Las sobras del banquete. - Tomás Otero - 10 de agosto de 2015

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FORO ANALÍTICO DEL RÍO DE LA PLATA
Material de Circulación Interna - Biblioteca
Las sobras del Banquete
Tomás Otero
Lunes del FARP
10 de agosto de 2015
Las sobras del Banquete
Tomás Otero
Problema de investigación
En lo tocante a esta investigación partí de la siguiente pregunta: si el
encuentro azaroso con el objeto de amor, es más bien un reencuentro tal
como Freud lo propone desde sus “Tres ensayos…” de 1905, subrayando
la sobredeterminación que rige tal elección, ¿qué margen de libertad, de
elección verdadera, nos queda en la vida amorosa?
El tema del amor es inconmensurablemente vasto, esta investigación
tampoco se trata de un estudio sobre el amor en general, sino fundamentalmente una interrogación que gravita sobre ese momento peculiar y accidental que se denomina encuentro, y que puede tener todas las
resonancias de un acontecimiento que agrieta en una discontinuidad la
vida de quienes participan del fenómeno amoroso.
De este modo, me propuse investigar la dimensión tíquica del
amor. Como sabemos Lacan importa el término tique del Libro II de
La física de Aristóteles para formalizar esa temporalidad inmanente
a nuestra experiencia analítica que Freud bautizó en 1920 “compulsión a la repetición”.
Definimos, en primera instancia, lo tíquico como la-complicidad-delser-hablante-con-el-azar, no obstante, vale aclarar que a instancias de
que la tique es definida por Lacan en su Seminario 11 como el encuentro
con lo real, subrayamos que en el núcleo de ese azar un real se presenta.
Lo tíquico a diferencia del autómaton, introduce un aspecto que merece
toda nuestra atención, que es que atañe a un ser capaz de elección según
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los términos que usa el propio Aristóteles, subrayados por Lacan, y destacados por Lombardi. Es decir, que el encuentro con lo real nos fuerza a
tomar una posición.
Vale decir, que el campo del amor se presenta como un terreno privilegiado para el estudio de lo tíquico, puesto que en el encuentro entre dos
amantes, siempre contingente, inesperado, demasiado pronto o demasiado tarde toma fuerza la pregunta respecto a la complicidad del serhablante con el azar.
Hay un momento tíquico excepcional en el Banquete que es el que
produce el cambio de las reglas del juego, por eso lo tíquico guarda relación
con la subversión, termino caro a Lacan que siempre lo prefirió a revolución, lo que puede significar volver al punto de partida. Ese momento
tíquico es cuando Sócrátes culmina su discurso de la mano de Diótima la
extranjera y se escuchan los ruidos de una flauta en la puerta de la casa
de Agatón y llega Alcibíades y su pandilla, totalmente borrachos con una
corona de laureles y cintas que adornaban su cabeza.
Al parecer Alcibíades no estaba invitado al convite sino que venía a
homenajear a Agatón por su victoria en el certamen de tragedia.
Tras la entrada de Alcibíades, éste se dirige ciegamente, tapado en sus
ojos por las cintas y la borrachera, a sentarse tíquicamente, es decir con
una complicidad silenciosa e inconsciente, al lado de su objeto de deseo,
Sócrates (Pág. 249. Del Banquete). Y como ustedes saben a partir de ese
momento todo cambia, ya no se trata de hacer un elogio del amor sino
que si ha de hablarse del amor esto será en acto.
Parecería una paradoja decir que somos cómplices de algo trágico
que nos sucede por azar, a expensas de nuestra propia voluntad y
conciencia, y además a esto le sumamos que estos acontecimientos
tienen una fuerza de repetición a lo largo de nuestras vidas que, a pesar
de estar como sujetos, sujetados a ellos, siempre se presentan bajo la
rúbrica del accidente inesperado, repentino, sintiéndolos como ajenos
y extraños, como si el Mal estuviera afuera, en el Otro, en Sócrates en
este caso, cuando en lo real constituye el núcleo más íntimo e irreconocible de nuestro ser.
