LA FILANTROPÍA Filantropía. El término “filantropía,” que empezó a ser parte de la lengua Inglesa en el siglo diecisiete, de la traducción de una palabra Griega y del Latín philanthropia (el amor a la humanidad), ha simbolizado varias instituciones y una serie de valores. Se le ha relacionado con muchos sistemas éticos y religiosos, movimientos del pensamiento y contextos sociales. Ha sido también asociada con caridad, espíritu cívico, humanitarismo, control social y trabajo social, convirtiéndose en el siglo veinte en la fuente principal de los donativos privados y voluntarios, individuales y colectivos en beneficio de la comunidad. Su compleja historia puede entenderse mejor en términos de las ideas relacionadas que han caracterizado su evolución a través del tiempo en distintos lugares. Fundaciones de la Grecia Antigua. En el siglo diecinueve cuando los viajeros y etnólogos antiguos narraron ejemplos de ayuda mutua entre la gente iletrada, el creciente espectro del pensamiento sobre la filantropía se extendió remontándose hasta la época de la prehistoria. Estas narraciones apoyaron la concepción de Peter Kropotkin sobre la ayuda mutua (1890-96) en cuanto a que tal conducta ya fuera innata o adquirida, había sido un factor indispensable para la supervivencia de la raza humana y el desarrollo de la civilización. Sin ignorar este movimiento del pensamiento, el análisis de las ideas asociadas con la filantropía en el más amplio sentido de la palabra, puede verse contenido en el ámbito religioso, ético y en algunas otras pruebas escritas. Éstas solamente pueden ser entendidas viéndolas relacionadas con los cambiantes contextos sociales, culturales e institucionales, que solían ser no verbales. El pensamiento clásico Chino exponía cierta sofisticación y algunas diferencias en sus puntos de vista sobre la filantropía. Confucio y Mencio exaltaron la benevolencia universal como una virtud personal (Legge, I, 405; II, 485). Hsüntze en su Ensayo Sobre la Naturaleza Humana, contempla la simpatía espontanea hacia otros como algo adquirido y no como cualidad innata del ser humano, pero parecía dejar implícito el hecho de que esta virtud es una capacidad de todo ser humano (Dubs, p. 312). Por otra parte el Taoísta Chuang-Tzu describió la filantropía como una falsa consecuencia de la naturaleza humana que perturbaba el bienestar (Giles, p. 165-67). En la práctica, la máxima expresión del “amor por la humanidad” parece haber estado presente en gran escala dentro del núcleo familiar y en la institución de la amistad hacia principios del siglo diecinueve. La generosidad personal hacia los necesitados, particularmente hacia extraños, viudas y huérfanos estaba contenida en las sagradas escrituras y enseñanzas éticas de las civilizaciones de la antigua Grecia. En algunos casos la práctica de la caridad era vista como una virtud personal, en otros era parte del deber religioso de ser agradable a los ojos de los Dioses. En algunos casos, y de manera notable en las escrituras Hindúes, el dar a los necesitados, particularmente a los “hombres santos” quienes dependían totalmente de limosnas, era una tarea imperativa, y el realizarla recompensaba al donador en un estado de existencia futuro. El tono general de la admonición sugería que el énfasis se encontraba en el efecto de dar por parte del donador y no en el receptor, a excepción de la pobreza que se consideraba un estado de santidad. Las enseñanzas de Gautama, el Buda (ca. 450 b.c.) no solamente definía el dar como una virtud personal sino que la asociaba con la auto limitación como una evidencia de rectitud. La institucionalización de la filantropía por parte del Budismo fue evidente por el establecimiento de hospitales, y en el caso del Rey Asoka, por su generosa contribución para la divulgación de la verdad Budista. Se hace referencia en términos más o menos generales en el Código del Hammurabic y en el “Libro Egipcio de la Muerte” al hecho de que un buen hombre podía ser identificado por dar pan al hambriento, agua al sediento, ropa al desnudo, y una lancha a quien no tenía ninguna. Las inscripciones Egipcias indican que los faraones habían tenido actos de benevolencia como una manera de reparar ante los Dioses conductas inmorales, y para asegurar su propia identidad en las mentes de generaciones posteriores. Filantropía Griega y Romana. La misericordia, la caridad hacia los demás, la hospitalidad y la amabilidad más allá de los limites de la familia, amigos y fronteras étnicas encontraron una cierta forma de expresión en Homero, Hesiodo, Herodoto, Tucídides, y los oradores de los púlpitos. Sin embargo, la palabra “filantropía” que haría tan grande historia, hace prácticamente su primera aparición en el libro Prometeo de Aeschylus. A grandes rasgos, en el pensamiento Griego la palabra tenía la connotación de ser un buen ciudadano, de ser demócrata y de tener inclinaciones humanitarias. Xenofon llamó a Sócrates “demócrata y filantrópico,” lo que significaba ser amigo de la humanidad. Demóstenes declaró que “las leyes no ordenan actos de crueldad o violencia sino todo lo contrario, todas están hechas con un espíritu demócrata y filantrópico” (Macurdy, p. 98). Con los Estoicos el concepto trascendió más allá del enfoque dominante y centrado en grupos étnicos sobre los derechos y privilegios de los ciudadanos, enfatizando