LA FILANTROPÍA

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LA FILANTROPÍA
Filantropía. El término “filantropía,” que empezó a ser
parte de la lengua Inglesa en el siglo diecisiete, de la
traducción de una palabra Griega y del Latín philanthropia
(el amor a la humanidad), ha simbolizado varias
instituciones y una serie de valores. Se le ha relacionado
con muchos sistemas éticos y religiosos, movimientos del
pensamiento y contextos sociales. Ha sido también
asociada con caridad, espíritu cívico, humanitarismo,
control social y trabajo social, convirtiéndose en el siglo
veinte en la fuente principal de los donativos privados y
voluntarios, individuales y colectivos en beneficio de la
comunidad. Su compleja historia puede entenderse mejor
en términos de las ideas relacionadas que han
caracterizado su evolución a través del tiempo
en distintos lugares.
Fundaciones de la Grecia Antigua.
En el siglo
diecinueve cuando los viajeros y etnólogos antiguos
narraron ejemplos de ayuda mutua entre la gente iletrada,
el creciente espectro del pensamiento sobre la filantropía
se extendió remontándose hasta la época de la prehistoria.
Estas narraciones apoyaron la concepción de Peter
Kropotkin sobre la ayuda mutua (1890-96) en cuanto a
que tal conducta ya fuera innata o adquirida, había sido un
factor indispensable para la supervivencia de la raza
humana y el desarrollo de la civilización. Sin ignorar este
movimiento del pensamiento, el análisis de las ideas
asociadas con la filantropía en el más amplio sentido de la
palabra, puede verse contenido en el ámbito religioso,
ético y en algunas otras pruebas escritas. Éstas solamente
pueden ser entendidas viéndolas relacionadas con los
cambiantes contextos sociales, culturales e institucionales,
que solían ser no verbales.
El pensamiento clásico Chino exponía cierta sofisticación
y algunas diferencias en sus puntos de vista sobre la
filantropía. Confucio y Mencio exaltaron la benevolencia
universal como una virtud personal (Legge, I, 405; II,
485). Hsüntze en su Ensayo Sobre la Naturaleza Humana,
contempla la simpatía espontanea hacia otros como algo
adquirido y no como cualidad innata del ser humano, pero
parecía dejar implícito el hecho de que esta virtud es una
capacidad de todo ser humano (Dubs, p. 312). Por otra
parte el Taoísta Chuang-Tzu describió la filantropía como
una falsa consecuencia de la naturaleza humana que
perturbaba el bienestar (Giles, p. 165-67). En la práctica,
la máxima expresión del “amor por la humanidad” parece
haber estado presente en gran escala dentro del núcleo
familiar y en la institución de la amistad hacia principios
del siglo diecinueve.
La generosidad personal hacia los necesitados,
particularmente hacia extraños, viudas y huérfanos estaba
contenida en las sagradas escrituras y enseñanzas éticas de
las civilizaciones de la antigua Grecia. En algunos casos
la práctica de la caridad era vista como una virtud
personal, en otros era parte del deber religioso de ser
agradable a los ojos de los Dioses.
En algunos casos, y de manera notable en las escrituras
Hindúes, el dar a los necesitados, particularmente a los
“hombres santos” quienes dependían totalmente de
limosnas, era una tarea imperativa, y el realizarla
recompensaba al donador en un estado de existencia
futuro. El tono general de la admonición sugería que el
énfasis se encontraba en el efecto de dar por parte del
donador y no en el receptor, a excepción de la pobreza
que se consideraba un estado de santidad. Las enseñanzas
de Gautama, el Buda (ca. 450 b.c.) no solamente definía el
dar como una virtud personal sino que la asociaba con la
auto limitación como una evidencia de rectitud. La
institucionalización de la filantropía por parte del
Budismo fue evidente por el establecimiento de
hospitales, y en el caso del Rey Asoka, por su generosa
contribución para la divulgación de la verdad Budista. Se
hace referencia en términos más o menos generales en el
Código del Hammurabic y en el “Libro Egipcio de la
Muerte” al hecho de que un buen hombre podía ser
identificado por dar pan al hambriento, agua al sediento,
ropa al desnudo, y una lancha a quien no tenía ninguna.
Las inscripciones Egipcias indican que los faraones
habían tenido actos de benevolencia como una manera de
reparar ante los Dioses conductas inmorales, y para
asegurar su propia identidad en las mentes de
generaciones posteriores.
