1 QUIEN CONTROLA LO QUE COMEMOS El control de los alimentos es insuficiente y caótico Decenas de organismos nacionales, provinciales y municipales, con tareas superpuestas, escasez de agentes, faltos de coordinación y presupuesto, no alcanzan para controlar la calidad de los alimentos que se fabrican y se consumen en el país. Los casos por intoxicación se triplicaron el año pasado. Se sorprendió, se enojó, se indignó. Gabriel Corizzo no cabía en su incredulidad aquel 2 de noviembre de 2000, cuando quiso comprar dos cajas de ravioles en un hipermercado de Villa Tesei: de un raviol escapaban, como dos antenas, las patas de una araña. Le ofrecieron disculpas, dos carritos con productos y hasta electrodomésticos para que desistiera de su reclamo: que la firma publicara una solicitada reconociendo la falta y que todos los compradores de ravioles de ese día pudieran cambiarlos. El hombre insistió, denunció el caso en la Defensoría del Consumidor bonaerense y en el Instituto Nacional de Alimentos. Jamás le respondieron. Perseverante, terminó presentando una demanda por daño moral en un juzgado civil de Morón. Y tres años y medio después sigue esperando que alguien lo escuche. "Tengo el raviol con las patitas en el freezer, por las dudas", avisa. El sistema de control de los alimentos en Argentina es rico en zonas grises, negras y de todos los colores: mientras que a los establecimientos agrícolas y ganaderos que producen carnes, frutas y verduras los fiscaliza el SENASA (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria, que depende de la Secretaría de Agricultura), quienes exportan o importan su producción, además de al SENASA, deben someterse al control del INAL (Instituto Nacional de Alimentos, que responde al Ministerio de Salud); los supermercados, depósitos, negocios minoristas, restoranes y puestos de venta de comida, por su parte, son habilitados por cada una de las provincias, incluida la Ciudad de Buenos Aires, aunque el interior cedió en gran parte esta potestad en los municipios, que también deben inspeccionar que se cumpla con las normas de sanidad y calidad de la mercadería que venden. Eso no es todo: el INAL también coordina a las direcciones de bromatología de todas las provincias, recibe denuncias, hace inspecciones y labra multas. Y para autorizar la carga y traslado de agroalimentos por las rutas del país hay que volver a remitirse al SENASA. ¿Semejante arquitectura de organismos garantiza la sanidad de los alimentos que se venden y consumen? La respuesta es breve: no. Estos son algunos hechos que la explican: En la Ciudad de Buenos Aires hay unas 150.000 bocas de expendio de alimentos y sólo 42 inspectores para controlarlas. 2 Durante el 2002, en hospitales y dependencias oficiales del Gobierno de la Ciudad se registraron 20 casos de enfermos con el peligroso Síndrome Urémico Hemolítico (SUH); el año pasado fueron 31. Y las denuncias por intoxicaciones se triplicaron: 66 en el 2002, 217 en el 2003. Según el Boletín Epidemiológico Nacional de 2002, que contiene la información procesada más reciente, se duplicó la cantidad promedio de infectados por enfermedades transmitidas por alimentos: de 18,5 a 36,3. Las carnes —especialmente la de cerdo— fueron el vehículo más frecuente de los contagios. Y algunas enfermedades tuvieron un crecimiento fuerte: la triquinosis saltó de 258 casos a 977, y los datos sobre contagios del SUH dejaron a Argentina entre "las mayores tasas notificadas del mundo": mientras que en el 2001 se registraron 59 casos, un año después fueron 113. Otro dato: el 30 por ciento de los niños y adolescentes que recibieron trasplante renal habían padecido de SUH. El año pasado, la Dirección de Higiene y Seguridad Alimentaria porteña realizó 6.300 operaciones de rutina para controlar alimentos. Muchos lugares estaban en orden, pero otros tantos no. Las irregularidades detectadas recorren completo el espinel de lo prohibido: desde falta de higiene y de libreta sanitaria del personal hasta venta de alimentos "no aptos para el consumo". Sólo en un mes, entre el 12 de marzo y el 12 de abril