Prosa española S.XII a XVII

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LA PROSA ESPAÑOLA. DE LA EDAD MEDIA AL SIGLO XVII.
La prosa es una manifestación escrita ligada al género literario de la épica. Éste se
caracteriza por el predominio del mundo exterior al autor; predomina en él la observación de la
realidad externa, transformada después en una ficción literaria; sin embargo, no se da en estado
puro -puede tener injerencias líricas, por ejemplo.
LA PROSA CASTELLANA HASTA EL SIGLO XIV.
La prosa en castellano comienza a desarrollarse en el siglo XIII, impulsada por la creación
de las universidades y con la necesidad de acomodar la lengua de los documentos al habla romance;
se reconoce apta para la transmisión del conocimiento y para la literatura.
PROSA DE NO FICCIÓN.
Alfonso X, el Sabio (1221-1284) fue el impulsor de la prosa castellana, que la elevó al
rango de lengua oficial. Él fue el director y supervisor de una serie de obras realizadas por equipos
de sabios y traductores, en las que pretendía recoger el saber de su tiempo: obras históricas, Estoria
de España y General Estoria o historia universal; obras jurídicas las Siete Partidas, que regulaban
jurídicamente la vida en el reino y financió otras de carácter científico. Su esfuerzo por fijar la
ortografía, por enriquecer la sintaxis oracional y por ampliar el vocabulario, abrieron el camino para
la creación de una prosa más compleja, precisa y elaborada.
PROSA DE FICCIÓN.
El uso de la prosa castellana se normaliza en el siglo XIV y se inicia la creación de relatos
de ficción, tomando como modelos colecciones de cuentos orientales o de otra procedencia (fábulas
de Esopo y Fedro, la Biblia, etc.), de finalidad didáctica, que reciben el nombre de ejemplos.
Don Juan Manuel (1282-1348), fue sobrino de Alfonso X y participó en los sucesos
políticos y bélicos de su época. Es el primer autor de la literatura castellana que se preocupa por la
fijación y transmisión de sus obras y el que inaugura la ficción literaria castellana en prosa. Crea
una amplia obra dedicada a la educación de los nobles, debe su fama al libro de El conde Lucanor,
escrito hacia 1335. Escribe con un estilo sencillo y natural, pues está dirigido también, a gentes de
poca cultura, sobre temas muy diversos y con la ideología de un noble sujeto a valores sociales y
religiosos determinados.
LA PROSA EN EL SIGLO XV.
La escritura en prosa experimenta un gran desarrollo en el siglo XV gracias a la aparición de
la imprenta. En la prosa didáctica de carácter moral destaca El Corbacho, obra del Arcipreste de
Talavera, y en la prosa histórica se escriben las crónicas de diversos reinados. También aparecen
libros de viajes con narraciones de viajes a lugares exóticos, como la Embajada a Tamberlán.
A mediados del siglo, surge un nuevo género novelesco: la novela sentimental. Los
modelos son dos obras: El siervo libre de amor (1440) de Juan Rodríguez de Padrón y Cárcel de
amor (1492), de Diego de San Pedro. Relatan amores desdichados o imposibles con final trágico y
realizan un exhaustivo análisis de la pasión amorosa.
También las novelas de caballerías comenzaron a hacerse populares; aunque su difusión y
éxito fue posterior.
LA PROSA EN EL SIGLO XVI.
La prosa participa de las tendencias europeas del Renacimiento, en el reinado de Carlos I.
El Renacimiento español va a asumir las dos manifestaciones estéticas que lo caracterizan:
idealismo y realismo. Las tendencias de la prosa del siglo XVI son: prosa didáctica y religiosa:
Humanismo y prosa ascética y mística; narraciones de invención fantástica e idealización: libros de
caballerías, novela pastoril, morisca y bizantina y novela de observación crítica de la realidad:
novela picaresca.
LA PROSA DIDÁCTICA Y RELIGIOSA.
La influencia del pensamiento clásico (el neoplatonismo o culto a la belleza y el amor ideal,
y el estoicismo) y las doctrinas erasmistas van a fundirse con los temas bíblicos y de la tradición
cristiana en la prosa didáctica del siglo XVI en España.
Los humanistas españoles van a tratar temas morales, históricos, políticos y religiosos con
un talante crítico. Doctrina, erudición y relatos de la propia experiencia serán los componentes de la
prosa didáctica renacentista. Destacan dos escritores: Alfonso de Valdés (1490-1532), autor del
Diálogo de Mercurio y Carón, en que incluye el tema de la defensa a la política imperial de Carlos
I y de la reforma religiosa y Juan de Valdés (1490-1541), cuya obra más importante es el Diálogo
de la lengua, en la que hace un elogio de la lengua vulgar y da consejos sobre el correcto empleo
del castellano.
