Documento 2627195

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Usch Luhn
y la pandilla salvaje
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Usch Luhn
y la pandilla salvaje
Ilustraciones de
Franziska Harvey
Traducción de
Anna Gasol
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Índice
!
Capítulo uno: Yuju, Clara!
9
Capítulo dos: ¿Qué pasa aquí?
17
Capítulo tres: Plemplem es fantástico
31
Capítulo cuatro: Bajo las estrellas
45
Capítulo cinco: La venganza es dulce !
!
59
!
Capítulo seis: Cuatro selvas tropicales!
69
!
Capítulo siete: Uno para todos, todos para uno!
80
Capítulo ocho: Amigos para siempre jamás
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!
Soy
y este es mi mundo!
Vivo en el castillo Kuckuckstein. Dicen que el
viejo conde Kuckuck deambula por los
alrededores, pero de momento solamente me
han asustado un par de murciélagos. Me gustan
la lectura y las paredes de muchos
colores y me encantan las aventuras.
Aquí pasan un montón de cosas!
!
Es la tranquilidad en
persona y no para de
hacer reparaciones
en nuestro ruinoso
castillo.
Puede viajar en elefante, no le gustan los
cruceros y está enamorada de Sir Edward.
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Desde hace poco es una
frenética reportera
gráfica y siempre está
estresada.
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Es mi hermano mayor y a
menudo totalmente odioso!
!
Es el pájaro más
loco del mundo y el
dueño del castillo
Kuckuckstein.
Pertenece a Tana, puede
hacer acrobacias increíbles y
le encanta perseguir conejos.
Es mi mejor amiga, una magnífica
nadadora y le aterrorizan los
fantasmas.
Ayuda en la granja de ponis
Los Girasoles y no le gusta
meterse en problemas.
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Capítulo uno
Se empieza con fuertes palpitaciones se sigue
con mariposas en la barriga se muestra que los perros
son realmente golosos... ...y también animales muy pillos
y se termina con
¡Yuju, Clara!
—¡Llega Clara, llega Clara, llega Clara!
Nele corrió descalza por el patio del castillo Kuckuckstein en dirección a la cocina y dio una voltereta de alegría.
Por fin había llegado el momento. Su amiga Clara podría
visitarla en el castillo. Con esta idea en la cabeza, no solamente los pies, sino también el corazón de Nele saltaban
como locos. Desde el traslado de Clara al nuevo colegio y
el cambio de domicilio de Nele, solamente habían hablado
por teléfono en contadas ocasiones. Pero Nele había leído
centenares de veces las divertidas cartas de Clara, que dibujaba muy bien y le mandaba largas historias con dibujos.
Por su parte, aunque Nele era un tanto perezosa a la hora
de contestar, no por eso dejaba de pensar en su amiga.
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Lo que ocurría, sencillamente, es que Nele estaba ocupada de la mañana a la noche.
En su noveno cumpleaños había visto realizado su mayor sueño: convertirse en la dueña de un perro.
Aunque después de pasado un tiempo todavía veía a
Sammy como una bonita nube blanca, tenía que admitir
que cada vez más se comportaba como un diablillo salvaje.
Arrastraba las bayetas de su papá fuera del taller, patinaba sobre las superimportantes notas que la mamá de
Nele dejaba en su despacho y mordisqueaba las geniales
zapatillas de tía Adelaida hasta llenarlas de babas. No temía al papagayo Plemplem, a pesar de su pico afilado y de
haber recibido algún doloroso aviso. Pero para el adiestramiento era un perro travieso, todavía demasiado chiquitín.
Para evitar que su familia se enfadara con ella por las trastadas de
Sammy, Nele se ofrecía voluntariamente para fregar, barrer las
hojas del patio y limpiar la
furgoneta de papá. Le pa10
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recía agotador. Al fin y al cabo al mismo
tiempo iba al colegio y también quería divertirse con Tana y Lukas en el lago del
bosque.
Pero, por fin, estaba de vacaciones y podía dormir el tiempo que quisiera. Excepto esa mañana, naturalmente, porque
era un día especial. Tía Adelaida había
preparado creps dulces, espolvoreadas con
canela y azúcar, para desayunar. En ocasiones así, normalmente Nele devoraba al menos
cinco piezas. Por eso tía Adelaida se sorprendió cuando apartó el plato después de la segunda
tanda.
—Ya estoy llena. ¿Podemos irnos? —exclamó nerviosa,
y se levantó de un salto.
Tía Adelaida sonrió e, imperturbable, echó té y leche en
su taza.
—Necesito desayunar como es debido. Además, el
tren de Clara no llegará antes solo porque tú tengas
prisa —puso dos cucharadas de mermelada de fresa en
su humeante crep y la extendió a cámara lenta.
