Juan Jesús Duque Romero RELATIVISMO COGNITIVO EN KUHN: El presente ensayo está escrito en torno a la obra La estructura de las revoluciones científicas del historiador y filósofo de la ciencia estadounidense Thomas S. Kuhn. Lo cierto es que se pueden hacer varias lecturas de la obra en cuestión; en mi caso, la he interpretado de la forma más radical que se puede. Si bien es cierto que no necesariamente hay que sacar las conclusiones que yo expongo en este ensayo una vez concluida la lectura de la obra, lo cierto es que esta interpretación ha dado pie a que autores posteriores justifiquen, de una forma u otra, sus posturas relativistas o constructivistas apelando a la obra de Kuhn. Por tanto, el objetivo de este ensayo es mostrar cómo se puede justificar perfectamente un relativismo cognitivo a través de las palabras del propio Kuhn. Lo que se debe aclarar antes de nada es que, como ya hemos dicho, se puede hacer una lectura más moderada de la obra de Kuhn que no nos llevaría al relativismo (aunque es más fácil y literal entenderla como se muestra en el ensayo). Es más, en sus escritos posteriores, el filósofo estadounidense va matizando poco a poco su postura, alejándola de las críticas que lo acusan de relativista (buscando incluso, en sus últimos escritos, puntos en común entre paradigmas inconmensurables). Relativismo: Para empezar, resumiré de forma bastante esquemática y simplificada el conjunto de ideas al que de forma genérica se le cataloga como “relativismo”. Se trata de una posición predominante en la sociología, la antropología y parte de la filosofía de finales del siglo XX y que aún predomina en la actualidad, principalmente en lo que de forma genérica se denomina como posmodernismo. El relativismo respecto a la verdad, en todas sus vertientes, afirma que la verdad o falsedad es relativa al sujeto que la sostenga, es decir, rechaza la posibilidad de verdades absolutas (sólo hay verdades relativas a un individuo o grupo social, verdades subjetivas opuestas a toda objetividad posible). Se puede distinguir entre varios tipos de relativismo, que competen tanto a las ciencias sociales como a las ciencias naturales y formales, resumibles de la siguiente manera: El relativismo cognitivo se refiere a los hechos (a lo que existe o se presupone que existe), el relativismo moral o ético se refiere a juicios morales y éticos (es decir, a lo bueno y a lo malo) y el relativismo estético se refiere a la percepción y a los juicios estéticos frente a una obra de arte (a la belleza). Pero estos tres tipos de relativismo pueden ser respecto a la verdad (como ya introducíamos anteriormente), respecto a la justificación y/o respecto a la metodología. En el primero de los casos, un relativista cognitivo respecto a la verdad afirmaría que no existen verdades universalmente válidas, pues la existencia de un hecho dependería de condiciones o contextos de la persona o del grupo social que la presuponga (del mismo modo, un relativista moral respecto a la verdad afirmaría que no existe una moral universal, que no pueden haber valores universales porque toda moral es relativa a una cultura o grupo social, o en casos extremos a un individuo). En el caso de un relativismo respecto de la justificación, se mantiene que si bien la verdad o falsedad de las afirmaciones es objetiva (aunque desconocida), los criterios con los que justificamos dichas afirmaciones no lo son (sino que son relativos a un individuo o grupo social). Por último, el relativismo metodológico es una práctica habitual en las ciencias sociales, predominando en sociología y antropología (se trata de una actitud metodológica razonable, pero que puede dar pie a un relativismo respecto a la verdad y/o la justificación). Frecuentemente, se entremezclan tanto los distintos tipos de relativismo como sus niveles de análisis, dando como resultado filosofías en las que todo vale. Más adelante matizare mejor qué quiero decir con esto. Algunos antecedentes del relativismo cognitivo en la filosofía de la ciencia: A finales del siglo XX, en filosofía de la ciencia, principalmente gracias a las aportaciones del enfoque historicista de Kuhn y Feyerabend, preponderaron una serie de ideas que daban pie a la interpretación relativista que se dio de ellas en determinados ámbitos académicos (no sólo en filosofía de la ciencia). Los antecedentes de estas ideas son de lo más variados, algunos de ellos los expondré a continuación (en dicha exposición mencionaré las ideas críticas de dos filósofos de la ciencia realistas, a saber, el físico estadounidense A. Sokal y el australiano D. Stove). Según autores como Sokal