Filantropía Griega y Romana. La misericordia, la caridad
hacia los demás, la hospitalidad y la amabilidad más allá
de los limites de la familia, amigos y fronteras étnicas
encontraron una cierta forma de expresión en Homero,
Hesiodo, Herodoto, Tucídides, y los oradores de los
púlpitos. Sin embargo, la palabra “filantropía” que haría
tan grande historia, hace prácticamente su primera
aparición en el libro Prometeo de Aeschylus. A grandes
rasgos, en el pensamiento Griego la palabra tenía la
connotación de ser un buen ciudadano, de ser demócrata y
de tener inclinaciones humanitarias. Xenofon llamó a
Sócrates “demócrata y filantrópico,” lo que significaba ser
amigo de la humanidad. Demóstenes declaró que “las
leyes no ordenan actos de crueldad o violencia sino todo
lo contrario, todas están hechas con un espíritu demócrata
y filantrópico” (Macurdy, p. 98). Con los Estoicos el
concepto trascendió más allá del enfoque dominante y
centrado en grupos étnicos sobre los derechos y
privilegios de los ciudadanos, enfatizando una conducta
amable y compasiva hacia todo ser humano como un
factor necesario de humanitarismo común. Sin embargo,
en términos concretos y en una implementación
institucional, la idea de amor hacia la humanidad no se
dio entre los Griegos en la forma de donativos privados a
los pobres y necesitados; la política general prefería la
idea de una responsabilidad pública mediante el trabajo
para poner en marcha proyectos o actividades de
beneficencia. Cuando un hombre pudiente daba en
sustancia para efectos de beneficio público, el objetivo era
principalmente cívico y cultural, como en el caso de la
Biblioteca Alexander en Egipto. Los conceptos y las
prácticas de los Romanos no diferían mucho de las de los
Griegos aún cuando las instituciones para los enfermos y
necesitados, en ocasiones recibían el apoyo tanto público
como privado. La costumbre de los ricos y poderosos de
dar subsidios a algunos clientes por razones políticas y
personales no era verdaderamente filantrópica en el
sentido original del término, amor hacia la humanidad.
Filantropía Judía. El muy antiguo y posiblemente ubicuo
impulso compasivo por aliviar a los que sufren mediante
el servicio personal y el donativo en sustancia a los
necesitados cada vez que una sociedad marcaba
desigualdad de posesiones, encontró su más notable
ejemplificación entre los antiguos Hebreos. En contraste
con la permisividad en cuanto a la caridad en la mayoría
de las primeras religiones y sistemas éticos, y con la
responsabilidad de los pobres y necesitados puesta en el
estado en la civilización Greco Romana, el Judaísmo hizo
de la caridad un deber central e imperativo para cada
creyente. En el quinto libro de Moisés (Deuteronomio
15:7) dar era una obligación: “Si hubiera en medio de ti
un necesitado, uno de tus hermanos, en una de las
ciudades de la tierra, no endurecerás tu corazón ni cerrarás
la mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano y
le prestarás cuanto le falta.” De manera similar, era una
obligación dar el propio pan al hambriento, un techo al
que no lo tuviera, ropa al desnudo (Isaías 58:7). Haciendo
de la caridad hacia todo judío necesitado algo obligatorio
(aún cuando esto se hiciera con la mejor de las
disposiciones), era como el Judaísmo identificaba
claramente la caridad y la justicia (Zedakah). Amos,
Isaías y Mica atacaron con severidad la explotación de los
fuertes contra los débiles, buscando una nueva manera de
atacar el problema de la pobreza desde su raíz: un sentido
de justicia social así como sentimientos humanitarios se
hacen particularmente evidentes en los Salmos y en la
Sabia Literatura de la Biblia. Aunque el sentido de
justicia se entendía claramente dentro del contexto de
caridad, el amor al prójimo como hijos de Dios era un
valor ferviente e incluso apasionado en el Judaísmo. A
diferencia de algunos escritores Cristianos como Gehrahrd
Uhlohorn (Caridad Cristiana en el Mundo Antiguo, Nueva
York 1833). La idea de rectitud como medio de salvación
surgió en el pensamiento Judío posteriormente. Además
de enfatizar el deber, la obligación y el amor ético, el
Judaísmo empezó muy pronto a enfatizar la organización
de la caridad como una función principal de la sinagoga.
El apego Judío al deber religioso de la caridad se reforzó
por la experiencia histórica que vivió como “grupo” en
necesidad de apoyo social, necesidad que se prolongó
hasta mediados de nuestros tiempos.
Las diferencias éticas y emocionales del dar, se
explicaban en una literatura de gran volumen, pos bíblica ,
rabínica. El mejor escritor conocido de la época medieval
fue Moisés Maimonides quien en 1201 codificó las reglas
Talmúdicas en Ocho Grados de Caridad. El más alto
grado de santidad se aplicaba al tipo de caridad que se
adelantaba para prevenir la pobreza: “Aquel que ayudare
al pobre a ser auto suficiente adelantándole fondos o
ayudándole a conseguir una ocupación lucrativa”
realizaba el más alto grado de caridad. El tipo de caridad
en la que el donante no sabía quien era el beneficiario o el
beneficiario no sabía quien era el donante, era más
meritoria que el tipo de caridad en la cual el donante
podía tener la satisfacción de recibir el agradecimiento del
beneficiario. Dar antes de que se les pidiera, era preferible
a dar después de que se les hubiera pedido; y quien diera
poco pero con buena disposición ere menos reprochable
que aquel que diera con mala disposición (Frisch, p. 6263). Maimonides al igual que otros escritores, estaba
consciente de la complejidad de los motivos que existían
para dar y de que aunque eran de gran utilidad en una
comunidad o una sociedad además de resaltar el interés
personal por los demás, éstos iban siempre ligados a una
suprema importancia religiosa y a otros parámetros éticos
y humanitarios de gran importancia.
La institucionalización de estas ideas reflejaron los
problemas de los Judíos en contextos históricos
específicos.
