TEMA 32: ORIGEN Y NATURALEZA DE LA SOCIEDAD

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TEMAS 6 y 7: ORIGEN Y NATURALEZA DE LA SOCIEDAD: DEL ESTADO
NATURAL AL ESTADO POLÍTICO. FORMAS DE ORGANIZACIÓN
POLÍTICA
1.- El ser humano: animal social
Partimos de una evidencia, podríamos decir, emanada de los resultados antropológicos
más serios y relativamente recientes: el ser humano es un animal social y no porque
debamos presuponerle al modo aristotélico una esencia intemporal y determinante de su
ser sino porque afirmamos que el hombre al margen de la sociedad es simplemente una
fiera, v. g. un niño ferino, con unas características y una inteligencia peculiares. Y
menos cabría decir de un ser humano que es persona al margen de la sociedad.
Pero la diferencia del ser humano como animal social con respecto a otros seres
animales que también viven en sociedad, hormigas y abejas por ejemplo y que son de
especial atractivo para los más eminentes etólogos, es que el ser humano presenta una
serie de componentes exclusivos: el lenguaje articulado, la conducta normada y no
meramente pautada y la vida social donde no sólo se realizan ritos zoológicos
estereotipados (apareamiento, higiene grupal, &c.) sino ceremonias que se transmiten
en una tradición oral y luego en una historia escrita, ceremonias tan propias del ser
humano como las de cazar, las de cocinar o guerrear con otros grupos humanos
diferentes. Es obvio que los animales no tienen historia entre otras razones porque no
disponen de un lenguaje articulado (segunda articulación) capaz de universalizar
semánticamente; dicho contenido significativo recoge lugares, propiedades, aspectos de
lo sucedido, recoge el pasado, el presente o futuro, ya sean estos reales, ficticios o
imaginarios, sin que la capacidad lingüística se agote. Es decir, somos capaces de dilatar
el tiempo.
Que sea como venimos sosteniendo una animal social no quiere decir que
automáticamente ya pueda el ser humano ser considerado como un animal político. Si
es verdad que la sociedad política nace de la sociedad humana animal, etológica, pero es
desde ella y como fruto de un proceso evolutivo de donde aparece un tipo de sociedad
diferente, más complejo, irreductible a la esencia etológica y original humana, por la
sencilla razón de que lo trasciende. Genéricamente el hombre comparte con los
animales más próximos la necesidad de dominación, de mantenimiento de la jerarquía
social como garantía de supervivencia del grupo, pero el uso de la fuerza física como
elemento directo de estabilidad automática, por contacto, no es el elemento decisivo de
la actividad política, ahora lo determinante es el empleo de la fuerza pero a distancia y
de más duración, y esta característica se logra con el uso de un lenguaje articulado capaz
de recoger la tradición histórica y las normas estructurantes del conjunto social. El
poder político es mucho más complejo, no se reduce a lo meramente etológico,
introduce planes, programas de futuro que se van institucionalizando victoriosamente y
consiguen cierta estabilidad.
2.- La sociedad natural: origen y características
Posee una estructura interna que no ha alcanzado todavía la complejidad y
características de una sociedad política. Es previa a la política y se caracteriza por
poseer una estructura interna convergente o con capacidad para neutralizar todas las
posibles divergencias internas.
Es falso que en una sociedad natural el hombre viva más libre o independiente, o que
sea más feliz y se idealice su figura a modo del buen salvaje de Rousseau. El hombre en
estado natural simplemente vive de otra manera, vive integrado en el entorno y en el
grupo de otra manera. El ser humano natural se comporta siguiendo patrones rutinarios
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adquiridos por aprendizaje y fuertemente impuestos por el grupo. El sistema de
regulación social viene impuesto por el funcionamiento de los grupos de parentesco y
las reglas de filiación: linajes, clanes, casamientos, iniciación al mundo adulto, y por el
respeto a los tabúes y a las costumbres del grupo. Es cierto que los enfrentamientos en
el seno del grupo existen, Marvin Harris nos lo mostró perfectamente con las tribus
Yanomamo, pero quedan neutralizados por el ordenamiento convergente global del
grupo, es decir: por su capacidad de obrar exitosamente dentro de un marco natural del
que depende su supervivencia y de acuerdo con unas pautas culturales bien definidas y
reconocidas por todos sus miembros.
