LA VISITA CANÓNICA, AL SERVICIO DEL CRECIMIENTO DE LAS PERSONAS Y DE LAS ENTIDADES Fr. José Rodríguez Carballo, ofm Ministro general 0. La Visita Canónica, una institución al servicio del crecimiento de la persona y de la institución San Francisco consideraba la visita a los hermanos como una de sus principales obligaciones. Y, cuando ya no podía visitarlos a causa de la «enfermedad y debilidad» de su cuerpo (2 CtaF 3), optó por escribir cartas y enviar «mensajeros» para seguir sirviéndoles y suministrándoles «las odoríferas palabras» de su Señor (2 CtaF 2-3). Consciente de la importancia de tales visitas y de tal servicio o ministerio, escribe en la Regla no bulada: «Todos los hermanos que son constituidos ministros y siervos de los otros hermanos, distribuyan a éstos en las provincias y en los lugares donde estén, visítenlos frecuentemente y amonéstenlos y anímenlos espiritualmente» (Rnb 4, 2). Esta misma advertencia se encuentra en la Regla bulada, con algunos matices que me parecen importantes: «Los hermanos que son ministros y siervos de los otros visiten y amonesten a sus hermanos, y corríjanlos humilde y caritativamente» (Rb 10, 1). Del contexto en que se encuentran estos textos podemos sacar algunas conclusiones importantes para comprender la razón y los modos de la visita a los hermanos, tal como la quería San Francisco. En cuanto al tiempo, la visita debe ser lo más frecuente posible. Es importante notar como en la Regla no bulada se dice que los ministros y siervos visiten «frecuentemente» a los hermanos. Este anotación temporal desaparece en la Regla bulada, probablemente porque el número de los hermanos aumentaba considerablemente y la Orden tenía una considerable expansión geográfica. Pero, a pesar de dicha omisión, nada nos autoriza a pensar que el pensamiento de Francisco cambiara. El objetivo de la visita es doble: uno que podríamos llamar positivo y otro negativo. Este doble objetivo Francisco lo expresa con los verbos y expresiones «servir y suministrar las odoríferas palabras de mi Señor», «amonestar», «corregir» y «animar». Es importante subrayar que el primer objetivo de la visita es «evangelizar» a los hermanos, comunicándoles «las palabras de nuestro Señor Jesucristo, que es el Verbo del Padre, y las palabras del Espíritu Santo, que son espíritu y vida (Jn 6, 64)» (2CtaF 3). Teniendo en cuenta el texto de Pablo (cf. 2 Cor 2, 14-15) sobre el que se basa el de Francisco, el ministro o el hermano que visita a los otros hermanos está llamado a revelar la presencia de Cristo en el mundo siendo él mismo buen olor de Cristo, para conseguir de los demás otro tanto. La visita a los hermanos es, pues, un medio privilegiado para ser evangelizado y, de ese modo, poder evangelizar. Este mismo aspecto, que hemos llamado positivo, aparece en el término «animar», usado también en este contexto por Francisco. En la visita, los ministros y siervos han de comunicar un impulso espiritual a los hermanos con sus exhortaciones. Pero como Francisco es muy consciente de la presencia del pecado en la fraternidad, no puede menos de señalar otros objetivos de la visita, que buscan la conversión del hermano: «amonestar» y «corregir». Ni el ministro ni su «mensajero», el visitador, pueden ser indiferentes ante el pecado del hermano, sino que han de amonestar y corregir a los hermanos que hayan pecado (cf. CCGG 213). Francisco es muy claro sobre el modo de realizar el servicio de visitar a los hermanos. El ministro y siervo, o quien realice en su nombre la visita a los hermanos, ha de usar con ellos ternura y vigor, caridad y, a la vez, claridad. Así lo manifiestan expresiones como éstas: cuando deba «amonestar» y «corregir» (cfr. Rb 10, 1), el ministro o visitador ha de hacerlo con humildad, sin soberbia o vanagloria (cf. Rb 10, 7), sin «turbarse o airarse por el pecado o el mal del hermano» (Rnb 5, 7), con familiaridad y benignidad (cf. Rb 10, 5), y siempre movido por la caridad y el amor al hermano (cf. Adm 11, 2; 25); pero, al mismo tiempo, ha de hacerlo «diligentemente» (Rnb 5, 5), pues tendremos que rendir cuentas si un hermano se pierde por nuestro silencio (Rnb 4, 6). 