TEMAS 6 y 7: ORIGEN Y NATURALEZA DE LA SOCIEDAD: DEL ESTADO NATURAL AL ESTADO POLÍTICO. FORMAS DE ORGANIZACIÓN POLÍTICA 1.- El ser humano: animal social Partimos de una evidencia, podríamos decir, emanada de los resultados antropológicos más serios y relativamente recientes: el ser humano es un animal social y no porque debamos presuponerle al modo aristotélico una esencia intemporal y determinante de su ser sino porque afirmamos que el hombre al margen de la sociedad es simplemente una fiera, v. g. un niño ferino, con unas características y una inteligencia peculiares. Y menos cabría decir de un ser humano que es persona al margen de la sociedad. Pero la diferencia del ser humano como animal social con respecto a otros seres animales que también viven en sociedad, hormigas y abejas por ejemplo y que son de especial atractivo para los más eminentes etólogos, es que el ser humano presenta una serie de componentes exclusivos: el lenguaje articulado, la conducta normada y no meramente pautada y la vida social donde no sólo se realizan ritos zoológicos estereotipados (apareamiento, higiene grupal, &c.) sino ceremonias que se transmiten en una tradición oral y luego en una historia escrita, ceremonias tan propias del ser humano como las de cazar, las de cocinar o guerrear con otros grupos humanos diferentes. Es obvio que los animales no tienen historia entre otras razones porque no disponen de un lenguaje articulado (segunda articulación) capaz de universalizar semánticamente; dicho contenido significativo recoge lugares, propiedades, aspectos de lo sucedido, recoge el pasado, el presente o futuro, ya sean estos reales, ficticios o imaginarios, sin que la capacidad lingüística se agote. Es decir, somos capaces de dilatar el tiempo. Que sea como venimos sosteniendo una animal social no quiere decir que automáticamente ya pueda el ser humano ser considerado como un animal político. Si es verdad que la sociedad política nace de la sociedad humana animal, etológica, pero es desde ella y como fruto de un proceso evolutivo de donde aparece un tipo de sociedad diferente, más complejo, irreductible a la esencia etológica y original humana, por la sencilla razón de que lo trasciende. Genéricamente el hombre comparte con los animales más próximos la necesidad de dominación, de mantenimiento de la jerarquía social como garantía de supervivencia del grupo, pero el uso de la fuerza física como elemento directo de estabilidad automática, por contacto, no es el elemento decisivo de la actividad política, ahora lo determinante es el empleo de la fuerza pero a distancia y de más duración, y esta característica se logra con el uso de un lenguaje articulado capaz de recoger la tradición histórica y las normas estructurantes del conjunto social. El poder político es mucho más complejo, no se reduce a lo meramente etológico, introduce planes, programas de futuro que se van institucionalizando victoriosamente y consiguen cierta estabilidad. 2.- La sociedad natural: origen y características Posee una estructura interna que no ha alcanzado todavía la complejidad y características de una sociedad política. Es previa a la política y se caracteriza por poseer una estructura interna convergente o con capacidad para neutralizar todas las posibles divergencias internas. Es falso que en una sociedad natural el hombre viva más libre o independiente, o que sea más feliz y se idealice su figura a modo del buen salvaje de Rousseau. El hombre en estado natural simplemente vive de otra manera, vive integrado en el entorno y en el grupo de otra manera. El ser humano natural se comporta siguiendo patrones rutinarios 1 adquiridos por aprendizaje y fuertemente impuestos por el grupo. El sistema de regulación social viene impuesto por el funcionamiento de los grupos de parentesco y las reglas de filiación: linajes, clanes, casamientos, iniciación al mundo adulto, y por el respeto a los tabúes y a las costumbres del grupo. Es cierto que los enfrentamientos en el seno del grupo existen, Marvin Harris nos lo mostró perfectamente con las tribus Yanomamo, pero quedan neutralizados por el ordenamiento convergente global del grupo, es decir: