África mía

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África mía
***
Una vez en la mágica Pemba, tuve la oportunidad de cenar con Ntewane
Machel, el hijo del famoso revolucionario africano Samora Machel. N. había estudiado
en Europa y por entonces estaba dirigiendo operaciones militares en el norte de su país.
Nuestra conversación de esa noche giró entorno a ciertas historias de espíritus animales
que habían invadido una aldea. Considerando su origen capitalino y su formación
europea, le pregunté si creía en la magia de los hechiceros. Ntewane frunció la frente y
la boca como alguien que no se anima a reconocer que cree en Dios en medio de una
reunión de ateos. Pero finalmente respondió que sí con una historia. Cuando más joven,
una bruja había predicho que él o su hermano iba a morir pronto. Antes del mes, N.
cayó enfermo y poco después su hermano tuvo un accidente automovilístico. Y murió.
Cuando terminó su historia, N. me miró como un profesor que acaba de demostrar un
teorema y mira a su alumno tratando de ver si ha comprendido. Con mi expresión más
occidental, dije:
—Bueno, ¿y dónde está la prueba?
Alguien que estaba a mi lado suspiró molesto; no era posible que alguien tuviese
tantas dificultades para entender una prueba irrefutable.
—Yo no veo la prueba —insistí—; lo único que veo es un crimen inducido.
Creo que mis amigos optaron por cambiar de tema cuando notaron que los
puntos de vistas se habían radicalizado demasiado.
Pero veámoslo desde un punto de vista psicológico, que si no es el mejor
tampoco ha de ser peor que la interpretación mágica. Consideremos que, después de la
revelación, tanto N. como su hermano debieron quedar muy perturbados; sobre todo
porque ambos eran africanos de pura ley y muy susceptibles a las palabras de una
adivina con fama. La enfermedad de N. debió golpear directamente a su hermano, ya
que eso indicaba quién sería el mortal aludido. ¿No es éste el mejor estado psicológico
para que se produzca un accidente, real o involuntario?
Reconozco que estoy siendo algo injusto al exponer un razonamiento que es
propio de nuestra mentalidad occidental a lectores que seguramente serán occidentales.
No estoy afirmado que ésta sea la verdad, sino que ninguna de las dos realidades puede
ser probada absolutamente. Las creaturas proyectamos sobre toda la realidad una
determinada visión del mundo que ha sido sugerida o verificada por una parte mínima
de esa realidad. Porque la Realidad es infinita y nuestras facultades intelectuales son
limitadas; porque no podemos evitar generalizar una comprensión; porque no podemos
ver el mundo a través de dos verdades diferentes. —Solo podemos decir que una
proposición es verdadera cuando se integra a aquellas verdades básicas que no estamos
dispuestos a modificar. Este compromiso es simple cuando relaciona axiomas y
corolarios matemáticos, pero se vuelve harto complejo cuando escapa a esa ciencia
tautológica.
***
En la prehistoria epistemológica no existía la discusión iluminista que separó
razón y experiencia. Por entonces, no había alternativa; como para algunos modernos, la
verdad era aquello que se podía ver: un búfalo, un cuchillo, el sol, la luna, el espíritu de
los antepasados y la magia del brujo. No hace mucho, en la región norte de
Mozambique, un macúa me contó, con fanáticos detalles, cómo una mujer había
convertido un saco de arena en un saco de azúcar. No solo había visto cambiar de color
la arena, de rojo a blanco puro; también había experimentado el nuevo gusto. Al mismo
tiempo que reconocía que semejante transformación era imposible, afirmaba que era la
pura verdad. ¿Por qué? Porque lo había visto con sus propios ojos y lo había probado
con su propia lengua.
—Dígame, ¿usted sabe qué son los sueños? —le pregunté, no sin desconfianza
en mí mismo.
—Sí, yo sueño todas las noches. —contestó el macúa.
—¿Qué fue lo último que soñó?
—Esta noche soñé que iba en un avión, volando entre las nubes.