una conducta amable y compasiva hacia todo ser humano como un factor necesario de humanitarismo común. Sin embargo, en términos concretos y en una implementación institucional, la idea de amor hacia la humanidad no se dio entre los Griegos en la forma de donativos privados a los pobres y necesitados; la política general prefería la idea de una responsabilidad pública mediante el trabajo para poner en marcha proyectos o actividades de beneficencia. Cuando un hombre pudiente daba en sustancia para efectos de beneficio público, el objetivo era principalmente cívico y cultural, como en el caso de la Biblioteca Alexander en Egipto. Los conceptos y las prácticas de los Romanos no diferían mucho de las de los Griegos aún cuando las instituciones para los enfermos y necesitados, en ocasiones recibían el apoyo tanto público como privado. La costumbre de los ricos y poderosos de dar subsidios a algunos clientes por razones políticas y personales no era verdaderamente filantrópica en el sentido original del término, amor hacia la humanidad. Filantropía Judía. El muy antiguo y posiblemente ubicuo impulso compasivo por aliviar a los que sufren mediante el servicio personal y el donativo en sustancia a los necesitados cada vez que una sociedad marcaba desigualdad de posesiones, encontró su más notable ejemplificación entre los antiguos Hebreos. En contraste con la permisividad en cuanto a la caridad en la mayoría de las primeras religiones y sistemas éticos, y con la responsabilidad de los pobres y necesitados puesta en el estado en la civilización Greco Romana, el Judaísmo hizo de la caridad un deber central e imperativo para cada creyente. En el quinto libro de Moisés (Deuteronomio 15:7) dar era una obligación: “Si hubiera en medio de ti un necesitado, uno de tus hermanos, en una de las ciudades de la tierra, no endurecerás tu corazón ni cerrarás la mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano y le prestarás cuanto le falta.” De manera similar, era una obligación dar el propio pan al hambriento, un techo al que no lo tuviera, ropa al desnudo (Isaías 58:7). Haciendo de la caridad hacia todo judío necesitado algo obligatorio (aún cuando esto se hiciera con la mejor de las disposiciones), era como el Judaísmo identificaba claramente la caridad y la justicia (Zedakah). Amos, Isaías y Mica atacaron con severidad la explotación de los fuertes contra los débiles, buscando una nueva manera de atacar el problema de la pobreza desde su raíz: un sentido de justicia social así como sentimientos humanitarios se hacen particularmente evidentes en los Salmos y en la Sabia Literatura de la Biblia. Aunque el sentido de justicia se entendía claramente dentro del contexto de caridad, el amor al prójimo como hijos de Dios era un valor ferviente e incluso apasionado en el Judaísmo. A diferencia de algunos escritores Cristianos como Gehrahrd Uhlohorn (Caridad Cristiana en el Mundo Antiguo, Nueva York 1833). La idea de rectitud como medio de salvación surgió en el pensamiento Judío posteriormente. Además de enfatizar el deber, la obligación y el amor ético, el Judaísmo empezó muy pronto a enfatizar la organización de la caridad como una función principal de la sinagoga. El apego Judío al deber religioso de la caridad se reforzó por la experiencia histórica que vivió como “grupo” en necesidad de apoyo social, necesidad que se prolongó hasta mediados de nuestros tiempos. Las diferencias éticas y emocionales del dar, se explicaban en una literatura de gran volumen, pos bíblica , rabínica. El mejor escritor conocido de la época medieval fue Moisés Maimonides quien en 1201 codificó las reglas Talmúdicas en Ocho Grados de Caridad. El más alto grado de santidad se aplicaba al tipo de caridad que se adelantaba para prevenir la pobreza: “Aquel que ayudare al pobre a ser auto suficiente adelantándole fondos o ayudándole a conseguir una ocupación lucrativa” realizaba el más alto grado de caridad. El tipo de caridad en la que el donante no sabía quien era el beneficiario o el beneficiario no sabía quien era el donante, era más meritoria que el tipo de caridad en la cual el donante podía tener la satisfacción de recibir el agradecimiento del beneficiario. Dar antes de que se les pidiera, era preferible a dar después de que se les hubiera pedido; y quien diera poco pero con buena disposición ere menos reprochable que aquel que diera con mala disposición (Frisch, p. 6263). Maimonides al igual que otros escritores, estaba consciente de la complejidad de los motivos que existían para dar y de que aunque eran de gran utilidad en una comunidad o una sociedad además de resaltar el interés personal por los demás, éstos iban siempre ligados a una suprema importancia religiosa y a otros parámetros éticos y humanitarios de gran importancia. La institucionalización de estas ideas reflejaron los problemas de los Judíos en contextos históricos específicos. Así pues, en la Edad Media se le dio especial atención al cuidado de huérfanos y al rescate de aquellos que se encontraban cautivos. La filantropía Judía se adaptó a necesidades concretas mediante esfuerzos masivos y un pensamiento constructivo. El programa del Fondo del Barón de Hirch (1885) que tuvo un gran alcance, tenía como una de sus metas principales la de reducir la incidencia de la persecución Judía en Rusia ayudando a facilitar los trámites