por su capacidad de obrar exitosamente dentro de un marco natural del que depende su supervivencia y de acuerdo con unas pautas culturales bien definidas y reconocidas por todos sus miembros. Este tipo de sociedades no permanecen indefinidamente estables. Las que hoy conocemos con más rigor aparecen tras la desaparición del que fue el otro homínido no Sapiens, el Homo de Neandertal. Es aproximadamente hace 30000 años cuando se observa que el hombre vivía en bandas de unos 50 individuos. La mayoría eran recolectores y cazadores. Inicialmente eran nómadas pero a medida que el grado de sedentarización se iba incrementando, gracias a la domesticación de las semillas y de los animales (Revolución Neolítica, en torno al 7500 a.n.e.), se iban generalizando los asentamientos en forma de aldeas de 150 individuos. El incremento demográfico se afianzaba y comienzan a aparecer los primeros poblados de 2000 habitantes como el de Jericó. El salto a la ciudad ya está próximo: Chatal Hüyük, Sumer, Urk, &c y otras que en las llanuras mesopotámicas comenzarán a florecer como reinos independientes. Las sociedades naturales o preestatales formadas por bandas o aldeas fueron paulatinamente dando paso a sociedades políticas. Las formas de poder político y organización social se hacían cada vez más complejas, las aldeas se agrupaban, las poblaciones se incrementaban y los roces con otros territorios ya ocupados se generalizaban. Las mejor organizadas eran capaces de ir asimilando a las más primitivas, es el momento de los primeros imperios: babilonio, asirio, hitita, egipcio, chino, &c. Dichas sociedades estaban gobernadas por jefes y por reyes y las que mejor supieron adaptarse a las condiciones del momento fueron las que marcaron el ritmo de adecuación a los pueblos más primitivos. Sumariamente hemos visto el proceso evolutivo de las primeras sociedades humanas. Las más primitivas cuya organización política es más sencilla y tiende a la convergencia es analizada por el antropólogo materialista cultural Marvin Harris. En ellas observa dos figuras organizativas y políticas muy destacadas, por un lado la del cabecilla, se le respeta, se le consulta y aunque con mando éste puede ser débil, esto es: no necesariamente se le obedece. La función de los cabecillas es más igualitaria que de mando. A su lado los chamanes, tienen una función mediadora y pueden ejercer funciones coactivas si cuentan con el respaldo mayoritario del grupo. Y hay en estos grupos una relación directa entre su demografía y los recursos energéticos disponibles para su subsistencia. El equilibrio se garantiza de dos maneras: a) impidiendo el incremento de población a través de prácticas directas de eliminación de individuos del grupo: infanticidio, aborto; b) introduciendo métodos de intensificación de los recursos alimentarios, mejora de técnicas e incremento de territorio propicio para la explotación de sus recursos. En esta segunda dirección se logra un incremento del grupo y aparecen los jefes de las diferentes aldeas, agrupadas en un núcleo compartido en forma de ciudad, inicialmente igualitarios y después hereditarios, serán los reyes. Dentro del reinado las distancias entre el rey y sus súbditos se acrecentarán, mediarán entre ambos extremos los sirvientes y los guerreros. La distancia se llevará hasta el extremo dado que los reyes alzarán su linaje al de los dioses. Ahora ya estamos en un momento político y humano complejo, perfectamente jerarquizado, y en donde la autoridad es perfectamente reconocida. Los núcleos de 2 población reúnen en su interior a diferentes aldeas y clanes. Será el periodo transitorio entre la sociedad humana natural y la política o estatal, las sociedades de reyes o protoestatales constituidas en diferentes ciudades irán aumentando y al final culminarán en acuerdos de asociación frente a terceros como consecuencia de un intento por aunar esfuerzos por el bien común. Por tanto, y desde el materialismo filosófico, proponemos que la transición de unas sociedades a otras, desde las naturales a las políticas, desde las preestatales a las estatales, no sólo se entienda apelando según la versión marxista a las relaciones