m-19 - El Ortiba

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M-19: DESDE LA MONTAÑA AL PARLAMENTO
Sergio Fernando Salinas Cañas*
En la segunda ola de organizaciones guerrilleras en Latinoamerica, junto
con el sandinismo y Sendero Luminoso, el M-19 colombiano merece ser
descrito por el éxito que tuvo y por su ruptura con la tradición castrista de
los sesentas, de cuyo fruto surgió, la primera oleada guerrillera. Al mismo
tiempo, que abrió la perspectiva de la negociación de paz y la incorporación al sistema político como una alternativa política válida para los grupos guerrilleros del continente.
II.A ANTECEDENTES HISTORICOS
En los inicios de la década del setenta Colombia vivía una etapa de lucha social y
política muy intensa. Protestas callejeras, cientos de tomas de tierras por parte de
campesinos, coincidían con una fuerte crisis política, producto de divisiones provocadas por altos grados de sectarismo. La izquierda colombiana no estaba exenta
de esta dinámica, mostrando una fuerte división entre los partidarios de la vía
pacífica y la vía armada como metodologías de acceso al poder.
En medio de este escenario un grupo de antiguos miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas (FARC), del Ejército de Liberación Nacional
(ELN), miembros de la ANAPO y dirigentes sociales deciden crear una organización
de nuevo tipo, que supere los evidentes fracasos de modelos guerrilleros previos,
rompa con el abismo que separaba a los grupos armados de las masas, y encabece las luchas sociales que ocurrían en esos años en Colombia.
Como señala Israel Santamaría, oficial superior del M-19, con la creación del movimiento “se trataba de dotar al movimiento de masas de fuerzas armada, y al
movimiento armado de dotarlo de fuerzas de masas, porque las masas eran grandes, pero desarmadas y débiles y ponían los muertos en las calles y el movimiento
armado era fuerte y con las armas pero no tenía pueblo que respaldara su accionar”. (Behar Olga; Las Guerras de la Paz; Editorial Planeta, Bogotá, 1985, pág.
86)
Luego de discutir la concepción del nuevo movimiento se decide que la consigna
que lo representa mejor es “con el pueblo, con las armas, al poder”, para la cual
buscan un nombre distinto a los ya existentes y repetidos en la mayoría de los
países: Juventudes Revolucionarias, Ejército de los Pobres, Ejército de Liberación
Nacional, Bandera Roja, etc. Como señala el dirigente Israel Santamaría consideraban que no era suficiente tener las armas y esconderse en la selva hasta que el
ejército los aniquilara, “y tampoco era lógico el pueblo sin armas, esa era la experiencia histórica del 19 de abril de 1970, cuando el pueblo ganó las elecciones pero no obtuvo el poder y no tuvo la estructura militar que le permitiera defender su
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desarrollo político”. (Behar Olga; Las Guerras de la Paz; Editorial Planeta, Bogotá,
1985, pág. 86)
Por eso toman el nombre de Movimiento 19 de abril (M-19) con una manera de
conmemorar la fecha en que el candidato presidencial de la Alianza Popular (ANAPO), el general Gustavo Rojas Pinilla, un caudillo populista que gobernó el país con
mano de hierro de 1953 a 1957, fue objeto de un supuesto fraude electoral en las
elecciones presidenciales.
Su principal dirigente y fundador, Jaime Bateman, era quien mejor representaba
la nueva cultura guerrillera alejada del mesianismo y del militarismo predominante
en otros grupos. Bateman había sido miembro de las juventudes comunistas y
más tarde de las FARC, el brazo armado. Bateman se definía así mismo como nacionalista, demócrata y revolucionario, y dedicado simultáneamente a la lucha
armada. Para Bateman era necesario para acercarse al pueblo colombiano nacionalizar la revolución, “ponerla bajo los pies de Colombia, darle sabor de pachanga,
hacerla con bambucos, vallenatos y cumbia y cantando el himno nacional”. (Lara
Patricia; Siembra vientos y recogerás tempestades; Editorial Planeta, Bogotá
1986, pág. 110.
II.B CARACTERISTICAS DEL M-19
Eduardo Pizarro, hermano del asesinado candidato presidencial del M-19, y uno de
los principales expertos colombianos en el movimiento guerrillero, destaca seis
diferencias principales con los grupos guerrilleros de los sesenta, que permiten
caracterizar al M-19:
1. Los grupos de la “segunda generación” han buscado consolidar su presencia en
núcleos de la población (sindicatos, barrios, veredas) con mayor eficacia y amplitud que sus antecesores.