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Nele daba saltos alrededor de la mesa como una pelota
de goma y observaba con gran impaciencia cada mordisco
que engullía su tía. Sentía tal colonia de mariposas salvajes
en la barriga que tenía la impresión de que saldría volando
por la ventana abierta.
¡Oh, no! Ahora tía Adelaida tomó el periódico y empezó a leerlo de cabo a rabo. ¿Cuánto duraría esa tortura?
—¿Te falta mucho? —refunfuñó Nele—. ¿Podrás conducir con la barriga tan llena?
Tía Adelaida rio.
—No te preocupes, cariño. Me queda sitio de sobra en
el coche.
En aquel momento, Sammy irrumpió en la cocina. De
un salto se subió al banco rinconero y pilló las restantes
creps de un solo bocado. Con un sonoro «guau», como si
quisiera agradecer la exquisitez a tía Adelaida, desapareció
de la cocina con su botín.
—¡Sammy, pillastre! —le gritó tía Adelaida indignada.
Nele se tronchaba de risa. Su perrito era realmente astuto. Seguramente tampoco podía aguantar más para ir a
recibir a Clara a la estación.
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Sí, Sammy había sido insolente; sin embargo, su perro
no era estúpido.
—¡Vaya! Sí que lo siento, tía —sonrió Nele—. Por desgracia se ha llevado todas las creps. ¿Podemos irnos ya?
Tía Adelaida se levantó gruñendo.
—No sé quién de los dos es más pelmazo —dijo, y se
dirigió al baño para lavarse rápidamente los dientes.
Nele corrió al patio y llamó con un pitido a Sammy, que
la siguió con las orejas gachas. Tenía restos de azúcar en
polvo en el hocico y manchó las piernas de Nele cuando se
acercó a ella.
—No seas tan falso, ladrón descarado —le riñó Nele levantando un dedo.
Sammy gimió consciente de su culpabilidad y la miró
con sus grandes ojos leales.
Nele le guiñó el ojo y le rascó el lomo.
—¡Bien hecho, pequeño! —le susurró al oído, mientras
le colocaba la correa—.Y ahora, sube al coche.
Tía Adelaida desde hacía poco era la orgullosa propietaria de un coche Mini rojo con el que viajaba a campo
través. Como el tiempo era muy bueno, había abierto la
capota para disfrutar del aire fresco.
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Nele abrió la puerta y Sammy saltó ladrando alegremente a la cesta que Adelaida había colocado para él en el
asiento trasero. Se enrolló dentro tan obediente que parecía una mosquita muerta.
Por fin salió tía Adelaida. Se había puesto elegantísima
y llevaba una graciosa gorra de piel en la cabeza para que
el viento no le hiciera revolotear el pelo.
—¿Cuándo llegaremos? ¿No puedes conducir un poquito más deprisa? —preguntaba Nele sin parar cuando,
finalmente, se pusieron en camino.
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—Nele, eres más pesada que Plemplem —la reprendió
su tía—. Esto no es un helicóptero, sino un coche. Además, todavía tenemos mucho tiempo.
Como siempre, Adelaida tenía razón. Al llegar al andén,
el tren de Clara no se veía por ninguna parte. Ni una sola
vez se bajaron las barreras de la carretera.
—¿Llega puntual el tren? —preguntó Nele al cobrador
que conocía a tía Adelaida y la había saludado amistosamente—. Es que mi amiga llega hoy de visita.
—No te preocupes —sonrió el cobrador—. Estará a la
hora en punto.
Y entonces llegó. El tren de color plateado entró en la
estación y frenó rechinando. Momentos después se abrieron las puertas.
Clara fue la primera pasajera en saltar del vagón y lanzó
la mochila despreocupadamente al suelo cuando divisó a
Nele.
—¡¡¡Clara!!! —chilló Nele, y se precipitó hacia su amiga.
Se le echó al cuello sollozando de alegría. Las dos se
abrazaron con fuerza y empezaron a bailar una salvaje
danza de alegría al mismo tiempo que chillaban como posesas.
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Sammy empezó a ladrar excitado. Después, sus ladridos
se convirtieron en un fuerte aullido, como si tuviera dolor
de barriga. Tía Adelaida no podía tranquilizarlo por mucho que se esforzara.
Nele no prestó atención al desconsolado Sammy. Ahora
no tenía tiempo para él. Más bien sujetó feliz la mano de
Clara y saltó con ella hacia el coche, mientras que tía
Adelaida apenas podía seguirlas, arrastrando la mochila
de Clara y tirando con fuerza de la correa de Sammy.
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