acto humano 154 Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a las verdades por él reveladas. Ya en las relaciones humanas no es contrario a nuestra propia dignidad creer lo que otras personas nos dicen sobre ellas mismas y sobre sus intenciones, y prestar confianza a sus promesas (como, por ejemplo, cuando un hombre y una mujer se casan), para entrar así en comunión mutua. Por ello, es todavía menos contrario a nuestra dignidad "presentar por la fe la sumisión plena de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad al Dios que revela" (Cc. Vaticano I: DS 3008) y entrar así en comunión íntima con Él. 155 En la fe, la inteligencia y la voluntad humanas cooperan con la gracia divina: "Creer es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia" (S. Tomás de A., s.th. 2-2, 2,9; Cfr. Cc. Vaticano I: DS 3010). Este rostro divino y humano de la fe, recuperado en su pureza original por el Concilio, permite también relativizar y descalificar tantos ataques injustos dirigidos en realidad no contra la fe, sino contra algunas caricaturas de la misma, en las que no pocas veces una catequesis defectuosa e insuficiente tiene su parte de responsabilidad. Es particularmente importante poner en evidencia, a este respecto, que la fe no atomiza la personalidad, ni predispone a esquizofrenias u otras alteraciones psicológicas y/o espirituales, sino todo lo contrario: el poder totalizante, aglutinante de la fe forja personas maduras, robustas y decididas. El santo es plenitud, y no frustración del hombre.20 20 Elocuente al respecto es el programa de vida que la vida monástica encierra ya en su propia etimología: “monachus” significa “uno, unificado”: toda la vida del monje, todas sus fuerzas, todo su empeño interior y exterior está talmente encaminado al seguimiento radical del Señor, que como efecto reflejo se produce en su vida una notable reunificación de todas las dimensiones de su humanidad. Así, la fe que se hace seguimiento recupera con la lógica y la dinámica de la Pascua aquel don perdido en el paraíso terrenal, por el cual el hombre tanto sufre y suspira: la unidad interior. Creo que vale aquí - mutatis mutandis - para todo cristiano, la certera idea que el P. DIEGO SÁNCHEZ MANUEL, expresa a propósito de la vida monástica primitiva: “El asceta debe buscar, a través de la lucha, el superar cualquier unidad superficial, hasta entrar e esa metapersonalidad en la que todavía existe división, caos, dispersión, para poner allí orden y no conformarse con una tranquilidad ficticia. Sólo así llega a ser monje, es decir, uno, 142 “La nueva teología ha preparado y prolonga la línea conciliar. Ensancha las perspectivas de la teología anterior, que interpretaba el dinamismo teologal en otras categorías: hábitos, virtudes, potencias. Acentúa ciertas modalidades, que ya hemos destacado en el concilio: mayor unidad e interdependencia entre las tres, referencia constante a la persona de Jesucristo, inclusión de personas e historia como lugar y parte del encuentro con Dios. El Concilio Vaticano II habla constantemente de fe, amor y esperanza; pero sin darles el nombre de ‘virtudes’, ni de ‘teologales’. Las hace actuar con total participación de la persona y en toda clase de objetos y situaciones. a) ‘Virtud’ es denominación aplicada a una cualidad estable y habitual de una facultad humana, para hacer las cosas con mayor perfección y prontitud”.21 Las virtudes unifican porque actúan conjuntamente, sinfónicamente. Hay una particular e intensa perijoresis de las virtudes teologales, que es determinante en esta misión exactamente opuesta a la acción del pecado, que disgrega y crea caos: “Ahora bien, fe, amor y esperanza son ‘interpersonales’, de reciprocidad también pasiva como modos y medios del trato de Dios con el hombre; y también ‘totalizantes’, es decir, no se limitan a modificar cada una de ellas un único sector o potencia del sujeto, sino que cada una transforma la totalidad de la persona y la hace creyente, amante, esperante en todo su ser y obrar. Dado su carácter totalizante, cada una de las tres está presente y configura a las otras dos. Ama lo que cree y espera; espera lo que cree y ama; cree lo que ama y espera. Constituyen tres dimensiones compenetradas de una misma relación global entre Dios y el hombre. Realizan en forma dinámica y vivencial los dones y exigencias de la gracia”.22 encontrándose a sí mismo”. Cfr. Historia de la espiritualidad patrística. Editorial de Espiritualidad. Madrid 1992, p.168. 21 RUIZ SALVADOR FEDERICO, o.c., p. 78. 22 Ibídem, p. 79. En nota al pie de página, el autor añade: “En esta misma línea, K. Rahner sintetiza las líneas actuales de la investigación sobre las virtudes teologales en estos tres puntos: 1) Las virtudes teologales dan la capacidad de relacionarse inmediatamente con Dios, sin que se interponga la creaturalidad del sujeto humano. Son gracia creada y gracia increada, pero de manera concreta y dinámica. 2) Las tres forman una totalidad. Son diferentes en cuanto corresponden a diversas fases o aspectos de una misma relación global. No se distinguen como potencias sectoriales. 3) Debido a su unidad e inclusión recíproca, se puede decir que el conjunto teologal recibe, según épocas, diferentes tonalidades en conformidad con las virtud teologal que predomina. K. Rahner, en Lexikon für Theologie und Kirche, 10, pp. 79-80. Cf. J. Galot, Il mistero della speranza, Assisi, 1971, pp. 25-26; A. Michel, en DTC, 15, 2746”. 143 Las búsquedas y los hallazgos del hombre en la post-modernidad no pueden bajo ningún concepto ignorar o poner entre paréntesis el poder de la fe. Descalificarla a priori - como con tanta superficialidad se hace - es no sólo anti-cristiano, sino también inhumano, e incluso desde el punto de vista histórico equivocado, como demostraré inmediatamente. De todos modos, basta abrir los ojos para constatar que la ideología perversa que peroraba que la religión es el opio de los pueblos ha fracasado y sucumbe trágicamente, mientras que la religión resurge como misteriosamente alimentada por el testimonio y la sangre de los mártires de un siglo que los ha fabricado más que ningún otro. “La gran cuestión es si la modernidad y la democracia liberal se pueden alcanzar de una manera compatible con una fe religiosa vibrante. A esta pregunta se puede responder recordando cómo se alcanzaron - y es un hecho histórico - estos logros” [...] “Si se narra la historia de manera más exacta, se puede ver cómo la religión no es el enemigo sino el fundamento de la modernidad y la libertad. Un ejemplo: probablemente la argumentación contemporánea más comprensiva de lo que es una sociedad democrática, libre y justa es la encíclica de 1991 de Juan Pablo II ‘Centessimus Annus’ (‘Cien años’, que marcan el centenario de la doctrina social católica moderna). ¿Puede producir el Islam una argumentación religiosa comparable en apoyo de la modernidad y la democracia? No sabemos la respuesta. Debemos esperar y rezar para que pueda y quiera. Pero sí podemos saber algo con certeza: si es verdad, como alguno dice todavía que la democracia liberal es inseparable del secularismo, la democracia liberal tiene un futuro muy oscuro en un mundo donde resurge la religión”.23 “¿Democracia contra Religión?”. Artículo redactado por NEUHAUS RICHARD JOHN, pastor luterano convertido al catolicismo y ordenado sacerdote en el seno de la Iglesia católica, editor de la revista estadounidense First Things y autor del libro recientemente publicado The Naked Public Square: Religion and Democracy in America, Eerdmans, Grand Rapids, 1984.. Citado por ZENIT, agencia interncional de información, http://zenit.org (22/X 2002). Allí también precisa el autor: “Aunque la modernidad y la democracia encontraron a veces resistencia eclesiástica, generalmente se inspiraron en convicciones religiosas. Desde la Magna Carta en 1215, a través de la revolución de Cromwell, hasta la Declaración de Independencia de Estados Unidos y su llamamiento a ‘la Naturaleza y al Dios de la Naturaleza’, los campeones de la libertad han invocado la verdad trascendente como justificación de sus causas. El reciente libro de Michael Novak ‘On Two Wings’ documenta las profundas convicciones religiosas que conformaron el pensamiento de los fundadores estadounidenses al lanzar el experimento de democracia liberal más influyente y más antiguo del mundo. Es una corriente de pensamiento que durante mucho tiempo ha sido 23 144 No hay dudas de que el esfuerzo y la fatiga propios de la búsqueda del creyente se ven generosamente recompensados; y que - como claramente lo afirma el CCE - 24 la confianza depositada en Dios, lejos de coartar las capacidades humanas, las “humaniza”, además de divinizarlas. “La fe, en definitiva, toca a cada uno en la debilidad de la propia vida, pero sabe también imprimir fe y fuerza porque es fruto de la gracia que hace fuerte lo que es débil (I Cor 1,28)”.25 Por eso el CCE, inmediatamente después de recordar la doctrina bíblica de la necesidad de la fe para la salvación,26 subraya la importancia de la perseverancia, destacando incluso el aspecto agonístico de la misma, e insistiendo en la perijoresis, en la circularidad de las virtudes teologales, al mismo tiempo que en el carácter eclesial de la fe: “La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos perderlo; S. Pablo advierte de ello a Timoteo: "Combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe" (1 Tm 1,1819). Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que la aumente (Cfr. Mc 9,24; Lc 17,5; 22,32); debe "actuar por la caridad" (Ga 5,6; Cfr. St 2,14-26), ser sostenida por la esperanza (Cfr. Rom 15,13) y estar enraizada en la fe de la Iglesia.27 3 – La conversión de la Fe y la conversión a la Fe Come he ya expresado en la introducción al presente capítulo, no es solo la fe (fides quae) la que debe verificar el rumbo de la existencia del creyente: la fe misma, en cuanto virtud (fides qua) debe ser también confrontada con la Revelación del Dios vivo y verdadero. En otras palabras: la fe debe crecer en el corazón de un hombre llamado a recorrer hasta el final el camino de la conversión. Lo cual obliga no sólo a revisar permanentemente la propia fe, para controlar su autenticidad, sino también la propia vida, para comprobar la coherencia. omitida de los relatos de historia de la democracia en nuestros desconcertantes libros de texto”. Ibídem. 24 Cfr. Nº 154. 25 FISICHELLA RINO, Catechismo della Chiesa Cattolica, Edizioni Piemme, Casale Monferrato, 1993, p. 633. 26 Cfr. N° 161. 27 N° 162. 145 La fe crece cuando arde en un corazón que incesantemente se convierte. Un corazón así no es nunca inerte, sino todo lo contrario: inquieto, en búsqueda, sediento, deseoso. Sólo con estas palabras de fondo utilizo aquí la palabra formación. La fe auténtica no puede no recorrer un itinerario de formación permanente;28 formación que toca integralmente a toda la persona, y no sólo a su dimensión intelectual.29 El crecimiento de la fe es entonces empujado por esta dinámica de la formación. Pero es toda la vida del creyente (y no sólo su fe) la que debe crecer, y esto aún sabiendo que este crecimiento estará en gran medida impulsado por el crecimiento de la fe. El creyente crece cuando hay conversión. Si la fe no crece, cabe dudar de su autenticidad. Si la fe no convierte el corazón en el que habita, ya no caben dudas... La conversión ejerce una fuerza centrípeta, de tal modo que la gracia de Dios y las fuerzas humanas convergen en una admirable sinergia que plenifica la vida humana y la transfigura en divina. Mientras que la dispersión es de signo contrario: tiene una dinámica centrífuga que atomiza, y deja al hombre fragmentado (típica característica de la postmodernidad), con una humanidad empobrecida y negativamente condicionada para la comunión con el Creador y con las demás criaturas.30 La palabra “conversión” aparece 92 veces en el CCE. Y es sintomático comprobar que - contra toda eventual descalificación 28 Es por eso que en América Latina, ya desde hace algunos años, se habla no de cursos aislados de catequesis, ligados sólo e inmediatamente a la recepción de tal o cual sacramento, sino de un itinerario catequístico permanente, genial intuición surgida del II Congreso catequístico nacional, de 1987. Cfr. el documento que recoge las conclusiones: “Juntos para una Evangelización Permanente”, de la Conferencia Episcopal Argentina, (14/IV/1988). 29 Creo que se trata de un serio equívoco que debe ser superado: la formación de la fe, precisamente por su carácter “omni-abarcativo”, compromete integralmente a toda la persona, llamada a amar al Señor, según la expresión bíblica del primer mandamiento, “con todo el corazón, con toda el alma, y con todas las fuerzas”. Identificar formación con formación intelectual, es una grave de-formación... Doy un ejemplo pequeño, pero significativo: los sacerdotes sabemos que el arte y la ciencia del confesor no se improvisan, sino que se preparan larga y dedicadamente. Pero también sabemos que la última y definitiva ciencia al respecto se aprende en el confesionario mismo... Doce horas de confesión probablemente “enseñen” mucho más que doce “clases” sobre el tema. 30 Cfr. el N° 2114 del CCE, ya citado anteriormente (Cfr. p. 31). Notar que allí la dialéctica es adoración - dispersión, en el contexto moral del I mandamiento. La conversión no se comprende sino en el contexto de la adoración al Dios vivo y verdadero. La dispersión puede favorecer la perversión, que cuando se da en el sentido religioso del hombre lleva a la idolatría. 146 prejuiciosa del cristianismo como “moralina” -31 la mitad de este total se da no en la tercera parte, sino en la segunda.32 Es decir, la conversión es concebida fundamentalmente como obra de la gracia, cuyos canales privilegiados son los sacramentos, y no tanto como un empeño personal que se logra a base de esfuerzos ascéticos personales. Incluso en la primera parte (donde aparece más que en la tercera), queda en claro que es la iniciativa divina, bajo el signo de una autoridad absolutamente conforme a la razón, la que inspira este proceso, la que provoca este movimiento (motus, motivo).33 Por eso mismo el CCE vuelve a subrayar - y es importante de cara a la sensibilidad postmoderna - que la certeza de la fe también tiene el signo de esta iniciativa divina, a la cual el hombre da su asentimiento: “La fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede mentir. Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón y a la experiencia humanas, pero ‘la certeza que da la luz divina es mayor que la que da la luz de la razón natural’ (S. Tomás de Aquino, s.th. 2-2, 171,5, obj.3). ‘Diez mil dificultades no hacen una sola duda’ (J.H. Newman, apol.)”.34 “¿Moralismo? La verdad es que antes se habla de la ley del Espíritu que del pecado; de la libertad de los hijos de Dios que de las culpas; de abundancia de gracia que del poder del pecado. Se tiende a suscitar la conversión más que la conciencia de la culpa, claro está. [...] [Éste es un] Catecismo que puede servir no sólo para los explícitamente creyentes, sino también para los que vacilan en la fe, los alejados y para toda persona de buena voluntad, a las que se ofrece este ‘estilo de vida’”. LARRABE JOSÉ LUIS, Rasgos teológicos del Catecismo de la Iglesia Católica, en Burgensis 35 (1994), p. 525-526. 32 Concretamente, el término en cuestión se encuentra 19 veces en la I parte, 45 en la II, 17 en la III y 11 en la IV. 33 A propósito de la fe y la inteligencia, se lee en el N° 156: “El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos ‘a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos’. ‘Sin embargo, para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores de su revelación’ (ibid., DS 3009). Los milagros de Cristo y de los santos (Cfr. Mc 16,20; Hch 2,4), las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad ‘son signos ciertos de la revelación, adaptados a la inteligencia de todos’, ‘motivos de credibilidad que muestran que el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu’ (Cc. Vaticano I: DS 3008-10)”. 34 N° 157. Respecto al tema de la fe como asentimiento, y recogiendo la sabiduría de esta última cita del Card. Newman (verdadero experto en el tema), aprovecho para destacar como el CCE se hace eco, con la discreta sobriedad de un texto de carácter magisterial, de la teología de este grande de la fe: “Será bueno subrayar el uso que a menudo hace el ccc, de la fe como asentimiento. Asentimiento indica una particular actitud del sujeto que comporta un compromiso absoluto en la aceptación de un contenido. Ha sido 31 147 La conversión de la fe debe dar por definitivamente superado el malintencionado equívoco racionalista, transformado muchas veces en un lugar común de la cultura, según el cual la fe y la ciencia no pueden estar de acuerdo. El argumento en contra es demasiado claro y contundente como para que quepa alguna duda. Y como si poco fuera, el CCE destaca retomando en una cita el espíritu del Concilio - que el verdadero científico no solo no se opone a Dios, sino que está guiado por Él: "‘A pesar de que la fe esté por encima de la razón, jamás puede haber desacuerdo entre ellas. Puesto que el mismo Dios que revela los misterios y comunica la fe ha hecho descender en el espíritu humano la luz de la razón, Dios no podría negarse a sí mismo ni lo verdadero contradecir jamás a lo verdadero’ (Cc. Vaticano I: DS 3017). ‘Por eso, la investigación metódica en todas las disciplinas, si se procede de un modo realmente científico y según las normas morales, nuca estará realmente en oposición con la fe, porque las realidades profanas y las realidades de fe tienen su origen en el mismo Dios. Más aún, quien con espíritu humilde y ánimo constante se esfuerza por escrutar lo escondido de las cosas, aun sin saberlo, está como guiado por la mano de Dios, que, sosteniendo todas las cosas, hace que sean lo que son’ (GS 36,2)”.35 En esta conversión, también la libertad tiene un papel fundamental tanto en el punto de partida como en la estructura misma. "El hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios; nadie debe estar obligado contra su voluntad a abrazar la fe. En efecto, el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza" (DH 10; Cfr. CIC, can.748,2). "Ciertamente, Dios llama a los hombres a servirle en espíritu y en verdad. Por ello, quedan vinculados por su particularmente el gran converso del siglo pasado, J. H. Newman, el que explicitó teológicamente las intuiciones de San Agustín a éste propósito. En su Gramática del Asentimiento él distingue entre asentimiento real y nocional y lo define como ‘el acto con el cual se acepta absolutamente, de modo incondicional, una proposición (Milano 1980, p.8). Particular atención se debe presta a San Agustín que en un célebre pasaje afirma: ‘el mismo acto de creer no consiste en otra cosa que dar el asentimiento reflexionando. Piensa, en efecto, quien cree, y creyendo piensa y pensando cree... La fe sino se piensa es nada. Si se quita el asentimiento, se quita la fe, porque sin asentimiento no se da la fe’ (PL 35, 1631. 1778). A partir de la tradición agustiniana - en un pasaje del Sermo de Symbolo: ‘una cosa es creerle a él, otra creer por él y otra creer en él. Creerle a él significa creer que es verdad todo lo que él ha dicho; creer por él equivale a creer que él mismo es Dios; creer en él significa amarlo’ (PL 40, 1190.1191) - todo el creer es recogido en torno a una triple expresión che condensa en sí la globalidad de la riqueza bíblica a este propósito: credere Deo, credere Deum, credere in Deum”. FISICHELLA RINO, o.c. p. 635-636. 35 N° 159. 148 conciencia, pero no coaccionados... Esto se hizo patente, sobre todo, en Cristo Jesús" (DH 11). En efecto, Cristo invitó a la fe y a la conversión, él no forzó jamás a nadie jamás. "Dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su reino...crece por el amor con que Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia Él" (DH 11)”.36 En el espíritu de la fe como conversión, el concepto bíblico conocer recupera toda su profundidad y espesor, que - paradójicamente había perdido siempre que había caído en manos de los racionalismos.37 La fe da al creyente un nuevo modo de conocer a Dios y a todo lo creado, y este conocimiento provoca un cambio de mentalidad, una metánoia, es decir, una conversión. Por eso es tan importante, tanto desde la perspectiva teológica como antropológica, que la conversión sea consecuencia de la fe, y no causa de la misma: porque es en primer lugar don, y no esfuerzo; porque es búsqueda por parte de Dios, antes que por parte del hombre; y porque es visita del Espíritu,38 que debe ser acogido antes que correspondido. 36 CCE, N° 160. Agudamente observa Galli: “Por la ‘dialéctica de la ilustración’ el racionalismo irreligioso del secularismo ha terminado generando la religiosidad irracional de las sectas. La vuelta de lo sagrado, no carente de ambigüedad, indica el agotamiento del proyecto antropológico secularista porque el hombre es religioso y se resiste a una sociedad totalmente secularizada. Detrás de muchos caminos acertados o equivocados, incluso de formas de religiosidad sin Dios, late el corazón inquieto que sólo descansa en Dios. La nueva búsqueda religiosa es un signo del profundo y universal deseo de Dios. A pesar de sus rasgos ambiguos ‘también encuentra una invitación’ (RM 38) para que la Iglesia ofrezca a todos las insondables riquezas de Cristo. Por eso la nueva evangelización debe fortalecer la fe y la religiosidad católicas puestas en crisis por aquellos fenómenos entrelazados favoreciendo una experiencia religiosa auténtica e integral del Dios viviente en la fe, la oración y sobre todo en la liturgia”. GALLI CARLOS MARÍA, La celebración del misterio cristiano. Teología y pastoral sacramental a la luz del Nuevo Catecismo, en Comentario al Catecismo de la Iglesia Católica (Profesores de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina), Paulinas, Buenos Aires, 1996, p. 319. 38 “Pero, ¿cómo suscita el Espíritu esta fe y conversión? El Catecismo parece distinguir varios aspectos: 1. En primer lugar, por medio de la catequesis, de manera que ayude a los fieles a una ‘inteligencia espiritual de la economía de la salvación, tal como la liturgia de la Iglesia la manifiesta y nos la hace vivir’ (CCE 1095). 2. En segundo lugar, por medio de la Palabra de Dios proclamada, ya que es el mismo Espíritu el que conduce a lectores y oyentes a una ‘inteligencia espiritual’ de la misma, conduciéndonos a ‘una relación viva con Cristo’ y a una aplicación coherente a la vida de aquello que oímos, contemplamos y realizamos en la celebración (CCE 1101). 3. En tercer lugar, por medio de una actitud fundamental de fe, que conduce a una respuesta más comprometida de la fe, pues ‘el anuncio de la Palabra de Dios exige la respuesta de fe, como consentimiento y compromiso, 37 149 Además, así se comprende mejor la invitación de San Pablo a continuar siempre conociendo lo que sobrepasa todo conocimiento: “Cristo habite por la fe en sus corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, puedan comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que se vayan llenando hasta la total Plenitud de Dios”.39 “En los evangelios, es sobre todo Juan el que ofrece una reflexión más elaborada sobre el tema de la fe, que representa un tema omnicomprensivo de su Evangelio; sobre todo la perspectiva del binomio creer-conocer es para él de una importancia determinante. Se podría fácilmente mostrar como todo su evangelio se sintetiza en torno al: ‘para que Uds. crean que Jesús es el Cristo’ que concluye su escrito (Jn 20, 31); conclusión que ni siquiera el capítulo 21 osa suprimir ni modificar. A partir de aquí, se puede leer retrospectivamente todo el evangelio, que se transforma en el lugar en el cual se crea el conflicto entre el ‘creer’ y el ‘no creer’ (3,36)”.40 Para San Juan, la alternativa creer o no creer es como otro modo de tantos binomios que caracterizan su Evangelio: luz o tinieblas; gracia o pecado; vida o muerte; libertad o esclavitud. Y es precisamente la fe la que hace la diferencia: “La fe, para Juan, es el principio de la vida cristiana y la síntesis de la participación del hombre en la vida de comunión con Dios; la vida trinitaria de Dios es el contenido de la fe, y a la misma sólo se llega si el Padre llama y ofrece los instrumentos para alcanzarla (6,29.40). Al ‘escéptico’ Nicodemo, Jesús enseña que es necesario ‘renacer de lo alto’; que el modo de situarse delante de Él, por lo tanto, debe ser diferente porque sólo quien ‘viene de lo alto está por encima de todos’, quien en cambio viene de la tierra ‘pertenece a la tierra y habla de la tierra’ (3,31). A diferencia de la teología paulina, Juan cuando habla de creer, subraya mayormente que la fe está ya inserta en la obra terrena de Jesús y ha sido ya explicitada en el encuentro con él. Una mirada a la misma construcción del verbo indica el sentido hacia el cual tiende: ‘creer a’, ‘creer en’, con miras a la Alianza de Dios y su Pueblo’ (CCE 1102)”. BOROBIO DIONISIO, Antropología litúrgico - sacramental en el “Catecismo de la Iglesia Católica”, en Phase 248 (2002), pp.120-121. 39 Ef. 3,17-19. 40 FISICHELLA RINO, o.c., p. 630. Un poco más adelante, afirma el autor (hablando de San Pablo): “La fe, para el apóstol, define el ser cristiano y la identidad personal” (p. 631). 150 ‘creer que’, ‘creer en el nombre de Jesús’ exprimen las diversas funciones a cuyo encuentro va la fe”.41 Para el Evangelista-teólogo, la fe no es sólo un modo superior de conocimiento, sino que es el conocimiento por antonomasia, el que pone a todo hombre que viene a este mundo (Cfr. Jn 1,9) ante La Verdad que lo abre a la Salvación que comienza ya a manifestarse... “Creer y conocer, particularmente en Juan, son a fines y a veces incluso intercambiables; el significado subyacente es, sin embargo, diferente y desilusionante para quien quisiera rastrear las teorías gnoseológicas modernas. El ‘conocer’ indica una fe más clara (Cfr. 6,69; 10,38; 14, 20), pero no en el sentido de una mayor claridad intelectual, sino más bien como una comprensión de la propia vida que se abre siempre más hacia lo nuevo. Esta es la forma de conocimiento que crea comunión con el Padre; por eso se puede comprender el mayor uso del verbo ‘conocer’ en los discursos de despedida (14; 17). Creer, en definitiva, es para Juan una actitud concreta en la cual confluyen el ‘conocer’, ‘reconocer’, ‘ver’, ‘acoger’, ‘escuchar’, ‘tocar’... En todas sus dimensiones el creyente se abre al espíritu para acoger su vida y su verdad. Creer, por lo tanto, es un ver al hijo y las obras que él realiza que permiten ver la gloria (doxa) del Padre. En efecto, el haber escuchado su palabra y haber visto sus obras han llevado a conocerlo y reconocerlo como el revelador del Padre y, por lo tanto, a entrar en relación de amor con Él”.42 Es obvio que en los motivos de toda conversión (y sin dudas, también de toda no-conversión), hay una imagen, un preconcepto o un conocimiento de Dios que actúa como fuerza inspiradora y como causa - al menos desde el punto de vista humano, y suponiendo el primado de la gracia divina - que es mucho más determinante de cuanto se pueda suponer. En un cierto sentido, toda la tarea de la catequesis no es otra cosa que situar al creyente delante del Rostro misterioso del Padre, y purificar esta experiencia de tantas adherencias, de tantas caricaturas, de tantas percepciones deformadas o por lo menos severamente limitadas que provocan todas las formas de rechazo, que van desde la indiferencia y/o la desconfianza hasta el más cerrado ateísmo. “En la formación del ‘sensus fidelium’ el catecismo tiene un rol quizás mas decisivo que el mismo Magisterio, y sin dudas más que 41 Ibídem, p. 631. Ídem. Destaca además allí el autor: “Creer, por lo tanto, indica para Juan un concreto compromiso de vida que comporta una decisión que abraza la totalidad de la existencia”. 42 151 la teología. Creo que el ‘sensus fidelium’ de nuestros cristianos adultos está influenciado más por la breve definición un poco metafísica de Dios como ‘Ser perfectísimo, Creador y Señor del universo’, que ha aprendido de memoria del Catecismo para niños de Pío X, que no por la poderosa visión trinitaria de Dios que emerge de los volúmenes del Mysterium Salutis, la cual contribuirá tanto más a la formación del ‘sensus fidelium’ cuanto más entre en los catecismos”.43 En cierto sentido, la profundidad y fuerza de la conversión será directamente proporcional a la profundidad y nitidez con la que se percibe la Presencia del Señor en la propia vida y se vive la comunión con Él. Al escribir esto, pienso en una experiencia de profunda conversión que la Iglesia ofrece con fuerza sacramental, pero que con no poca frecuencia es banalizada hasta el punto de hacerle sencillamente inocua: el sacramento de la Reconciliación. Este sacramento es una verdadera conversión (al menos debería serlo) no sólo para quien da un giro de ciento ochenta grados a su vida, sino para todos y cada uno de los que lo celebran, confesor incluido. En cambio, no pocas veces la misma tiene unos móviles que distan bastante de serlo: no pocos cristianos, incluso devotos, se confiesan para sentirse psicológicamente más tranquilos, o para quitarse de encima el peso de la propia conciencia de pecado, o como un modo de encontrar un cierto equilibrio afectivo, o porque cada tanto “debe hacerse” (al menos para cumplir con el precepto de la Iglesia), y otros motivos semejantes, en los cuales la relación con el Señor aparece muy pobremente, y en las cuales el concepto de conversión que está en la base es bastante mediocre, sobre todo porque teñido de una dosis muy fuerte de egocentrismo y superficialidad.44 43 CASTELLUCCI ERIO, Esempi di concettualizzazione della fede in alcuni catechismi dell’ epoca moderna e contemporanea, en Sacra Doctrina 41 (1996), p. 117. 44 La Sabiduría Infinita Encarnada, casi como destacando este rasgo que no pertenece a una época sino a todas, ha dejado testimonio de la misma en la historia más hermosa que jamás haya sido contada: la parábola del Padre Bueno: la conversión del hijo pródigo sólo se da en el momento en que experimenta a fondo todo tipo de necesidades insatisfechas, incluso las más elementales. Vuelve a su casa a pedir perdón a su Padre porque tiene hambre... Creo que parte no pequeña de la revelación del amor del Padre de esta parábola es que el Padre puede percibir perfectamente esta situación... pero recibe a su hijo con abrazo, beso y fiesta... Es sugestivo también constatar cómo el modo habitual e incluso excluyente durante tanto tiempo de nombrar esta parábola apuntaba prevalentemente a los pecados del hijo (“parábola del hijo pródigo”), más que al amor del Padre, que es sin embargo e indiscutiblemente el punto central de la enseñanza de Jesucristo al pronunciarla... 152 Me parecen llenas de esa sabiduría que proviene precisamente de la fe las reflexiones que constituyen también un aporte para el presente tema y que transcribo a continuación: “A mediados de los años 30, cuando las sombras del totalitarismo se extendían por Europa, el Papa Pío XI decía unas palabras memorables: ‘Agradezcamos a Dios que nos hace vivir entre los problemas presentes. No se permite a nadie ser mediocre’. Esta frase, una de las favoritas de Dorothy Day, puede también ser nuestro santo y seña en los meses y años venideros, mientras trabajamos juntos en la gran causa de la auténtica reforma católica. La superficialidad católica es mediocridad católica. Volviendo a descubrir y abrazar la aventura de la ortodoxia, la gran aventura de la fidelidad cristiana es la ruta desde la crisis a la auténtica reforma católica”.45 Este “redescubrir la aventura de la ortodoxia” no es otra cosa que una invitación a una actitud de fe más decidida, mas seria, más profunda. En la Iglesia, los escándalos morales se superan dando un “salto de fe”, antes que un salto moral; pues si este último no es consecuencia del primero, corre el riesgo de ser una simple acrobacia ética. “Todos fallamos, a veces de manera estrepitosa. Pero no es razón para bajar el listón de lo que se espera. Buscamos el perdón y la reconciliación, y lo intentamos de nuevo. Bajar el listón de la esperanza espiritual y moral degrada la fe y nos degrada. Los católicos de hoy son capaces de grandeza espiritual y moral, y con razón están llamados a esta grandeza. Esto es lo que quiere decir el Vaticano II con la ‘llamada universal a la santidad’, y esto es lo que está a nuestra disposición en la Iglesia, a pesar de los malos pasos que la institución de la Iglesia dé. La santidad está disponible. Y la santidad es lo que transformará la crisis-como-cataclismo en crisis-como-oportunidad. En la llamada universal a la santidad, y en la generosa respuesta a la misma que puede venir después, yace el futuro de la reforma genuinamente católica. Así, una vez más: ‘Agradezcamos a Dios que nos hace vivir entre los problemas presentes. No se permite a nadie ser mediocre’”.46 “La verdadera crisis (y oportunidad) de la Iglesia en Estados Unidos”, discurso del teólogo católico GEORGE WEIGEL en un almuerzo diocesano en Charleston, Carolina del Sur, el 15 de abril de 2003, en la que reflexiona sobre los retos y oportunidades que plantea la crisis que atraviesa la Iglesia católica en esa nación. En www.zenit.org (24/V/2003). 46 Ibídem. 