Universidad Nacional de Córdoba Facultad de Derecho y Ciencias Sociales Escuela de Ciencias de la Información Cátedra de Epistemología de las Ciencias Sociales Trabajo Monográfico Final Título: LA CRÍTICA DE LA RAZÓN INSTRUMENTAL. (Entre huellas y escombros) Autor: Esteban Alejandro Juárez 1998 INDICE PRÓLOGO ....................................................................................................................... 3 INTRODUCCIÓN. EL ATOLLADERO DE LA ILUSTRACIÓN ................................ 4 LA CRÍTICA DE LA RAZÓN INSTRUMENTAL. ....................................................... 8 Límites y posibilidades. ................................................................................................... 8 RAZÓN SUBJETIVA, RAZÓN OBJETIVA Y COSIFICACIÓN................................................ 8 LAS APORÍAS DE LA RAZÓN: FILOSOFAR ENTRE ESCOMBROS .................................... 14 HACIA UN CONCEPTO DE RACIONALIDAD AMPLIADO. ............................................... 19 NOTAS ........................................................................................................................... 22 PRÓLOGO La siguiente monografía asume la pretenciosa tarea de explorar los laberínticos senderos de la crítica de la razón instrumental tal como la llevaron a cabo los primeros integrantes de la Escuela de Frankfurt, Theodor Adorno y Max Horkheimer. Para ello, he fatigado ciertas páginas de tres libros sobre los cuales se asienta el presente trabajo. Nombrarlos, más que una aclaración es una invitación. Ellos son: Crítica de la razón instrumental de Max Horkheimer, Diálectica de la Ilustración del mismo Horkheimer en compañía de Theodor Adorno y, especialmente, Teoría de la acción comunicativa I de Jürgen Habermas. Ellos me han permitido transitar, una de las líneas en que se desarrolla la crítica de la razón instrumental en este siglo, vislumbrando sus límites y sus posibilidades. Permítame el ocasional – y el obligado – lector de este escrito, el tono confesional de este prólogo. He acumulado citas con la intención de ser lo más explícito posible, corriendo el albur de hacer tediosa la lectura; he prodigado ciertas páginas de los libros mencionados y he visto en ellas un propósito común: salvar un proyecto histórico que erige a la razón como guía de nuestras acciones; he tratado de no descuidar la forma de lo dicho, sin dejar por ello de respetar el pensamiento de los autores (aunque esta empresa sea la menos lograda ya que toda interpretación y todo recorte tiene poca vocación de espejo); y, sobre todo, he procurado cumplir el objetivo principal de comprender el laberíntico y aporético mundo de la crítica de la razón instrumental ejercida por Adorno y Horkheimer, cotejándolo con las observaciones críticas que Habermas lleva a cabo en su intento por reformular la Teoría crítica de la sociedad en términos de Teoría de la Comunicación. Un objetivo queda pendiente, tal vez por demasiado ambicioso, pero que se deja entrever: establecer puntos de continuidad y de ruptura entre los miembros de la llamada Primera Generación de la Escuela de Frankfurt con su alumno más conspicuo, Jürgen Habermas, en lo que se refiere a los temas tratados aquí. Con todo, creo haber seguido las huellas de esta crítica de la razón instrumental en sus límites y sus posibilidades, sin dejar de respetar el esfuerzo de los dos antecesores de Habermas en su tentativa de salvar los escombros de la razón en una época en donde todo lo real no era racional, en donde ni siquiera la racionalidad escapaba de la sospecha de ser irracional. Se torna tarea fundamental de Habermas dar cuenta del atolladero en el que han quedado sus predecesores y dar paso a un concepto de racionalidad más compresivo. Esto último quiere ser reflejado en el apartado: “Hacia un concepto de racionalidad ampliado”. Septiembre de 1998. 3 INTRODUCCIÓN. EL ATOLLADERO DE LA ILUSTRACIÓN “El siglo XX esperaba agazapado como un asaltante nocturno a una pareja de enamorados un poco cursis”. Ernesto Sábato, “Hombres y Engranajes” Hace más de un siglo Karl Marx alertaba a sus contemporáneos sobre las contradicciones, en el seno mismo de la sociedad, entre los avances científicos y técnicos y el abyecto estado del trabajo humano: “Por un lado han despertado a la vida unas fuerzas industriales y científicas de cuya existencia no hubiese podido sospechar siquiera ninguna de las épocas históricas precedentes. Por otro lado, existen unos síntomas de decadencia que superan en mucho a los horrores que registra la historia de los últimos tiempos del Imperio Romano. Hoy día, todo parece llevar en su seno su propia contradicción. Vemos que las máquinas, dotadas de la propiedad maravillosa de acortar y hacer más fructífero el trabajo humano, provocan el hambre y el agotamiento del trabajador... El dominio del hombre sobre la naturaleza es cada vez mayor; pero, al mismo tiempo, el hombre se convierte en esclavo de otros hombres o de su propia infamia. Hasta la pura luz de la ciencia parece no poder brillar más que sobre el fondo tenebroso de la ignorancia. Todos nuestros inventos y progresos parecen dotar de vida intelectual a las fuerzas materiales, mientras que reducen a la vida humana al nivel de una fuerza material bruta.”i Las contradicciones entre el desarrollo de las fuerzas industriales y científicas y la degradación de la vida humana, tal como las entiende Marx, se verían superadas cuando las fuerzas productivas de la sociedad pasen a manos del proletariado y quede así abolida la propiedad privada, propia de la explotación capitalista. Asimismo, la abolición de la explotación capitalista sería condición suficiente para despejar el camino tanto para la eliminación los rasgos deshumanizadores de las sociedades industriales modernas, como para la disolución de todas las diferencias funcionales y las complejidades sistemáticas que habían resultado de ello –y, por consiguiente, para la recuperación de una unidad y solidaridad inmediatas entre los seres humanos en una sociedad comunista. En el esquema marxiano, el desarrollo de estas fuerzas productivas tiene siempre un papel redentor, no sólo del sojuzgamiento del hombre por la Naturaleza externa, sino también de la opresión, institucionalizada en las relaciones de producción, de unas clases por otras. Pero el mismo progreso de la historia, junto con una creciente conciencia de los problemas a abordar por las sociedades posindustriales, han hecho que la dialéctica histórica construida por el esquema marxiano sea cada vez más inverosímil, incluso para los propios marxistas. En el planteo de Marx subsiste una fe paradigmática en los ideales de una actitud general que se conoció bajo el nombre de la “Ilustración” (Aufklärung): la idea de que el progreso de la ciencia y de la técnica, bajo la supervisión de la razón humana, se vería acompañado inexorablemente de un progreso en el ámbito de la moralidad y de la política. Desde los orígenes de la Ilustración, el impacto del avance de la ciencia no se consideraba, en primera instancia, desde la perspectiva de una extensión de las fuerzas 4 productivas y un refinamiento de las técnicas administrativas, sino en términos de sus efectos sobre el contexto cultural de la vida. Condorcet, prócer de este ideario, izó los presupuestos básicos de la doctrina ilustrada. Según él, al modelo de racionalidad de la filosofía de la historia lo establecen las ciencias matemáticas de la naturaleza. El núcleo de éstas lo compone la Física de Newton, ya que en ella se ha descubierto el método mediante el cual los enigmas de la Naturaleza pueden ser develados. La observación, la experimentación y el cálculo son los tres instrumentos con que la Física lleva a término su empresa. Teniendo como fundamento este planteo general, lo que Condorcet pretende es presentar a la historia de la humanidad como proceso de racionalización, formulando una serie de consideraciones que se podrían resumir en lo esencial a cuatro puntos: a) En primer lugar, Condorcet interpreta el concepto de perfección según el modelo del progreso científico. La perfección se identifica aquí con el progreso pero de modo completamente distinto a la interpretación aristotélica. No habría un telos dentro de la cosa en sí sino que la perfección estaría dada por la relación establecida por la naturaleza entre nuestros medios para descubrir la verdad y la resistencia que la naturaleza opone a nuestros esfuerzos. b) Entre las resistencias figura el prejuicio y la superstición devenidos de las ataduras impuestas por la tradición. Frente al poder de la tradición, a las ciencias le compete una función ilustrada. Por ello el progreso científico sólo puede convertirse en racionalización de la vida social si los científicos asumen la tarea de la educación pública con la finalidad de convertir los principios de su propio trabajo, basado en la propia razón, en principios del comercio y del trato social. c) El concepto de Ilustración sirve de puente entre la idea de progreso científico y la convicción de que las ciencias pueden servir también al perfeccionamiento moral del hombre. Concordet cuenta en las cuestiones práctico-morales, al igual que en las cognitivas, con la posibilidad de aprendizaje y de una organización científica de los procesos de aprendizaje. d) Por último, si la ilustración puede apoyarse en ciencias humanas cuyo progreso esta metódicamente tan asegurado como el de las ciencias de la naturaleza, entonces, cabe esperar progresos no sólo en la moralidad de los individuos, sino también en las formas de convivencia civilizada. El progreso de esta civilización, Condorcet lo ve en la línea de una república que garantice las libertades civiles, de una organización internacional que asegure la paz perpetua, de una sociedad que acelere el crecimiento económico y el progreso técnico y acabe con las desigualdades, o al menos las compense. No muy lejos de la órbita de Condorcet, tal vez fue Kant quien dio la apreciación positiva más general del movimiento iluminista al responder a la pregunta “¿Qué es la Ilustración?”: “La ilustración consiste en el hecho por el cual el hombre sale de la minoría de edad. Él mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad, cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la Ilustración.”ii Esta mayoría de edad se alcanza cuando la razón - más precisamente, el uso público de la propia razón, como expresa Kant en la Filosofía de la Historia - se erige en el criterio de todo, en cualquier dominio, y se torna la única autoridad absoluta, autónoma, es decir, su propia ley; de ahí que mediante la “luz” de la razón todo pudiese ser resuelto. Y ésta es la causa del optimismo extremo de la Ilustración y de la idea del progreso incesante hasta la plena realización de la “especie” humana, progreso que significaba la autonomía del individuo y la condición necesaria para liberar a la sociedad del sufrimiento innecesario por ser el mismo hombre su culpable. 