pasado, la Dirección inspeccionó y sancionó a 56 mercados de origen chino diseminados por toda la Ciudad; secuestró mercadería en 43 y clausuró 37: en promedio, más de una clausura por día. ¿Las causas? Alimentos en mal estado, falta de higiene y presencia de cucarachas y excrementos de ratas. Sandra González, titular de la asociación de consumidores ADECUA, tiene su propio termómetro: "Yo comprobé personalmente en tres mercaditos chinos —uno en Flores, otro en Caballito y otro en Belgrano— que apagan las heladeras y cortan la cadena de frío: fui de noche, abrí las puertas de los medidores de electricidad y estaban parados". Aunque las clausuras no fueron discutidas, dos fuentes del Gobierno porteño aseguran que un miembro de la Embajada china se quejó ante ellos denunciando "discriminación y xenofobia". En la Capital hay unos 2.500 puestos callejeros de venta de comida, que están fuera de la ley desde 1996. Mañana se abre el registro que legalizará su funcionamiento en 2.400 lugares permitidos. El Gobierno dice que los controlará con 250 inspectores, pero la Dirección de Seguridad Alimentaria admitió tener sólo 42 para atender a toda la Ciudad. Según denuncia la diputada porteña Alicia Bello, de Compromiso para el Cambio, nadie sabe cuántas máquinas expendedoras de alimentos hay en la ciudad, no hay leyes que regulen su instalación y limpieza, ni organismos que controlen la calidad de la comida que despachan. Ella asegura que esta tarea le corresponde al Gobierno porteño. Este, que la responsabilidad es del INAL. El especialista en alimentación y autor del libro "La seguridad alimentaria y nutricional", César Lerena, calcula que en Argentina ocurren 1,8 millón de 3 incidentes alimentarios por año. En la madeja de problemas que enturbian la calidad de los alimentos argentinos se mezclan inoperancias, internas políticas, corrupciones y desidias. Para el empresario Gerardo Gargiulo, asesor de la Coordinadora de las industrias de Productos Alimenticios (COPAL), "lo peor es que el gasto de control de sanidad y seguridad de los alimentos se financia con las tasas que pagamos los productores agropecuarios, industriales y exportadores. Es decir, los propios actores que debemos ser controlados. Es un escándalo". Gargiulo también reclama un sistema nacional de control, que debería rediseñar las competencias del SENASA y el INAL para que no haya duplicaciones ni vacíos: "La Unión Europea lo exige para dentro de un año y medio. Si no lo tenemos no vamos a poder exportar más". El SENASA reconoce que el 60% de sus ingresos corresponde al cobro de diversas tasas a los productores, pero varias fuentes del sector admiten que el resto de su presupuesto también se cubre gracias a impuestos y permisos. Dos productores que pidieron no ser identificados dicen, además, que "hay quienes piden coimas" para "aceitar" el sinuoso camino de trámites necesarios para embarcar y trasladar animales. Y un importante dirigente empresario admitió que los camiones cargados con alimentos deben "regar" su ruta de "colaboraciones" a inspectores nacionales y municipa les y a policías. Según afirman dos fuentes consultadas por el Equipo de Investigación, esta compleja red de peajes legales e ilegales les cuesta a los productores y comerciantes más de 130 millones de pesos por año. Una fortuna, que sin embargo no alcanza para garantizar la calidad de la comida que llega a la boca de los argentinos. ¿Qué es un alimento de buena calidad? Aquel que cumple con los requisitos del Código Alimentario Argentino, una ley de 1971 que establece parámetros nutricionales, higiénico-sanitarios (que sea inocuo para la salud) y sensoriales: los alimentos deben lucir, oler y gustar bien ante el consumidor. Si está en mal estado, una comida puede causar alguna de las Enfermedades Transmitidas por Alimentos (ETA), como el Síndrome Urémico Hemolítico —una insuficiencia renal aguda que puede causar la muerte—, el botulismo y otras infecciones e intoxicaciones provocadas por bacterias, virus o sustancias tóxicas. Sólo las más severas llevan a los pacientes a los hospitales y proporcionalmente