No obstante, quisiera subrayar que me gusta más hablar de complicidad con la contingencia que con el azar. Puesto que la contingencia a
diferencia del azar es una de las categorías de la lógica modal que utiliza
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Lacan y que traduce como: lo que cesa de no escribirse, es decir que formaliza un modo de escritura diferente a lo necesario, (lo que no cesa de escribirse) permitiendo este instrumento de análisis pensar diversos hechos
y manifestaciones de la vida amorosa que guardan, por un lado, relación con lo electivo, puesto que lo electivo se opone a lo necesario y se
inscribe en la lógica de lo contingente; y por otro lado, la contingencia
también guarda una inequívoca relación con lo real de la estructura.
Porque tal como sostiene Lacan al final de la “Introducción a la edición
alemana de un primer volumen de los Escritos” (1973) es a partir de la
contingencia que la imposibilidad se demuestra (Cf. Lacan 1973, p. 585).
De este modo, como también lo señala J.-C. Milner en La obra clara, lo
imposible no está en disyunción con la contingencia, sino que constituye su núcleo real.
La contingencia confina para los seres hablantes con el sin sentido,
el sin razón, el absurdo, la paradoja y en efecto la inconsistencia del
Otro para dar respuesta. Como sostiene el Nobel en medicina Jacques
Monod en su brillante y polémica obra El azar y la necesidad: “nosotros
nos creemos necesarios, inevitables, ordenados desde siempre. Todas las
religiones, casi todas las filosofías, incluso una parte de la ciencia, atestiguan el incansable, heroico esfuerzo de la humanidad negando desesperadamente su propia contingencia”.1
El amor entonces se presenta como un campo sin par para reflexionar
sobre los esfuerzos que arraigan en el ser hablante para hacer de lo
contingente del encuentro, algo necesario: “Siento que la conozco desde
siempre” dice un analizante ante el flechazo que lo impactó y que selló
el encuentro amoroso con una mujer. Cuántas veces nos encontramos
con la pregunta por qué ella, o él, en el campo del amor, y repasamos en
nuestra mente las infinitas posibilidades que condujeron al encuentro
inesperado, intentando construir un tejido lógico que explique lo fortuito
del flechazo, haciendo de las casualidades que nos empujan algo tramado.
¿Cómo aceptar que ese encuentro entre los amantes es hijo del azar, que
por un milímetro de desincronización podría haber no ocurrido, si luego
cada uno se vuelve para el otro una condición fundamental de su existencia?: “Martha, mi dulce niña, de ti todos hablan con admiración, y
a pesar de toda mi resistencia cautivaste mi corazón en nuestro primer
1. Monod, J. (1970) El azar y la necesidad, Tusquets, Barcelona, 1993, p. 50.
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encuentro” le escribe Sigmund Freud a Martha Bernays el 19 de junio
de 1882 en Viena a pocos días de haberla conocido; apenas dos meses
después, el 14 de agosto del mismo año, le escribiría “entonces yo había
sido muy tímido, y sólo besé a Marty muy pocas veces, pues no entendía
claramente lo que se ha convertido ahora en la única y más natural
condición de mi vida”.2
Mi trabajo de investigación pretende responder al problema de cómo
explorar una dimensión del amor que no desconoce lo real de la estructura, cuando el amor es por definición ilusión, espejismo y suplencia
de la relación sexual que no hay, al servicio de su denegación. En forma
consecuente, qué coordenadas permiten delimitar el estatuto de un
amor que no engaña, es decir, por fuera de los espejismos narcisistas. Así
como Lacan se preguntaba sobre el final del Seminario 11 cómo se vive
la pulsión luego de haber experimentado el fantasma fundamental, una
de mis preguntas rectoras concierne a ¿Cómo se vive el amor luego de la
caída de las identificaciones alienantes, el atravesamiento del fantasma
o la identificación al síntoma que se presume al final de un análisis?
Las condiciones de amor
Que hablemos de condiciones de amor en la vida amorosa, lleva
por premisa la no relación sexual, es decir, que en tanto ciudadanos del
lenguaje, el instinto se pierde y con él toda suerte de objeto natural de
complementación, el sexo del partenaire no basta para orientar la elección, las relaciones amorosas del ser hablante se apoyan en condiciones
necesarias, que encuentran su materialidad en ciertos rasgos significantes
metaforizados en el campo del Otro. En fin, hay condiciones porque no
hay relación sexual.
