CONSAGRACIÓN Y VIDA ESPIRITUAL La comunión misionera de

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CONSAGRACIÓN Y VIDA ESPIRITUAL
La comunión misionera de la vida trinitaria es la fuente de la fraternidad ministerial que
caracteriza la vida de los Hermanos. Mediante nuestra consagración para la Gloria de Dios, los
Hermanos somos un recuerdo constante en la Familia Lasaliana del amor de Dios que nos reúne y
de su especial interés por “los hijos de los artesanos y de los pobres” (Horizonte 1.2.2 Asociados
para el servicio educativo de los pobres).
Nos preguntamos cuál es nuestro tesoro a desenterrar, aquello más importante que podemos
ofrecer a los jóvenes y a nuestra sociedad y a lo que no podemos renunciar porque lo llevamos
dentro. Nuestra vocación cristiana en el seguimiento de Jesús es un pilar fundamental de nuestra
vocación. Hay que cuidar y suscitar esto y vivirlo en el día a día. Que seamos transparentes en ello.
Creemos que no se trata sólo de estructuras, de hacer cambios, de optimizar recursos, creemos que
es fundamental también una conversión interior que es la que nos traerá la renovación esperada.
Estos dos textos, el primero de nuestro último Capítulo General y el segundo, fruto de una reunión
de nuestros Hermanos jóvenes de ARLEP, me parece que sintetizan muy bien dos rasgos esenciales
de nuestra espiritualidad lasallista: su dimensión trinitaria y su cristocentrismo. Al mismo tiempo
nos hacen ver que es difícil separar consagración-vida espiritual de la fraternidad-comunidad y de la
misión-asociación para el servicio educativo de los pobres. En nuestro seguimiento de Jesús
debemos vivir una espiritualidad unificada. Tal es el centro de nuestra vida de Hermanos, no hacer
diferencias, en palabras del Fundador, ser hijos del cielo e hijos de la tierra en palabras de Teilhard
de Chardin, o en palabras de nuestro Papa Francisco, dejarnos amar por la ternura de Dios y ser
testigos de esa ternura y de su amor incondicional para nuestros semejantes, de tal manera que
nuestras coordenadas sean la realidad conocida, compadecida y transformada a la luz de la Palabra
de Dios que nos compromete en su proyecto de salvación universal de que todos tengan vida y vida
en abundancia.
1.
UN ICONO LASALLISTA
El 1º de enero del 2000 morían en Guatemala dos Hermanos en un accidente vial de regreso a su
comunidad misionera en medio de los indígenas ketchíes en el Atlántico del país. Uno de ellos era
un joven Hermano indígena guatemalteco de 25 años. El día de su entierro contaba su mamá que,
cuando alguna vez le preguntó a su hijo por qué había Hermanos que dejaban la congregación,
siempre respondía que era porque no estaban enamorados. Creo que Adelso había captado lo
esencial de nuestra vocación: Santísima Trinidad me consagró enteramente a Ti para procurar tu
gloria. En la Revista del distrito de Centroamérica se publicaban después algunas cartas de Adelso
que me han emocionado profundamente; en una de ellas, dirigida al Hermano Visitador y a su
Consejo para la renovación de sus votos anuales, decía: Les escribo dejando volar mi imaginación
auscultando los proyectos de Dios diluidos en todo mi ser. Este proyecto, del que les hablo es el de
la libertad. Una libertad que amplía los horizontes y se inspira en el deseo de Dios de liberar a la
humanidad por y para el Amor…Y es en esta libertad que he decidido, luego de discernir con el
corazón libre, permanecer en el Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, renovando
mis votos, procurando hacer del amor – el rostro visible de Dios – mi religión, mi ley y mi fe.
(Guatemala, viernes 31 de octubre de 1997)
2.
LA TRINIDAD EN NUESTRAS VIDAS
El inicio de nuestra fórmula de votos, expresa el fin último de nuestra vocación, a lo que todo lo
demás debe de estar subordinado: Dios, su Gloria. Él, la realidad insondable nos ha elegido con
amor gratuito, por pura misericordia a la desconcertante aventura de ser plenamente suyos. Dios
Trinidad de personas, se nos presenta como el Amor que atrae hacia sí todo nuestro ser y exige todo
nuestro ser. Estamos involucrados en una aventura de amor, en una especie de enamoramiento, en la
seducción de Dios (cf. Jer 20,7-9).
Estamos llamados, por consiguiente, a vivir nuestra vida personal y comunitaria en clave trinitaria:
Santísima Trinidad me, nos consagramos a Ti para procurar tu gloria. La gloria del Padre, que en
Jesús se revela como ternura y misericordia. La gloria del Hijo, que se revela en el rostro del
pequeño, del pobre, del hambriento, del encarcelado… (Mt 25) y nos invita a proseguir su misión y
construir el Reino. La gloria del Espíritu, que nos descubre sus semillas en los diferentes y nos abre