Este tipo de sociedades no permanecen indefinidamente estables. Las que hoy
conocemos con más rigor aparecen tras la desaparición del que fue el otro homínido no
Sapiens, el Homo de Neandertal. Es aproximadamente hace 30000 años cuando se
observa que el hombre vivía en bandas de unos 50 individuos. La mayoría eran
recolectores y cazadores. Inicialmente eran nómadas pero a medida que el grado de
sedentarización se iba incrementando, gracias a la domesticación de las semillas y de los
animales (Revolución Neolítica, en torno al 7500 a.n.e.), se iban generalizando los
asentamientos en forma de aldeas de 150 individuos. El incremento demográfico se
afianzaba y comienzan a aparecer los primeros poblados de 2000 habitantes como el de
Jericó. El salto a la ciudad ya está próximo: Chatal Hüyük, Sumer, Urk, &c y otras que
en las llanuras mesopotámicas comenzarán a florecer como reinos independientes. Las
sociedades naturales o preestatales formadas por bandas o aldeas fueron
paulatinamente dando paso a sociedades políticas. Las formas de poder político y
organización social se hacían cada vez más complejas, las aldeas se agrupaban, las
poblaciones se incrementaban y los roces con otros territorios ya ocupados se
generalizaban. Las mejor organizadas eran capaces de ir asimilando a las más
primitivas, es el momento de los primeros imperios: babilonio, asirio, hitita, egipcio,
chino, &c. Dichas sociedades estaban gobernadas por jefes y por reyes y las que mejor
supieron adaptarse a las condiciones del momento fueron las que marcaron el ritmo de
adecuación a los pueblos más primitivos.
Sumariamente hemos visto el proceso evolutivo de las primeras sociedades humanas.
Las más primitivas cuya organización política es más sencilla y tiende a la convergencia
es analizada por el antropólogo materialista cultural Marvin Harris. En ellas observa dos
figuras organizativas y políticas muy destacadas, por un lado la del cabecilla, se le
respeta, se le consulta y aunque con mando éste puede ser débil, esto es: no
necesariamente se le obedece. La función de los cabecillas es más igualitaria que de
mando. A su lado los chamanes, tienen una función mediadora y pueden ejercer
funciones coactivas si cuentan con el respaldo mayoritario del grupo. Y hay en estos
grupos una relación directa entre su demografía y los recursos energéticos disponibles
para su subsistencia. El equilibrio se garantiza de dos maneras: a) impidiendo el
incremento de población a través de prácticas directas de eliminación de individuos del
grupo: infanticidio, aborto; b) introduciendo métodos de intensificación de los recursos
alimentarios, mejora de técnicas e incremento de territorio propicio para la explotación
de sus recursos. En esta segunda dirección se logra un incremento del grupo y aparecen
los jefes de las diferentes aldeas, agrupadas en un núcleo compartido en forma de
ciudad, inicialmente igualitarios y después hereditarios, serán los reyes. Dentro del
reinado las distancias entre el rey y sus súbditos se acrecentarán, mediarán entre ambos
extremos los sirvientes y los guerreros. La distancia se llevará hasta el extremo dado
que los reyes alzarán su linaje al de los dioses.
Ahora ya estamos en un momento político y humano complejo, perfectamente
jerarquizado, y en donde la autoridad es perfectamente reconocida. Los núcleos de
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población reúnen en su interior a diferentes aldeas y clanes. Será el periodo transitorio
entre la sociedad humana natural y la política o estatal, las sociedades de reyes o
protoestatales constituidas en diferentes ciudades irán aumentando y al final
culminarán en acuerdos de asociación frente a terceros como consecuencia de un intento
por aunar esfuerzos por el bien común.