pocas veces suscitan denuncias a los organismos de control, lo que enmascara las estadísticas y relativiza la magnitud del problema. Además, la mayoría de las bacterias transmisoras de enfermedades tiene una incubación de 48 horas, y los pocos denunciantes suelen llevar a analizar lo último que comieron. Si una provincia detecta un problema con un alimento, la autoridad provincial debe notificar al INAL para que lo rastree y decomise en todo el país. "Pero recién estamos sistematizando procedimientos y escribiendo manuales comunes", explica el director del organismo, Matías De Nicola. "Todavía nadie sabe cuántos establecimientos productores de alimentos hay en el país.". 4 La directora de Higiene y Seguridad Alimentaria de Buenos Aires, Marta López Barrios, asegura que "donde hay alimentos hay un buen control, aunque no es posible controlar local por local"; se jacta de que en la Ciudad "no hay intoxicaciones graves" y de que "la mercadería que llega a los restoranes está controlada", enumera una interminable lista de tareas y funciones de las que debe ocuparse y trata de explicar cómo 42 inspectores que cobran un promedio de 700 pesos pueden controlar 150.000 bocas de oferta de comida: "Si la inspección fuera el único control no alcanzaría un batallón de funcionarios. Además, cualquiera puede apagar una heladera cuando se va el inspector. Nuestro inspector es el consumidor responsable e informado". Fuentes del Gobierno de la Ciudad afirman que las zonas críticas de venta de alimentos en mal estado son Liniers, Mataderos y Once, donde se llegó a desbaratar restoranes clandestinos que funcionaban en casas tomadas. Pero 2 directivos de asociaciones de consumidores también recomiendan echar una ojeada en los exclusivos restoranes de Palermo y Las Cañitas: "Hay inspectores que sólo los visitan para cobrar una coima", susurran. Cuando los inspectores no pasan, ¿cómo se controla? "Vigilando los focos más problemáticos y controlando los camiones que llegan a la ciudad", dice López Barrios. Pero el jefe de Gabinete del SENASA, José Luis Molfese, asegura que "hace muchos años se ha perdido el control del ingreso de mercadería a Buenos Aires. No hay puestos de control, y si no que me los muestren." El SENASA es la policía sanitaria federal, encargada de vigilar la sanidad de los productos de origen vegetal y animal desde su producción en las estancias y el traslado por las rutas hasta la faena en el matadero. En esta tarea emplean sus brazos 3.031 agentes, pero según Molfese "no alcanzan. El año pasado fiscalizamos alimentos para la exportación por más de 15.000 millones de dólares, equivalente al 16 por ciento del PBI, con la misma planta de personal que hace 20 años y un presupuesto que era de 110 millones de dólares y ahora es de 105 millones de pesos". En su flamante libro, Lerena denuncia una interminable serie de infracciones y avivadas que debilitan la calidad de los alimentos y propone reorganizar completamente el sistema a través de una nueva ley, cuyo texto ofrece él mismo. Entre otros cambios, tal como se hace en Europa y el Gobierno argentino promete imitar, su propuesta insiste en que habría que reemplazar las inspectorías tradicionales por los sistemas HACCP (Análisis de Peligros y Puntos Críticos de Control, según la traducción del inglés): ello centraría una vigilancia mayor en los eslabones más débiles de la cadena de producción y oferta de alimentos. Graciela Rosso, secretaria de Política, Regulación y Relaciones Sanitarias del Ministerio de Salud de la Nación, preside desde noviembre la Comisión Nacional de Alimentos, integrada por funcionarios de todos los organismos involucrados en la seguridad alimentaria. Y es terminante: "Garantizar la inocuidad de los 5 alimentos es una prioridad urgente. El control es una de las áreas más débiles, no hay un criterio unificado en todo el país para llevarlo a cabo. También tenemos que reforzar la vigilancia epidemiológica y reequipar el laboratorio del INAL. Esto lleva tiempo, pero ya están la decisión política y los fondos para hacerlo. No hay excusas". No hay excusas.