migratorios. Este es sólo un ejemplo de la calidad preventiva y llena de recursos de la filantropía, el pensamiento y la actividad Judía de la época moderna. Otro ejemplo es la respuesta del pueblo Judío a la tragedia de los coreligionalistas en Alemania y en zonas controladas por los Alemanes durante las persecuciones Nazi. El ejemplo más impactante es el papel tan importante que jugó la filantropía en cuanto a hacer el estado de Israel con su civilización tan característica. Las diversas influencias Semitas, pueden explicar en parte las admoniciones sobre la caridad expresadas en el Koran y quizás, al establecimiento de hospitales en Bagdad y otros centros. Sin embargo, la filantropía en las culturas Musulmanas no desarrolló una ideología ni una institucionalización comparable en ninguna forma con la de la cultura Judía. Cristianismo. La influencia del Judaísmo en los primeros conceptos y prácticas filantrópicas del antiguo Cristianismo fue directa y positiva. San Pablo desarrolló la idea Hebrea de administración, lo cual implicaba que el hombre rico no era el propietario sino el mero administrador de la riqueza que Dios le había concedido, y debía por lo tanto usarla con base en los mandamientos de Dios. (Corintios I 13; Corintios II 8,9). Muchas de las ideas que se pueden encontrar en uno de los pasajes del Nuevo Testamento (Mateo 25:35-46), que es la parte central de la filantropía Cristiana, se encuentra muy cercanamente relacionada (o es idéntica) con los antecedentes Hebreos. Sin embargo, ciertas ideas de este pasaje y otros del Nuevo Testamento pueden tomarse como un nuevo énfasis. Una es la idea de la recompensa y el castigo en la vida futura derivado de haber cumplido o de haber dejado de cumplir con una obligación caritativa dictada en los mandamientos. Al mismo tiempo el Cristianismo enfatiza la idea de que la caridad mejora la vida en este mundo llevando al donante a una relación espiritual más cercana con Dios. Las obras de caridad, en las cuales se podían incluir el servicio personal, no se ponían en práctica hacia los más humildes y necesitados, equivalía a no haberlo hecho para con Dios el Rey. Parecería que la expectativa milenaria de los primeros Cristianos y el énfasis resultante en cuanto a estar listos para la venida del Mesías, restarían importancia a la tradición Judía respecto a la caridad como un deber hacia los más pobres y necesitados. Sin embargo, este no fue el caso. Jesús mostraba predilección hacia los pobres y desamparados, mismos que decía tendrían mayores posibilidades de aceptar en su corazón el mensaje de la llegada del reino de Dios. Expresó también que la riqueza hace daño al alma lo cual hizo que las primeras prácticas de los Cristianos en la tierra tuvieran un importante tono de sacrificio y austeridad. Cualquier acto en favor de los necesitados, cualquier esfuerzo por equiparar la riqueza y mejorar el sentido de compañerismo en la comunidad de creyentes, eran vistos como una expresión de amor Cristiano. Al mismo tiempo, el énfasis en la santidad y dignidad de cada ser humano alentó el desarrollo de las implicaciones fraternas de la doctrina del amor Cristiano. La temprana aparición de posadas Cristianas para viajeros e incapacitados, y el procurar la ayuda mutua indican que la idea de la suprema importancia del cuidado de las almas no se encontraba del todo disociada del cuidado y la curación de los cuerpos. Esta idea se implemento en el año 321 A:D cuando el emperador Constantino reconoció la validez de donativos y legados para las instituciones Cristianas, incluyendo obras de beneficencia. Y así sabemos que desde principios del siglo cuatro, el concepto de filantropía se estableció entre la Cristiandad. En la filantropía pública del este del imperio Bizantino, que algo tenia de la tradición clásica Griega y de las obras de beneficencia privadas, pero cuya inspiración en gran medida era Cristiana, alcanzó a tener una gran cantidad de instituciones de beneficencia incluyendo monasterios. En el concepto Bizantino, que no contemplaba la preocupación por la prevención de la pobreza; el constante dar limosnas a los pordioseros, perpetuó la pobreza y tendió a mantener estática la estructura social del estado(Constanelos, p. 284). En occidente la desaparición del estado, de acuerdo a la concepción Greco Romana, dejó un vacío en el cual ninguna agencia feudal puramente secular estaba equipada para aliviar la pobreza. La Iglesia entonces, encontró un alcance más amplio para institucionalizar la doctrina de amor entre el prójimo alentando y patrocinando donativos para hospitales, escuelas y monasterios con funciones bien definidas para el cuidado de los pobres. El dominio de la teología y de la casuística como intereses intelectuales junto con la magnitud de la filantropía medieval, aseguraron las indagaciones de sus suposiciones y de sus implicaciones. Era innegable que ciertos textos de las escrituras que indicaban que la generosidad de las limosnas era un deber Cristiano y que estos actos de caridad tendrían una recompensa celestial, habían abierto la puerta a actos independientes de caridad pía. Los teólogos y cánones sostenían que dar, para ser agradable a Dios, debía ser una manifestación de un genuino sentido de justicia y un verdadero acto de amor. A pesar de este énfasis, muchos de los donativos o limosnas eran