Por tanto, y desde el materialismo filosófico, proponemos que la transición de unas
sociedades a otras, desde las naturales a las políticas, desde las preestatales a las
estatales, no sólo se entienda apelando según la versión marxista a las relaciones de
producción, a las relaciones del hombre con el hombre (eje circular del espacio
antropológico) con el fin de garantizar la supervivencia del grupo, ni a la versión de
Marvin Harris apelando a las relaciones de clara tendencia al equilibrio entre la
sociedad y los recursos naturales disponibles (eje radial), sin duda ambos
fundamentales, sino que además debemos apelar a las relaciones de los hombres con los
númenes, o seres dotados de inteligencia con figura no humana, y con las sociedades
“extrañas” o extranjeras (eje angular). La evolución de cualquier sociedad no puede
entenderse exclusivamente por un proceso de maduración interna, porque juegan un
papel fundamental las relaciones con sociedades distintas, extrañas o rivales. La
aparición del Estado y la constitución de ciudades no pueden entenderse sin una red de
múltiples pueblos distintos.
3.- La sociedad política frente a la sociedad natural
Sosteníamos ya al inicio que la perpetuidad de la sociedad natural emanaba de un
orden global interno por todos reconocido y obedecido que posibilitaba la convergencia
de los miembros del grupo. De este modo las divergencias en el seno del grupo eran
neutralizadas, bien fuese por el buen hacer del cabecilla del grupo o del chamán. Con
todo, los grupos van aumentando, las relaciones internas se orientan hacia un mayor
grado de complejidad, además es probable la existencia de nuevas relaciones externas,
relaciones con sociedades simplemente extrañas o sociedades abiertamente enemigas.
Esto producirá, por encima de cualquier voluntad particular, la presencia de diferentes
grupos en el seno de la nueva sociedad; el orden será diferente, los grupos hegemónicos
con sus intereses particulares tenderán a querer ejercer el poder, reconociendo en ese
ejercicio la imposibilidad de satisfacer los intereses de todos por igual. La nueva
sociedad política tendrá consustancialmente una naturaleza divergente. La acción
política se planificará con el objetivo menos ambicioso de garantizar la estabilidad del
conjunto de la sociedad, y si ésta es duradera podrá considerarse como un “buen
orden” o eutaxia. Ahora los enfrentamientos no serán individuales sino derivados de
grupos poderosos con ansías de alcanzar la hegemonía política. El fin, repetimos, no es
lograr un orden perfecto en forma de armonía o justicia estable, esto no es posible por la
naturaleza de las fuerzas de los grupos enfrentados, la prioridad es establecer un orden
global capaz de garantizar la supervivencia del grupo.
Las sociedades políticas pueden ser: preestatales o estatales; ambas presentan como
capas capaces de garantizar la estabilidad: la capa conjuntiva articulada alrededor del
gobernante, bien sea jefe o rey, y la capa basal o productiva, relacionada con el modelo
de producción capaz de garantizar el aporte energético necesario para la alimentación
del grupo. Las sociedades estatales nacen cuando aparece una nueva capa encargada de
la defensa, la cortical. Si la nota predominante es el desorden en el interior del grupo,
hecho que se reconoce si la existencia del grupo corre peligro, bien sea porque sea
sustituido por otro grupo externo o porque él mismo fruto de la involución o del mal
gobierno se desestructure, entonces lo llamaremos “mal orden” o dixtasia.