Así pues, en la Edad Media se le dio especial atención al
cuidado de huérfanos y al rescate de aquellos que se
encontraban cautivos. La filantropía Judía se adaptó a
necesidades concretas mediante esfuerzos masivos y un
pensamiento constructivo. El programa del Fondo del
Barón de Hirch (1885) que tuvo un gran alcance, tenía
como una de sus metas principales la de reducir la
incidencia de la persecución Judía en Rusia ayudando a
facilitar los trámites migratorios. Este es sólo un ejemplo
de la calidad preventiva y llena de recursos de la
filantropía, el pensamiento y la actividad Judía de la época
moderna. Otro ejemplo es la respuesta del pueblo Judío a
la tragedia de los coreligionalistas en Alemania y en zonas
controladas por los Alemanes durante las persecuciones
Nazi. El ejemplo más impactante es el papel tan
importante que jugó la filantropía en cuanto a hacer el
estado de Israel con su civilización tan característica.
Las diversas influencias Semitas, pueden explicar en parte
las admoniciones sobre la caridad expresadas en el Koran
y quizás, al establecimiento de hospitales en Bagdad y
otros centros. Sin embargo, la filantropía en las culturas
Musulmanas no desarrolló una ideología ni una
institucionalización comparable en ninguna forma con la
de la cultura Judía.
Cristianismo. La influencia del Judaísmo en los primeros
conceptos y prácticas filantrópicas del antiguo
Cristianismo fue directa y positiva. San Pablo desarrolló
la idea Hebrea de administración, lo cual implicaba que el
hombre rico no era el propietario sino el mero
administrador de la riqueza que Dios le había concedido,
y debía por lo tanto usarla con base en los mandamientos
de Dios. (Corintios I 13; Corintios II 8,9). Muchas de
las ideas que se pueden encontrar en uno de los pasajes
del Nuevo Testamento (Mateo 25:35-46), que es la parte
central de la filantropía Cristiana, se encuentra muy
cercanamente relacionada (o es idéntica) con los
antecedentes Hebreos. Sin embargo, ciertas ideas de este
pasaje y otros del Nuevo Testamento pueden tomarse
como un nuevo énfasis. Una es la idea de la recompensa
y el castigo en la vida futura derivado de haber cumplido
o de haber dejado de cumplir con una obligación
caritativa dictada en los mandamientos. Al mismo tiempo
el Cristianismo enfatiza la idea de que la caridad mejora la
vida en este mundo llevando al donante a una relación
espiritual más cercana con Dios. Las obras de caridad, en
las cuales se podían incluir el servicio personal, no se
ponían en práctica hacia los más humildes y necesitados,
equivalía a no haberlo hecho para con Dios el Rey.
Parecería que la expectativa milenaria de los primeros
Cristianos y el énfasis resultante en cuanto a estar listos
para la venida del Mesías, restarían importancia a la
tradición Judía respecto a la caridad como un deber hacia
los más pobres y necesitados. Sin embargo, este no fue el
caso. Jesús mostraba predilección hacia los pobres y
desamparados, mismos que decía tendrían mayores
posibilidades de aceptar en su corazón el mensaje de la
llegada del reino de Dios. Expresó también que la riqueza
hace daño al alma lo cual hizo que las primeras prácticas
de los Cristianos en la tierra tuvieran un importante tono
de sacrificio y austeridad. Cualquier acto en favor de los
necesitados, cualquier esfuerzo por equiparar la riqueza y
mejorar el sentido de compañerismo en la comunidad de
creyentes, eran vistos como una expresión de amor
Cristiano. Al mismo tiempo, el énfasis en la santidad y
dignidad de cada ser humano alentó el desarrollo de las
implicaciones fraternas de la doctrina del amor Cristiano.
La temprana aparición de posadas Cristianas para viajeros
e incapacitados, y el procurar la ayuda mutua indican que
la idea de la suprema importancia del cuidado de las
almas no se encontraba del todo disociada del cuidado y la
curación de los cuerpos. Esta idea se implemento en el
año 321 A:D cuando el emperador Constantino reconoció
la validez de donativos y legados para las instituciones
Cristianas, incluyendo obras de beneficencia.
Y así sabemos que desde principios del siglo cuatro, el
concepto de filantropía se estableció entre la Cristiandad.
En la filantropía pública del este del imperio Bizantino,
que algo tenia de la tradición clásica Griega y de las
obras de beneficencia privadas, pero cuya inspiración en
gran medida era Cristiana, alcanzó a tener una gran
cantidad de instituciones de beneficencia incluyendo
monasterios.
En el concepto Bizantino, que no
contemplaba la preocupación por la prevención de la
pobreza; el constante dar limosnas a los pordioseros,
perpetuó la pobreza y tendió a mantener estática la
estructura social del estado(Constanelos, p. 284).
En occidente la desaparición del estado, de acuerdo a la
concepción Greco Romana, dejó un vacío en el cual
ninguna agencia feudal puramente secular estaba equipada
para aliviar la pobreza. La Iglesia entonces, encontró un
alcance más amplio para institucionalizar la doctrina de
amor entre el prójimo alentando y patrocinando donativos
para hospitales, escuelas y monasterios con funciones bien
definidas para el cuidado de los pobres.
El dominio de la teología y de la casuística como intereses
intelectuales junto con la magnitud de la filantropía
medieval, aseguraron las indagaciones de sus
suposiciones y de sus implicaciones. Era innegable que
ciertos textos de las escrituras que indicaban que la
generosidad de las limosnas era un deber Cristiano y que
estos actos de caridad tendrían una recompensa celestial,
habían abierto la puerta a actos independientes de caridad
pía. Los teólogos y cánones sostenían que dar, para ser
agradable a Dios, debía ser una manifestación de un
genuino sentido de justicia y un verdadero acto de amor.