actos impulsivos, indiscriminados y superficiales. Algunos de estos actos de “generosidad” eran motivados por intereses propios mecánicos y bien medidos. Estos actos eran limitadamente meritorios e igualmente lo eran los donativos en sí. Fue precisamente contra todo esto, contra lo que se pronunció San Francisco de Asís insistiendo en la importancia, que de hecho era una necesidad, del sacrificio, el amor desinteresado y la dignidad y el valor de la pobreza. De acuerdo a los cánones de la Iglesia, dar sería meritorio dependiendo de la forma en la cual el donante hubiera adquirido los fondos donados. En el siglo trece los especialistas en derecho canónico declararon que era meritorio dar a los pobres independientemente de que los fondos donados hubieran sido adquiridos ilegalmente, siempre y cuando dichos fondos hubieran pasado a ser propiedad del donante de manera tal que no pudieran ser reclamados por nadie más. Mucho tiempo después de la Reforma, el tema sobre la procedencia de los fondos que llegaban a las obras de beneficencia, seguía siendo una discusión llena de polémica. En el siglo veinte, Washington Gladden, teólogo Protestante del Evangelio Social, declaró, en relación a donativos hechos por Rockefeller a las misiones de la Iglesia y otras obras de beneficencia, que la Iglesia no podía aceptar dinero “sucio” independientemente de lo piadoso que pudiera ser el donante y de lo digno que pudiera ser la institución objeto de tal donativo. Este, sin embargo, era el punto de vista de una minoría. Finalmente, y contrario a todo lo que se había pronunciado anteriormente, los especialistas en derecho canónico de la época medieval sopesaron los efectos que los donativos tenían en relación con sus receptores. En general, es cierto que los especialistas están a favor de que la generosidad se derive del apego al mandamiento “dar alimento al hambriento y ropa al desnudo.” Sin embargo el Decretum de Gratian(1471), que resume los pros y contras sobre puntos teológicos disputados, señalaba que San Ambrosio había señalado un orden de preferencia entre quienes solicitaran ayuda caritativa y que San Agustín había declinado donativos destinados a mendigos y vagos. Así, en teoría, aunque no necesariamente en la práctica, la beneficencia en la época medieval impuso un equilibrio entre los intereses y el bienestar espiritual de todos los involucrados, el donante, el receptor y la comunidad (Tierney, p. 57-58). La Transición hacia las Ideas Filantrópicas Modernas. Aún cuando la Cristiandad continuaba ejerciendo una gran influencia durante y después de la transición de la época medieval a la moderna, las condiciones seculares alteraron y finalmente transformaron las ideas tradicionales sobre caridad y filantropía. Lo que puede considerarse como los inicios de las ideas filantrópicas modernas puede explicarse en gran parte por la interrelación entre las actitudes tradicionales y los valores con las nuevas condiciones sociales, económicas, políticas y religiosas. Estas incluían la derrota del feudalismo, el surgimiento de ciudades y de las clases medias, el trastorno entre las poblaciones resultante de ciertos movimientos y cambios económicos y de la Reforma misma, relacionada como le estaba, con el surgimiento de estados nacionales. Las fundaciones religiosas, especialmente después de la disolución de los monasterios en Tudor Inglaterra, no podían ya desempeñar actividades para satisfacer las necesidades sociales, económicas y vocacionales. Todos estos cambios son en parte responsables del extraordinario desarrollo de la filantropía privada en Tudor y Stuart Inglaterra. Las clases pudientes derramaban riquezas sobre las instituciones de beneficencia y aquellas con fines educativos, aceptando la política de Tudor de volcar la responsabilidad de mejorar las condiciones de pobreza y el desarrollo de escuelas y otras obras de beneficencia sobre donantes privados. Entre las ideas que surgieron junto con estas condiciones cambiantes, se da especial importancia a la inclinación Protestante de quitar el énfasis puesto en la doctrina de salvación basada en las buenas obras o actos de caridad de las personas, y ponerlo en la salvación mediante la fe, de recibir al Espíritu Santo llenando la personalidad entera de aquellos dignos de tal, a los ojos de Dios. Esto quitó el énfasis puesto en la caridad medieval tradicional. Calvin, en la Reforma de Génova, detectó una justificación bíblica en cuanto a los donativos voluntarios para agencias de beneficencia racionalizadas y laicas que habían sido previamente controladas por la Iglesia Católica; también participó en la operación del Bourse francaise, una agencia privada de obtención de fondos para ayudar a refugiados Franceses. El énfasis Calvinista en cuanto a la administración de la riqueza alentaba a dar a los necesitados y a las obras Cristianas de beneficencia. Tomas Fuller, en su libro “History of the Worthies of England (1662) asignó una categoría especial para donantes de causas públicas. La confianza que tenía Inglaterra, y hasta cierto grado otros países Protestantes en cuanto a que la filantropía pudiera llenar las nuevas necesidades sociales y económicas, iba acompañada de la idea de que hubiera control público sobre los donativos privados, legados y fideicomisos. Los estatutos Elizabethan of Charitable Users (1601) resumieron