de producción, a las relaciones del hombre con el hombre (eje circular del espacio antropológico) con el fin de garantizar la supervivencia del grupo, ni a la versión de Marvin Harris apelando a las relaciones de clara tendencia al equilibrio entre la sociedad y los recursos naturales disponibles (eje radial), sin duda ambos fundamentales, sino que además debemos apelar a las relaciones de los hombres con los númenes, o seres dotados de inteligencia con figura no humana, y con las sociedades “extrañas” o extranjeras (eje angular). La evolución de cualquier sociedad no puede entenderse exclusivamente por un proceso de maduración interna, porque juegan un papel fundamental las relaciones con sociedades distintas, extrañas o rivales. La aparición del Estado y la constitución de ciudades no pueden entenderse sin una red de múltiples pueblos distintos. 3.- La sociedad política frente a la sociedad natural Sosteníamos ya al inicio que la perpetuidad de la sociedad natural emanaba de un orden global interno por todos reconocido y obedecido que posibilitaba la convergencia de los miembros del grupo. De este modo las divergencias en el seno del grupo eran neutralizadas, bien fuese por el buen hacer del cabecilla del grupo o del chamán. Con todo, los grupos van aumentando, las relaciones internas se orientan hacia un mayor grado de complejidad, además es probable la existencia de nuevas relaciones externas, relaciones con sociedades simplemente extrañas o sociedades abiertamente enemigas. Esto producirá, por encima de cualquier voluntad particular, la presencia de diferentes grupos en el seno de la nueva sociedad; el orden será diferente, los grupos hegemónicos con sus intereses particulares tenderán a querer ejercer el poder, reconociendo en ese ejercicio la imposibilidad de satisfacer los intereses de todos por igual. La nueva sociedad política tendrá consustancialmente una naturaleza divergente. La acción política se planificará con el objetivo menos ambicioso de garantizar la estabilidad del conjunto de la sociedad, y si ésta es duradera podrá considerarse como un “buen orden” o eutaxia. Ahora los enfrentamientos no serán individuales sino derivados de grupos poderosos con ansías de alcanzar la hegemonía política. El fin, repetimos, no es lograr un orden perfecto en forma de armonía o justicia estable, esto no es posible por la naturaleza de las fuerzas de los grupos enfrentados, la prioridad es establecer un orden global capaz de garantizar la supervivencia del grupo. Las sociedades políticas pueden ser: preestatales o estatales; ambas presentan como capas capaces de garantizar la estabilidad: la capa conjuntiva articulada alrededor del gobernante, bien sea jefe o rey, y la capa basal o productiva, relacionada con el modelo de producción capaz de garantizar el aporte energético necesario para la alimentación del grupo. Las sociedades estatales nacen cuando aparece una nueva capa encargada de la defensa, la cortical. Si la nota predominante es el desorden en el interior del grupo, hecho que se reconoce si la existencia del grupo corre peligro, bien sea porque sea sustituido por otro grupo externo o porque él mismo fruto de la involución o del mal gobierno se desestructure, entonces lo llamaremos “mal orden” o dixtasia. 3 Parecería lógico sugerir que todas las sociedades naturales necesariamente y en el curso de la historia han evolucionado hacia sociedades políticas. En cambio, muchas de ellas sobreviven como tal y esto se debe fundamentalmente al aislamiento. No hay necesidad de transitar hacia una sociedad política. Estas corren el riesgo de sucumbir en su contacto, o fin del aislamiento, con otras sociedades políticas en marcha. También es frecuente el caso de sociedades preestatales que permanecen como tales gracias al aislamiento; su futuro es igualmente incierto. Otras han ido internamente madurando y con frecuencia se han ido transformando en sociedades políticas por el enfrentamiento directo con otras sociedades. Con ellas no habrá relación simétrica sino asimétrica. Las menos desarrolladas, las bárbaras o naturales, se tendrán que someter a las más civilizadas o políticas. Los mecanismos