45 153 4 – Conclusión: “Aversio” y “Conversio” en la sensibilidad contemporánea y en la piedad popular. Cristo, medida de la cultura. Las expresiones latinas en cuestión son patrimonio plurisecular de la Teología y la espiritualidad.47 Conversión y aversión son conceptos mutuamente relativos, como dos caras de la misma moneda; y si bien “aversión” puede sonar un poco fuerte a los oídos de la sensibilidad contemporánea, es justo destacar que no es sino un supuesto indispensable y permanente de toda auténtica conversión.48 De todos modos, el mismo CCE da cuenta de esta diferencia, incluso cuantitativamente: la palabra “aversión” aparece 4 veces, mientras que “conversión” se encuentra 92 veces. Porque es precisamente la conversión la que va señalando los hitos que han de afianzarse y las distancias que han de tomarse para alcanzar la plenitud de la fe, la esperanza y el amor. Ya he planteado anteriormente los desafíos que plantea la conversión a la cultura contemporánea.49 Retomo lo ya afirmado para destacar la complejidad de la situación del hombre post-moderno. Concretamente, la dificultad inmensa a la hora de tomar distancia de lo que no ayuda y estorba, y lanzarse decididamente por los caminos de Dios, comprendiendo que la consecución los fines implica la elección concreta de He aquí una referencia importante a las mismas, del magisterio de JUAN PABLO II: “El hombre sabe también, por una experiencia dolorosa, que mediante un acto consciente y libre de su voluntad puede volverse atrás, caminar en el sentido opuesto al que Dios quiere y alejarse así de Él (aversio a Deo), rechazando la comunión de amor con Él, separándose del principio de vida que es Él, y eligiendo, por lo tanto, la muerte. Siguiendo la tradición de la Iglesia, llamamos pecado mortal al acto, mediante el cual un hombre, con libertad y conocimiento, rechaza a Dios, su ley, la alianza de amor que Dios le propone, prefiriendo volverse a sí mismo, a alguna realidad creada y finita, a algo contrario a la voluntad divina (conversio ad creaturam). Esto puede ocurrir de modo directo y formal, como en los pecados de idolatría, apostasía y ateísmo; o de modo equivalente, como en todos los actos de desobediencia a los mandamientos de Dios en materia grave. El hombre siente que esta desobediencia a Dios rompe la unión con su principio vital: es un pecado mortal, o sea un acto que ofende gravemente a Dios y termina por volverse contra el mismo hombre con una oscura y poderosa fuerza de destrucción”. Exhortación Apostólica post-sinodal Reconciliatio et Paenitentia al Episcopado al Clero y a los fieles sobre la reconciliación y la penitencia en la misión de la Iglesia hoy, N° 17. 48 En realidad, en la lógica misma del ejercicio de la propia libertad, toda elección implica al mismo tiempo un renuncia; pero la renuncia no tiene sentido sino en vistas de la elección que se realiza. Ambos ingredientes, como el claroscuro de una obra de arte, contribuyen a configurar la belleza del conjunto. 49 Cfr. pp. 138-139. 47 154 los medios. Dificultad que a su vez proviene de otra antecedente, y que consiste en su falta de claridad (o incluso de voluntad) para jerarquizar y reconocer una escala de valores, que no le corresponde al hombre establecer, sino descubrir, en la naturaleza, y recibir, en la Revelación. Por eso es necesario volver a decir en esta conclusión algo que puede parecer elemental y evidente, pero de hecho no lo es: el “analogado principal” en materia de causas y motivos de conversión es siempre (debería serlo) Dios, y sólo Él. Después vendrán otros giros, otros cambios de vida y mentalidad, otros ajustes más o menos importantes... Pero la conversión se refiere siempre en primer lugar, y en última instancia, al Absoluto sobre el cual (o fuera del cual) el hombre funda su existencia. En realidad, cuando la cultura y/o la propia sensibilidad adquieren rasgos idolátricos, imponen sus propios criterios de “conversión”. Y fácilmente, insensiblemente, se corre el riesgo - también el cristiano, como hijo de su tiempo - de leer y juzgar la realidad a partir de la o las culturas, y no a partir de la fe en Cristo...50 Uno de los frutos más preciosos de la fe en Cristo son precisamente la sabiduría y la libertad para contemplar y discernir todo a partir de Él, y asumir entonces hasta el último rastro de verdad y bien que pueda encontrarse en la más olvidada o discutida de las culturas, y reconocer allí semillas de la Verdad, y por ende una presencia, al menos potencial, de Cristo. Me parece muy sugestivo que las dos únicas citas del CCE que contiene ambas palabras se encuentren en la parte de la Celebración del Misterio (II Parte). La liturgia es el crisol en el cual el diálogo entre la fe y la cultura no es nunca una discusión de ideas más o menos abstractas, 51 sino 50 Creo que ninguna cita sería aquí más oportuna que el discurso inaugural del Papa al inicio de la IV Conferencia general del Episcopado Latinoamericano, en octubre de 1992, que motivó incluso el cambio del Instrumentum Laboris de los obispos, que pidieron tomar dicho discurso como esquema de trabajo, y lo introdujeron de lleno en el documento final. Los subtítulos del documento surgido de esta reunión (“Documento de Santo Domingo”) son incluso significativos: “Nueva evangelización- Promoción humana-Cultura cristiana”. Maravilla contemplar como en medio de las fuertes y tendenciosas polémicas indigenistas, Juan Pablo II reclamó con gran libertad la importancia del diálogo permanente entre fe y cultura, reconociendo a cada una el lugar que le corresponde, y precisando la relación entre ambas. Cfr. DOCUMENTO DE SANTO DOMINGO. IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Nueva Evangelización - Promoción Humana - Cultura Cristiana. Jesucristo, Ayer, Hoy y Siempre (22/XI/1992). 51 “...Una teología abstracta, que incurre en la irónica descripción que daba de los teólogos el obispo anglicano Tempel: ‘buenos e inocuos caballeros’, que transcurren su tiempo ‘dando respuestas lógicas, irreprensibles, obligatorias, a un montón de preguntas que nadie jamás se ha hecho’” (citado por CASTELLUCCI ERIO, a.c. p. 106). 155 una cuestión de vida y fe celebrada. Destaco los títulos que introducen estos Nros.: DIVERSIDAD LITÚRGICA Y UNIDAD DE MISTERIO Tradiciones litúrgicas y catolicidad de la Iglesia 1202 Las diversas tradiciones litúrgicas nacieron por razón misma de la misión de la Iglesia. Las Iglesias de una misma área geográfica y cultural llegaron a celebrar el Misterio de Cristo a través de expresiones particulares, culturalmente tipificadas: en la tradición del "depósito de la fe" (2 Tm 1,14), en el simbolismo litúrgico, en la organización de la comunión fraterna, en la inteligencia teológica de los misterios, y en tipos de santidad. Así, Cristo, Luz y Salvación de todos los pueblos, mediante la vida litúrgica de una Iglesia, se manifiesta al pueblo y a la cultura a los cuales es enviada y en los que se enraíza. La Iglesia es católica: puede integrar en su unidad, purificándolas, todas las verdaderas riquezas de las culturas (cf LG 23; UR 4) Liturgia y culturas 1204 Por tanto, la celebración de la liturgia debe corresponder al genio y a la cultura de los diferentes pueblos (cf SC 37-40). Para que el Misterio de Cristo sea "dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe" (Rm 16,26), debe ser anunciado, celebrado y vivido en todas las culturas, de modo que estas no son abolidas sino rescatadas y realizadas por él (cf CT 53). La multitud de los hijos de Dios, mediante su cultura humana propia, asumida y transfigurada por Cristo, tiene acceso al Padre, para glorificarlo en un solo Espíritu. Hay aquí una interesante convergencia entre el CCE y el Documento de Santo Domingo, nacidos ambos en el mismo año: “La nueva evangelización impulsada por el DSD [Documento de Santo Domingo] tendrá su cumbre en la celebración litúrgica, la que, a su vez, será fuente de una promoción humana y componente básico de la cultura cristiana”.52 “La teología del CEC logra un equilibrio entre la unidad del misterio y la diversidad de las celebraciones. Esto da pie para introducir el tema, planteado por SC 37-40 con el término adaptación, de la inculturación de la liturgia que contiene, como la Iglesia, una unidad plural. Es notable que justamente en esta segunda parte es donde el CEC ‘recibe’ la enseñanza reciente sobre 52 YÁNEZ J. L., Desafíos litúrgicos del documento de Santo Domingo, en Teología y Vida 30 (1994), p. 91. 156 la inculturación y la revalorización (1676 citando EN 48 y, por única vez, DP 448) de la religiosidad popular (1674-1679). En la catolicidad eclesial, que abraza en unidad universal las diversidades particulares, el único misterio se expresa en varios ritos o tradiciones litúrgicas (1203 citando a SC 4) que se complementan mutuamente (1201). Celebrar el único misterio de Cristo a través de expresiones particulares culturalmente tipificadas (1202) manifiesta la catolicidad: ‘La Iglesia es católica: puede integrar en su unidad, purificándolas, todas las verdaderas riquezas de las culturas (1202 citando LG 23, UR 4)”.53 Es un equilibrio difícil el que supone este binomio, y frente al cual es importante evitar tanto la banalización superficial, que lleva a una síntesis que es sólo un barniz exterior, sin profundidad, como la cerrazón interior, que indispone al diálogo y alimenta los integrismos.54 Habrá que recordar una y otra vez, con serena lucidez y delicado respeto: la medida de la verdad no es la cultura, sino Cristo... Es sin dudas un problema de cultura, pero también -más específicamente- de sensibilidad del hombre fragmentado de la post-modernidad, cuya dispersión debe ser permanentemente recogida por el diálogo que re-crea, mejor que por el 53 GALLI, a.c. , p. 311. Un campo sintomático es el ecumenismo, pues cuando el mismo se conjuga con una mentalidad light (y su correspondiente “espiritualidad”), el resultado no es un auténtico avance sino un pluralismo híbrido e indiferentista. Al respecto, hace poco tiempo (3/VII/2003) el Papa tuvo un encuentro con un grupo de obispos de la India, en el cual, entre otras cosas, advertía que una teología que no invita a la conversión a Cristo o que considera a todas las religiones como iguales vacía al cristianismo de todo su sentido. “Testimoniar a Jesucristo es el supremo servicio que la Iglesia ofrece a los pueblos de Asia”... Por este motivo, aclaró, “toda teología de la misión que omita la llamada a una conversión radical a Cristo y niegue la transformación cultural, que esa conversión implica, falsea necesaria-mente la realidad de nuestra fe”. “En este sentido, reafirmamos que el diálogo interreligioso no sustituye la misión (‘missio ad gentes’) sino que más bien forma parte de ella”. “Las interpretaciones relativistas del pluralismo religioso, que afirman que la fe cristiana no tiene un valor diferente al de cualquier otra creencia, vacían de hecho el cristianismo del corazón cristológico que le distingue”, recalcó. “Una fe alienada de nuestro Señor Jesús, único salvador, deja de ser una fe cristiana y teológica”, reconoció Juan Pablo II. Por último, advirtió que “una deformación más grande aún de nuestra fe tiene lugar cuando el relativismo lleva al sincretismo: construcción espiritual artificial, que manipula y distorsiona la naturaleza esencial, objetiva y reveladora del cristianismo”. “Lo que hace que la Iglesia sea misionera por naturaleza es precisamente el carácter definitivo y completo dela revelación de Jesucristo, como Hijo de Dios. Este es el fundamento de nuestra fe. Esto es lo que hace que el testimonio cristiano sea creíble”, afirmó el Santo Padre con claridad, repitiendo este concepto en varias ocasiones. 54 157 arsenal de argumentos que derrotan, y frente a los cuales la sensibilidad contemporánea no reacciona... “El otro gran ‘polo’ de la teología y de la catequesis - además de la Revelación centrada en Cristo - es el hombre al cual trasmitir el mensaje. La lectura del dato revelado, de hecho se da sobre la base de la preocupación por comunicar la fe al hombre de ‘hoy’. La atención a la cultura contemporánea, en la forma del ‘diálogo’ emerge programáticamente sólo en los últimos catecismos. En los neoescolásticos, en cambio, emerge por los demás bajo la forma de ‘controversias’: y si el confronto con las opiniones diversas favorece la claridad de las ideas y también un cierto progreso doctrinal (es el efecto positivo de las herejías, tanto subrayado por Möhler), daña sin embargo el equilibrio de la exposición. La preocupación de refutar las objeciones racionalistas a la resurrección de Cristo, por ejemplo, conduce al exceso opuesto de quererla ‘probar con la razón’, reduciéndola a un hecho histórico como cualquier otro: y si en el confronto con Strauß, Rénan y los otros, en el BON [Catecismo de Bonomelli], lleva a un real afinamiento de la apologética, conduce sin embargo inevitablemente a un empobrecimiento de la dogmática. Así como, por dar otro ejemplo, la voluntad de contrastar a los negadores de la divinidad de Cristo, en los viejos catecismos, conduce a una insistencia tan fuerte sobre el hecho de que Jesús resucitó por ‘virtud propia’, que llega a ignorar o incluso a negar que en el Nuevo Testamento la resurrección es presentada como obra trinitaria. Los catecismos contemporáneos, aún con las inevitables imperfecciones, consideran la cultura actual como interlocutora antes y más que como adversaria...”55 La dificultad no proviene sólo de una indiferencia virtualmente atea, o de una sensibilidad egocéntrica y exacerbada, sino también de una piedad a menudo poco profunda y poco formada... CASTELLUCCI ERIO, a.c., pp. 171-172. Añade más adelante el autor: “Es quizás éste [el catecismo alemán para adultos] el catecismo que mejor traduce las indicaciones que Juan Pablo II nos ofrece en Catechesi Tradendae 53, texto de basilar importancia para la inculturación en relación a la catequesis: a) ‘la catequesis tratará de conocer tales culturas y sus componentes esenciales; aprenderá sus expresiones más significativas; respetará sus valores y las riquezas peculiares’; b) de este modo la catequesis ‘podrá proponer a tales culturas el conocimiento del misterio escondido y ayudarlos a hacer surgir, desde su propia viva tradición, expresiones originales de vida, de celebración y de pensamiento que sean cristianas’; c) teniendo presente que cuando el Evangelio entra en una cultura ‘rectifica no poco de sus elementos’: ‘no habría catequesis, si hubiese que alterar el Evangelio en el contacto con las culturas. Es la tripartición ya acostumbrada -el Evangelio que se introduce en una cultura, la purifica y la eleva - aplicada a la catequesis” (pp. 172-173). 55 158 “A nivel eclesial, es igualmente fácil verificar cómo a menudo la praxis pastoral no esté a la altura de corresponder adecuadamente a la pregunta sobre el ‘¿porqué creo?’. La categoría de la ‘experiencia’ parece transformarse en omnicomprensiva y no asumida críticamente incluso hasta desembocar en formas degenerativas. El mismo lenguaje religioso no siempre está atento a trasmitir y mediar el contenido de la fe y la pereza es más fuerte que el fatigarse para estudiar y buscar, que son esenciales para la fe. Estas expresiones tocan directamente el núcleo del acto de fe en su estructura fundamental. El mismo, de hecho, consiste en un acto libre y plenamente consciente, en relación con la verdad misma, y es talmente decisivo que compromete toda la vida”.56 Además, es preciso retomar -por la fuerza e importancia del mismo- el tema del carácter eclesial de la fe cristiana, en una mentalidad individualista, subjetivista y con poco sentido de comunidad. Es uno de los aspectos importantes de la conversión del hombre light: la conversión a la comunidad, o la insoslayable dimensión comunitaria de la fe cristiana, que es no solo eclesiológica, sino también (aunque pueda sonar excesivo) eclesiocéntrica, en éste sentido: “El acto de fe personal es un acto que se relaciona de modo doble a la Iglesia. Ante todo, porque ella anuncia y transmite a cada uno el contenido de la fe; el acto personal es, por lo tanto, acto participado a ese otro más global y total de la iglesia de siempre. La fe profesada no es solo ‘fe en la Iglesia’, sino incluso antes ‘fe en la Iglesia’. Es la Iglesia, además, la que confiere el bautismo (Cf. n. 168 [del CCE]); esta nueva creación que hace evidente y eficaz la elección personal del creer, es lo que constituye el ingreso en el Reino. Mediante el bautismo, de hecho, cada uno es injertado ‘en Cristo’ (1 Cor. 12,13); y como es usual en la teología paulina, el ser ‘en Cristo’ es intercambiable con el ser ‘en la Iglesia’ (Rm. 16, 7.11; 1 Cor. 1,30; Gal. 1, 22; 1 Tes. 2,14). Ser ‘en Cristo’, lejos de ser una fórmula de unión mística, es antes que nada una ‘formula FISICHELLA RINO, o.c., p. 637. Añade más adelante el autor: “Nunca será suficiente, por lo tanto, el reclamo a la educación permanente de la fe que, al final, es representado precisamente por el catecismo. La fe requiere la fatiga de un estudio constante y sistemático porque el misterio que se tiene delante pone permanentemente en juego la existencia personal. La teología, en este horizonte, no es un optional para la fe, sino su forma propia a través de la cual la Iglesia misma estudia, busca y enseña en los modos conformes a la revelación en la cual se cree (Cfr. CT 20-21.61). Se abre, por ende, una camino para la fe; el mismo dura toda la vida, pero debe ser vivido con la fuerza y la pasión de quien sabe que está gustando anticipadamente lo que constituirá la felicidad para siempre: la contemplación del amor del Dios Trino” (p.645). 56 159 eclesiológica’, y designa la inserción en el soma Christou mediante el bautismo (Rm. 8,1; 2 Cor. 5,17; Gal. 2,17)”.57 Finalmente, y como un ejemplo claro de lo que intento expresar en relación a la fe como conversión, sería bueno considerar a los mártires no como cristianos que no han necesitado de conversión, o como quienes la han hecho “de un solo golpe”, sino como cristianos cuyo último acto de conversión ha sido precisamente el martirio (que es en primer lugar un don, y también una respuesta): “La fe es el caso serio de la vida. Disgusta no ver nunca mencionada en esta sección [del CCE] la palabra que habría dado sentido global al todo de la fe: mártir. El martirio es el signo del más grande amor porque, para la fe, da el supremo testimonio, el de elegir libremente la muerte infligida por la certeza de estar en la verdad y de tener la vida”.58 FISICHELLA RINO, o.c., pp. 649-650. Afirma además el autor: “La fe, enseña siempre Pablo, puede ser medida sólo con el ‘metro de la fe’, que Dios ha asignado a cada uno (Rm 12, 3). Ahora bien, este ‘metro’ se construye sobre la forma del ágape que, por definición, no puede nunca ser posesión de un individuo solo (Gal 5,6). Es el amor, al final, el que hace comprender porqué el acto de fe no puede ser limitado al solo individuo y porqué no podrá nunca ser clasificado junto con la multitud de todos los otros actos; en cuanto fruto del amor y correspondencia de amor, permanece como acto constitutivo del propio ser y, como tal, debe ser considerado único. Se comprende, por lo tanto, porqué la tradición antigua quería que la profesión de fe no fuese escrita, sino mantenida viva, estudiada de memoria, mediante una inteligencia que la hiciese siempre presente en las diversas situaciones de la vida. El acto de fe, en efecto, marca toda la vida del creyente, poniéndose en este momento del tiempo en el cual se empieza a participar de la eternidad del amor del Dios Trino” (p. 651). 58 Ibídem, p. 651. 57 160 CAPÍTULO VII: LA FE Y ALGUNOS DESAFÍOS DE LA SENSIBILIAD DEL HOMBRE POST-MODERNO La fe, como todas las virtudes, no existe en abstracto, sino encarnada en el corazón del hombre creyente, que vive siempre inmerso en vicisitudes históricas siempre diversas y cambiantes. O, para decirlo en otras palabras, es también hijo de su tiempo. No es solo hijo de su tiempo, como tantas veces se pretende, suponiendo irreflexiva y superficialmente un feroz historicismo. Pero es también hijo de su tiempo, además de ser - en primer lugar, y en última instancia - hijo de Dios. Este tiempo que vivimos, bendito y atribulado, plantea al hombre que lo vive interrogantes y desafíos específicos, que lo cuestionan en su búsqueda y lo urgen en su fe. Algunos de ellos son casi categorías permanentes en el mundo de la fe, que se suscitan una y otra vez (p. ej. la fe y los miedos). Otros emergen como fruto particular del “hoy”, como una ola que se levanta con fuerza desde las irrepetibles coordenadas de espacio y tiempo que fraguan una determinada cultura y una sociedad (p. ej: el vértigo que se apodera del hombre contemporáneo a la hora de las definiciones). Quizás a caballo entre estos dos tipos de desafíos, la alegría y la esperanza como dos estrellas que iluminan con mayor o menor intensidad el camino del hombre creyente... El presente capítulo quiere ser como un eco de algunos de los desafíos que se presentan a la virtud de la fe en el presente momento histórico-cultural. 1 – El miedo y la religión. El miedo y las religiones siempre han estado más o menos cerca. No se trata de una proposición ideal, sino de una simple constatación histórica. No pretendo ahondar en este particular, que pertenece más bien como prolegómeno- a la historia de las religiones comparadas. Pretendo más bien enfocar directamente la atención sobre la fe cristiana, no de modo excluyente, sino todo lo contrario: como la clave en la cual los dilemas1 que plantea el binomio se resuelven de modo justo.2 1 Estos dilemas podrían ser expresados - de modo un poco arcaico, pero claro - así: - ¿Puede tener miedo quien tiene fe? ¿puede tener fe quien tiene miedo?... 161 En el CCE, la palabra miedo aparece 7 veces, y la palabra temor 31 veces. Miedo indica allí siempre una actitud humana signada por la herida del pecado y el desorden que el mismo introdujo en la creación y en ese microcosmos que es el corazón humano. Temor en cambio tiene un sentido diverso, e incluso positivo en la sinfonía de virtudes cristianas que, ejecutándose al unísono, estructuran con armónica belleza los acordes de la fe. El CCE a propósito del II mandamiento, trae una cita al Cardenal Newman que resulta emblemática en su sencillez y profundidad, como para decir una primera palabra sobre el tema: “La deferencia respecto a su Nombre expresa la que es debida al misterio de Dios mismo y a toda la realidad sagrada que evoca. El sentido de lo sagrado pertenece a la virtud de la religión: Los sentimientos de temor y de ‘lo sagrado’ ¿son sentimientos cristianos o no? Nadie puede dudar razonablemente de ello. Son los sentimientos que tendríamos, y en un grado intenso, si tuviésemos la visión del Dios soberano. Son los sentimientos que tendríamos si verificásemos su presencia. En la medida en que creemos que está presente, debemos tenerlos. No tenerlos es no verificar, no creer que está presente. [John Henry Newman]”.3 Además, el mismo CCE da una clave sumamente valiosa por su sobriedad y precisión, en la que el miedo de Dios es directamente presentado como una nefasta consecuencia del pecado original y como fruto de una imagen equivocada que el hombre se ha hecho de Él: “La Escritura muestra las consecuencias dramáticas de esta primera desobediencia. Adán y Eva pierden inmediatamente la gracia de la santidad original (Cf. Rm 3,23). Tienen miedo del Dios (Cf. Gn. 3,9-10) de quien han concebido una falsa imagen, la de un Dios celoso de sus prerrogativas (Cf. Gn. 3,5).4 - Por otra parte, hay un “santo temor” que solo posee el creyente, y que desconoce absolutamente el no creyente. - Y hay otro tipo de miedo, que no toca al creyente, sino al incrédulo... 2 Por eso he preferido titular “El miedo y la religión”, y no “El miedo y la fe”, que podría parecer más preciso. 3 CCE, Nº 2144. 4 CCE, Nº 399. Ya en los primeros renglones del CCE, cuando se presenta el deseo del corazón humano, se hace referencia a este miedo que es fruto del pecado: “Pero esta ‘unión íntima y vital con Dios’ (GS 19,1) puede ser olvidada, desconocida e incluso rechazada explícitamente por el hombre. Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos (Cfr. GS 19-21): la rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia o la indiferencia religiosas, los afanes del mundo y de las riquezas (Cfr. Mt 13,22), el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes del pensamiento hostiles a la religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador que, por miedo, se oculta de Dios (Cfr. Gn 3,8-10) y huye ante su llamada (Cfr. Jon 162 Por el contrario, el temor del que habla el CCE, que no es cualquier temor, sino el santo temor de Dios, está motivado por un espíritu diverso: en última instancia, por el Espíritu Santo...5 Por lo tanto, se trata de una actitud teológica, y no psicológica o moral (¡y es muy importante comprender bien la diferencia!). Este santo temor no paraliza a la persona ni la vuelve enferma, fanática o indecisa, sino todo lo contrario: actúa como un llamado de atención para utilizar a pleno las propias capacidades (inteligencia y voluntad), y por ende engendra un acto que es de una libertad cualificada, pues aviva el sentido de la responsabilidad (en el sentido etimológico de la palabra).6 1828 La práctica de la vida moral animada por la caridad da al cristiano la libertad espiritual de los hijos de Dios. Este no se halla ante Dios como un esclavo, en el temor servil, ni como el mercenario en busca de un jornal, sino como un hijo que responde al amor del "que nos amó primero" (1 Jn 4,19): O nos apartamos del mal por temor del castigo y estamos en la disposición del esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa y nos parecemos a mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo del amor del que manda... Y entonces estamos en la 1,3)” (N° 29). Incluso en la III parte, exponiendo el tema de la formación de la conciencia, hay una cita valiosa a la hora de comprender la necesidad de curar, corregir este miedo: “La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los primeros años despierta al niño al conocimiento y la práctica de la ley interior reconocida por la conciencia moral. Una educación prudente enseña la virtud; preserva o cura del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad y de los movimientos de complacencia, nacidos de la debilidad y de las faltas humanas. La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz del corazón” (N° 1784). Ya con este manojo de citas puede uno hacerse una cabal idea de lo que se entiende por “miedo” en la mentalidad del CCE. 5 En este punto el CCE no es más que un eco fiel de la Sagrada Escritura, y en general de la Tradición viviente de la Iglesia. Cfr. Nros.: 712 (enumeración clásica de los dones del Espíritu Santo [también en 1831], y entre ellos el santo temor de Dios); 1041 (el santo temor de Dios en la perspectiva del Juicio Final); 1299 (donde el santo temor es incluso pedido como un don específico del sacramento de la Confirmación); 1303; 1642 (se recoge la cita de Efesios [5,21], en la cual el temor de Dios es temor de Cristo); 1778 (el temor en relación a la conciencia moral); 1949; 2090 (temor como expresión de esperanza); 2116 (“temor amoroso”, expresión del amor a Dios propio del primer mandamiento); 2149 y 2217. 6 “Tener temor de Dios significa tener en cuenta su presencia, en lugar de hacer de su inefabilidad un pretexto para simplemente negar que Él tenga que ver con las diversas circunstancias de la vida”. ANGELINI GIUSEPPE, La paura e la fede, en Servitium 30 (1996), p. 29. 163 disposición de hijos (San Basilio de Cesarea, Regulae fusius tractatae, prol. 3: PG 31, 896B).7 A esta altura, puede comprenderse que la pregunta puede formularse desde diversos ángulos, con diversos matices y perspectivas. “La cuestión de las relaciones entre el miedo y la fe no se refiere sólo a la arqueología de le fe, y más genéricamente a la génesis de la visión religiosa del mundo; se refiere también y por consecuencia a la cualidad permanente de la fe. ¿Hay lugar en ella para el miedo, y más precisamente para un miedo que se refiere a Dios mismo?”8 Pero el temor de Dios que es virtud avanza en otra dirección. Se trata de un temor que florece en respeto al Creador y a toda su creación, 9 y que dispone a la confianza. Así se comprende que el temor de Dios no tiene nada que ver con el miedo a Dios, incompatible con la Buena Nueva anunciada por Jesucristo. Este santo temor es también antídoto contra el más letal de todos los pecados, el más capital de todos los capitales y el que está siempre en el origen de todos ellos: la soberbia, en cuya lógica la aversión a Dios y la auto-idolatrización se encuentran siempre en porcentajes elevados. “La fe deberá evitar al hombre la tentación de constituirse juez del bien y del mal, es decir de pronunciar la sentencia a propósito del éxito o no de su vida. Obviamente al hombre le corresponde el juicio sobre el bien y el mal en sentido moral, y por lo tanto sobre 7 CCE, Nº 1828. Ver también la cita de Santo Tomás - que va en esta misma dirección recogida por el N° 1964: “Hubo..., bajo el régimen de la antigua alianza, gentes que poseían la caridad y la gracia del Espíritu Santo y aspiraban ante todo a las promesas espirituales y eternas, en lo cual se adherían a la ley nueva. Y al contrario, existen, en la nueva alianza, hombres carnales, alejados todavía de la perfección de la ley nueva: para incitarlos a las obras virtuosas, el temor del castigo y ciertas promesas temporales han sido necesarias, incluso bajo la nueva alianza. En todo caso, aunque la ley antigua prescribía la caridad, no daba el Espíritu Santo, por el cual ‘la caridad es difundida en nuestros corazones’ (Rm 5,5) (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II, 107, 1, ad 2)”. También el N° 1972, en el cual el temor se conjuga y comprende con la ley nueva del amor, y el N° 2149, en el cual el temor no es sino la sombra del amor que, porque se quiere atesorar, se cuida de no ofender. 8 ANGELINI GIUSEPPE, a.c., p. 28. Afirma un poco más adelante el autor: “Miedo de Dios es el que tiene por objeto el mal que Él podría hacer al hombre. ¿Verdaderamente Dios amenaza con algún mal al hombre? No podemos ignorar que esta es de hecho una de las representaciones más antiguas y difundidas del mal, en el imaginario religioso de siempre, y aún hoy vigente: Dios sanciona los comportamientos indebidos del hombre con el castigo”(p 29). 9 Cfr. CCE, Nº 2217. 164 el bien que él mismo debe realizar y el mal que debe evitar; en general, sobre las propias obras. Después de haber hecho todo lo que debía hacer, y después de haber invocado el perdón por todo lo que debería haber hecho y no hizo, el hombre permanecerá en espera confiada y al mismo tiempo trepidante de Aquél que es el único que conoce los corazones”.10 La confianza ilimitada en el amor tierno y todopoderoso del Padre Eterno puede muy bien resumir la médula de todas sus enseñanzas. Sin embargo, después de dos mil años de predicación de la fe cristiana, y aún más si se considera algunas vicisitudes de la historia de la Iglesia, esta confianza cuyo fruto precioso es el abandono filial dista mucho de constituir - para muchas personas de buena voluntad que se asoman a la Iglesia, e incluso para muchos cristianos - el centro de la enseñanza, la predicación, la celebración, la oración y el testimonio de los fieles. El temor como virtud escasea, mientras que el miedo malsano abunda... Es más que sintomático que, en la dinámica de las apariciones del Resucitado, siempre después de anunciar y regalar la Paz (“Shalom”), el Señor deba exhortar a quienes lo contemplan: ¡No tengan miedo!11 Quizás se trata de una constante del espíritu humano, que siempre deberá ser conjurada por el anuncia renovado del Evangelio. “La tarea más urgente de la reflexión cristiana, y por ende de la misma predicación, nos parece que sea en ese sentido la de una atención ‘edificante’ a los muchos miedos del creyente, o del hombre religioso en general; de todo hombre, porque todo hombre es virtualmente religioso. Su innegable vocación religiosa está signada también, y no marginalmente, por sus miedos. Ellos tienen de hecho siempre el significado objetivo de enviarnos al origen perdido de nuestra vida”.12 10 ANGELINI GIUSEPPE, a.c., p. 32. Cfr. Mt. 28,10 y passim. Humanamente, el miedo podría haber terminado para siempre con la Buena Nueva de Jesucristo. “Miedo” podría haber sido la última palabra del primero de los Evangelios (Cfr. Mc 16,8), y también la última actitud de los doce encerrados por miedo en el Cenáculo, antes de morir de “inanición espiritual” (Cfr. Jn 20,19). 12 ANGELINI GIUSEPPE, a.c., pp. 49-50. Precisa a continuación el autor: “A ese origen el Evangelio de Jesús lo llama con el consolador nombre de Padre; el que está en el origen cierto quiere solamente el bien, y no amenaza con males. Sin embargo, quiere un bien que el no puede realizar sin el consentimiento libre del hijo. En nuestra condición de hijos de Adán, al conocimiento de ese bien es posible acceder solamente en la forma de la conversión. El camino de regreso a la casa del Padre comienza exactamente con la experiencia de nuestra perdición; comienza, por lo tanto, con pensamientos ‘serviles’, y no filiales. Lo sugiere eficazmente la parábola del hijo pródigo: ‘Volvió en sí mismo y dijo: ¡Cuántos asalariados en casa de mi Padre tienen pan en abundancia, y yo aquí me muero de 11 165 No se puede, entonces, sobrevolar sobre el tema de los miedos del creyente. No se lo puede conjurar a fuerza de banalizarlo. Es necesario ver cómo el mismo forma parte de un camino que es camino de salvación. “No se puede remediar un miedo tal diciendo que no tiene ninguna razón de ser, ya que Dios no amenaza con ningún mal. En cambio, es necesario mostrar cómo el mismo no tiene un carácter irremediable, porque Dios promete el perdón, y promete sin poner condiciones ni plazos. Al conocimiento de la verdad consoladora de su perdón el hombre puede llegar solamente a través de un camino, es decir a través de la experiencia del obrar y del temor que lo acompaña; en cambio, no puede hacerlo a través de seguridades verbales que intentasen reducir el miedo antiguo a la imagen de un miedo infantil frente a fantasmas irreales”.13 “Dime cuál es tu miedo, y te diré qué imagen de Dios tienes”, se podría decir sin miedo a exagerar. Con plena consciencia de que los temores religiosos, aún cuando no son los más urgentes y acuciantes, son siempre los más profundos.14 Con una buena mezcla de realismo, fina ironía y sentido del humor, Juan Pablo II ha propuesto, hace poco tiempo, una auténtica nueva era, en la cual el descubrimiento de un Dios enamorado del hombre debería inaugurar un nuevo futuro, abriéndole un nuevo horizonte en el descubrimiento del amor de un Dios hecho no sólo cercano, sino íntimo, y que invita a una alianza de amor.15 2 – El vértigo frente a las definiciones. El vértigo frente a las definiciones es una característica del hombre post-moderno. El hombre fragmentado opta de buena gana por refugiarse en el mundo pequeño (“small is beautyfull”, es la tácita divisa del posthambre! Me levantaré e iré a lo de mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti’(Lc 15,17). Ésta es ciertamente una forma imperfecta de arrepentimiento, como explica la distinción tradicional entre atrición y contrición, como sintéticamente recuerda el acto de contrición del catecismo de Pío X: ‘porque pecando he merecido vuestros castigos, y mucho más porque os he ofendido a Vos, sumo bien’. Al conocimiento del amor del Padre, y por lo tanto a la forma perfecta del dolor, el hijo fugitivo puede solamente arribar a través de una camino que comienza precisamente en la experiencia de estar jaqueado, y por lo tanto del miedo de no tener más de qué vivir”. 