1. Preparar y celebrar bien la Visita Canónica La Visita Canónica, si se prepara y realiza bien, es un verdadero kairós para los hermanos de la Provincia visitada y para el mismo Visitador. Preparar y realizar bien la Visita entraña, por parte del Visitador, haberse informado bien del ambiente religioso y social en que viven y trabajan los hermanos que debe visitar. Es conveniente conocer la historia de la Provincia que hay que visitar, pues puede estar condicionando el presente de la vida y misión de los hermanos. Este aspecto aparece bien recogido por nuestras Constituciones generales cuando indican que el Visitador «procurará conocer las condiciones en que se hallan los hermanos» (CCGG 213; cf. EEVC 3 § 1). Preparar y realizar bien la Visita entraña también estar dispuesto a dedicarle el tiempo que haga falta: «El Visitador debe cumplir su oficio con la debida solicitud; no visite los lugares demasiado rápidamente...» (EEVC 14 § 1); prefijar un tiempo demasiado corto para este servicio podría llevar a los hermanos a pensar que la Visita es un mero trámite que hay que cumplir. Los Estatutos para la Visita Canónica y la Presidencia del Capítulo provincial hablan de una «cuidadosa evaluación» del gobierno de la Provincia y de la vida de los hermanos (cf. EEVC 1), lo cual supone dedicarle el tiempo necesario. Preparar y realizar bien la Visita conlleva conocer bien la legislación de la Orden (los Estatutos para la Visita, los Estatutos generales y, por supuesto, las Constituciones generales) y la legislación particular de la Provincia (Estatutos particulares). Preparar y realizar bien la Visita entraña, en fin, conocer el camino que la Orden está recorriendo, principalmente las Prioridades para el sexenio, y estar en sintonía con él. Por parte de la Provincia visitada, preparar y realizar bien la Visita significa, en primer lugar, situarse en actitud de escucha y apertura a lo que el Espíritu dirá a los hermanos a través de esta mediación fraterna y jurídica; ello conlleva orar, en particular y en fraternidad, por el éxito de la Visita. Preparar y realizar bien la Visita significa dejarse interpelar por el Visitador o el Ministro, que acompaña la Visita con sus exhortaciones. Preparar y realizar bien la Visita significa entrar en un proceso de crecimiento y, por tanto, de conversión. Preparar y realizar bien la Visita supone hablar con sinceridad, «según verdad y con caridad», «confiadamente» (cf. EEVC 25 § 1), tanto de los aspectos negativos como de los positivos. Preparar y realizar bien la Visita comporta superar el «yo» para entrar en la dinámica del «nosotros». Preparar y realizar bien la Visita significa que haya un clima de libertad en el que cada uno pueda expresar lo que considere que sirve a la edificación de la fraternidad (cf. EEVC 23). Preparar bien la Visita significa tener a punto todos los libros que son objeto de Visita, la informaciones sobre la Provincia que puedan ayudar al Visitador en su tarea (cf. EEVC 18) y los informes de los departamentos provinciales (cf. EEVC 19). 2. La Visita Canónica, un momento propicio para la conversión Sentados estos presupuestos sobre la buena preparación y realización de la Visita, ésta debe mirar, sobre todo, a renovar la calidad de vida de los hermanos de la Provincia o, si se prefiere usar la terminología de las Constituciones generales, a «estimular y robustecer el espíritu franciscano» (CCGG 199) y «promover el espíritu de fraternidad y la observancia de nuestra Regla y de las Constituciones generales» (CCGG 213). Llamados a suscitar en los fieles «un verdadero anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de renovación personal», es necesario por nuestra parte, como personas consagradas, «un renovado compromiso de santidad» (VC 39a), asumiendo «la urgencia evangélica interior de “nacer de nuevo” (Jn 3, 3), tanto a nivel personal como institucional» (Sdp 