Podemos esperar que cada día traiga su afán, es cierto,... también sin proyección ni entendimientos duraderos, en un limbo donde...

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Las municipales y su efecto cáustico
Lunes, 12 de Noviembre de 2012 16:00
Podemos esperar que cada día traiga su afán, es cierto, sin mayores dramatismos pero
también sin proyección ni entendimientos duraderos, en un limbo donde representaciones con
menguados porcentajes electorales pavimenten el camino para su potencial cuestionamiento.
Por María de los Angeles Fernández, Directora Ejecutiva Fundación Chile 21
Más allá de su impacto en las expectativas que gobierno y oposición depositaron en las
elecciones municipales con vistas a sus cálculos presidenciales, así como los triunfos
emblemáticos, no cabe duda que es el inusitado nivel de abstención cercano al 60 % una de
las razones del revuelo que han causado. Recordemos que, de partida, no se veían muy
entusiasmantes. Como bien señaló Claudio Fuentes, a pesar del incremento del número de
electores y del clima de efervescencia social, los partidos elaboraron listas evitando una
sustantiva renovación de rostros y diversidad de género.
Las razones que explican la abstención pueden ser muchas pero todas pueden
vincularse, implícita o explícitamente, con las interpretaciones en curso acerca del
malestar social que, si bien este gobierno no ha originado, sí ha contribuido a acentuar.
Para algunos, el porcentaje más alto de abstención en este tipo de votaciones desde que se
recuperara la democracia es tan solo un efecto de la instalación del voto voluntario. Se podría
revertir en el futuro mejorando la oferta, haciendo campañas más exigentes e impulsando unas
primarias en las que ahora se depositan las esperanzas que, por lo visto, el voto voluntario no
pudo concretar. En este marco, se observa una reinterpretación de la tesis de la derecha
acerca de la abstención como normalidad. En esta oportunidad, vendría dada porque a Chile le
tocó vivir lo que ya experimentan otros países que adoptaron esta modalidad de voto.
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Mezclando peras con sandías, se asocia a Chile con Suiza, Noruega, Holanda y Canadá, por
ejemplo, olvidando que no comparten nuestros niveles de desigualdad. De acuerdo a ello, los
países más parecidos del saco en el que nos mete el diario El Pulso, en su nota del 29 de
octubre, serían Colombia y Estados Unidos, olvidando un pequeño detalle: que en
ninguno de esos dos países han tenido éxito las campañas para atraer a las urnas a los
que no votan.
Y si el
recurso a la normalización por la vía comparada no resulta del todo, siempre podemos
mirarnos hacia adentro. Es lo que nos recuerda el académico Eduardo Valenzuela cuando
señala que
“si bien 40 % de participación en las elecciones municipales es bajo, está dentro de los
márgenes razonables”
y que es cosa de mirar lo que sucede en otras instancias como plebiscitos comunales,
elecciones estudiantiles y votaciones gremiales. Por este carril de interpretación circula el
gobierno y sus centros de estudio, preocupados también de desactivar la posibilidad de una
arremetida de los partidarios del voto obligatorio.
Para otros, el nivel de abstención creciente en el tiempo, independientemente de sus razones
variadas, son una gota corrosiva más en un vaso de desafección generalizada, compuesto por
ingredientes tales como la mayor influencia del dinero en la política, la persistencia del
descrédito de los partidos y del Congreso, la baja adhesión a las coaliciones y el deterioro de la
imagen presidencial, entre otros. Como señalan Luna y Rosemblatt, Chile ha terminado por
presentar la misma situación de otros países de la región: un profundo alejamiento entre la
sociedad y los partidos y una creciente devaluación de los procesos electorales y de las
instituciones representativas. Ambos recogen preocupante evidencia acerca de la evolución
temporal que muestra la declinación de simpatía o de activismo partidario, así como de la baja
en la identificación con las coaliciones. Por otro lado, los problemas de conteo de votos que por
estos días todavía no se resuelven y por los que el Servel responsabilizó al Ministerio del
Interior afectarán, de alguna forma, nuestra reconocida accountability electoral.
Es cierto que, como dice Eduardo Engel en su intento por entender qué pasó con la
abstención, una democracia puede seguir funcionando con una participación electoral baja. Es
más, es probable que nos sorprendan, desde las buenas noticias provenientes de municipios
cuyos alcaldes y alcaldesas romperán la tendencia al anacronismo y la precariedad, hasta el
posible reflote de la demanda, injustamente postergada, del voto de los chilenos en el exterior.
Pero sucede que, a diferencia de otros contextos, Chile vive una condición de país de
ingreso medio que lo tiene a la espera de la adopción de decisiones estratégicas en
ámbitos como el educativo y el energético, si es que pretende avanzar hacia el
desarrollo. Al gobierno le gusta recordarlo, más como un intento discursivo por
neutralizar legítimas demandas e insistiendo en un patrón de reformas políticas que, si
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bien reportará alguno que otro placebo, no proporciona el piso suficiente para acuerdos
de otro calado.
Podemos esperar que cada
día traiga su afán, es cierto, sin mayores dramatismos pero también sin proyección ni
entendimientos duraderos, en un limbo donde representaciones con menguados porcentajes
electorales pavimenten el
ca
mino para
s
u
potencial cuestionamiento.
¿No fue eso lo que, en su momento, intentó el oficialismo al ningunear el rol de Camila
Vallejo a la cabeza de la FECh?
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