13 Ibídem. 14 “Las palabras empleadas por aquel padre que dijo ‘Creo, ayúdame en mi incredulidad’ (Mc 9,24) constituyen la fórmula insuperable de nuestra profesión de fe”. Ídem, p. 48. 15 Cfr. Audiencia general del miércoles 18 de junio de 2003. 166 modernismo) y maleable de las opiniones, porque siente vértigo frente a verdades grandes, eternas e inconmovibles que de uno u otro modo le reclaman una toma de posición, y la consecuente definición. No es difícil comprender entonces porqué la fe se le presenta no pocas veces como un vertiginoso y arriesgado salto mortal, capaz de conmover los cimientos mismos de su pequeño y relativamente cómodo horizonte existencial. Desde el punto de vista religioso, el combate furibundo y recalcitrante contra la fe católica que caracterizó a más de una ideología del siglo XX, ha cedido el puesto a una indiferencia casi irreflexiva, una especie de agnosticismo-ateísmo por “default” más que por convicción argumentada.16 Cito al Card. Poupard, en un sintético análisis del tema: “Luego de una euforia inicial, el olvidar a Dios ha llevado a un profundo envilecimiento, bien evidente en la así llamada postmodernidad, que no es otra cosa que el desarrollo extremo de la modernidad y conduce a la disolución de la misma modernidad. En la post-modernidad se sospecha de la razón y se renuncia a toda exigencia explicativa. La historia se considera disuelta y se vive en la inmediatez del presente. El ideal de progreso del Iluminismo se presenta como un politeísmo de valores: todo vale, el único valor es la novedad. Y en relación a la religión más bien hostilidad, una indiferencia casi total”. “Hace quince años, André Frossard17 contaba la propia experiencia al respecto, como pasó del ateísmo a la Fe a través de ‘una brusca irrupción de la luz espiritual, radiante, fabulosa y dulce’, ‘una evidencia inesperada y decididamente increíble’, que puso fin a la inercia de lo que él llama su ‘ateísmo idiota’, es decir, un ateísmo que ‘no hace preguntas’, que ‘no se hace problemas’, que se queda tranquilo ‘porque ha delegado la solución del problema [del mundo] a ciencia’ y está persuadido ‘que la razón no está en condiciones de demostrar la existencia de Dios’. A este tipo de ateísmo, más que ‘idiota’ yo lo llamaría ‘ateísmo adormecido’. Es la falta de fe de quien - habiendo asimilado 16 El CCE denuncia con concisa precisión los diversos tipos de agnosticismo, en el contexto del primer mandamiento (Cfr. Nros. 2127-28). Previamente, dedica una página a un análisis sumamente realista, al mismo tiempo que respetuoso y atento a la historia sobre el tema del ateísmo (Cfr. Nros. 2123-26). 17 FROSSARD ANDRÉ, Una testimonianza personale, en POUPARD, PAUL, (a cura di), La Chiesa davanti alla sfida dell’ateismo contemporaneo, Piemme, Casale Monferrato (AL) 1984, pp. 96-98. 167 acríticamente una serie de prejuicios - en realidad se encuentra como adormecido, como un sonámbulo, en cuanto no ha despertado a la fe, pero tampoco la combate activamente. Hace quince años, Frossard temía que tal ‘ateísmo adormecido’, conquistase el planeta; hoy, en cambio, pareciera que el mundo se estuviese despertando de su sueño”.18 Este espíritu de no-definición, e incluso de anti-definición tiene mucho de nominalismo e historicismo remozado, junto con un espíritu de desconfianza pesimista que no toca sólo a la dimensión religiosa de la vida humana, sino también a su dimensión intelectual, y específicamente a la ciencia, que exaltada más alto que los cielos con la deificación de la razón, es ahora objeto de una constatación amenazadora: los mismos progresos científicos que pueden ayudar tanto a la persona humana y a las comunidades en su crecimiento y progreso, pueden también exterminar la vida humana de la faz de la tierra... Allí donde el místico goza intensamente por la contemplación de la Verdad, el hombre posmoderno mira la verdad sólo desde la perspectiva de la eficiencia que somete y manipula; no pocas veces, lo verdadero es lo útil y lo eficiente, mientras que toda otra mirada tiene el valor de consideración ulterior sobreañadida, que puede o no ser considerada, según el gusto del consumidor...19 “El hombre irónico - o bien el hombre post-moderno - es el hombre que ‘nutre continuamente profundas dudas sobre su actual vocabulario decisivo’, que es ‘consciente del hecho de que sus dudas no pueden ser ni confirmadas ni resueltas’, y que incluso ‘en el caso que filosofe sobre su situación, no cree que el propio vocabulario esté más cercano a la realidad que el de los otros’20. El ‘hombre irónico’ no se fía más de un vocabulario universal, el vocabulario de las metanarraciones que creían aún en la existencia 18 POUPARD PAUL, Dalla non credenza alla fede nella cultura attuale, en Aquinas 41(1998), p. 434. 19 Quizás uno de los campos donde más salvajemente se aplica este “criterio de verdad” es el de la bioética. Muchos investigadores en este campo no tienen empacho en declarar incluso públicamente, a la hora de avaluar las consecuencias morales de sus aplicaciones: “para nosotros, si funciona, es bueno. Luego que cada uno elija, de acuerdo a sus convicciones personales si está de acuerdo en asumirlo o no para sí mismo”. En la Facultad de Bioingeniería de Entre Ríos (Argentina), una exposición en el aula magna de la misma a cargo de una “celebridad” en el tema comenzó con la siguiente proposición: “Cuál es la moral que se profesa en esta Facultad? Y ante el silencio de los asistentes a la conferencia, el expositor añadió: “Ésa es la moral que sostendré también yo en esta exposición”... 20 RORTY RICHARD, La filosofía después de la filosofía. Contingencia, ironía y solidaridad, Laterza, Roma-Bari 1994, p. 89 y sss. 168 de una realidad objetiva y absoluta, - no solamente dentro del pensamiento metafísico sino también, con modalidades diversas, en el inmanentismo y en racionalismo idealístico, historicista y cientista de la modernidad - sino que simplemente se sitúa dentro de las contradicciones, porque es sustancialmente ‘nominalista e historicista’21 - y tal tesis nos trae a la mente los versos que concluyen el célebre romance ‘El nombre de la rosa’ de U. Eco, atribuidos a un improbable autor del final del medioevo: ‘Stat rosa pristina nomine, Nomina nuda tenemus’: sólo ‘nudi nomi’ se encuentran al final de nuestra inquieta búsqueda de la verdad”.22 Si todas las definiciones fastidian al hombre postmoderno, las religiosas lo hacen especialmente... Porque, en el fondo de su corazón, el hombre post-moderno ha nacido con el prejuicio ya instalado en su corazón - prejuicio heredado de la modernidad - de que la religión es fundamentalmente un sentimiento, una emoción, un “estado de ánimo creyente”, y por ende definirlo sería encasillarlo, ahogarlo, matar su esencial espontaneidad transformándolo en objeto de elucubraciones y distingos. Pero no es así, y este es uno de los “dogmas” de la postmodernidad, que tanto reacciona contra los dogmatismos cuanto da por absolutamente supuestos e indiscutibles los propios, que es preciso poner severamente en tela de juicio, para echar luz sobre sus límites: “¿Qué es la ‘conceptualización de la fe’? La expresión asume dos significados fundamentales: en sentido lato indica la teología misma; en sentido estricto y más técnico indica una de las vías a través de las cuales se profundiza y desarrolla el dogma de la Iglesia. Porque el ‘catecismo’ hace una obra de conceptualización de la fe en ambos sentidos, es útil dedicar alguna palabra a los mismos. La teología nace precisamente con el intento de leer el dato revelado en téminos significativos para el hombre de ‘este’ tiempo y de ‘este’ lugar: lo cual implica el uso de conceptos siempre diversos y nunca enteramente adecuados al objeto de fe. La definición anselminana de la teología - ‘fides quaerens intellectum’ - indica la necesaria integración de fe y conceptualización e invita a mantener la equidistancia entre los dos peligros siempre al acecho del fideísmo y del racionalismo. Como reacción quizás a la impostación post-tridentina tendencialmente racionalista - que se hará sentir en los catecismos - el clima cultural actual tiende más bien al fideísmo: y esta tendencia se abre camino también dentro de 21 Ibídem, p. 91. MURA GASPARE, Dal moderno al postmoderno: sfide e prospettive, en Aquinas 41 (1998) p. 569. 22 169 algunas teologías contemporáneas. Este me parece uno de los problemas hoy más ligados a la conceptualización de la fe en general y a los catecismos en particular: la fe se presenta a muchos creyentes como un ‘sentimiento’: legítimo, cierto, pero voluble y incierto como todo sentimiento”.23 En este contexto “afectivo-gnoseológico”, la infalibilidad de la Iglesia en cuanto docente y en cuanto discente - no pocas veces erróneamente comprendida y tendenciosamente comentada - encuentra poca o ninguna simpatía. Y los dogmas de la fe, esplendor perenne de sabiduría revelada, se transforman en un escándalo a veces insalvable para una sensibilidad alérgica a la palabra misma “dogma”. Es preciso volver a traer aquí el N° 157 del CCE, en el cual se afirma la certeza de la fe por encima de cualquier otro conocimiento humano. Comentándolo, afirma Fisichella: “Un elemento que se debe valorizar es la dimensión de la certeza de la fe (n. 157). Sin esta certeza no se podría concebir el acto de creer, porque no podría corresponder a la naturaleza misma del hombre. Nadie, de hecho, podría realizar un acto definitivo fundándose en una premisa que, como tal, se manifiesta como provisoria e incierta. La existencia quedaría por los mismo marcada negativamente y se desarrollaría a la sombrea de la precariedad y por ende de la angustia y la duda constante. La certeza de la fe se funda sobre el conocimiento de la verdad adquirido en el acto mismo con el cual se cree. Es oportuno, por lo tanto, que sobre este aspecto, la catequesis valorice algunos elementos que son peculiar 23 CASTELLUCCI ERIO, Esempi di concettualizzazione della fede in alcuni catechismi dell’ epoca moderna e contemporanea, en Sacra Doctrina 41 (1996), pp. 111-112. Allí mismo aclara el autor: “No es un problema nuevo: sin molestar a los Padres o a los Medievales, basta recordar que el Cardenal Newman, frente a un ‘liberalismo’de cuño luterano que se estaba afirmando en la iglesia de Inglaterra, dedicó gran parte de su obra a la dimensión conceptual de la fe [Cf. especialmente: Grammatica dell’ assenso, Milano 1980], y que, inaugurando la Facultad de la Universidad Católica de Dublín, de la cual había sido nombrado rector, lamentaba la ausencia de la teología de la universidad problema entre nosotros aún abierto y espinoso - e individualizaba los motivos más profundos de esto en la negación de la dimensión conceptual de la fe. ¿Porqué, se preguntaba se excluye la teología de la universidad? El hecho es que desde el siglo XVI se ‘considera, hablando generalmente, que la religión consiste no en el conocimiento, sino en la emoción y en el sentimiento’; por lo tanto es ‘tan irracional reclamar para la religión una cátedra universitaria, como de mandar una para el sentir delicado, el sentido del honor, el patriotismo, la gratitud, el afecto materno, o la buena compañía’ [L’idea di Universitá, Milano 1976, 72.73.]”. 170 posesión de la tradición cristiana. Primero de todos el tema de la verdad”.24 Un cierto vértigo puede también provenir por el hecho de que el “rendirse” frente a la Verdad podría ser vivido e interpretado como la más fatal de todas las claudicaciones personales: si la verdad se impone con fuerza propia arrolladora, entonces es imposible resistírsele... Pero en ese caso, el hallazgo de la verdad se pagaría con el precio de la libertad frente a la misma... Frente a este sofisma postmoderno pocas veces declamado y tantas veces presupuesto, es preciso recordar que “en el acto de fe, ninguno es obligado por la evidencia de la verdad de la revelación, porque como ya se ha dicho, la revelación cristiana ve la verdad encarnada en la persona de Jesucristo, ‘camino, verdad y vida’ (Jn 14, 6). Esta verdad se da en la dialéctica de la revelación y el escondimiento; esto significa que nos encontramos siempre y en todo caso con el misterio de la fe que provoca a la mente y a la inteligencia a descubrir la verdad de Dios - y en ella la propia - en esta dialéctica. La verdad que se descubre es siempre una verdad que refiere a un ulterior descubrimiento, porque esta es la revelación de Dios: una vez revelado permanece escondido y en el escondimiento se revela ulteriormente a sí mismo. El creyente, por lo tanto, alcanza la propia esfera de libertad personal, porque se sitúa delante a la verdad de la fe en el acto de un descubrimiento continuo que lo compromete a ver a Dios siempre presente en su vida y por toda su existencia. Será su libertad la que, a la luz de la gracia, le permitirá, poco a poco, percibir el plan de la salvación y elegirlo.”25 He citado apenas un poco más arriba al Card. Poupard, que hacia el final de su consideración comentaba: “pareciera que el mundo se estuviese despertando de su sueño”. Un ejemplo de este despertar, digno de ser recogido (pues puede ser sugestivo e interesante, sobre todo leído en clave de megatendencias), es el del film de impresionante taquilla “Matrix 24 FISICHELLA RINO, Catechismo della Chiesa Cattolica, Edizioni Piemme, Casale Monferrato, 1993, pp. 642-643. 25 Ibídem. Insiste aún el autor: “El hecho de que la revelación entre en la vida personal en la dialéctica de escondimiento- revelación, requiere que la elección con la cual uno la acepta y se abandona a la misma, sea fruto de una ‘fe’. Esto indica un conocer capaz de arriesgar y apostar no tanto sobre un concepto de verdad en sí como pura teoría, sino más bien sobre la elección de una personal obediencia que confía a esta revelación la propia existencia y su sentido último, no obstante la perciba y conozca como dialéctica de escondimientorevelación. La libertad, por lo tanto, consiste en el aceptar reconocer la propia dependencia de la verdad revelada y de la forma que puede hacerla conocer: la fe. Sin creer nadie podría conocer la verdad y por ende nadie podría ser auténticamente libre (Jn 8, 32)” Ídem. 171 recargado”, que marca definitivamente un crecimiento de las referencias religiosas. El boletín del Servicio de Observación sobre Internet (SOI) ofrece a mediados de julio de 2003 el artículo “Matrix recargado: ¿interrogantes con efectos especiales reales o virtuales?”,26 en el que plantea elementos para comprender mejor esta segunda parte de la trilogía de los hermanos Wachowski, al mismo tiempo que presenta los aspectos positivos de este fenómeno, clave para dialogar con la juventud actual. “¿Qué es la realidad? ¿Las máquinas tomarán el control del ser humano?” Estas preguntas ya estaban presentes en la primera entrega de Matrix, y no son cuestiones nuevas: “Léase el mito platónico de la Caverna de Platón en clave mediática”, recuerda el autor del artículo... Los elementos religiosos son más explícitos que en la primera parte: “En Matrix Reloaded (Matrix Recarcado) se complican tanto las peleas como los efectos especiales, y sobre todo el aspecto más ‘filosófico’ de la serie y las preguntas que plantea, de manera más explícita y punzante que en la versión anterior: ¿quiénes somos? ¿porqué estamos aquí? ¿existe el libre albedrío o sólo estamos destinados a ejecutar un guión prefijado por un Arquitecto frío y calculador? ¿Cuál es el papel del amor en la redención del mundo?” escribe Chinchilla. Además, las referencias religiosas están tomadas de distintas tradiciones religiosas. Lo aclara el autor: “El vestuario de Neo recuerda la sotana de un sacerdote católico; en sus paseos por Matrix aparecen imágenes del Sagrado Corazón y la Virgen de Guadalupe; la ciudad subterránea, último reducto de la humanidad, se llama Zión; sus habitantes reciben a Neo y le dan regalos y ofrendas como si fuese un santón o un guru capaz de hacer milagros y devolverles la salud; la profetisa es llamada ‘el oráculo’, como en la visión religiosa griega; la celebración en asamblea que en Zión precede a la invasión de las máquinas tiene mucho de rito pagano de la fecundidad; el solitario Arquitecto del sistema puede sugerir una visión masónica de la deidad que ha construido el mundo”.27 El artículo fue escrito por Mauricio Chinchilla, que comenta allí: “Se trata de un fenómeno comercial, sin duda, que está impactando el imaginario juvenil”, pero advierte que además, “sus contenidos recogen una serie de inquietudes e interrogantes humanos no superficiales”. 27 Ibídem. “Matrix Reloaded parece anticipar ya al menos uno de los temas de la tercera parte: ¿cómo empezó el mundo? ¿nos encontramos en un círculo histórico sin fin o la historia avanza hacia algún punto?,” se pregunta el autor, que hace ver cómo “el esquema de fondo de este relato épico contiene mucho de una visión pagana y maniquea, por otra 26 172 Es inevitable, frente a este panorama, preguntarse si en el vórtice de esta religiosidad difusa, la definición personal que la fe implica estará signada por el vértigo... o por la alegría! 3 – La alegría de creer. Quizás la primer cosa que deba aclarar al abordar es punto es que tratar de la alegría en relación a la fe no es una especia de “pequeño lujo”, casi como una cosa superflua que se adapta a la fe, pero no le pertenece esencialmente. Todo lo contrario: “La alegría es una palabra clave del léxico cristiano. Desde el Antiguo Testamento, con la alegría de Dios y del hombre en la creación, hasta el Apocalipsis con la promesa de la alegría sin sombras, un río lleno de alegría recorre toda la Biblia, con momentos de noche y oscuridad, pero con la victoria final que pone todas las cosas en su lugar y anticipa las razones de la esperanza en todo momento”, afirma el P. Jesús Castellano Cervera28 (a quien seguiré de cerca en este punto, con alma de discípulo). parte muy frecuentes en los grandes mitos y en la mayoría de las narraciones capaces de captar la atención del público”. “Se constata que vivimos en un mundo del ‘todo vale’, no importan los medios, (algo muy parecido a nuestra sociedad actual)”, reconoce el autor, al mismo tiempo que constata que “Matrix tiene varias claves de lectura: es una serie muy bien hecha técnicamente hablando, realizada con inteligencia y con medios para alcanzar buen éxito comercial. No se trata de una banalidad ni es frívola; siendo entretenida propone valores básicos como la búsqueda de la verdad, la fidelidad, la amistad y el patriotismo, el valor, el amor, el valor de la vida humana. Todo ello, claro está, dentro de un formato espectacular y con grandes dosis de violencia”. Desde una perspectiva cristiana, “queda totalmente fuera de foco el elemento amoroso de la creación, el amor y la misericordia de Dios creador, la total entrega que significa la redención, y el triunfo escatológico (‘ya, pero todavía no’) del bien sobre el mal”, señala Mauricio Chinchilla, que advierte sobre el concepto de bien: “El bien en Matrix es cuestión sólo de opción personal, no hay fundamento en nada exterior al hombre mismo”. Matrix ofrece una gran ocasión de diálogo con los jóvenes. El autor anima a educadores, catequistas, líderes religiosos a profundizar con niños, jóvenes y adultos en estos grandes temas trascendentales. Todo ello, a través de un lenguaje realmente anclado en la cultura contemporánea. 28 CASTELLANO CERVERA JESÚS, Gioia e umorismo per una sana spiritualità, en Camillianum 5 [nuova serie] (2002), p. 419. Este escrito es una sublime página de teología sobre la alegría cristiana, presentada como “un cuarto trascendental para el hombre de hoy” y “una experiencia litúrgica” . Al presentar el tema, observa el autor con aguda sencillez: “Podemos decir que toda la vida y la predicación de Jesús son propiamente un verdadero ‘Evangelion’, una Buena y gozosa noticia del Reino, desde el principio al fin. Razones no faltan para ser felices. Son setenta o cien mil, todas las que queramos. Como muchas fuentes, pero con un única agua. Quizás a veces los cristianos no lo advierten y no dan testimonio de una realidad tan simple. A menudo los no creyentes reprochan a los cristianos 173 Sí: la alegría pertenece a la fe cristiana no como una sobreañadidura adquirida con el andar del tiempo, sino “genéticamente”...29 Más aún: es justo y necesario reconocer que la alegría más profunda y duradera es precisamente la que proviene, como de arcano manantial, precisamente de la fe: “El Reino de Dios que Jesús anuncia con divina pedagogía, lleva siempre consigo, como fruto y como fermento, la experiencia y la promesa de una santa alegría. Jesús ha vivido una experiencia jubilar, gozosa, en la libertad y en el compartir todo con los demás. Ha creado una Iglesia de la alegría si de los primeros cristianos se ponía especialmente de manifiesto la alegría y la simplicidad del corazón”.30 En el CCE la palabra alegría/s aparece 36 veces. Algunas citas son sumamente sugestivas en referencia a la centralidad que la misma ocupa en el mundo de la fe: “La religiosidad del pueblo, en su núcleo, es un acervo de valores que responde con sabiduría cristiana a los grandes interrogantes de la existencia. La sapiencia popular católica tiene una capacidad de síntesis vital; así conlleva creadoramente lo divino y lo humano; Cristo y María, espíritu y cuerpo; comunión e institución; persona y comunidad; fe y patria; inteligencia y afecto. Esa sabiduría es un humanismo cristiano que afirma radicalmente la dignidad de toda persona como hijo de Dios, establece una fraternidad fundamental, enseña a encontrar la naturaleza y a comprender el trabajo y proporciona las razones para la alegría y el humor, aun en medio de una vida muy dura. Esa sabiduría es también para el pueblo un principio de discernimiento, un instinto evangélico por el que capta espontáneamente cuándo se sirve en la Iglesia al Evangelio y cuándo se lo vacía y asfixia con otros intereses. [Puebla]”.31 el rostro triste, como si no fuese verdad que tienen una fe que es fuente de felicidad. En realidad, también hay razones para estar tristes: pero son siempre relativas y no definitivas, porque hay una esperanza cristiana que haya precedentemente derrotado las razones de una tristeza definitiva” (p. 420). 29 Esta aclaración se hace simplemente a modo de salvedad: la alegría pertenece esencialmente a la fe cristiana, aunque no siempre los cristianos de todos los tiempos han sido igualmente sensibles a la hora de vivir y testimoniar esta relación. “A la palabra más reciente de la teología, es decir ‘Dios es belleza’, es necesario agregar: Dios es alegría. Una joven santa carmelita, la chilena Teresa de los Andes, ha acuñado la fase: ‘Dios es alegría infinita’” CASTELLANO CERVERA J., ibídem, p. 421. 30 Ídem. 31 CCE, N° 1676. Esta la única cita del documento de Puebla, del Episcopado Latinoamericano. Y refleja muy bien tanto el espíritu del documento cuanto el aportetestimonio de fe que América Latina puede ofrecer al resto del mundo. 174 La religiosidad cristiana, que es el ámbito en el cual florece la fe y que ella misma retro-alimenta, orienta y sanea, no es sinónimo de obsesión, de opresión o de ofuscación, sino todo lo contrario: es sabiduría, es humanismo cristiano, que proporciona las razones para la alegría y el humor, es discernimiento, es sentido de fe (“instinto evangélico”), es liberación... La atmósfera que se vive y respira en torno a la fe no es de oscura tristeza, sino de luminosa alegría. Esta alegría es expresión de la libertad que la fe origina y refuerza. Libertad que no se condice con ningún esquema etico-espiritual de cuño voluntarista, en el cual quedaría poco lugar para la alegría. El mismo CCE lo aclara cuando afirma: “La perfección moral consiste en que el hombre no sea movido al bien sólo por su voluntad sino también por su apetito sensible según estas palabras del salmo: ‘Mi corazón y mi carne gritan de alegría hacia el Dios vivo’ (Sal 84,3)”.32 La alegría cristiana está incluso ritmada por la celebración de la fe, y particularmente por el Domingo, Pascua semanal. Recuerda el P. Castellano Cervera: “Alegría que se renueva y prolonga cada Domingo. Es notable la famosa frase de la Didascalia de los Apóstoles: ‘Quien está triste el día Domingo comete pecado’. Porque si el enigma que nos hace llorar, que nos hace estar tistes y a veces lleva a cambiar la alegría en luto es el miedo a la muerte, la victoria de Cristo permanece como la razón definitiva de la alegría cristiana”.33 Y añade él mismo: “Quizá debemos retornar a la Pascua como a un punto de referencia esencial para la alegría cristiana”.34 Me parece - en este sentido - denso de riqueza el N° 2188 del CCE: “En el respeto de la libertad religiosa y del bien común de todos, los cristianos deben reclamar el reconocimiento de los domingos y días de fiesta de la Iglesia como días festivos legales. Deben dar a todos un ejemplo público de oración, de respeto y de alegría, y defender sus tradiciones como una contribución preciosa a la vida espiritual de la sociedad humana. Si la legislación del país u otras razones obligan a trabajar el domingo, este día debe ser al menos vivido como el día de nuestra liberación que nos hace participar en esta "reunión de fiesta", en esta ‘asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos’ (Hb 12,22-23)”. Destaco la buena síntesis de coherente convicción eclesial y respeto que allí se propone (fundamentalismo y alegría no van de acuerdo), al mismo tiempo que la exhortación al testimonio de oración y alegría... Casi 32 N° 1770. Cfr. a.c., p. 424. 34 Ibídem, p. 425. 33 175 como una insinuación de que la oración se vuelve más “creíble” cuando florece en la alegría... Es un binomio históricamente a veces descuidado, con consecuencias funestas para la fe. Si la alegría del cristiano es litúrgica, es - a fortiori - pneumática: es efecto y al mismo tiempo signo de la presencia del Espíritu que vence la tentación letal de la tristeza, tentación que se vuelve tanto más mortal cuanto más se disfraza con ropas de virtudes para pasar por seriedad, gravedad, austeridad, etc. “No existe una vida cristiana, cimentada sobre las razones de la fe, que no esté forzosamente llena de la alegría que es uno de los frutos del Espíritu. Y si a menudo los espirituales científicos olvidan insertarla en sus consideraciones sistemáticas, los verdaderos espirituales la sitúan en el centro de su testimonio”.35 La presencia de esta alegría crea una atmósfera propia alrededor de la fe; una atmósfera que no rehuye el encuentro con los problemas y sufrimientos que inundan la existencia humana, ni se repliega con egoísmo en un atalaya aséptico temiendo la influencia de oscuras fuerzas negativas. En realidad, ocurre exactamente lo contrario: con la misma dinámica con que la luz vence a las tinieblas, la alegría cristiana surge misteriosa e inagotablemente del corazón del creyente conjurando con fuerza imparable las tristezas más profundas que puedan poner a prueba la existencia humana.36 35 Ídem, p. 427. “Hay dos aspectos de la alegría que se encuentran en la experiencia humana y cristiana de los santos. La primera es la alegría pura que brilla como una luz alrededor de la oscuridad del sufrimiento, de las pruebas aceptadas y sufridas, las de Dios y la de los hombres. Es la alegría no fácil, contradictoria, mística - porque es puro don de Dios -, como la experimentada y cantada por Pablo en medio de las tribulaciones. El sobreabundar de la alegría en medio del dolor físico o moral, espiritual, es puro don de Dios, experiencia fuerte y clara de la gracia. la sonrisa de un enfermo, los ojos luminosos de un cristiano en medio de un sufrimiento, la mezcla de lágrimas y sonrisas que a menudo vemos en cristianos y cristianas que viven la cruz luminosa y gloriosa, son signos vivos de la presencia de un don del espíritu. Estas chispas de alegría que surgen de los ojos de nuestros hermanos y hermanas en los momentos de dolor, sostenidos con heroísmo, ayudados con la caridad y la presencia de la compañía, son manifestaciones de resurrección, demostraciones de la existencia de Dios, exactamente como la evidencia de la existencia de una lógica divina, un modo nuevo de ser, un testimonio de la trascendencia, como un resurgir del abismo. Son signos verdaderos y propios de la resurrección, tanto más creíbles cuanto más contrarios a la lógica del mundo. Sonrisas de enfermos y encarcelados de pobres y sufrientes, de perseguidos y condenados injustamente, son luces que enciende sólo el espíritu santo, luz de corazones...” . Ídem, p. 429. 36 176 La alegría es común denominador de las tres virtudes teologales. La alegría de la fe se vuelve casi insensiblemente alegría de esperanza37 y de amor. Alegría teologal. Alegría cristiana. “La alegría de los primeros cristianos, como por lo demás la de los cristianos de todos los siglos, allí donde el cristianismo es comprendido en su esencia y vivido en su radicalidad, la alegría de los primeros cristianos era una alegría de verdad nueva, nunca conocida hasta entonces. No tenían nada que ver con la hilaridad, con el buen humor, la simpatía... Tampoco era simplemente la alegría exaltante de la existencia y de la vida - como diría Pablo VI - ni la alegría pacificante de la naturaleza y del silencio; ni la alegría ni la satisfacción por el trabajo cumplido, ni solamente la alegría transparente de la pureza o del amor casto. Todas alegrías bellas. Pero la de los primeros cristianos era diversa: una alegría semejante a aquella ebriedad que había invadido a los discípulos cuando descendió el espíritu santo. Era la alegría de Jesús... y la alegría de los primeros cristianos surgía espontánea desde el fondo de su ser, saciaba completamente su ánimo. Ellos habían encontrado verdaderamente aquello de lo cual, el hombre de hoy, de siempre busca: a Dios que lo satisface plenamente. Habían encontrado la comunión de Dios, elemento esencial de su plena realización... Esta era la felicidad de los primeros cristianos adultos y jóvenes (la unidad entre el amor de Dios y el amor de los hermanos) que se manifestaba en liturgias festivas, desbordantes de himnos de alabanzas y de acción de gracias”.38 “La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicación de Jesús en la proclamación de las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el cielo como hacia la nueva tierra prometida; trazan el camino hacia ella a través de las pruebas que esperan a los discípulos de Jesús. Pero por los méritos de Jesucristo y de su pasión, Dios nos guarda en ‘la esperanza que no falla’ (Rm 5,5). La esperanza es ‘el ancla del alma’, segura y firme, ‘que penetra...adonde entró por nosotros como precursor Jesús’ (Hb 6,19-20). Es también un arma que nos protege en el combate de la salvación: ‘Revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación’ (I Ts 5,8). Nos procura el gozo en la prueba misma: ‘Con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación’ (Rm 12,12). Se expresa y se alimenta en la oración, particularmente en la del Padre Nuestro, resumen de todo lo que la esperanza nos hace desear”. CCE, N° 1820. 38 LUBICH CHIARA, Il dono della gioia, en Unità e carismi 1 (2.000), pp. 5-8. Añade el P. CASTELLANO: “Una alegría que conquistaba, una evangelización por irradiación que ha conquistado el imperio romano” (a.c., p. 431). 37 177 Del “breve decálogo experiencial de la alegría”, propuesto por el P. Castellano Cervera,39 quisiera rescatar particularmente los puntos 4, 5, 9 y 10: 4. La belleza de lo cotidiano La vida está sembrada desde la mañana de pequeñas alegrías y sorpresas: la liturgia bien vivida, el encuentro con los hermanos y hermanas, el saludo alegre, la llamada telefónica, el vistazo a los diarios y a la TV, el alimento, la higiene personal y el descanso, el logro de un trabajo, la certeza de una amistad... Sana espiritualidad es asumir con gratitud estas alegrías que viene de la fuente de las alegrías, con una visión no negativa sino positiva de la vida espiritual. Si además se viven todas estas cosas en comunión, el gozo se multiplica: se da y se recibe de los otros. 5. La alegría de la amistad Alegría espiritual es para mí la experiencia de una buena amistad con los santos del cielo y con los de la tierra. La amistad es una fuente de alegría, aún cuando debe pasar por necesarias purificaciones. Tener amigos y amigas, también de gran valor en la Iglesia, y sentirse apreciados y estimados por ellos, interpelados también por los trabajos de colaboración es una fuente de alegría que invita a poner en gran relieve a la amistad en la vida religiosa y en la Iglesia. Soy más bien favorable a una Iglesia amiga y fraterna y por eso gozosa y capaz de vivir con todos. Me siento gozoso de tener una buena amistad con Dios. Ciertamente con Cristo y con el Padre, pero también y de modo muy especial con el Espíritu Santo, mi consolador y defensor. 9. El sentido positivo de la vida espiritual Es motivo de alegría en la vida espiritual constatar a través de la enseñanza de Jesús, el ejemplo de los santos y el testimonio de personas verdaderamente espirituales de nuestro tiempo, que no debemos renunciara a nada de cuanto es humano, bueno, amable, justo, bello, santo con tal de que nada sea antepuesto al amor de Dios. Es alegría verdadera saber por experiencia que la lógica del Evangelio funciona, que se tiene el céntuplo en esta tierra y que Dios no construye su gloria sobre las cenizas o las ruinas de nuestra humanidad, sino que nos quiere siempre hijos humanísimos y alegres, resplandecientes de simpatía para hacer amable a aquel que es verdaderamente gozo infinito. También esta es perfecta alegría. 10. Con una chispa de simpatía humana y divina 39 Cfr. a.c., pp. 432-436. 