La prosa religiosa incluye libros muy diversos: desde las vidas de santos a comentarios
bíblicos o reflexiones de carácter teológico. San Juan de la Cruz explicó en sus obras en prosa las
experiencias místicas descritas en su poesía -Noche oscura del alma, Cántico espiritual y Llama del
amor viva. Fray Luis de León incluye en sus obras en prosa diversas traducciones -el Cantar de
los Cantares, de Salomón-, una obra sobre el papel de la mujer cristiana, La perfecta casada y una
reflexión a modo de diálogo sobre los nombres que se le dan a Cristo en los Libros Sagrados: De
los nombres de Cristo. Santa Teresa de Jesús (1515-1582) escribió libros de carácter
autobiográfico: Libro de su vida, relata su biografía desde la niñez hasta la fundación del primer
convento reformado de la orden del Carmelo; Libro de las fundaciones, que abarca los años de su
vida dedicados a la fundación de conventos; y de carácter místico, Las moradas o Castillo interior,
en la que parte de una visión alegórica: la de una castillo con siete aposentos que el alma tiene que
recorrer hasta conseguir la unión mística con Dios (las tres primera moradas constituyen la “vía
purgativa”; las tres siguientes, la vía iluminativa; y la última es la morada de encuentro con la
divinidad.
GÉNEROS NARRATIVOS.
Las obras de ficción. En el siglo XVI, el término novela solo incluía aquellos relatos breves
escritos al estilo de los que compuso Boccaccio en el Decamerón. Las narraciones extensas
recibían denominaciones diversas como tratado, historia o libro. No obstante, se utiliza el término
novela para designar a todas estas narraciones.
Libros de caballerías. Las novelas de mayor difusión en la primera mitad del siglo XVI.
Representan el arquetipo de las novelas de evasión y pretendían satisfacer el deseo de aventuras
propio de la época. En ellos se cuentan las hazañas de caballeros medievales, con gran fantasía;
proceden de dos ciclos: artúrico y el de Carlomagno. Fueron censuradas por críticos y moralistas
que las consideraban perniciosas por su excesiva imaginación. El más famoso fue el Amadís de
Gaula (1508), de Garci Rodríguez de Montalvo.
Novela pastoril. De origen grecolatino, importado de Italia, y supone la introducción del
bucolismo en la prosa: dos pastores refinados exponen desventuras amorosas en un contexto natural
idealizado. No hay acción, sino análisis del mundo interior de los personajes, plenos de una amor
platónico. Los siete libros de Diana (1559), de Jorge de Montemayor; Diana enamorada (1564), de
Gil Polo; La Galatea (1585), de Cervantes y La Arcadia (1598), de Lope de Vega.
Novela morisca. Se basa en los romances fronterizos, tiene como tema las aventuras
ficticias entre árabes y cristianos durante el periodo de la Reconquista; amores y luchas en ambiente
de gran cortesía y caballerosidad. El Abencerraje o Historia de Abindarráez y la hermosa Jarifa intercalada en la Diana de Montemayor-; Historia de Ozmín y Daraja -incluida en el Guzmán de
Alfarache.
Novela bizantina. Surgen como imitación al relato griego Teágenes y Cariclea: aventuras
que les suceden a dos enamorados, en tiempos y lugares imaginarios, hasta que vuelven a reunirse.
Los trabajos de Persiles y Sigismunda (póstuma, 1617), de Miguel de Cervantes y El peregrino en
su patria (1604), de Lope de Vega.
Novela picaresca. Al mismo tiempo que se desarrolla la novela de ficción, surge esta nueva
forma de creación que va a servir de antecedente a la novela realista moderna. Se inicia con la
publicación del Lazarillo de Tormes y sus primeras ediciones fueron conocidas como La vida de
Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, en 1554.
Lázaro se revela como un personaje original, un niño inocente que accederá al conocimiento
de la realidad y de los valores convencionales por medio de experiencias crueles: un pícaro.Se trata
de un muchacho de bajo origen, imagen del antihéroe que tiene que luchar para sobrevivir y los
sucesos ya no son aventuras fantásticas de un caballero, sino la lucha contra la realidad hostil del
protagonista.