en gran medida el experimento anterior mediante la supervisión pública. Mientras que en Inglaterra y en algunos otros países Protestantes crecía la nueva idea de la responsabilidad privada bajo supervisión pública en cuanto a las necesidades sociales y económicas, en los países Católicos era en gran escala la Iglesia la que continuó operando en obras educacionales y de beneficencia con un mínimo de supervisión por parte del estado. El carácter social como distinto del carácter personal y religioso de la nueva filantropía se ejemplificó en sus tonos acentuados nacionalistas y de clases. El temor de los efectos de una población aparentemente decreciente en cuanto a mano de obra barata, tuvo como resultado el que se pusiera una mayor atención en la creación de orfelinatos para niños abandonados y hospitales (en el sentido moderno) para los pobres. La necesidad que la Marina Real tenía de personal pudo satisfacerse en parte mediante un mayor interés en los niños abandonados que habían sido salvados de las fauces de la sociedad y a quienes se les había dado cuidado y entrenamiento para el servicio nacional. Con el fin de reducir los costos fiscales y de apegarse a la idea de auto suficiencia, la filantropía incluía una amplia variedad de innovaciones diseñadas para conservar la estructura de clases. Estas incluían diversos esquemas para dar trabajo a los pobres en lugar de que recibieran beneficios por servicios que no habían prestado. La idea de las organizaciones voluntarias de caridad se desarrolló con nuevas fuerzas sociales y económicas relacionadas con la expansión comercial en el extranjero, incluyendo la venta de esclavos, la revolución industrial y la necesidad de mano de obra barata pero estable y confiable. La prevaleciente idea de que la pobreza era el resultado, no de trastornos sociales y económicos sino de falta de carácter, la moda de la economía clásica con su política de no intervención, y la creciente Cristiandad evangélica con su fuerte impulso hacia la reforma social, contribuyeron a que dominara la idea de la asociación voluntaria a la filantropía. Las contribuciones hechas a las asociaciones voluntarias que se destinaban a problemas sociales específicos eran ahora por lo general montos pequeños y anónimos. Estos, junto con donativos mayores, eran aplicados para hospitales, orfelinatos, escuelas para estudiantes pobres, y agencias de entrenamiento. La Sociedad para la Promoción del Conocimiento Cristiano fundada en 1698, que creó mas de dos mil escuelas “de beneficencia” durante su primer siglo de existencia, era típica del nuevo énfasis en la filantropía voluntaria organizada, al igual que la Sociedad para la Propagación del Evangelio en el Extranjero que hacia fines del siglo dieciocho, con una gran ola de reacción conservadora contra la Revolución Francesa, fundó nuevas escuelas de caridad organizadas por Robert Raikes y Hannah More y apoyadas por voluntarios, organizaron esfuerzos para reforzar la instrucción moral como una medida para reducir el índice de delincuencia y promover la enseñanza religiosa con el objeto de combatir la innovación radical y el ateísmo. El control social asociado con la filantropía voluntaria no era la única idea que fundamentaba la proliferación de la filantropía del siglo dieciocho. Robert Eden en La Armonía de la Benevolencia: un Sermón del Salmo CXXXVI (Londres, 1755), expuso la idea de que la benevolencia es instintiva y emocional en gran escala y que el satisfacer este instinto trae placer. Oliver Goldsmith escribió : “el lujo de hacer el bien” aumenta la auto estima. Y la idea tradicional de la compasión humanitaria, en ocasiones se expresaba en un tono irónico y torcido, como en los poemas de William Blake. Las ideas filantrópicas modernas recibieron connotaciones a nivel mundial cuando las órdenes religiosas Católicas asumieron la tarea de Cristianizar y civilizar a indígenas en el extranjero y de apoyar a los imperios coloniales de Francia, Portugal y España. Los esfuerzos Luteranos, Anglicanos, Marovianos y Quakerianos para Cristianizar esclavos Indios y Africanos fueron la contra parte. Sin embargo, estos y otros intereses filantrópicos en el extranjero no siempre eran “imperialistas”, o siquiera religiosos. Otro ejemplo del impacto que el nuevo espíritu filantrópico tuvo en la expansión hacia el extranjero fue el comentario de Benjamin Franklin al enterarse en 1771 de la propuesta por colonizar Nueva Zelanda: “se está proponiendo un viaje para visitar a personas distantes, en el otro lado del globo, no para engañarlos, no para robarles.. sino meramente para hacerles un bien, y permitirles, en la medida de nuestras posibilidades, que vivan con tanta comodidad como nosotros vivimos” (Writtings, de. A.H. Smyth, V, 342). El tono cívico y secular de los comentarios de Franklin caracterizaron las últimas ideas sobre filantropía que gracias a él dieron fruto en Philadelphia. Al organizar asociaciones voluntarias para promover el ayudarse a uno mismo, tales como bibliotecas y grupos de discusión, al hacer crecer los recursos de la Universidad de Philadelphia ( University of Pennsylvania) y el Pennsylvania Hospital, Franklin dedicó tanto sus medios como sus servicios a la filantropía. También desarrolló técnicas prácticas de obtención de fondos, tales como preparar una lista de prospectos, visitarles