178 Es también fundamento de la alegría algo que siento haber heredado de mi padre, un hombre que ha estado siempre alegre y ha dado alegría a todos hasta su muerte. Lo hizo con sus poesías y sus canciones paisanas que constituyen un tesoro de sabiduría y simpatía gozosa y contagiosa. Me refiero también a la buena junta que en la vida cristiana hacen la alegría y el humorismo, aquélla chispa de astucia y argucia que nos sirve a veces como defensa, a veces como punto de partida, siempre como instrumento de comunión para hacer a Dios y al cristianismo amables. Probablemente la alegría se declina perfectamente con el humorismo como nos demuestra una sana espiritualidad histórica junto al ejemplo de los santos. Queda claro que la alegría cristiana, porque proviene de la fe, tiene sus mismas características: es divina y humana: profundamente divina, y profundamente humana. “Un santo triste es un triste santo”, repiten incluso quienes se asoman al mundo de la fe casi desde fuera. Y así, el testimonio de la alegría creyente es un testimonio de fe por irradiación. “Hay, por lo tanto, en la alegría cristiana, una invitación a cultivar el buen humor”.40 La alegría cristiana es espiritual no porque es etérea, inocua y aséptica, sino porque proviene del Espíritu Santo, presente en el alma y en el cuerpo del creyente, santificando toda su humanidad con el gozo de su Presencia. Desde que el Verbo se hizo carne, el Espíritu continúa “encarnándose” en el cristiano para hacerlo templo viviente de su gloria. “La sexualidad es fuente de alegría y de placer”. Lo dice no el Marqués de Sade, sino el CCE...41 “Estamos llamados a ser sembradores de alegría en este mundo. Siguiendo el ejemplo de Jesús, para hace amable el camino del amor y el rostro del Señor. Teniendo siempre la alegría en el corazón, la sonrisa en los labios y una palabra buena para todos, llena de la jovial simpatía de nuestro Dios. En realidad vivir en la alegría es entrenarse para la eternidad, según ha escrito C.S. Lewis: ‘La alegría es la verdadera ocupación del Cielo’”42 Ibídem, p. 437. Añade todavía J. CASTELLANO: “Son tantos los santos que ríen y han hecho reír abriendo el corazón a la humanidad de nuestro Dios. Recuerdo todavía hoy de haber leído libros como ‘Don Bosco que ríe’ o también otras colecciones de florecillas de los santos que han hecho humanísima y agradable la santidad” (p. 437). “También Teresa [de Jesús] bromea con Dios. Como cuando después de haberse roto un brazo, rodando escaleras abajo, se lamenta con el Señor que le dice: ‘Así trato yo a mis amigos’. Y Teresa responde: ‘Por eso tienes tan pocos’ (p. 439). 41 Cfr. N° 2362. 42 CASTELLANO CERVERA JESÚS, a.c., p. 442. 40 179 Es importante comprender que esta alegría no es simplemente concomitante con la fe, sino que proviene de ella. Es fruto preciso de la misma. Alegría de creer, alegría porque se cree. “... En este y en todo Catecismo siempre la primera parte - primera y principal - será el Credo (eso sí, entendido no como un recitado de verdades, aunque sean reveladas, sino como un cántico de las ‘obras maravillosas’ hechas por Dios a favor nuestro): así es como se desemboca en un creo gozoso, en un amén agradecido de donde parte luego todo lo demás”.43 “¿Cómo curar de raíz este abatimiento típico del mundo moderno? Osaría proponer la alegría cristiana, el gaudium caritatis, es decir: el fruto del Espíritu Santo, que la tradición cristiana indica como opuesta al vicio capital de la pereza o acedía. De hecho, el amor cristiano hacia Dios, que es el amor, tiene como primer efecto interior la alegría, es decir el gozo de Dios y de las cosas divinas. Tal gozo es constitutivo de la experiencia cristiana. A ella se opone una tristeza o abatimiento del Espíritu que induce al hombre a creer que nunca podrá aliviarse por hacer alguna cosa buena. Es ‘la tristeza del mundo que produce la muerte’ (2 Cor 7,10)”.44 43 LARRABE JOSÉ LUIS, Rasgos teológicos del Catecismo de la Iglesia Católica, en Burgensis 35 (1994), p. 526. 44 POUPARD PAUL, a.c., p. 432. El Cardenal cita aquí a Santo Tomás (Summa Theologiae, II-II, q. 35, a.4 ad 3), en un imperdible (por agudo y profundo) análisis de la acedía: “Santo Tomás enumera los siguientes efectos de la acedía. En primer lugar, la tristeza a causa de los bienes divinos empuja al hombre a alejarse de su meta final. Es la desesperación. Produce también un debilitamiento frente a los medios a usar para alcanzar el fin último, y esta falta de fuerzas es la pusilanimidad acompañada de una indolencia o indiferencia hacia todo lo que es necesario para la salvación, un torporem circa praecepta. De la misma acedía nace un sentimiento de rencor contra todos aquellos que promueven los bienes espirituales, y esto explica el odio o resentimiento contra la Iglesia, tantas veces sin un motivo aparente. Tal odio puede llegar a la maldad propiamente dicha, mediante la cual se detestan los bienes espirituales en sí y por sí. En fin, la tristeza debida a la acedía produce la divagación de la mente hacia lo que es ilícito, a la casa de placeres exteriores. Esta evagatio circa illicita se manifiesta, como es evidente, en el actual desenfreno de la lujuria y el erotismo. Sin embargo, presenta también otros efectos citados por Santo Tomás: la importunidad de la mente, la cual ‘saliendo de la morada del alma se dispersa en cosas diversa’; la curiosidad para observar lo que no debería importarle, unida a la búsqueda afanosa de novedades; la verbosidad o abundancia excesiva de palabras en las conversaciones; la inquietud corporal o preocupación que ‘agita el cuerpo sin dejarlo quieto en ningún lugar’ y que se manifiesta en el febril activismo moderno; en fin, la inestabilidad que se hace sentir sobre la voluntad y los propósitos”. Comenta aquí el Cardenal: “Este análisis refleja bien algunos aspectos de la cultura moderna. Si el diagnóstico es justo quiere decir que la solución a muchos problemas de nuestra cultura - y, concretamente, al problema de la indiferencia religiosa - está en el reencontrar la alegría cristiana que nace de la caridad. De esta alegría espiritual nace un verdadero amor a Dios, es decir: está dirigido a Dios y es amor verdadero. El hombre de 180 Finalmente, la alegría de la fe recuerda, anticipa y hace pregustar la alegría definitiva del cielo, la patria eterna y definitiva. De modo que quien vive de la fe con alegría, ensaya cotidianamente su condición definitiva. “‘Para nosotros - escribía San Atanasio -, los que vivimos aquí, son nuestras fiestas un acceso abierto a aquella vida, y ¿qué es aquella vida?...’ El destino del hombre está más allá de lo temporal, su vocación es lo eterno. La fiesta es la irrupción de lo eterno en la temporalidad trabajosa del existir del hombre”.45 Con la oración cotidiana, humilde y escondida, ejercitamos místicamente la alegría de la fe.46 Más aún: el mismo Espíritu que suscita y conduce la oración le infunde parrhesia, que el CCE traduce también como seguridad alegre:47 la de ser amorosamente escuchados por el Padre. 4 – Conclusión: la esperanza de la fe. La fe cristiana alimenta la esperanza, y florece en la misma. Y la íntima unión de las mismas con la caridad no es una construcción teológica, sino el fruto de una lectura atenta de la realidad teologal del creyente.48 hoy, como el hombre de todos los tiempos, tiene necesidad de amar a Dios verdaderamente. Para esto le es indispensable hacer una experiencia concreta de Dios en la propia vida. Experimentar en modo concreto que Dios me ama. Sentirme amado por Dios. Sentirme envuelto, rodeado de su amor. Reencontramos la gozosa experiencia del Apóstol Juan: ‘He conocido el amor!’ (1 Jn 4,16). No se trata de un vacío sentimiento, de una experiencia fugaz y efímera. El amor infinito, transforma la existencia finita. Porque la experiencia del amor conduce a dar amor. El hombre que se siente amado, suscita amor, ama a Dios y confía en Él, ofrece la propia vida. Ama con alegría, vive con una luz en su rostro. La vida es bella. Ama y confía en el amor. Esta es la experiencia de Santa Teresa del Niño Jesús, recientemente proclamada Doctora de la Iglesia por el Papa Juan Pablo II, lo que es un signo para nuestro tiempo. De Santa Teresa dijo una hermana suya, Sor María del Sagrado Corazón: ‘Estás poseída por el amor de Dios, como otros están poseídos por el demonio!’. Es su experiencia, su caminito, que el Papa presenta como camino que el hombre de hoy puede fácilmente recorrer para llegar a encontrarse plenamente con Dios”. 45 MACCARONE JUAN CARLOS, La profesión de la fe, en Comentario al Catecismo de la Iglesia Católica (Profesores de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina), Paulinas, Buenos Aires, 1996, p. 60. Me pareció un verdadero “signo de los tiempos” la original iniciativa pastoral de la diócesis de Alcalá de Henares, que organizó el Primer curso de humor religioso en España (1727/II/2003). La iniciativa ha surgido del sacerdote Juan Carlos Burgos, delegado diocesano de educación, y pretende demostrar que “es posible hablar de Dios desde el humor, y no sólo desde la seriedad”. 46 Cabe aquí notar que la definición de oración de Santa Teresita, que el CCE hace suya, incluye explícitamente la alegría. Cfr. N° 2558. 47 CCE, Nº 2778. 48 Cfr. CCE, N° 162. Cfr. también el N° 1815: “El don de la fe permanece en el que no ha pecado contra ella. Pero, ‘la fe sin obras está muerta’(St. 2,26): privada de la esperanza y de 181 El CCE es, en la mente de Juan Pablo II, un testimonio de Esperanza. También él, como el primer Papa, asume el deber de confirmar a sus hermanos en la fe para que ellos puedan dar razón de su esperanza: “El ‘Catecismo de la Iglesia Católica’ es finalmente ofrecido a todo hombre que nos pida razón de la esperanza que hay en nosotros (Cfr. 1 Pe 3,15) y que quiera conocer lo que cree la Iglesia Católica”.49 La esperanza aparece directamente vinculada a la virtud de la fe 59 veces en el CCE. Si se piensa que la palabra esperanza aparece en total 133 veces, tenemos que casi la mitad de las menciones están en esta relación de dependencia con la fe. Es por eso que he titulado a este número la esperanza de la fe. El horizonte de la esperanza es en cierto modo aún más osado que el de la fe: a veces el creyente, precisamente porque está absolutamente cierto de aquello en lo que cree, da rienda suelta a las alas de su esperanza. Una de las oraciones colectas del Misal que prefiero siempre me ha impresionado precisamente por esta parrhesia-esperanza: “Dios Todopoderoso y eterno, que con amor generoso desbordas los méritos y deseos de los que te suplican; derrama sobre nosotros tu misericordia, para que libres nuestra conciencia de toda inquietud y nos concedas aún aquello que no nos atrevemos a pedir”.50 También el CCE contiene una afirmación preciosa en relación a esa amorosa providencia paterna que obra por encima de nuestras esperanzas: “Todos los infortunios de la humanidad de todos los tiempos, esclava del pecado y de la muerte, todas las súplicas y las intercesiones de la historia de la salvación están recogidas en este grito del Verbo encarnado. He aquí que el Padre las acoge y, por encima de toda esperanza, las escucha al resucitar a su Hijo. Así se realiza y se consuma el drama de la oración en la Economía de la creación y de la salvación. El salterio nos da la clave para su comprensión en Cristo. Es en el ‘hoy’ de la Resurrección cuando dice el Padre: ‘Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra’ (Sal 2, 7-8; cf Hch 13, 33)”.51 la caridad, la fe no une plenamente el fiel a Cristo ni hace de él un miembro vivo de su Cuerpo”. 49 Cfr. Constitución Apostólica “Fidei Depositum”, Nº 4. 50 Messale Romano, colecta del Domingo XXVII del Tiempo Ordinario. Conferenza Episcopale Italiana (edit.). Città del Vaticano, Libreria Editrice Vaticana, 1983, (ristampa 1984). 51 CCE, N° 2606. 182 Si con el movimiento de la fe el creyente se afirma en las convicciones fundamentales que cimientan su existencia, con la esperanza su corazón se ensancha hacia horizontes eternos. Fe y esperanza son como sístole y diástole del corazón (¡que es la caridad!) del creyente:52 “La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en 52 Quizás habría que reflexionar mucha más larga y detenidamente sobre esta circularidad de las virtudes teologales. Fisichella tiene razón en la reflexión que aquí adjunto. Pero le faltó una dosis de esperanza... “No completaríamos la perspectiva de la temática del acto de fe, sino se colmase el inexplicable vacío dejado, en este punto, por el CCC acerca de la relación fe y amor y la circularidad entre los dos. Corresponde ciertamente a Santo Tomás el primado por haber organizado en modo sistemático la unidad entre los dos. Muchas veces, él propone la caritas como forma de la fe: ‘caritas dicitur forma fidei, in quantum per caritatem actus fidei perficitur et formatur’ (STh II - II 4, 4) pero en una relación, que prevee la fe en una circularidad tal que permite identificarla en primer lugar en el ordo generationis, pero capaz de dejar el puesto al primado del amor en el ordo perfectionis. La fe, particularmente en la teología Juanica y Paulina, es vista como un camino que conduce al amor; bajos este aspecto, tanto Juan como Pablo hacen derivar del creer sólo una segunda exigencia fundamental, la del amor. Para Pablo, de hecho la fe se hace operante en el amor (Gal. 5, 6); para Juan, el amor al prójimo se transforma en un nuevo mandamiento que permitirá reconocer en el futuro a los verdaderos discípulos de Cristo. Creer y amar son para ambos dos exigencias que resumen todas las otras y que imponen para quien quiere ser discípulo de Cristo. No se podría tener fe si esta no partiese y se envolviese en el amor; per no se podría tampoco tener amor si este no tuviese su inicio en una fe que sabe reconocer el rostro jamás visto del maestro que ha sido anunciado. Amor y fe, viven por lo tanto, de una circularidad que permite una clarificación a partir el uno del otro, pero ambos constituyen juntos el ser cristiano de manera fundacional. El evento salvífico que Jesús de Nazareth representa, puede ser reconocido sólo basado en los dos, porque juntos forman la respuesta auténtica y coherente que puede ser dirigida a la revelación. Ciertamente, en la peculiaridad del uso neotestamentario, fe y amor refieren a la identificación de aspectos complementarios, por lo cual especialmente en Pablo, la fe indicará una nueva ordenación que se inicia con Dios a través de Cristo; mientras el amor referirá más bien a la intensidad, a la apertura, a la totalidad y al abandono pleno que debe caracterizar esta relación, pero ambos cualifican y determina la globalidad del acto de fe. La fe no puede ser limitada al momento de la conversión; ella se abre al amor, lo busca porque, al final lo descubre como su origen, al cual debe todo, y como su misma razón de ser. En este horizonte de la circularidad entre fe y amor, se deberá hacer de todo en la catequesis para recuperar el carácter unitario del acto de fe que no se divide en un ‘antes’ y ‘después’; no se puede pensar que ‘primero se cree’ y ‘después de vive como cristianos’. El creer es ya en sí mismo un creer y un vivir según una modalidad peculiar, la del amor. Se hace ulteriormente claro, en este sentido, que el acto con el cual se cree es fundamentalmente una decisión que engloba toda la vida y nada de la misma se excluye” a.c., pp. 643-644. De todos modos, el N° 162 del CCE, aún sin utilizar la palabra circularidad, deja planteado el concepto, que es lo importante; lo hace incluso planteando una circularidad eclesial, cosa que hoy no debe darse por descontada... 183 nuestras fuerzas sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. ‘Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa’ (Hb 10,23). ‘El Espíritu Santo que él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna’ (Tt 3,6-7)”.53 No menos que la fe, la esperanza es sostenida y alimentada por la oración del cristiano. En clima de liturgia, la fe espera, en palabras del CCE: “La revelación ‘de lo que ha de suceder pronto’, el Apocalipsis, está sostenida por los cánticos de la liturgia celestial (cf Ap 4, 8-11; 5, 9-14; 7, 10-12) y también por la intercesión de los ‘testigos’ (mártires: Ap 6, 10). Los profetas y los santos, todos los que fueron degollados en la tierra por dar testimonio de Jesús (cf Ap 18, 24), la muchedumbre inmensa de los que, venidos de la gran tribulación nos han precedido en el Reino, cantan la alabanza de gloria de Aquél que se sienta en el trono y del Cordero (cf Ap 19, 1-8). En comunión con ellos, la Iglesia terrestre canta también estos cánticos, en la fe y la prueba. La fe, en la petición y la intercesión, espera contra toda esperanza y da gracias al ‘Padre de las luces de quien desciende todo don excelente’ (St 1, 17). La fe es así una pura alabanza”.54 Y es precisamente el Espíritu de la liturgia es el que educa a la oración de la esperanza: “El Espíritu Santo nos enseña a celebrar la liturgia esperando el retorno de Cristo, nos educa para orar en la esperanza. Inversamente, la oración de la Iglesia y la oración personal alimentan en nosotros la esperanza. Los salmos muy particularmente, con su lenguaje concreto y variado, nos enseñan a fijar nuestra esperanza en Dios: ‘En el Señor puse toda mi esperanza, él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor’ (Sal 40, 2). ‘El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo’ (Rm 15, 13)”.55 Esperanza que no es un concepto abstracto, sino algo tan concreto como una persona: 53 CCE, Nº 1817. CCE, Nº 2642. 55 CCE, Nº 2657. 54 184 “La oración de la Iglesia, alimentada por la palabra de Dios y por la celebración de la liturgia, nos enseña a orar al Señor Jesús. Aunque esté dirigida sobre todo al Padre, en todas las tradiciones litúrgicas incluye formas de oración dirigidas a Cristo. Algunos salmos, según su actualización en la Oración de la Iglesia, y el Nuevo Testamento ponen en nuestros labios y gravan en nuestros corazones las invocaciones de esta oración a Cristo: Hijo de Dios, Verbo de Dios, Señor, Salvador, Cordero de Dios, Rey, Hijo amado, Hijo de la Virgen, Buen Pastor, Vida nuestra, nuestra Luz, nuestra Esperanza, Resurrección nuestra, Amigo de los hombres...”56 Con aguda observación teológica el Dante precisa que la ausencia de esperanza es el constitutivo esencial del infierno.57 Lo cual da la pauta que el infierno comienza no eventualmente después de la muerte, sino cuando se pierde la esperanza... “Uno de los rasgos más relevantes de la situación actual es una difundida falta de Esperanza, unida a una búsqueda esperanzadora en la cultura” [...] “Qué es lo que palpita, en el fondo, en el alma de la cultura postmoderna? No es otra cosa que la profunda disconformidad que sigue a la pérdida de la fe. Eliminado el fundamento último, todo vacila. Y se pierde la esperanza de alcanzar aquello que es lo único que puede colmar las ansias infinitas del corazón humano, que es considerado imposible e inalcanzable58” [...] “Precisamente en este contexto cultural aflora una irresistible búsqueda de lo divino. Es como si la idea de Dios, removida de la cultura moderna, en lo más profundo de su subconsciente, luchase hoy para salir a la luz, esforzándose por quitarse la piedra sepulcral del olvido de Dios con la cual la cultura nacida del Iluminismo ha oprimido las conciencias”.59 56 CCE, Nº 2665. “Per me si va ne la citta’ dolente, per me si va ne l’eterno dolore, per me si va tra la perduta gente. Giustizia mosse il mio alto fattore: fecemi la divina potestate, la somma sapienza e ‘l primo amore. Dinanzi a me non fur cose create se non eterne, e io eterna duro. Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate.” ALIGHIERI DANTE, Divina Commedia, inferno, canto III, vv. 1-9. San Paolo, Milano, 1990. 58 Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I-II, q. 40, a. 4 ad 3. 59 POUPARD PAUL, a.c., pp. 430-432. Allí mismo el Cardenal reporta dos citas interesantes: “Santo Tomás observa que la desesperación es, quoad nos, el pecado más peligroso, porque ‘perdida la esperanza, los hombres se entregan desenfrenadamente a los vicios, y renuncian a las buenas obras’ [Cfr. Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II, q. 20, a. 3.]. Esta es la característica de la pendiente de la cultura post-moderna, no obstante su aparente optimismo. Como ha escrito el filósofo moderno, recientemente 57 185 Este quizás uno de los dramas más silenciosos y acuciantes del hombre post-moderno. Incluso este modo de hablar (“post”) indica que se sabe de la etapa anterior, pero aún no se avizora hacia dónde se va. En este contexto, la esperanza sobrenatural, que recoge y refuerza las transitorias, debe abrirse paso con más dificultad. “La característica de la fe laica contemporánea no es sólo la referencia a filosofías particulares y la solicitud por el progreso de la ciencia y la técnica, sino también un fenómeno de cansancio espiritual y de diletantismo que depende de una concepción siempre más fatalista de los acontecimientos humanos. Esta mentalidad es favorecida al mismo tiempo por una cierta fase de disolución de la filosofía moderna y por la precariedad de la existencia humana que hoy no siempre consiente a las personas ni a todas las naciones la seguridad de la plena libertad”.60 Imposible terminar este punto sobre la esperanza de la fe sin al menos detenerse brevemente en aquella que, precisamente por ser el modelo de la fe, encarna con singular fuerza la esperanza cristiana: María Santísima. El CCE recoge la enseñanza conciliar al respecto, que tiene precisamente este gran mérito: situar a la Santísima Virgen en el corazón mismo de la esperanza de la Iglesia, de la cual es modelo y figura. María se transforma en un signo viviente, con toda la fuerza joanico- bíblica de la palabra: 61 972 Después de haber hablado de la Iglesia, de su origen, de su misión y de su destino, no se puede concluir mejor que volviendo la mirada a María para contemplar en ella lo que es la Iglesia en su Misterio, en su ‘peregrinación de la fe’, y lo que será al final de su marcha, donde le espera, ‘para la gloria de la Santísima e indivisible Trinidad’, ‘en comunión con todos los santos’ (LG 69), aquella a quien la Iglesia venera como la Madre de su Señor y como su propia Madre: desaparecido, Joseph Pieper, ‘un hombre desesperado en lo íntimo de su corazón puede mostrarse completamente ‘optimista’ con los otros y consigo mismo, en las penúltimas esferas de su ser; por ejemplo, en el campo de la naturaleza y de la cultura, se suele cerrar herméticamente la cámara más íntima de la desesperación de tal modo que no pueda salir de allí ningún lamento’. Y comenta ‘es sintomático el hecho de que el hombre mundano de nuestra época haya conseguido en esto una verdadera habilidad [Joseph Pieper, Las virtudes fundamentales, Rialp, Madrid 1980, pp.390-391.]”. 60 SÁNCHEZ SORONDO, MARCELO, In ché cosa credono quelli che non credono?, en Aquinas 41 (1998), p. 481. 61 Cfr. particularmente Ap. 12, 1 y ss. 186 Entre tanto, la Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo. [LG 68].62 En esa indisoluble unión de oración y esperanza a la que ya he hecho referencia,63 la esperanza de la Iglesia y la oración de María se vuelven una sola cosa: “María es la orante perfecta, figura de la Iglesia. Cuando le rezamos, nos adherimos con ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para salvar a todos los hombres. Como el discípulo amado, acogemos (cf Jn 19, 27) a la madre de Jesús, hecha madre de todos los vivientes. Podemos orar con ella y a ella. La oración de la Iglesia está sostenida por la oración de María. Le está unida en la esperanza (cf LG 6869).64 Así, el canto de fe y esperanza de María, que en cada atardecer se vuelve el canto de la Iglesia, esparcida por todo el orbe, se transforma en el himno de la esperanza cristiana colmada: “Por eso, el cántico de María (cf Lc 1, 46-55; el ‘Magnificat’ latino, el ‘Megalynei’ bizantino) es a la vez el cántico de la Madre de Dios y el de la Iglesia, cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios, cántico de acción de gracias por la plenitud de gracias derramadas en la Economía de la salvación, cántico de los ‘pobres’ cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las promesas hechas a nuestros padres ‘en favor de Abraham y su descendencia, para siempre’”.65 62 CCE, Nº 972. Ya el título mismo de este apartado en el CCE da una clara pauta de la misión de María: “María, Icono escatológico de la Iglesia”. 63 Cfr. p. 187. 64 CCE, Nº 2679. 65 CCE, Nº 2619. 187 CAPÍTULO VIII LA FE Y LA ECOLOGÍA El presente capítulo, con el cual se cierra esta segunda parte de la tesis, es casi una continuación del precedente, pero en el cual la virtud de la fe se afina y especifica aún más concretamente en el hombre creyente, a fin de poder dar respuesta a todo el que pida razón de su esperanza1 frente a un hito de la cultura contemporánea que lo obliga a una renovada y cotidiana toma de posición, en actitud de ese diálogo profundo que supone e implica un permanente re-conocimiento de sí mismo y un continuado crecimiento en la propia formación. La fe y la ecología pueden mutua y equilibradamente potenciarse, pero también pueden mutuamente descalificarse. Es preciso ver cómo y porqué se relacionan, y particularmente es importante fundamentar cual será la palabra definitoria, y porqué... Es claro que cuando el mundo es contemplado como obra del Creador, la valoración del mismo se enriquece justamente. Pero cuando es puesto en ese lugar que sólo corresponde a Dios, se transforma en un ídolo, que -como todos los ídolos- exige sacrificios arbitrarios e inhumanos. La escatología, como frente meteorológico de la esperanza cristiana, no soslaya ni empobrece la contemplaciónbidem y valoración de todo lo creado2, sino al contrario: nadie como el cristiano tiene ojos limpios y mirada pura para ver que todo lo creado es aún más hermoso cuando es recibido como un don, confiado a sus manos y a su sapiente administración. El presente capítulo intenta dar cuenta de una ecología desde la fe. 1 Cfr. I Pe 3,15. Cito aquí un estupendo texto del Concilio: “Se nos advierte que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo. No obstante, la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien aliviar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios. Pues los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y trasfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal: "reino de verdad y de vida; reino de santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de paz". El Reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección”. GS 3, 39. 2 188 1 – La obra del Creador y la casa de los hombres El tiempo presente es absolutamente sensible a la categoría “ecología”. Y no se trata simplemente de una cuestión utilitaria, práctica y funcional que mira a la mejor utilización y administración de los recursos naturales: la ecología del finales del siglo XX ha cruzado la puerta del tercer milenio revestida de matices religiosos insoslayables. Pero antes de afrontar el planteo ecológico, creo que es bueno recordar lo que desde la fe cristiana el CEC dice acerca de la creación:3 “La creación es el fundamento de ‘todos los designios salvíficos de Dios’, ‘el comienzo de la historia de la salvación’ (DCG 51), que culmina en Cristo. Inversamente, el Misterio de Cristo es la luz decisiva sobre el Misterio de la creación; revela el fin en vista del cual, ‘al principio, Dios creó el cielo y la tierra’ (Gn 1,1): desde el principio Dios preveía la gloria de la nueva creación en Cristo (Cfr. Rom 8,18-23). Por esto, las lecturas de la Noche Pascual, celebración de la creación nueva en Cristo, comienzan con el relato de la creación; de igual modo, en la liturgia bizantina, el relato de la creación constituye siempre la primera lectura de las vigilias de las grandes fiestas del Señor. Según el testimonio de los antiguos, la instrucción de los catecúmenos para el bautismo sigue el mismo camino (Cfr. Aeteria, pereg. 46; S. Agustín, catech. 3,5)”.4 La afirmación es clara y contundente: “La creación es el fundamento de todos los designios salvíficos de Dios”. El texto incluso afirma que la Creación encuentra su punto culminante en el Verbo Encarnado, clave hermenéutica última de todo lo que existe. En términos de revelación, la creación es la primera palabra que Dios dirige al hombre, una palabra que tiene ya sentido e intención de alianza: “Así, la revelación de la creación es inseparable de la revelación y de la realización de la Alianza del Dios único, con su Pueblo. La creación es revelada como el primer paso hacia esta Alianza, como el primero y universal testimonio del amor todopoderoso de Dios (Cfr. Gn 15,5; Jr 33,19-26). Por eso, la verdad de la creación se expresa con un vigor creciente en el mensaje de los profetas (Cfr. Is 44,24), en la oración de los salmos (Cfr. Sal 104) y de la liturgia, en la reflexión de la sabiduría (Cfr. Pr 8,22-31) del Pueblo elegido”.5 3 El objeto de este punto es poner de relieve algunos rasgos teológicos fundamentales que permitan luego delinear los rasgos de una ecología en clave cristiana. 4 CCE, N° 280-281. 5 CCE, N° 288. 189 En la cultura contemporánea no pocas veces la mirada sobre la creación está fuertemente embebida de prejuicios materialistas, evolucionistas y agnósticos (cuando no directamente ateos, con un ateísmo que no por no declamado sino implícito es menos fuerte). El simple hecho de no referirse nunca a la creación con este concepto es ya revelador. Lo curioso es que ignorar o torcer los orígenes del cosmos es ya el primer modo significativo de depreciar su valor y sentido. Por eso es importante recoger la fuerza y sencillez con la cual el CCE da cuenta del origen del mundo: la casa de los hombres es obra, regalo del Creador. Dios crea un mundo ordenado y bueno. “Porque Dios crea con sabiduría, la creación está ordenada: ‘Tú todo lo dispusiste con medida, número y peso’ (Sb 11,20). Creada en y por el Verbo eterno, ‘imagen del Dios invisible’ (Col 1,15), la creación está destinada, dirigida al hombre, imagen de Dios (Cfr. Gn 1,26), llamado a una relación personal con Dios. Nuestra inteligencia, participando en la luz del Entendimiento divino, puede entender lo que Dios nos dice por su creación (Cfr. Sal 19,2-5), ciertamente no sin gran esfuerzo y en un espíritu de humildad y de respeto ante el Creador y su obra (Cfr. Jb 42,3). Salida de la bondad divina, la creación participa en esa bondad (‘Y vio Dios que era bueno...muy bueno’: Gn 1,4.10.12.18.21.31). Porque la creación es querida por Dios como un don dirigido al hombre, como una herencia que le es destinada y confiada. La Iglesia ha debido, en repetidas ocasiones, defender la bondad de la creación, comprendida la del mundo material (Cfr. DS 286; 455-463; 800; 1333; 3002)”.6 Queda en claro que el hombre no es sólo una parte del mundo creado, sino el vicario de Dios en la misma, y por ende aquel a quien la misma está destinada. El hecho de que la creación sea un don primigenio de Dios para el hombre le da toda una intencionalidad que no puede percibir quien solo ve la facticidad material de las cosas existentes. Es la diferencia entre unas cuantas notas musicales sueltas, que pueden volverse eventualmente incomprensibles y desafinadas, y una sinfonía en la cual todo tiene su sentido, lugar y tiempo. Esta es la primera cosa que debe considerarse a la hora de plantear una correcta ecología. Se trata de una ecología de la creación, que recibe su consistencia precisamente por el hecho de haber surgido del amor creador, de las manos del Padre, de la sabiduría del Hijo, de la fuerza del Espíritu. Este amor sinfónico, reflejado de modo grandilocuente en las obras de la 6 CCE, N° 299. 190 creación será la clave para descubrir el sentido y la belleza de la misma, al mismo tiempo que su dinámica, su lógica interna. Perdida esta clave, el cosmos fácilmente termina comparado a un gran almacén en el cual las cosas pueden ser desproporcionadamente valorizadas en función de parámetros “cuantitativistas” (hay mucho o hay poco), que son casi como una aplicación particular de la ley de oferta y demanda, cuya lógica no pocas veces muestra hasta extremos ridículos su arbitrariedad: salvar a todo costo las ballenas, incluso con actos terroristas de sabotaje, mientras proliferan en todo el mundo las clínicas (y los barcos) para realizar abortos.7 El CCE dice también una palabra acerca de aquellos aspectos en los cuales la economía divina puede volverse un poco más intrincada. Es un punto muy importante sobre todo porque dará abundante luz a la hora de comprender el problema del sufrimiento y el mal: “La creación tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió plenamente acabada de las manos del Creador. Fue creada ‘en estado de vía’ (‘In statu viae’) hacia una perfección última todavía por alcanzar, a la que Dios la destinó. Llamamos divina providencia a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su creación hacia esta perfección”.8 Exponiendo la creación del cielo y la tierra,9 inmediatamente después de la parte sobre los ángeles, el CCE se ocupa del mundo visible, enumerando una serie de afirmaciones fundamentales acerca del mismo: “Dios mismo es quien ha creado el mundo visible en toda su riqueza, su diversidad y su orden. La Escritura presenta la obra del Creador simbólicamente como una secuencia de seis días ‘de trabajo’ divino que terminan en el ‘reposo’ del día séptimo (Gn 1, 1-2,4). El texto sagrado enseña, a propósito de la creación, verdades reveladas por Dios para nuestra salvación (cf DV 11) que permiten ‘conocer la naturaleza íntima de todas las 7 Baste pensar en la increíble situación que motivó una protesta de los obispos franceses en un enérgico documento en septiembre de 2003 (“Las violencias hacia las mujeres”): “En la Francia de hoy, ¿será menos arriesgado pegar a la propia mujer que al perro?”, se preguntan los siete miembros de la Comisión episcopal, al constatar que en la amnistía concedida tras las elecciones presidenciales de 2002 las condenas por violencia conyugal fueron canceladas, mientras que el perdón no se aplicó a los actos de crueldad contra los animales... 8 CCE, N° 302. En el CCE, la presentación de la Divina Providencia introduce el tratamiento del escándalo del mal, que constituye una página magistral por el modo de tratar el tema. Insisto en que para una lectura complexiva del tema es muy importante leer toda esta parte (particularmente los Nros. 309 a 314, que he citado y comentado al final del capítulo I del presente trabajo) en paralelo con los nros 272-274. Es una pena que en la redacción del CCE no se haya incluido esta cross-reference. 9 Cfr. Iª parte, segunda sección, cap. primero, párrafo 5. 