A pesar de este énfasis, muchos de los donativos o
limosnas eran actos impulsivos, indiscriminados y
superficiales. Algunos de estos actos de “generosidad”
eran motivados por intereses propios mecánicos y bien
medidos. Estos actos eran limitadamente meritorios e
igualmente lo eran los donativos en sí. Fue precisamente
contra todo esto, contra lo que se pronunció San Francisco
de Asís insistiendo en la importancia, que de hecho era
una necesidad, del sacrificio, el amor desinteresado y la
dignidad y el valor de la pobreza.
De acuerdo a los cánones de la Iglesia, dar sería meritorio
dependiendo de la forma en la cual el donante hubiera
adquirido los fondos donados. En el siglo trece los
especialistas en derecho canónico declararon que era
meritorio dar a los pobres independientemente de que los
fondos donados hubieran sido adquiridos ilegalmente,
siempre y cuando dichos fondos hubieran pasado a ser
propiedad del donante de manera tal que no pudieran ser
reclamados por nadie más. Mucho tiempo después de la
Reforma, el tema sobre la procedencia de los fondos que
llegaban a las obras de beneficencia, seguía siendo una
discusión llena de polémica.
En el siglo veinte,
Washington Gladden, teólogo Protestante del Evangelio
Social, declaró, en relación a donativos hechos por
Rockefeller a las misiones de la Iglesia y otras obras de
beneficencia, que la Iglesia no podía aceptar dinero
“sucio” independientemente de lo piadoso que pudiera ser
el donante y de lo digno que pudiera ser la institución
objeto de tal donativo. Este, sin embargo, era el punto de
vista de una minoría.
Finalmente, y contrario a todo lo que se había
pronunciado anteriormente, los especialistas en derecho
canónico de la época medieval sopesaron los efectos que
los donativos tenían en relación con sus receptores. En
general, es cierto que los especialistas están a favor de que
la generosidad se derive del apego al mandamiento “dar
alimento al hambriento y ropa al desnudo.” Sin embargo
el Decretum de Gratian(1471), que resume los pros y
contras sobre puntos teológicos disputados, señalaba que
San Ambrosio había señalado un orden de preferencia
entre quienes solicitaran ayuda caritativa y que San
Agustín había declinado donativos destinados a mendigos
y vagos. Así, en teoría, aunque no necesariamente en la
práctica, la beneficencia en la época medieval impuso un
equilibrio entre los intereses y el bienestar espiritual de
todos los involucrados, el donante, el receptor y la
comunidad (Tierney, p. 57-58).
La Transición hacia las Ideas Filantrópicas Modernas.
Aún cuando la Cristiandad continuaba ejerciendo una
gran influencia durante y después de la transición de la
época medieval a la moderna, las condiciones seculares
alteraron y finalmente transformaron las ideas
tradicionales sobre caridad y filantropía. Lo que puede
considerarse como los inicios de las ideas filantrópicas
modernas puede explicarse en gran parte por la
interrelación entre las actitudes tradicionales y los valores
con las nuevas condiciones sociales, económicas, políticas
y religiosas. Estas incluían la derrota del feudalismo, el
surgimiento de ciudades y de las clases medias, el
trastorno entre las poblaciones resultante de ciertos
movimientos y cambios económicos y de la Reforma
misma, relacionada como le estaba, con el surgimiento de
estados nacionales.
Las fundaciones religiosas,
especialmente después de
la disolución de los
monasterios en Tudor Inglaterra, no podían ya
desempeñar actividades para satisfacer las necesidades
sociales, económicas y vocacionales.
Todos estos
cambios son en parte responsables del extraordinario
desarrollo de la filantropía privada en Tudor y Stuart
Inglaterra. Las clases pudientes derramaban riquezas
sobre las instituciones de beneficencia y aquellas con
fines educativos, aceptando la política de Tudor de volcar
la responsabilidad de mejorar las condiciones de pobreza
y el desarrollo de escuelas y otras obras de beneficencia
sobre donantes privados.
Entre las ideas que surgieron junto con estas condiciones
cambiantes, se da especial importancia a la inclinación
Protestante de quitar el énfasis puesto en la doctrina de
salvación basada en las buenas obras o actos de caridad de
las personas, y ponerlo en la salvación mediante la fe, de
recibir al Espíritu Santo llenando la personalidad entera de
aquellos dignos de tal, a los ojos de Dios. Esto quitó el
énfasis puesto en la caridad medieval tradicional. Calvin,
en la Reforma de Génova, detectó una justificación
bíblica en cuanto a los donativos voluntarios para
agencias de beneficencia racionalizadas y laicas que
habían sido previamente controladas por la Iglesia
Católica; también participó en la operación del Bourse
francaise, una agencia privada de obtención de fondos
para ayudar a refugiados Franceses. El énfasis Calvinista
en cuanto a la administración de la riqueza alentaba a dar
a los necesitados y a las obras Cristianas de beneficencia.
Tomas Fuller, en su libro “History of the Worthies of
England (1662) asignó una categoría especial para
donantes de causas públicas. La confianza que tenía
Inglaterra, y hasta cierto grado otros países Protestantes
en cuanto a que la filantropía pudiera llenar las nuevas
necesidades sociales y económicas, iba acompañada de la
idea de que hubiera control público sobre los donativos
privados, legados y fideicomisos.