puede ser severos: dominación, alienación y explotación. La tendencia evolutiva del conjunto de las sociedades humanas es clara: de la multiplicidad de culturas bárbaras, con mayor o menor grado de aislamiento, se va pasando a través de un proceso de transitividad a una identidad común a todo ser humano, a una única cultura universal, la civilizada. Este es el motivo por el cual ya no es posible limitar la transición de la escritura, la geometría, la pólvora, la brújula, o la teoría de la evolución una vez introducidas. Un descubrimiento o invención que permanezca aislado no es civilizador, no es universal, no se incorpora al curso del tiempo histórico. El lugar por antonomasia donde se percibe perfectamente todo este proceso universalizador, de tránsito entre la sociedad natural a la política, se halla en la ciudad. En ella se incorpora la división social, la especialización, se generaliza la escritura, se desarrollan ceremonias propias del conjunto, se institucionalizan verdaderos profesionales de la defensa frente a otros grupos humanos extraños o enemigos. En fin, para que surja la ciudad tiene que haber ciudades o embriones de ciudades próximas donde se de un flujo constante de especialistas entre ellas, especialistas portadores de conocimientos que desbordan el mero saber cotidiano y se instalan en la esfera de los saberes comprometidos con la verdad. 4.- Historicidad de la sociedad política El curso de las sociedades políticas, su desarrollo histórico, va ir asociado al Estado como forma privilegiada de organización. Son tres las grandes fases del curso histórico de las sociedades políticas: a) Sociedad política preestatal. No posee Estado pero su organización conduce a él. b) Sociedad política estatal. Nace a partir de sociedades preestatales en marcha cuyas relaciones mutuas sobrepasan o desbordan la mera sumisión, asimilación militar expansionista o integración comercial. A partir de este momento las relaciones van a ser dialécticas o de codeterminación, y vendrán marcadas por los momentos de guerra y de paz. Un Estado no surge sino frente a otro, Roma surge frente a Cartago como consecuencia de su interés por hacerse con el control marítimo y comercial del Mediterráneo. Y cuando un Estado además de medirse a otro Estado ya constituido se encuentra con sociedades preestatales o estados más débiles a los que pueda asimilar (endoculturización), se dan las condiciones idóneas para la constitución de los imperios (Roma, Imperio español, Imperio inglés, &c) y el ejercicio de prácticas coloniales. c) Sociedad política postestatal. Ahora los estados se van viendo desbordados por nuevas relaciones interestatales e instituciones políticas, comerciales e incluso militares supraestatales. Todas ellas serán cada vez decisivas en los asuntos internos de los Estados. Por tanto las relaciones de poder amplían su marco, se hacen cada vez más internacionales, más globales, lo que no quiere decir que el futuro vaya encaminado a la desaparición definitiva de las fronteras y con ellas de los originarios Estados (Kant la alentó como fórmula para la cristalización de la llamada Paz Perpetua, así proponía para 4 tal fin la desaparición de los ejércitos, de la capa cortical que venimos identificando como rasgo definitorio del origen del Estado). 5.- Dinámica interna del poder en la sociedad política En el seno de las sociedades políticas las divergencias son inherentes. Es imprescindible la presencia de un auténtico núcleo del cuerpo de la sociedad política. Este núcleo reside en un poder que ejerce como tal instituyendo leyes (legislativo), velando por su más escrupuloso cumplimiento (judicial), y poniendo en práctica sus planes y programas (ejecutivo). Pertenece a la capa conjuntiva cuya actividad deberá alcanzar a otras capas de poder como la basal o productiva y la cortical o defensiva y de relaciones con otros Estados. En núcleo del poder o capa conjuntiva es el que conocemos como gobierno, organiza las relaciones circulares de los seres humanas en la eutaxia, o distaxia. Las relaciones del hombre con la naturaleza no quedan determinadas por el núcleo del poder político o gobierno. En la capa