Guerra_dialogo y polarizacion en Colombia.pdf

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CONTENIDO
PRESENTACIÓN
FORO:" PROBLEMAS Y
ALTERNATIVAS PARA LA PAZ EN
COLOMBIA"
HUGO FAZIO
JUAN G. TOKATLIAN
CARMELO GARCÍA
FABIO LÓPEZ
FLORENTINO MORENO
ALEJANDRO REYES
ALEJO VARGAS
DANIEL GARCÍA PEÑA
PAZ Y VIOLENCIA, LAS
LECCIONES DEL TOLIMA
GONZALO SÁNCHEZ
DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
AL MOVIMIENTO POPULAR
LEOPOLDO MUÑERA
COMUNICACIÓN Y POLÍTICA EN
AMERICA LATINA
GUILLERMO SUNKEL,
CARLOS CATALÁN
LAS COMUNIDADES
ECLESIÁSTICAS DE BASE EN LA
FORMACIÓN DEL PARTIDO DOS
TRABALHADORES
RESEÑAS
ANA MARÍA BIDEGAIN
CHARLES BERGQUIST
ALVARO DELGADO
PRESENTACIÓN
No es fácil para nosotros tener que pedir nuevamente disculpas por la
irregularidad con que está apareciendo Historia Crítica. Este número
debió haber sido publicado en el segundo semestre del año pasado.
Motivos de fuerza mayor, totalmente ajenos a nuestra voluntad, nos
impidieron publicarlo oportunamente. No obstante los problemas a que
nos hemos enfrentado, redoblaremos los esfuerzos para devolverle la
regularidad que en sus inicios caracterizó a Historia Crítica. Aprovechamos la oportunidad de agradecer a Ruth Estella Martínez G. su inmensa
colaboración en la edición de la revista durante los dos últimos años.
Este número recoge, en la primera parte, las ponencias presentadas
por destacados especialistas nacionales y extranjeros en un Foro realizado
los días 27, 28, 29 y 30 de julio de 1992 por Historia Crítica, el Departamento de Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de
la Universidad de los Andes y el Senado de la República sobre el tema
"Problemas y Alternativas para la Paz en Colombia". A pesar del tiempo
transcurrido, el tema y las ideas ahí presentadas conservan una plena
vigencia y esperamos contribuyan a encontrar vías de solución a los
problemas de violencia que vive nuestro país.
Siguiendo con la tradición de Historia Crítica, en la segunda sección
hemos incluido artículos que versan sobre diversos problemas de la
realidad nacional y latinoamerica. La importancia que reviste cada uno de
ellos es que desde diversas perspectivas se problematizan aspectos de
nuestra realidad presente y contribuyen a abrir nuevos horizontes para una
mejor comprensión del mundo en que vivimos. Esperamos que sean de
pleno agrado y seguimos como siempre dispuestos a recibir sus comentarios y sugerencias.
HUGO FAZIO V.
LOS DIÁLOGOS GOBIERNO-GUERRILLA EN
COLOMBIA Y LAS EXPERIENCIAS
INTERNACIONALES: ¿NEGOCIANDO LA PAZ O
PERPETUANDO LA GUERRA?
Juan Gabriel Tokatlián Director, Centro de Estudios Internacionales,
Universidad de los Andes
E
sta presentación busca introducir algunas reflexiones en torno a elementos de diversas negociaciones internacionales y de acuerdos de pacificación que pueden resultar útiles al evaluar los
diálogos internos entre el gobierno de Colombia y
la denominada Coordinadora Nacional Guerrillera.
Quiero, antes de comenzar con los puntos concretos
de análisis e ilustración, efectuar tres aclaraciones:
dos de ellas formales y una más sustantiva. Cada una
de éstas descansa en un supuesto.
La primera aclaración genérica es que se hará
referencia a variables y factores de transacciones y
compromisos que han tenido consecuencias y resultados relativamente positivos. Existen varios ejemplos de negociaciones entre estados y entre gobiernos y actores no gubernamentales que pueden
arrojar cierta luz y algún optimismo en cuanto a las
opciones potenciales a favor de la resolución no
violenta de conflictos profundos. El supuesto que
guía esta aserción es que Colombia no constituye un
caso absolutamente atípico, distinto y excepcional
y que, por lo tanto, es posible aprender -aunque
algunos no lo crean-, de otros procesos mundiales,
cercanos y lejanos psicológica y geográficamente.
La segunda aclaración global es que se tomarán
en consideración y a modo comparativo negociaciones del tipo de suma variable y no del modelo de
suma cero. Es decir, no habrá énfasis en aquellas
experiencias donde uno gana todo y el otro pierde
todo, sino en las que no hay ni vencedores netos ni
vencidos absolutos y donde todos ganan y pierden
algo, sin deshonor y con realismo. El supuesto que
subyace a esta afirmación es que Colombia puede
alcanzar la pacificación interna porque no está ni
histórica, ni cultural, ni políticamente condicionada
a vivir bajo violencia de manera inexorable.
La tercera aclaración -más conceptual y quizá
más significativa- es que la negociación se aborda
aquí como un proceso que sirve principalmente
para tramitar conflictos y que tiene como propósito
máximo y óptimo lograr la paz. Por lo tanto, la
negociación no es un mecanismo para establecer un
orden perdurable, no garantiza una estabilidad concluyente y no cristaliza un consenso eterno. La
negociación, en términos sintéticos, coadyuva a regular, canalizar e institucionalizar en forma no
cruenta los conflictos naturales que vive una sociedad. El supuesto que permea esta aseveración es que
el cálculo instrumental y la razón altruista puede
combinarse para vencer la lógica de la guerra y
alcanzar la esperanza de la paz1. Entrelazar y acoplar macromotivaciones -un motivo general egoísta- y micromotivaciones -un motivo concreto no
egoísta- evita la reproducción de un círculo repetitivo de sospecha, recelo y escalamiento violento2.
Para una estrategia sincera, sensible y sensata en pro
de la negociación conviene recordar que es aglutinante"; como indica Rubio Carracedo merece tener-
1 Acerca de las posibilidades de combinación del cálculo instrumental y la razón altruista para la lograr la cooperación que conduzca a resolver
un conflicto o dilema ver, entre otros, Howard Margolis, Selfishness, Altruism, and Rationality. Cambridge: Cambridge University Press, 1982.
2 Sobre la distinción entre macromotivaciones y micromotivaciones ver, en particular Bernard Williams, "Formal Estructures and Social Reality"
en Diego Gambetta (comp.), Trust.Making andBreaking Cooperative Relations. Oxford: Basil Blackwell. 1988.
se en cuenta "como Maquiavelo y Hobbes están
presentes, pese a las críticas, en Rousseau y en
Kant"3.
. Dicho lo anterior, parece pertinente explicitar
los argumentos respecto a casos internaciones de
negociación y su probables valor para Colombia.
Primero, resulta fundamental reconocer al otro si
es que se busca generar y concluir un proceso de
negociación exitoso. Ese reconocimiento implica
aceptar la existencia y la razón de ser del otro, por
parte de los dos adversarios. El contrincante, el
opositor o el enemigo -como se lo quiera identificares un sujeto de diálogo para un potencial acuerdo y no
un objeto de manipulación para una imposible
transacción. Aquel reconocimiento contribuye a
humanizar al otro; lo que no significa compartir su
ideología, reivindicar sus creencias, asumir sus valores y convalidar sus mecanismos de acción. Las
diferencias reales y/o construidas entre dos partes
pueden ser genuinamente enormes, sin embargo ello
no impide la búsqueda de salidas negociadas a los
conflictos. Como bien señalan Fisher y Brown, si se
pretende una solución real a una disputa aguda,
resulta necesario aceptar a aquello cuyas conductas, en
un inicio, nos parecen inaceptables4. En breve, es
posible y viable negociar hasta con los más violentos
e indeseables. El actual ejemplo de Kampuchea es
una demostración de que se puede reconocer al otro:
a pesar de la brutalidad del régimen de Pol Pot que a
finales de la década de los setenta ejecutó a más de
un millón y medio de camboyanos, a la hora de las
negociaciones no era oportuno ni factible
desconocer su existencia pues ello llevaba al fracaso
anticipado de los esfuerzos de pacificación en ese
país
Segundo, las negociaciones fructíferas se han
basado -implícita o explícitamente- en la aceptación
de múltiples, aunque no necesariamente idénticas,
crisis de legitimidad. En realidad lo que se discute y
acuerda es, por lo general, construir una nueva
legitimidad ampliada a partir de la existencia de una
problemática crítica real. Hoy está en claro
cuestionamiento la difícil y elusiva legitimidad de la
lucha armada para la obtención del poder político.
Ahora, bien, como dijera Bobbio, "la prueba del
fuego del Estado democrático es no dejarse envolver
en un estado de guerra con ninguno de sus
ciudadanos"5. Cuando ello ocurre, hay una señal
nítida de grieta en la legitimación estatal. Al fracasar
las reiteradas "ruedas de diálogos francos" entre las
contrapartes, se multiplican las manifestaciones de
violencia de lado y lado. Con esto no sólo un movimiento insurgente pierde credibilidad, respaldo y
proyección, sino también un gobierno. Creer que
repetir una pauta frustrante de conversaciones malogradas, coloca a un estado o a una guerrilla en
una situación de ventaja estratégica, es -por decir lo
menos- iluso y exagerado. Recien cuando las dos
partes en El Salvador aceptaron la manifestación de
una erosión de legitimidad mutua (aunque no semejante), se pudo avanzar en forma positiva hacia una
salida negociada.
Tercero, las negociaciones con resultados alentadores han sido aquellas en las que se dirimieron y
resolvieron intereses encontrados y no posiciones
principistas6. Si se discuten intereses concretos hay
espacio para la flexibilidad y el acercamiento. Las
posiciones férreas e intransigentes llevan a la rigidez y
la intolerancia. Bien podría explicarse el fracaso
hasta ahora de las conversaciones entre irradies y
palestinos porque las posturas fundamentales de los
actores son sustentadas por principios severos y no
por intereses adaptables. De la misma manera, es
posibles explicar y entender la partida soviética de
Afganistán y la norteamericana de Vietnam si se
aprecia que lo que estaba en juego allí -en ambos
casos- eran intereses y lo que se negoció, en últimas,
fue cómo asegurar más y manejar mejor dichos
intereses y no posiciones a ultranza.
