MECÁNICO AMOR Recuerdo la primera vez que la vi en una tibia tarde veraniega. Confieso que al principio no me llamó mucho la atención; porque la vi como todas: impasibles y pura pinta; sin embargo, había algo que no pude borrar de mí mente desde ese día, ese algo que descubrí cuando dejé de verla y comencé a mirarla, a mirarla de manera más profunda, fue como descubrir poco a poco el fondo del océano: seductora, maravillosa e ideal, eso es amor a primera vista o al menos eso parecía, ya que con el tiempo se me volvió una grandísima obsesión. Mis amiguitos siempre me decían que era demasiado joven para tenerla, qué se yo, con mis 12 años tenía grandes anhelos y ella se había convertido en uno de ellos. Mí madre siempre trataba de complacerme con mis pequeños caprichos; pero el día que se enteró de mí testarudez por ella, de tenerla, de poseerla, sentirla…; simplemente le invadió pura frustración e impotencia. Comunicó inmediatamente mí loca alucinación a mí padre; el cual simplemente dijo: – Son cosas de niños, ya verás como se le pasa cuando crezca…–, quisiera decir que él tenía toda la razón, pero no fue así, sino todo lo contrario. Cada mañana, muy temprano, ella pasaba por mí casa, la escuchaba venir postrado desde mí cama, la esperaba, la miraba por detrás de mis cortinas. Sus perfectas formas y su singular andar; me impulsó a querer mirarla todo el tiempo. No sabía exactamente de dónde venía; pero como en su siempre recorrido pasaba por mí casa, le era consuelo suficiente para mí joven corazón. Con el tiempo alimentó e inspiró dentro de mí; al fresco artista plástico, por cada semana que transcurría, la dibujaba tal cual era: una obra de arte. Siempre me imaginaba su semblante convertido en una hermosa fiera salvaje; al mismo tiempo que la sabana africana se extendía detrás de ella, coronando ese su encanto excepcional. Amor de verdad… Cierto día decidí seguirla y espiarla, verla más de cerca, desearla aún más. Esperé pacientemente detrás del árbol de mí jardín, como un pequeño cazador espera a su presa. El tiempo pasaba y no surgía, mí impaciencia se fragilizaba como hielo al sol. En el momento de pensar y meditar el por qué de la demora, la escuché, la escuché acercarse como cada mañana alegrando mí pensamiento dormido, invadiendo el sonido del silencio del vecindario; como el roce de un delicado ángel al pasar por la tierra. Me escondí cautelosamente detrás de la sombra del gran arce, no quería distraerla con mí presencia o que se percatara de que alguien estaba a punto de seguirla. Pasó frente a mí patio con solemne gracia, y al perderse en la esquina: comencé a pedalear, apresurar el paso para verla pasar otra vez y mirarla de frente. Llegué a la avenida y la vi alejarse a lo largo de ésta y para lograr mí objetivo, me adentré por unos insípidos callejones del barrio, oscuros, mal olientes y húmedos para poder adelantarme…, valió la pena, ya que cuando llegué a la avenida paralela, la esperé de nuevo…; me pasó por segunda vez y pude sentir esa singular bocanada aromática que dejó en su paso. Sentirla, aunque sea sólo un instante, como destello efímero de luz de faro, fue como pedir tu segunda ronda de un Mega-split de chocolate; porque sabes que no siempre durará. El despertar de éste bello sentimiento, me fue consumiendo hasta convertirse en fiebre de amor, lo cual, me fue motivo suficiente para entenderlas un poco más, saber el cómo funcionan en éste universo, la importante responsabilidad que cumplen en todo el mundo, en toda sociedad, la gran carestía que había visto su artista antes de crearla, deidad de necesaria necesidad. Con el pasar del tiempo fui creciendo y conmigo el íntimo sentimiento que se había acuñado en mí templario corazón, colonizado completamente por ella…, solamente ella, que en contra de las agujas del reloj, ante mis ojos, la seguía mirando siempre igual, bella, perfecta, viva piedad de la máxima misericordia del firmamento, dulce y encantadora, inmortal imagen exquisita de la “Victoria de Samotracia”, una sensación que ahora me impulsaba a crecer más rápido, mejorar económica, física y psicológicamente, para poder dominarla, tenerla, amarla… Debo admitir también, que al principio no fue nada fácil, nada sencillo, ya que me costó mucho sufrimiento para alcanzar mí meta, el precio por saciar mí obsesión, fue como pagar el IVA con una lágrima, esforzada y constante; pero después de tanto sufrir, romperse el lomo trabajando, estudiar, penar y llorar, por fin conseguí mí objetivo, ¡¡¡Ya tengo mí Vitara!!! Por: Pitufón