2. Frente a las tácticas tradicionales de la guerrilla de los sesenta, fundadas en las
tesis del foco guerrillero, estos nuevos grupos insurgentes se fundan en la perspectiva de la guerra prolongada y la conformación de frentes populares de masas
(tales como el Frente Sandinista o el Farabundo Martí) que desborda la concepción
de vanguardia leninista.
3. A la amplitud de su influencia interna se añaden redes de relaciones “diplomáticas” que se extienden en el contexto internacional.
4. Un amplia gama de actores internacionales le brindan su apoyo en distintos
planos (propagandístico, financiero, político, logístico): partidos, iglesias, sindicatos.
5. Estos movimientos han vivido un proceso progresivo de “latinoamericación”,
simultáneamente con una visión crítica de los polos de poder comunista (Moscú y
Pekín) y ligan sus estrategias más al conflicto centroamericano y caribeño que las
disputas en el bloque socialista.
6. “Igualmente, presentan una ruptura con el marxismo hirsuto y con un internacionalismo que los hace simples peones de ajedrez global que los desborda, para
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asumirse como parte de una historia nacional: Bolívar, los símbolos patrios, las
tradiciones culturales no son concebidas como símbolos burgueses, sino como
patrimonio de la revolución”.(Pizarro Eduardo, en Jorge Castañeda; La Utopía
Desarmada, Editorial Planeta, México D.F., 1993, pág. 134)
De manera similar el ex miembro de la Dirección Nacional y ex parlamentario del
M-19, Gustavo Petro, señala que en el horizonte ideológico de las FARC, el ELN,
incluso del maoísta EPL, no se concebía otro tipo de sociedad para Colombia que el
construido en la Unión Soviética y más exactamente en su espejo latinoamericano: la revolución cubana. “Solamente en el M-19, se intentó confusa y espontáneamente pensar en un camino propio de corte latinoamericano, recuperar nuestra historia y nuestra cultura para pensar en una democracia también propia, de
ahí que los intelectuales europeos al unísono del resto de la guerrilla colombiana
hayan siempre observado al Movimiento 19 de abril como una especie de “populismo armado”, por algo el populismo es el precursor de la modernidad latinoamericana y por algo el M-19, es en realidad un precursor de la modernidad colombiana, en vías de fracaso”. (Petro Gustavo; De la Guerra y de la Paz en Colombia.(http://www.algonet.se/~demos/pazcol.html).11 de enero de 1996.
Para Arturo Navarro Wolff la diferencia entre el M-19 y la guerrillas venezolanas
de los sesenta estaba situada en la forma en que se accedió a la mesa de negociaciones, en el primer caso derrotadas y sin la influencia política y social que consiguió el movimiento guerrillero colombiano.
“Nosotros fuimos capaces de penetrar en la sociedad, le gustara o no a la gente.
Cuando comenzamos a buscar un espacio en la opinión pública, ya teníamos una
presencia. nadie nos derrotó. Más tarde, algunos dijeron que habíamos sido derrotados, pero si hubiéramos negociado desde una posición de debilidad, no hubiéramos obtenido lo que obtuvimos, que fue una enorme penetración en la opinión
pública. La gente no pensaba que habíamos sido derrotados, sino que simplemente estábamos haciendo lo que había que hacer por el país, abriendo el camino a la
paz y la tranquilidad. La guerra de guerrillas no fue en Colombia algo marginal,
sino que dio en el blanco del país”. (Arturo Navarro Wolff en Castañeda Jorge; La
Utopía Desarmada; Editorial Joaquín Mortiz; México, 1993, pág. 138)
El M-19 desde sus orígenes hasta su incorporación al sistema político como una
organización sistémica, vivió una continua pugna por erradicar la profundas huellas que la praxis guerrillera y la forma en que el marxismo se había aplicado en
América Latina tenían en sus militantes. El accionar político militar del M-19 trato
de ir acorde a esta nueva concepción política, asumiendo de forma distinta a sus
antecesores el concepto de guerra, los hechos de propaganda armada, la propaganda, el lenguaje y el diálogo con el país. Como señala Carlos Pizarro así fueron
creando las condiciones para que la organización expresara más claramente sus
pensamientos, “lo que quiere en verdad como lo expresaba Bateman en 1980
cuando la toma de la embajada Dominicana, en este momento el M-19 deja de
tener ese lenguaje común, ese lenguaje esquizofrénico, para tener un lenguaje
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único dentro de la comunicación con el país”. (Pizarro Carlos; Guerra a la Guerra;
Editorial Tiempo Presente; Bogotá, Colombia; 1988, pág. 42)
II.C ACCIONAR
El M-19 irrumpió en el escenario político colombiano en enero de 1974, cuando
robó la espada de Simón Bolívar y proclamó “Bolívar, tu espada vuelve a la lucha”.
