SALUDO-MENSAJE EN LA INAUGURACION DE LA XXIX ASAMBLEA ORDINARIA DEL CELAM Mons. Jorge Enrique Jiménez Carvajal Obispo de Zipaquirá, Colombia Presidente del CELAM En el nombre del Señor Jesucristo y bajo la protección de Santa María la Virgen, nos reunimos en este hermoso lugar de Tupãrenda, para dar cumplimiento a dos eventos, que si bien son normales en la vida de la Iglesia, representan una ocasión de gozo porque ambos tienen el sentido de manifestar la expresión de la gloria de Dios a través de la evangelización. Uno de esos eventos, es tener el privilegio de entregar ante los hermanos en el Episcopado la razón y el dato de las tareas encomendadas, y el otro, tener la alegría de elegir a quienes han de continuar, ahondando en el pueblo de Dios, el mensaje, la buena noticia, que desde hace tantos años -algo más de dos milenios- nos fue encomendada, como tarea, la más significativa de la sucesión apostólica. Guardando todas las proporciones, pero también ratificando toda la cercanía, me parece estar con todos Ustedes en esa continuación del maravilloso escrito de “los Hechos de los Apóstoles”, ese maravilloso “rendiconto” de las maravillas que en un “Magnificat”, que se repite cotidianamente, ha obrado Dios entre nosotros. Tenemos el privilegio, entonces, de la compañía de Su Eminencia el Cardenal Giovanni Battista Re, Prefecto de la Sagrada Congregación para los Obispos y Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, quien nos ha ofrecido permanentemente lo mejor de su afecto y de su celo apostólico acompañando cada uno de los momentos de nuestra tarea y entregando, generosamente, su don de consejo que permite mantener de manera fructífera ese diálogo de cercanías múltiples y fundamentales con el Santo Padre y con quienes en su cercanía, son puntos de referencia vitales en esta “comunión” que nos hace miembros e hijos agradecidos de una única Iglesia. Un saludo cordial igualmente para Monseñor Cipriano Calderón Polo, Vicepresidente de la CAL, quien recientemente ha celebrado sus 50 años de ministerio sacerdotal y quien por tantos años ha venido acompañando con celo a este Consejo Episcopal que agradece su cercanía. Del mismo modo quiero expresar mi saludo y aprecio por Monseñor Antonio Lucibello, Nuncio Apostólico de su Santidad en esta Iglesia, que peregrina en el Paraguay, a Monseñor Pastor Cuquejo, arzobispo de Asunción, y a Monseñor Catalino Claudio Giménez Medina, Presidente de la Conferencia Episcopal de esta noble nación, que nos acoge desde el corazón mismo de esta América India y mestiza que todavía trasiega, buscando las mejores señas de orientación que le permitan diseñar su futuro. Mi saludo llega también a cada uno de Ustedes Señores Cardenales, Arzobispos, Obispos de esa gran pluralidad de iglesias locales de “nuestra América”, quienes solícitos han respondido al llamado y están aquí en esta reunión dispuestos a dejar que el Espíritu del Señor se manifieste en sus decisiones. El camino recorrido Este equipo que hoy entrega cuenta de su gestión, ha actuado en el momento más decisivo de la historia, en el sentido de haber gozado del privilegio de ayudar a pasar de un siglo a otro, al CELAM, y de caminar los primeros pasos con la Iglesia del tercer milenio. Este privilegio de haber sido protagonista de la voluntad de nuestros hermanos los Obispos, en el inicio milenar hace parte de recuerdos imborrables, no sólo, en el terreno personal, sino, por haber cumplido esta misión bajo la guía espiritual y el magisterio de Su Santidad Juan Pablo II. Ha sido ésta una Directiva del CELAM impulsada en su deseo por “Tertio Millennio Adveniente” y en sus desafíos por la expresión progresiva de la sabiduría de “Novo Millennio Ineunte”. Tuvimos además la alegría de haber vivido a plenitud del Jubileo en el que, como en Santo Domingo, celebramos al Cristo del ayer, del hoy y del siempre. Jubileo