y Stove, para comprender este auge de relativismo o irracionalismo en la filosofía de la ciencia es preciso remontarnos a Popper, principalmente a su obra La lógica del descubrimiento científico (1959), cuyas críticas e interpretaciones generaron dicha tendencia relativista. Algunas de las ideas de Popper que dan pie y/o fomentan la interpretación relativista son las siguientes: En su intento por establecer un criterio de demarcación entre las teorías científicas y las no científicas, Popper muestra su desprecio por los casos válidos. Es decir, puesto que dicho criterio lo encuentra en la noción de falsabilidad, para que una teoría sea científica tiene que poder ser falsable, dejando así de lado a la verificación. La consecuencia de esto es, en palabras de Sokal, la siguiente: El énfasis en la falsación -por oposición a la verificación- pone de manifiesto, según Popper, una asimetría crucial: nunca se puede probar que una teoría es verdadera, puesto que, en términos generales, formula una infinidad de predicciones empíricas, de las que sólo se puede someter a prueba un subconjunto finito; no obstante, sí es posible demostrar que una teoría es falsa, puesto que, para ello, basta una sola observación confiable que la contradiga (Sokal y Bricmont, Imposturas intelectuales, 1998, pág.74). Esto mismo es lo que Stove considera como la desconcertante tesis que, mientras niega que los casos positivos confirmen una generalización universal, afirma que los casos negativos la desconfirman. Si se lleva al extremo la importancia de la falsación se podría llegar a desechar la inducción. Esta idea, la refutación de la inducción, no se encuentra explícitamente en Popper; pero, si aceptamos la posición popperiana que se opone a cualquier tipo de confirmación de una teoría científica, estamos aceptando a su vez la idea de que un proceso de inducción que nos verifique o nos confirme una alta probabilidad de validez en una teoría científica es imposible (no se puede pasar de lo que tenemos experiencia a lo que no tenemos). Otra idea importante, que está en relación con la anterior, es la necesidad de las pruebas empíricas. Otro antecedente fundamental que se debe tomar en consideración cuando hablamos del relativismo imperante en la filosofía de la ciencia de autores como Kuhn o Feyerabend, es lo que tradicionalmente en epistemología se ha considerado como el problema del escepticismo (a saber, ¿es posible el conocimiento? ¿se puede dar una justificación racional de la correspondencia del conocimiento con la realidad?). Para Hume, el escepticismo radical es la postura correcta que debe aplicarse a todo nuestro conocimiento, a saber, que puesto que el único acceso que tengo al mundo está mediado por mis sensaciones y no tengo forma de demostrar que éstas no me están engañando, entonces es imposible obtener conocimiento alguno del mundo externo. Para Sokal, es fundamental distinguir entre el escepticismo específico, una forma de hacer avanzar la ciencia planteando argumentos que se opongan a una teoría concreta, que puede ser refutado, y el escepticismo radical, que es irrefutable por su generalidad (lo que no implica que sea verdadero). Otra tesis de vital importancia para entender el relativismo cognitivo es la denominada como “tesis de Duhem-Quine”, a saber, la subdeterminación de las teorías. Se trata de afirmar que los datos disponibles (incluyendo los experimentos) nunca pueden determinar que una hipótesis sea la correcta ni que su competidora sea incorrecta. Es más, varias hipótesis competidoras pueden ser compatibles con los datos disponibles. Lo cierto es que se pueden realizar dos lecturas de esta tesis, una lectura moderada que los científicos no tendrían ningún problema en aceptar; y otra lectura radical, la tomada por el relativismo, que afirma que las teorías científicas son poco más que “constructos sociales” (simplemente reflejan la visión de un grupo social en un momento determinado y ninguna es más correcta que otra). La estructura de las revoluciones científicas: Se trata de la obra fundamental de Kuhn, publicada en 1962, en la que expone desde un enfoque diacrónico su concepción historicista de la ciencia, contraria al desarrollo por acumulación. Para él, la historia de la ciencia comienza en las etapas preparadigmáticas, anteriores a la adopción de un paradigma (una vez leída su obra es difícil dar una definición concreta de “paradigma”, lo que está claro es que el paradigma define los problemas a estudiar, los criterios a evaluar y los procedimientos a seguir; se trata, según sus propias palabras, de “logros científicos universalmente