Los estatutos
Elizabethan of Charitable Users (1601) resumieron en
gran medida el experimento anterior mediante la
supervisión pública. Mientras que en Inglaterra y en
algunos otros países Protestantes crecía la nueva idea de
la responsabilidad privada bajo supervisión pública en
cuanto a las necesidades sociales y económicas, en los
países Católicos era en gran escala la Iglesia la que
continuó operando en obras educacionales y de
beneficencia con un mínimo de supervisión por parte del
estado.
El carácter social como distinto del carácter personal y
religioso de la nueva filantropía se ejemplificó en sus
tonos acentuados nacionalistas y de clases. El temor de
los efectos de una población aparentemente decreciente en
cuanto a mano de obra barata, tuvo como resultado el que
se pusiera una mayor atención en la creación de
orfelinatos para niños abandonados y hospitales (en el
sentido moderno) para los pobres. La necesidad que la
Marina Real tenía de personal pudo satisfacerse en parte
mediante un mayor interés en los niños abandonados que
habían sido salvados de las fauces de la sociedad y a
quienes se les había dado cuidado y entrenamiento para el
servicio nacional. Con el fin de reducir los costos fiscales
y de apegarse a la idea de auto suficiencia, la filantropía
incluía una amplia variedad de innovaciones diseñadas
para conservar la estructura de clases. Estas incluían
diversos esquemas para dar trabajo a los pobres en lugar
de que recibieran beneficios por servicios que no habían
prestado.
La idea de las organizaciones voluntarias de caridad se
desarrolló con nuevas fuerzas sociales y económicas
relacionadas con la expansión comercial en el extranjero,
incluyendo la venta de esclavos, la revolución industrial y
la necesidad de mano de obra barata pero estable y
confiable. La prevaleciente idea de que la pobreza era el
resultado, no de trastornos sociales y económicos sino de
falta de carácter, la moda de la economía clásica con su
política de no intervención, y la creciente Cristiandad
evangélica con su fuerte impulso hacia la reforma social,
contribuyeron a que dominara la idea de la asociación
voluntaria a la filantropía. Las contribuciones hechas a
las asociaciones voluntarias que se destinaban a
problemas sociales específicos eran ahora por lo general
montos pequeños y anónimos. Estos, junto con donativos
mayores, eran aplicados para hospitales, orfelinatos,
escuelas para estudiantes pobres, y agencias de
entrenamiento. La Sociedad para la Promoción del
Conocimiento Cristiano fundada en 1698, que creó mas
de dos mil escuelas “de beneficencia” durante su primer
siglo de existencia, era típica del nuevo énfasis en la
filantropía voluntaria organizada, al igual que la Sociedad
para la Propagación del Evangelio en el Extranjero que
hacia fines del siglo dieciocho, con una gran ola de
reacción conservadora contra la Revolución Francesa,
fundó nuevas escuelas de caridad organizadas por Robert
Raikes y Hannah More y apoyadas por voluntarios,
organizaron esfuerzos para reforzar la instrucción moral
como una medida para reducir el índice de delincuencia y
promover la enseñanza religiosa con el objeto de combatir
la innovación radical y el ateísmo.
El control social asociado con la filantropía voluntaria no
era la única idea que fundamentaba la proliferación de la
filantropía del siglo dieciocho. Robert Eden en La
Armonía de la Benevolencia: un Sermón del Salmo
CXXXVI (Londres, 1755), expuso la idea de que la
benevolencia es instintiva y emocional en gran escala y
que el satisfacer este instinto trae placer.
Oliver
Goldsmith escribió : “el lujo de hacer el bien” aumenta la
auto estima. Y la idea tradicional de la compasión
humanitaria, en ocasiones se expresaba en un tono irónico
y torcido, como en los poemas de William Blake.
Las ideas filantrópicas modernas recibieron connotaciones
a nivel mundial cuando las órdenes religiosas Católicas
asumieron la tarea de Cristianizar y civilizar a indígenas
en el extranjero y de apoyar a los imperios coloniales de
Francia, Portugal y España. Los esfuerzos Luteranos,
Anglicanos, Marovianos y Quakerianos para Cristianizar
esclavos Indios y Africanos fueron la contra parte. Sin
embargo, estos y otros intereses filantrópicos en el
extranjero no siempre eran “imperialistas”, o siquiera
religiosos. Otro ejemplo del impacto que el nuevo
espíritu filantrópico tuvo en la expansión hacia el
extranjero fue el comentario de Benjamin Franklin al
enterarse en 1771 de la propuesta por colonizar Nueva
Zelanda: “se está proponiendo un viaje para visitar a
personas distantes, en el otro lado del globo, no para
engañarlos, no para robarles.. sino meramente para
hacerles un bien, y permitirles, en la medida de nuestras
posibilidades, que vivan con tanta comodidad como
nosotros vivimos” (Writtings, de. A.H. Smyth, V, 342).
El tono cívico y secular de los comentarios de Franklin
caracterizaron las últimas ideas sobre filantropía que
gracias a él dieron fruto en Philadelphia. Al organizar
asociaciones voluntarias para promover el ayudarse a uno
mismo, tales como bibliotecas y grupos de discusión, al
hacer crecer los recursos de la Universidad de
Philadelphia ( University of Pennsylvania) y el
Pennsylvania Hospital, Franklin dedicó tanto sus medios
como sus servicios a la filantropía. También desarrolló
técnicas prácticas de obtención de fondos, tales como
preparar una lista de prospectos, visitarles personalmente
y presentarles argumentos persuasivos, dar seguimiento a
las visitas cuando los resultados no salían adelante y hacer
uso de los medios de comunicación especialmente la
prensa pública. De hecho lo que hacía era secularizar y
democratizar el concepto Cristiano de administración de
la riqueza, hacia lo cual se había sentido atraído en su
juventud en Boston al leer los libros de Cotton Mather
“Ensayos para Hacer el Bien” (1710).