5 Pero la feliz autocomplacencia en los recursos de la razón humana y en su avance ininterrumpido sobre las limitaciones que la naturaleza imponía, que ocupó al pensamiento desde el siglo XVIII hasta principios del XX, se topó con el implacable devenir de la experiencia histórica. Así, las ilusiones que trajo consigo la Ilustración con su panegírico del progreso lineal, necesario e ineluctable, de la humanidad hacia un paraíso terrenal, se vieron fatalmente diluidas por la barbarie tanto del fascismo como del stalinismo, de Hiroshima, de Auschwitz, del Gulag. Con profunda desesperación, como quien vislumbra la forma de un monstruo aproximándose al franquear un rayo la noche, el hombre encontró que la ciencia y la técnica, aquellas que iban a librarlo de los problemas derivados del oscurantismo metafísico y de las desviaciones de la física, se mostraban implacablemente al servicio de la destrucción. Como escribe Berman, algunos espíritus vivenciaron el proceso caótico de la modernidad en su totalidad, en un momento en que el mundo todavía idolatraba con fervor los avances de la técnica y de la ciencia. Viendo con los ojos que hay que ver, como enseña Platón, pensadores tan diversos como Pascal, como Kierkegaard, como Nietzsche, o como Marx, ya intuían, en su tiempo, que algo trágico se estaba gestando. Pero fue Max Weber quien puso directamente en cuestión todos los dogmas de la fe de la Ilustración sin renunciar, empero, a entender la modernización de la sociedad europea como resultado de un proceso histórico universal de racionalización. Weber juzga el marco institucional de la economía capitalista y del estado moderno de un modo diferente a Marx: no como aquellas relaciones de producción que encadenan el potencial de racionalización que las fuerzas productivas despliegan, sino como aquellos subsistemas de acción racional con arreglo a fines en que se desarrolla el racionalismo de occidente. Sin embargo, teme como consecuencia de la burocratización una petrificación de las relaciones sociales que acaben por ahogar los impulsos motivacionales de que se nutre el modo racional de vida. En efecto, el crecimiento y la difusión de la racionalidad con arreglo a fines a todos los ámbitos de la vida social no confiere a la cultura moderna, como suponía la Ilustración, un sentido nuevo y desasociado de ilusiones. Si bien este proceso, afirma Weber, diluye paulatinamente las supersticiones y falacias heredadas de la tradición, no es veraz que otorgue un nuevo sustituto de las imágenes religiosas – metafísicas que antiguamente cumplían la función de dar sentido y unidad a la vida. Como reseña MacCarthy, “antes bien, el mundo desencantado queda desprovisto de todo sentido ético. Queda devaluado y objetivizado como material y marco para la persecución racional con arreglo a fines de los propios intereses de cada uno. Lo ganado en control se paga al precio de la pérdida de sentido.”iii Al quedar despedazada la unidad que los sistemas filosóficos metafísicos buscaban en Dios o en los fundamentos últimos del Ser, lo que queda en su lugar es una diversidad de esferas de valor y de estructuras de conciencia, guiadas cada una por su propia lógica interna. Basta meditar el concepto de racionalidad con arreglo a fines para establecer las consecuencias del desarrollo del análisis. En Economía y Sociedad, Weber la define como “la estructura de las orientaciones de acción tanto de los objetos del mundo exterior como de otros hombres, empleando esas orientaciones como condiciones o medios para la consecución de fines propios racionalmente ponderados.” iv También utiliza este término como sinónimo de racionalidad formal, compendiando, bajo este concepto, las determinaciones que hacen posible la “calculabilidad” y “previsibilidad” de las acciones: bajo el aspecto instrumental, la eficacia de los medios disponibles, y bajo el aspecto estratégico, la corrección en la elección de los medios para preferencias, medios y condiciones marginales dadas. La consecuencia del desarrollo ecuménico de esa racionalidad que evalúa los medios pero se desentiende de los fines, es, entonces, la imposibilidad de juzgar a los valores racionalmente; ellos sólo pueden elegirse. Por lo tanto, la unidad y el sentido del mundo occidental se obtienen mediante compromisos no racionales, donde se entronizan el cálculo y la técnica, junto con la organización y la administración. 6 La realización de la razón, que los filósofos ilustrados proyectaron como la panacea de Dios en la tierra resultó ser una jaula de hierro en la que el hombre está condenado a vivir. El proceso de desencantamiento y el de racionalización se tornan tan irreductibles como la pérdida del sentido y la pérdida de la libertad. Este análisis de Weber sobre la racionalidad impactó profundamente en el marxismo occidental. Tanto Luckács como Max Horkheimer y Theodor Adorno, interpretaron a Marx desde la perspectiva de aquél. Especialmente éstos últimos, sumidos en la desesperación de una situación sin esperanzas, se encontraron rendidos a la fuerza del diagnóstico weberiano. Tomando la noción de racionalidad formal, que ellos catalogaron bajo el nombre de racionalidad instrumental, Horkheirmer y Adorno sometieron a un examen riguroso la valoración positiva que Marx había hecho del progreso técnico-científico. Lo que para Marx representaba un potencial de liberación, era para ellos el núcleo de una dominación generalizada a todos los ámbitos de la vida. Es a la difusión de la racionalidad instrumental, subyacente en la cultura occidental del siglo XX, a la que los miembros de la Escuela de Frankfurt - Adorno, Horkheimer y también Marcusev - van a someter a una severa crítica: el decurso de la racionalización en Occidente no apunta, como proclamaban los ilustrados, al reino de la libertad, sino más bien a su contrario, hacia la más cruda barbarie. La crítica de la razón instrumental es un intento de dar cuenta del atolladero al que ha llegado la Ilustración, a su absurdo devenir histórico. Pero ¿cómo seguir pensando a la Ilustración como proyecto histórico incumplido, como una autosuperación de la razón entendida como ilustrarse la ilustración sobre sí misma, sin quedar prisioneros de la “jaula de hierro” que hablaba Max Weber? ¿cómo cumplir el sueño de Horkheimer de introducir razón en un mundo que la ha eclipsado? La primera generación de la Escuela de Frankfurt radicalizó la crítica de la razón instrumental a tal punto que se vio envuelta en aporías, de las cuales no dejaron de ser plenamente conscientes. Y esto queda asentado explícitamente en el prólogo a la “Diálectica de la Ilustración”: “La aporía ante la que nos encontramos en nuestro trabajo se reveló así como el primer objeto que debíamos analizar: la autodestrucción de la Ilustración. No albergamos la menor duda – y ésta es nuestra petitio principii – de que la libertad en la sociedad es inseparable del pensamiento ilustrado. Pero creemos haber descubierto con igual claridad que el concepto de este pensamiento, no menos que las formas históricas concretas y las instituciones sociales en que se halla inmerso, contiene ya el germen de aquella regresión que hoy se verifica por doquier.”vi De esta aporía es de donde parte el esfuerzo teórico de la segunda generación de la Escuela de Frankfurt, especialmente el de Jürgen Habermas. Para resolver dicha aporía propia de la Dialéctica de la Ilustración, para enfrentarse al diagnóstico weberiano compartido por los pensadores de la generación más antigua de Frankfurt, para justificar la posibilidad de una teoría crítica de la sociedad viable y no meramente negativa, no se requería más que repensar la cuestión de la racionalidad instrumental desbordando los límites de las condiciones de la filosofía de la conciencia. 7 LA CRÍTICA DE LA RAZÓN INSTRUMENTAL. Límites y posibilidades. Razón subjetiva, razón objetiva y cosificación. “Un hombre inteligente no es aquél que sólo sabe sacar conclusiones correctas, sino aquél cuyo espíritu se halla abierto a la percepción de contenidos objetivos, aquel que es capaz de dejar que actúen sobre él estructuras esenciales y de conferirles un lenguaje humano.” Max Horkheimer, “Crítica de la razón instrumental” “La mera disciplina usurpando el lugar de la lucidez” Jorge Luis Borges, “Nueva refutación del tiempo” Max Horkheimer resalta los inconvenientes en los que se encuentra el pensamiento positivista moderno cuyo modelo es el pensamiento calculador. Este tipo atolladero del pensamiento denunciado por Horkheimer tiene como blanco ejemplificador a Bertrand Russell. Este fue filósofo y científico; ejerció la lógica y la epistemología; también fue humanista, antibelicista y tuvo activa participación en movimientos pro derechos humanos. Sin embargo, al Russell científico le resultó irreductible concordar, sin desviarse de ciertos aspectos de su lógica antidialéctica, con el Russell humanista. “Un juicio de hechos – dice Russell – es capaz de poseer un atributo que se llama verdad y que éste le pertenezca o no le pertenezca, de un modo totalmente independiente de lo que uno pueda pensar al respecto... Empero... yo no veo ningún atributo análogo a la verdad que formara parte o no de un juicio ético. Debe concederse que la ética atribuye esto a una categoría distinta de la ciencia.”vii Pero Russell conoce los riesgos con que se enfrenta semejante postulado. “Un sistema inconsecuente puede sin duda contener menos falsedades que uno consecuente.” viii A pesar de su