Cuarto, las negociaciones positivas han sido las que
han eludido estratagemas de tipo reactivo-defensivo;
es decir, las que tratan de arriesgar lo menos posible e
innovar lo mínimo necesario. Cuando se ha ampliado
el espectro de alternativas se ha podido crear opciones
nuevas y ha surgido la posibilidad del diálogo, la
transacción y la resolución de problemas. Como se ha
señalado con acierto, el empleo preferencial e
individual "de estrategias conserva
3 José Rubio Carracedo, Paradigmas de la política. Barcelona: Editorial Anthropos, 1990, p. 55.
4 Roger Fisher y Scott Brown, "How Can We Accepted Those Whose Conduct is Unacceptable? en Negotiation Journal, vol 4 No.2 Abril 1988.
5 Norberto Bobbio, Las ideologías y el poder en crisis. Barcelona: Editorial Ariel. 1988, p. 83.
6 En torno a las dificultades para negociar posiciones y acerca de las ventajas de una negociación de intereses ver, en especial, Roger Fisher
y William Ury, Si... de acuerdo! como negociar sin ceder. Bogotá: Editorial Norma, 1985.
doras produce resultados colectivos indeseables"7.
Durante varios años, por ejemplo se produjeron
diálogos entre Panamá y Estados Unidos en relación
al Canal de Panamá que no condujeron a mucho
porque Washington no modificaba su postura defensiva y rigurosa. Sin embargo, cuando la negociación durante la administración del presidente Jimmy
Cárter, alcanzó mayor creatividad y se asumieron
perspectivas más audaces, se encontró una salida
favorable a los intereses panameños y norteamericanos en juego8.
Quinto, la comunicación y la transparencia son
elementos cruciales en los procesos de negociación
exitosos. Ello, no solamente porque los actores en
conflicto necesitan desplegar con nitidez sus criterios e intenciones, sino porque la sociedad -que es
la que en últimas avala y sella una solución negociada- aprueba con más intensidad y certidumbre
un acuerdo construido de manera abierta, seria y
franca. Las transacciones por detrás o a espaldas de
la ciudadanía no son duraderas a largo plazo. El
ejemplo de la paz alcanzada entre finales de los
sesenta y comienzos de los setenta en Venezuela,
eliminando la violencia política y abriendo y garantizando espacios de acción e inserción a movimientos de izquierda, merece atención. La comunicación, asimismo, se incrementa y mejora con una
modificación del lenguaje mismo. En ese sentido, el
cambio de "entrega de armamentos" a "dejación de
armas" contemplado en las conversaciones en el
país con el M-19 no fue cosmético. Un discurso
distinto permitió eliminar barreras al diálogo, estimuló compromisos y alentó una verificación de lo
firmado, sin menoscabo de las tesis centrales de
ambas contrapartes.
Sexto, las negociaciones fecundas han sido las
que han combinado mecanismos de reciprocidad y
gestos de conciliación, de lado y lado. Las actitudes
unilaterales grandilocuentes pero con con poca credibilidad no resuelven nada. Como bien dijo Bertolt
Brecht en 1952: "La guerra solo puede ser evitada
si ambos eventuales adversarios la rechazan. No
mediante el hecho de que por lo menos uno de ellos
sea lo más pacífico posible"9. Los agentes envueltos
en un diálogo deben asumirse como "solucionadores" de problemas. Las salidas políticas han surgido,
entonces, cuando se ha entendido que el enemigo
mayor es el conflicto violento mismo y no el opo
nente en la mesa de conversaciones. De allí que
resulte importante insistir, como lo indica Dror, "tn
un tipo de pensamiento no convencional y aún con
tra-convencional"10. Originalidad propcsiti va junto
a diferentes tácticas de regateo se utilizaron positi
vamente en el caso de la negociación de la inde
pendencia de Zimbabwe11.
Séptimo, las negociaciones han exigido siempre
bastante paciencia y mucha imaginación. Los diálogos, compromisos y acuerdos consumen tiempo,
demanda esfuerzo, requieren sacrificio y necesitan
perseverancia. Un negociador es, a la vez. un estratega que busca superar un conflicto y un tejedor de
delicadas redes de pacificación. Es obvio que siempre han existido recalcitrantes a uno y otro extremo
de las dos contrapartes que participan en un proceso
de transacción. La mejor manera de reducir a los
tercos y obstinados que prefieren el plomo a la
palabra es mediante la persuasión por parte de
líderes negociadores responsables. Alvaro de Soto,
representante del Secretario General de la O.N.U,
en el caso salvadoreño, y Sol Linowitz, en el caso
de las conversaciones del Canal de Panamá entre
Estados Unidos y Panamá, han sido personajes fundamentales pues ambos se convirtieron, de hecho,
en una suerte de "coalicionadores" por la negociación y la paz. Ellos fueron instrumentales a los fines
de lograr acuerdos equilibrados y pacíficos con
respaldo ciudadano.
Octavo, las negociaciones positivas han contenido fases y etapas nítidas y muy explícitas. El
desarrollo de una negociación no ha sido visto ni
transmitido (a través de los medios de comunicación, factor importante a favor de salidas pacíficas
7 Ángel Flisfisch, "Hacia un realismo político distinto", en Varios Autores, ¿Qué es el realismo en política?. Buenos Aires:
Catálogos Editora, 1987, p. 30.
8 Sobre las negociaciones entre el Canal de Panamá y EE.UU. y en particular acerca de la dinámica del diálogo y acuerdo generado bajo los
gobiernos de Jimmy Carter y Omar Torrijos, ver William Jordán, Panamá Odyssey. Austin: University of Texas Press, 1984 y Sol M.
Linowitz, The Making of a Public Man. Boston: Little, Brown and Co., 1985.
9 Bertolt Brecht, Escritos Políticos. Caracas: Editorial Tiempo Nuevo, 1970, p. 206.
10 Yehezkel Dror, "Veintiuna reglas para negociadores políticos", en Yehezkel Dror, Enfrentando el futuro. México: Fondo de Cultura
Económica, 1990, p. 208.
11 Sobre las negociaciones en Zimbabwe ver, entre otros, Alex Callinicos, Southern África afterZimbabwe. Londres: Pluto Press, 1981 y David
Martin y Phillis Johnson, The Struggle for Zimbabwe._ Londres: Faber & Faber, 1981.
o bélicas) como un proceso unívoco, lineal, sencillo
y mecánico. La paz luego de enormes tragedias
individuales y colectivas no aterriza en paracaídas
de manera inesperada. Se construye mediante dispositivos de desagregación, de separación, de reagrupación de opciones. Las alternativas con éxito
han sido aquellas en las que la formula de negociación es muy genérica pero concreta y los detalles de
la negociación son altamente complejos pero con
cierta ambigüedad12.
Noveno, las negociaciones fructíferas se han
basado en la generación de confianza mutua entre
las partes. Los múltiples ejemplos alentadores en
África, en Asia y en América Latina apuntan en esta
dirección. La ausencia de una elemental confianza
recíproca incentiva una situación de fragilidad, escepticismo y frustración. Inyecciones adicionales de
desconfianza conducen a exacerbar las manifestaciones de violencia pues el único modo de hacerle
frente a la carencia de confiabilidad es mediante el
uso de la fuerza. El corolario es que se repite lo que
se conoce y se busca asegurar el poder negativo que
se posee a través de la opción militar. No importa
que de esta premisa "racional" de cada contraparte
resulte la ruina colectiva. Siguiendo a Arendt, "la
práctica de la violencia, como toda acción, cambia
el mundo, pero la transformación más probable es
hacia un mundo más violento"13.
Décimo y último, las negociaciones satisfactorias han sido las que han mezclado firmeza y flexibilidad. En la mesa de conversaciones se requiere
simetría porque es mejor tener delante un buen
contrincante que un mediocre opositor y es más
positivo tener en frente alguien que sabe lo que
quiere y no alguien inconsistente. En esa dirección,
es atractivo y eficaz alcanzar una equidad de condi
ciones de negociación; lo que no es idéntico a igual
dad de atributos de poder. Es bueno recordar que la
negociación no es un mecanismo para ganar, perder
o salir empatado; es una vía para encontrar una
salida sensata, operativa y verificable a una crisis, a
un conflicto, o a una disputa.
Termino con una muy breve reflexión sobre el
caso colombiano. Más temprano que tarde, seguramente volverán a la mesa de conversaciones gobierno y coordinadora guerrillera. En ese sentido, más
que insistir acerca de la "excepcionalidad" del caso
colombiano -lo cual no deja de ser un signo de
parroquialismo inmovilizante- sería provechoso
explorar nuevas y diferentes alternativas, tomando
en consideración ejemplos internacionales con resultados alentadores. La paz siempre ha sido, en
otros países, más barata que la guerra14. En Colombia, el gobierno y la guerrilla parecen coincidir en
su afán por demostrar que la pacificación es altamente gravosa. Por ello, la sociedad necesita esclarecer si ambos contendores ya han asumido una
decisión estratégica por la paz o si aún se mueven
guiados por una determinación táctica en el horizonte
de la guerra. Si ello no es identificable o traslúcido,
es mejor no crear falsas nuevas expectativas en
torno a un diálogo de beligerantes sordos revisitado.
Quizá, en el caso colombiano, la formulación de
Clausewitz acerca de la guerra como una continuación de la política por otros medios ha sido reemplazada: parece ser que aquí la guerra se ha convertido en un fin para los que carecen de política. O
12 Sobre este aspecto de las negociaciones exitosas ver, en especial, I. William Zartman y Maureen R. Berman, The Practical Negotiator. New
Haven: Yale University Press, 1982.
13 Hannah Arendt, "On Violence", en Hannah Arendt, Crises of the Republic. New York: Harcourt Brace Jovanovich, 1972, p. 177
14 Ver, al respecto, Juan Gabriel Tokatlian, "Gobierno-guerrilla: ¿Diálogo?", El Tiempo, 23 de agosto de 1992, p. 3B
LECCIONES HISTÓRICAS APRENDIDAS DE LOS
PROCESOS DE NEGOCIACIÓN PARA LA PAZ
EN ALGUNOS PAÍSES DEL MUNDO
Carmelo García, IEPALA (España)
comenzar mi intervención, saludando
Quiero
cordialmente a la dirección de la Revista "Historia Crítica" y a los componentes del Departamento
de Historia de esta distinguida Universidad de los
Andes, que han tenido a bien invitarme a participar
en este Foro por la Paz en Colombia.
