INTERROGANTES RESPECTO AL PROPIO ENVEJECER Si intentamos definir el “envejecimiento”, nos encontraremos ante numerosas dificultades y limitaciones, dada la multiplicidad de aspectos en dicho proceso: biológicos, psicológicos, sociales, culturales y ecológicas. A esto se agrega la heterogeneidad de los sujetos envejecentes, y finalmente, el cerco que impone toda definición a las cuestiones humanísticas. Desde épocas remotas, se vienen tejiendo, respecto a la inexorabilidad del proceso, modelos y paradigmas que oscilan entre venerar el envejecimiento adjudicándole sabiduría inherente o negar sus vicisitudes hasta marginarlo del lenguaje cotidiano. Más aún, lo llevan al quirófano, maquillando y transformando sus marcas o consecuencias naturales. Seguramente ha visto muchos “envejeceres” que transcurren según este último modelo, ¿verdad?. Hace muchos años, cuando comencé a dedicarme a los temas de la vejez, llegó a mis manos un Mito. Fue el mito de Milanesia, y se los cuento aquí, por relacionarse a lo antedicho. “En el comienzo, los hombres no morían, sino que a medida que avanzaban en la vida, mutaban su piel como las serpientes y los cangrejos, y salían con su juventud renovada. Habiendo envejecido, una mujer fue a un arroyo a cambiar su piel. Arrojó su vieja piel al agua y vio como flotaba corriente abajo y se enganchaba en una rama caída. Entonces se dirigió a su casa, donde había dejado a su niño. El niño no la reconoció y lloró desconsoladamente, ya que su madre era una mujer vieja, no como esa otra mujer extraña. Para calmar al niño, la madre fue a buscar la piel descartada, y se la volvió a poner. Desde entonces la humanidad, cesó de mutar su piel”. Si logra preguntarse por su propio envejecimiento a medida que avanza en esta lectura, sin temor a palidecer, algún movimiento en su mundo interno puede que se esté generando. Por lo tanto, con lápiz en la mente, está invitado a escribir sus propias preguntas. Roland Barthes decía que cuando uno lee, escribe. Escribe su propia versión del libro. Negar envejecer, es negar que se está viviendo; se envejece sólo cuando se vive. Ahora bien, después de muertos, quizás haya otra alternativa. Podrán envejecer, o no, los recuerdos que de nosotros vivan. Envejecemos porque el tiempo pasa, aunque pese y muchas veces no nos guste lo que pasa. El deseo de una longevidad saludable deberá estar nutrido de una actitud laboriosa y positiva, desafiante y esmerada. “Deseo sin acción, es más bien una ficción”. ¿Qué hace usted a favor de su buen envejecer? Envejecemos como vivimos. Si se vive sin optimismo, se envejece sin él. Si se vive con negaciones, se envejece sin preguntas. No formular preguntas es enquistarnos en estereotipos, encasillarnos y cercenar el crecimiento del espíritu. La pregunta nos despierta, la respuesta nos duerme. Continúe usted con lápiz en la mente. ¿Cree estar envejeciendo saludablemente? Los griegos decían “ Ments sane in corpore sane”, o también “Corpore sane in ments sane”. ¿Qué hacer para cuidar la mente? En principio, aceptar que el cerebro no sólo se nutre con aire y alimentos, aunque éstos sean los elementos primordiales. Convengamos que sin ellos, la lectura de estas líneas sería un imposible. Cuidar el funcionamiento mental “es mantener el cerebro ilusionado, en actividad constante”, como dice la Dra. Rita Levi Montalcini, premio Nobel de Medicina y próxima a cumplir sus 100 gloriosos años. Hacer trabajar la mente es tener ideas y proyectos, cuestionar nuestro estilo de vida, renovar el pensamiento, desear y hacer al mismo tiempo, hasta reírse de uno mismo. Conectarse con la gente con amor y gratitud. Permitir que la sorpresa nos atrape siendo protagonistas en todo momento de nuestro transcurrir vital. Envejez-siendo, al decir de una eximia psicogerontóloga argentina, la Dra. Graciela Zarebski. Una mente jovial es aquélla que no niega las marcas del tiempo sobre el cuerpo, ni se siente perjudicada por las mismas renunciando a la dicha del vivir. Es la fuerza del ánimo, la que definirá la jovialidad de la persona, independiente de cuantos años figuren en su desteñido documento de identidad. Ciertamente algunos envejeceres, son dignos de elogio. Por ejemplo, el envejecer “ resiliente” , aquél que haciendo frente a las posibles adversidades, sale fortalecido a pesar de ellas. Aquel que no se quiebra, ni se cae, y aprende de la experiencia. Aquél que continúa siendo y sosteniendo su propia identidad, generando una autoestima que se funda en una nueva jerarquía de valores humanos, menos narcisísticos y más comprensivos y tolerantes. Don Juan Filloy, gran escritor argentino, cerca de cumplir sus 104 años, cuando se le preguntó sobre los secretos para una vida longeva, dijo: “Comer la mitad, caminar el doble, reír el cuádruple”. Una reciente investigación desarrollada en la Universidad de California, muestra que el optimismo y la actitud de “hacer frente” a las situaciones, son los componentes principales para conseguir un envejecimiento exitoso. Una buena actitud es casi una garantía de un buen envejecimiento. Hay una frase contundente de R. Juarroz, a la que adhiero: “Hay pocas muertes enteras… el cementerio está lleno de fraudes”. ¿Significa que el hombre puede ir muriendo de a poco mientras está vivo, como lo dice un poema? Aquél que lamentablemente ha dejado de vivir en su tiempo, muriendo antes de su entierro, ése ser, es el que ha envejecido triste y patológicamente. Se trata, pues, de vivir hasta el último respiro. Mañana amanece, y no es poco. Nunca es tarde para preguntarse por la salud del propio envejecer, aceptarlo, cuestionar su sentido, cambiar de rumbo y abrir nuevos horizontes. Para un buen envejecer, por todos anhelado, la frase de Cicerón es poéticamente elocuente: “Los años arrugan la piel, pero renunciar al entusiasmo, arruga el alma”. Ester Altvarg Psicóloga y Psicodramatista