filosofía, que afirma que los valores morales supremos son subjetivos, parece distinguir las cualidades morales objetivas de los actos humanos y nuestra manera de percibirlos: “Lo que es terrible, quiero verlo como terrible.” ix Russell asume el albur de la inconsistencia y así, apartándose de la lógica antidialéctica, salva el abismo entre el humanista y el filósofo. Si fuese consecuente con la teoría cientificista, no tendría otro camino que admitir que no existen ni actos terribles ni condiciones inhumanas. Según este pensamiento, la afirmación de que la justicia y la libertad sean de por sí mejores que la injusticia y la opresión no es de ningún modo científicamente comprobable. En sí misma, suena tan desprovista de sentido como aseverar que Flaubert es mejor que Zolá o el amarillo más bello que el rojo. Esta imposibilidad del pensamiento de Russell es un ejemplo extensible contra todo el pensamiento positivista moderno. En convergencia con los análisis weberianos sobre la racionalización y la crítica a aquella estructura de conciencia cientificista que se mueve en la tradición de Marx-Lukács, Theodor Adorno y Max Horkheimer, a partir de los años cuarenta, radicalizan la crítica de aquellos a esa forma de razonar que llaman pensamiento identificante y razón subjetiva. Para ellos, básicamente, este tipo de pensamiento sirve a la capacidad de control técnico sobre, y a la ilustrada adaptación a, una naturaleza objetivizada en el círculo de funciones de la acción instrumental. Es, entonces, razón instrumental lo que subyace a esas estructuras de la conciencia. En la Crítica de la razón instrumental Horkheimer presenta la razón instrumental como “razón subjetiva” y la define como “la capacidad de clasificación, de conclusión y de deducción, 8 sin reparar en que consiste en cada caso el contenido específico, o sea el funcionamiento abstracto del mecanismo pensante.”x Para ella escasa importancia poseen los objetivos últimos salvo que se tornen medios para otro fin. “Si de todos modos se ocupa de fines, da por descontado que también estos son racionales en un sentido subjetivo, es decir, que sirven a los intereses del sujeto con miras a su autoconversación... La idea de un objetivo capaz de ser racional por sí mismo... sin referirse a ninguna especie de ventaja o ganancia subjetiva, le resulta a la razón subjetiva profundamente ajena...”xi Entendida de esta manera la razón subjetiva funciona como instrumento de autoconservación, en una lucha en que los sujetos se guían en sus acciones por convicciones subjetivas últimas, en principio irracionales e irreconciliables entre sí. En efecto, Horkheimer señala la idea de autoconservación como principio que arrastra a la razón hacia la estolidez, ya que cualquier objetivo que trascienda la subjetividad del autointerés queda despojado de cualquier tipo de racionalidad. Horkheimer comparte la idea de Weber de que la razón subjetiva no puede fundar sentido alguno, y, junto con la unidad del mundo de la vida, pone en peligro al sujeto socializado y a la integración de la sociedad. A este concepto de razón subjetiva, Horkheimer le contrapone el de razón objetiva. El resultado de ello es una perspectiva conectada con la Metafísica. Dice Habermas: “Ya no es Kant sino la Metafísica la que constituye el contraste propiamente dicho con una conciencia que sólo admite como racional la facultad de la racionalidad formal, es decir, ‘la capacidad de calcular probabilidades y de elegir así los medios adecuados para un fin dado’.”xii La expresión razón objetiva se vincula así al pensamiento ontológico que había impulsado el proceso de Ilustración y había entendido el mundo como parte de un orden cosmológico: “Tal visión afirmaba la existencia de la razón como fuerza contenida no sólo en la conciencia individual, sino también en el mundo objetivo: en las relaciones entre los hombres y entre clases sociales, en instituciones sociales, en la naturaleza y sus manifestaciones”. xiii Desde Platón hasta el idealismo alemán, grandes sistemas filosóficos se basaban sobre una teoría objetiva de la razón. “Ésta aspiraba a desarrollar un sistema vasto o una jerarquía de todo lo que es, incluido el hombre y sus fines. El grado de racionalidad de la vida de un hombre podía determinarse conforme a su armonía con esa totalidad.”xiv Sin embargo, dice Horkheimer, tal concepto de la razón no excluía jamás a la razón subjetiva, sino que la consideraba una expresión limitada y parcial de una racionalidad abarcadora, vasta, de la cual se deducían criterios aplicables a todas las cosas y seres. “El énfasis recaía más en los fines que en los medios. La ambición más alta de este modo de pensar consistía en conciliar el orden objetivo de lo racional, tal como lo entendía la filosofía, con la existencia humana, incluyendo el interés y la autoconversación...”xv En definitiva, los sistemas filosóficos de la razón objetiva implicaban la convicción de que es posible descubrir una estructura del ser fundamental o universal y deducir de ella una concepción acerca del destino humano. Lindando con la lógica histórica que había trazado Max Weber sobre la modernidad como proceso de racionalización, Horkheimer piensa que el mismo programa de la Ilustración centrado en el desencantamiento del mundo, que intentaba suplantar a la religión, no tenía como propósito eliminar la verdad objetiva sino intentaba sólo darle una nueva base racional. Este proceso puede rastrearse específicamente en el siglo XIV. Tratando de salvar la fe del avasallamiento de la razón objetiva, Guillermo de Occam estableció con su navaja los fundamentos de la separación entre los ámbitos de la fe y el saber. “Dios - nos dice Occam- puede hacer todo lo que, al ser hecho, no incluye contradicción” xvi De lo cual podemos inferir que intentar cifrar la Mente Divina es un error intolerable, porque pensarla es atribuirle una lógica humana. A Dios sólo se lo reconoce por la fe, dice Occam, y pensarlo con nuestra razón es tan antropomórfico como afirmar que Él tiene cara, ojos o manos. En efecto, Occam a través de sus conclusiones intentó deslindar del ámbito del saber científico al conocimiento de Dios. Con ello separó de un plumazo ámbitos que se reclamaban y se complementaban: la fe y el saber. Desde entonces, toda convicción religiosa se torna mero asentimiento subjetivo sin necesidad de estar acompañado de buenas razones que lo avalen. 9 La separación entre la razón y la religión señaló un paso más en el debilitamiento del aspecto objetivo de ésta y un grado mayor de su formalización, tal como se hizo evidente luego en el período histórico del iluminismo. Horkheimer manifiesta el carácter irónico que cobra el desmoronamiento de la credibilidad de las imágenes religiosas y metafísicas del mundo al ser víctimas del propio proceso de racionalización al que esas imágenes debían su nacimiento: “Tanto el contenido de la filosofía como el de la religión se vieron profundamente perjudicados por este arreglo aparentemente pacífico de su conflicto original. Los filósofos de la Ilustración atacaron a la religión en nombre de la razón; en última instancia a quienes vencieron no fue a la iglesia, sino a la metafísica y al concepto objetivo de la razón mismo: la fuente de poder de sus propios esfuerzos... Por último la razón, en cuanto órgano para la comprensión de la verdadera naturaleza de las cosas y para el establecimiento de los principios directivos de nuestra vida, terminó por ser considerada anacrónica... La razón se autoliquidó en cuanto medio de comprensión ética, moral y religiosa...”xvii La crisis interna de la razón radica, entonces, fundamentalmente en el hecho de que el pensamiento o bien a perdido la cualidad de concebir una objetividad integradora, o bien comenzó a combatirla como ilusión. Las esferas de valor normativa y expresiva quedan despojadas de toda pretensión inmanente de validez, por lo que se muestra inconcebible hablar de racionalidad práctica o racionalidad estética. No hay ninguna realidad en particular que pueda aparecer per se como racional. Como consecuencia de la subjetivización, la razón se formaliza. Las nociones fundamentales de belleza, justicia, libertad e igualdad, que en siglos anteriores eran inherentes a la razón, han perdido todo vínculo espiritual y se convierten en crasos envoltorios formales. Son metas o fines pero no hay ninguna instancia que pueda ser catalogada como racional que las autorice o les otorgue un valor o una vinculación con la realidad objetiva. Para la razón formalizada no es una realidad aquello que no pueda ser clasificado como hecho y calculado según probabilidades. Parejamente a la autodisolución de la razón, Horkheimer analiza la conexión que el proceso de racionalización social parece establecer entre la transformación de los ámbitos tradicionales de la vida en subsistemas de acción con arreglo a fines, por un lado, y el atrofiamiento de la individualidad, por otro. La pérdida de la identidad, tal como la concibe Horkheimer, la interpreta Habermas según sus propias categorías de análisis: “Esta destrucción de una identidad que el individuo sólo puede obtener de una interpretación por ‘categorías espirituales’ o principios, Horkheimer no sólo la pone en relación directa con la burocratización, sino que la refiere también al desprendimiento de los sistemas de acción racional con arreglo a fines respecto de la ‘cultura’, es decir, respecto de un horizonte de mundo de vida, vivido como racional. Cuanto más se transforman economía y Estado en la encarnación de la racionalidad cognitivo-instrumental y someten también a sus imperativos otros ámbitos de la vida, cuanto mayor es la fuerza con que arrojan a los márgenes todo aquello en que pudiera materializarse la racionalidad práctico-moral y práctico-estética, tanto menos apoyo encuentran los procesos de individuación en el ámbito de una reproducción cultural relegada al ámbito de lo irracional o reducida por entero a lo pragmático. En las sociedades premodernas ‘se daba todavía una sima entre cultura y producción. Esta sima dejaba abierta más salidas que la moderna superorganización, la cual atrofia al individuo convirtiéndolo en el fondo en una célula de reacciones funcionales. Las modernas