La obra es un reflejo del ambiente social e histórico, con referencias a la vida cotidiana y
con descripciones, caracterización de personajes, diálogos, etc., que aportan esa impresión de
realidad, de verosimilitud y que, además, se representa con ironía y espíritu crítico. Por estas tres
razones se considera una novela realista y moderna.
LA PROSA EN EL SIGLO XVII.
Continuaron en este siglo las tendencias novelísticas. En este siglo Miguel de Cervantes se
vio atraído por ellos; aunque se propuso acabar con los libros de caballerías, redactó El Quijote e
intercaló en ella novelas moriscas, sentimentales, pastoriles, etc.; así como en sus novelas cortas.
Como autor de novelas, Cervantes está considerado como el creador de la novela moderna,
al dotar al género narrativo de una gran complejidad y riqueza.
Además de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Cervantes escribió otras obras
novelísticas. Algunas de ellas se ajustan a los géneros renacentistas, como La Galatea (1585), que
es una novela pastoril o Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617), novela bizantina.
Otra obra destacable es la que reúne las doce Novelas ejemplares (1613). Su denominación
de ejemplares obedece a que son el primer ejemplo en castellano de un tipo de novelas italianas y al
carácter didáctico y moral que incluyen los relatos. En estas narraciones breves, hay algunas de
carácter idealizante, al gusto renacentista, como La española inglesa o La fuerza de la sangre. Pero
las más importantes son las que reflejan de modo realista la vida española de la época: La gitanilla,
Rinconete y Cortadillo o El licenciado Vidriera.
La obra más universal de la literatura española es El ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha. Fue publicado en dos partes: la primera apareció en 1605 y gozó de un éxito inmediato,
como lo demuestran las numerosas ediciones y las rápidas traducciones a las lenguas más
importantes de Europa. La segunda parte de la novela se publicó en 1615. Un año antes de publicar
la segunda parte, apareció en Tarragona una continuación de la novela, firmada por un tal Alonso
Fernández de Avellaneda, seudónimo de un autor conocido, quizá Lope de Vega.
Los propósitos del autor al escribir la obra era desacreditar los libros de caballerías,
ridiculizarlos y conseguir que dejaran de escribirse y leerse. Pero esos objetivos pronto quedan
superados. El Quijote es mucho más que una burla del género caballeresco: es una de las obras
literarias más universales; sus acciones, personajes, temas y conductas han logrado fama mundial.
Es un libro claro, espontáneo, natural, lleno de aventuras y sucesos, divertido y profundo.
Cervantes es capaz de hacernos reír, reflexionar sobre la condición humana y comprender la
realidad de la sociedad española a un mismo tiempo.
Uno de los aspectos originales del Quijote es la figura del narrador. Cervantes presenta la
narración como si hubiera sido inventada por un autor árabe (Cide Hamete Benengeli) y traducida
después al castellano. También asegura que las aventuras han sido recogidas anteriormente en libros
de historia y crónicas.
La obra se organiza en torno a tres salidas: dos en la primera parte y una en la segunda. Cada
una tiene una estructura circular: partida, aventuras y regreso a casa. La primera parte se
fundamenta en el contraste entre los dos personajes protagonistas. Don Quijote, desde su locura,
asume los más altos valores humanos: libertad, justicia, heroísmo; Sancho representa, desde su
cordura, la sencilla bondad natural: el interés desmesurado por lo material, la lealtad, el sentido
común y la satisfacción de los placeres mundanos. En la segunda parte, los personajes adquieren
más riqueza en su psicología y en sus conductas. Esta segunda parte es más compleja que la
primera; su historia es conocida por los personajes con que se encuentran Don Quijote y Sancho;
incluso, Don Quijote se encuentra con un personaje de las aventuras escritas por Avellaneda.
Don Quijote ya no es un personaje exclusivamente cómico y burlesco. Poco a poco se
comprueba el proceso de desengaño que se produce en el protagonista. Con el desengaño, vuelve la
cordura, y con esta, llega la muerte. Pero la figura de Don Quijote no se pierde en la nada. Sus
ideales son virtuosos y deberían ser la más alta aspiración del ser humano: dedicar la vida al
servicio del bien.
La transformación de Sancho en esta segunda parte es también significativa. Es él quien
tiene que reanimar el espíritu y la fe en su amo a medida que este va desengañándose. Según se
acerca el final de la obra, Sancho se quijotiza cada vez más, hasta el punto de alentar a su señor a
que insista en la consecución de sus ideales.