Tomemos como ejemplo una lectura de esa pequeña viñeta que abre
el texto freudiano de 1927 sobre el fetichismo. Freud opera allí un tratamiento propiamente significante de la condición de amor de cierto
sujeto que se articulaba Glanz auf der Nase (brillo en la nariz), lo que le
permite remitirlo a un glance on the nose (mirada sobre la nariz), en la
lengua materna anglosajona del sujeto, lengua olvidada, es decir repri2.Freud, S. Cartas de amor (1882-1886), Coyoacán, D.F. México, 1995, pp. 27 y 39.
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mida, por el sujeto que se había criado en Inglaterra los primeros años
de vida y luego había migrado a Alemania. La operación de elevar a título
de condición de amor ese Glanz auf der Nase encuentra su determinación en el encuentro con esa mirada materna real que tiene su última
materialidad significante en ese glance on the nose (en lalangue materna
del sujeto). El psicoanálisis nos enseñó a no subestimar el valor de una
mirada es el encuentro de Dante con esa mirada fugaz de Beatriz, apenas
un parpadeo dice Lacan, lo que impulsa la poesía de la Divina comedia
para, desde el fondo de los infiernos hasta el paraíso, volverse a encontrar con ella.
Esta fijación deja cautivo al sujeto tras las huellas de esa satisfacción,
determinando sus elecciones de objeto, que no son otras que aquellas que
asumen, que encarnan o metaforizan las trazas que dejó en el cuerpo,
ese encuentro con lo real.
La transferencia revela la verdad del amor
Tal como lo anuncia Lacan en “Televisión” (1973) el psicoanálisis
promete una innovación que refiere al campo del amor (Cf. Lacan 1973,
p. 556). Este amor inédito no está a la espera de ser inventado, sino que
ya está allí, es lo que desde Freud se articula en la experiencia psicoanalítica bajo el nombre de transferencia. Destinada a ser el máximo escollo
como así también el principal auxiliar de la técnica. Ésta es la forma
inédita y paradójica de amor que el psicoanálisis nos viene a entregar:
un amor que viene a desengañar al sujeto de los espejismos del amor.
Podríamos decir que gran parte de los seres hablantes en lo tocante al
amor sucumben ilusoriamente bajo el mito de Aristófanes, siempre en
búsqueda de esa mitad, de ese pedazo faltante, en el campo del Otro. Lo
que se busca en el partenaire es esa “libra de carne”, ese objeto parcial,
esa parte del cuerpo erógeno que está perdida y que constituye el fundamento del sujeto deseante, porque en consecuencia, sólo amamos con
nuestra falta.
Por eso la transferencia es una vía para delimitar la relación del sujeto
no con el objeto del deseo, sino con el que lo causa, con su fundamento
pulsional. En los límites de la transferencia, cuando la dimensión tíquica
se juega en el análisis se produce la positivación del objeto a, que estaba
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negativizado en el fantasma. El análisis no puede programar lo tíquico
pero sí crea sus condiciones de posibilidad. El analista, dice Lacan sobre
el final del Seminario 11, debe servir de soporte del objeto a separador.
En mi investigación no hablo estrictamente de la Libertad con mayúscula, sino de la operación de separación que es uno de los nombres de la
libertad en psicoanálisis. En este sentido me parece importante destacar
que es recién en la operación de separación donde se revela la verdadera
relación del sujeto al Otro y donde el Otro se constituye como Otro verdadero, lo cual me parece capital para desarticular la ficción del amor de
hacer con el Otro, Uno.
El amor que se juega en transferencia con el analista no es una mera
repetición del pasado en el presente, sino como dice Lacan es un amor
presente en lo real. Para Lacan no todo lo que es transferencia es repetición, pues la hiancia entre transferencia y repetición es la diferencia
absoluta que zanja el deseo del analista.
El movimiento que produce un análisis va de la necesidad a la contingencia, es decir, de la modalidad de lazo que se establece con un partenaire-analista, donde se inscribe el “amor de transferencia”, en tanto
repetición articulada a las determinaciones del Otro, hacia la contingencia que lo funda, y que lleva las trazas de lo imposible de la relación
sexual. Como dice Lacan en el Seminario 20, el análisis presume que el
deseo se inscribe a partir de una contingencia corporal.