“Ese golpe espectacular y en cierto sentido quijotesco simbolizaba la ruptura táctica e ideológica del M-19 con los grupos de los sesenta y los cubanos”. (Castañeda
Jorge; La Utopía Desarmada; Editorial Joaquín Mortiz; México, 1993, pág. 132)
La idea había surgido durante una reunión del aparato militar de las FARC, cuando
Luis Otero (muerto el 7 de noviembre de 1985 durante la toma del Palacio de Justicia) recordó como los tupamaros había robado la bandera de Artigas y propuso el
robo de la espada de Bolívar, pero fue rechaza por considerarla un aparato de museo, sin ningún contenido político. Años después la idea resurgió durante una
reunión del Comando Superior del M-19.
Como señala el ex Comandante General del movimiento, Alvaro Fayad, “entonces
pensamos en Bolívar...y cuando pensamos en Bolívar, ¿que imaginamos para fundamentar el nacionalismo que íbamos a sostener como un cordón básico del M19? Comenzamos a pensar en el tipo de operación político-militar que se relacionara con Bolívar, para reivindicarlo, para alejarlo de los libros de historia de Henao
y Arrubla, para que Bolívar no fuera simplemente la conmemoración de cada 7 de
agosto y de cada 17 de diciembre”. (Behar Olga; Las Guerras de la Paz; Editorial
Planeta, Bogotá, 1985, pág. 138)
El M-19 se caracterizó durante todo el período de vida antisistémica por realizar
acciones llamativas y en golpes de audacia espectaculares, como el anteriormente
descrito robo de la espada de Bolívar; el secuestro y asesinato de José Raquel
Mercado (que incluso incluya una consulta nacional a través de rayados murales
para decidir si se asesinaba o no al dirigentes); el robo de cerca de cinco mil armas del Cantón Norte del Ejército en Bogotá; la toma de la embajada de la República Dominicana; el desembarco de guerrilleros por el Pacífico; y la toma del Palacio de Justicia en 1985.
Desde 1988, el M-19 suspendió sus acciones militares y entró en un franco diálogo
con el gobierno de Virgilio Barco, para incorporarse al sistema político sistémico.
“Encabezado por el M-19, el movimiento guerrillero parece converger actualmente
hacia un proceso esperanzador de tregua armada, nuevo diálogo e incorporación a
la vida democrática, que responde a la apertura prudente del sistema político colombiano, tal como lo está expresando la administración Barco en sus dos últimos
años y su convocatoria a un plebiscito nacional, que agilice las grandes reformas
económicas, sociales y políticas que necesita el país”. (Neira Enrique; Un caso intrincado de violencia: Colombia; Revista Nueva Sociedad Nº105; Venezuela,
Enero-febrero de 1990, pág. 141)
II.D NEGOCIACIONES DE PAZ
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En general en nuestro continente, que ha sido tradicionalmente foco de tensiones
nacionales, regionales e internacionales, salvo notables excepciones históricas, la
negociación de conflictos es un fenómeno reciente. La negociación geopolítica más
importante de América Latina, que enfrentó dos partes con una gran asimetría de
poder, fue la negociación sobre el Tratado de Panamá. En cuanto a negociaciones
de conflictos en el interior de las naciones, sólo existe un antecedente previo: Venezuela.
En ese país hubo un proceso de pacificación en la mitad de los sesenta, que brinda
un ejemplo notorio de voluntad de las partes por alcanzar la paz. La guerrilla venezolana, al igual que en el resto de los países, tuvo un momento de auge de los
factores insurreccionales casi al momento de su nacimiento a principios de la década. Posteriormente su acción militar urbana se estancó y se trasladó a las zonas
rurales.
