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FUNDACIÓN
TOMÁS
MORO
CARTAS SOBRE “HUMANISMO Y POLÍTICA”
9ª Carta: Sobre la persona y su libertad
Querido amigo:
Si te decía en la 7ª Carta que el elemento esencial del humanismo es la
preocupación por la persona, y la virtud primaria de la condición humana es la
dignidad, de la que te hablé en la anterior, de la dignidad deriva la libertad, por lo que
conviene que en esta profundicemos en la libertad.
La libertad es el presupuesto indispensable para el desarrollo del hombre en todas
las manifestaciones de su vida. La libertad supone que el hombre tiene facultades para
alcanzar los fines o metas que se propone. La libertad constituye el mínimo común a
todos los hombres derivada de una naturaleza humana también común.
De esta naturaleza humana común se deducen una comunidad de derechos que han
de considerarse como “un orden superior” a toda decisión individual, y superior
también a los poderes públicos, que lo han de tener como medida y límite de su
actuación. El respeto a este “orden superior” es la forma política de la libertad, cuyo
contenido es la convivencia y la socialidad humana, que implica el respeto a la libertad
de los demás. La libertad política deber tener dos objetivos prioritarios: la protección
del ciudadano frente a las agresiones y el fomento de su ejercicio en la búsqueda del
bien común.
Para el humanismo cristiano la libertad se inserta en la condición espiritual del
hombre junto a otras capacidades: capacidad de crear, de amar, de esperar, de utilizar
la razón o de trabajar. Todo ello configura al hombre como persona y le confiere la
dignidad que le diferencia del “individuo” (condición cuantitativa de miembro de una
especie).
Del concepto que se tenga del hombre, dependerá el concepto que se tenga de su
libertad. Así el humanismo antropológico magnificaba la libertad sin responsabilidad,
lo que conduce al extravío. Mientras, el humanismo marxista sacrificaba el individuo a
la sociedad y al Estado, otorgándole un mero valor instrumental.
Para el humanismo cristiano, desde San Pablo hasta Juan Pablo II, se considera que
la creación del hombre por Dios le ha dado una innata dignidad, y su redención por
Cristo le ha descubierto el amor. Además, al hombre se le da libertad para aceptar o
rechazar esa redención. Esta libertad le lleva a la búsqueda de la verdad, con lo que
quedan concatenados los pilares básicos del humanismo: dignidad, amor, libertad y
verdad.
Dicho en otros términos, para la humanismo cristiano la libertad es un don y una
responsabilidad, que no consiste en el voluntarismo (hacer lo que me dé la gana), ni
solo en buscar el bien mejor para el mayor número de personas, sino en buscar lo que
objetivamente es bueno, en buscar la verdad sobre las personas y sobre nuestro
mundo, y ser capaz de organizar lo que nos rodea de acuerdo con esa verdad, usándola
sin abusar de ella. La libertad, por tanto, no es hacer lo que queramos, sino poder elegir
libremente lo que es realmente bueno.
Pero no hay libertad sin responsabilidad. No hay libertad sin el reconocimiento de
ese “orden superior” de que te hablaba al principio. Porque reconocer la existencia de
valores que no son manipulables, ni adaptables a la situación de cada momento, es la
garantía verdadera de la libertad, que podrá desarrollarse y ejercerse “respondiendo”
ante ese orden superior, ante un bien mayor. No hay alternativa: o cada uno hace lo
que quiere; o todos respondemos ante valores superiores y objetivos que nos
garantizan el uso y el respeto recíproco de nuestra libertad.
Por otra parte, el problema de la libertad no es tanto el de su definición o
reconocimiento, como el de su defensa frente a las amenazas. Hoy día la libertad de la
persona se ve amenazada, coartada o limitada por muy diversos poderes y situaciones:
el intervencionismo de los poderes públicos, el monopolio de los partidos políticos, los
grupos de presión con intereses sectoriales, las técnicas de inmisión en la intimidad
(problemas de la protección de datos), la libertad de elección de centro educativos o
centros de salud, las limitaciones a la expresión de la propia opinión, la dialéctica entre
la igualdad y la libertad, el repudio a un “orden superior” común (confrontación
ideológica), el egoísmo personal, las transferencias de responsabilidad, etc, etc.
Cada una de estas amenazas merecería un comentario independiente, pero voy a
limitarme y a prevenirte contra las procedentes de los poderes públicos. Bastaría que
pensaras, querido amigo, en el control que puede ejercerse a través de la información
que existe sobre los ciudadanos en muy diversos ámbitos de la vida (fiscal, financiero,
salud, en la multiplicidad de bancos de datos y redes de control político o social),
información que puede ser manipulada o utilizada para fines distintos de los que la
originan o justifican. Y todo lo anterior, sin mencionar los modernos sistemas
electrónicos de detección de conversaciones o imágenes que pueden oír y vigilar a las
personas, sin la debida autorización judicial, o seguir sus movimientos, reuniones o
actividades privadas.
Desde el humanismo, querido amigo, se sostiene que es exigible a los poderes
públicos el respeto a la libertad de las personas por ser el núcleo esencial de su
dignidad y de condición de ciudadano, y que los límites y restricciones que se
impongan, sean los mínimos indispensables para cumplir los fines de interés general
conducentes al bien común.
En la próxima carta te hablaré de la persona y la igualdad.
Recibe un cordial abrazo de
Fernando Díez Moreno
Vicepresidente de la Fundación Tomás Moro
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