2). La calidad de vida afecta a toda la persona en todas sus dimensiones: personal, fraterna y de misión. En cuanto a la dimensión personal, la calidad de vida exige caminar en la autenticidad, en la transparencia, en la verdad con uno mismo. La calidad de vida es incompatible con la «doble vida» o con las consecuencias que se siguen de la «cultura del celofán» y de la superficialidad, exige un trabajo a niveles profundos, a nivel de los sentimientos, a nivel de las actitudes, que luego se traducen en comportamientos. El Visitador no puede contentarse con el «mero cumplimiento» exterior, sino que ha de examinar atentamente si ese cumplimiento es manifestación o no de actitudes profundas. En cuanto a la dimensión fraterna, la calidad de vida supone, para nosotros hermanos menores, unas relaciones interpersonales basadas en la familiaridad (cf. Rb 6, 7), en la igualdad (cf. CCGG 41), en el perdón recíproco (cf VFC 26), en el respeto y aceptación de la diversidad (cf CCGG 40), en la comunicación profunda (cf VFC 29-34) y en el cultivo de las virtudes humanas que caracterizan una relación «sana» con los demás (cf CCGG 39; VFC 27)). En cuanto a la dimensión evangelizadora o de misión, la calidad de vida exige testimonio y coherencia (cf. CCGG 103), búsqueda constante de nuevas formas de evangelización y de nuevas presencias (cf. VC 12), una formación permanente e inicial adecuada a las situaciones históricas que estamos viviendo (cf FP y RFF), una sólida preparación intelectual y pastoral (cf. Ratio studiorum 28-30) y opciones de vida y de misión en consonancia con nuestro ser menores. Como puede verse, la calidad de vida supone «salir del siglo», es decir, salir de la mentalidad del mundo para comprometerse en el seguimiento de Cristo, para radicarse en Cristo viviendo las Prioridades de la Orden, que no son otras sino las prioridades expresadas en la Regla y en las Constituciones generales. Dicho con otras palabras: supone necesariamente fidelidad a cuanto prometimos en la profesión: «Guardar el Santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo viviendo en obediencia, sin nada propio y en castidad» (Rb 1, 1) para «seguir más de cerca las huellas de Jesucristo» (CCGG 5 § 2). Considero necesario insistir en esta fidelidad. El Visitador no puede cruzarse de brazos ante faltas graves a lo prometido en la profesión, como pueden ser las faltas contra los votos o contra la vida fraterna; el Visitador no puede guardar silencio ante actitudes mediocres ni, menos todavía, justificarlas. Haremos bien en recordar lo que nos dice el documento final del Capítulo de Pentecostés de 2003, cuando nos habla de «la necesidad de no domesticar [y aquí diríamos de no permitir que otros lo hagan a causa de nuestro silencio] las palabras proféticas del Evangelio para adaptarlas a un estilo cómodo de vida» (Sdp 2), a una vida mediocre. Antes bien, hemos de llamar constantemente a la conversión y despertar en los hermanos la urgencia evangélica de convertirse y creer en el Evangelio que hemos profesado (cf. Mc 1, 15), de caminar desde Cristo, lo cual implica, entre otras exigencias, «reencontrar el primer amor, el destello inspirador con que se comenzó el seguimiento» (CC 22c). En este contexto, considero necesario y urgente que la Visita tenga «una referencia renovada a la Regla» (VC 37b), pues, como nos dijo Juan Pablo II en su mensaje al último Capítulo: «En la Regla y las Constituciones de vuestra Orden se contiene un itinerario de seguimiento» (Juan Pablo II, MCap 03, 2). En este sentido la Visita puede ser el primer peldaño que nos lleve a la «refundación» de la Orden, tarea que considero urgente en los albores de este tercer milenio y cuando nos estamos acercando al VIII centenario de su fundación. 