El Sentido del Adviento | 53 KB

Anuncio
El Sentido del adviento
Palabras del Cardenal Ratzinger
Noviembre de 2004
El Adviento y la Navidad han experimentado un incremento de su aspecto externo y festivo
profano tal que en el seno de la Iglesia surge de la fe misma una aspiración a un Adviento
auténtico: la insuficiencia de ese ánimo festivo por sí sólo se deja sentir, y el objetivo de
nuestras aspiraciones es el núcleo del acontecimiento, ese alimento del espíritu fuerte y
consistente del que nos queda un reflejo en las palabras piadosas con que nos felicitamos
las pascuas. ¿Cuál es ese núcleo de la vivencia del Adviento?
Podemos tomar como punto de partida la palabra «Adviento»; este término no significa
«espera», como podría suponerse, sino que es la traducción de la palabra griega parusía,
que significa «presencia», o mejor dicho, «llegada», es decir, presencia comenzada. En la
antigüedad se usaba para designar la presencia de un rey o señor, o también del dios al que
se rinde culto y que regala a sus fieles el tiempo de su parusía. Es decir, que el Adviento
significa la presencia comenzada de Dios mismo. Por eso nos recuerda dos cosas: primero,
que la presencia de Dios en el mundo ya ha comenzado, y que él ya está presente de una
manera oculta; en segundo lugar, que esa presencia de Dios acaba de comenzar, aún no es
total, sino que esta proceso de crecimiento y maduración. Su presencia ya ha comenzado, y
somos nosotros, los creyentes, quienes, por su voluntad, hemos de hacerlo presente en el
mundo. Es por medio de nuestra fe, esperanza y amor como él quiere hacer brillar la luz
continuamente en la noche del mundo. De modo que las luces que encendamos en las
noches oscuras de este invierno serán a la vez consuelo y advertencia: certeza consoladora
de que «la luz del mundo» se ha encendido ya en la noche oscura de Belén y ha cambiado
la noche del pecado humano en la noche santa del perdón divino; por otra parte, la
conciencia de que esta luz solamente puede —y solamente quiere— seguir brillando si es
sostenida por aquellos que, por ser cristianos, continúan a través de los tiempos la obra de
Cristo. La luz de Cristo quiere iluminar la noche del mundo a través de la luz que somos
nosotros; su presencia ya iniciada ha de seguir creciendo por medio de nosotros. Cuando en
la noche santa suene una y otra vez el himno Hodie Christus natus est, debemos recordar
que el inicio que se produjo en Belén ha de ser en nosotros inicio permanente, que aquella
noche santa es nuevamente un «hoy» cada vez que un hombre permite que la luz del bien
haga desaparecer en él las tinieblas del egoísmo (...) el niño - Dios nace allí donde se obra
por inspiración del amor del Señor, donde se hace algo más que intercambiar regalos.
Adviento significa presencia de Dios ya comenzada, pero también tan sólo comenzada.
Esto implica que el cristiano no mira solamente a lo que ya ha sido y ya ha pasado, sino
también a lo que está por venir. En medio de todas las desgracias del mundo tiene la certeza
de que la simiente de luz sigue creciendo oculta, hasta que un día el bien triunfará
definitivamente y todo le estará sometido: el día que Cristo vuelva. Sabe que la presencia
de Dios, que acaba de comenzar, será un día presencia total. Y esta certeza le hace libre, le
presta un apoyo definitivo (...)».
Alegraos en el Señor
1
(...) «“Alegraos, una vez más os lo digo: alegraos”. La alegría es fundamental en el
cristianismo, que es por esencia evangelium, buena nueva. Y sin embargo es ahí donde el
mundo se equivoca, y sale de la Iglesia en nombre de la alegría, pretendiendo que el
cristianismo se la arrebata al hombre con todos sus preceptos y prohibiciones. Ciertamente,
la alegría de Cristo no es tan fácil de ver como el placer banal que nace de cualquier
diversión. Pero sería falso traducir las palabras: «Alegraos en el Señor» por estas otras:
«Alegraos, pero en el Señor», como si en la segunda frase se quisiera recortar lo afirmado
en la primera. Significa sencillamente «alegraos en el Señor», ya que el apóstol
evidentemente cree que toda verdadera alegría está en el Señor, y que fuera de él no puede
haber ninguna. Y de hecho es verdad que toda alegría que se da fuera de él o contra él no
satisface, sino que, al contrario, arrastra al hombre a un remolino del que no puede estar
verdaderamente contento. Por eso aquí se nos hace saber que la verdadera alegría no llega
hasta que no la trae Cristo, y que de lo que se trata en nuestra vida es de aprender a ver y
comprender a Cristo, el Dios de la gracia, la luz y la alegría del mundo. Pues nuestra alegría
no será auténtica hasta que deje de apoyarse en cosas que pueden sernos arrebatadas y
destruidas, y se fundamente en la más íntima profundidad de nuestra existencia, imposible
de sernos arrebatada por fuerza alguna del mundo. Y toda pérdida externa debería hacernos
avanzar un paso hacia esa intimidad y hacernos más maduros para nuestra vida auténtica.