que fue encuentro con la persona viva de Jesucristo, con el Señor de la historia, con aquel que es “camino, verdad y vida”. Hemos igualmente tenido el privilegio de cuidar las semillas generadas por el Sínodo de Obispos de América y que nos fueron confiadas en el documento “Iglesia en América”, a los pies de nuestra Señora de Guadalupe, documento en el que ya estaba la certeza de esa exigencia permanente de elaborar respuestas desde el evangelio y desde el magisterio para un mundo que reedita de continuo sus desafíos. Hemos procurado con la ayuda de todos Ustedes, con la cooperación de la Santa Sede, de presbíteros y de religiosas, de los laicos, así como de instituciones que han mirado con afecto nuestro trabajo, dar respuesta a los retos planteados desde la cultura, desde la economía, desde la política, desde la ciencia y desde la técnica, en el convencimiento, que es nuestro deber, evangelizar de continuo las creaciones del ser humano, para que ellas, con él se armonicen en un himno permanente y creciente al Creador. En especial quiero agradecer la cercanía, el apoyo y el consejo de los Señores Cardenales Francisco Javier Errázuriz y Geraldo Majella Agnelo, y de Monseñor Roberto González. Gracias por su acompañamiento solícito y oportuno. Gracias al apoyo y colaboración de Monseñor Carlos Aguiar Retes, secretario general, con quien me unen momentos de reflexión y de evaluación muy significativos y fraternales. Mi agradecimiento especial, y sé que en esta palabra sintetizo la de todos Ustedes, a Monseñor Ricardo Cuéllar Romo, secretario adjunto. Difícilmente se encuentra un colaborador tan capaz, tan visionario de lo inesperado, tan eficiente y eficaz que cumple su labor como “pastor” que no reclama recompensa alguna, diferente a la que le entregue su Señor. Agradezco igualmente, y con el mismo afecto, a todos Ustedes quienes desde los ámbitos funcionales del CELAM, ayudaron a interpretar esta sinfonía de la que un “director” se siente orgulloso porque tiene la certeza que cada uno de Ustedes ha “interpretado” en conciencia, y bien, “su partitura”. Es un agradable deber de justicia y de solidaridad, dar gracias, a Instituciones como ADVENIAT, representada aquí por los queridos amigos Monseñor Franz Grave y Monseñor Dieter Spelthahn; así mismo agradecemos al Secretariado para América Latina de la Conferencia de Obispos de Estados Unidos, representado aquí por el Señor Daniel Lizárraga, por su compromiso a fondo con la Iglesia de América Latina; a la COMECE, representada aquí por Monseñor Elías Yanes, Arzobispo de Zaragoza y por Monseñor Nöel Treanor, porque supo pensar y obrar mancomunadamente con nosotros en la tarea de buscar respuestas conjuntas a un mundo que globaliza sus interrogantes, sus dudas, sus expectativas y demanda el ímpetu y el coraje al tiempo que la clarividencia de quienes pueden construir sus respuestas. Al Consejo de las Conferencias de Obispos Europeos, que fraternalmente nos ha acompañado en la búsqueda de hacer ciertas nuestras esperanzas y a las Conferencias de Obispos de América del Norte, Estados Unidos y Canadá, por ser eficaces interlocutores en una situación, que cada vez más, demanda respuestas comunes desde esta fraternidad continental que ha de ser construida por todos nosotros, para poder afrontar con mayores certezas el mañana. No podemos olvidar igualmente a fundaciones como la Konrad Adenauer que solidariamente ha venido generando en nosotros el “expertismo” del análisis y la generación de respuestas. Cada uno de los seminarios realizados ha habilitado a diversos episcopados para trabajar con capacidad, liderando pastoralmente, a los “constructores” de una nueva sociedad. En especial quiero agradecer, así no estén presentes, al Dr. Profesor Josef Thesing, de la Fundación Konrad Adenauer y al Doctor Guillermo León Escobar, embajador de Colombia ante la Santa Sede; con