basal, presidida por las relaciones económicas, hallamos diferentes mecanismos de organización: gestor o de funcionamiento correcto de las fuerzas de producción; planificador o de selección y regulación de los programas de producción de riqueza; redistributivo o fiscal, los impuestos deben ser equitativamente repartidos y son una obligación ciudadana. Tampoco las relaciones de unas sociedades políticas con otras sociedades políticas. A la capa cortical corresponde dicha organización a través del: poder militar que actúa cuando la estabilidad interna puede verse comprometida; poder federativo encargado de establecer acuerdos con Estados diferentes; poder diplomático, se mueve en el campo del derecho internacional y procura definir y diferenciar nítidamente a los aliados de los enemigos. Según la preponderancia que tengan algunas de estas modalidades de poder podrán diferenciarse unas sociedades políticas de otras. Cuando un poder militar se impone al resto del conjunto de poderes puede resultar una dictadura militar o una tiranía; un poder planificador con excesivo protagonismo y que opere en beneficio de un grupo de plutócratas en detrimento de una masa miserable de trabajadores será una oligarquía, un poder gestor sobredimensionado arrastrará fácilmente a un gobierno burocrático, un poder ejecutivo que ensombrezca a todos los demás puede derivar en una monarquía absoluta. Montesquieu (El espíritu de las leyes, siglo XVII) defendió como gobierno ideal aquel en el que se da un equilibrio e independencia entre los poderes ejecutivo, judicial y legislativo; nosotros añadiríamos que dicha independencia sólo es posible parcialmente dadas sus interconexiones materiales. 6.- La eutaxia de la sociedad política y justicia social En el orden político en tanto que encaminado a la pervivencia del grupo se habla de eutaxia. Se despliega pensando en el interés común, no tiene porque favorecer a todos, y procura el mayor grado posible de estabilidad. Es el ejercicio explicito, objetivo, de los planes y programas del núcleo del cuerpo de la sociedad política, estos pueden ser reconocidos por los sujetos psicológicos o simplemente asumidos. Dicha tendencia al orden es esencial pero no su perdurabilidad, ésta es una consecuencia. El ejercicio del poder sin atender al conjunto, a su interés compartido, es entendido como dixtásico. Se diferencia, no lo debemos confundir, con la justicia social. Si el ejercicio político se orienta al buen orden y por tanto es correcto hablar de justicia política, el orden bueno, esencialmente ético y moral: libertad, solidaridad, tolerancia, igualdad, &c. y cuyo fin es en la medida de lo posible garantizar la igualdad entre las partes heterogéneas de la sociedad y entre los distintos intereses de los ciudadanos, se ajusta más a los que solemos denominar como justicia social. Entre ambos sentidos de 5 justicia, política y social, suelen darse situaciones de tensión pero no necesariamente tiene porqué entenderse siempre así. Ambas propuestas de justicia van dirigidas al respeto de las normas por todos reconocidas o simplemente asumidas por igual. Ahora bien, la idea de igualdad cobra sentidos diferentes en función del alcance del campo sobre el que se ponga en acción. No es buena idea en sí misma, per se, sino en tanto que se promueven “buenas igualdades” que benefician a la eutaxia, a la actividad social o de los diferentes y heterogéneos grupos, o a las normas éticas. La igualdad no puede ser tratada como un imperativo, en ocasiones este mecanismo de actuación puede pecar de irracionalidad (en la evacuación de un barco por ejemplo), y dependerá más bien del contenido que se quiera igualar. La justicia política aplicada a las relaciones de igualdad se dirigirá al respeto de las normas dadas en el interior del núcleo del cuerpo político: legislativo, judicial, ejecutivo. En cambio, la justicia social habrá que referirla a las relaciones de igualdad conseguidas, en la mayoría de los casos deficitariamente, que logran articular los derechos éticos universales (DD.HH) con la multiplicidad de intereses políticos divergentes. Es evidente que el ejercicio político comprometido con la justicia