al diálogo y al respeto. En una palabra, lo más importante para nosotros es empeñarnos en la
búsqueda del Dios vivo, de su Voluntad, de su Reino, reconociendo sus llamadas, discerniendo su
querer, comprometiéndonos en su obra que se convierte en la nuestra. Conscientes, también, de que
la mayor gloria de Dios es la vida plena de cada persona, especialmente de los pobres, de los menos
amados, de los marginados, de los que no encuentran sentido para sus vidas. Esto supone al mismo
tiempo oración e interiorización, acción y compromiso. Es por eso que nuestras comunidades de
Hermanos a lo largo y ancho del mundo lasallista deberían ser como un icono de la vida trinitaria en
el mundo y en la Iglesia de hoy, tal como nos lo proponía el Fundador al decirnos que en nuestras
comunidades debe darse la unión esencial que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo
(Med 39,3).
Personalmente pienso que el Fundador queriendo responder a la voluntad de Dios para con él,
intuyó que el servicio que debía ofrecer a la obra de Dios, consistía en "el establecimiento y guía"
de una comunidad, constituida por personas libremente asociadas por Dios para el servicio de la
juventud pobre y abandonada, constantemente dinamizada por la referencia al Dios viviente y a la
obra y gloria de Dios y por la experiencia vivida de la fraternidad. Tal fue el origen de nuestro voto
de asociación para el servicio educativo de los pobres que, gracias a la decisión de nuestro último
Capítulo General y a la ratificación de la Iglesia, se ha convertido de nuevo en nuestro primer voto,
por lo que podemos hablar de la centralidad de este voto para nosotros hoy, como lo fue ayer para el
Fundador y los primeros Hermanos. Por eso, a la luz de este voto, debemos leer los restantes votos y
no debemos olvidar que nuestra consagración al Dios Trinidad, la hacemos en el seno de una
comunidad. Nuestro compromiso con Dios está mediatizado por unos Hermanos a los cuales
también nos consagramos. Resulta conmovedor, ver en los Archivos de la Casa Generalicia, cómo
en su Consagración de 1694 el Fundador y cada uno de los doce Hermanos de los orígenes que la
hacen, nombran expresamente a los doce compañeros con los que se están jugando la vida. Es que
no podemos hablar de fidelidad a Dios sino somos capaces de vivir la fidelidad humana. La
consagración no es solamente una alianza con Dios, es también una alianza con los hombres de mi
comunidad, de mi distrito, de mi región, de mi Instituto. La unción que hemos recibido y la alianza
que Dios establece con nosotros, pues de Él es la iniciativa y la llamada, nos consagran a los
Hermanos, no como algo sagrado, separado o superior, sino que como nos dice Isaías, se trata de
una unción para quitar cargas de los hombros y yugo de las cervices (Is 10,27).
En su discurso programático de Nazaret, citando a Isaías, Jesús nos dice que su consagración no lo
separa de las personas, al contrario es también consagración a los más pequeños y necesitados: El
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Espíritu del Señor está sobre mí. Él me ha ungido para traer la buena nueva a los pobres, para
anunciar a los cautivos su libertad y a los ciegos que pronto van a ver, para dar la libertad a los
oprimidos y para proclamar el año de gracia del Señor (Lc 4,18-19). El programa de Jesús debe ser
hoy nuestro propio programa. El Espíritu del Señor está también sobre nosotros y nos ha
consagrado y ungido para llevar la Buena Nueva, para ayudar a los jóvenes a encontrar un sentido a
sus vidas, liberar de todo tipo de esclavitud, hacer historia con los pobres, para ser instrumentos de
la gracia de Dios y reflejos de su ternura.
3.
NUESTRO SEGUIMIENTO DE JESÚS
La vida religiosa se define como seguimiento de Jesús. Lo más importante es llegar a una
contemplación cristológica. En la Colección, el Fundador lo expresa de esta manera al decirnos,
hablando de los efectos de la fe: El primer efecto de la fe es aficionarnos fuertemente al
conocimiento, amor e imitación de Jesucristo, y a la unión con Él: al conocimiento, pues en esto
consiste la vida eterna; al amor, puesto que el que no lo ama es anatema; a la imitación, porque los
predestinados deben hacerse conformes a Él; a la unión, porque somos, respecto de Jesucristo,
como los sarmientos, que luego se secan cuando se los separa de la cepa. (CT 15,1,3).
El Fundador quiere que contemplemos a Jesucristo en el Evangelio, para que el ejemplo de su vida
y sus enseñanzas nos ayuden a transformarnos en El. "Mi vida es Cristo." Esta meditación del
Evangelio puede tener tres formas, según que se contemple a Jesucristo:



viviendo un misterio de salvación: JESÚS-VIDA
practicando una virtud: JESÚS-CAMINO
enseñando una máxima: JESÚS-VERDAD
En el fondo, la persona, actitudes, palabras, acciones de Jesucristo son el tema único de la oración
del Hermano. Por eso el Evangelio es nuestro primero y principal libro de oración. En definitiva, se
trata de tomar en serio la humanidad de Jesús centrándonos en los acontecimientos de su vida y
prolongándolos en la nuestra, o mejor permitiéndole que él actúe a través de nosotros. Esto es lo que
el Fundador entiende por “espíritu del misterio": la contemplación de Jesucristo, que por su espíritu
vive y crece en la relación del Hermano con sus discípulos, con sus Hermanos, con las personas con
las que se relaciona. La Palabra de Dios, el misterio de Jesús contemplado en la oración, debe
transformarse en palabra vivida y actualizada. El Jesús ante los ojos y en el corazón, de la escuela
sulpiciana, sólo tendrá autenticidad si termina siendo Jesús en las manos.
Como podemos ver no se trata de una mirada desencarnada. El Cristo contemplado en la oración
debe ser prolongado en la vida. “Volved los ojos a Jesucristo como al buen Pastor del Evangelio,
que busca la oveja perdida, la pone sobre sus hombros y vuelve con ella para incorporarla de
nuevo al redil. Y, puesto, que hacéis sus veces, teneos por obligados a proceder de modo análogo, e
impetrad de Él las gracias requeridas para conseguir la conversión de sus corazones" (M.196, 1).
Esto es lo que el Fundador entiende por "espíritu del misterio".
La contemplación de Jesucristo, que por su espíritu vive y crece en la relación del Hermano con sus
discípulos, se alimenta de dos fuentes. La palabra de la Escritura y la realidad vivida. Como dicen
Sauvage y Campos: " La contemplación por parte del Hermano del misterio de Jesucristo implica
no solamente la frecuentación asidua del evangelio, sino la atención a lo que acaece en su vida, la
toma en consideración, tan plenamente como sea posible, de las realidades que están en juego. La
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referencia al misterio de Jesucristo no es una evasión por elevación, sino más bien una
profundización hasta el centro. Es lo que muestran constantemente las Meditaciones lasalianas:
remiten al Hermano a su existencia concreta, como el lugar donde reviven nuevamente los
misterios de Jesucristo" (p.420).
El seguimiento de Jesús nos lleva necesariamente si es auténtico al encuentro con el Padre y con el
Espíritu. Es importante que vivamos esta dimensión trinitaria. Lo que convierte en difícil nuestra
oración es que pretendemos sea el resultado de nuestro esfuerzo y nos olvidamos que somos seres
"habitados". Sólo Jesús puede ofrecer al Padre la verdadera oración en nosotros por el Espíritu. Ese
Espíritu que nos invita a decir: "Jesús es el Señor", y con Jesús, "Abba Padre" y como sabemos en
el Evangelio Padre es inseparable de Reino, por eso la oración trinitaria nos compromete en la
construcción de un mundo que responda al proyecto amoroso de Dios.
CONCLUSIÓN
En la cotidianidad de nuestras vidas es donde estamos llamados a vivir de modo sencillo una
relación personal con Dios. Esta relación es un diálogo, fundado en la gracia, que se manifiesta en
un amor a todas las personas, los seres vivos, las cosas y el mundo (44º Capítulo General). Esto, tan
sencillo no es evidente y podemos de cierta manera medir lo que nos falta para alcanzar este ideal
en el desinterés que podemos experimentar hacia la interioridad, manifestado en la falta de
preocupación por lo espiritual, teológico y catequético y en el poco tiempo dedicado a la oración
personal y comunitaria, a la lectura espiritual y a la formación permanente…
Conscientes de que somos hijos de nuestro tiempo el Capítulo nos recuerda que fácilmente nosotros
también atravesamos una nueva secularización que desplaza los últimos significados religiosos…
(44º CG 1.1.), por lo que nos invita entre otras cosas:

a alimentar la dimensión contemplativa de nuestra vida personal y comunitaria, que nos
lleve a vivir la pasión por Dios en la pasión por este mundo (44º CG 3.1),

a ser más creativos en la oración personal y comunitaria, en la lectura espiritual, en
nuestras celebraciones comunitarias y sacramentales de un modo más afectivo y más efectivo (44º
CG 3.1).

a poner en marcha un proceso que nos ayude a descubrir la práctica del discernimiento
lasaliano en nuestra vida cotidiana (44º CG 3.6).

a revisar nuestro estilo de vida (44º CG 2.6), para ser más y tener menos.
Los invito Hermanos a reflexionar sobre estos cuatro puntos tan concretos y sobre todo a discernir
ante el Señor cómo estamos viviendo nuestra vida trinitaria y nuestro seguimiento de Jesús.
Hno. Álvaro Rodríguez Echeverría
Superior General
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