la certeza que ellos tienen de la oración y que el Señor Jesucristo asume el débito que hemos contraído con su compromiso y testimonio. Este camino recorrido es “camino de salvación”, no por lo realizado a partir de nosotros, sino, porque lo hemos hecho en el nombre del Señor como evangelizadores, cumpliendo la promesa que a El hicimos cuando aceptamos la gracia de su “vocación” es decir, de su llamado. El momento mundial que vivimos Vivimos la fascinación queridos hermanos, de un mundo que en cada paso y en cada instante nos sorprende, que a veces nos anima y en otros momentos nos desconcierta. Sin duda, los medios de comunicación que creíamos cercanos a su agotamiento han abierto regiones insospechadas que comprometen la cotidianidad y el destino de las gentes. La ciencia ha llegado a trazar el mapa del genoma humano, ha saltado las barreras de múltiples secretos de la vida y se aventura a encontrar respuestas para los fuertes interrogantes que plantean nuestras debilidades, al tiempo, que ingresa abandonando todas las certezas en terrenos tan peligrosos como aquellos de la fabricación de la vida y de la clonación. Por otra parte, "el mundo se solaza en el consumismo y en el hedonismo cortando las alas de las dimensiones espirituales vinculadas al «encuentro con Dios», como agudamente lo señala Juan Pablo II. Asistimos estupefactos a la aparición de las ideas reencarnacionistas, al ritualismo y al satanismo que comprometen la sensibilidad exacerbada y desorientada de quienes han perdido las rutas de Dios. Y en ese mundo de suficiencias científicas y tecnológicas y de deficiencias psicológicas y espirituales, asistimos al paradojal esfuerzo de la «globalización» que compromete hoy, las dimensiones socioeconómicas y culturales de un mundo poseído por las urgencias del acierto. Esa globalización que ha ahondado la brecha entre ricos y pobres ya denunciada por los Obispos en Puebla. La dura realidad de billones de nuestros hermanos que padecen del hambre, de la atención de la salud, de la vivienda y que ven sometidas al riesgo de la no supervivencia la precariedad de su vida. El crecimiento devastador de la exclusión que ha superado todo aquello que creíamos imposible en la marginación y en la indigencia y que en buena parte está llevando a que la supervivencia física de las personas pague el precio de la muerte moral y espiritual de quienes entran por los múltiples caminos de la degradación de sí mismos y de los otros, a través del comercio de órganos, del secuestro de niños, de la pedofilia, de la prostitución juvenil, así como de la vinculación de niños y jóvenes al nefasto comercio de la droga, a su consumo, y a la utilización de ellos mismos, en las acciones de guerra terrorista de unas sociedades que no han logrado encontrar caminos para despejar su futuro. La carencia de empleos y la ascendente pérdida de calidad de los empleos supervivientes crean un peligroso interrogante, no sólo, para las generaciones que hoy reclaman el empleo, sino, para aquellas que lo demandarán en un cercano futuro. La desoladora situación de la mayoría de nuestras economías golpeadas por las reglamentaciones de las agencias internacionales, al tiempo que por el carácter especulativo de aquellas inversiones que solamente están «de paso», creando tan solo artificialmente, la sensación de un bienestar insostenible. El auge de la deuda externa y la incapacidad de pago, así como el mayor empobrecimiento de los sectores medios de una población que no se resigna a abandonar sus «seguridades adquiridas» y que lamentablemente estaría proclive a la violencia para defenderlas. La terrible realidad de los déficits de atención social, de construcción de vivienda, de alimentación que expresan esa «subversión de la pobreza», más devastadora para la democracia, que la misma subversión de la política. La situación en muchos de nuestros