aceptados que durante algún tiempo suministran modelos de problemas y soluciones a una comunidad de profesionales”), y continúa con una alternancia entre ciencia normal y extraordinaria. En los periodos de ciencia normal (el tipo de investigación asociada a un paradigma), los paradigmas cumplen cinco funciones, a saber, de elección, cognoscitiva, normativa, valorativa y constitutiva de la naturaleza. Para Kuhn, como expone en el capítulo IV de su obra, la ciencia normal consiste en la “resolución de rompecabezas” (cuyos rasgos son que han de tener una solución segura y que han de estar guiados por reglas). El aumento de casos que contradicen las predicciones de los científicos, el aumento cada vez mayor de anomalías, en estos periodos de ciencia normal conduce a un periodo de crisis que, en el caso de que haya un candidato a sustituir al paradigma vigente, desembocaría en el abandono del paradigma y en la práctica de la ciencia extraordinaria. Por tanto, la ciencia extraordinaria se practicaría tras un periodo de crisis como antecedente a un nuevo paradigma y, entonces, la actitud de los científicos y la naturaleza de la investigación cambian (la comunidad está descontenta, aumenta la competencia, se recurre más a la filosofía, etc.). A estos periodos en los que se abandona en antiguo paradigma y es sustituido por otro nuevo se les conoce como revoluciones científicas. Pero ¿cómo elegir entre paradigmas distintos en un periodo de ciencia extraordinaria cuando dos paradigmas son incompatibles, e incluso inconmensurables, entre sí? Aquí es donde entra en juego una de las ideas claves de Kuhn, posiblemente la idea kuhniana que más haya influido al relativismo, a saber, la inconmensurabilidad entre paradigmas. Rechazo del conocimiento acumulativo: Para el filósofo australiano David Stove, todo autor que no esté de acuerdo en que la historia de la ciencia es acumulativa debe ser considerado como irracionalista o relativista. Obviamente, Kuhn rechaza el conocimiento acumulativo, pero, a pesar de ello, ¿por qué debe ser considerado como defensor del relativismo cognitivo? El capítulo IX de la obra de Kuhn comienza trazando paralelismos entre las revoluciones científicas (la adopción de un nuevo paradigma tras un periodo de crisis y de ciencia extraordinaria) y las revoluciones políticas. En palabras del propio Kuhn, las revoluciones científicas son “aquellos episodios de desarrollo no acumulativo en los que un paradigma antiguo se ve sustituido en todo o en parte por otro nuevo incompatible con él” (pág.186). Para él, la concepción acumulativa que hasta ahora se había tenido del conocimiento científico puede responder a las funciones cognoscitivas de los paradigmas, aceptando que la investigación normal es acumulativa, pero no responde en absoluto a las funciones normativas. Y, puesto que Kuhn rechaza la distinción entre lo descriptivo y lo normativo (como también rechaza la distinción entre contexto de descubrimiento y contexto de justificación; para él, ambas distinciones son parte del contenido de las teorías científicas, no anteriores a ellas), los procesos de acumulación no son lo realmente interesante (pues el conocimiento científico en su conjunto no sería acumulativo), sino los de revolución. ¿A qué se debe que el conocimiento científico en su conjunto no sea acumulativo? Fundamentalmente a la inconmensurabilidad de los paradigmas. Pues, de no haber incompatibilidad e inconmensurabilidad entre paradigmas, “en la evolución de la ciencia, el conocimiento nuevo sustituiría a la ignorancia más bien que al conocimiento incompatible de otro tipo” (pág.191). Es decir, Kuhn sopesa la posibilidad de que haya este progreso acumulativo, pero afirma que no se corresponde históricamente con lo que de hecho sucede en la ciencia (Kuhn no distingue entre sociología de la ciencia y filosofía de la ciencia. Para Stove, éste es su gran error). Pero ¿por qué el rechazo del conocimiento acumulativo en la ciencia y la inconmensurabilidad de los paradigmas apoyan en Kuhn un relativismo cognitivo? Kuhn afirma que el conocimiento científico no es acumulativo (que el progreso no está en la constante aparición de teorías lógicamente superiores a sus antecesoras que mejoren a éstas sin entrar en conflicto con ellas) y que los paradigmas son inconmensurables (por lo que no se pueden comparar entre sí puesto que muestran “mundos distintos”), pero no por ello debemos concluir necesariamente que la verdad o falsedad de los hechos del mundo dependa del paradigma vigente. Se podría defender que, si bien es cierto que las interpretaciones de los datos (el conocimiento que