3. La Visita, un momento de gracia para construir la fraternidad local y provincial Con frecuencia se oye decir que nuestra Orden es una federación de Provincias y la Provincia una federación de casas. No entro ahora a juzgar la verdad o no de esta afirmación. De lo que sí estoy convencido es de que el individualismo es una enfermedad bastante frecuente en la vida religiosa, también en nuestra Orden. Uno de los objetivos prioritarios de la Visita Canónica ha de ser el construir una verdadera fraternidad local y provincial. Ni fraternidad que no respete a las personas, ni personas cuyo proyecto de vida no respete la opción fundamental para nosotros de la vida en fraternidad. Para lograr la construcción sólida de la fraternidad local y provincial, las Prioridades para este sexenio subrayan con fuerza la importancia del proyecto de vida fraterno y del proyecto de vida provincial como instrumentos para «lanzar hacia delante» (pro = adelante; icere = lanzar), para progresar en la vida que hemos abrazado, centrándonos en los elementos esenciales de nuestra forma vitae (cf. Sdp 2). Para que el proyecto logre este fin, ha de responder a la identidad carismática (en nuestro caso franciscana) y a las «necesidades» de la persona que desea crecer en esa identidad; ha de responder a tres preguntas fundamentales: ¿Quién soy/Quiénes somos? ¿De quién quiero/queremos ser y qué quiero/queremos ser? ¿Qué quiere Dios de mí/de nosotros en este momento concreto que estoy/estamos viviendo como fraternidad local y como fraternidad provincial? En el corazón del proyecto está la voluntad de «comenzar siempre de nuevo», de discernir para saber «distinguir entre lo que viene del Espíritu y lo que le es contrario (VC 73c)» (Sdp 7), la voluntad de caminar y de buscar, escrutando los signos de los tiempos e interpretándolos a la luz del Evangelio (cf Sdp 6), para optar por nuevos caminos de fidelidad creativa (cf. Sdp 3). Una fraternidad local o provincial que no esté en esta actitud corre el riesgo de pararse, de repetirse, de perder poco a poco la alegría contagiosa de la fe. El proyecto de vida fraterno y el proyecto de vida provincial deben, además, asegurar unos «mínimos» sin los cuales no puede hablarse de vida franciscana. Estos mínimos son: La calidad de la vida de oración (personal y de la fraternidad) y de la celebración de nuestra fe, particularmente de la Eucaristía y de la Reconciliación. La calidad de la vida fraterna, con todo lo que ella comporta, como dijimos antes. La coherencia de las opciones de la fraternidad local o provincial con nuestra profesión de «menores». La formación permanente, como camino de conversión. El Visitador debe hacer una «cuidadosa evaluación» de todos estos elementos y presentar propuestas concretas que, en comunión con las opciones de la Orden, hagan crecer a los hermanos en la identidad carismática y en la fidelidad creativa. Una entidad, local o provincial, que termine la Visita tal como la empezó, es el mejor ejemplo de una Visita mal preparada y peor realizada, un óptimo ejemplo de falta de vida. Ciertamente, no todo depende del Visitador; pero el Visitador puede hacer mucho para poner en camino a entidades y hermanos aletargados y para acelerar la marcha de aquellos que ya están en actitud de escucha de los signos de los tiempos y de respuesta evangélica a un mundo como el nuestro, «hambriento de sentido, tal como hicieron en su tiempo Francisco y Clara» (Sdp 2). 4. La Visita Canónica, un momento de gracia para construir la Fraternidad universal Por la profesión, el hermano menor entra a formar parte de la Fraternidad universal. Aunque la Provincia es el lugar donde se concretiza la incardinación jurídica delos hermanos a la Orden y donde la mayoría de ellos vivirán y realizarán su misión, no puede entenderse nunca como fin en sí misma ni como una institución al margen de la Orden. La Visita Canónica puede ser un momento privilegiado para ayudar a la Provincia a salir de ella y a abrirse a la solidaridad con los demás hermanos y entidades de la Orden. En este contexto me gustaría subrayar lo siguiente: Es importante presentar a la Provincia los proyectos y necesidades de la Orden, sobre todo los proyectos misioneros. Los hermanos hemos de crecer en el sentido de pertenencia a la Orden y