Experiencias de la Escuela Rural de Barbiana “Carta a una maestra” “Este conmovedor libro es un clásico de la pedagogía y de la sociología italiana de mediados del siglo XX. Escrito con rabia, pero sobre todo con dolor por chicos que habían vivido en su propia carne la injusticia de una escuela clasista, que les dejaba fuera del "sistema", sin darles siquiera el diploma básico obligatorio. Finalmente "salvados" por la escuela de Barbiana, una aldea de las montañas próximas a Florencia, dirigida por un cura, Don Milani, que se hizo célebre en Italia por su tipo de enseñanza y formación, que no excluía a ningún muchacho, que sacaba lo mejor de ellos mismos y les hacia estar orgullosos de su cultura, frente a una escuela funcionarial, anquilosada, incapaz de enseñar, solo de reproducir, que crea seres individualistas, arribistas y desinteresados de la auténtica cultura, me conmocionó hace casi treinta años y también en este segunda lectura. Si bien el contexto social, político y económico actual en nuestro país no tiene nada que ver con lo que aquí se nos narra, por lo que quizá no es válido para la FAD, es un libro que deberían leer todos los maestros y profesores, como un modo de sacudirse tantas cosas que atan al pasado y que impiden progresar auténticamente. Un libro para los que aman enseñar, ya que, como estos chicos muy bien dicen con su estilo sencillo pero contundente, "el saber solo existe para darlo". Capítulo 1. La escuela no puede hacer repetidores El libro está configurado como una larga carta -de ahí el título- que unos muchachos escriben a su maestra, una maestra representativa de un sistema que lleva al fracaso a los chicos pobres, al no tener en cuenta sus especiales características y sus casi insalvables dificultades. "Querida señora: usted ni siquiera se acordará de mi nombre. ¡Se ha cargado a tantos! Yo en cambio, he pensado mucho en usted, en sus compañeros, en esa institución que llamáis escuela, en los chicos que "rechazáis". Nos echáis al campo y a las fábricas y nos olvidáis". Habla de la timidez, que él -la voz en off que se oye a lo largo de todo el libro- creía propia de los montañeses como él pero que también descubre en los obreros de la fábrica y en tantos otros. "La timidez de los pobres es un misterio muy viejo", dice. "Yo que estoy dentro de él no sabría explicárselo. Acaso no sea ni cobardía ni heroísmo. Sólo falta de prepotencia para creerse superior". Habla de los chicos de la montaña, encerrados en una escuela de segunda categoría. Acabada la escuela elemental tenían que dejar los estudios porque en su pueblo no había segunda etapa y además la maestra les había dicho a sus padres: "Mándelo al campo. No sirve para estudiar". La escuela de Barbiana -una escuelita en las montañas, próxima a Florencia- salvó a estos niños, gracias al entusiasmo y la dedicación de un cura, Lorenzo Milani, para el cual ningún niño era "inútil para los estudios". En la escuela de Barbiana no había vacaciones, ni siquiera los domingos, pero los niños sabían que el trabajo fuera era mucho peor. Ir a la escuela era para ellos un privilegio. Los niños enseñaban, los mayores a los pequeños, y al que tenía más dificultad era al que más se le mimaba, era el preferido. Se hace una crítica a la enseñanza de la lengua, de la geografía, de la historia, plagadas de datos inútiles, totalmente alejados de la realidad. O a la enseñanza de idiomas, algo que consideran fundamental, pero no tal como se enseña, ni con los exámenes que se hacen: "El ejercicio de francés era un concentrado de excepciones. Hay que suprimir los exámenes, pero si los hacéis, al menos sed leales. Las dificultades hay que ponerlas en la misma proporción que tienen en la vida. Si ponéis de más es que tenéis la manía de la trampa. Como si estuvierais en guerra con los chicos". Se critica la enseñanza sexista: "De las niñas del pueblo no vino ni una. Quizás por la dificultad del camino. Quizás por la mentalidad de los padres. Creen que una mujer puede vivir hasta con un cerebro de gallina. Los hombres no le piden que sea inteligente". Se critica una escuela en la que se favorece al arribismo desde los doce años. Las críticas, sobre todo la más constante e insistente, la del fracaso escolar se apoya en numerosas estadísticas que prueban el altísimo índica de fracaso escolar en las clases sociales menos favorecidas. La Universidad parece aún más clasista. De 100 licenciados el 91,9% son hijos de profesionales liberales o de gente de lo que podría llamarse clase alta, mientras que los hijos de trabajadores por cuenta ajena son el 8,1% (las estadísticas son de 1963). No solo hay críticas, sino también propuestas, concretamente tres: "Para que el sueño de la igualdad no siga siendo un sueño” os proponemos tres reformas: 1.- No hacer repetidores. 2.- A los que parecen tontos darles clase a tiempo pleno. 3.- A los vagos basta con darles una motivación. Igual que al tornero no se le permitiría solo entregar las piezas que le salen bien (no se esforzaría para que le salieran todas), tampoco al maestro se le debería permitir descartar "piezas" a su antojo. Se critica también las pocas clases que hay en la escuela (hay un sistema de refuerzo llamada la dopposcuela). Pero la presión de los pobres está cambiando las cosas. "Conocer a los chicos de los pobres y amar la política es todo uno. No es posible amar a las criaturas marcadas por leyes injustas y no querer leyes mejores". Es esencial buscar un buen fin. Que sea honesto y grande. "El fin justo es dedicarse al prójimo", y en este siglo solo se puede amar a través de la política, el sindicato o la escuela. Además de ese fin último hay también un fin inmediato, que es entender a los demás y hacerse entender. Ser aficionado en todo y especialista solo en el arte de hablar. Porque solo la lengua nos hace iguales. Igual es el que sabe expresarse y entiende la expresión ajena.”