—¿Viajó alguna vez en avión, entonces?
—No. Solo he visto aviones de lejos, volando.
—Pero usted estaba ahí. El señor vio y escuchó el avión desde adentro, volando
entre las nubes.
—Sí.
—Entonces es verdad que estuvo alguna vez en un avión.
—No, no es verdad.
Como se puede ver, entonces yo abusé de las artimañas de la dialéctica. Pero ese
es un juego válido solo para los hijos de Grecia, no para los otros. A mi amigo macúa
no le produjo ningún efecto la conversación. Tal vez se quedó con la misma impresión
novedosa que me quedé yo al conocerlos un poco.
Todavía más emocionadas son las historias que se cuentan en las aldeas del mato
africano. Para las culturas "salvajes", todo lo que se ve es real. Para los herederos de
Grecia no: la verdad es lo que se esconde detrás de la apariencia. Se cuenta que una vez
un crítico de Platón le reprochó que solo había visto caballos singulares, pero nunca
había visto algo como una "caballosidad". A lo que el filósofo respondió: "Eso es
porque usted, señor, tiene ojos pero no inteligencia". Ya antes de Platón inteligencia
significaba algo así como el poder de ver lo invisible. Es decir, el fuego de Heráclito, la
inercia de Galileo, la gravedad de Newton, la voluntad de Schopenhauer, la lucha de
clases de Marx, la libido de Freud. En la negación de la experiencia nació el
racionalismo griego (por lo cual no se puede hablar de "ciencia griega" en el mismo
sentido que la entendemos hoy). Algo más tarde se propuso que esa Invisibilidad
también (o solamente) podía ser percibida con otra facultad humana: la fe; y en ese
conflictivo romance invirtieron años los escolásticos. Muchas religiones, desde las
indianas hasta el cristianismo primitivo, concluyeron que todo lo visible era engañoso y,
por lo tanto, perverso. ("Omnia quae visibiliter fiunt in hoc mundo, possunt firei per
daemones"; es decir, "todo lo que ocurre visiblemente en este mundo puede ser hecho
por los demonios"). Para los griegos, detrás de lo aparente estaba la razón; para los
cristianos, Dios o el Demonio; para los modernos y para los vulgares detrás de todo está
el sexo.
Bien, pero tanto a los hechizados africanos como a los que solo tienen ojos para
ver caballos hay que recordarles que no es verdad todo lo que se ve ni se ve todo lo que
es verdad.
***
Nunca más supe de Ntewane. En 1998 su madre, Graça, se casó con Nelson
Mandela, y así se convirtió en la primera mujer que fue "primera dama" de dos países
diferentes, Mozambique y Sudáfrica. Con su amigo de la adolescencia, el ingeniero
Pedro Cruz, compitieron en las olimpíadas de Moscú 1980. Yo trabajé un tiempo para
Pedro diseñando barcos en su Estaleiro Naval de Pemba. Mi buen amigo Pedro era —y
debe ser aún— un extraordinario nadador. Recuerdo que con una amiga periodista de
Suiza solíamos entrar tres horas mar adentro. Las aguas tropicales del Índico son tan
transparentes y saladas que cuando uno se cansaba podía extender los brazos y las
piernas y quedarse un rato largo mirando el brillo multicolor de los corales. Hasta que
aparecía alguno de esos monstruos de formas y nombres indefinidos y se acababa el
descanso y la magia de África.
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Una vez alguien me dijo que yo no podía hablar de religión porque no era un
hombre religioso. Me quedé pensando un instante, porque en algo tenía razón: yo soy
un espíritu religioso, pero no soy un hombre religioso porque mi mente desconoce la
seguridad. Obviamente, se equivocaba en lo demás.
—Señor —contesté, no sin timidez—, si los sacerdotes católicos desde siempre
han dado consejos matrimoniales y ahora hasta dan clase de conducta sexual, por qué no
podría un ateo enseñar teología?
Jorge Majfud
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