tenemos sobre los hechos) difieren según el paradigma o los científicos que las sostengan, los datos en sí (los hechos del mundo tal y como se nos muestran a los sentidos) son verdaderos o falsos universal y absolutamente. Es decir, con una interpretación directa de los datos, un acceso a los datos mediado por la interpretación, se podría desechar el relativismo cognitivo. Pero, en el capítulo X de su obra, Kuhn rechaza esta posibilidad. Acceso directo a los datos: Al comienzo del capítulo X, Kuhn constantemente habla de cómo dos científicos que viven bajo distintos paradigmas, viven (en algún sentido) en mundos distintos. Algunas de las formas en las que Kuhn expresa esta idea son literalmente las siguientes: Con todo, los cambios de paradigma hacen que los científicos vean de un modo distinto el mundo al que se aplica su investigación. En la medida en que su único acceso a dicho mundo es a través de lo que ven y hacen, podemos estar dispuestos a afirmar que tras una revolución los científicos responden a un mundo distinto (pág.212). En tiempos revolucionarios, cuando cambia la tradición de la ciencia normal, la percepción que tiene el científico de su medio ha de reeducarse. […] Una vez que lo haya hecho, el mundo de su investigación parecerá ser aquí y allá inconmensurable con aquel que habitaba antes (pág.213). [Se podría decir que] después de Copérnico, los astrónomos vivían en un mundo distinto (pág.220). […] el principio de economía nos incita a decir que tras descubrir el oxígeno Lavoisier trabajaba en un mundo distinto (pág.223). Aproximadamente a la mitad del capítulo X, Kuhn trata de aclarar todo lo anteriormente expuesto (a saber, qué quiere decir con “mundos distintos”). La pregunta es si dos científicos que trataron el mismo problema bajo distintos paradigmas ¿veían cosas diferentes cuando miraban lo mismo o realmente desarrollaban su investigación en mundos distintos? La respuesta kuhniana es la segunda, a saber, que lo que cambia con un paradigma no es sólo la interpretación de datos estables, sino en cierto sentido el mismo mundo. Es decir, nuestro acceso al mundo, obviamente a través de nuestra sensibilidad, no está mediado por la interpretación de datos fijos; las teorías no son sólo interpretaciones de un individuo o grupo social de datos universalmente verdaderos o falsos (no se parte de una información previa común interpretada por la teoría). Lo que sucede realmente según Kuhn es que tenemos un acceso directo, sin mediación, llegándonos al mismo tiempo los datos y la interpretación. Lo que está claro es que, con un cambio de paradigma, las operaciones y mediciones concretas que los científicos llevan a cabo en su laboratorio cambian, pero Kuhn va un paso más allá afirmando que la “experiencia inmediata”, lo inmediatamente dado, también cambia tras una revolución científica. En el ejemplo final del capítulo aquí tratado, el autor confunde los hechos con el conocimiento que tenemos de ellos, afirmando que, tras aceptar la teoría de Dalton, los químicos de la época ajustaron la naturaleza a la nueva teoría, cambiando así los propios datos (cuando lo que realmente cambió fueron los conocimientos y creencias de los químicos). Es decir, que la teoría determina nuestra percepción de la realidad hasta el punto de que el paradigma vigente influye sobre la experiencia que se tiene del mundo, haciendo que ésta concuerde siempre con la teoría. Por tanto, al cambiar un paradigma (y, por ende, la teoría) cambia también nuestra experiencia del mundo, cambian los hechos en tanto que percibidos por nuestros sentidos. Esto nos legitima a concluir que, si bien es cierto que se puede realizar una lectura más moderada de la obra de Kuhn, también se puede llegar a ver claramente una postura relativista cognitiva respecto a la verdad en dicha obra (es más, Kuhn es una figura fundamental del relativismo contemporáneo). Por tanto, según la postura kuhniana anteriormente expuesta, ¿existen verdades universalmente válidas? Y, de no existir, ¿la verdad o falsedad de un presunto hecho depende del sujeto o grupo social? Ni verificación ni falsación: Ante la pregunta “¿cuál es el proceso mediante el cual un nuevo candidato a paradigma sustituye a su predecesor?” (pág.258), Kuhn expone los criterios que considera erróneos para desechar un paradigma y adoptar otro. Es decir, puesto que hay inconmensurabilidad entre paradigmas, ¿cómo elegimos entre paradigmas distintos en un periodo de ciencia extraordinaria? Habitualmente, en la filosofía de la ciencia, se pueden adoptar dos posiciones, a saber, una posición verificacionista o una posición falsacionista. La