las Provincias han de crecer en solidaridad con la Orden, a todos los niveles: con personal, con ayuda económica, con nuevas ideas para una mayor fidelidad creativa. En esa perspectiva, los Estatutos para la Visita Canónica señalan, entre los objetivos de ésta, «estimular en los hermanos la conciencia de ser partícipes de la vida y de las actividades de toda la Orden» (EEVC 3 § 1). Para crecer en el sentido de pertenencia es también fundamental presentar el camino que la Orden ha recorrido en los últimos años. Hay entidades que corren el riesgo de seguir un camino paralelo en el ámbito de la formación (permanente e inicial) y en el de las opciones de evangelización. Si lo hicieran así, sería muy peligroso para la Orden y para dichas entidades. ¿Cómo se llevan a la práctica en la entidad visitada las indicaciones de la Orden sobre la vida, la formación y la evangelización? La Visita Canónica es un momento propicio para hacer una evaluación seria en este sentido. Y, para ello, es importante tener en cuenta esta afirmación de los Estatutos para la Visita Canónica: «En resumen, procurar que los hermanos observen mejor cuanto establecen los documentos y la legislación de la Iglesia y de la Orden» (EEVC 3 § 1). «La colaboración interprovincial -en la formación y estudios, en las misiones ad gentes y populares y en situaciones de fractura y proyectos comunes- es el futuro de la Orden» (Capítulo general de 2003, Conclusión 16). La Visita Canónica debe ayudar a los hermanos a tomar conciencia de esta exigencia de modo que en el Capítulo se tomen las decisiones oportunas. Dado que en la formación se juega el presente y el futuro de la Orden, la Visita ha de prestarle especial atención. No sin razón uno de los objetivos señalados en los Estatutos para la Visita Canónica consiste en «promover la formación inicial y permanente, tanto científica como ministerial y profesional» (EEVC 3 § 1; cf. 28). Puesto que hemos sido llamados para evangelizar, la Visita ha de ser un momento privilegiado para evaluar cómo lleva a cabo la Provincia la misión de la Orden (cf. EEVC 27). Por otra parte, no puede olvidarse que, para poder cumplir su «ministerio» de animación, la Orden, en este caso el Gobierno de la Orden, necesita conocer la realidad en que viven los hermanos y la realidad de las entidades. Por eso, es muy importante que el informe de la Visita sea realista y, a la vez, contenga propuestas para el futuro. Recuerdo, en este contexto, que el Visitador «representa el Ministro general y actúa en su nombre» (EEVC 8 §1), no es representante del Ministro provincial ante la Curia general. Sed consecuentes con esto. El mejor servicio que podéis prestar a la Provincia visitada y a la Orden misma es redactar un informe claro en el que se señalen nítidamente los aspectos positivos y los aspectos negativos de la vida y misión de la entidad visitada (cf. EEVC 21). De ese modo, la carta que el Ministro general escribirá después de la Visita no será una piadosa exhortación que deja las cosas tal como las encuentra, sino responderá a las necesidades de la vida de la Provincia. No se trata de «representar un buen papel», sino de ayudar a la entidad visitada a crecer y a caminar. Y esto implica «corregir», cuando sea necesario, y «estimular» a todos y en todo para progresar de lo bueno a lo mejor (cf. EEVC 3 § 1). 5. Conclusión Queridos hermanos Visitadores: concluyo esta intervención agradeciéndoos el haber aceptado este servicio que, sin duda, es delicado y muy importante. Al nombraros para este oficio, el Ministro general y su Definitorio han depositado mucha confianza en vosotros. También los hermanos de la entidad que debéis visitar esperan mucho de vuestro servicio. Estoy convencido de que no defraudaréis dichas esperanzas. Saludad de parte del Ministro y de los Definidores a todos los hermanos que encontréis. Contad con mi oración pidiendo al Señor que os ilumine y os dé el don de la sabiduría para el cumplimiento de vuestro servicio. «Que el Señor os bendiga y os guarde...»