191 criaturas, su valor y su ordenación a la alabanza divina’ (LG 36)”.10 Rescato, a modo de corolarios, algunas afirmaciones fundamentales del CCE (que allí se encuentran convenientemente desarrolladas): Nada existe que no deba su existencia a Dios creador (N° 338). Toda criatura posee su bondad y perfección propias (N° 339) La interdependencia de las criaturas es querida por Dios (N° 340) La belleza del universo: el orden y la armonía del mundo creado derivan de la diversidad de los seres y de las relaciones que entre ellos existen (N° 341). La jerarquía de las criaturas está expresada por el orden de los "seis días", que va de lo menos perfecto a lo más perfecto (N° 342). El hombre es la cumbre de la obra de la creación. El relato inspirado lo expresa distinguiendo netamente la creación del hombre y la de las otras criaturas (cf Gn 1, 26) (N° 343). Existe una solidaridad entre todas las criaturas por el hecho de que todas tienen el mismo Creador, y que todas están ordenadas a su gloria (N° 344). El Sabbat, culminación de la obra de los "seis días" (N° 345). Con el trasfondo de estos corolarios, es más fácil comprender la creación bajo la categoría de alianza: “En la creación Dios puso un fundamento y unas leyes que permanecen estables (cf Hb 4, 3-4), en los cuales el creyente podrá apoyarse con confianza, y que son para él el signo y garantía de la fidelidad inquebrantable de la Alianza de Dios (cf Jr 31, 35-37, 33, 19-26). Por su parte el hombre deberá permanecer fiel a este fundamento y respetar las leyes que el Creador ha inscrito en la creación”.11 Por eso no es extraño, ni responde a una visión fundamentalista de lo existente, que el hombre, apoyado e inspirado en la creación, se lance hacia la cima del descubrimiento amoroso y adorante del creador. Por eso este párrafo del CCE se cierra introduciendo la dimensión cultual como estrictamente inscrita en la dinámica misma de la creación: “La creación está hecha con miras al Sabbat y, por tanto, al culto y a la adoración de Dios. El culto está inscrito en el orden de la creación (cf Gn 1, 14). ‘Operi Dei nihil praeponatur’ (‘Nada se anteponga a la dedicación a Dios’), dice la regla de S. Benito, indicando así el recto orden de las preocupaciones humanas. 10 11 CCE, N° 337. CCE, N°. 346. 192 El Sabbat pertenece al corazón de la ley de Israel. Guardar los mandamientos es corresponder a la sabiduría y a la voluntad de Dios, expresadas en su obra de creación. El octavo día. Pero para nosotros ha surgido un nuevo día: el día de la Resurrección de Cristo. El séptimo día acaba la primera creación. Y el octavo día comienza la nueva creación. Así, la obra de la creación culmina en una obra todavía más grande: la Redención. La primera creación encuentra su sentido y su cumbre en la nueva creación en Cristo, cuyo esplendor sobrepasa el de la primera (cf MR, vigilia pascual 24, oración después de la primera lectura)”.12 El hombre, que ‘en su propia naturaleza une el mundo espiritual y el mundo material’;13 más aún, que en cierto sentido sintetiza ambos mundos, como un verdadero microcosmos,14 se encuentra frente a una paradoja impresionante: despliega recursos inauditos y esfuerzos ingentes en vistas a conocer y dominar el macrocosmos; y en medida inversamente proporcional se descuida a sí mismo, su intimidad, su espiritualidad, su profundidad interior... El drama está en que este descuido condiciona severamente su actitud frente al cosmos: “El ‘dominio’ del mundo que Dios había concedido al hombre desde el comienzo, se realizaba ante todo dentro del hombre mismo como dominio de sí. El hombre estaba íntegro y ordenado en todo su ser por estar libre de la triple concupiscencia (Cfr. 1 Jn 2,16), que lo somete a los placeres de los sentidos, a la apetencia de los bienes terrenos y a la afirmación de sí contra los imperativos de la razón”.15 En el designio primigenio del Creador, la relación con Él es determinante en cuanto a la consecuente relación con todas sus criaturas se refiere. En este sentido, el “jardín de Edén” no es sólo ni es tanto un lugar paradisíaco, cuanto el fundamental paisaje interior del hombre que vive en plena comunión con el Creador, transformando con su trabajo la creación visible, que hasta el momento era toda ella un paraíso: “Signo de la familiaridad con Dios es el hecho de que Dios lo coloca en el jardín (Cfr. Gn 2,8). Vive allí ‘para cultivar la tierra y guardarla’ (Gn 2,15): el trabajo no le es penoso (Cfr. Gn 3,17-19), sino que es la colaboración del hombre y de la mujer con Dios en el perfeccionamiento de la creación visible”.16 12 CCE, Nros. 347-349. CCE, N° 335. 14 Esta idea del hombre como microcosmos se encuentra ya presente en algunos Padres de la Iglesia. Creo que la idea es más fuerte que la expresada por el CCE, en la cual sólo se constata que “une” ambos mundos. Los cristianos hemos descuidado esta bella intuición, de la cual ahora solo hablan algunas sectas orientaloides y eventualmente la new age. 15 CCE, N° 377. 16 CCE, N° 378. 13 193 Este contexto de fondo permite plantear una “ecología integral”, no retaceada17 ni manipulada en función de dogmatismos ideológicos o socio-políticos, sino una auténtica ecología, con presupuestos e implicancias de carácter filosófico y teológico, que no reniegue de sus raíces (creación) ni de su futuro (cielos nuevos y tierra nueva).18 En definitiva, una ecología con buenos cimientos, no un capricho cultural, una moda o una imposición arbitraria de grupos de poder...19 Una ecología que se nutra de una profunda teología sobre la creación. Creo que desde esta perspectiva el discurso de la ecología posee una lógica y una trabazón interna que no posee ese tipo de ecologismo que idolatra el planeta, y que está minado de ambigüedades, contradicciones e incoherencias. Cito como un simple ejemplo tres intervenciones del Papa Juan Pablo II: 1) Antes de rezar el Ángelus, el mediodía del 10 de noviembre de 2002, el Papa dijo a los peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro a propósito de la Jornada de Acción de Gracias, promovida por la Confederación Nacional de Agricultores (Italia): “La custodia de la creación es un compromiso del que todos deben sentirse responsables. Es necesario un auténtico cambio cultural: de la explotación indiscriminada de los recursos hay que 'convertirse' a la administración responsable de los bienes que la creación nos ofrece”. “Donde el mundo no es visto como la creación de Dios, tampoco puede llegar a ser visto el drama del pecado como la voluntad de no tener por verdadera la condición de criatura”. SCHÖNBORN CHRISTOPH, Esbozo de la doctrina cristiana del pecado original, en Communio 2 (1994), p. 34. 18 Importa recordar que toda la creación participa de la necesidad de salvación que tiene la persona humana. Éste es un tema bíblico, ricamente desarrollado por San Pablo en la Carta a los Romanos (Cfr. cap. 8 (particularmente vers. 18 y ss.). Un ecologismo exacerbado y autosuficiente puede esconder la errónea convicción de una auto-salvación que depende exclusivamente del esfuerzo humano. “Comprender la fe cristiana en clave de salvación es percibir que el ser humano no sólo tiene una necesaria e insoslayable referencia a Dios en virtud de la creación y de poseer un ser precario que no se explica por sí mismo ni en cuanto a su origen ni en cuanto a su finalidad, sino que esa referencia a Dios en virtud de la creación se duplica – valga la expresión como aproximación -, en virtud de una segunda referencia, tan insoslayable como la primera, y que es la de la salvación. Si los símbolos de la fe comienzan con el reconocimiento del Padre como Creador, todos desarrollan también la misión del Hijo como Salvador y todos ven en el Espíritu Santo al que sostiene y acompaña a la Iglesia dándole vida, especialmente a través de los sacramentos. Si la idea de salvación desaparece del horizonte de la fe del creyente, queda profundamente falseada su relación con Dios”. MEDINA ESTÉVEZ JORGE, El significado y el papel del Catecismo de la Iglesia Católica para la teología sistemática, en Seminarium 33 (1993), p. 197. 19 O, en palabras de Juan Pablo II, un “vago ecologismo superficial” (cfr. cita en la p. 197). 17 194 El Santo Padre recordó también que las Naciones Unidas habían declarado el 2002 “Año de la Montaña”. “Las montañas -dijo- son siempre capaces de fascinar el ánimo humano, hasta el punto de que son consideradas en la Biblia como un lugar privilegiado para el encuentro con Dios. De este modo se convierten en el símbolo de la elevación del ser humano al Creador. Sin embargo, las montañas no son solo lugares de descanso y de vacaciones: para muchas personas son el ambiente del esfuerzo cotidiano, afrontado a menudo en la soledad y aisladamente. Las montañas son un patrimonio de todos, y deben ser respetadas, amadas y atentamente salvaguardadas por todos. Se trata de un bien común cuya integridad es preciosa para toda la humanidad".20 2) En esta misma dirección - Juan Pablo II tiene un magisterio más que interesante sobre el tema - recordaba hace poco tiempo que la historia, la creación y la revelación son lenguajes de Dios.21 Se trata de “dones de su amor diferentes, pero convergentes” aclaró. “Como se ve en la vicisitud del pueblo de Israel narrada por el salmo, Dios habla a través de la historia - constató el Papa - pero lo hace también con otros lenguajes, como es el de la creación”. La composición bíblica dibuja una poética escena invernal, en la que la nieve es comparada a la lana, la escarcha al polvo del desierto, el granizo a migajas de pan echadas al suelo, y se asiste con maravilla a la fuerza del hielo que bloquea el crecimiento de la vegetación. Este “cuadro invernal que invita a descubrir las maravillas de la creación” se hace todavía más elocuente, cuando reaparece la primavera: “el hielo se deshace, el viento caluroso sopla y hace discurrir las aguas, repitiendo así el perenne ciclo de las estaciones y, por tanto, la misma posibilidad de vida para hombres y mujeres”. “Por tanto - explicó el Papa -, el Señor actúa con su Palabra no sólo en la creación, sino también en la historia. Se revela con el lenguaje mudo de la naturaleza, pero se expresa de manera explícita a través de la Biblia y a través de su comunicación personal por medio de los profetas y en plenitud por medio del Hijo”. “Por este motivo todos los días debe elevarse hacia el cielo nuestra alabanza. Es nuestro gracias, que florece desde la aurora en la oración de Laudes para bendecir al Señor de la vida y de la libertad, de la existencia y de la fe, de la creación y de la redención”. 20 VATICAN INFORMATION SERVICE (VIS) http://www.vatican.va/news (11/XI/2002). Meditación durante la audiencia general del 20 de agosto de 2003 en Castel Gandolfo, sobre el Salmo 147. En http://zenit.org (20/VIII/2003). 21 195 3) El Papa pidió superar el ecologismo vago y superficial con la contribución de la fe.22 El Santo Padre hace este llamamiento en el mensaje que envió a los veinte mil jóvenes miembros de la Asociación de scouts y guías católicos de Italia (AGESCI), acompañados por cerca de tres mil voluntarios. “Quisiera recordar uno de los temas formativos que más os interesan, es decir, la importancia que debe revestir la profundización continua de la fe, valorizando el amor y el respeto a la naturaleza. Se trata de una tarea que hoy se impone con urgencia a todos, pero que los scouts viven desde siempre, impulsados no por un vago ‘ecologismo’, sino por el sentido de responsabilidad que deriva de la fe. En efecto, la salvaguardia de la creación es un aspecto fundamental del compromiso de los cristianos en el mundo. Donde todo habla del Creador y de su sabiduría, desde las majestuosas montañas hasta los encantadores valles llenos de flores, aprendéis a contemplar la belleza de Dios, y vuestra alma, por decirlo así, ‘respira’, abriéndose a la alabanza, al silencio y a la contemplación del misterio divino. Cuando Jesús llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan al monte Tabor, ciertamente pudo admirar con ellos el panorama de Galilea que se disfruta desde allí. Pero, obviamente, no era ese su objetivo principal. Quería hacer partícipes a sus discípulos de su oración y mostrarles su rostro glorioso, para prepararlos a afrontar la dura prueba de la pasión. Con las debidas proporciones, éste debería ser el objetivo de los grupos de scouts cristianos. Estas experiencias favorecen una significativa experiencia de Dios, de Jesús y de la comunión fraterna y preparan para la vida, para fundar vuestros proyectos más importantes en la fe y para superar las crisis con la luz y la fuerza que vienen de lo alto”. 2 – Ecología y “Economía” Después de haber planteado, con algunas pinceladas teológicas, la creación (que implica y supone permanentemente al Creador) como el horizonte preciso y concreto sobre el cual debe necesariamente apoyarse toda consideración acerca del sentido, el significado y el “modo de administrar” el mundo, se puede plantear una ecología con buenas raíces. Un primer paso, imposible de obviar (dada la ambigüedad reinante), es clarificar qué se entiende por ecología: “Como es bien 22 Mensaje enviado a la asociación de scouts católicos de Italia. En http://zenit.org (21/VIII/2003). 196 conocido, la palabra Ecología proviene del griego oikos y logos (discurso sobre el ambiente, sobre la casa), e indica genéricamente el estudio de las leyes que caracterizan las mutuas relaciones entre los diversos organismos vivientes. De manera especial las condiciones bajo las cuales se desarrolla la vida del hombre. [...] Juan Pablo II reconoce en la preocupación ecológica uno de los signos sociales y culturales más positivos y relevantes de la hora presente”.23 Cuando Juan Pablo II previene contra un “vago ecologismo superficial” está muy lejos de despreciar la preocupación y el interés por la ecología en nuestro tiempo. Por el contrario, en una Audiencia General, el Papa llamó - en palabras que ponderadas en todo su peso poseen gran fuerza - a una conversión ecológica: “Especialmente en nuestro tiempo, el hombre ha devastado sin dudarlo llanuras y valles boscosos, ha contaminado aguas, ha deformado el hábitat de la tierra, ha hecho irrespirable el aire, ha trastornado los sistemas hidro-geológicos y atmosféricos, ha desertizado espacios verdes, ha establecido la industrialización salvaje, humillando - por usar una imagen de Dante Alighieri (Paraíso, XXII, 151) - ese huerto que es la tierra, nuestra morada [...] Es necesario estimular y apoyar la conversión ecológica que, en estas últimas décadas, ha hecho a la humanidad más sensible con respecto a la catástrofe hacia la que se estaba encaminando. No está sólo en juego una ecología física, atenta a tutelar el hábitat de los diferentes seres vivientes, sino también una ecología humana, que haga más digna la existencia de las criaturas, protegiendo el bien radical de la vida en todas sus manifestaciones y preparando a las generaciones futuras un ambiente que se acerque más al proyecto del Creador”.24 El CCE, que ofrece el mejor de los fundamentos para una buena ecología, menciona la palabra sólo una vez, en un contexto que vale la pena considerar: “Los responsables de las empresas ostentan ante la sociedad la responsabilidad económica y ecológica de sus operaciones (CA 37). Están obligados a considerar el bien de las personas y no solamente el aumento de las ganancias. Sin embargo, estas son 23 BERZOSA MARTÍNEZ RAÚL, voz Ecología, en Diccionario de Pastoral y Evangelización, San Pablo, Madrid 2001, p. 349. 24 Audiencia general del el 16 de enero de 2001. En http://zenit.org (16/I/2001). 197 necesarias; permiten realizar las inversiones que aseguran el porvenir de las empresas, y garantizan los puestos de trabajo”.25 La ecología tiene que ver con la vida en Cristo (III parte): se trata de una cuestión con inevitables consecuencias morales, pero que hunde sus raíces tanto en la fe como en la celebración de la misma, como ya se ha evidenciado con meridiana claridad en el primer punto de este capítulo. La responsabilidad ecológica, como la llama el texto, recae evidentemente en modo desigual sobre los miembros de la sociedad. Los políticos, los empresarios y en general quienes tienen más responsabilidad en la gestión de la cosa pública tienen al respecto una parte mucho más grave e importante. Al mismo tiempo, situarla en el contexto del VII mandamiento implica hacer de la misma una cuestión de justicia, y no una especie de “plus”, casi como un pequeño lujo de almas espiritualmente más sensibles. Desmenuzando los pormenores de este mandamiento, el CCE habla del respeto a la integridad de la creación,26 en una página de oro en la que no se descuida mencionar explícitamente la razonable atención a los animales y las plantas. 25 N° 2432. El respeto de la integridad de la creación (Nros. 2415 - 2418): “El séptimo mandamiento exige el respeto de la integridad de la creación. Los animales, como las plantas y los seres inanimados, están naturalmente destinados al bien común de la humanidad pasada, presente y futura (cf Gn 1,28-31). El uso de los recursos minerales, vegetales y animales del universo no puede ser separado del respeto a las exigencias morales. El dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos no es absoluto; está regulado por el cuidado de la calidad de la vida del prójimo comprendidas las generaciones venideras; exige un respeto religioso de la integridad de la creación (cf CA 37-38). Los animales son criaturas de Dios, que los rodea de su solicitud providencial (cf Mt 6,16). Por su simple existencia, lo bendicen y le dan gloria (cf Dn 3,57-58). También los hombres les deben aprecio. Recuérdese con qué delicadeza trataban a los animales S. Francisco de Asís o S. Felipe Neri”. “Dios confió los animales a la administración del que fue creado por él a su imagen (cf Gn 2,19-20; 9,1-4). Por tanto, es legítimo servirse de los animales para el alimento y la confección de vestidos. Se los puede domesticar para que ayuden al hombre en sus trabajos y en sus ocios. Los experimentos médicos y científicos en animales son prácticas moralmente aceptables, si se mantienen dentro de límites razonables y contribuyen a curar o salvar vidas humanas”. “Es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y gastar sin necesidad sus vidas. Es también indigno invertir en ellos sumas que deberían más bien remediar la miseria de los hombres. Se puede amar a los animales; pero no se puede desviar hacia ellos el afecto debido únicamente a los seres humanos”. 26 198 Es importante destacar - creo que el hilo conductor de lo hasta aquí razonado lo ha mostrado suficientemente - que esta relación de la ecología con la fe no es ni antojadiza ni fundamentalista. Precisamente en el tratamiento de este mismo mandamiento se encuentra la justificación de la doctrina social de la Iglesia, que obviamente tampoco es politiquería o indebido intervencionismo, sino la fe y sus consecuencias aplicadas a la vida social y política.27 El tema se vuelve siempre más claro cuando se repasa con atención el magisterio del Papa del Catecismo, que ha expresado claramente (y repetidamente) su preocupación por los temas ecológicos. En su mensaje para el Día Mundial de la Paz de 1990 observaba que “hay una creciente preocupación porque la paz en el mundo no sólo se amenaza a través de la carrera de armamentos, los conflictos regionales y las continuas injusticias entre las personas y las naciones, sino también por una falta del respeto debido a la naturaleza, por la depredación de los recursos naturales y un declinar progresivo en la calidad de vida”. La teología, la filosofía y la ciencia, observaba el Papa, “todas hablan de un armonioso universo, de un ‘cosmos’ dotado de su propia integridad, de un interno y dinámico equilibrio. La raza humana está llamada a explorar este orden, para examinarlo con el debido respeto y hacer un uso de él que salvaguarde su integridad. Hace notar además que los problemas ecológicos son a menudo debidos a la avaricia y egoísmo, que “son contrarios al orden de la creación, un orden que se caracteriza por la mutua interdependencia”. Cuidar la ecología debería conducir a la sociedad a lanzar “una seria mirada a su estilo de vida”, afirmaba el Papa. “En muchas partes del mundo la sociedad se da a la satisfacción inmediata y al consumismo mientras permanece indiferente al año que éstos causan”. Esta preocupación del Papa es mucho más profunda que la preocupación de los ecologistas por prohibir a los derrochadores de gasolina. El problema ecológico “no es simplemente económico y tecnológico; es moral y espiritual”, sentencia la declaración sobre temas CCE, N° 2420: “La Iglesia expresa un juicio moral, en materia económica y social, ‘cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas’ (GS 76,5). En el orden de la moralidad, la Iglesia ejerce una misión distinta de la que ejercen las autoridades políticas: ella se ocupa de los aspectos temporales del bien común a causa de su ordenación al soberano Bien, nuestro fin último. Se esfuerza por inspirar las actitudes justas en el uso de los bienes terrenos y en las relaciones socioeconómicas”. En este mismo contexto magisterial se encuentran palabras sobre el capitalismo y el comunismo (N° 2425), el trabajo humano (N° 2427), el salario justo (N° 2434), la huelga (N° 2435), la justicia y solidaridad entre las naciones (Nros. 2437 a 2442) y el amor a los pobres (Nros. 2443 a 2449), por nombrar algunos temas siempre candentes... 27 199 ecológicos firmada por el Papa y el patriarca de Constantinopla el 10 de junio de 2002.28 Allí mismo se afirma: “Una genuina conversión en Cristo nos permitirá cambiar la forma en que pensamos y actuamos. Debemos ser humildes, reconociendo los límites de nuestro poder, conocimiento y juicio. Se necesitan una nueva postura y una nueva cultura, basadas en la centralidad de la persona humana dentro de la creación e inspiradas por el comportamiento medioambientalmente ético que proviene de nuestra triple relación con Dios, con nosotros mismos y con la creación”.29 Si el problema ecológico no es meramente económico y tecnológico, sino sobre todo moral y espiritual, según afirma el Papa, entonces quiere decir que es un problema que debe ser inscrito en el marco de una “economía” mucho más amplia y sobre todo mucho más integral que la sola economía del mercado: la de la Salvación. De este modo, de las fuentes de una fe que se renueva sin cesar, puede surgir una nueva conciencia ecológica: creyente (y por lo tanto más profunda), centrada en las Personas divinas y - en lógica coherencia - verificándose de cara a las personas humanas, inspiradora de múltiples y ricos valores, abierta a un diálogo siempre enriquecedor. 3 – Pantocrátor versus panteísmo. Una ecología desgajada del concepto de creación es una ecología que, cortando las amarras que la ligan a la trascendencia, queda cerrada en sí misma, con el riesgo de idolatrar el mundo material, y transformarse a sí Documento conocido como “Declaración de Venecia”. En http://zenit.org (11/VI/2002). En el pasado, algunos críticos del cristianismo han afirmado que su enfoque en la persona humana conduce a una indeferencia hacia el medioambiente. Esta afirmación, además de ignorar groseramente la hagiografía cristiana (baste pensar en San Francisco de Asís), no da cuenta del magisterio de la Santa Sede. Cito como ejemplo la alocución a la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible del 2 de septiembre de 2002 en Johannesburgo, en la que el arzobispo Renato Martino, que encabezaba la delegación de la Santa Sede, establecía: “Poner el bienestar humano en el centro de la preocupación por el medio ambiente es actualmente la forma más segura de salvaguardar la creación. Promover la dignidad humana conducirá a defender el derecho al desarrollo y también el derecho a un medio ambiente sano. La defensa de estos derechos estimulará, a su vez, la responsabilidad del individuo hacia sí mismo, hacia los demás, hacia la creación, y en última instancia hacia Dios. Esta responsabilidad implicará también la práctica de la solidaridad global. Esta solidaridad entre los pueblos implica promover el bien común y estar atentos a las necesidades de los demás”. En http://zenit.org (3/XI/2002). La enseñanza de la Iglesia, por lo tanto, no estipula qué clase de automóvil debemos conducir. Pide mucho más que eso. Pide que defendamos una genuina ecología humana, basada en la humildad y el respeto por Dios y la creación. A su vez, cada individuo debe responder en su propia conciencia lo que esto significa para su estilo de vida. 28 29 200 misma en una “religión”, con sus propios postulados de fe, su cuidadísima “liturgia” hecha de equilibrios defendidos, ecosistemas protegidos y protestas (que van desde las denuncias a los boicots), su propio estilo de vida y sus “oraciones”... Detrás de muchas expresiones aparentemente de pueril inocencia no pocas veces se esconde el craso panteísmo - más supuesto que declamado - de una concepción en la cual de hecho la naturaleza se identifica con Dios. “Mientras la modernidad ha visto surgir y afirmarse la crítica de la religión, la post-modernidad ha visto más bien afirmarse un retorno inédito de los “sagrado”, en formas nuevas y todas para estudiar”.30 Es por eso particularmente importante, incluso urgente, que la ecología sea iluminada por una adecuada catequesis sobre la creación. El CCE no ahorra palabras a la hora de hablar de la importancia que la misma reviste: “La catequesis sobre la Creación reviste una importancia capital. Se refiere a los fundamentos mismos de la vida humana y cristiana: explicita la respuesta de la fe cristiana a la pregunta básica que los hombres de todos los tiempos se han formulado: "¿De dónde venimos?" "¿A dónde vamos?" "¿Cuál es nuestro origen?" "¿Cuál es nuestro fin?" "¿De dónde viene y a dónde va todo lo que existe?" Las dos cuestiones, la del origen y la del fin, son inseparables. Son decisivas para el sentido y la orientación de nuestra vida y nuestro obrar”.31 También en este campo se verifica que quien, por el motivo que sea, no cree en Dios, termina creyendo en todo... y en nada. “Ya son numerosos los estudios dedicados a este inédito retorno de lo sagrado a la civilización postmoderna. Para autorizados estudiosos, ‘el despertar de lo sagrado es hoy la última manifestación del proceso secularizante, y el carácter individualístico-fragmentario de los nuevos movimientos espirituales confirmaría su carácter ‘residual’ frente a la autentica religiosidad’32, indicando en general el nacimiento de un tipo de 30 MURA GASPARE, Dal moderno al postmoderno: sfide e prospettive, en Aquinas 41(1998), p. 572. El autor habla también de un “politeísmo” de las diversas confesiones religiosas, de los valores, de las verdades, en cuyo contexto se sitúa el reciente retorno al paganismo, entendido como tolerancia de un “pantheon” que acoge todas las religiones, de tal modo que “politeísmo” contra “monoteísmo” significa hoy “politeísmo de los valores” y de las “verdades” (Cfr. p. 573). 31 CCE, Nº 282. 32 VANZAN PIERSANDRO, Crisi della modernità e ambiguo ritorno del sacro, en La Civiltà Cattolica 146.IV (1995) p. 53. 201 religiosidad que es en realidad una transreligiosidad, porque se sitúa decididamente fuera de las iglesias institucionales, de los dogmas y de morales definidas; y el fenómeno de la New Age, con su sincretismo, aparece en este contexto como uno de los mas representativos de esta religiosidad post moderna. De aquí nacería el propósito, de parte de algunos teólogos, de proponer desde la parte cristiana una religiosidad que prescinda del carácter personal de un Dios trascendente, y se confíe mas bien, análogamente a las tendencias emergentes, a ‘lo divino’, tan semejante al neutro ‘to teion’ del pensamiento presocrático. Pero lo ‘sagrado postmoderno’ es un fenómeno amplio, que implica literatura, arte, cine, sumergiendo la sensibilidad contemporánea en un nuevo tipo de precomprensión de las temáticas religiosas tradicionales”.33 “Pantocrátor”... La expresión griega bíblica para designar al “Todopoderoso”, tiene también insoslayables matices litúrgicos: basta entrar a una iglesia bizantina y situarse debajo de la cúpula que preside la imagen 33 MURA GASPARE, a.c., pp. 576-577. El autor cita aquí a continuación dos ejemplos emblemáticos de este fenómeno, uno de la literatura y el otro del cine, que me parece oportuno y útil transcribir aquí: “En el romance best-seller mundial El Alquimista, el brasileño Paulo Coello narra, con un lenguaje de rebuscada simplicidad, la historia de una iniciación interior, bajo la metáfora de un largo viaje que el joven Tomás debe hacer para alcanzar primero un lejano maestro de sabiduría y, al final, el amor de sus sueños de adolescente, la bella Fátima. Se trata de una verdadera iniciación espiritual, dentro de un clima religioso descrito en términos de ‘seguimiento de la propia leyenda personal’, porque la vida pertenece a quien tiene el coraje de seguir la propia leyenda o bien el sueño que nace con nosotros; ‘seguir el propio corazón’ (como suena el título del otro best-seller mundial, el romance de nuestra Tamaro), porque todo hombre tiene un puesto irrepetible en el mundo; ‘cumplir la gran obra’, ‘sumergirse en el alma del mundo’, ‘atravesar el desierto’, pero ‘encontrar a Dios dentro de sí’, confiarse ‘a los sueños que son realidad’, como el sueño de Fátima, etc., todo esto representa el ideal de un hombre en los umbrales de un nuevo milenio. El elemento religioso está dado por un ‘divino’ identificado con la naturaleza, el amor, la vida, el corazón, la libertad en la elección del propio destino, porque en el seguimiento de todo esto consiste la iniciación, entendida como camino de salvación a través de un recorrido de conocimiento interior, de despertar de la conciencia. A este elemento lo reencontramos también en un reciente film de éxito, Contact, que cuenta la realización del sueño de la Doctora Eleanor, contra todas las confesiones religiosas representadas por las iglesias, de poder alcanzar las orillas donde viven los difuntos simplemente aplicando la teoría de la relatividad del espacio y del tiempo, porque el mundo del más allá no es otra cosa que una dimensión desconocida para nosotros de nuestro mismo universo. En este film la reproposición en las formas de la fantaciencia de una visión mitológica del universo y de su consecuente sacralización - y la fascinación por la mitología es uno de los elementos fuertes de la sensibilidad religiosa postmoderna - toma violentamente la revancha sobre el logos que había sido la matriz primera de la metafísica y después de la ciencia occidental”. Ibídem., p. 577. 202 del Cristo Pantocrátor para experimentar la omnipotencia de Dios no sólo como un atributo que se reconoce, sino como una realidad salvífica que se confiesa con gozo y estupor, con la íntima convicción de que el mundo, el sentido y el orden del mismo, están efectivamente en las manos del Señor. La contemplación litúrgica del Pantocrátor, la celebración del Viviente, hace que el creyente se sitúe evidentemente de un modo totalmente original ante la realidad de todo lo creado: la ecología en clave cristiana no es una ecología corregida o aumentada: el mundo es un don precioso, salido de las manos amorosas del Padre Creador, confiado al hombre y a su cuidado, a su sabiduría y a su contemplación... Don estupendo del cual el hombre es constituido administrador, y no tirano caprichoso...34 Los criterios de esta ecología no son sólo la utilidad, la practicidad o el mayor o menor riesgo de extinción de las especies... Basta partiendo de la mismísima Palabra de Dios - meditar el cántico de las criaturas (Cfr. Dn, 3, 51-90), o dejarse interpelar por la belleza lírica de los salmos,35 y seguir la línea invisible pero nunca interrumpida de los contemplativos de todos los tiempos36 para comprender la radical originalidad de esta ecología que brota del corazón creyente-contemplativo, antes que de las manos laboriosas-transformadoras del hombre (en el mejor de los casos), o de una imaginación acicateada por la necesidad de “creer en algo”... “Podemos aquí recordar cómo la sacralización del cosmos haya sido una característica de la religiosidad pagana y del mismo pensamiento presocrático y pre-metafísico (¿Pero los presocráticos no han sido los grandes amores de Nietzsche y de Heidegger?); y que el paganismo postmoderno, si se presenta por una parte como un paganismo post-cristiano, porque seculariza la esperanza cristiana de la salvación, de la vida después de la muerte, y de la resurrección, permanece sin embargo dentro de una divinización total del cosmos, guiada por un mito, esta vez postmoderno que da “La destrucción de la ontología en realidad ha terminado por revelar no la pérdida del ser sino la pérdida de la eternidad. El hombre postmoderno se descubre atravesado radicalmente por la ‘temporalidad’, y ni a la filosofía le es ya concedido conjugar el tiempo con la eternidad, ni a la religión regalarse la ‘vida eterna’. La palabra ‘Dios a muerto’ de Nietzsche, significará entonces que el ser y el eterno, de los cuales hasta ahora el hombre hacía depender sus valores dando un sentido a la vida, están acabados”. MURA GASPARE, a.c., p. 579. 35 De los muchos salmos que podrían aquí citarse, llamo la atención particularmente sobre uno de ellos: el último salmo (150), invitación universal a la alabanza, en el último de sus versículos, invita a alabar a Dios a todos los seres vivientes: “¡Todo cuanto respira alabe al Señor! ¡Aleluya!” (vers. 6). 36 El CCE reporta, como testimonio privilegiado, el cántico de las criaturas de San Francisco de Asís (Cfr. N° 344). 34 203 lugar a una interpretación fantástica de las más avanzadas teorías de la misma ciencia. A la ‘verdad’ como prerrogativa del logos, viene así sustituido, el ‘mito’”.37 En definitiva, el proyecto de ecología integral a la que he hecho referencia anteriormente,38 reclama como marco de situación un humanismo integral, que para ser tal debe estar inexorablemente abierto a la trascendencia. No es una cuestión de apertura espiritual, sino aún más elemental: una cuestión de honestidad intelectual, de fidelidad a la verdad, y a la irrefrenable búsqueda de la misma que el corazón humano manifiesta cuando no se lo reprime o amordaza con presupuestos materialistas o se lo droga con ideologías recalcitrantes.39 “El proyecto cultural de un humanismo integral y plenario reclama pues la conjugación de los valores del pluralismo (pluralismo de las culturas, de las democracias, de las visiones del mundo), con la verdad, que no puede ser dividida: el relativismo de la cultura postmoderna (pensamiento débil) debe comprender la necesidad de absoluto de los valores a los cuales el hombre aspira, y que no son realizables fuera de la verdad; por esto, un ulterior tratado de este ‘proyecto’ de humanismo plenario debe poder estar constituido por el reconocimiento del primado de la ética y de su orden, fuera del cual ningún valor personal o social (solidaridad) puede ser fundado o realizado; en fin, el humanismo plenario debe reconocer en Dios el fundamento de la dignidad misma del hombre”.40 MURA GASPARE, a.c., pp. 577-578. Añade incisivamente el autor: “Aquí hay una provocación para la cultura cristiana: es el regreso fuerte del mito que niega no solo el logos metafísico sino también rompe el rígido logos de la ciencia, y esto en el momento de máxima crisis de logos metafísico y de aparente triunfo de la racionalidad científica. El hombre postmoderno, parece tener necesidad de mitos - ¿Cómo no recordar las impresionantes imágenes del funeral de la princesa de Gales? - del que nuestro tiempo es avaro. La revancha del mito puede significar entonces la insustituible necesidad del hombre de interpretaciones de la existencia que escapen al poder de la racionalidad científica y de la tecnología, una necesidad que sin embargo ya no sabe encontrar el camino de una auténtica verdad religiosa”. 