Una ciudad amable es aquella por donde mujeres podemos circular... manera armoniosa y segura. Muchas veces los espacios públicos que...

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Acoso de que son objeto las mujeres jóvenes en el espacio público
Lunes, 19 de Enero de 2009 12:55
Una ciudad amable es aquella por donde mujeres podemos circular y expresarnos de
manera armoniosa y segura. Muchas veces los espacios públicos que nos ofrece la
ciudad pueden volverse amenazantes y en contra de nuestra libre circulación.
Por Paulina Pavez Verdugo,
Socióloga, Dirigenta Nueva Izquierda
Entiendo una ciudad amigable para las mujeres, como aquel espacio en el que
es posible disfrutar de manera plena, de los beneficios que nos entrega la urbe
en términos culturales, sociales, ecológicos etc.
Una ciudad amable es aquella por donde mujeres, adultas, jóvenes y niñas
podemos circular y expresarnos de manera armoniosa y segura. Sin embargo,
muchas veces los espacios públicos que nos ofrece la ciudad pueden volverse
amenazantes y en contra de nuestra libre circulación.
¿Qué mujer no ha escuchado o vivido personalmente, situaciones de acoso y/o
abuso sexual en las horas punta del metro (tren subterráneo), la micro
(ómnibus), o simplemente ha debido exponerse a situaciones incómodas cuándo
el “piropo” masculino cruza el delgado límite que separa el galanteo masculino de
la violencia verbal y/o simbólica?
La violencia física y sexual contra las mujeres, tiene múltiples formas de
expresión. En su extremo más feroz, el femicidio, los golpes y el abuso sexual
resultan los más visibles y penalizables por el sistema de justicia. En un nivel
similar existen otras formas de abuso en el espacio privado, que son encubiertos
e invisibilizados, tanto por las víctimas como por los victimarios (como por
ejemplo en el trabajo o la consulta médica).
El acoso en el espacio público, ya sea en la calle, en el transporte público, en
espectáculos masivos de música, deporte o política, son en la mayoría de los
casos invisibilizados y en muchos casos neutralizados por el silencio de la víctima
y del/la observador/a que rehuye a denunciar por vergüenza o miedo,
generando un proceso de autocensura que a la larga permite que actos típicos
como el manoseo, el “agarrón” o la violencia verbal, a la que puede llegar un
piropo con alto contenido sexual, se naturaliza y lo que es peor, se reproduzca
en la sociedad.
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Hay, por ejemplo, ciudades en Latinoamérica donde el acoso y/o la violencia
sexual (en todas sus formas) se ha vuelto tan patente y brutal, que las
autoridades han debido tomar medidas para proteger a las mujeres de posibles
situaciones de acoso y abuso sexual. Tal es el caso de Ciudad de México y Río
de Janeiro en Brasil, donde los pasillos y vagones del tren subterráneo han
debido separarse por sexo, para evitar el contacto próximo entre los cuerpos a
riesgo de que se crucen los límites sociales establecidos.
Nuestra cultura latina, de hegemonía patriarcal, ha definido socialmente los
roles de los géneros en los distintos espacios públicos y privados. El dominio del
espacio público ha sido históricamente masculino y por tanto el abordaje y
seducción entre los géneros se articula y moviliza, en la mayoría de los casos,
por códigos patriarcales y “machistas”. En el caso del piropo masculino esto se
hace patente en el un equilibrio precario que separa dos principios de identidad
masculina: el que sabe (el ingenioso, el divertido, el que se resuelve por
excelencia en el uso de la palabra) y el depredador (o que se reafirma a sí mismo
en su capacidad de ejercer violencia, verbal o física).
La complejidad radica en que este modelo patriarcal posee la suficiente
flexibilidad como para sostener ambos principios de actualización de lo
masculino.
¿Cuáles son entonces las posibilidades de las mujeres de mantener en el
espacio público el total derecho a la soberanía sobre sus cuerpos?
Sin duda no se trata de una tarea fácil. Quienes hemos intentado denunciar
públicamente situaciones de esta naturaleza, hemos sido doblemente violentadas
o en algunos casos ridiculizadas o estigmatizadas. En el mejor de los casos
hemos logrado establecer un límite que avergüenza, ridiculiza y detiene al
agresor, sin garantía alguna que el acto de violencia no vuelva a ocurrir.
La convivencia social es tarea de todos y todas, en la medida que callemos
actos de violencia de este tipo, o sólo los compartamos en el desahogo privado
que permiten los espacios de la vida privada, el acoso sexual en los espacios
públicos continuará naturalizada por la sociedad y sólo nos quedará como
recurso, evitar ciertas calles, horarios para usar el trasporte, limitar el uso de
prendas de vestir etc.
Los problemas públicos deben resolverse públicamente y es menester que las
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instituciones tomen medidas al respecto, porque calidad de vida significa al
mismo tiempo, acceso igualitario a los beneficios de la ciudad, libertad y
seguridad para todos y todas.
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