Mi primera palabra, pues, es de agradecimiento
por darme la oportunidad de estar entre ustedes. Me
siento, gracias a sus ofrecimientos, como en mi casa.
Estoy esperanzado porque esta forma de hacer y ser
acogido por una universidad, podría convertirse en
un modo de cooperación para el futuro: establecer
vínculos reales de intercambio para el estudio conjunto de problemas que nos acucien.
En segundo lugar, quiero decir que, desde hace
años, por vocación y profesión, he tenido que ser un
atento seguidor de los procesos de conversaciones,
diálogo y negociaciones para la pacificación de/en
distintos países que han estado sometidos a conflic
tos violentos y armados en el mundo. Por tanto,
también he tenido que seguir el largo y complejo
proceso/conflicto de Colombia, ante el que perma
necemos aún perplejos, pues desde hace treinta años
venimos intentando dar alcance al "caso colombia
no", y, a pesar del tiempo y el trabajo dedicado,
hemos de reconocer que continuamos sin entender
qué sucede en esta tierra y con este abigarrado
pueblo que vive y muere -a veces tan absurdamen
te-aquí.
Mi primera visita a Colombia se remonta a los
primeros años de IEPALA, cuando desde Montevideo soñábamos en la integración latinoamericana y
en la posibilidad creciente del desarrollo de nuestros
pueblos. Hemos tenido que pasar tres largas décadas
de sufrir miles de embates y frustraciones, para
aprender que, además de nuestros vicios, de nuestra
implacable herencia esquizoide y contrahecha, de
las infinitas inercias que arrastramos desde hace
más de 500 años..., el factor externo, ajeno, hostil
y a mil leguas extraño a lo nuestro era quien mandaba, coordinaba, determinaba, impedía, imponía,
dominaba todo sobre nuestras vidas haciéndolas
casi imposibles. Tres décadas que se suman al duro
aprendizaje de una historia que, hacia adelante, parece no tener salida; cuyo futuro, si es que lo hay,
amenaza con ser un hastiado presente, aburridamente repetido, por padres e hijos de generación en
generación sobresaltada, de vez en cuando, por el
histrionismo triste e irónico de un vulgar bandido
que, en el centro del espectáculo, se escapa de su
jaula de oro, se ríe del Estado y la Nación (entre otras
razones profundas porque son tan débiles que apenas existen o son meras sombras) y logra que sus
intereses coincidan, objetivamente, con los de los
enemigos de las inmensas mayorías que viven y,
sobre todo, mueren en este lindo país.
Colombia, sigue siendo un país fascinante y
lleno de sorpresas que han intentado contar y cantar
sus narradores y poetas; también es el pueblo cargado de belleza y sueño de infinito que, algún día, se
hará verdad; por eso creemos que ha llegado el
momento, que las mayorías populares deben alimentarse de paz y mirar su entorno sin miedos;
después de tanto tiempo de injusticia estructural,
violencia y muerte, esa sería la gran sorpresa; para
la que se requiere no sólo imaginación y fantasía
sino visión de futuro y la grandeza de espíritu -flores que sólo nacen cuando la inteligencia y la libertad han vencido a los mediocres y sus cretinas
mezquindades-.
1. ¿Atrevernos a hablar de la Paz?
Quiero ir centrando el tema con la presentación
de algunas razones que justifican mi atrevimiento
para hablar de la paz; o lo que es parecido, de
las negociaciones posibles y sus condiciones para
conseguir la paz que se necesita.
Y esa es la primera razón fuerte: la paz es
necesaria o no es posible. Y ha de ser necesaria
por todos cuantos están implicados en el
conflicto al menos directamente.
La segunda, en relación directa con la
premisa anterior es que la paz es imprescindible
para
construir
cualquier
democracia
fundamentada en la defensa y respeto de los
Derechos Humanos y de los Pueblos. (Casi por
principio esta razón no necesita de mayor prueba,
pues así es formulado por los representantes y
teorizadores de las poderosas democracias y por
los proclamadores de los Derechos Humanos). De
cualquier manera, antes de terminar mi reflexión
volveré sobre esta razón, aunque sea en forma de
corolario.
La tercera, es que el punto de partida no es
el conocimiento de que sea la paz, sino la
experiencia de su negociación o lo que es lo
mismo, partimos de la no-paz, pero sin saber qué
es la paz, que perseguimos; como tampoco
sabemos del todo qué es la democracia y los
derechos humanos y de los pueblos; pero no
tenemos una idea clara de esos absolutos de paz,
democracia, derechos humanos, justicia, libertad,
igualdades... que podrían ser aplicados a esta
situación o a otras.
Por último me gustaría añadirles que, de los
casos que yo les voy a hablar, en los cuales ha
habido negociación, tampoco la paz ha
terminado siendo una realidad tan triunfante o
satisfactoria como se esperaba, hubo momentos
brillantes y eufóricos en esos procesos de
negociación pero, luego, la materialización de la
paz se hizo más compleja y hasta ramplona.
Dicho en otro tono: no vayamos, ni aún en
nuestra reflexión, tras un mito sino hacia una
realidad difícil, que no es ningún final del
trayecto, sino el mínimo básico para seguir
construyendo un proyecto humano mejor que su
negociación; absolutamente mejor, es cierto, pero
ningún paraíso.
2. La negociación es inevitable.
Parece que con un título de este tono se dan
por solucionadas muchas preguntas previas y por
descalificadas las posturas que se niegan, en
virtud -o vicio- de no se sabe qué intereses y
lógicas precedidas de rigurosos análisis, a
considerar la posibilidad de abrir conversaciones
para, dialogando, llegar a negociar. En la viejas
"doctrinas" sobre los conflictos solía afirmarse
que cuando se utiliza el "último recurso", antes de
lanzarlo, es necesario tener previstas las "salidas"
al mismo; precisamente la estrategia de esa etapa
superior de la lucha se construía planificando la
acción conforme esas posibles salidas. Cuando
esas previsiones no están estrategiza-das, los
conflictos son callejones sin salida y se enquistan
o se pierden; difícilmente se "superan".
Pero recurramos a la 'historia': para situarnos
correctamente y con el fin de aprovechar el tiempo,
necesitamos seleccionar algunos de esos procesos,
con la inevitable exclusión de otros que fueron y son
muy valiosos -al menos para sus pueblos y para el
aprendizaje de los estudiosos-, pero que no podemos referir aquí.
Parece claro que debemos fijar nuestra atención
en los casos más cercanos, geográfica, cultural y
también políticamente, de Nuestra América; y para
ello hemos de acortar el tiempo, poner una fecha, no
caprichosa, que nos ayude a situar los procesos
políticos que se han venido dando entre la guerra y
la paz. Esa fecha, sin duda cuestionable, es, sin
olvidar toda una etapa anterior, el 19 de julio 1979:
toma del poder, con el triunfo por las armas, de la
revolución sandinista, en Nicaragua.
En la etapa anterior al 19 de julio, también hubo
negociaciones y procesos de pacificación; se obtuvieron aministicios, treguas, altos al fuego, paces...
se dieron contactos, diálogos, conversaciones; y...
el balance de lecciones aprendidas nos dice que cada
proceso, aún siendo deudor "políticamente" de los
anteriores y de los métodos utilizados y de los
resultados obtenidos -sobre todo si fueron triunfante para alguna de las partes-, sin embargo, hubo que
reinventarlo de nuevo; pues ninguno de los logros
sirvió del todo como modelo para el siguiente; por
lo que siempre hubo que tener en cuenta el conjunto
o "sistema" de "condiciones materiales y sociales,
objetivas y subjetivas" de cada una de las situaciones, para construir, negociando, la paz difícil y
siempre nueva. Otra lección constante: en todos
hubo que ceder y acordar por todas las partes, para
hacer concreta la necesidad de paz.
A partir de 1979, o mejor a partir de lo que
significó para América Latina, para el mundo de la
'solidaridad internacional' y, sobre todo para la
Administración norteamericana, el "hecho Nicaragua", se dará un punto de inflexión duro que impri
miré un cambio en las posibilidades de paz a través
del diálogo entre los contendientes: EEUU, directamente o a través de sus aliados o interpuestos,
declararán guerras o activarán conflictos por todo el
mundo, lo que agudizará los procesos y alejará las
paces hasta situaciones límite no sólo de dolor o
muerte sino de racionalidad política o simplemente
ética; su iniciativa estratégica será prolongar y agotar las tensiones hacia estancamientos internos.
Desde ese momento, por efectos violentos del
factor externo -y quizá por efectos internos que
deformaron el análisis de la realidad y su medida
ajustada, como fue la euforia del posible triunfo
definitivo...- no se hacen posibles los caminos que
hasta entonces se creían abiertos.
Por desgracia, ahora que el Este se descompuso
como potencia amenazante, interviniente o exculpatoria, vamos a poder comprobar que los problemas
irresueltos en cada pueblo y que dieron -y danrazón y sentido a las revoluciones sociales, serán los
que- si no se solucionan, y las tendencias no auguran ninguna posibilidad de ello- los que en el próximo ciclo de rebelión vuelvan a agudizar los conflictos que vendrán.
Esa presencia fuerte, reactiva y reaccionaria, de
los EE.UU en los campos de lucha, hizo que para la
superación de los conflictos de liberación social o
nacional, a partir de ese momento, era obligado
contar con el factor exterior, si se quería llegar a
cualquier etapa, definitiva o previa, de la paz (cuantos esfuerzos se hicieron por altas instancias de la
ONU, de los Estados amigos, de fuerzas y líderes
políticos y, sobre todo, de los mismos dirigentes de
Nicaragua, por encontrar una solución negociada y
pactada al conflicto que desató y mantuvo EEUU
durante casi diez años... ¿qué respuesta se obtuvo?);
ese factor externo marcó todos los procesos de
"pacificación" (y cabría preguntar: en el caso de
Colombia ¿será necesario para conseguir la pacificación, invitar a ese convidado, en alguna de las
representaciones múltiples a través de las cuales está
presente en el conflicto que el pueblo sufre en este
país?).