Las ideas
innovadoras de Franklin sobre obtención de fondos fueron
aplicadas durante todo el siglo diecinueve particularmente
en cuanto a la preparación de listas de apoyo para
universidades. De ahí se han podido también sentarse las
bases para una ampliación y un refinamiento posteriores
por parte de las nuevas organizaciones profesionales de
obtención de fondos del siglo veinte en América.
Reforma Humanitaria.
Aún cuando el elemento
monetario en la filantropía, tanto en concepto como en
práctica siempre fue un factor esencial, y en ocasiones
central, el término filantropía se uso a fines del siglo
dieciocho y principios del siglo diecinueve tanto en
Inglaterra como en América como sinónimo de reforma
social y humanitaria. Esto se explicaba en parte por el
hecho de ser considerada como pilares de apoyo en la
reforma social, que eran el evangelismo, el
humanitarismo, la idea sobre el progreso y la conciencia
por parte de la clase media de la necesidad de preservar el
orden social.
Sin embargo, ninguna idea era tan
importante como la convicción de que la sociedad no
tenía derecho de progresar hacia sus propios objetivos y
bienestar a costa de las personas en desventaja. En el
sentido de la reforma social, la filantropía se expresaba a
sí misma principalmente en los países de habla Inglesa
por medio del movimiento para la abolición de la
comercialización de esclavos, y finalmente, de la
esclavitud misma; mediante la demanda de eliminar la
pena capital y la reforma del código penal; mediante la
preocupación por los niños desamparados y explotados;
mediante la lucha por los derechos políticos, legales y
sociales de la mujer; mediante un trato más humanitario
hacia los animales, enfermos mentales, y otros que sufrían
de deficiencias hereditarias o adquiridas; y mediante la
eliminación de la guerra como medio para resolver las
disputas entre las naciones.
La filantropía como reforma social también se expresó a
sí misma en las sociedades de beneficencia que eran
agencias voluntarias para proveer o incluso restituir
provisiones públicas inadecuadas para el cuidado de los
pobres e indigentes. Tanto en Inglaterra como en
América el movimiento de organización de beneficencia
sacó fortaleza de la convicción que tenía la clase media en
cuanto a que la pobreza se debía en gran medida a
deficiencias personales y a que brindar apoyo mediante
donativos u otras formas de caridad, deteriora el carácter
del receptor aún más. Una de las personas de más alto
cargo del movimiento de organización de caridad
Americano escribió lo siguiente: “la naturaleza humana
está hecha de tal manera que ninguna persona debe recibir
como regalo lo que debería ganarse trabajando sin
deteriorarse moralmente” (Lowell, p. 66, 76).
Así pues, el movimiento se centraba en buscar la manera
de hacer de los pobres desempleados personas auto
suficientes. El movimiento de organización de caridad
buscaba también eliminar el desperdicio de la duplicación
de agencias y la ineficiencia en sus operaciones. La idea
de eficiencia se dejaba notar por el énfasis que se ponía en
el cuidado de la investigación de las necesidades de cada
receptor, pero este énfasis estaba también en función del
sentimiento de que los problemas de los pobres y
necesitados debían ser tratados más en términos
individuales y personales que en términos de clase. Para
contra restar el trato tan impersonal y en ocasiones incluso
desconsiderado que recibían los pobres y necesitados de
las agencias públicas, el movimiento de organización de
calidad instituyó las “visitas amistosas” en las cuales los
voluntarios no sólo ofrecían sus consejos a estas personas
sino que les mostraban interés personal y comprensión.
La idea de la solución social también buscaba unir a los
privilegiados y a los menos privilegiados para que hubiera
un contacto humano del que se derivara una recompensa
mutua. Cuando se desarrolló la moderna profesión de
trabajo social, que surgió de las organizaciones de caridad
y de solución social, la especialización científica y la
“experiencia” sustituyeron en gran medida el carácter
voluntario de las prácticas antiguas. Las primeras
escuelas para el entrenamiento profesional de los
trabajadores sociales se llamaron escuelas de filantropía.
La Nueva Razón de Ser de Los Donativos en Grande
Escala. En las últimas décadas del siglo diecinueve y los
primeros años del siglo veinte, surgieron ideas nuevas que
dieron inicio a un capítulo casi sin precedente en la
historia intelectual de la filantropía. Al mismo tiempo
que las instituciones religiosas y de beneficencia seguían
recibiendo una gran cantidad de donativos tanto en vida
de los donantes como mediante cláusulas en sus
testamentos, crecía la tendencia de usar la filantropía para
la prevención de problemas del orden social y para el
mejoramiento general de la calidad de la civilización;
especialmente mediante la adquisición de mayores
conocimientos, mediante un mayor crecimiento en el área
científica a través de la investigación, y mediante el
mejoramiento de la salud y de los componentes estéticos y
recreativos de la vida cotidiana. Este énfasis se expresó
por la magnitud de donativos que hicieron los Americanos
pudientes para nuevos programas y para mejorar otros
existentes en escuelas y universidades, así como para la
creación de nuevas escuelas y universidades asociadas
con los actos de beneficencia de Cornell, Johns Hopkins,
Varderbilt, Vassar, Eastman, Stanford, y Rockefeller.