Así se echa de ver que los dos cuadros laterales del tríptico de Adviento, Juan y María,
apuntan al centro, a Cristo, desde el que son comprensibles. Celebrar el Adviento significa,
dicho una vez más, despertar a la vida la presencia de Dios oculta en nosotros. Juan y María
nos enseñan a hacerlo. Para ello hay que andar un camino de conversión, de alejamiento de
lo visible y acercamiento a lo invisible. Andando ese camino somos capaces de ver la
maravilla de la gracia y aprendemos que no hay alegría más luminosa para el hombre y para
el mundo que la de la gracia, que ha aparecido en Cristo. El mundo no es un conjunto de
penas y dolores, toda la angustia que exista en el mundo está amparada por una
misericordia amorosa, está dominada y superada por la benevolencia, el perdón y la
salvación de Dios. Quien celebre así el Adviento podrá hablar con derecho de la Navidad
feliz bienaventurada y llena de gracia. Y conocerá cómo la verdad contenida en la
felicitación navideña es algo mucho mayor que ese sentimiento romántico de los que la
celebran como una especie de diversión de carnaval».
Estar preparados...
«En el capitulo 13 que Pablo escribió a los cristianos en Roma, dice el Apóstol lo siguiente:
“La noche va muy avanzada y se acerca ya el día. Despojémonos, pues, de las obras de las
tinieblas y vistamos las armas de la luz. Andemos decentemente y como de día, no viviendo
en comilonas y borracheras, ni en amancebamientos y libertinajes, ni en querellas y
envidias, antes vestíos del Señor Jesucristo...” Según eso, Adviento significa ponerse en
pie, despertar, sacudirse del sueño. ¿Qué quiere decir Pablo? Con términos como
“comilonas, borracheras, amancebamientos y querellas” ha expresado claramente lo que
entiende por «noche». Las comilonas nocturnas, con todos sus acompañamientos, son para
él la expresión de lo que significa la noche y el sueño del hombre. Esos banquetes se
convierten para San Pablo en imagen del mundo pagano en general que, viviendo de
espaldas a la verdadera vocación humana, se hunde en lo material, permanece en la
oscuridad sin verdad, duerme a pesar del ruido y del ajetreo. La comilona nocturna aparece
2
como imagen de un mundo malogrado. ¿No debemos reconocer con espanto cuan
frecuentemente describe Pablo de ese modo nuestro paganizado presente? Despertarse del
sueño significa sublevarse contra el conformismo del mundo y de nuestra época,
sacudirnos, con valor para la virtud v la fe, sueño que nos invita a desentendernos a nuestra
vocación y nuestras mejor posibilidades. Tal vez las canciones del Adviento, que oímos de
nuevo esta semana se tornen señales luminosas para nosotros que nos muestra el camino y
nos permiten reconocer que hay una promesa más grande que la el dinero, el poder y el
placer. Estar despiertos para Dios y para los demás hombres: he ahí el tipo de vigilancia a la
que se refiere el Adviento, la vigilancia que descubre la luz y proporciona más claridad al
mundo».
Juan el Bautista y María
«Juan el Bautista y María son los dos grandes prototipos de la existencia propia del
Adviento. Por eso, dominan la liturgia de ese período. ¡Fijémonos primero en Juan el
Bautista! Está ante nosotros exigiendo y actuando, ejerciendo, pues, ejemplarmente la tarea
masculina. Él es el que llama con todo rigor a la metanoia, a transformar nuestro modo de
pensar. Quien quiera ser cristiano debe “cambiar” continuamente sus pensamientos.
Nuestro punto de vista natural es, desde luego, querer afirmarnos siempre a nosotros
mismos, pagar con la misma moneda, ponernos siempre en el centro. Quien quiera
encontrar a Dios tiene que convertirse interiormente una y otra vez, caminar en la dirección
opuesta. Todo ello se ha de extender también a nuestro modo de comprender la vida en su
conjunto. Día tras día nos topamos con el mundo de lo visible. Tan violentamente penetra
en nosotros a través de carteles, la radio, el tráfico y demás fenómenos de la vida diaria, que
somos inducidos a pensar que sólo existe él. Sin embargo, lo invisible es, en verdad, más
excelso y posee más valor que todo lo visible. Una sola alma es, según la soberbia
expresión de Pascal, más valiosa que el universo visible. Mas para percibirlo de forma vida
es preciso convertirse, transformarse interiormente, vencer la ilusión de lo visible y hacerse
sensible, afinar el oído y el espíritu para percibir lo invisible. Aceptar esta realidad es más
importante que todo lo que, día tras día, se abalanza violentamente sobre nosotros.
Metanoeite: dad una nueva dirección a vuestra mente, disponedla para percibir la presencia
de Dios en el mundo, cambiad vuestro modo de pensar, considerar que Dios se hará
presente en el mundo en vosotros y por vosotros. Ni siquiera Juan el Bautista se eximió del
difícil acontecimiento de transformar su pensamiento, del deber de convertirse. ¡Cuán
cierto es que éste es también el destino del sacerdote y de cada cristiano que anuncia a
Cristo, al que conocemos y no conocemos!».
Palabras del Cardenal Joseph Ratzinger sobre el Adviento
3
Descargar