Esa ansia de liberación social que ha generado
y mantenido buena parte de los procesos de nuestros
países, -y de modo especial de los que, al mismo
tiempo buscaban la independencia, como, en el
comienzo de los 70, las excolonias portuguesas- fue
el origen y "la causa" moviente de la mayoría de los
conflictos que tuvieron que buscar la paz a través de
las conversaciones y diálogos. Es más, cuando esa
causa permanece es necesario que no se olvide y se
dialogue, en la mesa de negociaciones, por sus
auténticos y legítimos representantes; pero más imprescindible es que no se chantajee a la paz pretendiendo representar y defender dicha causa -los pueblos, aunque siempre tarde, no reconocen a los
espúreos y los vomitan-, cuando las mayorías, por
un motivo u otro, incluido el cansancio generalizado
o el terror, la consideran aplazable ante la urgencia
de la sobrevivencia.
Un dato que viene marcado por esa fecha, es el
hecho, hasta mucho después descubierto y explicado, de la inviabilidad -no teórica sino política y
práctica- del triunfo por las armas. A partir de aquel
momento, recuerden: excepto la 'carambola' de
Etiopía y Eritrea y, en otro sentido muy distinto, la
"victoria" de la SWAPO en Namibia, ningún movimiento -de los más de treinta que a comienzos de
los ochenta estaban empeñados en luchas de emancipación consiguió la toma del poder por la lucha
armada. Aún hoy permanecen, más o menos residuales, algunas luchas 'parecidas'... ¿que salida tendrán: la toma del poder, la negociación de la salida,
el desgaste y enquistamiento, o el paso a otro tipo
de actividad armada como forma de pervivencia de
un modo de existencia que no tiene otra alternativa?
Esa es la cuestión.
3. Las condiciones.
Uno de los temas difíciles de toda negociación
son las condiciones o la incondicionalidad en la
mesa. No me estoy refiriendo a esas condiciones,
sino a ciertos supuestos que, previo al proceso de
negociación lo hacen posible cuando las partes han
tomado conciencia de la necesidad de la paz. Algu
no de esos supuestos son:
3.1 La derrota: Quiero empezar destacando
una de las condiciones conocidas como "suficientes", la más rotunda, aunque sea difícil de nombrar:
que ambos contendientes se encuentren, de hecho,
derrotados. Para explicarme permítanme tomar como mera referencia, algunos de los conflictos de la
década de los 70, por ejemplo Vietnam que siempre
será además del gran conflicto, la gran lección -para
quienes quieran aprenderla-. Vietnam es un proceso
de larga duración en el cual se implican, con
intereses similares, países diferentes frente a un
pueblo que, en la defensa y en la lucha, va adquiriendo un tipo y grado de conciencia nueva y de
organización social, económica, política, militar y
cultural en torno de la resistencia para no ser destruidos. Una conciencia y creencia de que los vencidos
de siempre y los pobres del mundo habían de luchar
hasta el límite para defender su dignidad y una
soberanía más espiritual -y de ahí política- que
material. El conflicto llega a un punto en el que las dos
partes, el coloso de USA y los pobres vietnamitas, han
conseguido, luchando ferozmente, la derrota de ambos;
y se ponen a negociar la paz ineludible, poniendo sobre
la mesa, la dignidad ofendida y la vergüenza
encubierta -absolutamente irreconciliables entre sí...,
si no hubieran estado sobredetermi-nadas por la
derrota común y la necesidad de paz.
Gracias a las mediaciones y al realismo frente a lo
imposible llegan a conseguir la gran victoria de la paz
-que ninguno de los que lucharon pudo gozar-, una
pírrica paz para el "alma herida de los héroes USA"
que convertirán en acicate de muchas otras guerras y
luchas contra los pueblos extraños ese proceso
termina en 1975, después de un largo período de
negociación.
Otro aspecto que esta situación nos aporta es que
cuando no existe ninguna posibilidad de entendimiento -entre los bandos contendientes, y quizá de
entendimiento en términos absolutos- la paz sólo
llega con la derrota de ambos.
En síntesis se destaca lo siguiente:
• Naturaleza del conflicto
• Estado y nivel en que se encuentra el conflicto, o
grado en el que se halla la correlación de fuerzas,
con los dos 'continuos' de análisis: línea de fines:
finalidad última -objetivos de plazo largo, medio
y corto, con sus respectivos planes - intereses que
andan en juego- su relación con el poder real y el
simbólico- fuerzas con las que se defiende; línea
de fuerzas: potencia militar -potencia políticainiciativa de ataque -estructura y organización.
dirección, mando, orden, disciplina, aspectos subjetivos, relación con la "causa", sus motivos y la moral
de victoria- qué bases sociales se sienten expresadas y
qué bases sociales apoyan de hecho (con sus
"razones"); y los resultados de lucha, con la máxima
objetivación posible las "demandas" de paz y sus
sostenedores.
• Quién, por qué y cómo plantea el proceso de
'pacificación'? y estudio de las reacciones que
provoca, no sólo en los contendientes sino en
todos los sectores, directa o indirectamente, afec
tados; también en la opinión pública nacional e
internacional: balance de apoyos propicios y re
chazos'justificados'.
• A partir de ese momento hay que delimitar el
posible espacio de la negociación construyéndolo
en un doble eje de coordenadas integrado por el
eje, en sus tres grados, de:
• Las conversaciones y sus "circunstancias": lugar,
tiempo, modos, formas, número, mesa, protoco
los...y, sobre todo agendas;
• El diálogo: la representación, imagen y credibili
dad de los interlocutores.
• La negociación en cuanto tal: y el poder de deci
sión y acuerdo en la negociación; la capacidad de
cumplimiento de lo pactado;
El otro eje de las variables compuestas: agentes,
interlocutores, partes, intermediarios, condiciones, los
puntos de partida y los de llegada; quién y cómo lleva la
iniciativa, qué papel se atribuye -y el que tienen- los
factores exteriores sean personales, institucionales,
nacionales, regionales, internacionales...; con sus
elementos de verificación, control etc1.
A partir de esas claridades viene el difícil proceso
de la práctica, en la que juegan un importante
1 Sin que interfieran en el discurrir de la reflexión, enumeramos un leve decálogo de los puntos que fueron, más o menos secuencialmente, ofrecidos a
debate en un taller de representantes de fuerzas políticas de algunos países africanos que estudiaron, durante una semana, las condiciones de conflictos de
liberación:
a) Definición de las contradicciones y el grado de enemistad: para saber quienes son enemigos, adversarios, contrincantes, beligerantes,
asimétricos....
b) Las convergencias, confluencias, correlación y confrontación de fuerzas en alianza, en conflicto y su posible medición.
c) Los objetivos estratégicos de largo plazo y la coherencia de su relación con los objetivos medios y cortos; definición del espacio social y
político.
d) El tema de la 'ideologización' (en su múltiple acepción, pero sin excluir la generadora de falsa conciencia) de las "causas" y de los procesos,
en relación con el peligro de fanatización de los medios y procedimientos, ante el aplazamiento 'sine die' de las finalidades que fueron causa
y motivos.
papel, las mismas cualidades personales de los negociadores. Pero veamos algún otro supuesto:
defendidas con mucho realismo y enorme fuerza y
"razón".
3.2 El empate sin salida -y sin derrota- de
ambas partes. Es difícil de reconocer y sólo el
tiempo y la terquedad aburrida de los hechos que no
provocan avances decisivos, puede llevar a la conclusión de la necesidad de paz. Cuando las luchas
se han enquistado y, como consecuencia, se hace su
duración mayor de lo previsto; cuando empieza a
darse, y crece, el 'cansancio de los buenos' y de
quienes padecen directamente las consecuencias de
la lucha se hace necesaria la paz, en las mejores
condiciones posibles. Estoy hablándoles de procesos, mutatis mutandis, como los de El Salvador,
Guatemala, El Sahara... quizá Filipinas, ¿quizá en
algún sentido, Colombia?.
En un conflicto que, dada la composición y
correlación de fuerzas, así como su 'victoria' y sus
costos, incluidos los económicos, de ninguna forma
una de las dos partes podía ganar venciendo a la otra,
se forzó, en el tiempo y espacio en el que los polos
parecían más opuestos, una negociación y se firmaron unos acuerdos que, en la misma medida en que
se cumplan conllevará la victoria política para las
dos y el avance para su pueblo y país.
El referente paradigmático es, sin duda, el proceso de conversaciones para el diálogo, para la
negociación, para los Acuerdos de paz que se firmaron en Chapultepec y que, con miles de dificultades
de todo tipo lo que hizo que los acuerdos esbozasen
mecanismos firmes de gran eficacia pero llenos de
osadía e imaginación política, algunas otras normalmente imprevisibles, por la dinámica de las relaciones enfrentadas y porque los negociadores del gobierno ni tienen representación ni control de la
totalidad de intereses que están detrás de él. Lo que
me interesa resaltar para nuestra reflexión es que,
tras largas luchas militares y políticas y un sinnúmero de factores enfrentados de todos los signos, un
grupo lúcido de representantes del Frente consiguieron movilizar no sólo a la opinión pública internacional, sino a un puñado amplio de gobiernos, incluido el que figuraba como aliado orgánico y
financiero de su enemigo principal, y llevar al mismo corazón de las decisiones de las Naciones Unidas, en su tiempo exacto, unas propuestas claras,
Estos mismos elementos los encontramos, con
sus matices y diferencias, en casos como Guatemala
o El Sahara, si bien los gobiernos contra los que
están enfrentados los movimientos de liberación, no
han creido aún necesaria la paz y siguen empeñados
en tratar de engañar a la comunidad internacional y
a sus contrincantes con palabras y promesas trapeadas. Este supuesto, en los casos que hemos utilizado
-no así en otros posibles- también podríamos titularlo así:
3.3. La inviabilidad de la victoria y la presión
internacional con la razón de la democracia y los
derechos humanos. Que puede ser aplicado a otros
conflictos y negociaciones; lo que aporta, quizá
como novedad en los tiempos de aquí en adelante,
es que la legitimidad de los conflictos y la credibilidad de las partes implicadas en los procesos por
los que atraviesan hasta conseguir la paz, cada día
más ha de ser confrontada con esos dos ejes convergentes: la democratización de la sociedad y de los
Estados por la participación real del pueblo en el
poder, y el respeto, promoción y defensa de los
Derechos Humanos, personales y colectivos, empezando por los derechos de aquellos grupos a quienes
les son más negados. En íntima relación con este
aspecto es necesario destacar la importancia, cada
e)Consecuencias reales o simbólicas de las transmutaciones del bloque del Este, sus alternativas y propuestas.
f) Existen -¿quiénes son?- tos sujetos capaces de transformación real radical de las estructuras y sistema dominante; ¿cuáles
son o siguen
siendo las condiciones objetivas y subjetivas, materiales y sociales del cambio posible? ¿y del radical?.
g)El papel del análisis y de la interpretación -cuando no hay explicación- para proyectar fines y hacer propuestas.
h) La definición y defensa de una causa, ¿cuál?.
i) Más allá de los métodos, tácticas y técnicas... la articulación de medios y fines y el riesgo de hacer propuesta inviables que,
por ello resultan netamente idealistas (el reclamo del cumplimiento de la materialidad histórica frente a los idealismos
alienantes...).
j) Identificación del espacio propio, entre la utopía viable y el realismo pragmático del Gran Mercado.