También se expresó por medio del apoyo filantrópico para
museos de arte, orquestas sinfónicas, parques y otras
ubicaciones recreativas. Nunca antes, desde la época del
Renacimiento y de Tudor Inglaterra, se había destinado
tanta riqueza y en tan grande escala para el mejoramiento
de los valores culturales.
La razón de ser de esta filantropía no era menos
importante; en un artículo publicado en el North American
Review (1889), Andrew Carnegie, un multimillonario que
se había “hecho a sí mismo,” expresó que los hombres de
gran riqueza debían destinar la mayor parte de esta
durante su vida, a objetivos diferentes que el aliviar las
desgracias o incompetencias de las personas, ya que esta
era una tarea de la que debía encargarse el estado. Dando
por sentado que aquellas personas que habían logrado
hacer grandes fortunas habían demostrado su capacidad
para luchar por la supervivencia, Carnegie sostenía que
estos hombres tenían la obligación social de usar su
riqueza para ofrecer oportunidades a jóvenes y adultos
trabajadores, competentes y ambiciosos para progresar.
Esto, en su opinión, podía lograrse mejor usando la
riqueza privada para estimular a las comunidades a apoyar
bibliotecas públicas, baños, y entrenamiento vocacional y
recreativo incluyendo el existente aunque fuera a esa
fecha, inadecuadamente aprovechado por la juventud
Negra. El millonario Carnegie concluyó diciendo, “sería
una vergüenza morir rico.”
Esta “razón de ser”,
rápidamente se hizo conocida como “El Evangelio de la
Riqueza.” Aunque en cierta forma esto era una mayor
secularización de la doctrina Cristiana sobre el
aseguramiento de la buena administración clara y
transparente de los recursos, también señalaba la
importancia de la prevención en lugar de la cura, la
eficiencia y la igualdad de oportunidad.
Carnegie junto con los Rockefeller y posteriormente los
Ford, fue también un pionero en el desarrollo de la
fundación moderna. Esta institución, para asegurar su
solidez, se remontó a los tiempos antiguos, medievales así
como a los inicios de los tiempos modernos. Pero en su
forma Americana difería de la de sus antecesores, no sólo
por la magnitud de sus recursos y por su uso de personal
especializado para la asignación de sus donativos, sino
por su énfasis puesto menos en objetivos específicos
(aunque estos continuaban encontrando una forma de
expresión) que en la prevención general del sufrimiento
humano tanto en los hogares como fuera de ellos y en el
enriquecimiento de la vida mediante el mejoramiento de
los estándares educacionales, la investigación en el área
médica y de ciencias sociales, y en la planeación de la
ciudad, o mediante el apoyo y la diseminación de
oportunidades y valores estéticos. Los promotores de las
nuevas fundaciones fueron importantemente influenciados
por intereses filantrópicos y hasta cierto grado por el valor
de la fundación en cuanto a crear una imagen pública
favorable del donante.
Después de 1917 y más
específicamente de 1936, las reglamentaciones fiscales
con la exención de impuestos para los donativos,
estimularon mucha actividad en la fundación,
particularmente en el caso de las llamadas fundaciones
familiares, y en el nuevo desarrollo de fundaciones
corporativas que dirigían la mayor parte de sus fondos y
esfuerzos a programas de bienestar, de educación y obras
benéficas locales.
Las fundaciones se toparon con respuestas mezcladas por
parte del público, al principio, en la cúspide del
movimiento Progresista, se expresó el temor por el hecho
de que su poder y su influencia pudieran convertirse en
una defensa poderosa del “conservatismo,” inhibiendo la
posibilidad de que el estado asumiera las
responsabilidades
sociales consideradas como
imperativas por la mayoría de los liberales. A principios
de los años 1950, durante el “periodo de McCarthy”, las
fundaciones fueron atacadas en algunos círculos por
apoyar
causas
subversivas
“no
Americanas,”
principalmente en el campo del bienestar social y en
donativos otorgados a estudiantes liberales y radicales así
como a otros intelectuales. El uso y el abuso de la
exención de impuestos por parte de muchas fundaciones,
aunado con arreglos secretos en la contabilidad en algunos
casos, llevó a investigaciones del Congreso después de
mediados de siglo, así como a la necesidad de imponer
mayores medidas de control público.
La creación del estado para el bienestar en Inglaterra junto
con los nuevos donativos de los Wellcome, Nuffield, y
otros que otorgaban donativos muy considerables,
hicieron surgir nuevamente el tema de la eficiencia o
ineficiencia social de tales donativos y la relación de estos
con la responsabilidad pública en cuanto al bienestar
social y a la educación. De manera general, tanto en
Inglaterra como en América, parecía haber consenso sobre
el hecho de que al ser pioneros en áreas de necesidad en
las cuales el gobierno se negaba a experimentar, la
fundación, cuando más, tenía una función importante y
creativa en abastecer al estado como un agente de
bienestar social. Aunque en algunos países no comunistas
de Europa, América Latina y Asia la filantropía en el
sentido Anglo Americano mostraba signos de desarrollo
hacia mediados del siglo veinte, en los tiempos modernos,
su importancia en la historia de ideas ha sido confinada
principalmente a Gran Bretaña y a los Estados Unidos,
donde la responsabilidad individual y el principio de
cooperación voluntaria para el bienestar personal y social
han sido valores importantes en la cultura. Sin embargo,
en los años de 1930 Reinhold Niebuhr expresó una crítica
casi tan antigua como la filantropía misma: “El esfuerzo
por hacer que la beneficencia voluntaria resuelva los
problemas de una crisis social mayor, sólo tiene como
resultado hipocresías monumentales y tienta a la gente
egoísta a ponderarse como no egoísta” (Niebuhr, p. 29).