países, algunos de ellos, sin lograr todavía salir de las guerras de su pasado, de otros que consolidan los conflictos de su presente y de algunos que dan señas ciertas de estar ingresando en un futuro lleno de desasosiegos. En muchos de ellos, la apoteosis de la muerte, del irrespeto a la vida, del narcotráfico, del consumo de drogas y del secuestro, marcan las zonas oscuras de una realidad, de un continente en el que sin embargo -y no dicho por optimismocrece la certeza de nuevas generaciones que con una adecuada capacitación y acompañamiento pueden llegar a encender los ámbitos de la luz que hagan posible la esperanza. Recuerdo en este momento, el bello ejercicio de aquel ensayo de megatendencias realizado en el cuatrienio anterior que, hoy por hoy, siempre se ha revelado como un momento acertado de nuestras reflexiones. Estoy convencido que la América Latina, que “nuestra América”, ha ganado mucho en la conciencia de sí misma y bien sé yo, y bien sabemos nosotros, que el inventario de “nuestras generaciones” se convierte de inmediato en “el catálogo de los desafíos” que debemos asumir y responder con testimonios ciertos. No quiero dejar de decir una palabra en favor de los instrumentos de integración, que hemos desarrollado con tanta dificultad pero en algunos campos con tanto éxito. No podemos, en ningún momento, en el falso alarde de la globalización, sacrificar lo logrado en el Mercosur, en el Alca y en la comunidad andina de naciones. El Momento de la Iglesia No puede olvidarse, cuando se reflexiona sobre la situación de la Iglesia, el próximo cumplimiento de los 25 años de guía, que como pastor, cumple su Santidad Juan Pablo II. Y esto es importante, no sólo por la duración en el tiempo de su pontificado, sino antes que todo, por la plenitud de bienes que ha entregado en su servicio al Señor Jesucristo y a la Iglesia con su enseñanza y la claridad de su testimonio. El Santo Padre es el guía espiritual más reconocido en el mundo, tanto por quienes se reconocen en la Iglesia, como por quienes distantes de ella, descubren en él, ese “toque de Dios” que señala a los “elegidos”. Sin duda alguna es el “Papa de la paz”; sin duda alguna es el “Papa de la vida”; sin duda es el “protagonista de un verdadero ecumenismo”; sin duda alguna es el “Papa de la globalización de la solidaridad”. A veces pareciera ser el profeta que habla en el corazón desierto de los poderosos, pero al mismo tiempo, es el profeta escuchado por la multitud de los humildes. Saludamos desde aquí la gran recuperación física que lo ha llevado en su viaje número 99 a España y auguramos, desde ahora, que el centésimo viaje a Croacia esté signado por todos los parabienes de la Providencia. Este nuevo milenio está siendo acompañado por una Iglesia rejuvenecida en el Jubileo; revitalizada en los diferentes capítulos del “Sínodo de Obispos”; dimensionada en el terreno de la convivencia por las jornadas internacionales de paz; reconfortada por los beatos y santos propuestos como modelos dignos de imitar por los cristianos; cimentada en sus convicciones de respeto a la dignidad de la persona por el mensaje repetido de un Pontífice que opuesto a la “necesidad de la guerra” le ha evitado al mundo el posible y doloroso capítulo del “choque de civilizaciones”, en la dimensión de lo religioso, que sería en la perspectiva de los conflictos posibles, el peor de todos ellos. Pertenecemos a una Iglesia que gracias al liderazgo del Santo Padre, de la Santa Sede, de los pastores, sacerdotes, religiosas y laicos comprometidos, proclamamos la globalización de la solidaridad como prerrequisito de cualquier otra forma de globalización, ya que es preciso entender en el amanecer del Tercer Milenio, que en todos los terrenos espirituales y materiales, debemos aspirar a tenerla en abundancia. Pertenecemos a una Iglesia que en el amanecer del Tercer Milenio