unidades organizativas, lo mismo 10 que la totalidad del trabajo social, son componentes orgánicos del sistema económico-social’”xviii La disciplina que impone la organización de la producción en los individuos hace que cada vez más orienten sus acciones por los imperativos del aparato técnico. “ En la industria cultural el individuo es ilusorio no sólo debido a la estandarización de sus modos de producción. El individuo es tolerado sólo en cuanto su identidad incondicionada con lo universal se halla fuera de duda.”xix Los individuos ya no conducen sus acciones conforme al superyo freudiano sino que se adaptan cada vez más a las exigencias de su entorno. La aniquilación del recuerdo personal es consecuencia del hombre sometido a esos imperativos del aparato técnico – administrativo. La memoria propia, donde reside la identidad, es sustituida por una cadena de secuencias y de recuerdos extraños. No hay recuerdo propio, todo pasado es incierto e intemporal. Por ello, la vida del individuo se torna falsa y la experiencia artificial. La pérdida de la subjetividad ha sido tratada por la narrativa contemporánea como problema fundamental en las sociedades de Occidente. Los grandes relatos de Jorge Luis Borges giran sobre la incertidumbre de la historia personal y la consiguiente pérdida de la identidad. La disolución del sujeto es el tema principal de Deutsches Requiem, relato sobre el nazismo. Basta pensar en los laberínticos relatos de Kafka. En El proceso Josefh K. no puede recordar cuál ha sido su crimen. Es un sujeto cuyo pasado y cuya identidad son investigados. La tragedia de K. es que trata de recordar quien es. La delicada y bella pluma de Borges, también la profética de Kafka, entretejen el destino de la disolución del sujeto autorreflexivo: “Es sabido que la identidad personal reside en la memoria y que la anulación de esa facultad comporta la idiotez.”xx Juicio que no hubiese sido infiel a la pluma de Horkheimer y a la de Adorno. La memoria juega un rol decisivo en la comprensión de la crisis de la individualidad y de la civilización moderna por parte de la Escuela de Frankfurt. Uno de los costos mayores de la ciencia positivista y su idea de progreso, escribieron Adorno y Horkheimer en el aforismo Le prix du progres, era la represión del dolor y el sufrimiento causada por la dominación de la naturaleza. Debía comprenderse la naturaleza no solamente como algo externo al hombre, sino también como algo interno. El enemigo de la dominación de la naturaleza era la memoria de la naturaleza: "La naturaleza en sí no es buena, como lo pretendía el antiguo romanticismo, ni noble, como lo pretende el nuevo. Como modelo y meta, ella representa el antiespíritu, la mentira y la bestialidad; sólo en la medida en que es conocida y reconocida como tal se convierte en el impulso de lo existente hacia su propia paz, en la conciencia que ha animado desde el comienzo la resistencia imperturbable contra los jefes y colectivo. Lo que amenaza a la praxis dominante y a sus inevitables alternativas no es la naturaleza, con la cual más bien coincide, sino el hecho de que la naturaleza sea recordada."xxi Al olvidar a la naturaleza, el hombre moderno cae paradójicamente bajo el dominio de ella. Adorno y Horkheimer encadenan esta situación estrechamente con el progreso vertiginoso de la producción material: “El aumento de la productividad económica, que por un lado crea las condiciones para un mundo más justo, procura, por otro, al aparato técnico y a los grupos sociales que disponen de él una inmensa superioridad sobre el resto de la población. El individuo es anulado por completo frente a los poderes económicos. Al mismo tiempo, éstos elevan el dominio de la sociedad sobre la naturaleza a un nivel hasta ahora insospechado. Mientras el individuo desaparece frente al aparato al que sirve, éste le provee mejor que nunca.”xxii 11 Ahora bien, si cuanto más se transforman economía y Estado en la encarnación de la racionalidad cognitivo-instrumental y someten también a sus imperativos otros ámbitos de la vida, cuanto mayor es la fuerza con que arrojan a los márgenes todo aquello en que pudiera materializarse la racionalidad práctico-moral y práctico-estética, y tanto menos apoyo encuentran los procesos de individuación en el ámbito de una reproducción cultural relegada al ámbito de lo irracional o reducida por entero a lo pragmático, cabe preguntar cuál es la categoría teórica que utilizan Adorno y Horkheimer para analizar ese proceso que liga el abismo entre cultura y producción. Habermas encuentra en Lukács la clave para vislumbrar ese proceso en donde Adorno y Horkheimer se auxilian para salvar la sima entre los modos de organización y las formas de la vida material. Ese apoyo se encuentra en una categoría propia de la teoría marxista, la categoría de cosificación. Georg Lukács empleó esta noción en Historia y consciencia de clase con el propósito de elucidar la conexión entre la diferenciación de una economía capitalista regida a través de valores de cambio y la deformación de las formas de vida material, valiéndose para ello del modelo del fetiche: Dice Lukács: “... el problema de la mercancía aparece no como problema aislado, ni siquiera como problema central de la economía entendida como ciencia especial, sino como problema estructural central de la sociedad capitalista en todas sus manifestaciones vitales. Pues sólo en este caso puede descubrirse en la estructura de la relación mercantil el prototipo de todas las formas de objetividad y de todas las correspondientes formas de subjetividad que se dan en la sociedad burguesa.”xxiii Por “forma de objetividad” Lukács entiende, no sólo la forma de existencia o de pensamiento surgida históricamente que caracteriza la totalidad del nivel evolutivo de la sociedad, sino también las formas que mediatizan el enfrentamiento del hombre con su entorno y que determina la objetividad lo mismo de su vida interior que la de su vida externa. Esta forma de objetividad en la sociedad capitalista prejuzga las relaciones con el mundo, así como la manera en que los sujetos se refieren a algo en el mundo objetivo, en el mundo social y en el mundo subjetivo propio. Lukács percibe que este pre-juicio puede ser caracterizado como cosificación, es decir, como la transmutación de todas las actividades humanas en mercancías. Y la esencia de la mercancía se basa “en que una relación entre personas cobra el carácter de una coseidad y, de este modo, una ‘objetividad fantasmal’ que con sus leyes propias rígidas, aparentemente conclusas del todo y racional, esconde toda huella de su naturaleza esencial, el ser una relación entre hombres.” xxiv Las relaciones entre los hombres asumen entonces para ellos la forma fantasmagórica de una relación entre cosas. La causa de esta deformación, donde el hombre se enfrenta a su propia actividad como algo objetivo que lo domina a él mismo por leyes ajenas a lo humano, Lukács la ve en una forma de producción que descansa sobre el trabajo asalariado y que exige que una función del hombre devenga mercancía. Conectando a Lukács con Weber, Habermas arguye que Lukács razona esa tesis en varios pasos; a saber: Estudia el efecto cosificador que la forma mercancía ejerce a medida que se adueña del proceso de producción y muestra después que la cosificación de las personas y de las relaciones interpersonales en la esfera del trabajo social es solamente el reverso de la racionalización de ese sistema de acción. Al entender racionalización y cosificación como dos aspectos de un mismo proceso, Lukács puede desarrollar dos argumentos que se apoyan en el análisis de Weber y que, sin embargo, se dirigen contra sus consecuencias. Con el concepto de racionalidad formal Weber logra aprehender las analogías estructurales que la acción económica racional con arreglo a fines 12 tiene en otros ámbitos de la vida, sobre todo en la burocracia estatal. Pero, según Lukács, Weber no llega a entender el nexo causal que se oculta tras esas analogías, sino que desliga ‘los fenómenos de cosificación de la base económica de su existencia’ y los eterniza ‘como un tipo intemporal de posibilidades de relación humana’; pero sí que muestra que los procesos de racionalización social llegan a tener un efecto estructurador para la sociedad capitalista en su conjunto. Lukács hace suyo este análisis y lo interpreta en el sentido de que la forma de mercancía asume un carácter universal convirtiéndose así en la forma de objetividad simpliciter de la sociedad capitalista. Pero Lukács hace uso del concepto weberiano de racionalidad formal también en otro aspecto. Ese concepto constituye para él el puente entre la forma mercancía y la forma del conocimiento intelectivo analizado por Kant. Por esta vía Lukács reconduce el concepto de forma de objetividad al contexto de la teoría del conocimiento, de donde subrepticiamente se habían tomado, para llevar a cabo una crítica de la cosificación desde la perspectiva filosófica de la crítica de Hegel y Kant. Lukács toma de Hegel el concepto de totalidad de una vida organizada racionalmente y lo utiliza como criterio de la irracionalidad de la racionalización social. Con este recurso a Hegel, Lukács, si bien implícitamente, pretende dar un mentís a la afirmación central de Weber de que con la disociación de esferas culturales de valor atenida cada una a su propia lógica, queda definitivamente destruida la unidad de la razón que la Metafísica había supuesto, es decir, a la afirmación de que esa unidad no puede ser reconstruida ni siquiera dialécticamente.xxv En otras palabras, lo que Lukács pretendía a comienzos de los años veinte era responder al desafío que representaban las conclusiones de Weber para la teoría marxista, especialmente en su forma cientificista. Aunando el análisis de los procesos de burocratización y de racionalización con la crítica de la economía política, Lukács reinterpreta el proceso de racionalización en términos de cosificación de la conciencia y lo hacía derivar del fetichismo de la mercancía analizado por Marx. De esta forma, la racionalización podía ser considerada como consecuencia de la universalización de la forma mercancía en la sociedad capitalista. La universalización de