personalmente y presentarles argumentos persuasivos, dar seguimiento a las visitas cuando los resultados no salían adelante y hacer uso de los medios de comunicación especialmente la prensa pública. De hecho lo que hacía era secularizar y democratizar el concepto Cristiano de administración de la riqueza, hacia lo cual se había sentido atraído en su juventud en Boston al leer los libros de Cotton Mather “Ensayos para Hacer el Bien” (1710). Las ideas innovadoras de Franklin sobre obtención de fondos fueron aplicadas durante todo el siglo diecinueve particularmente en cuanto a la preparación de listas de apoyo para universidades. De ahí se han podido también sentarse las bases para una ampliación y un refinamiento posteriores por parte de las nuevas organizaciones profesionales de obtención de fondos del siglo veinte en América. Reforma Humanitaria. Aún cuando el elemento monetario en la filantropía, tanto en concepto como en práctica siempre fue un factor esencial, y en ocasiones central, el término filantropía se uso a fines del siglo dieciocho y principios del siglo diecinueve tanto en Inglaterra como en América como sinónimo de reforma social y humanitaria. Esto se explicaba en parte por el hecho de ser considerada como pilares de apoyo en la reforma social, que eran el evangelismo, el humanitarismo, la idea sobre el progreso y la conciencia por parte de la clase media de la necesidad de preservar el orden social. Sin embargo, ninguna idea era tan importante como la convicción de que la sociedad no tenía derecho de progresar hacia sus propios objetivos y bienestar a costa de las personas en desventaja. En el sentido de la reforma social, la filantropía se expresaba a sí misma principalmente en los países de habla Inglesa por medio del movimiento para la abolición de la comercialización de esclavos, y finalmente, de la esclavitud misma; mediante la demanda de eliminar la pena capital y la reforma del código penal; mediante la preocupación por los niños desamparados y explotados; mediante la lucha por los derechos políticos, legales y sociales de la mujer; mediante un trato más humanitario hacia los animales, enfermos mentales, y otros que sufrían de deficiencias hereditarias o adquiridas; y mediante la eliminación de la guerra como medio para resolver las disputas entre las naciones. La filantropía como reforma social también se expresó a sí misma en las sociedades de beneficencia que eran agencias voluntarias para proveer o incluso restituir provisiones públicas inadecuadas para el cuidado de los pobres e indigentes. Tanto en Inglaterra como en América el movimiento de organización de beneficencia sacó fortaleza de la convicción que tenía la clase media en cuanto a que la pobreza se debía en gran medida a deficiencias personales y a que brindar apoyo mediante donativos u otras formas de caridad, deteriora el carácter del receptor aún más. Una de las personas de más alto cargo del movimiento de organización de caridad Americano escribió lo siguiente: “la naturaleza humana está hecha de tal manera que ninguna persona debe recibir como regalo lo que debería ganarse trabajando sin deteriorarse moralmente” (Lowell, p. 66, 76). Así pues, el movimiento se centraba en buscar la manera de hacer de los pobres desempleados personas auto suficientes. El movimiento de organización de caridad buscaba también eliminar el desperdicio de la duplicación de agencias y la ineficiencia en sus operaciones. La idea de eficiencia se dejaba notar por el énfasis que se ponía en el cuidado de la investigación de las necesidades de cada receptor, pero este énfasis estaba también en función del sentimiento de que los problemas de los pobres y necesitados debían ser tratados más en términos individuales y personales que en términos de clase. Para contra restar el trato tan impersonal y en ocasiones incluso desconsiderado que recibían los pobres y necesitados de las agencias públicas, el movimiento de organización de calidad instituyó las “visitas amistosas” en las cuales los voluntarios no sólo ofrecían sus consejos a estas personas sino que les mostraban interés personal y comprensión. La idea de la solución social también buscaba unir a los privilegiados y a los menos privilegiados para que hubiera un contacto humano del que se derivara una recompensa mutua. Cuando se desarrolló la moderna profesión de trabajo social, que surgió de las organizaciones de caridad y de solución social, la especialización científica y la “experiencia” sustituyeron en gran medida el carácter voluntario de las prácticas antiguas. Las primeras escuelas para el entrenamiento profesional de los trabajadores sociales se llamaron escuelas de filantropía. La Nueva Razón de Ser de Los Donativos en Grande Escala. En las últimas décadas del siglo diecinueve y los primeros años del siglo veinte, surgieron ideas nuevas que dieron inicio a un capítulo casi sin precedente en la historia intelectual de la filantropía. Al mismo tiempo que las instituciones religiosas y de beneficencia seguían recibiendo una gran cantidad de donativos tanto en vida de los donantes como mediante cláusulas en sus testamentos, crecía la tendencia de usar la filantropía para la prevención de problemas del orden social y para el mejoramiento general de la calidad de la civilización; especialmente mediante la adquisición de mayores