primera de ellas, la teoría de la verificación, considera válida a una teoría científica cuando ésta queda verificada por su correspondencia con la realidad. Si bien esto no es tarea fácil, pues la mayoría de las teorías llevan consigo un proceso de inducción debido a la imposibilidad de realizar todas las pruebas relevantes posibles (es imposible comprobar todos los casos que caen bajo la teoría). Precisamente por esto, la búsqueda de teorías absolutas de verificación es una empresa que pocos filósofos de la ciencia aún siguen practicando. En su lugar, se buscan teorías probabilísticas de verificación, es decir, verificar si una teoría dada es verdadera o falsa en cualquier situación imaginable (ya sea comparándola con todas las demás teorías imaginables que cubran los mismos datos o ya sea sometiéndola a todas las pruebas imaginables que la teoría debiera superar). Pero Kuhn rechaza la verificación en todas sus vertientes, la absoluta porque es imposible y la probabilística porque todas las situaciones imaginables están influenciadas por el paradigma dominante; es decir, “la verificación […] elige entre la alternativa más viable de entre las que de hecho existen en una situación histórica particular” (pág.261). Entre distintos paradigmas no tiene cabida la verificación precisamente por la inconmensurabilidad de éstos. La otra posición es la que ya expuse en la segunda sección del presente ensayo, a saber, el falsacionismo, desarrollado por K. R. Popper. Esta posición afirma que, si bien no existen criterios para catalogar a una teoría científica como verdadera, sí que existen formas de refutarla, de mostrar que es falsa (pues para ello basta con una sola prueba fiable que la contradiga). Pero Kuhn no cree, como sí lo hace Popper, que el surgimiento de una anomalía falsee una teoría. El capítulo XII de La estructura de las revoluciones científicas, dice lo siguiente: Si no hubiese más que un conjunto de problemas científicos, un único mundo en el que trabajar sobre ellos y un solo conjunto de normas para solucionarlos, la competencia entre los paradigmas podría resolverse de manera más o menos rutinaria por algún proceso del estilo de contar el número de problemas resuelto por cada uno de ellos. Mas, de hecho, tales condiciones nunca se dan plenamente. […] La competencia entre paradigmas no es el tipo de batalla que se pueda resolver mediante pruebas (pág.263 y 264). En este párrafo, podemos observar que tanto la verificación como la falsación son inútiles debido a la inconmensurabilidad entre paradigmas rivales, inconmensurabilidad que, en opinión de Kuhn, acarrea los siguientes aspectos: Los defensores de paradigmas rivales jamás se pondrán de acuerdo sobre los problemas a resolver para compararlos (pues sus normas y definiciones de ciencia varían: inconmensurabilidad de las normas); los defensores de paradigmas rivales jamás lograran un entendimiento mutuo en sus términos, conceptos y experimentos (pues, aunque se escriban igual o tengan la misma forma, significan cosas distintas. Por ejemplo: los que afirmaban antes de Copérnico que la Tierra no se movía no estaban equivocados, pues para ellos el término “Tierra” implicaba una posición fija). Y, por último, el famoso enunciado kuhniano que el mismo Kuhn declara no poder explicar mejor, “quienes proponen paradigmas rivales practicarán su oficio en mundos distintos” (pág.267). Estos son los tres aspectos de la inconmensurabilidad de los paradigmas, los cuales nos pueden ayudar a contestar a la pregunta formulada al final de la sección anterior. Está claro que para Kuhn no existen hechos universal y absolutamente verdaderos o falsos, pero entonces ¿la verdad o falsedad de un presunto hecho depende del sujeto o grupo social que la sostenga? Pues sí. En este capítulo XII de la obra de Kuhn, podemos ver cómo, más allá de la investigación normal en un paradigma determinado, la verdad o falsedad de un presunto hecho no es algo universal, sino que es relativa (al paradigma, grupo social o individuo). Por tanto, la elección de un paradigma entre paradigmas rivales no depende de la verdad o falsedad de sus enunciados, sino de recursos argumentativos. De todo lo anterior, haciendo una lectura radical de la obra de Kuhn, se puede llegar a concluir que la existencia o no existencia de un hecho depende del sujeto y que no hay un mundo universal y absoluto para toda época y cultura (científicos que vivan bajo paradigmas distintos vivirán en mundos distintos). Concluyendo así en una lectura de Kuhn que encaja a la perfección con el relativismo cognitivo respecto de la verdad. ¿Progreso?: Si nos