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Parecería lógico sugerir que todas las sociedades naturales necesariamente y en el
curso de la historia han evolucionado hacia sociedades políticas. En cambio, muchas de
ellas sobreviven como tal y esto se debe fundamentalmente al aislamiento. No hay
necesidad de transitar hacia una sociedad política. Estas corren el riesgo de sucumbir en
su contacto, o fin del aislamiento, con otras sociedades políticas en marcha. También es
frecuente el caso de sociedades preestatales que permanecen como tales gracias al
aislamiento; su futuro es igualmente incierto. Otras han ido internamente madurando y
con frecuencia se han ido transformando en sociedades políticas por el enfrentamiento
directo con otras sociedades. Con ellas no habrá relación simétrica sino asimétrica. Las
menos desarrolladas, las bárbaras o naturales, se tendrán que someter a las más
civilizadas o políticas. Los mecanismos puede ser severos: dominación, alienación y
explotación. La tendencia evolutiva del conjunto de las sociedades humanas es clara:
de la multiplicidad de culturas bárbaras, con mayor o menor grado de aislamiento, se
va pasando a través de un proceso de transitividad a una identidad común a todo ser
humano, a una única cultura universal, la civilizada. Este es el motivo por el cual ya no
es posible limitar la transición de la escritura, la geometría, la pólvora, la brújula, o la
teoría de la evolución una vez introducidas. Un descubrimiento o invención que
permanezca aislado no es civilizador, no es universal, no se incorpora al curso del
tiempo histórico. El lugar por antonomasia donde se percibe perfectamente todo este
proceso universalizador, de tránsito entre la sociedad natural a la política, se halla en la
ciudad. En ella se incorpora la división social, la especialización, se generaliza la
escritura, se desarrollan ceremonias propias del conjunto, se institucionalizan
verdaderos profesionales de la defensa frente a otros grupos humanos extraños o
enemigos. En fin, para que surja la ciudad tiene que haber ciudades o embriones de
ciudades próximas donde se de un flujo constante de especialistas entre ellas,
especialistas portadores de conocimientos que desbordan el mero saber cotidiano y se
instalan en la esfera de los saberes comprometidos con la verdad.
4.- Historicidad de la sociedad política
El curso de las sociedades políticas, su desarrollo histórico, va ir asociado al Estado
como forma privilegiada de organización. Son tres las grandes fases del curso histórico
de las sociedades políticas:
a) Sociedad política preestatal. No posee Estado pero su organización conduce a él.
b) Sociedad política estatal. Nace a partir de sociedades preestatales en marcha cuyas
relaciones mutuas sobrepasan o desbordan la mera sumisión, asimilación militar
expansionista o integración comercial. A partir de este momento las relaciones van a ser
dialécticas o de codeterminación, y vendrán marcadas por los momentos de guerra y de
paz. Un Estado no surge sino frente a otro, Roma surge frente a Cartago como
consecuencia de su interés por hacerse con el control marítimo y comercial del
Mediterráneo. Y cuando un Estado además de medirse a otro Estado ya constituido se
encuentra con sociedades preestatales o estados más débiles a los que pueda asimilar
(endoculturización), se dan las condiciones idóneas para la constitución de los imperios
(Roma, Imperio español, Imperio inglés, &c) y el ejercicio de prácticas coloniales.
c) Sociedad política postestatal. Ahora los estados se van viendo desbordados por
nuevas relaciones interestatales e instituciones políticas, comerciales e incluso militares
supraestatales. Todas ellas serán cada vez decisivas en los asuntos internos de los
Estados. Por tanto las relaciones de poder amplían su marco, se hacen cada vez más
internacionales, más globales, lo que no quiere decir que el futuro vaya encaminado a la
desaparición definitiva de las fronteras y con ellas de los originarios Estados (Kant la
alentó como fórmula para la cristalización de la llamada Paz Perpetua, así proponía para
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tal fin la desaparición de los ejércitos, de la capa cortical que venimos identificando
como rasgo definitorio del origen del Estado).
5.- Dinámica interna del poder en la sociedad política
En el seno de las sociedades políticas las divergencias son inherentes. Es
imprescindible la presencia de un auténtico núcleo del cuerpo de la sociedad política.
Este núcleo reside en un poder que ejerce como tal instituyendo leyes (legislativo),
velando por su más escrupuloso cumplimiento (judicial), y poniendo en práctica sus
planes y programas (ejecutivo). Pertenece a la capa conjuntiva cuya actividad deberá
alcanzar a otras capas de poder como la basal o productiva y la cortical o defensiva y de
relaciones con otros Estados. En núcleo del poder o capa conjuntiva es el que
conocemos como gobierno, organiza las relaciones circulares de los seres humanas en la
eutaxia, o distaxia.