Los principales interpretaciones temáticas que se pueden hacer de la obra son:
La crítica de los libros de caballerías. Cervantes censuraba este tipo de lecturas por su
excesiva imaginación y su mala calidad literaria.
El enfrentamiento entre la locura y la razón.
El humor, tanto en su faceta paródica y burlesca como en su faceta ingeniosa.
La lucha entre los ideales del hombre y la dolorosa realidad.
La descripción y el contraste entre los grandes valores del ser humano y las conductas
egoístas e innobles.
Por último, la descripción de una época: costumbres, creencias, ideologías, panorama
social, ambiente cultural, etc.
En cuanto a su estilo, la principal característica es su falta de uniformidad, en cuanto a la
mezcla de novelas en una sola novela. Aparentemente, tiene un estilo sencillo y llano. Sin embargo,
se incluye en ella una enorme cantidad de palabras precisas y variadas. Se huye de toda
artificiosidad, lo que no impide un manejo habitual de las figuras retóricas: ironías, juegos de
palabras, antítesis.
Hay que destacar la maestría en el uso de los diálogos. Los personajes están perfectamente
caracterizados por la manera de expresarse. Don Quijote varía su registro según las circunstancias:
usa un lenguaje arcaico cuando ejerce de caballero andante y un lenguaje coloquial cuando no t rata
temas caballerescos. Sancho Panza se caracteriza por el lenguaje vulgar y por el frecuente empleo
de refranes y proverbios. El resto de personajes adquiere su propia identidad expresiva según sus
rasgos personales, sociales o locales, lo que le confiere un carácter polifónico.
La novela picaresca en el siglo XVII. Cincuenta años después de la publicación del
Lazarillo de Tormes, se reanuda la novela picaresca de carácter realista, con los siguientes rasgos:
Punto de vista autobiográfico.
Procedencia del protagonista de un estrato social bajo.
El protagonista niño o adolescente que aprende la crudeza del mundo de los adultos.
El vagabundeo al servicio de varios amos.
El hambre como móvil de todas sus acciones.
El pícaro pierde inocencia y ternura, para convertirse en un experto timador y ratero,
lleno de resentimiento.
El elemento satírico es más mordaz y caricaturesco.
Se percibe un acentuado pesimismo cargado de dolor, crueldad y desconfianza.
Destacan dos títulos: Vida del pícaro Guzmán de Alfarache (1599), de Mateo Alemán, que
incluye como novedad la reflexión moral, al negar los valores de la vida (todo es mentira y
desengaño) y El Buscón (1626), de Francisco de Quevedo. Pero aparecen otra más, incluso con
protagonista femenina: La pícara Justina (1605), de Francisco López de Úbeda, La hija de
Celestina (1612), de Salas Barbadillo, o El diablo cojuelo (1640), de Vélez de Guevara.
La prosa moral y doctrinal. Por su calidad literaria y por el interés temático, se debe
destacar la prosa satírica y doctrinal de Quevedo y la prosa didáctica de Baltasar Gracián.
La prosa satírica y doctrinal, de Francisco de Quevedo, mostraba su carácter, pensamiento,
su visión de la realidad y del mundo y, de paso, censurar los vicios y defectos del hombre. De la
prosa satírica, hay que destacar Los sueños (1627), donde reflexiona sobre la decadencia española y
valiéndose del sueño o visión consigue su tono humorístico o burlesco. De la prosa doctrinal, hay
que diferenciar entre las obras ascéticas y las políticas; en las primeras se funde el pensamiento
cristiano con las doctrinas del estoicismo (pesimismo y muerte), La cuna y la sepultura (1635) las
representa y, en las segundas, critica los defectos del gobierno de España, ataca a los malos
ministros, la relajación de costumbres y la pérdida de los valores nacionales: Vida de Marco Bruto
(1644).
La prosa didáctica de Baltasar Gracián, es una muestra de su gran inteligencia e ingenio;
para él, todo depende del punto de vista desde el que se observe el mundo y al hombre lo ve como
un concepto negativo. Al igual que Quevedo, la influencia de Séneca es notable: considera que la
virtud solo se puede alcanzar a través de la inteligencia y de la sabiduría.
Su estilo es muy conceptista: antítesis, juegos de palabras, supresión de elementos
oracionales, frases breves y sentenciosas (“Lo breve si bueno, dos veces bueno”). Su forma de
escribir se somete a tres principios básicos: el ingenio, la alegoría y el humor. Así lo muestra en su
obra principal: El Criticón (1651-1657).
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