BIBLIOGRAFÍA
El compendio más satisfactorio y completo de la
filantropía pre Cristiana es el de Hendrik Bolkestein,
Wohltatigkeit und Armpflege mi Vorchristlichen Altertum
(Utreccht, 1939). Las famosas traducciones de James
Legge de los cinco volúmenes de The Chinese Classics,
(Oxford, 1893-95) lanzaron una nueva edición en Hong
Kong en 1960. Sobre el ensayo de Hsüntze , véase
Homer H. Dubs, The Works of Hsüntze (Londres, 1928).
Algunos estudios especiales incluyen Yu-Yue Tsu, The
Spirit of Chinese Philanthropy. A Study in Mutual Aid
(Nueva York, 1912). La literatura sobre filantropía Judía
es muy extensa; la mejor introducción es la de Ephraim
Frisch, An Historical Survey of Jewish Philanthropy
(Nueva York, 1924). Las traducciones hechas por Grace
H. Macurdy de textos Griegos son de fácil acceso, The
Quality of Mercy: the Gentler Virutes in Greek Literature
(New Heaven, 1940). Ernest Troeltsch sobresale por su
enfoque sociológico sobre las complejas ideas de la
tradición Cristiana Die Soziallehren der christlichen
Kirchen und Gruppen (Tübingen, 1922). Traducción de
O. Wyon como The Social Teaching of the Christian
Churches, 2 volúmenes (Londres y Nueva York, 1931,
última impresión Nueva York, 1960). Es recomendable
que se lea en relación con el libro de Michel Riquet,
Christian Charity in Action, traducción del Francés por
P.J. Hepburne-Scott, en una serie, The Twentieth Century
Encyclopedia of Catholicism, Sec. Ix (Nueva York, 1961).
El primer estudio comprensivo sobre el tema en la Iglesia
del Este es de Demetrios J. Constantelos, Byzantine
Philanthropy and Social Welfare (New Brunswick, N.J.,
1968). Brian Tierney llevó a cabo un estudio sobre la
caridad medieval en la Iglesia Romana, Medieval Poor
Law, A Sketch of Canonical Theory and its Application to
England (Berkeley y Los Angeles, 1959). La primera
encuesta moderna, aún de gran utilidad sobre el desarrollo
general de la filantropía Inglesa fue escrita por B. K.
Gray, A History of English Philanthropy (Londres, 1905).
Esta ha sido corregida sobre muchos puntos y
enormemente enriquecida por los imprescindibles
estudios de W. K. Jordan, Philantrhropy in England
1480-1660 (Londres, 1960) y The Charities of London
(Londres y Nueva York, 1960), y por David Owen,
English Philanthropy (Cambridge, Mass., 1964).
La mejor introducción general a la filantropía Americana
es la que escribió Robert H. Bremmer, American
Philanthropy (Chicago, 1960). Dos fuentes básicas de las
ideas sobre los inicios de la filantropía Americana son The
Apologia of Robert Keayne. The Self-Portrait of a
Puritan Merchant, de. Bernard Bailyn (Nueva York,
1965) y The Writtings of Benjamin Franklin, ed. Albert
Henry Smyth, 12 vols. (Nueva York, 1907). Public Relief
and Private Charity de Josephine Shaw Lowell (Nueva
York, 1884), y The Charity Organization Movement in the
United States de Frank D. Watson (Nueva York, 1894, y
ediciones subsecuentes) son trabajos estándar. Algunos
aspectos especiales de la filantropía Americana se tratan
en los libros The Professional Altruist, The Emergence of
Social Work as a Career de Roy Lubove 1880-1930
(Cambridge, Mass., 1965); American Philanthropy
Abroad de Merle Curti (New Brunswick, N.J., 1963); y
también de Merle Curti y Roderick Nash, Philanthropy in
the Shaping of American Higher Education (New
Brunswick, N.J., 1965). Eduard C. Lindeman hizo un
trabajo muy importante sobre las fundaciones
Americanas, Wealth and Culture (Nueva York, 1936). F.
Emerson Andrews escribió un libro más objetivo
Philanthropic Foundations (Nueva York, 1956). El libro
Corporation Giving (Nueva York, 1952) de Andrews es el
primer estudio, aún de gran utilidad, sobre un nuevo
desarrollo en la filantropía Americana. El estudio
comprensivo United States Philanthropic Foundations
(Nueva York, 1967) editado y parcialmente escrito por
Warren Weaver necesita ser complementado con estudios
monográficos de fundaciones específicas. Muy pocos han
sido escritos.
Entre los pocos análisis filosóficos de la idea de la
filantropía debe hacerse una mención especial del trabajo
hecho por T. V. Smith, “George Herbert Mead and the
Philosophy of Philanthropy,” Social Service Review, 6
(Marzo 1932), 37-54, y el estudio de Pitirim A. Sorokin,
Altruistic Love. A Study of American “Good Neighbors”
and Christian Saints (Boston, 1956
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