Y dos apéndices:
La lucha de las potencias a partir del conflicto de intereses, "negocios", voluntades, modelos... y otros protagonismos.
El papel de los "universos de sentido" y de 'sin sentido' en la movilización de voluntades, sentimientos, miedos y emociones.
que substraían el apoyo a la paz o sus contrarios.
día más insustituible de la ética, la mejor, la más
justa, la más altruista y mayoritaria, la más magnínima y tolerante... aplicada a toda acción política sea
del cariz que sea. Y soy conciente de que estamos
tocando un fondo difícil porque trasciende a muchos
planteamientos ficticos que por aquí y por allí se
vienen dando.
Otro supuesto:
3.4 La guerra de desgaste hasta el agotamiento total. Es la táctica seguida por USA y sus aliados
cuando lo que se propone es el derrocamiento de un
régimen popular contra el que ha desatado una
guerra de las llamadas de baja intensidad, aunque la
medida de esa bajura resulte muy discutible sobre
todo para los que la padecen.
EI objetivo de esas guerras no es ganarlas
militarmente, sino desgastar hasta su claudicación
al poder establecido y sus mecanismos políticos y
sociales; en primer lugar hundiendo las economías
por el procedimiento de su militarización hasta conseguir que los recursos destinados a la cobertura de
las necesidades más apremiantes -salud, educación,
pequeño desarrollo, organización- de las mayorías
populares queden de tal forma disminuidos que
provoquen la desafección, el descontento y, a la
contra, el consiguiente apoyo a los "libertadores"
que irán en contra del orden establecido.
3.5 Desde la "victoria" de los vencidos. En los
emocionantes años 70, de tantas posibilidades, casi
todas ya frustradas, se dieron algunos procesos importantes para la paz en el mundo del Sur; me refiero
a las últimas grandes independencias de Africa-que
culminarán en el 80 con la de Zimbabwe y en el 90
con Namibia-, no todas ellas concedidas, aunque
tampoco todas ellas del todo conquistadas; en ellas
hubo duras presiones exteriores y de una forma u
otra, conflicto bélicos. En concreto quiero señalar
las que marcaron una era africana que pudo ser
nueva pero que ahora, también ha resultado fallida
gracias al mismo factor externo del que venimos
hablando desde hace tiempo; me refiero a las independencias hoy maltrechas y destrozadas de la excolonias portuguesas, en concreto Mozambique,
Angola y Guinea Bissau, -puesto que Cabo Verde
no tuvo conflicto directo, aunque sí estuvo incorporado a él en G. Bissau-, y, Santo Tomás y Príncipe
supieron ir juntos, dentro de 'los cinco', con sus
hermanos de revolución -la de los claveles, en Portugal-, como Asia, Goa, Macao y, con otro destino,
como no podía ser menos al tener como vecino la
dictadura indonesia, Timor Este-.
Los procesos de esos países llevaron a un sin fin
de diferentes conversaciones que, tras la convergencia de muchas luchas militantes y políticas y de
abigarrados discursos ideológicos propios y apropiados, culminaron en la caida de una dictadura
enquistada y sin salida en la metrópoli portugal, y
en el advenimiento de un sueño imposible: que el
ejército militar pudiera engendrar una democracia
popular. Eso propiciaba la recuperación y renovación de las alternativas africanas que, tras la década
de la independencia en los sesenta, se habían quedado en palabrería mimática, sin aportar nada propio al proceso emancipatorio. Fueron los años del
74 hasta el 80, con la independencia de Zimbabwe,
por las vías más negociadoras y democráticas conocidas hasta entonces, los que, según parece y a pesar
de los esfuerzos de Gran Bretaña, los que hicieron
cambiar la estrategia a los aliados de siempre. Fue
un tiempo de paz relativa que se truncó, precisamente, por quien hacía ostentación de su democracia y
de la defensa a ultranza de los derechos de los
pueblos...; sus aliados fueron el apartheid de Sudáfrica y el sionismo de Israel, junto con los apoyos
financieros de selectas capas que ocupan altas esferas del poder económico tanto en los EEUU de
América, como en Sudáfrica, Portugal y Europa
(Alemania incluida). Con ello quiero terminar recordando que las paces o la paz no se mantienen por
el hecho de negociarla y acordarla; es más, que
teniendo en cuenta a los beligerantes y sus intereses
por la paz como un buen negocio y no como un
modo de existencia humana..., pueden utilizarla únicamente para reponer fuerzas y lanzar una ofensiva
de naturaleza diferente que coja por sorpresa al
antiguo contendiente y arrume para siempre -siempres no eternos- las aspiraciones de los pueblos que,
casi por naturaleza buscan la paz como condición y
forma de vida.
A pesar de que los tiempos se ajustan y son
propios del espacio en el que se realizan y de los
agentes que los mueve, se da una coincidencia en
torno del 79, también en Africa, activada tanto por
el aprendizaje de Nicaragua como por la sospechosa
buena imagen que los procesos de las excolonias
iban adquiriendo en todo el continente negro. Eso
va a hacer que la perfección de los acuerdos de
Lancaster Housa y la instauración del "socialismo
propio" en Zimbabwe por vías absolutamente de-
mocráticas, alerte a los aliados de EEUU y posibles
guardianes de las reservas de minerales estratégicos,
para poner en marcha el brutal proceso destructor
no ya sólo de proyectos revolucionarios que podrían
haber sido modelos de los cambios en los países
africanos, sino de las mismas condiciones físicas de
supervivencia para esos pueblos. Daría la impresión
que las negociaciones de Zimbabwe en el horizonte
de África Austral marcan el punto de inflexión para
África, de los nuevos tiempos que, para otros paises
del Tercer Mundo que cuenten con productos imprescindibles en la economía del norte culminará en
la pública -y un tanto obscena- implantación del
nuevo orden mundial proclamado por el extinto
Bush en su triunfal guerra del Golfo. El objetivo era
que no se diesen más Mozambiques o Zimbabwes
en África negra y que las paces rematasen los procesos de derrota de los gobiernos establecidos contra los que se desataron las nuevas guerras nacidas
de antiguas paces...
4. A modo de conclusión
Los procesos de paz que en el mundo, en estos
últimos años, avalan la posibilidad de que todo
conflicto, por muy enconado que esté, es solucionable con unas negociaciones en las que se busque,
con la honestidad y dignidad que se tenga -y ahí
cada quien es responsable de la suya- no sólo el alto
al fuego y el establecimiento de condiciones favorables para entenderse, sino una paz -jamás absoluta
o siempre relativa, como todo lo humano- que sin
ninguna duda resulta mejor que cualquier guerra
limpia o gris, para los pueblos que vienen padeciendo los enfrentamientos e incluso mejor para los
directamente contendientes que a lo peor ya se han
acostumbrado a uniformarse de odio y 'razones'
fantásticas que no responden a la verdad ni aún de
las palabras. El tema se convierte, pues, en cómo
acceder a la mesa de negociación y, sobre todo,
cómo empeñarse en construir la difícil paz que haga
compatibles los intereses opuestos y conciliables,
las posiciones que se definen como antagónicas. A
estas alturas de existencia del grupo zoológico humano, a pesar de lo que actualmente vemos en las
Yugoslavias absurdas, lo más revolucionario sigue
siendo vivir y posibilitar la vida a las mayorías y,
desde ellas -que son las que padecen las imbéciles
muertes- aspirar a la sociedad humana de todos. Es
posible; también necesario. El tema va a terminar
siendo tan simple como que haya que quererlo y
ponerlo en marcha. ¡Muchas gracias!. O
LA REINSERCION COMO CONSTRUCCIÓN DE UNA
NUEVA FORMA DE RELACIÓN SOCIAL
Fabio López de la Roche. Historiador, Politólogo, Investigador Asociación de Trabajo Interdisciplinario A.T.I.,
Profesor Departamento de Historia Universidades de los Andes y Javeriana.
Introducción
EI presente trabajo no pretende abordar la pluralidad de campos, de situaciones y de problemas
relacionados con el proceso de reinserción de los
excombatientes guerrilleros a la vida civil.
La reinserción tiene que ver con múltiples
escenarios tales como la incorporación a una
actividad laboral y económica, con el regreso al
núcleo familiar o por lo menos a algún tipo de
relación familiar,
con la recuperación de derechos civiles a través del
indulto con la concesión a las antiguas organizaciones de espacios de favorabilidad política, con programas educativos (alfabetización y validación de
la primaria y el bachillerato, readmisión a la universidad, formación ciudadana, etc.), con la atención
psico-social, y con la capacitación técnica en determinadas destrezas laborales imprescindibles para el
desarrollo de los proyectos productivos en los cuales
se han embarcado los excombatientes.
Se podría también hablar de la organización
institucional para la conducción del proceso de rein
serción, de los niveles de preparación o imprepara
ción del Estado y de las propias organizaciones
desmovilizadas para asumir exitosamente el proce
so, de las tensiones entre funcionarios de reinserción
y desmovilizados, del perfil que se le confiere a la
política de reinserción en el contexto de la política
de paz, etc, etc.
Ante la imposibilidad de abordar tantos y tan
diversos campos del proceso, centraremos nuestro
análisis en algunos aspectos que han venido siendo
objeto prioritario de nuestra atención, y que tienen
que ver con la reinserción en términos de cultura
política, a nivel de psicología política (imaginario
político, percepción del estado y del sistema político, concepción del antagonista político, etc), en
síntesis, la reinserción como un proceso que implica
transformaciones sustanciales en la subjetividad de
los desmovilizados en sus ideales, en sus valores,
así como en sus actividades y comportamientos ante
la realidad. Además de estos planos de la cultura
política, abordaremos otros aspectos, a través de los
cuales presentamos una propuesta de concepción
global de la reinserción.