38 Cfr. p. 194. 39 ¿La religión opio de los pueblos? Apenas cruzado el umbral del tercer milenio, basta echar una mirada panorámica a la cultura post-moderna para comprobar que más bien el ateísmo materialista en todas sus formas (también en esa forma “light” que es el agnosticismo) es no una droga, sino un veneno mortal que más que la muerte de Dios ha sembrado la muerte del hombre. 40 MURA GASPARE, a.c., p. 581, nota al pie. 37 204 Como un anexo ilustrativo, que redondea y concluye este punto, traigo aquí a colación un testimonio que da perfectamente la pauta de cuáles son los resultados de ese cócktail fatal de diversos elementos que caracterizan la post-modernidad: sacralidad sin Dios, irracionalidad vindicativa del racionalismo precedente, religiosidad difusa reluctante de toda referencia institucional y exacerbación de los sentimientos, que quedan siempre e inmediatamente auto-justificados cuando provienen de una noción sumamente discutible de “buena voluntad”: me refiero concretamente a “La Wicca”, una nueva “brujería” que fascina a los jóvenes.41 “La Wicca es un culto neopagano que tiene su origen en el mundo anglosajón y se presenta como una especie de ‘brujería buena’. No es ni una secta ni una organización con líderes o estructuras precisas. Es simplemente una corriente de pensamiento esotérica a la que puede adherir cualquier persona sin un compromiso particular. Es una mezcla de paganismo, magia y superstición. Además, se da una veneración exagerada de la naturaleza, hasta el punto de ser divinizada y adorada. Los seguidores de la Wicca creen en la reencarnación, que consideran como una ‘evolución del alma’. Practican una serie de ritos mágicos: desde encantamientos de amor hasta ceremonias para enriquecerse o ‘atraer el dinero’. A veces, se dirigen a espíritus, entidades no físicas o divinidades paganas, como quien reza al dios astado (itifálico, patas de cabra, cuerpo velludo, cornamenta de ciervo o macho cabrio)”.42 Lamentablemente, las características de la post-modernidad predisponen “favorablemente” a los nacidos en la misma para este tipo de 41 Entre los fenómenos esotéricos citados por el reciente documento de la Santa Sede sobre la Nueva Era - “Jesucristo, portador del agua viva” -, se encuentra la Wicca, una nueva forma de brujería que está extendiéndose entre adolescentes y jóvenes en muchas partes del mundo. Extraigo aquí material y citas de la entrevista que Zenit, agencia internacional de información realizó a Carlo Climati, periodista y escritor italiano que acaba de publicar en España el libro “Los jóvenes y el esoterismo: Magia, satanismo y ocultismo: la patraña del fuego que no quema”, (Ciudad Nueva, Madrid 2003), volumen que ya es un en best-seller en Italia y en países de América Latina. Cfr. http://zenit.org (31/III/2003). 42 Ibídem. Cabe destacar que a la pregunta sobre el porqué de la presentación de la Wicca como brujería buena, Climati respondió: “Los seguidores de la Wicca dicen que no quieren el mal para nadie y que rechazan el satanismo. Sin embargo, desde mi punto de vista, la Wicca no puede ser considerado como un culto positivo. En algunos casos, propone rituales con los que se quiere ejercer poder sobre las personas. Sin embargo, los seres humanos no son marionetas que pueden ser controladas según los propios gustos. Otro aspecto negativo es el de la superstición. Los seguidores de la Wicca están convencidos de que las piedras, las hierbas, y el viento contienen particulares energías capaces de producir efectos sobre la vida cotidiana. De este modo acaban convirtiéndose en esclavos de objetos, amuletos y talismanes”. 205 falsa religiosidad. Y así sucede que la Wicca tiene éxito entre los jóvenes. Sigue diciendo al respecto Carlo Climati: “Algunas películas y telefilmes han hecho popular la Wicca. Incluso algunas revistas para adolescentes hablan de ella con frecuencia, proponiéndola como una especie de ‘religión alternativa’. Las muchachas, sobre todo, quedan fascinadas por la idea de ser ‘brujas buenas’, y utilizan los rituales de la Wicca para resolver los problemas de la vida cotidiana. Se encierran en su habitación y preparan auténticas ceremonias con velas, incienso y pequeños altares dedicados a alguna divinidad rara. Pero el riesgo que se esconde detrás de la Wicca es claro. Es la invitación a creer que existe una ‘magia buena’, una especie de ‘aliada’ para resolver los problemas de la vida de todos los días. Una vida que, en el caso de muchos muchachos, está dominada por la soledad, la ausencia del diálogo en familia, las dificultades en los estudios o en los primeros pasos en el mundo del trabajo. Cuando uno está solo es más fácil que sea víctima de la magia y la superstición. Se agarra a todo, incluso a un amuleto. La Wicca, desde mi punto de vista, encuentra terreno fértil en la vida de muchos jóvenes que con frecuencia está caracterizada por situaciones familiares difíciles, incomunicación, silencio, decepciones e incertidumbre sobre el futuro”.43 43 Ídem. El autor traza finalmente una proyección de los riesgos psico-espirituales, y eventuales líneas de acción para hacerles frente: “A largo plazo, existe el riesgo de difundir entre los jóvenes la falta de compromiso. Confían en algo ajeno a la propia vida para resolver un problema. Los muchachos renuncian a comprometerse para alcanzar un objetivo, dejando todo en manos de las presuntas ‘energías’ de algún ritual o amuleto. Es la ley del ‘quiero todo y cuanto antes’. ¿Me gusta una chica? En vez de conquistarla con simpatía y dulzura, el seguidor de la Wicca confiará en un rito mágico. ¿Tengo una duda sobre el futuro? En vez de utilizar la cabeza para encontrar una solución inteligente al problema, se abandona en brazos de la Wicca. Lo mismo sucede con los exámenes en la escuela y la universidad. Para lo cual es necesario alentar una nueva ‘cultura del compromiso’ que valore los pequeños esfuerzos de la vida cotidiana para alcanzar un objetivo particular. Si queremos conquistar a una chica, no hay que comprar un amuleto, sino regalarle un ramo de flores. Además, es oportuno promover una ‘cultura del límite’, es decir, hacer comprender a los jóvenes que no pueden tenerlo todo. Es necesario saber aceptar los propios límites. Si no logro tener el amor de un chico o de una chica, no sirve de nada recurrir a la Wicca para cambiar la situación. Debo aceptar este pequeño fracaso y volver a sumergirme en la vida de todos los días, buscando con nuevo entusiasmo el verdadero amor. Un sano redescubrimiento de la cultura del límite y del compromiso personal podría ayudar sin duda a los jóvenes a ser más fuertes, a afrontar mejor la vida, superando incertidumbres y miedos. Y sin necesidad de recurrir a las supersticiones de la Wicca”. 206 La fe en el Pantocrátor no infatúa a las personas en la clausura de un mundo imaginario surgido de una falsa religiosidad, sino que abre a la perspectiva de cielos nuevos y tierra nueva cuyo esbozo se encuentra ya la realidad presente. 4 – Conclusión: la fe en los “cielos nuevos y tierra nueva” La fe y la esperanza cristiana no se refieren sólo al más allá. Menos aún pueden quedar encerradas en una aquenidad ciega a la trascendencia. San Pablo lo enseña sin medias tintas: “Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres!”.44 Es importante comprender bien la dinámica de las virtudes teologales en general a este respecto: así como el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables, pues se trata de una misma virtud con un doble movimiento45, y así como “si alguno dice: ‘Amo a Dios’, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”,46 así también la fe y la esperanza, lejos de combatir, anular o banalizar la confianza y las esperanzas humanas, las encienden, corrigen, refuerzan, perfeccionan e iluminan con nueva luz.47 Esta comprobación debería ser al mismo tiempo una advertencia contra una búsqueda desesperada e indebida de un cierto “equilibrio” también ecológico - de un modo demasiado periférico a la realidad humana más profunda; sin comprender la interacción que de hecho existe entre el macrocosmos y el microcosmos que el la persona humana. “Con las palabras de J. Moltmann, ‘la llamada crisis del medio ambiente no es sólo una crisis del entorno natural del hombre. Es una crisis del hombre mismo. Una crisis global, irreversible, de la vida en este planeta; una crisis a la que cuadra perfectamente el calificativo de apocalíptica. No es una crisis pasajera, sino, según todos los indicios, el comienzo de la lucha por la supervivencia de la creación en esta tierra’. No es de extrañar que L. González Carvajal subraye que el desequilibrio ecológico no es una realidad originaria que pudiera 44 I Cor 15,19. Cfr. CCE, Nº 2093. 46 I Jn 4,20. 47 Es la dinámica del fundamental axioma: “La gracia supone la naturaleza... y superándola, la enriquece”. Es una constante: Dios interviene no anulando, sino potenciando la naturaleza humana que él mismo ha creado. 45 207 afrontarse directamente con medidas ecológicas. Sus raíces son culturales y consisten en el sentido que el hombre de la civilización industrial ha dado a su relación con la naturaleza. Si no ocurre una revolución en nuestro ethos cultural será inútil esperar nada de las soluciones de carácter técnico. Sufrimos por carencia metafísica, y no por déficit técnico. La fe cristiana puede poner su granito de arena en la realización de esa revolución cultural y ética, capaz de resolver la crisis ecológica”.48 Evidentemente, no se trata de no poder o no querer ver que el mundo se enfrenta a graves, gravísimos problemas ecológicos que reclaman urgente solución: J. L. Ruiz de la Peña señala estos graves problemas ecológicos como retos a resolver la contaminación ambiental, la superpoblación, la extenuación de los recursos, la carrera armamentista y la interacción conjugada de los factores anteriormente descritos.49 Pero importa comprender que se trata precisamente de decidir si las iniciativas humanas apuntarán a dar solo un poco de alivio, o a una solución de fondo... de la cual la fe, y la cosmovisión que la misma engendra no sólo no están ausentes, sino que pueden ser determinantes. “El mismo J. L. Ruiz de la Peña, ante la búsqueda de salidas a estos hechos tan graves, señala dos posturas: el pronóstico pesimista, o un replanteamiento decididamente ético. Al mismo tiempo, con gran agudeza, nuestro autor subraya que existen tres opciones o alternativas éticas: el antropocentrismo prometeico (que conduce a la destrucción de la naturaleza y del propio hombre), el cosmocentrismo panvitalista (que diviniza el cosmos y la naturaleza) y, finalmente, el humanismo creacionista cristiano, que sitúa en su justa medida quien es el hombre, que es la naturaleza y en que lugar queda el Dios de la creación. Ni el hombre ni la naturaleza, son fines en sí mismos. Mientras hablemos del hombre y de la naturaleza en un horizonte divino, están garantizados los más verdaderos y sólidos valores ecológicos. Precisamente éste es el nuevo reto: redescubrir las claves de una genuina teología y espiritualidad ecológicas. Ambas van unidas y son inseparables. Es éste , un aspecto vertiente de la espiritualidad nuevo. Hoy, las personas, no sólo buscan la perfección individual o social, sino la universal o ecológica. Conscientes que personasociedad-cosmos están unidos profundamente en el único e idéntico futuro”.50 48 BERZOSA MARTÍNEZ RAÚL, a.c., p. 350. Citado por BERZOSA MARTÍNEZ RAÚL, ibídem. 50 Ídem, pp. 350-351. 49 208 Este “replanteamiento decididamente ético” difícilmente puede venir de la sola moral, o de consideraciones deontológicas. No sólo porque un planteo puramente moral puede resultar demasiado discutible e insuficiente para una cultura relativista, sino porque este clima ya ha generado concepciones “éticas” tan peligrosas como las cosas que la misma intenta justificar: por ejemplo, una distinción entre moral y ética, en la cual la segunda prescinde ya no solo de la teología, sino incluso de la filosofía: y se reduce a poco más de un conjunto de hábitos y costumbres, en el seno del cual no hay distinción entre lo común y lo normal, ni entre el derecho y la moral. Quizás por eso mismo, y casi por “default”, el clima que se respira es el de un creciente pesimismo, permanentemente retroalimentado por exageraciones ecologistas más cercanas a la ideología que a la verdad. Por el contrario, es preciso redescubrir que en ningún campo (y por ende tampoco en este) la salvación del hombre puede provenir de su sola humanidad. Es muy probable que entre todos las vertientes de las cuales se alimenta la actual notable difusión de las teorías reencarnacionistas, una de las principales sea el apenas mencionado antropocentrismo prometeico, que lo lleva a plantear la posibilidad de una salvación sólo por si mismo y a partir de sí mismo;51 y que es en realidad un fuego fatuo que marca un sendero de muerte.52 En el horizonte divino de la fe cristiana surge una ecología auténtica y sólida, libre de ambigüedades e ideologías,53 capaz de fundamentar la ecología en el marco amplio de un humanismo cristiano: “Sin dudas, hoy en el debate teológico, desde la vertiente ecológica se ha logrado resaltar la ambigüedad de la técnica y el progreso y las claves bíblicas del tema: aunque la naturaleza no sea divina, tampoco es un puro fenómeno. La naturaleza creada es la casa del 51 Cfr. SCHÖENBORN CHRISTOPH, El desafío de la reencarnación en Criterio 2057 LXIII (1990), pp. 515-518. 52 “El patrimonio cristiano más desconocido es su doctrina salvífica”. GELABERT MARTÍN, Consideraciones en torno al Catecismo de la Iglesia Católica, en Teología Espiritual 37 (1993), p. 12. 53 “... El tema del ecologismo se inscribe dentro de los denominados ‘nuevos movimientos sociales’. Es decir, los que llevan las siglas de ‘pacifismo, antimilitarismo, verdes, antirracismo, defensa de los derechos humanos, feminismo’, etc. Estos nuevos movimientos denuncian la cultura y crisis de la modernidad y piden un cambio de política: no sólo basada en palabras, sino en acciones hasta llegar a hacer realidad ‘una humanidad libre y justa sobre una tierra habitable’. Digamos que estos nuevos movimientos formarían la denominada ‘nueva izquierda’ que, renunciando a una cosmovisión de la realidad, fija su atención en campos o fragmentos de esa misma realidad que pretende cambiar. Como todo movimiento social, en palabras de J. M. Mardones, ‘no están libres de ambigüedades ni aún de desviaciones’”. BERZOSA MARTÍNEZ RAÚL, a.c., p. 351. 209 hombre (oikós) y su medio para realizarse y vivir individual y colectivamente. La responsabilidad ecológica debe alargarse en clave ética o moral para respetar la realidad auténtica del ser humano, los derechos de la naturaleza y el sentido primigenio de la obra de Dios Creador”.54 La riqueza exuberante de la espiritualidad cristiana es capaz de ofrecer - y este debería ser sin duda un signo de los tiempos - una espiritualidad en clave ecológica. Una espiritualidad capaz de encarnar la dinámica que caracteriza las virtudes teologales, y la vida cristiana en general; el Cielo, como patria beata, plena y definitiva que espera después de la muerte, lejos de provocar indiferencia o desprecio por este mundo, como etapa simplemente provisoria, mueve el corazón del creyente, que intuye que ya en este mundo “crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo” (Cfr. GS 3,39). Cito aquí una página que me parece de oro en función de una espiritualidad ecológica cristiana: “‘Para los cristianos, la naturaleza creada participa, lo mismo que el hombre de la dimensión de creaturalidad, y junto con el hombre sufre, goza y espera la revelación final de los hijos de Dios’. Estas palabras de F.D. Agostino nos sirve de introducción y clave de bóveda a la hora de señalar algunas líneas de fuerza en lo que puede llamarse una espiritualidad cristiana en clave ecológica. Esta espiritualidad debe tener como punto de partida, al menos tres criterios irrenunciables: - la creación como sacramento y obra de Dios (opus Dei), y la persona humana en Cristo, como culminación e imagen de Dios (imago Dei). - la creación, distorsionada por el pecado, como vocación y tarea desde la nueva creación y el nuevo Adán (imago Christi). - la recreación y glorificación escatológica (gloria Dei). O, parafraseando a D. Agostino, si es verdad que la creación es el espejo donde el Dios vivo se mira y el hombre es el microcosmos, en el que se refleja el macrocosmos, no es menos cierto que todo lo creado no se agota en sí mismo, sino que anhela y clama por su consumación en Cristo, sentido, paradigma y plenitud de lo creado”.55 Evidentemente, el desafío para el creyente es volver a sus raíces: recuperar el mundo como creación, el hombre como imagen y semejanza, la sociedad como familia de los hijos de Dios, el diálogo como permanente 54 55 Ibídem, p. 351. Ídem, p. 352. 210 desafío... En una época de tantas falsas reivindicaciones apocalípticas, es necesario reproponer una auténtica espiritualidad genesíaca: “Como forma existencial de plasmarse esta espiritualidad deberá volver, al menos a situar en primer plano estas dimensiones: - Redescubrimiento de la experiencia bíblica: memoria de la armonía, bondad y belleza de lo creado y del hombre como partner o interlocutor de la divinidad; - potenciar un ethos cristiano, que señale siempre como punto de referencia la persona, misterio y obra salvadora del Señor Jesús, el señor de la historia; - vivencia conjunta y solidaria de un crecimiento personal y social. Es el momento de pensar en clave de universalidad y de totalidad. La creación es de todos y la salvación es para todo hombre y para el hombre; - necesidad por lo mismo de una espiritualidad de la solidaridad, del amor y de la vida, traducida en micro y macro acciones. Se deben cuidar los gestos ascéticos y de compromisos, de denuncia y alternativa. Conscientes que la raíz última y profunda del desorden es el pecado y, la mejor ecología integral será la inserción en el misterio pascual de Cristo. Todos estamos llamados a responder a este reto, si bien los fieles laicos y nuestras comunidades y movimientos laicales, llamados a transformar el mundo desde dentro, adquieren en este sentido especial relevancia y responsabilidad; - espiritualidad en diálogo con todos los hombres culturas y religiones. El futuro es responsabilidad compartida. Sigue siendo necesario el diálogo ecuménico, intercultural e interreligioso, como base y garantía de un nuevo orden ético mundial”.56 Subrayaría, con el trasfondo de este rico texto, la importancia que la oración tiene en este planteo de ecología. En especial la oración que se hace precisamente a partir de la grandeza y belleza de la creación, y el Ídem, p. 353. Concluye allí el autor: “S. De Fiores habla, resumiendo lo anterior de una espiritualidad que no puede ser evasiva ni dualista, que potencia las dimensiones personales y sociales, y que debe ser, en relación al universo, creativa y unitaria. Ampliando horizontes, desde la más genuina espiritualidad cristiana, podemos hablar, también con S. Gamarra, de una espiritualidad integradora de la persona, vivida en el Espíritu, comprometida con la vida y la sociedad, gratificante y dialogante, realista y apostólica, pascual y trinitaria, de experiencia personal pero al mismo tiempo eclesial. Todo ello es posible, lo repetimos desde la inserción en le misterio total de Cristo, el Señor. Sólo desde Él, penetraremos en el sentido de la creación, en el misterio de la historia y en las profundidades de la consumación escatológica. María, la Virgen, se presenta como paradigma de criatura que ha entrado en el futuro absoluto y participado de su plenitud”. 56 211 asombro y la connatural admiración y gratitud que la contemplación de la misma provoca en el espíritu humano. Los salmos son, a este respecto, una escuela inmejorable... También aquellos que ponen de manifiesto la limitación, caducidad y fragilidad de la condición humana y su entorno vital (por ejemplo, los grandes salmos penitenciales). En todo caso, la Escritura testimonia con belleza lírica tanto el canto como los gemidos de la creación expectante.57 Es importante en este sentido recordar que toda la creación, en todos sus movimientos y expresiones, desde la tenue vida de los más insignificantes microorganismos hasta la grandiosa danza silenciosa en la cual las galaxias se expanden dilatadamente, precisamente en los labios agradecidos del hombre, se transforma en oración, que clama por una plenitud siempre mayor y más duradera... Así, la oración se transforma en un ejercicio de fe y esperanza en los “nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia”.58 También éste es un tema bíblico, que encuentra resonancias preciosas en la oración más bella, más comunitaria y más “cósmica” que pueda haber: la oración litúrgica.59 En efecto, en la liturgia, esta oración 57 Cfr. sólo por citar un par de ejemplos: salmos 103 y 64; y (nuevamente) el cap. 8 de Romanos. 58 II Pe. 3, 13. Comenta el Card. Ratzinger: “La oración es expresión de nuestra esperanza. Que recemos significa que hemos de pedir; muestra que nuestra vida y nuestro mundo son imperfectos, necesitados de una ayuda superior. Que hemos de rezar, y que podemos hacerlo, manifiesta que nos ha sido regalada una esperanza, resumida en las palabras ‘Venga tu Reino’. Cuando decimos esto rezamos por el mundo actual, pero rezamos igualmente por la vida eterna, por el mundo nuevo. Así, en la IV parte del Catecismo se expresa la armonía entre fe, esperanza y amor. Porque creemos, podemos esperar; porque creemos y esperamos, podemos amar”. RATZINGER JOSEPH, Evangelio, catequesis, Catecismo, Edicep, Valencia, 1996, pp. 1516. 59 De entre las joyas que la eucología ofrece, rescato tres expresiones que considero privilegiadas: 1- El prefacio de la Plegaria Eucarística IV: “Innumerables ángeles en tu presencia, contemplando la gloria de tu Rostro, te sirven siempre y te glorifican sin cesar. Y con ellos también nosotros, llenos de alegría, y por nuestra voz las demás criaturas, aclamamos tu Nombre cantando...” 2 - El fragmento del “Tratado sobre la oración”, de Tertuliano, que la Liturgia de las Horas propone como segunda lectura para el jueves de la tercer semana de Cuaresma (CCL 1, 273-274): toda la creación “reza” a su manera; en el hombre, la densidad de esa oración alcanza un espesor único; en Cristo que ora, alcanza su vértice absoluto. 3 - En el contexto de la Semana Santa, la primera de la oraciones de consagración del Crisma, y el Pregón Pascual (especialmente en la versión más larga) del Misal Romano, rezuman este espíritu de “oración cósmica” que en los labios del hombre encuentra su expresión culminante. 212 alcanza su Cenit... Y la casa de los hombres se transforma en la casa de Dios; y la casa de Dios empieza ya a vislumbrarse en la casa de los hombres,60 ya que en ella el Verbo plantó su tienda.61 60 Sintomática al respecto es la denominación de esa comunidad de comunidades que es la parroquia: etimológicamene, un lugar que está cercano a la casa, aunque aún no es la casa... Este “ya” pero “todavía no” expresa cabalmente la realidad de la escatología cristiana.“La exposición más desarrollada de esta faceta de la teología de la liturgia la encontramos en un contexto un tanto sorprendente: bajo el epígrafe ‘¿quién celebra?’, se describe, a partir del Apocalipsis, ‘la liturgia del cielo, donde la celebración es enteramente Comunión y Fiesta’, y se enumeran los distintos grupos que en ella participan, entre los cuales nos encontramos los que ‘celebramos el misterio de la salvación en los sacramentos’ (1136-1139)”. OÑATIBIA IGNACIO, El “Catecismo de la Iglesia Católica” en comparación con la “Sacrosanctum Concilium”, en Phase 33 (1993), p. 161. 61 Cfr. Jn. 1,14. 213 CONCLUSIÓN DE LA II PARTE Esta segunda parte desarrolla temas del CCE en los cuales se pone de manifiesto el carácter fundamental de la virtud teologal de la fe. No se trata de temas tangenciales que podrían servir sólo como una confirmación indirecta y extrínseca de ello, sino de temas tratados por el Catecismo con suficiente profundidad y claridad como para corroborar que la fe allí enseñada verdaderamente ilumina y marca el rumbo de la vida de fe. El descrédito postmoderno de la obediencia, y la incapacidad (o al menos la falta de disposición) para la escucha tienen que ver directamente con los condicionamientos que imposibilitan la fe, o la hacen superficial, inocua y vitalmente irrelevante. Lo cual equivale a afirmar que la escucha tiene no sólo un carácter propedéutico, sino que constituye una característica imprescindible de la actitud de fe. Normalmente, cuando se aborda la fe desde la perspectiva de los catecismos, se piensa casi inmediatamente en la profesión de la misma. Sin embargo, en la celebración del sacramento que es precisamente la puerta de entrada a la fe, el rito del “Efeta” no sólo toca la boca del neófito para que profese la fe, sino que - ¡e incluso antes! - toca su oído, para que sepa, pueda y quiera escuchar... Con respecto a la conversión, hay dos conclusiones que surgen de lo investigado, y que quisiera subrayar aquí: no se trata de un momento en la vida del creyente, sino de un estilo permanente, propio del creyente. no toca sólo algunas actitudes morales, sino a toda la persona, en todas sus dimensiones... Igual que la fe, con la cual en este sentido es omnicomprensiva. Por otra parte, mi estudio pone de manifiesto la conversión como un don y una oportunidad que se viven desde el sereno gozo de la fe, y no como una pesada obligación, uno de los tantos “deberes religiosos” con los que hay que cumplir. Los dos últimos capítulos, particularmente atentos al “sitz im leben” del creyente contemporáneo, descienden a lo más hondo de la concretez de la vida cotidiana (la conclusión del capítulo VI y el primer punto del capítulo VII han sido elaborados teniendo en cuenta la necesidad de cuidar esa transición). 214 Los miedos siempre han existido en el corazón humano. Pero hay miedos y miedos... He intentado señalar un abanico de variedades, apuntando especialmente a los miedos de la postmodernidad en relación a la fe. La contracara de los temores que pudiesen aparecer en relación a la fe es la incontrastable alegría que la misma suscita, y la esperanza que alimenta. Mérito indiscutible del CCE es, además de reafirmar la indisoluble unidad las virtudes teologales entre sí, situarlas en íntima conexión con el primer mandamiento, fundamento absoluto de la vida en Cristo. El capítulo dedicado a la ecología desde la fe asume uno de los temas más actuales y delicados, sobre todo si se considera que las posturas ecologistas a ultranza implican siempre una toma de posición en cuya base hay - por lo general de modo implícito, tácito y no confesado - una determinada concepción de fe. La fe cristiana no descalifica ni desprecia ninguna realidad auténticamente humana. Por el contrario, plantea una alternativa que nunca pretende ser una solución de compromiso, sino una respuesta integral. En este caso, una ecología integral, como contrapartida a un vago ecologismo superficial. 215 REFLEXIONES FINALES 1 – La virtud de la fe como relación personal con Cristo. La fe como virtud teologal fundamental deja sentado, en la presentación del CCE, un profundo cristocentrismo. Efecto de este cristocentrismo es - bien lejos de alimentar fundamentalismos - estructurar de modo sólido e inequívoco los valores y las verdades que iluminan la peregrinación del hombre por los caminos de la historia.1 Las convicciones sólidas, radicadas en lo profundo del espíritu humano, son las que dan lugar a los diálogos más profundos y enriquecedores. Por el contrario, la tarea de ideologizar (y eventualmente los lavados de cerebro, incluso los colectivos, hechos por la propaganda, de los cuales el siglo XX es pródigo en ejemplos) bloquea el auténtico diálogo, engendra temor, inseguridad y fanatismos en los cuales el interlocutor diverso es un enemigo a derrotar y eventualmente a exterminar.2 “El principio cristocéntrico tiene otra consecuencia importante en los catecismos: permite respetar la jerarquía de verdades, consintiendo proporcionar cada artículo de fe dentro del sistema de la doctrina, que ve en el centro el misterio pascual. La formulación conciliar de la jerarquía de verdades (Cfr. Unitatis Redintegratio 11) ha abierto nuevas vías al diálogo ecuménico: y puntualmente los catecismos recientes sitúan la instancia ecuménica entre las fundamentales. [...] Al introducir el CCC, Juan Pablo II afirma que el mismo ‘quiere proporcionar un punto de apoyo a los esfuerzos ecuménicos’: el resultado más evidente de este intento es la atención evidente a la pneumatología, en la cual los otros catecismos, incluso recientes, son generalmente carentes”.3 Basta un mínimo de honestidad intelectual para admitir que “la ciencia formula las preguntas, pero no aporta todas las respuestas”.4 A la hora de fundamentar toda la existencia humana, y de dar cuenta del sentido Denuncia a este respecto el Card. Poupard: “Una hipertrofia de los medios y una atrofia de los fines (Paul Ricoeur). Un prodigioso avance técnico, con éxitos más que impresionantes, está acompañado por una desaparición progresiva de certezas y valores: es la crisis del sentido”. POUPARD PAUL, Science et foi: pour un noveau dialogue, en Culture et Foi 4 (1996), p. 82. 2 Con lo cual se pone en evidencia - y señalo el tema, sin detenerme en el mismo - que detrás de cada modelo de ecumenismo, se manifiesta una determinada concepción de la fe... y del objeto de la misma. 3 CASTELLUCCI ERIO, a.c., pp. 170-171. 4 Paulo VI. Citado por POUPARD PAUL, a.c., p. 83. 1 216 de la vida (y de la muerte), la fe tiene una misión precisamente fundamental. Dejarla fuera a priori, por prejuicios antirreligiosos o por espíritu recalcitrante constituye no sólo falta de espíritu religioso, sino también falta de seriedad intelectual. “En cuanto al objeto, en sus investigaciones cada vez más especializadas y precisas, los científicos lo reconocen: las cuestiones últimas sobre el mundo y sobre el hombre competen en definitiva a la esfera de lo sagrado, de lo religioso: la búsqueda acerca de qué es el mundo alcanza a la pregunta sobre qué significa el mundo. Estos cambios progresivos y significativos - tocan a la vez al científico y al creyente, a la ciencia y a la fe. Ambas han sido remodeladas, y el diálogo ha sido transformado”.5 Si la fe es virtud fundamental, como claramente surge del CCE (que no hace otra cosa que reflejar lo mejor de la tradición cristiana de todos los tiempos) esto significa que no puede absolutamente faltar en los cimientos mismos de la construcción de una personalidad auténticamente cristiana. Pero, al mismo tiempo, he recalcado repetidamente que no hay humanismo verdadero, humanismo integral, si no está abierto a la trascendencia, a la presencia del Creador, que en Jesucristo ha dicho su definitiva Palabra. También aquí basta no dejarse embrollar por prejuicios y preconcepciones para comprender que el humanismo cristiano no es sólo una alternativa más en el vasto y difuso mercado religioso post-moderno... Y que la misma “revuelta” (me niego a llamarla revolución) racionalistaempirista que despreció la religión y la revelación en nombre de la razón o de la experiencia, es la que - por oposición - ha generado una sensibilidad exacerbada, no pocas veces irracionalista o por lo menos intelectualmente pobre y superficial, que suele repetir, con ignorante irresponsabilidad: “Todas las religiones son buenas”. La fragmentación post-moderna puede fácilmente hacer olvidar que en el fondo, el científico y el creyente, el agnóstico y el que, perdido en un confuso mar de ideas y opiniones busca la verdad, son la misma persona humana, que asume diferentes posturas frente a la insobornable presencia del Absoluto que su mismo corazón testimonia; y que el misterio (sobre el cual me he explayado generosamente) es una dimensión presente ya en su humanidad, aunque desplegará al máximo sus alas cuando la existencia humana se conjugará con el único Verbo que le da sentido (Cfr. G.S. 22). “Toda actividad científica es una actividad de la persona humana fundada sobre la búsqueda de la verdad, en definitiva sostenida por una secreta nostalgia, un profundo llamado a lo más íntimo del ser, enraizado en el corazón: la nostalgia de Dios. ‘El alma del sabio se 5 Ibídem, pp. 82-83. 