redundará favorablemente en los gobernados. En el límite la justicia política se enmarca actualmente en los Estados. Las leyes políticas se despliegan de arriba abajo, del poder a la sociedad civil, pero es esta la que transmite desde abajo sus exigencias de igualdad y de justicia social. El problema se sitúa en el hecho evidente que nos muestra a la sociedad política como un conjunto de grupos de individuos con intereses dispares e incluso enfrentados, y dado que son parciales y atiende al bien del grupo son ideológicos. En esta dialéctica de grupos sociales enfrentados sus propuestas serán más justas cuanta más capacidad de igualdad social alcancen pero para ello necesitan que se estabilicen, que se aúpen e institucionalicen en la eutaxia; las victoriosas entonces se desplegarán en las diversas capas constitutivas de la nave política: cortical, basal y conjuntiva. El puente de unión entre la política (eutaxia) y la moral o ética (justicia social) ha de pasar por el Derecho. Sin la demanda social, de arriba abajo, sin atender a las pretensiones de justicia social, la política sería estéril, el poder se ejerce sobre los gobernados. De abajo arriba, la justicia social no puede pretender trabajar al margen de los poderes políticos porque acabaría siendo inoperante o utópica. Tampoco someterse a una cómoda actitud pasiva y resignarse con el fácil (laissez faire) dejar hacer político o económico, dicha postura equivale a una situación de amoralidad muy próxima a la reducción de los ciudadanos a meros “esclavos morales”. El difícil recorrido entre la eutaxia y la justicia debe ser brevemente analizado. El poder político persigue programas y planes encaminados al buen orden. Dichos proyectos se enfrentan dialécticamente a multitud de programas y planes de naturaleza social. En su conjunto son heterogéneos e ideológicos, persiguen unos interés de grupo concretos y tienen diferentes grados de poder, de influencia en le poder político. También es la sociedad civil la que valora en función de diferentes grados la actuación del núcleo del cuerpo político. Así las normas encaminadas al buen orden, a la estabilidad del conjunto del grupo en el marco del Estado, pueden ser: asumidas, soportadas o rechazadas. La cristalización de dicha valoración sobre la llamada clase política por parte de la opinión pública y de sus pretensiones se canaliza a través de los diferentes partidos políticos, de las organizaciones de trabajadores o sindicatos, de las organizaciones empresariales (nacionales o internacionales), ONGs, asociaciones religiosas; todos ellas y en función de capacidad de influencia sobre el poder político pretenden contribuir desde abajo a la justicia social directa o indirectamente. Es importante recordar que al margen de la ley, de la justicia en forma de normas que a todos obliga por igual, existen organizaciones en la sociedad civil: grupos terroristas, 6 redes del crimen, &c. No tiene que ser necesariamente buena y justa, en contraposición con la clase política que se entiende como mala e injusta; hay fuerzas morales, fuerzas civiles que promueven abiertamente la injusticia, el no respeto de las normas por todos asumidas, soportadas o rechazadas aceptando las consecuencias de nuestro desafío. El poder político y la sociedad civil deben cooperar vía derecho en la vigilancia permanente de las leyes: su cumplimiento y su respeto siempre orientado a la justicia. 7.- Teorías sobre le poder: el poder es bueno, es malo, es “regular” Cuando hacemos referencia a teorías sobre el poder debemos subrayar que el orden político tiene como objetivo la consecución de la eutaxia y la justicia a él asociado. El tema de fondo reside en las relaciones existentes o puestas a lo largo de la historia en práctica entre política y moral. El diagnóstico de un poder bueno, malo, o regular resulta de los enfoques que se hagan en relación a la eutaxia y a la justicia, a la política y a la moral. Tres son las variantes teóricas que podemos destacar: 1) Aquellos para los que la dialéctica entre la política y la moral resulta divergente, su combinación no da buen resultado. Si la política es buena no necesita de los enredos