“Entre 1965 y 1966 sus máximos dirigentes inician una reflexión sobre el futuro
de la lucha armada bajo el siguiente razonamiento: la guerrilla no ha sido derrotada y, por las estrategias de supervivencia, difícilmente lo será en términos militares, pero tampoco es muy probable un avance militar sustantivo que planteara a
corto plazo la posibilidad de derrota con el ejército”. (Benítez Raúl; Negociaciones
de paz en el Tercer Mundo:análisis comparativo; http ://www.cidob.es/ castellano/
publicaciones/ afers/ benitez.html)
Por su parte, el gobierno en vez de plantear como salida la represión indiscriminada, inteligentemente abrió los espacios políticos. Ante esta situación de mutuas
concesiones, la guerrilla fue desmantelando sus estructuras militares e insertándose en el proceso democrático y el gobierno respetó la vida de los dirigentes y
militantes. “Entre 1967 1969 se dio una apertura política donde, aun existiendo
comandos militares guerrilleros, el gobierno aceptó su participación electoral en
1968. A finales de 1968 se puede considerar que en el país ya existían condiciones
de paz armada”. (Benítez Raúl; Negociaciones de paz en el Tercer Mundo:análisis
comparativo; http ://www.cidob.es/ castellano/ publicaciones/ afers/ benitez.html)
La experiencia de negociación venezolana, prácticamente quedó en el olvido durante los tormentosos años setenta, sólo a mediados de los ochenta comenzó a
gestarse un nuevo proceso de negociación, esta vez en Colombia.
Lo que en los convulsionados años sesenta y setenta se veía como una quimera:
negociaciones de paz entre guerrilleros y el Estado, tuvo en el M-19 a uno de sus
principales detractores. Porque el M- 19 bajo de la sierra, depuso las armas, y
contribuyó a formar un nuevo sistema político en Colombia, con una nueva constitución e indirectamente contribuyendo al término del monopolio del poder que los
liberales y conservadores habían gozado durante treinta años. Una de las explicaciones de esta transición excepcional se encuentra en los orígenes del M-19, como
señalamos anteriormente, “fundado con la furia y la desesperación provocada por
el fraude electoral, tomó las armas para conquistar el derecho a participar en las
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elecciones y no para hacer la revolución, a pesar de que se autodefinía como movimiento revolucionario”.(Castañeda Jorge; La Utopía Desarmada; Editorial Joaquín Mortiz; México, 1993, pág. 136)
El proceso de paz colombiano desde sus comienzos captó la atención de cientistas
sociales, politólogos y políticos. Prácticamente sin mediación internacional, desde
principios de la década del ochenta se esforzaron intentos de diálogo y pacificación. Desde 1983 a 1986, tiempo en que se realizó el Diálogo de contadora, del
cual Colombia fue parte, el presidente Belisario Betancur utilizó a la política exterior como medida de política interior, y se iniciaron los altos al fuego parciales con
las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el M-19, y el Ejército
Popular de Liberación (EPL).
Como señaló el comandante Carlos Pizarro en enero de 1988: “Tenemos la convicción de que estamos frente a un proceso en el que debemos ser creativos sobre
las bases de lo que se ha conseguido en este país en todos estos años de lucha,
conquistando la posibilidad real de la paz, de la democracia, de la justicia social,
entonces quienes están angustiados por la aparición del M-19 es la oligarquía y
quienes están a la expectativa es el país entero y quienes estamos trabajando por
el nuevo reconocimiento del M- 19 en las jornadas de libertad y democracia, somos nosotros”. (Pizarro Carlos; Guerra a la Guerra; Editorial Tiempo Presente;
Bogotá, Colombia; 1988, pág. 137)
Estas iniciativas tuvieron grandes altibajos, no lográndose acuerdos definitivos. En
1984 los altos al fuego son bastante limitados, no obstante, las FARC crea la
Unión Patriótica (UP) y decide participar de forma abierta y legal en la lucha política. “En noviembre de 1985, con el asalto al Palacio de Justicia por el M-19, y la
consecuente represión desatada después de este acontecimiento, se cerró el clima
de distensión. Entre 1985 y 1988 son asesinados por grupos paramilitares más de
mil dirigentes políticos populares, tanto los vinculados a los grupos armados como
los independientes, lo que genera un clima de desconfianza posterior que se incorpora como un obstáculo importante para lograr la paz”. (Benítez Raúl; Negociaciones de paz en el Tercer Mundo: análisis comparativo; http ://www.cidob.es/
castellano/ publicaciones/ afers/ benitez.html)
Lo anterior sirve como testimonio elocuente tanto del carácter sumamente violento de la política colombiana como de los enormes riesgos que asumió el M-19
cuando a principios de los ochenta inició las negociaciones de paz con el gobierno
del Presidente Belisario Betancur. Debido a las características especiales de este
movimiento, muy distintas a la de sus congéneres lationoamericanos, el M-19 resistió lo que fue sin duda el peor aniquilamiento que una dirigencia ha sufrido por
una organización latinoamericana.