Intentaremos mostrar la necesidad de que el
proceso de reinserción involucre transformaciones
de cultura política (conocimientos, valores, actitudes, gestos, aspectos simbólicos de relaciones políticas, etc.), no sólo desde los desmovilizados, sino
también desde otros actores de la vida nacional.
Finalmente, mostraremos algunas posibilidades que
podría entrañar un adecuado manejo del proceso de
reinserción, concebido como parte constitutiva del
proceso de paz y de reconciliación nacional.
I. La reinserción como redefinición de una
cultura política de izquierda con claros
rasgos de intolerancia y autoritarismo.
Consideramos conveniente que en las políticas
de reinserción, tanto desde el gobierno como desde
las organizaciones, la dimensión relacionada con las
transformaciones a nivel de la subjetividad, es decir,
con las rupturas y redefiniciones a nivel del mundo
espiritual, conceptual y valorativo de los sujetos
principales del proceso de reinserción, reciba una
mayor atención.
i Nos resulta fácil que los problemas relacionados
con la vida cultural de las sociedades sean objeto de
atención y simultáneamente objeto de políticas que
produzcan transformaciones en dicho campo. Subrayando "el ambiguo status de las cuestiones culturales", el sociólogo chileno José Joaquín Brunner
ha tratado de explicar algunas de las razones determinantes de esa cierta desatención que ha existido
hacia las dimensiones culturales de la vida de la
sociedad, desde los estudios académicos, como desde las instancias institucionales desde las cuales se
piensan y se toman las decisiones: "Hablar de la
cultura con sentido exige referirse a representaciones colectivas, creencias profundas, estilos
cognitivos, comunicación de símbolos, juegos de
lenguaje, sedimentación de tradiciones, etc., y no
sólo a los aspectos más fácilmente cuantificables de
la cultura: es decir, a los movimientos del mercado
de bienes culturales. Las ciencias sociales latinoamericanas sólo se han preocupado marginalmente
de esos problemas culturales, tal vez porque ellos no
se hallan situados demasiado alto en la escala del
prestigio académico ni ocupan un lugar central en la
jerarquía de los problemas que pueden ser atacados
político-técnicamente".
Consideramos entonces que un buen manejo de
la reinserción requiere de un adecuado conocimiento del mundo político-cultural propio de las izquierdas, de sus apuestas ideológicas, de sus ideales y
esquemas de valores.
Las izquierdas colombianas vienen experimentando un interesante proceso de redefinición de las
formas tradicionales de su cultura política. Este
proceso transcurre con desigual intensidad en dependencia de las características propias de cada
organización, de sus concepciones ideológicas, de
sus estructuras organizativas, de su vinculación o no
al proceso de paz, y también de acuerdo a la evolución particular de cada organización desmovilizada
con posterioridad a la dejación de armas y reincorporación a la vida civil.
Simplificando, podríamos afirmar que ese proceso de redefinición de la cultura política de las
izquierdas tiene que ver con tres ejes fundamentales:
1) la recuperación de la democracia como un ideal
estratégico, y no sólamente como presupuesto táctico, y como necesidad de la vida interna de las
organizaciones políticas (habría que precisar que en
el caso de las organizaciones armadas hay unos
límites obvios a cualquier eventual proceso de democratización, dado su carácter de ejércitos sujetos
a unas jerarquías, a la obediencia a los superiores y
a la disciplina militar); 2) Una mayor aproximación
a las realidades nacionales y a las características
culturales de los colombianos desde las vertientes
marxista-leninista de la izquierda (no tanto desde el
M-19 que viene desde una tradición nacionalista),
sumidas tradicionalmente en esquemas pro-chinos,
pro-soviéticos, pro-albaneses y pro-cubanos; y 3) un
proceso de secularización de su concepción del
mundo y de transición a posiciones más pragmáticas
y menos ideologizadas.
En Colombia el proceso de crítica y redefinición
de la vieja cultura política de izquierda como proceso
interno experimentado por las organizaciones, es un
proceso relativamente reciente, lento, y altamente
traumático en virtud de las siguientes razones:
1. En ese proceso de ruptura los sectores reno
vadores no siempre han podido arrástar tras de sí a
las mayorías, como sí sucedió con la desmoviliza
ción del EPL, más no en el caso del sector civilista
de la U.P, o de los Círculos Bernardo Jaramillo,
salidos del seno del Partido Comunista.
2. Los asesinatos de los líderes izquierdistas
Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro, privaron a la izquierda de unos conductores
en gran medida irremplazables, dotados de un enor
me carisma y de un potencial renovador que los
habría convertido muy probablemente a la vuelta de
unos años en líderes políticos de significación na
cional, eventualmente capaces de dar inicio a un
proceso histórico de aproximación y entendimiento
entre unas fuerzas de izquierda tradicionalmente
muy sectarias en su relacionamiento mutuo, y des
provistas de una auténtica vocación unitaria.
3. La precariedad de la reflexión política en los
partidos de izquierda colombianos, carentes de
ideólogos que desarrollen un trabajo de reconstruc
ción y adaptación crítica de las propuestas socialis
tas a los tiempos de la crisis del comunismo y del
paradigma revolucionario marxista-leninista, y su
aislamiento con relación a los debates en América
Latina y el mundo acerca de estos temas.
4. El desdibujamiento ideológico y político del
M-19, presa de sus debilidades estructurales (la
inconsistencia y ambigüedad de su propuesta doc
trinaria y sus carencia organizativas), de la conduc
ción hiper-pragmática y personalista de Antonio
Navarro, y de la ausencia de una concepción capaz
de dar cuenta de la historia reciente del país, del
pasado, de la propia organización, y de las expecta
tivas de miles de colombianos, que después de darle
su voto de confianza, y haber estado dispuesto a
participar en la construcción de una alternativa democrática al bipartidismo, han tenido que resignarse a la realidad de un movimiento sin solidez organizativa ni democracia interna, carente de identidad
social y sin mayor claridad para plantear una política
y un discurso coherentes ante los grandes problemas
nacionales.
A pesar de lo ambiguo y traumático, y de lo lento
de este proceso de redefinición de la vieja cultura
política de izquierda, este avanza, nutriéndose de las
reflexiones de las distintas investigaciones sobre
violencia producidas en los últimos años por equipos especializados, y de las aproximaciones críticas
de cientistas sociales independientes que han empezado a incursionar críticamente en el mundo de la
cultura política de las izquierdas en Colombia pero
sobre todo en otras latitudes de América Latina
Una segunda fuente de avance de ese proceso
tiene que ver con las rupturas, revisiones críticas y
nuevas perspectivas que se han venido configuran
do en vísperas, durante y después de la desmovili
zación, a nivel de los ex-combatientes del M-19,
EPL, PRT y Quintín Lame.
Mostraremos enseguida algunas líneas centrales de la crítica al viejo paradigma marxista, adelantada por investigadores colombianos y latinoamericanos (chilenos, mexicanos, etc.), y luego
presentaremos algunos testimonios tomados de entrevistas e historias de vida de excombatientes, que
arrojas luces sobre algunos de los principales ejes
de redefinición de la vieja cultura política izquier
dista.
Los rasgos antidemocráticos de la vieja
tradición de izquierda y su crítica desde las
ciencias sociales latinoamericanas
Para que nuestra presentación no deje la impresión de que desvinculamos estos rasgos del contexto histórico en que ellos se gestaron y se constituyeron en orientadores de comportamientos políticos
de izquierda, es necesario precisar que muchos de
estos fundamentos ideológicos y elementos hegemónicos en la concepción de la vieja izquierda, se
configuraron en íntima relación con las dinámicas
de intolerancia, autoritarismo y exclusión presentes
en el sistema político del Frente Nacional, y se
inscriben también en un tiempo histórico específico o de las décadas de los 60 y 70 (que para Colombia tal vez se prolongaría hasta mediados de los 80,
sino hasta comienzos de los 90), tiempo caracterizado por la presencia en el universo cultural de la
izquierda latinoamericana y colombiana de unos
determinados contenidos valorativos que orientaron
como ideas-fuerzas su acción política.
Veamos a continuación algunas de las ideas
fundamentales de ese viejo paradigma de cultura
política izquierdista.
1. Adhesión al modelo bolchevique de captura
de poder, a partir de la cual este se podría ejercer
indefinidamente en el tiempo, proscribiendo ade
más cualquier forma de competencia u oposición
político-partidaria.
2. Concepción clasista y excluyente de la socie
dad y del orden deseable, sobre la cual se construye
una ética clasista del comportamiento revoluciona
rio, justificatoria en el caso del movimiento armado,
de procedimientos delincuenciales y violatorios de
los derechos humanos como el secuestro, la extor
sión, el "boleteo", etc. Esta ética clasista configura
enemigos absolutos e irreconciliables, condena irre
mediablemente a la burguesía al exilio en la Florida,
y en general se constituye en un factor de desgarra
miento interno del tejido social por la vía de la
intolerancia y el maniqueísmo clasista.
Esta lógica clasista se expresa claramente en el
lenguaje usado por los miembros de las guerrillas:
'el boleteo' y las 'vacunas' son "contribuciones" a
la revolución; el secuestro es una "retención"; el
asalto y saqueo de una oficina de la Caja Agraria, o
el asesinato de un policía para hacerse a un arma,
son acciones de "recuperación" de dinero o de armas
para el pueblo.
Sobre la base de esta lógica clasista supremamente subjetiva y laxa en sus aplicaciones prácticas,
se producen con frecuencia abusos y excesos muy
cercanos a los procedimientos de la delincuencia
común. Un comandante de frente puede decidir, en
base a consideraciones meramente subjetivas,
quién es "boleteable" o "secuestrable". En ataques a
pueblos se ha decidido de antemano golpear a comerciantes o a dueños de establecimientos considerados "mala gente" por la guerrilla o por la población.
Nos parece que habría que prestarle más atención al universo valorativo con que funcionan las
distintas organizaciones guerrillas. Cuando en medio de las negociaciones del Gobierno con la Coor-
dinadora Guerrillera en Tlaxcala uno de los negociadores de la guerrilla afirmó que "el secuestro es
un impuesto social", los medios hablaron del "cinismo" de la Coordinadora. Antes que cinismo cabría
ver allí un universo particular de valores desde el
cual se lee la realidad. Nos parece que estas dimensiones ideológicas y culturales de la vida guerrillera
deberían de ser miradas más atentamente con el fin
de avanzar en la reinserción de los grupos desmovilizados y en las negociaciones de paz con la Coordinadora Guerrillera Simón Bolivar, sobre la base
de una mayor capacidad de entender el mundo cultural de aquel que se reincorpora a la vida civil o con
quien se adelanta un diálogo de paz.