lucha la guerra definitiva por recuperar la familia como centro de la vida personal, como generadora de sociedad y de comunidad humanas. Una familia que sea santuario de la vida, ámbito creador y enriquecedor de valores, donde crezca la certeza de la dignidad de la persona humana y de su destino eterno, que sea consciente de su filiación divina y al mismo tiempo -por ello mismo- responsable de derrotar permanentemente el “cainismo social” que lleva a muchos, a ser indiferentes de la suerte que corran sus semejantes. Pertenecemos a una Iglesia comprometida con la Nueva Evangelización, comprometida de manera especial con los jóvenes, comprometida con la caridad, abierta al diálogo y al respeto religioso, vinculada al imperativo de proclamar y de proponer el Evangelio; una Iglesia capaz de estar en el gozo del nacimiento, en el dolor de la cruz y en la certeza salvífica de la resurrección. Vivimos en una Iglesia que se preocupa por la mejor formación de sus pastores, de sus sacerdotes, de sus religiosos y religiosas, y de los fieles laicos que deben ser modelos que con sus testimonios, se conviertan en testimonio vivo de aquello que dicen predicar. Una iglesia que evangeliza la cultura, la ciencia y la investigación, así como la economía, poniéndolas -como debe ser- al servicio del ser humano y de esa creciente humanización que nos permite aspirar legítimamente a la certeza de estar contribuyendo al crecimiento de la gloria de Jesucristo. Pertenecemos a una Iglesia que peregrina en el mundo proponiendo y proponiéndose la única verdad del Señor Jesucristo en el ayer, en el ahora, y en el “siempre de la historia”. Peregrinamos en esta América Latina, generosamente llamada “continente de la esperanza”, a la que tenemos nosotros que convertir en continente de un Cristo encarnado en todas las dimensiones de la realidad humana. A esa Iglesia bendecida por el liderazgo de su santidad Juan Pablo II, pertenecemos, somos fieles, y desde esta dimensión del CELAM, comprometemos y entregamos nuestra vida. CELAM: 50 años de caminar eclesial El año 2003 marca para las Iglesias de América Latina y el Caribe, 50 años de caminar eclesial en esta experiencia, tan fecunda, que es el CELAM. Tal como lo hicimos en el Jubileo del año 2000, nos interesa convertir un hecho cronológico en un verdadero "kayrós": un tiempo oportuno para la salvación de todos los habitantes de nuestros países. Será "un año de gracia" para anunciar a Jesucristo a aquellos que todavía no lo conocen o permanecen indiferentes ante su persona o ante su obra. Será "un momento oportuno" para hacer resonar el nombre de Jesús en los labios y en los corazones de todos los hombres y mujeres de nuestros países. Será "un año especial de celebración", poniendo en el centro la persona de Jesús. Su vida, su Palabra, su Pasión, su muerte y su Resurrección. Hace 50 años, Jesús se ha encarnado de una manera especial en nuestros pueblos y nos acompaña para "hacer juntos el camino de la Iglesia". Será "un año de acción de gracias", ante todo con nuestro buen Dios que tanto nos ama y ha querido plantar su tienda de peregrino en medio de nosotros para ser siempre el Emmanuel, "el Dios con nosotros". También por todos los que han sembrado en el CELAM con tanto amor y generosidad, los que nos permiten celebrar esta realidad de Comunión eclesial de 50 años, llenos de ilusiones y esperanzas. Una palabra final Este equipo al que Ustedes Señores Presidentes de las diferentes Conferencias Episcopales y Señores Delegados, han entregado las labores de este cuatrienio termina aquí su relevo en la historia con la disponibilidad de entregarle, a otros hermanos nuestros, este “cambio de posta” para, con fuerzas renovadas y espíritu visualizador y anhelante, pueda nuestra Iglesia de América Latina mirar con confianza el futuro, y pueda la Iglesia universal, tener la certeza de estar