Las relaciones del hombre con la naturaleza no quedan determinadas por el núcleo del
poder político o gobierno. En la capa basal, presidida por las relaciones económicas,
hallamos diferentes mecanismos de organización: gestor o de funcionamiento correcto
de las fuerzas de producción; planificador o de selección y regulación de los programas
de producción de riqueza; redistributivo o fiscal, los impuestos deben ser
equitativamente repartidos y son una obligación ciudadana. Tampoco las relaciones de
unas sociedades políticas con otras sociedades políticas. A la capa cortical corresponde
dicha organización a través del: poder militar que actúa cuando la estabilidad interna
puede verse comprometida; poder federativo encargado de establecer acuerdos con
Estados diferentes; poder diplomático, se mueve en el campo del derecho internacional
y procura definir y diferenciar nítidamente a los aliados de los enemigos.
Según la preponderancia que tengan algunas de estas modalidades de poder podrán
diferenciarse unas sociedades políticas de otras. Cuando un poder militar se impone al
resto del conjunto de poderes puede resultar una dictadura militar o una tiranía; un
poder planificador con excesivo protagonismo y que opere en beneficio de un grupo de
plutócratas en detrimento de una masa miserable de trabajadores será una oligarquía,
un poder gestor sobredimensionado arrastrará fácilmente a un gobierno burocrático, un
poder ejecutivo que ensombrezca a todos los demás puede derivar en una monarquía
absoluta. Montesquieu (El espíritu de las leyes, siglo XVII) defendió como gobierno
ideal aquel en el que se da un equilibrio e independencia entre los poderes ejecutivo,
judicial y legislativo; nosotros añadiríamos que dicha independencia sólo es posible
parcialmente dadas sus interconexiones materiales.
6.- La eutaxia de la sociedad política y justicia social
En el orden político en tanto que encaminado a la pervivencia del grupo se habla de
eutaxia. Se despliega pensando en el interés común, no tiene porque favorecer a todos, y
procura el mayor grado posible de estabilidad. Es el ejercicio explicito, objetivo, de los
planes y programas del núcleo del cuerpo de la sociedad política, estos pueden ser
reconocidos por los sujetos psicológicos o simplemente asumidos. Dicha tendencia al
orden es esencial pero no su perdurabilidad, ésta es una consecuencia. El ejercicio del
poder sin atender al conjunto, a su interés compartido, es entendido como dixtásico. Se
diferencia, no lo debemos confundir, con la justicia social. Si el ejercicio político se
orienta al buen orden y por tanto es correcto hablar de justicia política, el orden
bueno, esencialmente ético y moral: libertad, solidaridad, tolerancia, igualdad, &c. y
cuyo fin es en la medida de lo posible garantizar la igualdad entre las partes
heterogéneas de la sociedad y entre los distintos intereses de los ciudadanos, se ajusta
más a los que solemos denominar como justicia social. Entre ambos sentidos de
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justicia, política y social, suelen darse situaciones de tensión pero no necesariamente
tiene porqué entenderse siempre así.
Ambas propuestas de justicia van dirigidas al respeto de las normas por todos
reconocidas o simplemente asumidas por igual. Ahora bien, la idea de igualdad cobra
sentidos diferentes en función del alcance del campo sobre el que se ponga en acción.