217 presenta hoy inquieta, toda vez que se encuentra con las fronteras de lo desconocido y misterioso, de lo incierto y prodigioso, y así se abre más fácilmente a los valores espirituales’ (Pablo VI). La ciencia no puede eliminar la dimensión de misterio del universo. ¿Son más las respuestas o los comentarios? Cuanto más se precisa, más surge, ineluctable, la interrogación abismal: ¿Porqué? ¿Quién? Entonces, en este gran debate interdisciplinario, un interlocutor milenario reencuentra su lugar privilegiado, a menudo contestado, a veces parodiado, jamás olvidado, la Iglesia, una Iglesia también en evolución con las culturas de nuestros tiempos”.6 “Esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia...” Lo confesamos con el humilde orgullo no de quien se cree dueño de la verdad, sino todo lo contrario: depositario, y por lo tanto hecho responsable de la misma de cara a la humanidad, con una responsabilidad en la cual el servicio se llama misión: fe que se anuncia y se comparte, se testimonia con la vida y la palabra. Por eso, la fuerza de la Iglesia no es ni debería ser nunca la fuerza política, ni menos aún la militar, ni solamente cultural o social: es la fuerza de su fe, la que le da consistencia y razón de ser. La virtud fundamental del creyente es la misma que hace que la Iglesia pueda ser llamada “columna y fundamento de la verdad”.7 Sin esa fe, regalo precioso del Resucitado, garantía de la presencia de su Espíritu, la realidad más honda de la Iglesia se transforma en una pretensión petulante, la misión en imperialismo espiritual, la liturgia en una ritual coreografía y la oración en ciega expresión de la nostalgia de infinito. “Este renovarse de las religiones y de los cultos precristianos, que hoy se practica de muchas maneras, encuentra distintas explicaciones: Si no hay una verdad común, que tenga valor porque es verdadera, el cristianismo se transforma solamente en un producto importado desde el exterior, un imperialismo espiritual que es necesario sacudirse de encima como se hace con el de tipo político. Si en los sacramentos no se realiza un encuentro de todos los hombres con el único Dios viviente, los mismos se transforman en ritos vacíos de contenido, que no nos dicen y no nos dan nada, o a lo sumo nos hacen percibir lo numinoso que está presente en todas las religiones. Es más sensato buscar aquello que nos pertenece originariamente, antes que dejarnos imponer aquello que es extraño y anticuado. Pero sobre todo, si la ‘sobria ebriedad del misterio cristiano no nos puede embriagar de Dios, es necesario 6 7 Ídem, pp. 84-85. I Tim 3,15. 218 entonces evocar la ebriedad real de los éxtasis eficaces, cuya pasión nos excita y nos hace dioses al menos por un momento, nos hace sentir por un momento el gusto de lo infinito y nos hace olvidar la miseria de lo finito. Cuanto mas se hace manifiesta la inutilidad de los absolutismos políticos, tanto más se hace fuerte el atractivo de la irracionalidad, la renuncia a la realidad de lo cotidiano”:8 2 – Fundamento divino y humano La fe vivida a fondo9 no solo “diviniza”: también humaniza. Los santos no sólo son personas plenamente cristianas, sino que además son expresiones altísimas y ricas de humanidad, cada uno - obviamente - según el tiempo que le ha tocado vivir... Hombres y Mujeres con mayúsculas, y con todas las letras... Y por el contrario, la ausencia de Dios en la vida de una persona, y de la correspondiente fundamental relación de fe, deja a su humanidad empobrecida; y el hueco de tal ausencia muestra antes o después las cicatrices de una herida nunca del todo bien maquillada. He aquí otra consideración, (además de la del Card Ratzinger, reportada en la página precedente) acerca del resurgir de la religiosidad: 10 8 RATZINGER JOSEPH, La fede e la teologia ai giorni nostri, en La Civiltà Cattolica 147.IV (1996), p. 485. 9 Esta aclaración no está de más, en una época en la que con increíble soltura se escucha decir “soy creyente pero no practicante”... Que sería como decir “soy un trabajador que no trabaja”, o “soy un estudiante que no estudia”... 10 “¿Democracia contra Religión?”. Artículo redactado por RICHARD JOHN NEUHAUS (pastor luterano convertido al catolicismo y ordenado sacerdote en el seno de la Iglesia católica, editor de la revista estadounidense First Things y autor del libro recientemente publicado “The Naked Public Square: Religion and Democracy in America”. El autor introduce sus consideraciones con una constatación: “El gran acontecimiento del momento en el planeta Tierra es la ‘des-secularización’ de la historia mundial. No se pensaba que los cosas ocurrirían de este modo. Desde el nacimiento de la modernidad y hasta hace muy poco tiempo, la mayoría de los intelectuales han asumido que hay una relación necesaria entre modernidad y secularización. Cuando la gente se vuelva más moderna, más educada, más lúcida, la religión o desaparece o queda relegada a la esfera de la vida puramente privada. En esta forma de contar la historia, la religión se convierte, en palabras del filósofo William James, ‘en lo que un hombre hace con su soledad’. Ya no es un factor público que ‘interfiere’ con la forma en que ordenamos nuestra vida a través de la cultura, las leyes y la política. Esta forma de contar la historia domina nuestros libros de texto desde el bachillerato hasta los títulos de posgrado. Hasta hace poco tiempo, los sociólogos de la religión se hallaban desconcertados por lo que ellos llamaban ‘la excepción estadounidense’. Los Estados Unidos son la nación más moderna del mundo pero, con todo, 219 “La mayoría de nosotros pensamos que el cristianismo es una importación europea, pero el movimiento cristiano, que crece rápidamente, que tiene ahora 2.500 millones de seguidores, está principalmente extendido en el hemisferio sur. En unos pocos años, tres cuartas partes de los cristianos en el mundo serán “gente de color”. No son más propensos que los musulmanes a abrazar la democracia liberal aunque tenga como precio aceptar el secularismo. Repentinamente, Europa Occidental parece como una isla de secularismo en un mar de religión global. La ‘dessecularización’ de la historia mundial es un aspecto de la globalización, descuidado generalmente en los debates actuales”. Después de un siglo torturado hasta la muerte por ideologías perversas e inhumanas que han procurado por todos los medios arrancar cualquier cosa que tuviese aunque más no fuese remoto sabor a fe o a religión, el insobornable instinto de la búsqueda del Absoluto se levanta invicto desde lo profundo del corazón humano, no como una patología o un último resabio de temores ancestrales, sino precisamente como un signo de salud espiritual y de equilibrio psicológico, que sólo puede ser negado o combatido desde la maldad, la necedad o la locura.11 Más aún: negar o ignorar que el regalo de la fe corresponde a las ansias más profundas de la persona humana produce funestas consecuencias, de las cuales el “intelectualmente maduro e iluminado” hombre del siglo XX es pródigo en ejemplos: “Si no se interpreta la tendencia a formular las necesidades en gestos rituales, el hombre común queda a merced de sustitutos espurios de la religión como el ocultismo, la adivinación, la astrología y la hechicería, consultados por gente común y por elites políticas, empresariales, artísticas y deportivas. Una antropología litúrgica, integral, realista y simbólica, como la que nos da el CEC es también profundamente religiosa. Viola la regla de que la modernidad - y la expresión política de la modernidad en la democracia liberal - va de la mano con la secularización”. En http://zenit.org (22/X/2002). 11 Mientras escribo este trabajo, el Papa Juan Pablo II y los obispos europeos piden por enésima vez la mención del cristianismo en el prólogo de la constitución de la Unión Europea, que debería hacerse no por una especie de indebido favor para con la Iglesia, sino estrictamente como un hecho de justicia y veracidad con la historia del continente y expresión concreta a lo que muchos ciudadanos reconocen como la fuente de los valores en los que se funda el proyecto europeo. Dado que la contribución del cristianismo a la civilización europea es innegable, para muchos ciudadanos, creyentes o no creyentes en Dios, sería difícil comprender una omisión de esta referencia. Y sin embargo, una especie de fundamentalismo secularista parece impregnar fatalmente el pensamiento de algunos “neo-iluministas”. 220 1145-1152, nos enseña que, siendo el hombre un ser ritual, necesita canalizar esa tendencia a la ejercitación o a la práctica religiosa en ritos saludables, evitando caer en prácticas supersticiosas y nocivas. De ahí la actualidad del tercer argumento que usan los medievales para justificar la conveniencia de los sacramentos: la tendencia a la ejercitación práctica de la actividad religiosa (ST III, 61,1)”.12 Quien no cree en Dios, no pocas veces termina creyendo en todo... y en nada. Quien no celebra al Dios vivo y verdadero, no pocas veces se encuentra buscando excusas para hacer fiestas que, a causa de su insensibilidad interior, no son celebraciones que comprometan toda su humanidad.13 “Llegamos así al último aspecto de nuestra reflexión: La persuasión de la fe. El término ‘persuadir’ indica la acción (la partícula per) que un sujeto lleva a cabo a fin de atraer hacia sí mediante la dulzura (del latino suavis) a otro sujeto. En esta óptica los santos no hacen otra cosa que mostrar la fe en su carácter de persuasión, de dulzura. La primera persuasión (dulzura) de la fe es la de Cristo mismo, que proviene de Él, porque ‘me ha amado y se entregó a sí mismo por mí’ (Gal. 2, 20, confr. n° 478). El movimiento del hombre se configura siempre como gozosa respuesta a la iniciativa amorosa y gratuita de Dios realizada en Jesucristo. Como reflejo está además la persuasión de la fe de la ‘comunión de los santos’ que ‘nos une a Cristo, del cual como fuente y cabeza, dimana toda la gracia’ (n° 957). Esta es ‘comunión’ se nos manifiesta como ‘intercesión’ delante de Dios padre: ‘Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra’ (Santa Teresa del Niño Jesús, n° 956). Probablemente en ninguna de las otras grandes religiones se pueda rastrear un concepto análogo al que en cristianismo se define como ‘comunión de los santos’. La diversidad de la fe cristiana reside también en esta novedad antropológica. La Iglesia 12 GALLI CARLOS MARÍA, La celebración del misterio cristiano. Teología y pastoral sacramental a la luz del Nuevo Catecismo, en Comentario al Catecismo de la Iglesia Católica (Profesores de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina), Paulinas, Buenos Aires, 1996, p. 323. 13 Cfr. Lc 16,19-31. El rico (del cual no se dice ni siquiera el nombre) banqueteaba espléndidamente todos los días... pero su insensibilidad le impedía ver y reconocer al pobre tendido a su puerta. Su pecado no se afirma, sino que se supone, y es precisamente esta insensibilidad. Ahora bien, un espíritu insensible está en las peores condiciones posibles para celebrar... 221 ‘celestial’ no es una proyección de la ‘terrestre’; es esta última la que está en camino hacia la primera y no viceversa”.14 Con el pretendido advenimiento de una nueva era, la religiosidad de sus heraldos y adeptos queda totalmente, enfermizamente, fatalmente centrada en sus propios cultores: la salvación, reemplazada ahora por la realización, y más precisamente auto-realización, se vuelve una trampa mortal, en la cual el hombre no encuentra a Dios, y ni siquiera se encuentra en profundidad a sí mismo: su armonía interior está siempre en equilibrio inestable, y basta sólo el paso del tiempo para poner de manifiesto su carácter efímero (carácter que caracteriza todo aquello que se nutre de la post-modernidad). “El camino de Cristo que por la cruz lleva a la nueva vida de la resurrección, es un camino por el cual también llegamos a ser humanamente más maduros y sanos. En este camino, sin embargo, no están en el centro nociones como realización del yo, desarrollo de todas las posibilidades sino que lo importante es darse a sí mismo y la propia vida a Dios para que Dios obre en nosotros y podamos ser fuertes en nuestras debilidades. No se trata de la autorrealización y de la autoglorificación del hombre, sino de que Dios sea glorificado en todo. Y una manera de glorificación de Dios es el hombre sano y maduro que muriendo es revestido con la nueva vida de la resurrección ‘para que la vida de Jesús se haga visible en nuestra carne perecedera’ (2 Cor. 4,11)”.15 3 – Frente a una nueva era, una fe renovada Me parece importante detenerme aún sobre el fenómeno de la pretendida nueva era,16 por un doble motivo: porque se trata de uno de los 14 CAZZAGO ALDO, I santi nel Catechismo della Chiesa Cattolica ovvero la persuasione della fede, en Communio 22 (1993), pp. 68 - 69. 15 GRÜN ANSELM, La mitad de la vida como tarea espiritual. La crisis de los 40-50 años, Narcea, Madrid, 1992, pp. 31-32. En la fe cristiana, particularmente en confronto con los movimientos de la nueva era, resplandece la concretez del misterio de la Encarnación, fundamento sólido sobre el cual se apoya todo el edificio de la fe cristiana, y que le confiere una inigualable consistencia tanto en lo que se refiere a la vida futura como a la vida presente. “Jesús no propugnó un espiritualismo por el cual la vida terrena no es más que una ilusión. El Evangelio no es una teoría sobre la vida del más allá; es un código de vida para el presente”. MEN ALEKSANDR, Jesús el maestro de Nazareth, Ciudad Nueva, Buenos Aires, 2001, p. 133. 16 “Los movimientos de la Nueva Era, como un gran río que fluye con muchos arroyos, representan una forma típica de sensibilidad religiosa contemporánea, como una nueva religiosidad que asume muchos caracteres de la gnosis eterna”. VERNETTE JEAN, voz 222 desafíos más urgentes de la fe cristiana; y porque la respuesta desde la fe a dicho desafío puede ser un modo excelente de comprobar, situados concretamente “en la palestra”, el carácter fundamental de la fe cristiana que el CCE expone con tanto acierto. “A la Nueva Era se han dedicado recientemente dos números especiales de la revista trimestral de cultura religiosa Religiones y sectas en el mundo (1996, 1-2). En mi editorial presenté así este fenómeno: ‘El fenómeno de la Nueva Era, juntamente con otros nuevos movimientos religiosos, es uno de los desafíos más urgentes de la fe cristiana. Se trata de un desafío religioso y, al mismo tiempo, cultural: la Nueva Era propone teorías y doctrinas sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo incompatibles con la fe cristiana. Además, la Nueva Era es síntoma de una cultura en profunda crisis y, a la vez, una respuesta equivocada a esta situación de crisis cultural: a sus inquietudes e interrogantes, a sus aspiraciones y esperanzas’ (Religiones y sectas en el mundo, 6, 1996, p. 7)”.17 Es importante comprender que en definitiva a una propuesta de fe sólo puede hacerse frente con otra propuesta de fe... Y esa es claramente la situación en la cual hoy se encuentra el mundo en este umbral del tercer milenio... Del mismo modo que no se puede edificar una casa sin fundamentos, y habida cuenta de que la calidad de los mismos (o eventualmente la ausencia de los mismos) determinará la calidad e incolumidad de la obra.18 Contribuye aún más a abonar este campo en el que permanentemente se respira un desengaño generalizado con respecto a la religión institucional lo que el Cardenal Poupard llama “una creciente obsesión en la cultura occidental por las religiones orientales y los caminos de sabiduría”.19 El cóctel es fatal, y el resultado está a la vista: New Age en el Grande dizionario delle religioni dalla preistoria ad oggi (a cura del Cardinale Poupard), Piemme, Casale Monferrato (Al), 2000, pp. 1497-1498. Por otra parte, “aunque se define ‘nueva’, en realidad muchas de las ideas de la ‘Nueva Era’ ‘derivan de antiguas religiones y culturas. Lo que es auténticamente nuevo es la búsqueda consciente de una alternativa a la cultura occidental y a sus raíces judeo-cristianas’” Cfr. SCARAFONI PAOLO, entrevista concedida a Zenit, , en http://zenit.org (1/III/2004). 17 POUPARD PAUL, en la presentación del documento “Jesucristo, portador de agua viva. Una reflexión cristiana sobre la Nueva Era” redactado por los Pontificios Consejos para la Cultura y para el Diálogo Interreligioso (3/II/2003), en http://zenit.org (20/IX/2003). 18 Cfr. I Cor 3, 13. 19 POUPARD PAUL, a.c. Añade el P. Scarafoni: “El éxito de la ‘Nueva Era’ incluso entre cristianos y católicos depende al menos de tres elementos. Un elemento esencial en la naturaleza humana: el ansia de espiritualidad y de oración; un elemento existencial: el 223 “La atracción de lo exótico los ha puesto en contacto más estrecho con las religiones y las prácticas esotéricas de varias culturas orientales, desde el antiguo Egipto hasta la India y Tibet. La creciente convicción de que existe cierta verdad de fondo, un núcleo de verdad en el centro de toda experiencia religiosa, ha llevado a la idea de que se pueden y deben captar los elementos característicos de las diversas religiones para llegar a una forma universal de religión. Una vez más, en ese ámbito hay poco espacio para las religiones institucionales, en particular, el judaísmo y el cristianismo”.20 Pero el problema aquí no es sólo con las religiones institucionales. ¿Qué queda del mismo Cristo en este contexto “globalizado” de religión universal? Evidentemente, con los presupuestos ya mencionados, no es mucho lo que puede esperarse: “Cristo: en la Nueva Era, la figura histórica de Jesús no es más que una encarnación de una idea, una energía o un conjunto de vibraciones. Para Alice Bailey, hace falta una gran jornada de súplica, en la que todos los creyentes logren crear una concentración de energía espiritual tal que se produzca una nueva encarnación que revelará a los hombres el modo de salvarse... Para muchos, Jesús no es más que un maestro espiritual que, como Buda, Moisés y Mahoma, u otros, ha sido penetrado por el Cristo cósmico. Al Cristo cósmico también se le conoce como la energía crística presente en cada ser y en el ser total. Los individuos necesitan ser iniciados gradualmente en la conciencia de las características crísticas que tienen. Cristo representa - para la Nueva Era - el estado más elevado de perfección del yo”.21 Allí donde el CCE presenta la fe como virtud teologal fundamental, en el sentido etimológico de la palabra, y con toda la fuerza y riqueza del concepto, la nueva era presupone como “dogma indiscutible” un relativismo total en el cual todo fundamento es bueno, siempre y cuando no tenga la deseo de salir de la angustia que muchos experimentan en la sociedad actual de Occidente, la cual no garantiza una estabilidad ni un futuro; y un elemento psicológico, esto es, la propuesta de una espiritualidad que brota del encuentro entre cultura esotérica y psicología para verificar la transformación y la paz obtenida a través de técnicas”. Cfr. SCARAFONI PAOLO, a.c. Allí mismo el autor constata que “un ansia de espiritualidad y buenas dosis de angustia llevan incluso a católicos a la ‘Nueva Era’”. Ibídem. 20 Ídem. 21 “Jesucristo, portador del agua de la vida. Una reflexión cristiana sobre la Nueva Era”. Glosario. 224 pretensión de constituirse en “piedra angular”.22 Ahora bien: con semejante afirmación (tácita o explícita), el concepto “fundamento” queda virtualmente vaciado de contenido.Al respecto, constata Scarafoni: “La ‘Nueva Era’ propone la paz huyendo de la división y la angustia de la cultura occidental de diversas formas, todas lejos de la experiencia cristiana. La moda de los viajes a la India; la búsqueda de experiencias místicas; la experiencia de las drogas que producen estados de conciencia que permitirían percibir la unidad de la realidad; la «mística sexual», que permitiría relaciones profundamente amorosas solamente tras la plena liberación de los tabúes sexuales; el recurso a las tradiciones esotéricas (gnosticismo, alquimia, astrología, magia, espiritismo, brujería, religiones orientadas al misterio); el satanismo y las ciencias ocultas. La cristaloterapia está muy difundida”.23 Para el Card. Ratzinger, el relativismo, según el cual, todas las opiniones son verdaderas (aunque sean contrapuestas), tan extendido incluso “dentro de la teología”, “es el problema más grande de nuestra época”.24 Si hasta el pasado siglo el hombre racionalista, empirista, e iluminista en general se parapetaba detrás de la razón pretendiendo que no se puede creer y pensar al mismo tiempo, el hombre post-moderno se justifica escondiéndose de la mirada del Señor25 en la exuberante selva de sus sentimientos, intuiciones, afectos y opiniones.26 Creo que el aporte más invalorable de la investigación de Ratzinger en la obra citada consiste en dilucidar “si el relativismo es realmente el presupuesto necesario para la tolerancia, si realmente las religiones son todas iguales, o si se puede conocer la verdad”.27 En este punto, la 22 Utilizo a propósito esta expresión, por toda la fuerza bíblica que la misma encierra. Cfr. Mt. 21,42 (y passim); Hech. 4,11; Ef. 2,20; I Pe. 2, 6-7. 23 SCARAFONI PAOLO, a.c. 24 RATZINGER JOSEPH, “Fede, verità, tolleranza - Il cristianesimo e le religioni del mondo”, Cantagalli, Siena, 2003. Presentación digital del libro en ZENIT, agencia internacional de información, http://zenit.org (26/IX/2003). 25 Cfr. Gn. 3,10. 26 También la “teología” de la nueva era refleja esta exuberancia. La angelología que presenta es sintomática: “Hay una auténtica fijación por los ángeles, que los seguidores de Acuario ven por todas partes. Pero sus ángeles no tienen nada en común con los cristianos. Tienen extraños nombres y poderes similares a los de los talismanes y amuletos. A ellos se suman muchas otras figuras populares de la Nueva Era, como los ‘espíritus guía’ y ‘entidades» variadas’”. SCARAFONI PAOLO, a.c. 27 RATZINGER JOSEPH, a.c. Añade el Cardenal: “La tolerancia y el respeto por el otro parece que hayan impuesto la idea de la equivalencia de todas las religiones” (Cfr. capítulo 225 sensibilidad post-moderna adquiere tantas veces una susceptibilidad patológicamente irritable, que reacciona con ataques de esquizofrenia frente al cristianismo,28 y con incomprensible silencio deja pasar otros fundamentalismos armados que no reparan en medios a la hora de conseguir sus fines, y en los cuales la verdad como servicio, como don a compartir y como llamado a la conciencia de la persona libre brillan por su ausencia. “Decir que hay realmente una verdad, una verdad vinculante y válida en la historia en la figura de Jesucristo y en la fe de la Iglesia, se considera como fundamentalismo y se presenta como un auténtico atentado contra el espíritu moderno y como amenaza multiforme contra su bien supremo, la tolerancia y la libertad”, reconoce el Cardenal.29 Como puede apreciarse, subsiste, con respecto a la modernidad, el desentendimiento entre la fe y la razón. Endiosar a la razón humana no sirvió de nada. Sin embargo, “abdicar de la verdad no salva el hombre”. Por el contrario - sigue diciendo Ratzinger - “la fe cristiana impulsa inexorablemente hacia la cuestión de la verdad”, teniendo en cuenta que “la verdad no violenta a nadie”.30 titulado “Variaciones sobre el tema de la fe, religión y cultura”). Conviene, además, tener en cuenta las conclusiones compartidas por la new age y otras formas de búsqueda de paz y felicidad: “la necesidad de abolición de verdades y dogmas que rompen y dividen la visión de la realidad, y el refugio en la intuición y en lo irracional misterioso; la necesidad de supresión de iglesias o formas de organización estable de las religiones, especialmente de la jerarquía de la Iglesia católica; la búsqueda de una nueva mística accesible a todos”. SCARAFONI PAOLO, a.c. 28 “Cuando la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó en 2000 la declaración ‘Dominus Iesus, sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia’, un grito de indignación se esparció por nuestra sociedad, e incluso entre grandes culturas no cristianas, como la de la India: es un documento de una intolerancia y de una arrogancia religiosa que ya no deberían tener espacio en el mundo de hoy, se dijo. Un católico sólo hubiera podido plantear con toda humildad la pregunta que Martin Buber presentó en una ocasión a un ateo: ‘¿Y si fuera verdad?’”. RATZINGER JOSEPH, a.c. 29 Ibídem. Afirma además allí mismo que “En un mundo que se está haciendo cada vez más ‘pequeño’, la cuestión del encuentro entre las religiones y las culturas se ha convertido en un tema urgente, que afecta no sólo a la teología. El problema de la compatibilidad de las culturas y de la paz entre las religiones se ha convertido también un tema político de primer orden. Pero, ante todo, son las religiones las que se tienen que preguntarse si están en paz la una con la otra y si son capaces de ofrecer su contribución a la ‘educación en la paz del género humano’. La fe cristiana está particularmente interesada por esta problemática, pues, en virtud de su origen y naturaleza, dice conocer y anunciar al único y auténtico Dios, el único Salvador de todos los hombres. ‘Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos’ (Hechos 4, 12), dijo Pedro a los jefes y ancianos del pueblo de Israel”. 30 Ídem. Y añade: “En el nuevo mundo sin dogmas, o en el que el único dogma es el relativismo, según el cual, todas las opiniones son verdaderas (aunque sean contrapuestas), el gran desafío consiste en que ‘fe y razón se encuentren’”. 226 “Como se puede ver, detrás de los diferentes problemas, el auténtico problema es el de la verdad. ¿Se puede conocer la verdad? O, ¿el problema de la verdad en el ámbito de la religión y de la fe es mera y simplemente inapropiado? Pero entonces, ¿qué significa la fe, qué significa positivamente la religión, si no puede entrar en relación con la verdad? Poco a poco a poco, debería tratarse de entender qué es la cultura y cómo pueden relacionarse las culturas entre sí. Después, se debería tomar en consideración el fenómeno de la religión en cuanto tal, evitando basarse en una masa indistinta de ‘religiones’. Antes de formular juicios se debería tratar de comprender a las religiones en sí mismas, en su desarrollo histórico, en sus estructuras y tipologías esenciales, en su posible solidaridad así como en su amenazadora hostilidad. Se debería plantear, además, la cuestión de fondo del hombre, de qué es, cómo puede convertirse en sí mismo o, por el contrario, perderse. Por último, sería indispensable cimentarse con el interrogante sobre si el hombre ha sido creado para la verdad y de qué manera puede, y debe, plantearse el problema de la verdad”.31 El “problema” de la verdad y el problema de la fe no pueden ser separados. Pero para llegar hasta el fondo mismo de las dimensiones del tema, es preciso recordar que se trata no de una cuestión académica, sino de una verdad vital, que afecta de modo clave el sentido de la existencia de cada persona humana. Es la angustia por la verdad la que mueve a Jacques y Raïssa Maritain - todavía agnósticos - a pensar en quitarse la vida si no encuentran la verdad; es el gozo sereno de la verdad encontrada, el que hace exclamar a Edith Stein luego de leer la vida de Santa Teresa durante toda una noche: “Esto es la verdad”... La fe y la verdad no pueden ser separadas porque el objeto de la fe es La Verdad: la que salva, la que da sentido y significado a la existencia humana; la que no es un concepto, sino una Persona: Jesucristo. Es la adhesión vital y amorosa a esta verdad la que organiza jerárquicamente toda otra verdad, que siempre será como un destello de este sol de lo alto que Y en esta misma línea de razonamiento: “Los principios pastorales para afrontar el fenómeno de la Nueva Era son: la presentación confiada de la relación entre fe y razón; la escuela de oración cristiana y de participación viva en los sacramentos, acudiendo también a la gran tradición del patrimonio cristiano; la presentación de Jesucristo, vivo y resucitado y actualmente en comunicación con nosotros, cuya persona tiene una fascinación superior a cualquier otro y cuya presencia llena de sentido la vida de cada hombre; la visión del mundo como creación que es amada por Dios, creador, y que es llevada por Él a su plenitud”. SCARAFONI PAOLO, a.c. 31 Ídem. 227 recuerda al hombre que tanto su origen como su destino trascienden infinitamente su existencia terrena. Por eso el Papa Juan Pablo II hace poco tiempo invitaba a profundizar en el vínculo entre verdad, bien y libertad.32 "Ciertamente, hoy resulta cada vez más arduo para los pastores de la Iglesia, para los expertos y los maestros de moral cristiana, acompañar a los fieles al formular juicios según verdad, en un clima de contestación de la verdad salvífica y de relativismo difuso, frente a la ley moral. Exhorto, por tanto, a todos los participantes en el simposio a profundizar en el vínculo esencial entre la verdad, el bien y la libertad. Esta relación tiene su fundamento ontológico, además de en la naturaleza del ser humano, en la Encarnación, y se renueva y evidencia en el evento histórico-salvífico de la cruz de nuestro Redentor".33 La integración jerárquica de estos valores bajo el signo de la fe no crea estereotipos rígidos ni espíritus encorsetados, sino un orden que engendra paz interior y alegría espiritual. Una misteriosa alegría que no es fruto de un intrincado y frágil equilibrio de fuerzas psicológicas, sino presencia del Espíritu que da plena solidez y consistencia a todas las virtudes divinas y humanas. Este es un particular signo de le fe en el tiempo presente.34 Y al mismo tiempo una prueba de que el humanismo cristiano preserva el sentido del ser humano.35 32 Cfr. el mensaje fechado el 24/IX/2003, dirigido al Card. Ratzinger con motivo de un simposio promovido por la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre "La antropología de la teología moral según la Encíclica ‘Veritatis splendor’ (encíclica cuya doctrina tuvo un influjo decisivo en las correcciones hechas al CCE). Juan Pablo II afirma que “las enseñanzas que la 'Veritatis splendor' sigue proponiéndonos son: recomenzar desde Cristo, contemplar su rostro, perseverar en su seguimiento. Más allá de todos los cambios culturales efímeros, hay realidades esenciales que no cambian, pero que encuentran su último fundamento en Cristo, que es siempre el mismo ayer, hoy y siempre”. 33 Ibídem. 34 Cito como testimonio las palabras del Papa con respecto a sus inmediatos predecesores al cumplirse el XXV aniversario de su muerte: Refiriéndose a la "frecuente invitación de Pablo VI a la alegría cristiana", el Santo Padre subrayó que "a pesar de tantas dificultades, brotaba de su conciencia de adherir constantemente a la voluntad divina. Pienso también en la sonrisa serena del Papa Luciani, que en el breve período de un mes conquistó el mundo. En uno y otro pontífice se refleja la alegría de la Iglesia. Incluso cuando está marcada por tantos sufrimientos, no tiene miedo; no se encierra en sí misma, sino que se fía del Señor. Sabe que está guiada por el Espíritu Santo, y por eso se alegra de los signos de la misericordia de Dios; admira las maravillas que el Omnipotente cumple en los pequeños, en los pobres y en aquellos que lo temen". En VATICAN INFORMATION SERVICE (VIS), http://www.vatican.va/news (27/IX/2003). 35 Cfr. el mensaje del Papa a los participantes en el Congreso Internacional Tomista organizado por la Pontificia Academia de Santo Tomás y la Sociedad Internacional Tomás de Aquino, que se celebró en Roma en septiembre de 2003. Tras recordar el tema del 228 4 – Razón de la esperanza y fundamento para la vida Cuando fue presentado el Catecismo de la Iglesia Católica no hubo que esperar mucho para escuchar el desafinado coro de quienes, antes de conocer concienzudamente su contenido, se apresuraron a condenar apriorísticamente la “manía” de la Iglesia Católica de definir y redefinir dogmas, ritos y actitudes. Sin embargo - paradójicamente -, es más que preocupante la tendencia en curso a redefinir los comportamientos dañinos y a romper los límites morales tradicionales. Tendencia que continúa sin pausa, si el libro del 2002 “The Politics of Deviance” (Las Políticas de Desviación)36 sirve de prueba. En su libro, la profesora de sociología en la Universidad de San Diego defiende: “El rechazo de los sociólogos a reconocer que hay que hacer juicios morales cuando se discute un tema como la desviación demuestra qué lejos está esta disciplina de sus orígenes”.37 La desviación como concepto ayuda a definir el marco dentro del cual un grupo puede desarrollar el sentido de su propia identidad cultural y orden social. No es un proceso rígido, añade el libro. De hecho, los desafíos a las normas existentes pueden ser positivos, como cuando la gente se levantó contra el racismo socialmente aceptado. Ahora, sin embargo, se está redefiniendo la desviación. Hace 20 años, observa Hendershott, los cursos sobre desviación empezaron a suprimirse de los programas académicos de muchas facultades de congreso, “El humanismo cristiano en el tercer milenio”, el Santo Padre recordaba que “el humanismo de Santo Tomás gira en torno a esta intuición esencial: el ser humano viene de Dios y a El debe volver. El tiempo es el ámbito en el que puede llevar a cabo esta noble misión, aprovechando las oportunidades que se le ofrecen en el plano de la naturaleza y de la gracia”. 36 HENDERSHOTT ANNE, The Politics of Deviance, The Heritage Foundation, Massachusetts, 2002. Transcribo aquí solo algunos conceptos del mismo, como para dar una acabada idea del planteo tomados de http://zenit.org (4/X/2003). 37 Ibídem. Hendershott explica que, hasta tiempos recientes, los sociólogos estaban preocupados sobre las cuestiones de orden social y el bien común. Hasta los años 60 esto implicaba mantener que la estabilidad social se fundaba en el orden moral. “Unido a este concepto de orden moral está el concepto compartido de desviación, y la voluntad de identificar los límites de un comportamiento apropiado”, observa. 229 sociología, y la mayoría de los actuales libros de texto de sociología rechazan la idea de definir cualquier comportamiento como desviado.38 El hombre post-moderno es especialista en “redefinir”. Autor de una especie de neo-nominalismo sui-generis, aplica etiquetas nuevas que dan una percepción light de cosas que son, evidentemente, las mismas de siempre, pero privadas ahora conceptualmente de su natural espesor. El hombre light no habla de aborto, sino de “interrupción de la gravidez”; no habla de eutanasia sino de “muerte digna”; no de mentalidad anticoncepcionista, sino de “salud reproductiva”... Es un problema muchísimo más profundo que moral (campo en el cual después estas patrañas se manifiestan con brutal realismo); es un problema filosófico, humano, de identidad, de ser... La profesora Hendershott concluye que redefinir el lenguaje que se refiere al comportamiento humano forma parte de una campaña mayor para cambiar la percepción. En el debate del suicidio, cambiar los términos de “perturbado” o “loco” por “dignidad” o “autonomía” es una medida importante. Sin embargo, no puede perderse de vista - y la autora lo hace notar - que estamos en una época de expertos cuyos puntos de vista se promueven como más fiables que aquellos de la moralidad tradicional y de 38 La autora denuncia incluso cómo los cambios en el ambiente académico tienen a su vez influencia en los puntos de vista populares y de los medios. Y así se origina la “cultura del victimismo”. Un ejemplo es cómo se juzga la drogadicción. Ahora es común considerar la adicción como “una condición en la que los consumidores de sustancias están afectados por una enfermedad que han adquirido, aunque no por su culpa”, comenta Hendershott. Los medios, a través de películas, documentales y programas, repiten que la drogadicción es una enfermedad o alergia, o que tomar drogas es una respuesta a cómo el cerebro de una persona responde a la implicación química. Con frecuencia se ignora en este tipo de análisis la responsabilidad de la persona al haber decidido comenzar a tomar drogas. Las relaciones heterosexuales entre adolescentes también han sido redefinidas. El libro cita ejemplos donde la promiscuidad sexual entre adolescentes es ahora vista como algo perfectamente normal. Según este punto de vista, el problema real está en los programas que promueven la abstinencia. Quienes proponen la promiscuidad alegan que tales programas contribuyen a un comportamiento desviado, a intolerancia y a una peligrosa falta de utilización de anticonceptivos. Otra área de comportamiento que se apunta ahora como objetivo a cambiar es el suicidio. Quitarse uno la vida, explica Hendershott, ha sido visto tradicionalmente como un comportamiento desviado porque devalúa la vida humana. Pero quienes promueven la eutanasia están tratando de cambiar las opiniones al presentar el suicidio como un tema de “elección” y hablar del “derecho a morir”. Y, a nivel académico, es cada vez más común hablar de dos tipos de suicidio: aquellos que es necesario prevenir, y los suicidios “racionales” que deberían respetarse e incluso ayudarse. En el momento en que fue escrito el libro, había cerca de 100.000 páginas webs en Internet dedicadas al tema del suicidio. 