Para terminar de poner los puntos sobre las íes, no solamente no hay
teoría del amor, discurso del amor que no sea fragmentado, sino que el
amor de transferencia es una vía de acceso al carácter fragmentado del
cuerpo del ser hablante, a esos pedazos de cuerpo que son el descubrimiento de un análisis, y que son parciales respecto de ninguna totalidad.
Un instrumento de análisis
Las fórmulas de las sexuación fueron un instrumento de análisis
privilegiado para indagar la posibilidad de un amor diferente a la esfera
siempre identitaria del amor narcisista que cae bajo el imperio del Ideal.
Del lado derecho de las formulas de la sexuación –lado de la posición
femenina- puede articularse un amor que va más allá de la regulación
fálica, la compulsión a hacer Uno y la consistencia del Otro. Inaugu7
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rando en efecto un campo de elecciones amorosas diferentes que no están
del todo regidas por la fijación del fantasma y la ley fálica que impone
el objeto del deseo.
Desde esta perspectiva he interrogado diversos autores para intentar
delimitar un amor que sea solidario a la posición femenina, desde El
amor puro de Jacques Le Brun, amor al que le dedico una profunda crítica
en esta tesis, hasta el amor erotómano que J.-A. Miller desarrolla en su
seminario “El partenaire síntoma”. Pero tanto el amor puro, que es el
amor místico o extático, como el amor erotómano que despliega Miller,
confinan en el estrago, el desenfreno, el extravío, la irracionalidad, la
locura e incluso la muerte. De esta manera, estos autores no nos dicen
mucho respecto de si es posible operar con la función del no-todo para
pensar una reformulación del amor que sea coherente con la ética del
psicoanálisis, y que no desemboque inexorablemente en una modalidad
del amor que no es posible distinguirla de la pulsión de muerte.
Sin embargo, es en la filosofía de Alain Badiou donde he encontrado
un apoyo riguroso para hacer avanzar este problema que planteo.
Badiou retomando su fidelidad hacia el gesto de Platón piensa el amor
en su íntima relación con la verdad, menos un amor verdadero que
el amor como un procedimiento de verdad; y lo hace declaradamente
apoyado en una arquitectura conceptual que nos dejó la enseñanza de
Jacques Lacan.
Hay para Badiou, cuatro condiciones para el pensamiento filosófico:
el matema o la ciencia, el poema o el arte, la invención política y, precisamente, el amor.
Los procedimientos de verdad se originan por lo que Badiou llama
en su sistema de pensamiento acontecimiento. En forma solidaria a la
lógica que demarca lo tíquico, Badiou afirma que “la inauguración de
un proceso de verdad es exactamente lo que Lacan llama un encuentro”
(Badiou 1992, p. 271), de modo que toda verdad que se echa a andar
por el encuentro amoroso es post-acontecimental. El acontecimiento se
define por su carácter de ruptura, de discontinuidad, de grieta sobre el
orden y los saberes establecidos; se rige por la lógica de lo contingente;
es siempre suplementario a la situación que lo preexistía y señala un
vacío que es inmanente al proceso de verdad; en el campo del amor “es
el vacío, in-sabido de la disyunción, o diferencia de los sexos” (Ibíd., p.
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250) e implica, como la noción de acto lacaniana3, una mutación del
sujeto que renace transformado por ese acontecimiento amoroso.
En resumen, para Badiou la experiencia amorosa produce una verdad
respecto de la diferencia de los sexos, del dos de los sexos que no se
repliega jamás a la ley del Uno.
Quisiera dejar planteado, no intentar resolverlo pero sí señalarlo, que
el tratamiento de la verdad que hace Badiou es diferente al tratamiento
de la verdad que realiza Lacan, si la pasión de Badiou es por la verdad, la
pasión de Lacan es por lo real.
El momento de concluir
1. Si sostenemos que la hystorización del pasado en el presente de
un análisis no tiene como único fin el ceñir los puntos de determinación, sino, principalmente, que el sujeto pueda librarse de ellos, entonces
podemos plantear que el análisis produce una apertura en las elecciones
de objeto que no se dejan ordenar del todo por las determinaciones del
inconsciente. La elaboración doctrinal de los testimonios del pase tiene
mucho que enseñarnos en este sentido, porque como alienta Lacan en
la “Nota italiana” (1973), texto dedicado a los dispositivos de Escuela,
aquellos que han hecho su fin de análisis tendrían que poder testimoniar algo sobre un amor más digno.