De sus fundadores, Jaime Bateman, Iván Marino Ospina, Alvaro Fayad y Carlos
Pizarro, murieron, todos en acción o en combate entre 1983 y 1989. Si se les
agrega el nombre de Bernardo Jaramillo, el candidato presidencial de la Unión
Patriótica, una coalición política promovida por el Partido comunista, también ase-
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sinado a tiros en 1989, la lista es abrumadora. “El costo en dirigentes es un reflejo
de un costo mucho mayor que se pagó entre simples militantes: unos 30 mil activistas y simpatizantes de izquierda murieron asesinados, más que en El Salvador
y muchos más que en Argentina, Chile o Uruguay en las guerras sucias de los
años setenta. La represión de la izquierda colombiana y la magnitud de sus pérdidas no tienen parangón en la historia moderna de América Latina”. (Castañeda
Jorge; La Utopía Desarmada; Editorial Joaquín Mortiz; México, 1993, pág. 136)
Como señala el ex miembro de la dirección nacional del M-19 y ex parlamentario,
Gustavo Petro “Medio millón de asesinatos políticos y sociales en medio siglo nos
lleva a pensar que en Colombia no sólo se intentó extirpar una élite revolucionaria, sino que se intentó eliminar definitivamente cualquier intento de participar
autónoma de la sociedad en la vida del país”. (Petro Gustavo; De la Guerra y de la
Paz en Colombia.(http://www.algonet.se/~demos/pazcol.html.11 de enero de
1996)
Los resultados alcanzados en las elecciones de 1990 para la presidencia y la
asamblea constituyente por el M-19 permiten afirmar que el tránsito de la lucha
armada a la representación parlamentaria fue exitoso. A pesar de que su candidato presidencial fue asesinado semanas antes del día de los comicios el M-19 obtuvo 750 mil votos y el 13% en la primera votación, y un millón de votos, más del
20% y el mayor número de escaños de cualquiera de las listas en la segunda vuelta. “Encuestas realizadas en Colombia a principios de 1991 revelaban que un gran
número de colombianos (58,5%) creía que el M-19 llegaría al poder y que su dirigente y antiguo candidato Antonio Navarro Wolff, era considerado el político colombiano con mayores probabilidades de llegar a la presidencia en la década de
los noventa”. (Castañeda Jorge; La Utopía Desarmada; Editorial Joaquín Mortiz;
México, 1993, pág. 136)
Sin embargo, las primera elecciones legislativas y comunales bajo la nueva constitución, en octubre de 1991, mostraron a un M-19 desperfilado y con una considerable baja en el apoyo popular. Este retroceso no fue bien comprendido ni asimilado por sus dirigentes. En su interior surgieron sectores que culparon a la conducción que le dio al nuevo partido político su líder carismático, Arturo Navarro Wolff
y al tipo de partido que concibieron: idéntico a otros grupos por su moderación,
responsabilidad y madurez (sinónimo de no revolucionario). “Otros opinaban que
si el M-19 hubiera seguido apegado a la izquierda y al radicalismo, le hubiera ido
aún peor, dado el conservadurismo imperante en Colombia y en todo el hemisferio. En todo caso, una cosa estaba clara: el M-19 perdió el contacto con los movimientos populares que le habían proporcionado el contexto para prosperar después de deponer las armas”. (Castañeda Jorge; La Utopía Desarmada; Editorial
Joaquín Mortiz; México, 1993, pág. 136- 137)
Como señala el politólogo mexicano, Jorge Castañeda, el M-19 ejemplificó un
tránsito inicialmente afortunado de la lucha armada castrista de los años sesenta a
la competencia electoral casi socialdemócrata de los noventa. Pero en vez de con-
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tribuir al cambio de la democracia colombiana haciéndola más representiva y legitimada en todos los sectores de la sociedad, cayó en los mismos vicios que criticaba en los partidos tradicionales. De cierta manera fue un nuevo partido, con viejos
vicios, que formó parte de un sistema político anquilosado y desprestigiado, por lo
que también entró a compartir el descrédito que lo rodea.
*Sergio Salinas: es periodista de la Universidad Católica; Magíster en
Ciencia Política, mención Política Compara de la Universidad de Chile. Con
estudios en Teoría y Resolución de Conflictos (Ilades- Universidad Javeriana). Director de Cuadernos de Trabajo de la Corporación Tercer Milenio.
© 1997 Preguntas y consultas con Sergio Salinas
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