Sólo una fachada Marie Story Judy Garland, una de las conocidas estrellas del cine norteamericano, dijo en cierta ocasión una frase que me gusta mucho: Procura convertirte en una mejor versión de ti mismo; no en copiar de manera mediocre a alguien más. Sobre el mismo tema, hace poco, viendo una antigua película de vaqueros, noté la peculiar estructura de las edificaciones representativas de la época. A lo largo de la calle principal del pueblo, enormes fachadas ocultaban almacenes y tiendas pequeñas. El único motivo de las llamativas fachadas era esconder los pequeños y feos inmuebles. Eran sólo fachadas. Descubrí que no sólo es propio de las películas de la época; así era en la vida real. En el Lejano Oeste de los Estados Unidos era común esconder un puñado de tablones colocados de cualquier manera detrás de una bonita fachada. Claro que la construcción de una fachada grande y atractiva requería de mucho trabajo. Se debía invertir en grandes ventanales, varias capas de pintura y enchapados y adornos. Obviamente, todos los negocios buscaban tener el mejor exterior. Bancos, hoteles, tabernas y tiendas competían por la mejor fachada. El techo a menudo tenía grietas y el viento silbaba por entre las paredes mal construidas, pero ello no era tan importante para los propietarios como tener una linda fachada. A fin de cuentas, la fachada era lo que llamaba la atención de sus clientes. Desafortunadamente, las fachadas eran lo primero en estropearse cuando el pueblo era azotado por una tormenta. Los ventanales se rompían, las tablas se destrozaban, la pintura se estropeaba. En algunos casos, la fachada entera volaba por los aires. Hace poco asistí a la fiesta de unos amigos. Estando allí, me sorprendí al notar que muchos hacemos lo mismo. Nos adornamos con ropa a la moda, decimos las palabras indicadas y sonreímos como es debido. Sin embargo —en muchas ocasiones—, desatendemos el resto del edificio: nuestro verdadero ser interior, nuestros valores, nuestro carácter, nuestro espíritu. Hoy en día se valoran más las fachadas y apariencias que realmente importante: una estructura sólida y firme —es decir, la vida interior—, que no se hará añicos al soplar el primer viento de adversidad. Uno de los motivos por el que nos escondemos tras fachadas puede ser que no nos sentimos del todo a gusto con la persona que somos. Nos asusta la desaprobación de nuestros pares, por lo que intentamos vernos mejor ante ellos. Alteramos rasgos de nuestra personalidad —la forma en que caminamos, hablamos, actuamos o nos vestimos— sólo para caer bien a la gente. A veces miramos a quienes parecen gozar de mayor popularidad y pensamos que si nos viéramos como ellos, los demás nos querrían más y nuestra vida sería mejor. Copiamos su forma de ser, su manera peculiar de vestir, su actitud, su estilo, hasta conformarnos con ser una réplica de otra persona en vez de mostrarnos como somos, con toda nuestra singularidad. Nuestras fachadas son sólo una cara linda, tras la cual se oculta una vida que deja mucho que desear: una vida hueca, vacía, producto de estimar las apariencias en vez de dar importancia a lo sólido, resistente y de verdadero valor. ¿No sería mejor enfocar toda esa energía en invertir en quienes realmente somos y estamos destinados a ser? Y es que la vida no consiste en construir una imagen perfecta —una fachada— para impresionar a otros, sino en descubrir los maravillosos dones que Dios nos ha dado y perfeccionarlos hasta alcanzar nuestro verdadero potencial. Se trata de descubrir el propósito que Dios ha determinado para cada uno y vivirlo al máximo. ¿Qué significa entonces derribar las falsas fachadas, y concentrarnos en reforzar nuestra edificación? Pues que Dios nos ha hecho a cada uno tal como quería. Nos ha provisto de una serie de habilidades y destrezas, las cuales espera que cada uno desarrollemos individualmente. El tiempo que invertimos en esas habilidades