morales, en cambio si la política es mala debe ser suplantada por la moral. Del primer caso son representantes destacados Maquiavelo o Mandeville. Para Maquiavelo el político puede fingir razones morales que justifiquen su ejercicio político, lo importante son los resultados, la real política, y Mandeville que asocia a la prosperidad social la ausencia de buen orden moral, los desequilibrios son simplemente eficaces y por tanto no deben suplantarse por principios morales tendentes a la igualdad de cada uno de los miembros del conjunto de la sociedad. Del segundo hallamos a figuras como Plotino, San Agustín o Michel Foucoult. La Ciudad de Dios para San Agustín es moralmente buena, ajena a premisas políticas y temporales, la Ciudad del Diablo es política, amoral y simplemente se preocupa de los asuntos temporales, en el fondo no aman a Dios. Los fundamentalistas religiosos siguen estas líneas. Foucault desde una visión atea ve en el poder político un centro de dominio global, inunda incluso lo más íntimo y particular y logra oprimirlo. El deber civil, ético-moral, es intentar incesantemente superar el poder político. 2) Aquellos para los que la dialéctica entre la política y la moral resulta convergente, su combinación si da buen resultado. Lo importante es dar con la relación debida. Podrían ser representantes claros de este modelo convergente: Adam Smith, Marx o las propuestas utópicas de Tomás Moro. Para el primero la política será buena moralmente cuando aplique las recetas económicas correctas. Para Marx el equilibrio se dará cuando el hombre abandone su prehistoria, cuando las clases que controlen los medios de explotación sean las mayoritarias. Y Tomás Moro que ve en la recta acción moral un mecanismo eficaz para mejorar la política; también cabría citar en esta misma línea las propuestas socialistas utópicas de Fourier y Owen. 3) Aquellos para los que la dialéctica entre la política y la moral presenta contradicciones parciales insalvables a la vez que reconoce la necesidad de su conjunción parcial. Dos son las versiones que podemos introducir en esta nueva versión de larga tradición histórica. 3.1) Versión optimista. En la sociedad política y moral se da un progreso cierto e imparable. Aquí nos encontramos con posturas idealistas como son las de la tradición escolástica cristiana, Santo Tomás por ejemplo, o los ilustrados franceses y acérrimos defensores de la idea de progreso de la humanidad como superación racional de todos los problemas de la Tierra: Condorcet, Turgot, Rosusseau (vuelta a la naturaleza prístina, en esta línea también los partidos nacionalistas de nuestro momento), Kant, Jovellanos. También representante de esta misma línea es Max Weber que introduce 7 una evolución social histórica de carácter progresivo: dominación carismática (héroes, líderes), dominación tradicional, se legitima en la tradición, dominación racionallegal, cuya legitimad reside en las leyes impersonales. 3.2) Versión realista. Se reconoce que se da un proceso social evolutivo en donde los equilibrios nunca son definitivos dado que las relaciones propias de lo que se constituye como espacio antropológico se halla en perpetuo cambio. Se dan mejores y peores modelos políticos, más o menos justos, más permeables a las demandas de justicia de la sociedad civil pero nada nos asegura el progreso indefinido. Autores como Platón, una buena forma política siempre está abierta a la degeneración: timocracia, oligarquía, democracia y finalmente tiranía, Aristóteles, Cicerón, Espinosa, Montesquieu. También Gustavo Bueno, reconoce la contradicción entre las cuestiones políticas y morales, en muchos casos insalvables, pero apuesta decididamente por la capacidad racionalizadora y civilizadora humana, como modelos encuentra el del conocimiento científico cuyo grado de verdad en forma de construcciones teóricas impersonales es ejemplar, la filosofía occidental crítica y la independencia de ideologías milenaristas y teológicas, y todo ello incidiendo directamente en la buena selección de aquellos proyectos ético-morales con capacidad universalizadora más potentes y ajenos a conductas arbitrarias e individualistas. 8