No es buena idea en sí misma, per se, sino en tanto que se promueven “buenas
igualdades” que benefician a la eutaxia, a la actividad social o de los diferentes y
heterogéneos grupos, o a las normas éticas. La igualdad no puede ser tratada como un
imperativo, en ocasiones este mecanismo de actuación puede pecar de irracionalidad (en
la evacuación de un barco por ejemplo), y dependerá más bien del contenido que se
quiera igualar. La justicia política aplicada a las relaciones de igualdad se dirigirá al
respeto de las normas dadas en el interior del núcleo del cuerpo político: legislativo,
judicial, ejecutivo. En cambio, la justicia social habrá que referirla a las relaciones de
igualdad conseguidas, en la mayoría de los casos deficitariamente, que logran articular
los derechos éticos universales (DD.HH) con la multiplicidad de intereses políticos
divergentes. Es evidente que el ejercicio político comprometido con la justicia
redundará favorablemente en los gobernados. En el límite la justicia política se enmarca
actualmente en los Estados. Las leyes políticas se despliegan de arriba abajo, del poder a
la sociedad civil, pero es esta la que transmite desde abajo sus exigencias de igualdad y
de justicia social. El problema se sitúa en el hecho evidente que nos muestra a la
sociedad política como un conjunto de grupos de individuos con intereses dispares e
incluso enfrentados, y dado que son parciales y atiende al bien del grupo son
ideológicos. En esta dialéctica de grupos sociales enfrentados sus propuestas serán más
justas cuanta más capacidad de igualdad social alcancen pero para ello necesitan que se
estabilicen, que se aúpen e institucionalicen en la eutaxia; las victoriosas entonces se
desplegarán en las diversas capas constitutivas de la nave política: cortical, basal y
conjuntiva. El puente de unión entre la política (eutaxia) y la moral o ética (justicia
social) ha de pasar por el Derecho. Sin la demanda social, de arriba abajo, sin atender
a las pretensiones de justicia social, la política sería estéril, el poder se ejerce sobre los
gobernados. De abajo arriba, la justicia social no puede pretender trabajar al margen
de los poderes políticos porque acabaría siendo inoperante o utópica. Tampoco
someterse a una cómoda actitud pasiva y resignarse con el fácil (laissez faire) dejar
hacer político o económico, dicha postura equivale a una situación de amoralidad muy
próxima a la reducción de los ciudadanos a meros “esclavos morales”.
El difícil recorrido entre la eutaxia y la justicia debe ser brevemente analizado. El
poder político persigue programas y planes encaminados al buen orden. Dichos
proyectos se enfrentan dialécticamente a multitud de programas y planes de naturaleza
social. En su conjunto son heterogéneos e ideológicos, persiguen unos interés de grupo
concretos y tienen diferentes grados de poder, de influencia en le poder político.
También es la sociedad civil la que valora en función de diferentes grados la actuación
del núcleo del cuerpo político. Así las normas encaminadas al buen orden, a la
estabilidad del conjunto del grupo en el marco del Estado, pueden ser: asumidas,
soportadas o rechazadas. La cristalización de dicha valoración sobre la llamada clase
política por parte de la opinión pública y de sus pretensiones se canaliza a través de los
diferentes partidos políticos, de las organizaciones de trabajadores o sindicatos, de las
organizaciones empresariales (nacionales o internacionales), ONGs, asociaciones
religiosas; todos ellas y en función de capacidad de influencia sobre el poder político
pretenden contribuir desde abajo a la justicia social directa o indirectamente. Es
importante recordar que al margen de la ley, de la justicia en forma de normas que a
todos obliga por igual, existen organizaciones en la sociedad civil: grupos terroristas,
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redes del crimen, &c. No tiene que ser necesariamente buena y justa, en contraposición
con la clase política que se entiende como mala e injusta; hay fuerzas morales, fuerzas
civiles que promueven abiertamente la injusticia, el no respeto de las normas por todos
asumidas, soportadas o rechazadas aceptando las consecuencias de nuestro desafío. El
poder político y la sociedad civil deben cooperar vía derecho en la vigilancia
permanente de las leyes: su cumplimiento y su respeto siempre orientado a la justicia.