230 las iglesias. Junto a esto está la influencia de los relativistas culturales que piden el rechazo de conceptos como el bien y el mal. Pero, advierte la autora, una sociedad que “rechaza reconocer y sancionar negativamente actos desviados que nuestro sentido común nos dice que son destructivos, es una sociedad que ha perdido la capacidad de enfrentarse al mal que tiene la capacidad de deshumanizarnos a todos nosotros”. Sus palabras se hacen eco de aquellas de Juan Pablo II en la “Veritatis Splendor”: “Reconociendo y enseñando la existencia del mal intrínseco en determinados actos humanos, la Iglesia permanece fiel a la verdad integral sobre el hombre y, por ello, lo respeta y promueve en su dignidad y vocación”.39 Esta misión es esencial en la sociedad de hoy, que con frecuencia repite la pregunta de Pilato: “¿Qué es la verdad?”. El Papa observaba que hoy se pasa por alto con frecuencia el lazo de unión entre la verdad, el bien y la libertad. Con mucha frecuencia la verdad no se acepta, “y se confía sólo a la libertad, desarraigada de toda objetividad, la tarea de decidir autónomamente lo que es bueno y lo que es malo”.40 La “Veritatis Splendor” también trata de una objeción común a las normas morales, a saber, que defender preceptos objetivos es con frecuencia visto como intolerante o que no se tiene en cuenta la complejidad de una situación particular de un individuo. Sin embargo, explica Juan Pablo II, mantener la verdad no significa que la Iglesia carezca de compasión. La Iglesia es tanto una madre como una maestra, y encubrir o debilitar la verdad moral no está de acuerdo con un genuino entendimiento de la compasión. La encíclica precisa: “La presentación límpida y vigorosa de la verdad moral no puede prescindir nunca de un respeto profundo y sincero animado por el amor paciente y confiado -, del que el hombre necesita siempre en su camino moral, frecuentemente trabajoso debido a dificultades, debilidades y situaciones dolorosas”.41 Poner límites a lo que es un comportamiento aceptable y mantener la fuerza de las normas morales negativas que prohíben el mal, continúa la encíclica, es un valioso servicio. “Proteger la inviolable dignidad personal de cada hombre, ayuda a la conservación misma del tejido social humano y 39 Nº 83. Nº 84. 41 Nº 95. 40 231 a su desarrollo recto y fecundo”42. El Papa pide que la vida personal, social y política “se base en la verdad y que a través de ella se abra a la auténtica libertad”.43 ¿Podrá la sociedad contemporánea encontrar el camino que perdió precisamente cuando renegó de la Luz del mundo y prefirió caminar con las propias tinieblas?44 ¿Se dará cuanta el hombre post-moderno que eliminando la fe como fundamento, su humanidad queda empobrecida, debilitada y endeble? La parábola del Padre Bueno, que cada persona vive de algún modo en su propia existencia, se revive también en la historia de los pueblos y naciones. Mientras escribo esta tesis, los responsables políticos de la Unión Europea reniegan con más fuerza que nunca de sus raíces cristianas, como el hijo pródigo que piensa ganar en libertad y felicidad lejos de sus orígenes. Francia, la “hija primogénita” de la Iglesia, lidera este laicismo recalcitrante virtualmente rayano en el ateísmo (aunque los ateos prefieran hoy ser llamados “iluminados”...) En una reciente entrevista, monseñor Franc Rodé, arzobispo de Liubliana, explicaba la omisión por parte de la Convención Europea (y después del Parlamento Europeo de Estrasburgo) de toda referencia a las raíces cristianas de Europa como “una falta de honestidad intelectual y una grave amnesia histórica. Silenciar el papel del cristianismo en la formación de la civilización europea significa jugar con cartas trucadas. Detrás de todo esto se encuentra la oposición de algunos grupos de poder que no dudaría en llamarlos ocultos”.45 Las grandes verdades acerca de Dios y del hombre que muchas veces en el curso de la historia han sido negadas y/o combatidas no pocas veces han sido en primer lugar no combatidas frontalmente, sino 42 Nº 97. Nº 101. 44 Es notable como no pocas veces se ensalza unilateralmente la “coherencia consigo mismo” o la “autenticidad” (que tantas veces es sólo espontaneidad desfachatada) como si fuesen valores absolutos. Basta comprobar que el diablo es sumamente coherente consigo mismo y terriblemente “espontáneo” para comprender que hay virtudes que solo son tales cuando se realizan en la sinfonía de una persona virtuosa... 45 Entrevista publicada por ZENIT, agencia internacional de información, http://zenit.org (7/X/2003). Incluso luego de citar explícitamente a Francia y a Bélgica como líderes de estos grupos de poder, aclara: “Quizá no todos saben que la Universidad Libre de Bruselas, fundada en el siglo XIX para oponerse a la Universidad Católica de Lovaina, es la única en el mundo que exige a sus profesores un juramento en el que se rechaza todo dogma, incluido el religioso”. Ibídem. 43 232 simplemente silenciadas, olvidadas, no “re-cordadas” (no conservadas en el corazón...). No se habla de algo, no se hace más memoria de algo, y finalmente hay “algo”... que ya no significa nada. En este sentido, la omisión en la carta magna de Europa constituye síntoma gravísimo y una deficiencia peligrosa. La afasia conduce a la amnesia, y ésta a la parálisis... Por otra parte, hoy se encuentra non raras veces una cierta postura (que más que postura es por lo general una pose) que yo llamaría “racionalismo irracional”. Me refiero a esa franja de pensamiento que no habiendo sucumbido a la exacerbación del sentimiento típicamente postmoderna, continúa invocando y pregonando el prejuicioso “dogma” de la eterna guerra entre la fe y la razón, guerra en la cual ésta última se adjudica a priori la victoria. Y digo a priori porque detrás de esta afirmación no hay ninguna búsqueda profunda de la verdad, ningún compromiso moral con las misma, poca o nula seriedad intelectual y ninguna fatiga filosófica (entendiendo filosofía en el elemental sentido de amor a la sabiduría). Es un racionalismo “a priori”, “porque-sí”, “porque así nos lo enseñaron nuestros iluminados predecesores”, que queriéndolo o no han legado a sus sucesores una herencia macabra y mal habida que ahora es malgastada por una generación intelectualmente pobre, superficial y holgazana, incapaz de dar razón de las razones detrás de las cuales se esconde. Es el racionalismo de la post-modernidad, que bien merece llamarse irracional. Si en otras épocas de la historia fueron algunos hombres de Iglesia los que no siempre supieron respetar la armonía entre la razón y la fe, hoy es la Iglesia en la voz del Papa la que trata de abatir el muro de separación artificialmente creado entre ambas. Y lo hace en medio de una modernidad hostil, como una invitación al diálogo... Juan Pablo II profundizó en la relación entre razón humana y fe religiosa en la encíclica “Fides et Ratio”. En ella, el Papa observaba cómo el hombre es conducido al descubrimiento de la verdad, “que le permite comprenderse mejor y progresar en la realización de sí mismo”.46 Y añadía: “La Iglesia, por su parte, aprecia el esfuerzo de la razón por alcanzar los objetivos que hagan cada vez más digna la existencia personal”.47 Pero el Papa también defendía el valor de la Revelación cristiana, explicando que es una “verdad suprema” que “a la vez que respeta la autonomía de la criatura y su libertad, la obliga a abrirse a la 46 47 Cfr. Nº 4. Cfr. Nº 5. 233 trascendencia”.48 Como tal no es producto de la razón humana, sino una anticipación de la visión última de Dios. Juan Pablo II defiende que la fe y la razón se complementan una a otra. Dentro del orden natural de la inteligencia humana, deseamos saber la verdad sobre lo que nos rodea. “Éste es el motivo de tantas investigaciones, particularmente en el campo de las ciencias, que han llevado en los últimos siglos a resultados tan significativos, favoreciendo un auténtico progreso de toda la humanidad”.49 Este proceso de investigación no se reduce sólo al nivel científico. Las personas buscan valores que puedan elegir y perseguir en sus vidas, “porque solamente los valores verdaderos pueden perfeccionar a la persona realizando su naturaleza”. La encíclica continúa: “El hombre encuentra esta verdad de los valores no encerrándose en sí mismo, sino abriéndose para acogerla incluso en las dimensiones que lo trascienden”50. Esta investigación se extiende a la búsqueda de una verdad que explique el significado de la vida, explicaba el Papa. Y una verdad como ésta no sólo se alcanza a través de la razón de un individuo humano, “sino también mediante el abandono confiado en otras personas, que pueden garantizar la certeza y autenticidad de la verdad misma”.51 Esta confianza en otras personas que nos puedan garantizar la verdad no es sólo una práctica común al área de la Revelación, observa Juan Pablo II. “¿Quién sería capaz de discutir críticamente los innumerables resultados de las ciencias sobre las que se basa la vida moderna?”.52 Desafortunadamente, la filosofía moderna ha tendido a moverse más y más lejos de la revelación cristiana, observaba el Papa. Algunas formas de ateísmo “que presentaron la fe como nociva y alienante para el desarrollo de la plena racionalidad”.53 En el campo de la investigación científica, “se ha ido imponiendo una mentalidad positivista que, no sólo se ha alejado de cualquier referencia a la visión cristiana del mundo, sino que, y principalmente, ha olvidado toda relación con la visión metafísica y moral”.54 48 Cfr. Nº 15. Cfr. Nº 25. 50 Cfr. Nº 25. 51 Cfr. Nº 33. 52 Cfr. Nº 31. 53 Cfr. Nº 46. 54 Ibídem. Pero los problemas también se dan (¡y cómo!) en el campo de la economía... Los economistas, afirmaba Robert Nelson en “Economics as Religión” (La Economía como Religión, libro del 2001), se han convertido en proselitistas de una forma de religión secular 49 234 Juan Pablo II expresaba su esperanza de que la razón moderna y la verdad revelada se puedan reconciliar. La Revelación no debería menospreciar los descubrimientos y la legítima autonomía de la razón. Pero, por otro lado, la razón debería “jamás perder su capacidad de interrogarse y de interrogar, siendo consciente de que no puede erigirse en valor absoluto y exclusivo”.55 Concluyendo la encíclica, Juan Pablo II invita a todos a “que fijen su atención en el hombre, que Cristo salvó en el misterio de su amor, y en su permanente búsqueda de verdad y de sentido”.56 Invita a todos a entrar dentro del “horizonte de la verdad”, porque “solamente en este horizonte de la verdad comprenderá cada uno la realización plena de su libertad y su llamada al amor y al conocimiento de Dios como realización suprema de sí mismo”.57 Lejos de proponer una Iglesia campesina, Juan Pablo II está invitando a un diálogo entre fe y pensamiento moderno que requiere una apertura a la verdad en su expresión más plena. que ha basado sus esperanzas en el progreso material. Hacía notar que uno de los fundadores del influyente departamento de economía de la Universidad de Chicago, Frank Knight, sostenía que la religión cristiana era una de las principales amenazas a la libertad; y se lamentaba de cómo las ciencias sociales se han convertido para muchos en la religión de la edad moderna. La última generación de economistas de Chicago, que incluye al Premio Nóbel de 1992 Gary Becker, despreciaba como una ilusión enseñanzas bíblicas tales como los Diez Mandamientos. En su lugar, ven el propio interés económico como la fuerza clave que rige el comportamiento humano. Nelson observaba, sin embargo, que nadie ha sido capaz de presentar una economía con valores neutrales, y que, en cuanto se escoge el método económico, hay una ligazón con una serie de presunciones valorativas detrás de él. Datos publicados por ZENIT, agencia internacional de información, http://zenit.org (18/X/2003). 55 Cfr. Nº 79. 56 Cfr. Nº 107. 57 Ibídem. 235 CONCLUSIÓN GENERAL Cuando comencé a escribir estas páginas, me proponía destacar el carácter fundamental (con toda la fuerza etimológica del concepto) de la fe, comprendida en el contexto vital de la virtudes teologales,1 en la presentación que de la misma hace el Catecismo de la Iglesia Católica. La primera observación que destaco (pues es parte de mi aporte y contribución al pensamiento teológico) es la originalidad del tema: no he encontrado otras tesis que lo aborden. Y creo que el CCE marca un hito importante en la historia de la Iglesia en cuanto a la exposición de la fe se refiere. La articulación en dos grandes partes permite hacer el paso, la comprobación de que la fe no es un “tema” de teología, y que la presentación de la misma no queda encerrada en las páginas del CCE como en un libro de cuestiones teológicas más o menos atrayentes, según el interés de los lectores. Ciertamente, la fe además de ser la columna vertebral de la primera parte, es hilo conductor de todo el CCE. Pero lo hasta aquí reflexionado permite visualizar con meridiana claridad que la fe no es una parte de la realidad para los que la tienen, sino un modo determinante de acceder a la realidad misma, y de vivir en ella. En este sentido, he querido que la estructura misma de la tesis lo refleje, en paralelo con la del CCE. Ésta no es una formulación general, válida para la presentación de la fe en cualquier catecismo y en cualquier tiempo, sino una bendita característica, un signo de los tiempos del Concilio, que el CCE recoge y plasma admirablemente, en su estructura y contenido. “De ser considerada un conjunto de afirmaciones trasmitidas por Dios al hombre, la Revelación a pasado a ser considerada una comunicación de amor de Dios al hombre. La dimensión asertiva se sitúa hoy dentro de un ámbito interpersonal (es el gran motivo inspirador de la Dei Verbum). [...] El CCC se expresa de modo principalmente no ‘apologético’, ni ‘técnico’, ni ‘argumentativo’, sino ‘declarativo’. Es ‘un lenguaje que se propone presentar positivamente y de modo llano los contenidos de la fe’.2 La diversidad de lenguaje en los catecismos refleja fielmente la 1 Al presentar el tema, he hablado de la caridad como plenitud, y la fe como fundamento (Cfr. p. 2). Me parece que así queda en claro la importancia específica de cada una. Y se evita caer en la cuestión vaga y relativa de cuál es la virtud más importante. 2 COLZANI G., Il catechismo della Chiesa cattolica, en La Rivista del Clero Italiano 74 (1993), 325-338; 331. 236 diversidad de las opciones hermenéuticas y revela inevitablemente sus opciones teológicas”.3 En realidad, esta concepción de la fe y la revelación en el Concilio y en el CCE implica y supone un modo renovado de percibir la fe en relación a la Persona misma del Señor: concretamente, la fe no como una cosa que se posee, sino como un modo crucial de situarse frente a Jesucristo, Camino Verdad y Vida, que con su presencia y su palabra divide en dos las historia: quienes recogen con Él, y quienes desparraman.4 El cristocentrismo del CCE abre la puerta a la impostación trinitaria, a la fibra trinitaria del mismo. Y al mismo tiempo, la fe queda planteada como una dimensión transversal. Esta transversalidad de la fe es lo que he planteado en la introducción a la I parte de la tesis, y es uno de mis aportes específicos. Y se refiere no sólo a la fe como común denominador y fundamento de cuanto se cree, celebra, vive y ora, sino al carácter vital, confesional5 que naturalmente compromete también al modo de exponer la misma, particularmente en un catecismo (entendido como genero literario), y concretamente en este Catecismo. Esta dimensión transversal permite leer la existencia humana en una clave nueva, con la originalidad del Evangelio. Es lo que planteo en las conclusiones del I capítulo y que puede ser resumido así: la vida del hombre es responsorial, porque se define de cara a la llamada del Creador, a su Revelación y a su Gracia. Respuesta personal a una realidad objetiva, que compromete todo su ser y da un sentido nuevo incluso a su existencia terrena. Y al mismo tiempo, respondiendo desde la fe, encuentra y se transforma en testigo de tantas respuestas que de otro modo quedarían definitivamente pendientes. Y es precisamente en este punto en el que se puede nuevamente volver la mirada hacia el género literario de lo que llamamos “catecismos”; y situarse concretamente delante del CCE, (incluso con toda su prehistoria, su proceso de elaboración, su infraestructura y su propósito). Bastaría - para 3 CASTELLUCCI ERIO, Esempi di concettualizzazione della fede in alcuni catechismi dell’ epoca moderna e contemporanea, en Sacra Doctrina 41 (1996), pp. 163-164. 4 Cfr. Mt. 12,30. Este fragmento, que quitado de contexto podría tener sabor fundamentalista, debe ser leído junto y a la luz de Mc. 9,40: “El que no está contra nosotros, está por nosotros”. El Hijo Eterno del Dios que ha creado la libertad, la garantiza y la respeta, es consciente de ser el centro de la historia, la clave hermenéutica que permite comprender el sentido y el significado de todo cuanto existe. En la Iglesia apostólica esta conciencia es también clarísima: Cfr. Hch 4,12; Col 1,12-20. 5 Cfr. el uso de este concepto en el Nº 32 del CCE. 237 proceder por contraposición - quitar del mismo todo lo que sepa a fe, desde la palabra misma hasta la estructura, para comprender que sin este fundamento no quedan sino retazos inconexos de religiosidad, ritos moral y oraciones. Por el contrario, la exposición de la fe que allí encontramos es una expresión sublime de aquella verdad que el corazón del hombre ansía más vehementemente que ninguna otra. Y esta constatación no se refiere sólo a la estructura del CCE, sino a la “estructura” misma de la religión cristiana y del creyente en Cristo. Se refiere incluso a la “estructura” misma de la Iglesia, y a su más profunda identidad. A partir del I capítulo, de un modo más incisivo en el II y como una constante durante toda la tesis, he tratado de subrayar permanentemente cómo en la fe cristiana, tal y como la expone el CCE, el motivo de la celebración es muy claro y concreto (como la fe en la cual se fundamenta): es una Persona: Jesucristo, el Hijo eterno de Dios hecho hombre por nosotros y por nuestra salvación. De lo cual resulta un “recentramiento” teológico, que recoge lo mejor de la teología contemporánea. Así resulta evidente que la fe no es otra cosa que creer en Cristo, como aquel que revela el amor del Padre y dona el Espíritu sin medida;6 la liturgia es celebrarlo como el Viviente, el Señor de la historia; la moral es (como la llama el mismo CCE) la vida en Cristo, y la oración es comunicación-comunión de vida y amor con Él. “Von Balthasar, en un famosísimo texto, sintetiza así el recentramiento teológico de los novísimos: ‘Él es el Cielo para quien lo gana, el infierno para quien lo pierde, el juicio para quien es examinado por Él, y el purgatorio para quien es por Él purificado’.7 Rahner, de modo complementario, insiste sobre el re-centramiento teológico: ‘Cristo mismo es el principio hermenéutico de todas las afirmaciones escatológicas. Lo que no puede ser comprendido y considerado como aserción cristológica no es ni siquiera una verdadera afirmación escatológica, sino adivinación y apocalíptica8”.9 Este recentramiento teológico es también un fruto precioso del Concilio en el cual hunde sus raíces el CCE. Que muy lejos de romper con 6 Como indico en el capítulo II, la enseñanza de la fe en el CCE sintetiza magistralmente la renovada toma de conciencia trinitaria y el sentido del misterio-sacramento cristiano, cosas que en los años del Concilio constituían aún un desafío. 7 BALTHASAR H.U. VON, I novissimi nella teologia contemporanea, Queriniana, Brescia, 1967, p. 43. 8 RAHNER KARL, Principi teologici dell’ermeneutica di asserzioni escatologiche, in Saggi sui sacramenti e sulla escatologia, Paoline, Roma, 1965, pp. 339-440 y 434 ss. 9 CASTELLUCCI ERIO, a.c., p. 141. 238 la Tradición - como pretenden algunas lecturas sectarias - ha tomado lo mejor de la misma; de modo que la exposición de la fe que brota de las páginas y la experiencia conciliar y que nutre el CCE sintetiza armoniosamente “lo nuevo y lo viejo”.10 Profesada y celebrada, la fe se hace vida: vida en Cristo (título de la III parte del CCE), vida de fe (III capítulo de la tesis) que procede moralmente como consecuencia de la misma. He aquí otras de las ideasfuerza de mi trabajo: la moral como coherencia, como efecto y reflejo de una opción antecedente mucho más profunda. Vida en el Espíritu del Resucitado, moral de las Bienaventuranzas.11 Cristo, en el centro mismo de la vida de fe... El contenido de la misma, la esencia de la misma... El que le da la savia vital, hecha no de ciego voluntarismo sino de inteligente asentimiento, que no se rinde ante la fuerza prepotente de la autoridad, sino que se deja mover por la atracción amorosa de la persuasión, que se hace llamada a la oración, fe orante (IV parte del CCE, y IV capítulo de la Tesis). Sin esta persuasión, la vida de los santos (citados aquí como quienes encarnan y viven la fe en todo su esplendor) es sencillamente inexplicable. El estupor que confiere a la fe de los santos el secreto de su potencia proviene no de su afanosa búsqueda de Dios, sino de sentirse afanosamente Cfr. Mt. 13,52. Puede leerse en un artículo editorial de La Civiltà Cattolica: “Son muchas las semejanzas entre él (el Catecismo a los Párrocos del Concilio de Trento) y el CCC. Los dos se dan después de un Concilio ecuménico y, aún no siendo obra de los respectivos concilios, reflejan su doctrina. Así, en el CCC el Vaticano II es citado 767 veces. Ambos están dirigidos principalmente a aquellos que deben enseñar la fe: el Catecismo tridentino a los párrocos y el CCC a los obispos y a aquellos que deben preparar los nuevos catecismos: pertenecen por lo tanto a la categoría de Catechismus maior. Pero - lo que es más importante - ambos tienen la misma estructura cuatripartita, estando divididos en cuatro partes: Credo, Sacramentos, Mandamientos; Padre Nuestro. Evidentemente, el tratamiento de los mismos e muy diversa, porque CCC aprovecha el inmenso aporte teológico de más de cuatro siglos de vida de la Iglesia y sobre todo del trabajo de actualización y de profundización, además de corrección de algunas tendencias, cumplido por el Vaticano II. Sin embargo, la identidad del esquema general muestra que la Iglesia innova en fidelidad a la tradición: a la Tradición apostólica, ante todo; pero también a aquellas tradiciones eclesiales que han prolongado legítimamente la Tradición apostólica”. Cfr. Il ‘Catechismo della Chiesa Cattolica’, en La Civiltá Cattolica 144. IV (1993) pp. 3421-3. 11 “Siempre hemos dicho, de palabra y por escrito, que la Constitución Pastoral de la Iglesia en el mundo Gaudium et spes (GS) puede ser, puede seguir siendo, un tratado excelente de moral; en concreto, su primera mitad, sobre la dignidad de la persona humana, una base excelente de moral fundamental. Así ha sido asumida, en gran manera, por el nuevo Catecismo; pero incorporando - claro está - el gran tratado de la gracia divina por tratarse de moral cristiana; en efecto, es la gracia la que da el poder (posse) de la moral cristiana; el poder fácilmente (faciliter posse) y el poder cumplir gustosamente (libenter posse) de la misma”. LARRABE JOSÉ LUIS, Rasgos teológicos del Catecismo de la Iglesia Católica, en Burgensis 35 (1994), p. 529. 10 239 buscados por el Señor de la historia. Y la fuerza de esta fe, genéticamente comunitaria (eclesial), engendra una realidad absolutamente, originalmente cristiana: la comunión de los santos, modo normal de vivir auténticamente la fe que es siempre personal, pero nunca “privada”. Lex orandi, lex credendi, lex vivendi… Desde el “Hoy” de cada día, con toda su densidad teológico-salvífica. Este permanente sacar consecuencias y conclusiones a partir de la fe que caracteriza la II parte del presente trabajo (temas transversales de actualidad) muestra no sólo que quien lo hace no tiene que ceder a ningún fundamentalismo, sino todo lo contrario: nadie en mejores condiciones que el creyente para abordar inteligentemente los problemas racionales y razonables, pues la fe no reprime sino que potencia la inteligencia humana: “Es Voltaire quien nos asegura que ‘Una falsa ciencia crea ateos; una verdadera ciencia hace que el hombre se postre ante la divinidad’(Diálogos XXIV, 10). Para Max Plank, fundador de la teoría cuántica ‘no solamente religión y ciencia no se excluyen, sino que [ellas] se complementan y condicionan mutuamente. La prueba inmediata es el hecho histórico que los más grandes investigadores de todos los tiempos, hombres como Kepler, Newton, Lebniz, estaban imbuidos de profundos sentimientos religiosos (Religion und Naturwissenschaft, Leipzig 1938)”.12 Mi Tesis quiere ser precisamente un decisivo aporte que ayude al pensamiento teológico a progresar en la certeza de que no existe nada que la fe no pueda ni deba iluminar, pues la misma constituye el sólido fundamento teologal de la existencia humana, cuya virtualidad ofrece siempre la última palabra, y la más autorizada. Toda la II parte apunta a poner de manifiesto esta transversalidad de la fe no como un agente intruso externo, que complica inútilmente, sino como una luz capaz de evidenciar los perfiles y las consecuencias más recónditas de la realidad, acerca de los cuales esta palabra definitiva es la más buscada y esperada. La elección de los temas (como ya he dicho en la introducción a la II parte) apunta por un lado a ciertas constantes que deben ser permanentemente verificadas (caps. V y VI), y por otro a algunas rasgos de la sensibilidad del hombre postmoderno (caps. VII y VIII). Constantes, sí, pero por verificar (por eso mi insistencia, en el cap. VI, en la fe como conversión y la conversión como una actitud de vida, y el diálogo fe-cultura como uno de los senderos de dicha conversión) y sensibilidad contemporánea que necesita ser evangelizada para no volverse incluso inhumana. 12 POUPARD PAUL, Science et foi: pour un noveau dialogue, en Culture et Foi 4 (1996), p. 81. 240 Miedo y vértigo, por un lado; alegría y esperanza por otro (cfr. cap. VII); vago ecologismo superficial de una parte, y amor respetuoso a la creación por otra (cfr. cap. VIII): la fe como fundamento marca decididamente una diferencia precisamente fundamental (válgame la redundancia). Fe como virtud teologal, que no es la simple inquietud espiritual del homo religiosus. Si del siglo XX puede decirse que fue un siglo en el cual la maldad y confusión de algunos hombres intentaron aplastar la fe cristiana, haciéndole frente desde el materialismo, el ateísmo y la irreligiosidad recalcitrante, en el comienzo de este nuevo milenio flotan por doquier gérmenes de una religiosidad que es tanto difusa cuanto necesitada de purificación y rectificación, y que sin embargo comparte con el movimiento anterior la oposición a la fe cristiana, esta vez no de modo frontal, sino “transversal”13: “La compleja serie de fenómenos conocidos con el término de religiones ‘neopaganas’ pone de manifiesto la necesidad, que sienten muchos, de inventar modos nuevos para ‘contraatacar’ al cristianismo y volver a una forma más auténtica de religión, vinculada más íntimamente a la naturaleza y a la tierra”.14 Cuando el Papa presentaba el Catecismo de la Iglesia Católica, lo ofrecía “a todo hombre que nos pida razón de la esperanza que hay en nosotros (cf. I Pe. 3,15) y que quiera conocer lo que cree la Iglesia Católica”,15 y también para “que la luz de la verdadera fe libre a la “El espíritu de esta nueva religión universal se explica más claramente de una manera muy popular en el musical Hair del año 1960, cuando al público de todo el mundo se le dijo que ‘esta era el alba de la Era del Acuario’, una era basada en la armonía, la comprensión y el amor. En términos astrológicos, la Era de Piscis ha sido identificada con el tiempo del cristianismo, pero esta era, según dicen, debería acabar pronto para dar paso a la Era del Acuario, cuando el cristianismo perderá su influjo, dejando el sitio a una religión universal más humana. Gran parte de la moral tradicional no tendría ya lugar en la nueva Era del Acuario. Sería totalmente transformado el modo de pensar de la gente y ya no existirían las antiguas divisiones entre hombres y mujeres. Los seres humanos deberían ser sistemáticamente llamados a asumir una forma de vida andrógina, en la que ambos hemisferios del cerebro se usen oportunamente en armonía y no desconectados como ahora. [...] La Nueva Era se presenta como una falsa utopía para responder a la sed profunda de felicidad del corazón humano, sometido al dramatismo de la existencia e insatisfecho ante la infelicidad profunda de la felicidad moderna. La Nueva Era se presenta como una respuesta engañosa a la esperanza más antigua del hombre, la esperanza de una nueva era de paz, armonía, reconciliación consigo mismo, con los demás y con la naturaleza. Esta esperanza religiosa, tan antigua como la humanidad misma, es una llamada que brota del corazón de los hombres especialmente en tiempos de crisis”. POUPARD PAUL, en la presentación del documento “Jesucristo, portador de agua viva. Una reflexión cristiana sobre la Nueva Era” redactado por los Pontificios Consejos para la Cultura y para el Diálogo Interreligioso (3/II/2003), en http://zenit.org (20/IX/2003). 14 Ibídem. 15 Cfr. Fidei Depositum, Nº 4. 13 241 humanidad de la ignorancia y de la esclavitud del pecado, para conducirla a la única libertad digna de este nombre (cf. Jn. 8,32): la de la vida en Jesucristo bajo la guía del Espíritu Santo, aquí y en el Reino de los cielos, en la plenitud de la Bienaventuranza de la visión de Dios cara a cara (cf. I Co. 13, 12; II Co. 5, 6-8)”.16 Estamos aquí en las antípodas de esa discutible defensa exacerbada del planeta como si el mismo fuese un fin en sí mismo (actitud retroalimentada por los cultores de la nueva era) que ha engendrado (y hasta pretende justificar) al “ecoterrorismo” (por mencionar uno de los tantos eventuales valores de nuestro tiempo que al extrapolarse se desnaturalizan y corrompen)... Es evidente que la fe cristiana custodia y salva a la condición humana del historicismo filosófico y moral (me refiero concretamente a esa tendencia dominante a calificar conductas, actitudes y comportamientos como desviados o respetables según las épocas, ignorando o negando la relación que los mismos puedan tener con la naturaleza humana), al cual la cultura de la nueva era ha ya fatalmente sucumbido... Al profundizar en la misma y redescubrir su carácter fundamental en la vida del creyente y en la historia de la salvación, no se puede menos que prorrumpir en una exultante acción de gracias por el don de la misma: “¡Ésta es nuestra fe, la fe de la Iglesia, la que nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús nuestro Señor. Amén!”. 16 Ibídem, Nº 5. 242 ORACIÓN POR LA FE (PABLO VI) Señor, yo creo. Yo quiero creer en Ti. Señor, haz que mi fe sea plena, sin reservas; y que penetre en mi pensamiento, en mi modo de juzgar las cosas divinas y las cosas humanas. Señor, haz que mi fe sea libre, es decir, que tenga mi adhesión personal. Que acepte las renuncias y los deberes que trae consigo, manifestando así lo más íntimo de mi personalidad: Señor, yo creo en Ti. Señor, haz que mi fe sea cierta. Cierta, por una congruencia exterior de pruebas y por un testimonio interior del Espíritu Santo. Cierta, por su luz que asegura, por su conclusión pacificadora, por su asimilación tranquilizadora. Señor, haz que mi fe sea fuerte. Que no tema las dificultades de los problemas que llenan la experiencia de nuestra vida, ávida de luz. Que no tema la oposición de quienes la discuten, la impugnan, la rechazan, la niegan. Sino que se consolide en la íntima prueba de tu verdad. Y que de tal modo resista la acometida de la crítica, que se fortalezca en la afirmación continua, y que supere las dificultades dialécticas y espirituales, en las que se desarrolla nuestra existencia temporal. Señor, haz que mi fe sea gozosa, y dé paz y alegría a mi espíritu, y lo capacite para la oración con Dios y para el trato con los hombres; de tal manera que irradie en su diálogo sagrado y profano la felicidad interna de su gozosa posesión. Señor, haz que mi fe sea activa, y dé a la caridad las razones de su expansión exterior; de tal modo que constituya una verdadera amistad contigo. Sea de ti, en las obras, en los sufrimientos y hasta en su ultima manifestación. Sea una búsqueda continua, un testimonio continuo y un alimento continuo de esperanza. Señor, haz que mi fe sea humilde, y no presuma fundarse en la experiencia de mi pensamiento y de mi sentimiento, sino que se rinda al testimonio del Espíritu Santo. Y no tenga otra garantía mejor que la docilidad a la Tradición y a la autoridad del Magisterio de la Santa Iglesia. Amén. 243 BIBLIOGRAFÍA Fuentes: Biblia de Jerusalén. Edición española. Desclée de Brouwer, Bilbao, 1975. 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