acompañada por verdaderos constructores de una nueva sociedad que, vinculados al porvenir, cooperamos en descifrar las “señales de los tiempos” que son esas “pistas” que nos entrega la Providencia para guiarnos hacia consolidados aciertos. Nos vamos con la alegría del deber cumplido; mantenemos la vocación de servicio para cooperar con quienes asumen nuestro relevo; manifestamos nuestro compromiso vigente con nuestra Iglesia y reafirmamos nuestra fidelidad a la Iglesia de Roma y al Santo Padre. Bien sé que “el Espíritu del Señor” está presente entre nosotros; lo hemos invocado en el “Veni Creator” y se ve que comienza a actuar en el Espíritu de cada uno de Ustedes en esa disposición que ha tenido siempre, desde Pentecostés, de acertar en el señalamiento de los senderos de la historia de la Iglesia que no es otra que aquella de la “salvación”. Repito, nuestro agradecimiento con el Santo Padre Juan Pablo II; nunca hubo momento alguno en el que no hubiese estado dispuesto a responder con palabra, verdad y vida a nuestros reclamos de un magisterio oportuno. Nuestro agradecimiento al Cardenal Giovanni Battista Re y a la Pontificia Comisión para América Latina que representan hoy todas aquellas instancias de la Iglesia romana que han facilitado el tranquilo discurrir de estos cuatro años de historia del CELAM a bordo del propósito fundamental y del compromiso real de sembrar de testimonios la Iglesia de América. En el Cardenal Re, agradecemos a todos los que en “espíritu y verdad” han hecho y cumplido la tarea de ayudar a clarificar nuestro destino eclesial en este continente. Mi agradecimiento a todos Ustedes, los aquí presentes, por permitirnos el retorno jubiloso a nuestra Diócesis sabiéndonos bien sustituidos por personas y pastores de altísima calidad, vinculados apasionadamente con el Señor Jesucristo y que van “entusiasmados” (es decir con Dios dentro del alma) a diseñar las nuevas respuestas de los grandes desafíos de la Iglesia en este Tercer Milenio de gracia. “Duc in Altum” decía el Señor, “mar adentro” decimos nosotros con la confianza no sólo de que sobreviviremos el oleaje de la globalización sino que la “pesca” será buena, abundante y real. *** Hace una semana, de paso por Roma, leía el último libro de poemas del Santo Padre intitulado “El tríptico romano” en donde en una parte soñaba como sería su sucesión en el Conclave. Convocaba en sus sueños al Espíritu, veía a sus hermanos descubriendo significativas opciones; los veía identificando las verdades de su espíritu y de su corazón y los sentía palpitar con el Evangelio y los imperativos de la evangelización. Entonces, pensaba yo, en que esas inquietudes poéticas del Santo Padre son también inquietudes del destino real de nuestra fe y sentía yo que de igual manera cómo se prepararán -ojalá en la más tardía fecha posible dentro de este milenio de gracia- los cardenales para elegir a quién manejará y conducirá la nave de Pedro, Ustedes deben hacerlo hoy con esta parte de la «heredad latinoamericana» que nos ha sido confiada. Todo cambio en la Iglesia es una apoteosis del Espíritu Creador del Señor. Antoine de Saint-Exupery decía en la introducción de su magnifico libro “Tierra de hombres” que, «la verdad para unos es aquella de sembrar y la verdad para otros es aquella de cosechar». Yo estoy convencido que la nueva Directiva del CELAM tendrá que continuar con esta siembra ya comenzada por nosotros hace largo tiempo. Es necesario no tener miedo! De qué habremos de tener miedo si estamos en compañía del Señor al cual como Presidente hasta hoy del CELAM, entrego este trabajo realizado en equipo por todos nosotros y al cual confiarán el suyo, quienes por voluntad del Espíritu y de Ustedes- habrán de venir a continuar la brega. Por qué tener miedo, si María, nuestra Madre y la Estrella de la Nueva Evangelización, nos acompaña y nos lleva de su mano.