paramos a pensar en todas las ideas kuhnianas que he desarrollado hasta ahora, tal y como las expongo en este ensayo, ante la pregunta de si en opinión de Kuhn tiene cabida el progreso en la ciencia o no la tiene, obviamente, la respuesta más razonable sería decir que no. Pero, en el capítulo XIII de la obra tratada, Kuhn trata de defender el progreso en algún sentido. El progreso entendido como acumulación de conocimientos científicos está totalmente descartado (está explicado en la cuarta sección de este ensayo). En cambio, Kuhn dice literalmente que “sólo durante los periodos de ciencia normal el progreso parece obvio y seguro” (pag.286), la “resolución de rompecabezas” en la que decíamos que consistía la ciencia normal es considerada como un progreso. Pero, si sólo hubiese progreso en los periodos de ciencia normal, entonces no cabría hablar de progreso en la ciencia (pues después de la ciencia normal vienen las revoluciones y se empezaría de nuevo, ya que los paradigmas son inconmensurables entre sí, por tanto, ni se contradicen ni se incluyen). Entonces, ¿hay progreso en los periodos de ciencia extraordinaria? En opinión de Kuhn, los científicos que resultan victoriosos tras una revolución científica, adoptándose así el paradigma que defienden, consideran que sí que hay progreso en las revoluciones, pero realmente no lo hay. Es decir, tras una revolución y ante paradigmas rivales, los científicos que defienden el paradigma que finalmente resulta victorioso sin duda alguna consideran que el resultado de dicha revolución ha sido el progreso. Kuhn afirma que los científicos deben aceptar el cambio de paradigma como un progreso, pues es necesario para el avance de la ciencia. Sería algo así como un progreso metodológico. Es decir, se necesita de algún tipo de progreso para caracterizar la empresa científica, pero “hemos de abandonar la idea implícita o explícita de que los cambios de paradigma llevan a los científicos y a quienes de ellos aprenden cada vez más cerca de la verdad” (pág.292), puesto que ante el problema de si la verdad en las ciencias puede ser única Kuhn responde negativamente. Por tanto, el progreso entendido como una búsqueda cada vez más perfeccionada de la verdad también es rechazado por Kuhn. Para él, la inducción no es ni mucho menos el método adecuado (precisamente porque no cree en la existencia de una verdad absoluta). Reflexión final: En el epílogo de su obra, Kuhn trata de refutar el relativismo del que se le acusa haciendo uso de su idea de la “resolución de rompecabezas”. Para argumentar su defensa, afirma que, si bien es cierto que en cierto sentido puede tomársele como un relativista, en lo que respecta al progreso científico no lo es, pues las teorías científicas progresan con el tiempo siendo cada vez mejores para resolver rompecabezas. Pero el mismo Kuhn admite que, si entendemos el progreso como habitualmente se entiende en ciencia (a saber, que las nuevas teorías científicas en comparación con sus predecesoras representan cada vez mejor cómo es en realidad la naturaleza; es decir, el progreso como una aproximación cada vez mayor a la verdad), podría considerársele un relativista. Pero entonces ¿es o no es Kuhn un relativista cognitivo respecto a la verdad? Desde la interpretación de la obra fundamental de Kuhn que yo he presentado en este ensayo, sí que lo es. El propio Kuhn afirma lo siguiente: Se me antoja ilusoria en principio la idea de una correspondencia entre la ontología de una teoría y su contrapartida “real” en la naturaleza (pág.348). Por tanto, en lo que respecta a mi opinión, como defensor de una teoría de la verdad por correspondencia (sin entrar en cuestiones epistemológicas, simplemente en el sentido más simple de esta teoría, a saber, que la verdad o falsedad de una proposición está determinada por su relación con el mundo, si de hecho lo describe o se da en él), considero que Kuhn es en toda regla un relativista. Generalizando (por lo que caben multitud de réplicas), una postura relativista o constructivista puede desembocar en considerar a la ciencia como una forma, de las muchas que existen, de explicar el mundo igual de válida que cualquier otra. Es decir, desembocaría en el todo vale que mencionaba al principio (llegando incluso a afirmar que la realidad física es un constructo social). Este todo vale no sólo se ve en lo que respecta a la consideración de la ciencia y del conocimiento en general, el relativismo moral desemboca en la posibilidad de justificar cualquier acontecimiento socio-político aludiendo a la ausencia de criterios morales comunes a todo individuo y grupo social.