conocimientos, mediante un mayor crecimiento en el área científica a través de la investigación, y mediante el mejoramiento de la salud y de los componentes estéticos y recreativos de la vida cotidiana. Este énfasis se expresó por la magnitud de donativos que hicieron los Americanos pudientes para nuevos programas y para mejorar otros existentes en escuelas y universidades, así como para la creación de nuevas escuelas y universidades asociadas con los actos de beneficencia de Cornell, Johns Hopkins, Varderbilt, Vassar, Eastman, Stanford, y Rockefeller. También se expresó por medio del apoyo filantrópico para museos de arte, orquestas sinfónicas, parques y otras ubicaciones recreativas. Nunca antes, desde la época del Renacimiento y de Tudor Inglaterra, se había destinado tanta riqueza y en tan grande escala para el mejoramiento de los valores culturales. La razón de ser de esta filantropía no era menos importante; en un artículo publicado en el North American Review (1889), Andrew Carnegie, un multimillonario que se había “hecho a sí mismo,” expresó que los hombres de gran riqueza debían destinar la mayor parte de esta durante su vida, a objetivos diferentes que el aliviar las desgracias o incompetencias de las personas, ya que esta era una tarea de la que debía encargarse el estado. Dando por sentado que aquellas personas que habían logrado hacer grandes fortunas habían demostrado su capacidad para luchar por la supervivencia, Carnegie sostenía que estos hombres tenían la obligación social de usar su riqueza para ofrecer oportunidades a jóvenes y adultos trabajadores, competentes y ambiciosos para progresar. Esto, en su opinión, podía lograrse mejor usando la riqueza privada para estimular a las comunidades a apoyar bibliotecas públicas, baños, y entrenamiento vocacional y recreativo incluyendo el existente aunque fuera a esa fecha, inadecuadamente aprovechado por la juventud Negra. El millonario Carnegie concluyó diciendo, “sería una vergüenza morir rico.” Esta “razón de ser”, rápidamente se hizo conocida como “El Evangelio de la Riqueza.” Aunque en cierta forma esto era una mayor secularización de la doctrina Cristiana sobre el aseguramiento de la buena administración clara y transparente de los recursos, también señalaba la importancia de la prevención en lugar de la cura, la eficiencia y la igualdad de oportunidad. Carnegie junto con los Rockefeller y posteriormente los Ford, fue también un pionero en el desarrollo de la fundación moderna. Esta institución, para asegurar su solidez, se remontó a los tiempos antiguos, medievales así como a los inicios de los tiempos modernos. Pero en su forma Americana difería de la de sus antecesores, no sólo por la magnitud de sus recursos y por su uso de personal especializado para la asignación de sus donativos, sino por su énfasis puesto menos en objetivos específicos (aunque estos continuaban encontrando una forma de expresión) que en la prevención general del sufrimiento humano tanto en los hogares como fuera de ellos y en el enriquecimiento de la vida mediante el mejoramiento de los estándares educacionales, la investigación en el área médica y de ciencias sociales, y en la planeación de la ciudad, o mediante el apoyo y la diseminación de oportunidades y valores estéticos. Los promotores de las nuevas fundaciones fueron importantemente influenciados por intereses filantrópicos y hasta cierto grado por el valor de la fundación en cuanto a crear una imagen pública favorable del donante. Después de 1917 y más específicamente de 1936, las reglamentaciones fiscales con la exención de impuestos para los donativos, estimularon mucha actividad en la fundación, particularmente en el caso de las llamadas fundaciones familiares, y en el nuevo desarrollo de fundaciones corporativas que dirigían la mayor parte de sus fondos y esfuerzos a programas de bienestar, de educación y obras benéficas locales. Las fundaciones se toparon con respuestas mezcladas por parte del público, al principio, en la cúspide del movimiento Progresista, se expresó el temor por el hecho de que su poder y su influencia pudieran convertirse en una defensa poderosa del “conservatismo,” inhibiendo la posibilidad de que el estado asumiera las responsabilidades sociales consideradas como imperativas por la mayoría de los liberales. A principios de los años 1950, durante el “periodo de McCarthy”, las fundaciones fueron atacadas en algunos círculos por apoyar causas subversivas “no Americanas,” principalmente en el campo del bienestar social y en donativos otorgados a estudiantes liberales y radicales así como a otros intelectuales. El uso y el abuso de la exención de impuestos por parte de muchas fundaciones, aunado con arreglos secretos en la contabilidad en algunos casos, llevó a investigaciones del Congreso después de mediados de siglo, así como a la necesidad de imponer mayores medidas de control público. La creación del estado para el bienestar en Inglaterra junto con los nuevos donativos de los Wellcome, Nuffield, y otros que otorgaban donativos muy considerables, hicieron surgir nuevamente el tema de la eficiencia o ineficiencia social de tales donativos y la relación de estos con la responsabilidad pública en cuanto al bienestar social y a la educación. De manera general, tanto en Inglaterra como en América, parecía haber consenso sobre el hecho de que al