las relaciones mercantiles transformadas en una cosa de ‘fanstasmal objetividad’, no se detiene, según Lukács, con la conversión de todos los objetos de la necesidad en mercancías. Más aún, el fetichismo de la mercancía “...imprime su estructura a toda la conciencia del hombre: sus cualidades y capacidades dejan ya de enlazarse en la unidad orgánica de la persona y aparecen como ‘cosas’ que el hombre ‘posee’ y ‘enajena’ exactamente igual que los diversos objetos del mundo externo. Y, como es natural, no hay ninguna forma de relaciones entre los hombres, ninguna posibilidad humana de dar vigencia a las ‘propiedades’ psíquicas y físicas, que no quede crecientemente sometida a esa forma de objetividad.”xxvi A pesar de ver a la racionalidad formal universalizada en la sociedad capitalista, Lukács no se deja arrastrar por el diagnóstico pesimista de Weber. Su optimismo se fundamenta en que el hundimiento del capitalismo crearía la posibilidad objetiva de superar la reificación xxvii de la conciencia. La evolución de la racionalización tiene que chocar inevitablemente con sus propios límites internos, ya que esa “racionalización aparentemente integral del mundo”, que horada hasta lo más profundo del ser físico y psíquico del hombre, encuentra sus límites en el carácter formal de su propia racionalidad. Además, si bien escamoteada por la forma de objetividad propia del capitalismo, la esencia humana del trabajador constituye un receptáculo de resistencia contra la racionalización - ya que subsiste como tal. Sumergido en una filosofía objetivista de la historia, Lukács, dice Habermas, “no solamente tiene que disponer de la perspectiva conceptual desde la que conocer la unidad de los momentos, abstractamente disociados, de la razón, sino que además tiene que autoatribuirse la capacidad de identificar a los sujetos que han de establecer prácticamente esa unidad y de 13 señalarles el camino.”xxviii De ahí que el joven Lukács complete su teoría de la cosificación con una teoría de la conciencia de clase que enaltecía la conciencia del proletariado como sujeto-objeto de la historia. Por ello que la tentativa motora de Lukács de develar tras el concepto weberiano de racionalización los contenidos específicamente político-económicos del proceso de industrialización capitalista, era, según refiere Albrecht Wellmer, una parte de una empresa asaz ambiciosa con la que aguardaba reconstituir la dimensión filosófica de la teoría de Marx. Si dicha incursión fracasó fue por la irónica circunstancia de que dicha reconstrucción del marxismo estaba conectada afirmativamente con el idealismo objetivo de Hegel.xxix Las espaciosas transcripciones expuestas arriba allanan el camino que posibilita transitar con más hondura en el inestable y aporético mundo de la crítica de la razón instrumental ejercida por Adorno y Horkheimer, y entrever por qué Habermas considera que aquella crítica “se entiende a sí misma como crítica de la cosificación”, basada en la lectura de Lukács “pero sin asumir las consecuencias de una filosofía objetivista de la historia” xxx Las aporías de la razón: filosofar entre escombros “La cosificación es la figura deformada de lo que habría que amar.” Theodor Adorno, “Dialéctica negativa” El pensamiento de Adorno y de Horkheimer estuvo innegablemente cercenado por tres experiencias históricas: la evolución soviética, el fascismo y el poder integrador de los Estados Unidos. Es inconcebible cualquier interpretación legítima que no valore dichas experiencias. El desmoronamiento de las expectativas revolucionarias - expectativas que Lukács había concentrado en el potencial subjetivo del proletariado - se veía confirmado empíricamente. La perversión del contenido humano en el socialismo estalinista, el asombroso poder de integración que demuestra tener la racionalización cuando penetra en el ámbito cultural y el fracaso del movimiento obrero en todas las sociedades capitalistas fueron las condiciones históricas que obligaron a los integrantes de la Escuela de Frankfurt a alejarse del marxismo ortodoxo y de las consecuencias de una filosofía objetivista de la historia asumida por el propio Lukács en su teoría de la cosificación.xxxi Aunque se atienen en lo fundamental a la crítica que Lukács hace a Marx acerca de la valoración positiva de éste a las ciencias modernas, Adorno y Horkheimer llevan a sus últimas consecuencias dicha crítica y, contrariamente a Lukács, consideran que las fuerzas productivas técnico-científicas se funden con las relaciones de producción y pierden su capacidad de hacer estallar el sistema. Es la desventura de la experiencia la que quebranta los fundamentos de la teoría de la cosificación de Lukács, ya que ésta no puede explicar por razones empíricas porque la naturaleza subjetiva de las masas se ha visto arrastrada sin resistencia por el torbellino de la racionalización social. En definitiva, para Adorno y Horkheimer, del proceso implacable de la Ilustración no se salva ninguna esfera, ni siquiera la subjetividad. El dominio sobre la naturaleza propio del mundo ilustrado no se paga sólo con la alienación de los hombres con respecto a los productos de su trabajo; además “con la reificación del espíritu fueron hechizadas las mismas relaciones entre los hombres, incluso las relaciones de cada individuo consigo mismo. Éste se convierte en un nudo de reacciones y comportamientos convencionales, que objetivamente se esperan de él.” xxxii También tanto Horkheimer como Adorno se separan de Lukács por motivos teóricos. La separación se torna necesaria por el hecho de que la teoría de Lukács se conecta afirmativamente con la lógica hegeliana, de la cual los frankfurdianos han dejado de confiar. Sin embargo, esto no significa que abandonen el enfoque de Lukács sobre la crítica al fetichismo de la mercancía a la 14 cual siguen sujetos. Pero ¿cómo la teoría de Lukács ha de explicar el hecho de que el capitalismo aumente las fuerzas productivas y domestique simultáneamente las resistencias subjetivas? Lukács lo explica basándose en una lógica, según la cual el proceso de cosificación tiene que conducir por su propia fuerza a su autosupresión en la conciencia de clase del proletariado. Esta lógica se apoya, a su vez, tácitamente en la urdimbre del pensamiento hegeliano. Para Hegel, el automovimiento del Espíritu es un movimiento necesario. El Espíritu, que es, según él, el Todo y fundamento de todo, está en constante contradicción. La contradicción genera el movimiento del mundo. Además, el Espíritu tiene la propiedad de no sólo ser en-sí, como la Naturaleza, sino también para-sí, es decir, el ponerse de un modo inmediato e independiente de cualquier otra cosa. Para pasar del en-sí al para-sí el Espíritu necesita actualizarsexxxiii y lograr así tener conciencia de sí mismo. Para ello necesita del movimiento, de la historia. En ese movimiento todos los momentos transcurridos son manifestaciones del Espíritu. Cada uno de esos momentos al participar del Espíritu, de la Razón, también son racionales. “Todo lo real es racional y todo lo racional es real”, afirma como es fama Hegel. La verdad es el Todo logrado en el desarrollo donde el Espíritu se enriquece a sí mismo. Ese enriquecimiento es la autoconciencia, el conocimiento. Por lo cual es tarea de la filosofía, entendida como ciencia, insertar cada proposición en el contexto de la Totalidad para que sea verdadera. Si bien Lukács criticó la lógica hegeliana, implícitamente arrastra sus consecuencias. Horkheimer y Adorno, en cambio, tratan de evitarlas: no todo lo real es racional y así lo demuestra con cruda evidencia tanto Auschwitz como la cultura de masas. Ya en sus primeros escritos filosóficos, Adorno cuestiona como ilusión la pretensión de la filosofía de abrazar la totalidad de lo real: “Quien hoy elija por oficio el trabajo filosófico, ha de renunciar desde el comienzo mismo a la ilusión con que antes arrancaban los proyectos filosóficos: la de que sería posible aferrar la totalidad de lo real por la fuerza del pensamiento. Ninguna Razón legitimadora sabría volver a dar consigo misma en una realidad cuyo orden y configuración derrota cualquier pretensión de la Razón; a quien busca conocerla, sólo se le presenta como realidad total en cuanto objeto de polémica, mientras únicamente en vestigios y escombros perdura la esperanza de que alguna vez llegue a ser una realidad correcta y justa. La filosofía que a tal fin se expende hoy no sirve para otra cosa que para velar la realidad y eternizar su situación actual.”xxxiv Después del horror de la Segunda Guerra, el mismo Adorno enfatiza irónicamente esa ilusión deplorando toda pretensión de pensamiento sistemático. En Justificación de la filosofía expresa: “La filosofía que se plantease todavía como total, en cuanto sistema, llegaría, sí, a ser un sistema, pero del delirio”xxxv. Pero Adorno sigue creyendo que una sociedad verdaderamente humana es inseparable del pensamiento ilustrado y asume los riesgos de la ironía del filosofar. “Si hace entrega, sin embargo, de esa aspiración de totalidad; si no aspira ya más a desplegar desde sí misma el todo, que ha de ser la verdad, cae en conflicto con su tradición entera. Este es el precio que ha de pagar por nombrar, curada del propio sistema de delirio, el de la realidad.” xxxvi Cabe preguntar, si es que la filosofía ya no puede suponerse a sí misma en posesión de lo Absoluto, si ya no se puede aceptar la idea de reconciliación de Naturaleza y Espíritu recurriendo a Hegel, ¿cuál es la base normativa teórica que fundamenta la teoría crítica? Este problema se manifiesta con vehemencia en los años cuarenta cuando Adorno y Horkheimer giran completamente hacia la crítica de la razón instrumental.xxxvii Es Jürgen Habermas quien envuelve a sus antecesores en sus propias redes y quien alerta del problema en que se encontraba sobre todo Horkheimer al exhortar tanto al positivismo como al neotomismo a dar cuenta críticamente de sus propios fundamentos. En el capítulo sobre “Panaceas universales opuestas”, Horkheimer analiza las reacciones opuestas tanto del positivismo como del neotomismo en relación con la crisis de la razón objetiva y su perversión en razón subjetiva. Para él, el neotomismo representa a todas