3. Concepción religiosa de la política como
adhesión a principios absolutos. El marxismo-leni
nismo aparece allí como la verdad absoluta y la
única forma posible de cientificidad. Se configura
entonces una concepción terminal y excluyente del
conocimiento, y una imposibilidad de concebirlo
como una verdad en permanente construcción.
4. Funcionamiento de la formación ideológicopolítica sobre la base de un conocimiento precario
y sesgado de los hechos y datos de la historia y la
realidad nacional y de esquemas generalizantes y
facilistas de interpretación de la misma.
5. Opción por la revolución política y social
como un ideal de ruptura radical con el pasado y el
presente, los cuales se consideran intrínsecamente
perversos, y por la construcción de un orden entera
mente nuevo.
6. Intimamente ligada a la opción anterior, una
subvaloración de la importancia de las reformas
sociales y políticas (entendidas en el mejor sentido
de la palabra y no como estratagemas demagógicas
de la burguesía, así a veces ellas lo sean), y un
menosprecio del trabajo orientado al desarrollo y
perfeccionamiento de la instituciones.
7. Subvaloración de la democracia política la
cual es vista peyorativamente como democracia
'formal' o 'burguesa', y de las premisas jurídicoinstitucionales de los regímenes democráticos (es
tado de derecho, tridivisión del poder, autonomía y
fortaleza del poder judicial y de los organismos de
control a la acción del Estado, etc.). Contraposición
entre la democracia burguesa y la democracia socia
lista, la cual no tendría ninguna relación genética ni
de continuidad o profundización con la anterior.
Habría que precisar que este menosprecio de la
democracia política se deriva no solo y simplemente de una opción ideológica, apriorística, que contrapone democracia burguesa a democracia socialista. La subvaloración tradicional por la gran
mayoría de las izquierdas colombianas de la democracia burguesa o de la democracia formal tiene que
ver además con las inconsecuencias y contradicciones de la democracia colombiana, que junto al mantenimiento de una serie de instituciones propias de
un estado de derecho de libertades y derechos civiles, permite la coexistencia paralela del estado de
sitio, de formas autoritarias y de represión de la
protesta social legítima, de grupos de violencia privada, de la impunidad y de la falta de garantías para
la vida humana, así como de evidentes expresiones
de intolerancia y exclusión antizqüierdista.
8. Opción no siempre justificada y muchas ve
ces deliberada, por la violencia como forma privile
giada de lucha, a partir de una determinada concep
ción de la acción política que hacía de la lucha
armada la 'forma superior' de la lucha política.
9. Visión mesiánica y paternalista de la lucha
armada, como una forma sui generis de acción jus
ticiera que vendría a llenar el vacío generado por la
ausencia de una comunidad consciente y organizada
para la defensa de sus derechos políticos, económi
cos y sociales. Incomprensión del efecto de la op
ción por la lucha armada en la 'macartización' de la
protesta social legítima y en el mantenimiento de la
debilidad organizativa de la sociedad civil y de la
opinión pública en Colombia.
10. Imposición por el movimiento armado, de
proyectos políticos y de formas de lucha, sin con
sultar con la sociedad.
11. Intimamente ligada a lo anterior, está la
atribución frecuentemente arbitraria por parte de las
distintas guerrillas, de la representación de los inte
reses de la sociedad.
12. Construcción en muchas regiones periféri
cas del país, -en parte debido a los niveles de
marginalidad, arbitrariedad, corrupción, pobreza y
desigualdad imperantes en las relaciones sociales de
muchas zonas de colonización-, de formas de "ci
vilización autoritaria" de la sociedad (moralización
autoritaria de las alcaldías por la vía de la intimida
ción, proscripción por la vía del temor y de la pena
de muerte institucionalizada, del consumo de dro
gas, de la prostitución y de expresiones delincuen-
ciales como el abigeato, etc). En varias de estas
regiones la guerrilla funciona con un criterio de
propiedad sobre el territorio y sobre la población y
en años anteriores se producían con frecuencia com
bates ente los mismos grupos guerrilleros por la
posesión del territorio y por "la masa" (la gente de
la población civil potencialmente auxiliadora de la
guerrilla).
Las autocríticas, rupturas y redefiniciones
experimentadas por los combatientes
desmovilizados
-:
Mostraremos en palabras extraídas de historias
de vida y entrevistas realizadas con desmovilizados,
algunos de las líneas de su autocrítica como sujetos
de esa vieja cultura política de izquierda, así como
de avances en la redefinición de su propia subjetividad.
Uno de los cuestionamientos más extendidos
tiene que ver con la crítica a la manera religiosa
como fue asumido el marxismo, en un proceso en
que simultáneamente al rompimiento con la religión
católica tradional bajo la seducción del ateísmo y de
la concepción dialéctico-materialista y 'científica'
del mundo, se producía un reemplazo, en términos
de mecanismo de creencia, de la fé católica por la
fé en el carácter todopoderoso de la doctrina marxista. Una excombatiente, recordando las sesiones
de "crítica y autocrítica" en las que los militantes
consultaban con el comisario político los asuntos de
su vida privada, de la ética de las relaciones de
pareja y en general, de su vida sentimental, comenta
con sano humor autocrítico cuan parecidas eran esas
sesiones al "yo pecador me confieso" de la tradición
católica'5.
Un exmilitante del Partido Comunista de Colombia (Marxista-Leninista), recuerda la vida del
partido a comienzos de la segunda mitad de los 70
y precisa que "todo era muy estalinista, incluso yo,
el seudónimo mío en la guerrilla fue' acero', en parte
por Stalin y en parte por ciertos... no sé, eso fue algo
en la formación de uno, caí en la religión marxista:
de tener de ídolos a Dios y a Cristo en mi época
juvenil, caí en el pedestal de Stalin".
Muchos militantes han comenzado un proceso
que a decir verdad no es nuevo y que han vivido
cientos de militantes de izquierda crecidos al calor
de los 60 y los 70, y que tiene que ver con un buceo
explicativo de la propia historia cultural personal,
en donde saltan a la superficie aspectos relacionados
con la socialización religiosa que se tuvo en la
familia y en el colegio y los entroques de ella con
muchas actitudes de la época de militancia. El
mis¬mo entrevistado, comparando la formación
tradicio¬nal recibida por él en un colegio religioso
de Mede-llín la cual encuentra retrospectivamente
"muy plana", no puede dejar de ver las similitudes
con "la forma en que trabajamos 15 años en el
PCC (M-L), planos".
Otros de los ejes centrales del proceso de
rede¬finición ideológica, y de valores y actitudes,
está ligado al redescubrimiento por los
excombatientes de la sociedad colombiana, la cual
empieza a mirar¬se más desprevenidamente y sin
los sesgos de la ideología.
Conversando por ejemplo, en torno al tema de la
relación del PCC (M-L) con los desarrollos de las
ciencias sociales en Colombia, un ex-guerrillero
urbano precisa que "nosotros fuimos muy dados
durante nuestro desarrollo a macartizar y a
descali¬ficar los aportes de la intelecutalidad
colombiana
porque
inmediatamente
los
enfilábamos en la "social-democracia", o en "el
liberalismo", o en "la intelectualidad que no se
compromete con las ideas prácticas de la
revolución". Entonces era muy dañi¬na esa labor
que se hacia al interior de la fuerza. Nos
creábamos la visión de que únicamente nosotros
teníamos la razón, teníamos claridad sobre los que
estaba pasando en este país y que los demás
estaban equivocados. Entonces, que esos análisis
correspon¬dían al de la social-democracia y que
este iba en provecho de los intereses capitalistas".
Otras redefiniciones tienen que ver con aspectos
vinculados a los excesos y abusos cometidos en el
accionar militar, y a las violaciones de derechos
humanos en que se incurrió en muchas ocasiones.
El siguiente testiminio del mismo excombatiente
urbano, interrogado acerca de qué sería lo más
ne¬gativo que el encontraría en la vida guerrillera,
constituye una autocrítica cruda y desgarrada que
evidencia no sólo la sinceridad del cambio político
y cultural asumido, sino los costos a nivel humano
que implican estas rupturas en las actitudes y
valo¬res: "El abuso, mano. Yo creo que nosotros
abusa¬mos como guerrilla no únicamente del
movimiento social, no únicamente del común del
pueblo, sino también al interior de nosotros. Unos
compañeros abusaron de otros, en base a criterios
muy persona¬listas, eso es lo peor que uno puede
haber
hecho
con
un
compañero.
La
irresponsabilidad, yo pienso que
la nuestra respecto al accionar militar, en muchas
oportunidades fue lo más negativo que nosotros
pudimos haber hecho. Me parece que llegamos a
un momento en que nosotros valorábamos muy
poqui¬to la vida. La salida fácil para quitarle a un
tipo un revólver o una escopeta, era matarlo.
Entonces yo pienso que si algo nos mató a
nosotros desde el punto de vista de la imaginación
como fuerza mili¬tar, como fuerza guerrillera, fue
la irresponsabilidad y el facilismo. (....) De lo que
yo más me reprocho me tocó vivir (...) es matar a
alguien pa' quitarle un carro, eso es hoy desde la
óptica mía, lo más deni¬grante que puede hacer un
ser humano. O sea, ese es el extremo, el colmo, y
nosotros lo hacíamos, nos tocó hacerlo. Maluco
eso, muy maluco".
Estas redefiniciones que estamos señalando no
suponen, sin embargo, que los ex-combatientes
asu¬man necesariamente una actitud de
arrepentimiento total por su pasado y de
consecuente conversión hacia posiciones políticas
incondicionales frente al establecimiento. Muchos
mantienen fuertes ele¬mentos de identidad con un
pasado, con unas razo¬nes para haber tomado la
decisión de lucha armada que siguen considerando
fueron válidas para su momento. Numerosos
excombatientes,
redefinien-do
sus
viejos
esquematismos, mantienen su opción por un
proyecto radical de transformación económi¬ca y
social
de
la
sociedad
que
satisfaga
prioritaria¬mente los intereses, necesidades y
expectativas de los sectores populares. Podríamos
afirmar entonces, que su radicalismo de hoy es
más cultivado, menos ideológico y más consciente
de sus deberes demo¬cráticos, una opción política
personal respetable y susceptible de enriquecer un
nuevo escenario polí¬tico ampliado y pluralista en
Colombia.