ser pioneros en áreas de necesidad en las cuales el gobierno se negaba a experimentar, la fundación, cuando más, tenía una función importante y creativa en abastecer al estado como un agente de bienestar social. Aunque en algunos países no comunistas de Europa, América Latina y Asia la filantropía en el sentido Anglo Americano mostraba signos de desarrollo hacia mediados del siglo veinte, en los tiempos modernos, su importancia en la historia de ideas ha sido confinada principalmente a Gran Bretaña y a los Estados Unidos, donde la responsabilidad individual y el principio de cooperación voluntaria para el bienestar personal y social han sido valores importantes en la cultura. Sin embargo, en los años de 1930 Reinhold Niebuhr expresó una crítica casi tan antigua como la filantropía misma: “El esfuerzo por hacer que la beneficencia voluntaria resuelva los problemas de una crisis social mayor, sólo tiene como resultado hipocresías monumentales y tienta a la gente egoísta a ponderarse como no egoísta” (Niebuhr, p. 29). BIBLIOGRAFÍA El compendio más satisfactorio y completo de la filantropía pre Cristiana es el de Hendrik Bolkestein, Wohltatigkeit und Armpflege mi Vorchristlichen Altertum (Utreccht, 1939). Las famosas traducciones de James Legge de los cinco volúmenes de The Chinese Classics, (Oxford, 1893-95) lanzaron una nueva edición en Hong Kong en 1960. Sobre el ensayo de Hsüntze , véase Homer H. Dubs, The Works of Hsüntze (Londres, 1928). Algunos estudios especiales incluyen Yu-Yue Tsu, The Spirit of Chinese Philanthropy. A Study in Mutual Aid (Nueva York, 1912). La literatura sobre filantropía Judía es muy extensa; la mejor introducción es la de Ephraim Frisch, An Historical Survey of Jewish Philanthropy (Nueva York, 1924). Las traducciones hechas por Grace H. Macurdy de textos Griegos son de fácil acceso, The Quality of Mercy: the Gentler Virutes in Greek Literature (New Heaven, 1940). Ernest Troeltsch sobresale por su enfoque sociológico sobre las complejas ideas de la tradición Cristiana Die Soziallehren der christlichen Kirchen und Gruppen (Tübingen, 1922). Traducción de O. Wyon como The Social Teaching of the Christian Churches, 2 volúmenes (Londres y Nueva York, 1931, última impresión Nueva York, 1960). Es recomendable que se lea en relación con el libro de Michel Riquet, Christian Charity in Action, traducción del Francés por P.J. Hepburne-Scott, en una serie, The Twentieth Century Encyclopedia of Catholicism, Sec. Ix (Nueva York, 1961). El primer estudio comprensivo sobre el tema en la Iglesia del Este es de Demetrios J. Constantelos, Byzantine Philanthropy and Social Welfare (New Brunswick, N.J., 1968). Brian Tierney llevó a cabo un estudio sobre la caridad medieval en la Iglesia Romana, Medieval Poor Law, A Sketch of Canonical Theory and its Application to England (Berkeley y Los Angeles, 1959). La primera encuesta moderna, aún de gran utilidad sobre el desarrollo general de la filantropía Inglesa fue escrita por B. K. Gray, A History of English Philanthropy (Londres, 1905). Esta ha sido corregida sobre muchos puntos y enormemente enriquecida por los imprescindibles estudios de W. K. Jordan, Philantrhropy in England 1480-1660 (Londres, 1960) y The Charities of London (Londres y Nueva York, 1960), y por David Owen, English Philanthropy (Cambridge, Mass., 1964). La mejor introducción general a la filantropía Americana es la que escribió Robert H. Bremmer, American Philanthropy (Chicago, 1960). Dos fuentes básicas de las ideas sobre los inicios de la filantropía Americana son The Apologia of Robert Keayne. The Self-Portrait of a Puritan Merchant, de. Bernard Bailyn (Nueva York, 1965) y The Writtings of Benjamin Franklin, ed. Albert Henry Smyth, 12 vols. (Nueva York, 1907). Public Relief and Private Charity de Josephine Shaw Lowell (Nueva York, 1884), y The Charity Organization Movement in the United States de Frank D. Watson (Nueva York, 1894, y ediciones subsecuentes) son trabajos estándar. Algunos aspectos especiales de la filantropía Americana se tratan en los libros The Professional Altruist, The Emergence of Social Work as a Career de Roy Lubove 1880-1930 (Cambridge, Mass., 1965); American Philanthropy Abroad de Merle Curti (New Brunswick, N.J., 1963); y también de Merle Curti y Roderick Nash, Philanthropy in the Shaping of American Higher Education (New Brunswick, N.J., 1965). Eduard C. Lindeman hizo un trabajo muy importante sobre las fundaciones Americanas, Wealth and Culture (Nueva York, 1936). F. Emerson Andrews escribió un libro más objetivo Philanthropic Foundations (Nueva York, 1956). El libro Corporation Giving (Nueva York, 1952) de Andrews es el primer estudio, aún de gran utilidad, sobre un nuevo desarrollo en la filantropía Americana. El estudio comprensivo United States Philanthropic Foundations (Nueva York, 1967) editado y parcialmente escrito por Warren Weaver necesita ser complementado con estudios monográficos de fundaciones específicas. Muy pocos han sido escritos. Entre los pocos análisis filosóficos de la idea de la filantropía debe hacerse una mención especial del trabajo hecho por T. V. Smith, “George Herbert Mead and the Philosophy of Philanthropy,” Social Service Review, 6 (Marzo 1932), 37-54, y el estudio de Pitirim A. Sorokin, Altruistic Love. A Study of American “Good Neighbors” and Christian Saints (Boston, 1956