aquellas tentaciones de renovar la 15 pretensión ontológica de la filosofía de entender al mundo en su conjunto, y de volver a reconstruir metafísicamente los momentos dispersos en la evolución cultural del mundo moderno. Este intento de reanimar pretéritas teorías medievales es del todo artificial, ya que al basarse en la idea de lo absoluto reducen a este a un medio y la razón objetiva se convierte “en un proyecto destinado a fines subjetivos, por más generales que estos puedan ser.”xxxviii Mas con esta crítica Horkheimer no se inclina en medida alguna hacia una postura positivista. Lo que ataca es la falta de complementariedad entre la compresión positivista de la ciencia y una metafísica que elude la problemática científica sin contribuir a su comprensión. “Tanto el positivismo como el neotomismo constituyen verdades limitadas que ignoran la contradicción inherente a sus principios. En consecuencia, ambos intentan arrogarse un papel despótico en el dominio del pensamiento.”xxxix El positivismo comparte el error del neotomismo, salvo que en vez de absolutizar acríticamente a Dios, lo hace con el método científico. “Para ser autoridad absoluta, la ciencia ha de justificarse en cuanto principio espiritual.”xl Aquí es donde Habermas encuentra una de las aporías fundamentales que le sirven de base para formular un cambio de paradigma en la teoría de la sociedad. Si la idea de razón objetiva es irrecuperable en la sociedad de su época, ¿cuál es el criterio en que se basa su propia crítica a la limitada verdad de la ciencia? Habermas considera que dos son los caminos posibles para salir de dicha aporía y que ya en Horkheimer se vislumbraban ambiguamente. “Ese criterio, o bien ha de tomarlo de una teoría que explique los fundamentos de las ciencias modernas de la naturaleza, de la sociedad y del espíritu en el horizonte de un concepto más amplio de verdad y de conocimiento, o en caso de que tal teoría no exista, o no exista todavía, a Horkheimer no le queda más remedio que recorrer el pedregoso camino de una crítica inmanente de la ciencia y obtener el buscado criterio a partir de una autorreflexión que sea capaz de penetrar en los fundamentos que las estructuras de acción y el contexto de emergencia de la teorización científica y del pensamiento objetivante en general tienen en el mundo de la vida.”xli Lo que en definitiva reclamaba Horkheimer, es para Habermas un primer paso hacia la autorreflexión de la ciencia, autorreflexión que se ha cumplido luego tanto en el ámbito de la filosofía analítica (con Popper, Lakatos, Kuhn, Feyerabend), como en el ámbito de la disputa de los fundamentos metodológicos en ciencias sociales. Pero tanto Horkheimer como Adorno no vieron su tarea en una crítica material de la ciencia y conectar la situación de derrumbe de la razón objetiva con un concepto más amplio de conocimiento, abriendo paso así a un concepto de racionalidad que no corra el riesgo de quedar prisionero del derrumbamiento de aquella razón. El punto de vista de Habermas acuerda en general con la necesidad de una crítica a la razón instrumental que devuelva a la teoría crítica una dimensión filosófica, tal como se reflejaba tenuemente en el pensamiento marxista. Pero descarta todo rechazo romántico de la ciencia y la tecnología. Para el Habermas de “Ciencia y Técnica como ‘Ideología’”, mientras las formas históricamente específicas de ciencia y tecnología dependen de relaciones institucionales que son variables, sus estructuras lógicas básicas se fundan en la misma naturaleza de la acción con respecto a fines. Y mientras esta situación no varíe, mientras los hombres tengan que buscar su propia autoconservación y hayan de emanciparse de la necesidad material mediante el trabajo social, ayudándose de medios que faciliten ese trabajo, no puede existir un reemplazo más humano del progreso científico-técnico. De lo que se trata es de ubicar a esta razón cognitivo-instrumental adecuadamente dentro de una teoría comprensiva de racionalidad.xlii Lo que necesita la sociedad actual, a juicio de Habermas, no es una crítica de la ciencia y de la tecnología como tales sino una crítica de su totalización, de su identificación con el todo de la racionalidad. “Para ello hay que distinguir entre distintas formas de razón y de racionalización. En particular, la noción de racionalidad que caracteriza al medio de la interacción social debe ser rescatada de las restricciones que el positivismo impone al discurso con sentido.” xliii 16 Thomas McCarthy elucida a grandes rasgos el primer paso que toma Habermas en dirección a una teoría más amplia de la racionalidad, descomponiendo el concepto marxista de “actividad humana sensible” en dos dimensiones analíticamente distinguibles: la de trabajo o acción racional con respecto a fines, y la de interacción social o acción comunicativa, cuyos procesos de racionalización divergen en ambos ámbitos. McCarthy reseña como funcionan estas primeras distinciones habermasianas en el desarrollo de la especie humana: “Los sistemas sociales extienden su control sobre la naturaleza externa con ayuda de fuerzas de producción. Para ello precisan de conocimientos técnicamente utilizables, que necesariamente incorporan supuestos empíricos, los cuales comportan pretensiones de verdad. La ‘naturaleza interna’ es adaptada a la sociedad con ayuda de estructuras normativas en las que son interpretadas las necesidades y en las que las acciones se convierten en prohibidas, permitidas u obligatorias. Esto tiene lugar en el medio de normas que requieren justificación. Sólo sobre la base de una distinción entre trabajo según reglas técnicas e interacción según normas válidas podemos reconstruir el desarrollo de la especie humana como un proceso histórico de desarrollo tecnológico e – interdependientemente – de desarrollo institucional y cultural. No debe identificarse emancipación política y progreso técnico. Mientras que la racionalización en la dimensión de la acción instrumental significa el crecimiento de las fuerzas productivas y la extensión del control tecnológico, la racionalización en la dimensión de la interacción social significa la extensión de una comunidad libre de dominio.”xliv Habermas reconoce que Adorno y Horkheimer tuvieron los elementos para dar este paso y que, sin embargo, sometieron a la razón instrumental a una crítica inflexible. Tales filósofos fueron conscientes de la aporía que significa pensar a la razón subjetiva desde una tradición ilustrada que asumían, pero que consideraban completa y perversamente trastocada en razón cosificada. Es pertinente y válido preguntar con Habermas desde dónde activan su filosofía Adorno y Horkheimer si la perspectiva desde la que someten a crítica a la razón instrumental estaba irrevocablemente destruida; pero cualquier análisis carecería de justicia si no reivindicara el esfuerzo filosófico de aquellos intelectuales de decir lo indecible, donde lo trágico e irreconciliable constituyeron la trama del pensamiento, en una realidad que muestra en toda sus formas lo irracional de lugares racionalmente organizados como lo fueron Auschwitz o el Gulag soviético. Como señaló George Friedman, “Auschwitz era un lugar racional, pero no razonable.”xlv Ni una desesperada reconstrucción de los sistemas de la razón objetiva, ni una crítica inmanente a la ciencia misma. Ninguno de los dos subterfugios era viable para Adorno y Horkheimer. Ambos eran limitados en su no-verdad. Habermas advierte que los autores de la Dialéctica de la Ilustración tuvieron ante sí el problema de su mediación y que, sin embargo, no siguieron las huellas que permitirían su posible solución: aquella “que discurre a través del sentido propio de los diversos complejos de racionalidad y a través de los procesos de racionalización social escindidos según los distintos aspectos universales de validez, y que nos permita presumir una unidad de la racionalidad bajo la envoltura de una práctica cotidiana racionalizada y a la vez cosificada.” xlvi A otro rumbo atendieron sus predecesores. Con el tenaz propósito de salvar a la Ilustración, sin recurrir a la inconcebible idea de reconciliación tal como se plasmaba en Hegel, Adorno y Horkheimer optaron por seguir el rastro del proceso de ilustración hasta los orígenes mismos de la razón instrumental. En efecto, indagan al mecanismo causante de la cosificación en los propios fundamentos antropológicos de la historia de la especie, concretamente, de una especie que tiene que reproducirse mediante el trabajo. 17 Expandida ahora hasta los principios de la historia universal, la Ilustración se autodestruye porque en su origen se configura como tal bajo el signo del dominio sobre la naturaleza. Y se autodestruye porque este dominio conlleva una lógica implacable que termina volviéndose contra el sujeto dominante, reduciendo su propia naturaleza interior a substrato de dominio: “Los hombres pagan el acrecentamiento de su poder con la alienación de aquello sobre lo cual lo ejercen. La Ilustración se relaciona con las cosas como el dictador con los hombres. Este los conoce en la medida en que puede manipularlos. El hombre de la ciencia conoce las cosas en la medida en que puede hacerlas. De tal modo, el en sí de las mismas se convierte en para él. En la transformación se revela la esencia de las cosas siempre como lo mismo: como materia o substrato de dominio. Esta identidad constituye la unidad de la naturaleza.”xlvii Lo que aquí se denuncia como falsa identidad no es al dominio sobre la naturaleza en cuanto tal, cosa que implicaría la inexistencia del sujeto. La acusación apunta a la Ilustración, pero en cuanto se ha pervertido en razón instrumental. Nada más desatinado que concebir, en consecuencia, un romántico renunciamiento a la razón en favor de la naturaleza en el pensamiento de los miembros de Frankfurt. La superación de la escisión entre naturaleza y razón no puede ser entendida, para ellos, al margen de la razón misma. Sin embargo, no declinan su pensamiento a la formulación de utopías redentoras. Martin Jay expresa que “la renuencia de la Escuela de Frankfurt a bosquejar una visión utópica reflejaba la convicción de sus miembros de que la filosofía sola nunca podría lograr una verdadera