puede compararse con fortalecer y ampliar nuestra casa, en vez de limitarnos a ocultarla tras un lindo exterior. Los ratos dedicados a la lectura de Su Palabra y a aplicarla a nuestra vida podría compararse a reforzar las paredes. Cuando tomamos buenas decisiones basadas en lo que sabemos que es correcto, fortificamos nuestra vivienda. Los actos de amor, desinterés y altruismo, y las ocasiones en que defendemos nuestras creencias y principios, convierten nuestra casa en una vivienda más segura. En los momentos de comunión con Jesús y las ocasiones en que le pedimos ayuda para manifestar Sus cualidades estamos apuntalando nuestro edificio. La calidad de nuestra casa aumenta con cada remodelación; se embellece con cada buena decisión que tomamos. El rey David alabó a Dios en el Salmo 139:14. Dijo «prodigio soy ».1 La Nueva Versión Internacional lo traduce así: «Te alabo porque soy una creación admirable. ¡Tus obras son maravillosas!» En otras palabras: somos criaturas fenomenales. Eso significa que Dios hizo un trabajo espectacular cuando nos creó. No dice «prodigio soy» si me cambio de peinado o si hablo de cierta manera, mucho menos si logro encajar en un grupo de amigos. No pretendo minimizar la importancia del cuidado personal y de cuidar la apariencia. Arreglarse bien y vestirse con esmero es importante. La verdad es que, en la mayoría de ocasiones, los demás nos juzgan de acuerdo a nuestra apariencia; por eso no debemos descuidar la imagen personal. Sin embargo, lo que quiero demostrar es que la vida no se limita únicamente a lo que los demás pueden ver. Si bien es importante cuidar de nuestro exterior, debemos también invertir en acicalar nuestro ser interior. Jesús en cierta ocasión espetó a los fariseos: «Son como sepulcros blanqueados; por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre».2 Una imagen horripilante, ¿no? Con ello Jesús daba a entender que no basta con verse bien de puertas afuera, tanto en apariencias como en acciones. Nuestro ser interior también debe limpiarse y embellecerse. La pregunta que todos debemos hacernos es: ¿Cómo me veo por dentro? A fin de saberlo, quizá sea preciso responder a otros interrogantes; por ejemplo: «¿Cuáles son mis valores? ¿Qué considero importante? ¿Defiendo y procuro vivir de acuerdo a mis principios morales?» Los valores en este caso podrían ser defender a los débiles o indefensos, no hablar a espaldas de otras personas ni ridiculizarlas, dedicar tiempo a la oración y a interceder por otros. Otra de las preguntas podría ser: «¿Cuáles son mis temas favoritos de conversación?» Tengamos en cuenta que las cosas que hablamos son las que nos brotan del corazón. Otras serían: «¿Cuándo fue la última vez que dediqué tiempo a alguien? ¿Hace cuánto intimé con Jesús y le pedí que modificara un aspecto de mi naturaleza, a fin de ser más como Él? ¿Qué creen que ocurriría si todos nos deshiciéramos de nuestras fachadas? ¿Qué pasaría si dejáramos de procurar vernos bien, y en cambio nos concentráramos en obrar bien? ¿Y si cada uno decidiéramos ser la mismísima persona que Dios quiso que fuéramos? ¿O si decidiéramos ser una versión absolutamente fenomenal de nosotros mismos y dejar preocuparnos por emular a otros? ¿Se han preguntado qué les quedará cuando se topen con dificultades y desafíos? ¿Su fachada volará por los aires, dejando al descubierto un puñado de tablas, una casita triste y vacía? ¿O enfrentarán tranquilamente las adversidades, sabiendo que han invertido en una morada resistente y bien construida? Los animo a emplear los materiales que Dios les ha proporcionado para edificar una casa, no sólo hermosa de puertas afuera, sino también resistente, segura y limpia por dentro. eof 1 2 Biblia de Jerusalén Mateo 23:27 (Nueva Versión Internacional) Leído en inglés por Amber Larriva. Música de sindustry(CC). © 2011. La Familia Internacional Temas: desarrollar carácter, la imagen personal