7.- Teorías sobre le poder: el poder es bueno, es malo, es “regular”
Cuando hacemos referencia a teorías sobre el poder debemos subrayar que el orden
político tiene como objetivo la consecución de la eutaxia y la justicia a él asociado. El
tema de fondo reside en las relaciones existentes o puestas a lo largo de la historia en
práctica entre política y moral. El diagnóstico de un poder bueno, malo, o regular resulta
de los enfoques que se hagan en relación a la eutaxia y a la justicia, a la política y a la
moral. Tres son las variantes teóricas que podemos destacar:
1) Aquellos para los que la dialéctica entre la política y la moral resulta divergente, su
combinación no da buen resultado. Si la política es buena no necesita de los enredos
morales, en cambio si la política es mala debe ser suplantada por la moral. Del primer
caso son representantes destacados Maquiavelo o Mandeville. Para Maquiavelo el
político puede fingir razones morales que justifiquen su ejercicio político, lo importante
son los resultados, la real política, y Mandeville que asocia a la prosperidad social la
ausencia de buen orden moral, los desequilibrios son simplemente eficaces y por tanto
no deben suplantarse por principios morales tendentes a la igualdad de cada uno de los
miembros del conjunto de la sociedad. Del segundo hallamos a figuras como Plotino,
San Agustín o Michel Foucoult. La Ciudad de Dios para San Agustín es moralmente
buena, ajena a premisas políticas y temporales, la Ciudad del Diablo es política, amoral
y simplemente se preocupa de los asuntos temporales, en el fondo no aman a Dios. Los
fundamentalistas religiosos siguen estas líneas. Foucault desde una visión atea ve en el
poder político un centro de dominio global, inunda incluso lo más íntimo y particular y
logra oprimirlo. El deber civil, ético-moral, es intentar incesantemente superar el poder
político.
2) Aquellos para los que la dialéctica entre la política y la moral resulta convergente, su
combinación si da buen resultado. Lo importante es dar con la relación debida. Podrían
ser representantes claros de este modelo convergente: Adam Smith, Marx o las
propuestas utópicas de Tomás Moro. Para el primero la política será buena moralmente
cuando aplique las recetas económicas correctas. Para Marx el equilibrio se dará cuando
el hombre abandone su prehistoria, cuando las clases que controlen los medios de
explotación sean las mayoritarias. Y Tomás Moro que ve en la recta acción moral un
mecanismo eficaz para mejorar la política; también cabría citar en esta misma línea las
propuestas socialistas utópicas de Fourier y Owen.
3) Aquellos para los que la dialéctica entre la política y la moral presenta
contradicciones parciales insalvables a la vez que reconoce la necesidad de su
conjunción parcial. Dos son las versiones que podemos introducir en esta nueva
versión de larga tradición histórica.
3.1) Versión optimista. En la sociedad política y moral se da un progreso cierto e
imparable. Aquí nos encontramos con posturas idealistas como son las de la tradición
escolástica cristiana, Santo Tomás por ejemplo, o los ilustrados franceses y acérrimos
defensores de la idea de progreso de la humanidad como superación racional de todos
los problemas de la Tierra: Condorcet, Turgot, Rosusseau (vuelta a la naturaleza
prístina, en esta línea también los partidos nacionalistas de nuestro momento), Kant,
Jovellanos. También representante de esta misma línea es Max Weber que introduce
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una evolución social histórica de carácter progresivo: dominación carismática (héroes,
líderes), dominación tradicional, se legitima en la tradición, dominación racionallegal, cuya legitimad reside en las leyes impersonales.
3.2) Versión realista. Se reconoce que se da un proceso social evolutivo en donde los
equilibrios nunca son definitivos dado que las relaciones propias de lo que se constituye
como espacio antropológico se halla en perpetuo cambio. Se dan mejores y peores
modelos políticos, más o menos justos, más permeables a las demandas de justicia de la
sociedad civil pero nada nos asegura el progreso indefinido. Autores como Platón, una
buena forma política siempre está abierta a la degeneración: timocracia, oligarquía,
democracia y finalmente tiranía, Aristóteles, Cicerón, Espinosa, Montesquieu.
También Gustavo Bueno, reconoce la contradicción entre las cuestiones políticas y
morales, en muchos casos insalvables, pero apuesta decididamente por la capacidad
racionalizadora y civilizadora humana, como modelos encuentra el del conocimiento
científico cuyo grado de verdad en forma de construcciones teóricas impersonales es
ejemplar, la filosofía occidental crítica y la independencia de ideologías milenaristas y
teológicas, y todo ello incidiendo directamente en la buena selección de aquellos
proyectos ético-morales con capacidad universalizadora más potentes y ajenos a
conductas arbitrarias e individualistas.
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