reconciliación. Como había afirmado Marx, el reino de la libertad no podía ser imaginado por hombres que todavía no eran libres.”xlviii Si la filosofía ya no se halla habilitada a dar cuenta de una noción de verdad y que sin embargo reclama, se encuentra ella misma ante una nueva paradoja. Habermas la razona del siguiente modo: por un lado, proclama la necesidad de un concepto de verdad que habría de explicarse utilizando como guía la idea de una reconciliación universal, que posibilite la emancipación tanto de la naturaleza interior como exterior; por otro, debido a sus propias posturas, Adorno y Horkheimer sólo pueden limitarse a sugerir ese concepto de verdad, puesto que si quisieran explicar sus determinaciones que en modo alguno pueden ser inherentes a la razón instrumental, tendrían que estribar en una razón anterior a la razón. Una facultad asoma como capacitada para ocupar el sitio que dejó vacío la razón objetiva en su misión de descubrir la verdad: ella es la mimesis. Mas esta facultad mimética, para Adorno y Horkheimer, bajo el influjo de la razón instrumental, sólo puede hablar como un fragmento opaco de naturaleza. “La Dialéctica de la Ilustración se convierte en algo paradójico: señala a la autocrítica de la razón el camino que conduce a la verdad, cuestionando simultáneamente la posibilidad de que en esta etapa de consumado extrañamiento la idea de verdad resulte todavía accesible”xlix La imposibilidad del discurso teórico que marcaban Adorno y Horkheimer en la Dialéctica de la Ilustración de dar con un concepto de verdad, sin recurrir a una sistema de razón objetiva que consideraban ideología, hizo que disminuyeran a cero las posibilidades de poder cumplir con las promesas del proyecto histórico de la Ilustración. Desde esta imposibilidad parte el esfuerzo teórico de Jürgen Habermas de rehabilitar una noción de racionalidad que supere las aporías en las que ve vieron inmersos Adorno y Horkheimer. Para él, todos los intentos de salvar a la Ilustración fracasaron puesto que descansaban en un paradigma de la razón que estaba configurado según el modo de relación sujeto-objeto, desde el que es imposible superar la instrumentalización de la razón. No bastaba “el recuerdo de la naturaleza”, como con desasosiego pretendía Adorno; era preciso también “el recuerdo del lenguaje de la razón”l, según la expresión de Wellmer, para salir de la aporía. El abandono del paradigma de la filosofía de la conciencia y su sustitución por una teoría de la comunicación, es decir, por el paradigma de la racionalidad comunicativa, permitiría, según Habermas, un replanteamiento de las tareas que tiene pendiente la Teoría Crítica de la sociedad. 18 Hacia un concepto de racionalidad ampliado. “La renuncia a la universalidad de la razón es razonable cuando significa la renuncia a la razón como dominio, pero es cinismo cuando implica la reducción de la razón al propio dominio.” Juan José Sánchez, “Introducción” a la D.I El atolladero al que ha llegado el proyecto ilustrado radica en el agotamiento del aparato conceptual que lo ha sustentado. La crítica de la razón instrumental no escapa de tal destino ¿Cómo delatar como mal a aquello que no puede referir, sin temor de afirmar y así perpetuar una realidad trastocada en delirio? Pregunta miliar que retumba en cada intersticio de su obra como una imposibilidad invulnerable. Habermas salvaguarda a sus antecesores de Frankfurt reviviéndolos en todas sus limitaciones y potencialidades. No los trata como inmóviles piezas de museo ni con llana condescendencia. Introduce nuevamente la aporía en el centro del debate y la reproduce, pero, ahora, sin el pretérito desasosiego que experimentaron aquellos. Como afirma Agnes Heller, “Habermas a tratado, con éxito, de combinar filosofía crítica y positiva. Esta combinación supone que la teoría crítica deja de ser dialéctica negativa y la filosofía positiva deja de ser positivismo... Una filosofía crítica positiva es como tal un proyecto osado en nuestra época.”li Empresa que, sin embargo, hubiese resultado sospechosa en la década del cuarenta. El evitar todo intento de pensamiento que no se piense contra sí mismo fue una premisa que enarbolaron los miembros de la Escuela de Frankfurt en aquella drástica época, aunque con ello se diluyan las posibilidades de la teoría de dar cuenta de una explicación en cuanto tal de la barbarie. En efecto, la imposibilidad de integrar conceptos positivos hace que lo que Adorno y Horkheimer denuncian como barbarie, no lo pueden explicar en su carácter de tal, ya que el marco de pensamiento de la razón instrumental carece de la destreza teórica para referirse a la integridad de aquello que dice destruido por la razón cosificada. Si se refieren a la integridad – como reconciliación – lo hacen de un modo indirecto, bajo el velo de la mimesis. Ésta designa un comportamiento entre personas en que la una se asimila a la otra. Aluden con ello, a una relación en que el extrañamiento que experimenta la una al seguir el modelo de la otra no implica una pérdida sino un enriquecimiento. La posibilidad del impulso mimético como resistencia contra la razón instrumentalizada no es negada por Habermas. Pero es sólo abandonando el paradigma de la filosofía de la conciencia como el núcleo racional de las operaciones miméticas puede ser descubierto, es decir, desligándose del paradigma de un sujeto que se representa los objetos y que se forma en el enfrentamiento con ellos por medio de la acción. El sustituto propuesto es el paradigma de la filosofía del lenguaje, del entendimiento intersubjetivo, donde el aspecto cognitivo instrumental no es eliminado sino que es insertado en el concepto, más amplio, de racionalidad comunicativa. Por lo tanto, para sentar las bases de una Teoría Crítica de la sociedad urge un desplazamiento en el foco de investigación: de la racionalidad instrumental a la racionalidad comunicativa; de la acción teológica a la acción comunicativa. “El fenómeno que hay que explicar no es ya el conocimiento y sojuzgamiento de una naturaleza objetivada tomados en sí mismos, sino la intersubjetividad del entendimiento posible, y ello tanto en el plano interpersonal como en el plano intrapsíquico.”lii El lenguaje adquiere un rango central en la noción de acción comunicativa. En él tiene lugar un tipo de procesos de entendimiento en cuyo transcurso los participantes, al relacionarse con el mundo, se presentan unos a otros con pretensiones de validez que pueden ser reconocidas o sometidas a crítica. El sujeto que se oriente al entendimiento tendrá que poner de manifiesto tres pretensiones de validez: a) la pretensión de que el enunciado que hace sea verdadero (verdad); 19 b) de que el acto de habla sea correcto en relación con el contexto normativo vigente (rectitud) y c) de que la intención expresada por el hablante coincida realmente con lo que él piensa (veracidad).liii Desde esta perspectiva es posible el acceso a una noción de razón ampliada donde las ideas de reconciliación y de libertad – irrecuperables en la teoría de Adorno y Horkheimer - se interpreten en clave de una forma de intersubjetividad que de cabida tanto a un entendimiento no coactivo entre los individuos en su trato mutuo, como a la identidad de un individuo capaz de entenderse consigo mismo sin coacciones. Habermas explica el desalojamiento del lugar preponderante de la racionalidad instrumental por la noción de racionalidad comunicativa del siguiente modo: “Para ésta (la racionalidad comunicativa) lo paradigmático no es la relación de un sujeto solitario con algo en el mundo objetivo, que pueda representarse y manipularse, sino la relación intersubjetiva que entablan los sujetos capaces de lenguaje y de acción cuando se entienden entre sí sobre algo en el mundo. En este proceso de entendimiento los sujetos, al actuar comunicativamente, se mueven en el medio del lenguaje natural, se sirven de interpretaciones transmitidas culturalmente y hacen referencia simultáneamente a algo en el mundo objetivo, en el mundo social que comparten y cada uno a algo en su propio mundo subjetivo.”liv Los atributos del espíritu, desde el horizonte de la filosofía de la subjetividad, consistían en la representación y la acción. Desde allí el sujeto se refiere a los objetos, o bien para representárselos tal cual son, o bien para producirlos tal cual deben ser; pero desde la perspectiva de la teoría de la comunicación cobra relevancia el entendimiento mutuo basado en el reconocimiento libre de coacciones. Con ello, no se alude a un acuerdo fáctico, sino a un proceso de recíproco entendimiento, que coordina las acciones de los participantes en base de una motivación por razones. Habermas remarca la necesidad de la noción de entendimiento de conllevar la apostilla “no coaccionado”. El sentido que se le da a este concepto tiene un carácter normativo: “Entendimiento significa comunicación enderezada a un acuerdo válido. Es precisamente esto lo que nos autoriza a abrigar la esperanza de obtener, a través de la clarificación de las propiedades formales de la interacción orientada al entendimiento, un concepto de racionalidad que exprese la relación que entre sí guardan los momentos de la razón separados de la modernidad, ya los rastreemos en las esferas culturales de valor, en las formas diferenciadas de argumentación o en la propia práctica comunicativa cotidiana, por distorsionada que ésta pueda ser.” lv Con este modelo de acción comunicativa se presupone “que los participantes en la interacción movilizan expresamente el potencial de racionalidad que... encierran las tres relaciones del actor con el mundo, con el propósito, cooperativamente seguido, de llegar a entenderse.”lvi Así, el pesimismo, tanto de Weber como de Horkheimer, ante la imposibilidad racional de poder llegar a reconstruir los momentos aislados de la razón, no encuentra justificación en la visión de Habermas. El edificio teórico de la Ilustración debe reformularse también en otros aspectos. Horkheimer había señalado que el principio de autoconservación arrastraba a cualquier objetivo que trascienda la subjetividad del autointerés hacia actitudes irracionales. Ahora bien, si se parte de que la reproducción de la vida ya no puede ser