2. Si sostenemos, como afirma Lacan en el Seminario 20, que el acto
de amor del lado masculino de las formulas de la sexuación es la perversión polimorfa del macho que cree abordar a su mujer cuando en verdad
aborda la causa de su deseo, lo que designa Lacan con el objeto a, del
lado femenino de las fórmulas puede articularse un amor que no sea
cautivo del objeto que causa el deseo, abriendo de este modo un tipo
de elecciones diferentes. Aunque no creo poder formular condiciones
generales que rijan la esfera amorosa desde la posición femenina porque
precisamente con la lógica del no-todo se objeta el universal, y además
lo único que es consustancial a la posición femenina es el no saber, o el
agujero en el saber.
3. “Llamamos acto al punto del encuentro de lo real como tal” dice Badiou en la lectura
de L’étourdit que ofrece en el libro No hay relación sexual (2010) junto a Barbara Cassin
(Badiou y Cassin 2010, p. 115).
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Lacan en “L´ étourdit” (1972) llama heterosexual a lo que ama a las
mujeres cualquiera sea su propio sexo, en este sentido si sostenemos que
el análisis pone en cuestión el amor narcisista, el amor a lo mismo, el
amor homosexual (hommosexuelle) en el sentido lacaniano del término,
el análisis puede inaugurar un amor heterosexual, la relación de un sujeto
que se pueda medir en el amor con el Otro sexo, que es siempre el femenino, incluso para la mujer que como dice Lacan es Otra para sí misma,
lo que podemos escribir así: $& La tachada.
3. Respecto de si podemos plantear un amor que no engaña, pues
juzgo que no. Tomamos de la orientación lacaniana que “los desengañados se engañan” (Cf. Lacan 1973-74), de este modo, no se trata de
hacer de la castración un estandarte con la cuota más o menos cínica
que esto conlleva, ni de pulverizar toda forma de lazo al Otro luego de
haber experimentado su inconsistencia a nivel del el goce, el saber, o la
verdad sino más bien propongo en el amor un dejarse engañar advertido,
advertido de lo imposible de la relación sexual.
En términos hegelianos sería:
Tiempo 1: un amor que engaña
Tiempo 2: un amor que no engaña
Tiempo 3 la Aufhebung:: un amor que no no engaña: un dejarse
engañar advertido.
El tiempo 3 no es igual que el tiempo 1, implica la elaboración que
se produce en un análisis.
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4. Quisiera subrayar algo que tiene a mi juicio un valor crucial en lo
que atañe a la indagación que llevo a cabo, puesto que tal como Freud
nos enseñó en su Traumdeutung: “aun en los sueños mejor revelados es
necesario dejar un resto como no sabido” (Freud 1900, p. 519). Con esto
lo que quiero decir, es que si bien me adentré en mi trabajo de investigación, en un profundo estudio sobre la materialidad última que encontramos como fuerza determinante del campo de las relaciones amorosas,
ni la vía del fantasma, ni la del Ideal, ni la del inconsciente simbólico,
ni lalengua agotan la explicación que daría cabal respuesta a la sorprendente, accidental e imprevisible elección de partenaire que puede afectar
a la vida amorosa, puesto que en último término el amor obedece a un
real sin ley (Cf. Lacan 1975-76, p. 135), preservando así, en los bordes
de esta exégesis, algo de la naturaleza misteriosa que late en el corazón
mismo del amor.
Este gesto es el que encontré, en Lacan, en Platón y también en
Kierkegaard, otro de los grandes filósofos del amor. Si volvemos al
Banquete, verán que al final, luego de la declaración amorosa de Alcibíades, es a Sócrates a quién le toca ahora hacer el elogio de Agatón,
y allí cuando Sócrates va a tomar la palabra y se espera que diga la
verdad sobre el amor, una pandilla interrumpe y desbarata todo de
vuelta. Por eso creo que la única verdad que se puede predicar sobre
el amor, sin temor a equivocarnos, es que la verdad en lo tocante al
amor es un medio decir.
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