entendida en los términos reducidos de la filosofía de la conciencia, ya que estos no dan cuenta de las condiciones de la intersubjetividad del entendimiento entre los participantes en la interacción, entonces a Habermas se le impone la tarea de reformular el concepto de autoconservación, que pasa a depender ahora de las 20 “operaciones interpretativas de los sujetos que coordinan su acción a través de pretensiones de validez susceptibles de crítica.”lvii Desligado de toda aspiración a realizar el telos inmutablemente inscripto en un sistema de valores supremos, el concepto de autoconservación persigue el único fin de asegurar la existencia contingente. Así lo predica el pensamiento moderno. Pero este encuentra sus límites en la prisión conceptual de la razón instrumental. Por más, ya se ha visto la represión que sufre la naturaleza subjetiva como consecuencia de los triunfos sobre la naturaleza externa. Empero, desde una noción de racionalidad comunicativa, la subjetividad se resiste a toda desnaturalización del “sí mismo” en pos de la autoconservación. Comenta Habermas: “A diferencia de la razón instrumental, la razón comunicativa no pude subsumirse sin resistencias bajo una autoconservación enceguecida. Se refiere no a un sujeto que se conserva relacionándose con los objetos en su actividad representativa y en su acción, no a un sistema que mantiene su consistencia o patrimonio deslindándose frente a un entorno, sino a un mundo de la vida simbólicamente estructurado que se constituye en las aportaciones interpretativas de los que a él pertenecen y que sólo se reproduce a través de la acción comunicativa. Así, la razón comunicativa no se limita a dar por supuesta la consistencia de un sujeto o de un sistema, sino que participa en la estructuración de aquello que se ha de conservar. La perspectiva utópica de reconciliación y libertad está basada en las condiciones mismas de la socialización comunicativa de los individuos, está inserta en el mecanismo lingüístico de reproducción de la especie.”lviii Con esto Habermas quiere retomar, actualizándolo, el problema de la cosificación. Esta problemática, tratada tanto por Marx como por Lukács y radicalizada por Adorno y Horkheimer, sigue siendo en Habermas una preocupación central. Pero en el desarrollo dado por aquellos, la cosificación fue pensada siempre como cosificación de la conciencia. El esfuerzo en Habermas se desplaza a entender el proceso de cosificación en el marco categorial de la acción comunicativa. Los fenómenos de cosificación se derivan, para Habermas, de las relaciones de intercambio entre sistema y mundo de la vida. No ya como el producto de una racionalidad con arreglo a fines generalizada al servicio de una autoconservación enceguecida, sino como producto de los embates de la razón funcionalista de la autoconservación sistémica. Ésta, al quedar librada a su propio movimiento, instrumentaliza a esferas de acción que, para cumplir sus funciones en la reproducción de la vida social, tienen que estar estructuradas comunicativamente. La racionalización del mundo de la vida discurre, por ello, en el más aciago vacío. Córdoba, septiembre de 1998. 21 NOTAS 22 Introducción. El atolladero de la Ilustración. i Citado en: BERMAN, M.: Todo lo sólido se desvanece en el aire, Ed. Siglo XXI, México, 1986, p. 6. ii KANT, I.: “¿Qué es la Ilustración?” en: Filosofía de la Historia, Ed. Nova, Buenos Aires, 1958, p. 57. iii McCARTHY, T.: La teoría crítica de Jürgen Habermas, Ed. Tecnos, Madrid, 1995, p. 457. iv WEBER, M.: Economía y Sociedad en: La sociología clásica: Durkheim y Weber, Ed. Centro de Editor Latina, Buenos Aires, 1978, p. 91. (Selección de textos de Juan Carlos Portantiero) v Marcuse llama a la razón instrumental, razón tecnológica. El presente trabajo no tratará el desarrollo que le da Marcuse a dicho problema. Sólo aparece aquí como observación. Ver: MARCUSE, M.: El hombre unidimensional, Ed. Planeta-De Agostini, Barcelona, 1985. vi HORKHEIMER, M. y ADORNO, T. W.: “Prólogo” en: Dialéctica de la Ilustración, Ed. Trotta, Madrid, 1997, p. 53. La crítica de la razón instrumental. Límites y posibilidades. vii Citado en: HORKHEIMER, M.: Crítica de la razón instrumental, Ed. Sur, Buenos Aires, 1969, p.19. viii Idem. ix Idem. x HORKHEIMER, M.: op. cit., p.15. xi Idem: p.15,16. xii HABERMAS, J.: Teoría de la acción comunicativa, T. I, Ed. Taurus, Madrid, 1987, p. 441. xiii HORKHEIMER, M.: op. cit., p. 16 xiv Idem. xv Idem, p. 16, 17. xvi DE OCCAM, G.: Principios de Teología, Ed. Sarpe, Madrid, 1985, p. 29. xvii HORKHEIMER, M.: op. cit., p.29. xviii HABERMAS, J.: op. cit., p. 451. xix HORKHEIMER, M. y ADORNO, T. W.: Dialéctica de la Ilustración, Ed. Trotta, Madrid, 1997, p.199. xx BORGES, J. L.: “Historia de la eternidad” en: Obras Completas, T. I, Ed. María Kodama y Emecé, Barcelona, España, 1989, p. 364. xxi HORKHEIMER, M. y ADORNO, T. W.: op. cit., p. 299. xxii Idem, p. 54. xxiii LUKÁCS, G.: Historia y consciencia de clase, t. II, Ed. Orbis, Madrid, 1985, p. 5. xxiv Idem, p. 5 y 6. xxv HABERMAS, J.: op. cit., p. 453, 454. No es el propósito de este trabajo examinar en detalle la exposición de Habermas sobre como Lukács interpreta la teoría de Weber sobre la racionalización, sino ver a Lukács en la medida en que su concepto de cosificación influyó en los análisis de Adorno y Horkheimer. Para un análisis más 23 exhaustivo sobre las relaciones entre Lukács y Weber ver: HABERMAS, J.: “La interpretación por Lukács de la tesis weberiana de racionalización” en: op. cit., p. 452 – 465. En el presente trabajo las observaciones sobre el tema son breves y exploratorias. xxvi LUKÁCS, G: op. cit., p. 24. xxvii Marx utilizó el término Verdinglichug para referirse al proceso por medio del cual se produce la alienación de los frutos del trabajo. Al reificarse los productos, se reifica o cosifica asimismo el hombre que los ha producido mediante el trabajo; el ser humano se convierte en una mercancía. Cf. p. 10. xxviii HABERMAS, J.: op cit., p. 464. xxix Citado en: HABERMAS, J.: op. cit., p. 465. xxx Idem. xxxi Cf. JAY, M.: La imaginación dialéctica, Ed. Taurus, Madrid, 1974. xxxii HORKHEIMER, M. y ADORNO: op. cit., p. 81. Cf. HORKHEIMER, M.: “Ascenso y ocaso del individuo” en: Crítica de la razón instrumental. También en: HORKHEIMER, M. y ADORNO, T. W.: “La industria cultural. Ilustración como engaño de las masas” y “Elementos del antisemitismo. Límites de la Ilustración” en: Diálectica de la Ilustración. En el presente trabajo ver: p. 11 . xxxiii Para Hegel, el Espíritu para pasar de su en-sí a su para-sí necesita salir de sí mismo y poner frente a sí a un Otro. Lo Otro es lo extraño -alienus- respecto a la mismidad del Espíritu. La alienación es la que permite al Espíritu, en su afán de autorrealizarse y autoconocimiento, salir de su mismidad. Es el Espíritu mismo el que deviene un Otro -alter- y, en última instancia, crea respecto a él un ámbito de alteridad, o sea un mundo. En Hegel la alienación tiene un sentido positivo (la anter. mencionada) y un sentido negativo. Es negativa en la medida que el Espíritu como Totalidad, como Absoluto no es ninguno de esos momentos en los que va alienándose. Si lo fuera dejaría de ser lo que es y se haría simple coseidad. Aquí la alienación siempre es necesaria e ineludible y no está sometida a ningún condicionamiento histórico. En Marx, en cambio, La alienación sólo tiene vigencia a nivel del hombre y, aún más, de un hombre que en una determinada situación histórica se ha perdido a sí mismo alienando lo que le es propio, es decir su propia naturaleza. Hay un sentido negativo de éste proceso. xxxiv ADORNO, T. W.: Actualidad en la filosofía, Ed. Altaya, Barcelona, 1994, p. 73. xxxv ADORNO, T. W.: Filosofía y superstición, Ed. Alianza/Taurus, Madrid, 1972, p. 11 y 12. xxxvi Idem. p. 12. Adorno abandonaría en sus últimos escritos las esperanzas de lograr una sociedad verdaderamente humana. xxxvii Cf. HABERMAS, J: op. cit., p. 476-482. xxxviii HORKHEIMER, M.: op. cit., p. 73. xxxix Idem, p. 91. xl Idem, p. 88. xli HABERMAS, J.: op. cit., p. 478. xlii Cf. McCARTHY, T.: La teoría crítica de Jürgen Habermas, Ed. Tecnos, 1995, p. 41. xliii Idem, p. 61. xliv Idem, p. 42. Aquí McCarthy refiere con cierta precisión la distinción entre trabajo e interacción: “Bajo la rúbrica de trabajo lo que Habermas pretende es tematizar el proceso en el que el hombre se emancipa de la naturaleza, el crecimiento de las fuerzas productivas como función del desarrollo del conocimiento técnicamente explotable y de 24 su aplicación. Bajo la rúbrica de interacción lo que trata de tematizar son las relaciones sociales entre individuos capaces de comunicación.” (p. 55) xlv FRIEDMAN, G.: La filosofía política de la Escuela de Frankfurt, Fondo de Cultura Económica, 1986, p.13. xlvi HABERMAS, J.: op. cit., p. 486. xlvii HORKHEIMER, M. y ADORNO, T. W.: op. cit., p. 64 y 65. xlviii JAY, M.: op. cit., p. 424. xlix HABERMAS, J.: op. cit. P. 488. l Citado en SANCHEZ, J. J.: “Introducción” en: HORKHEIMER, M. y ADORNO, T. W.: op. cit., p. 35. li HELLER, A.: Crítica de la Ilustración, Ed. Península, Barcelona, 1984, p. 286. lii HABERMAS, J.: op. cit., p. 499. liii Cf. Idem, p. 136-146. liv Idem, p. 499 y 500. lv Idem, p. 500. lvi Idem, p. 144 y 145. lvii Idem, p. 506. lviii Idem, p. 507. BIBLIOGRAFIA CONSULTADA 25 ADORNO, T. W.: Actualidad en la filosofía, Ed. Altaya, Barcelona, 1994. ADORNO, T. W.: Filosofía y superstición, Ed. Alianza/Taurus, Madrid, 1972. BERMAN, M.: Todo lo sólido se desvanece en el aire, Ed. Siglo XXI, México, 1986. BORGES, J. L.: “Historia de la eternidad” en: Obras Completas, T. I, Ed. María Kodama y Emecé, Barcelona, España, 1989. DE OCCAM, G.: Principios de Teología, Ed. Sarpe, Madrid, 1985. FRIEDMAN, G.: La filosofía política de la Escuela de Frankfurt, Fondo de Cultura Económica, 1986. FORSTER, R.: W. Benjamin – Th. W. Adorno: El ensayo como filosofía, Ed. Nueva Visión, Buenos Aires, 1991. GARCÍA ASTRADA, A.: Introducción a la filosofía, Ed. Multi Editora, Córdoba, 1986. GIDDENS, A., ET AL: Habermas y la modernidad, Ed. Cátedra, Madrid, 1994. HABERMAS, J.: Teoría de la acción comunicativa, T. I, Ed. Taurus, Madrid, 1987. 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