Llama la atención en la visión de los sectores
políticos cercanos a la Coordinadora Guerrillera la
recurrencia de actitudes maniqueas y condenas
mo¬rales por "traición a la revolución", por
"revisionis¬tas" o por "social-demócratas", que se
esgrimen para descalificar las opciones políticas
tomadas por los desmovilizados y sus
organizaciones. Si bien sería ingenuo desconocer
realidades innegables como el desdibujamiento de
la AD M-19 como un proyecto capaz de expresar
los intereses populares, de articu¬larse a los
movimientos sociales y construir una propuesta
que recoja las luchas históricas de nume¬rosos
sectores que han contribuido a la apertura reciente
del sistema político y a evidenciar sus ras-, gos
históricos de intolerancia y exclusión, habría
que anotar que no se puede reemplazar las armas de
la crítica civilizada, argumentada y convincente, por
las de la tolerancia ideológica contra las posiciones
y comportamientos políticos divergentes de los propios, ni mucho menos recurrir el asesinato de los
desmovilizados con el argumento absurdo de que
"traicionaron la revolución".
Estos comportamientos maniqueos están relacionados en buena parte con ese tipo de cultura
política antes presentado y con las prácticas de
adoctrinamiento ideológico de los combatientes, pero también con los bajos niveles educativos y de
experiencia política democrática de los jóvenes reclutados como guerrilleros. La marginalidad, la falta
de oportunidades educativas y el tipo de relaciones
políticas y sociales asimétricas en las regiones
marginales rurales y urbanas en donde se recluían
los guerrilleros, no constituyen el escenario social
más propicio para el crecimiento de personalidades
tolerante y democráticas.
Nos parece indispensable para observar un poco
desde fuera y comprender la especificidad de nuestra situación, como también las semejanzas con
otras experiencias actuales de las izquierdas de
América Latina, comparar el cuadro de la izquierda
colombiana de predominio del epíteto descalificador y de las acusaciones morales (izquierda radical),
o de pragmatismo externo y bandazos de 180 grados
sin construcción de discurso nacional alternativo ni
de identidad política y social (caso de la AD M-19),
con el cuadro de relaciones y de debate de ideas al
interior de la izquierda chilena.
Si bien en Chile también se da un aglutamiento
de fuerzas políticas que defienden un perfil ortodoxo marxista-leninista en el cual tiene cabida varias
de las posiciones ideológicas de la vieja izquierda,
e igualmente encontramos unos sectores de izquierda (socialistas) más pragmáticos, "social-demócratas", en el buen sentido de la palabra, y con tendencia a aproximarse a la democracia cristiana, el
panorama en términos de cultura política es harto
distinto. La experiencia autoritaria vivida por el
pueblo chileno durante la dictadura de Pinochet ha
conducido a un sector de la izquierda chilena a
apreciar más el valor del ordenamiento democrático
y de sus fundamentos institucionales (el estado de
derecho, los derechos individuales, las garantías
jurídicas, la autonomía del poder judicial, la competitividad política, etc.) comprender y reconocer que
cualquier proyecto socialista que intente materiali-
zar aspiraciones populares legítimas de justicia económica y social, deberá hacerlo retomando y perfeccionando los mecanismos de la democracia formal o representativa, y no prescindiendo de ellos.
En contraste con nuestro pobre e ideologizado
panorama en cuanto al debate y producción acerca
de la redefinición de los proyectos socialistas de
sociedad y a su adecuación a los nuevos tiempos,
encontramos en Chile, y en particular en el seno de
la tradición socialista, una rica e interesante reflexión caracterizada por un nivel notorio de sofisticación, que coloca con el centro del debate aspecto
tales como la pertinencia de insistir en la idea de
"revolución", o el lugar del marxismo y del leninismo en las propuestas socialistas, y propone para su
discusión conceptos tales como los de "socialismo
post-utópico", socialismo post-comunista", "socialismo reformista", "izquierda secular", "vieja y nueva izquierda", etc. (Manuel Antonio Garretón, Jorge
Arrate, Tomás Moulián, Guillermo Sunkel, José
Joaquín Brunner, Ignacio Walker, etc.).
Habría que precisar que la redefinición de los
proyectos de izquierda en Chile tiene lugar en un
país con una tradición de cultura política, en donde,
a diferencia de Colombia, ha existido a lo largo del
siglo XX un centro político hegemónico más flexible y tolerante con las opciones socialistas y comunistas, con excepción de la dictadura de Pinochet.
La otra diferencia sustancial que permite entender
el actual proceso de la izquierda chilena y el debate
a su interior en torno a la recomposición de sus
proyectos de sociedad, tiene que ver con el hecho
de ser Chile un país en donde la idea y la práctica
socialista y comunista, en virtud de una serie de
procesos político-culturales diferente a los que vivió
Colombia, conquistaron mediante su acción histórica, las simpatías de un sector significativo de la
nación, y estuvieron asociados a los esfuerzos de
modernización e industrialización de la sociedad
durante los gobiernos frente populistas de los años
30 y 40.
Otro factor que puede explicar estos dos distintos cuadros de debate políticos propios de las izquierdas chilena y colombiana, es el de las relaciones establecidas desde los partidos de izquierda con
los intelectuales. Reconociendo que a nivel de todos
los partidos comunistas y de todas las organizaciones marxistas-leninistas en América Latina se han
dado similares dificultades estructurales para configurar una relación atenta, respetuosa y no instru-
mental con los intelectuales, podríamos no obstante
postular como hipótesis que en el seno de la izquierda chilena se configuraron históricamente unas ciertas posibilidades de expresión autónoma y de participación creativa de los intelectuales en la vida
política interna de las organizaciones, que en nuestro caso no se dieron.
Llama la atención la ausencia de un interés más
profundo y sistemático desde nuestras izquierdas
hacia las experiencias renovadoras y reformulaciones de los proyectos izquierdistas que tienen lugar
en América Latina y en Europa. En la experiencia
cultural actual de las izquierdas colombianas probablemente se siga expresando cierto ensimismamiento nacional y cierto provincianismo en relación
con el desarrollo continental y universal, que caracterizaría el conjunto de la vida cultural colombiana,
las élites dirigentes incluidas, como veremos posteriormente.
Terminando esta primera parte, nos parece importante subrayar la necesidad, en el proceso de
reinserción, así como en los esfuerzos de redefinición de la cultura política de las izquierdas, de
programas educativos que aborden el estudio y discusión acerca de estos aspectos autoritarios y de
intolerancia en la tradición de cultura política izquierdista.
II. La reinserción como reconocimiento de los
aspectos positivos de la tradición político
cultural de las izquierdas.
Nos parece importante rescatar en una concepción democrática de la reinserción y de la reconciliación nacional, los aspectos positivos de la historia
de las organizaciones de izquierda armadas y legales, vistas como movimientos sociales y políticos,
como sensibilidad colectiva o como espacios de
elaboración intelectual sobre la realidad. Los acuerdos firmados por el Gobierno Nacional con las
organizaciones político-militares desmovilizadas
parecen responder en lo que esto respecta a una clara
intención democrática y pluralista de ampliación de
nuestra democracia y expresan su apoyo a la elaboración y difusión de trabajos periodísticos y de
investigación sobre la historia de dichas organizaciones y de sus luchas reivindicativas.
Pensamos sin embargo, que es necesario rescatar las facetas positivas de esa tradición de cultura
política no sólo por estas razones democráticas que
están en la base de los acuerdos de paz, sino también
por consideraciones relacionadas con la dimensión
psicosocial de la reinserción como proceso altamen
te traumático en sus implicaciones para la subjetivi
dad de los desmovilizados (difusión en muchos de
ellos de sentimiento de frustración y pesimismo, de
haber perdido el tiempo los años en que se estuvo
en la guerrilla, etc.). Creemos por ello que es de
suma importancia en el proceso de redefinición de
los valores políticos de los ex-combatientes, y así lo
expresa uno de los informes de la A.T.I sobre el
trabajo de formación ciudadana adelantado con los
desmovilizados, "conservar el aprecio por los idea
les y aspectos constructivos presentes en la historia
personal y colectiva de los exguerrilleros y sus
organizaciones". Resultaría equivocado y altamente
nocivo para la reinserción psicológica y política,
afirmar una óptica de ruptura total con el pasado,
que no vea en él sino errores y equivaciones. Ningua
persona puede cambiar sus actitudes y proyectarse
con optimismo y confianza hacia el futuro sin un
cierto apoyo en lo bueno y positivo hecho por ella
en el pasado.
La invisibilidad de las izquierdas y la
necesidad de ver también sus contribuciones
a la dinámica democrática.
En la memoria del entonces Ministro de Gobierno al Congreso en 1986, el titular de la cartera,
Jaime Castro, explicaba el intento del gobierno de
posibilitar la participación institucional de las fuerzas de la izquierda, con esta palabras: "La izquierda
ha sido un hecho político permanente en Colombia.
Se encuentra en la universidad, en los sindicatos, en
los paros cívicos, en el mundo de los intelectuales.
Casi toda manifestación artística o cultural tiene un
ingrediente de ese tipo. Sin embargo, carecía de
expresión institucional y de acceso a las instancias
decisoras. Sin compremeter el bipartidismo (las
negrillas son nuestras F.L) ni el sistema democrático, el nuevo ordenamiento le permitió conseguir
presencia político-electoral que no había obtenido
en la historia del país, con reflejo adecuado en los
cuerpos colegiados.
Son más bien excepcionales desde el discurso
de los líderes nacionales del bipartidismo estos reconocimientos a la izquierda como parte constitutiva de la vida política y cultural nacional. Cuando se
han dado, han sido reconocimientos presionados por
las circunstancias y pronunciados quizás como un
recurso de autoprotección, como en los magnicidios
de Pardo Leal, Carlos Pizarro y Bernardo Jaramillo,
cuando el presidente Barco en tan difíciles coyunturas, ratificaba discursivamente -mientras los militantes de la Unión Patriótica seguían cayendo todos los días víctimas de la guerra sucia- la
importancia del pluralismo y del respeto a las diferencias ideológicas. La gran mayoría de dirigentes
nacionales y regionales de los dos partidos, y podríamos decir que muy amplios sectores de la población colombiana socializados políticamente en el
seno de los partidos tradicionales, no parecen tener
mayor conciencia de que la historia de las izquierdas
es parte constitutiva de la historia colombiana y del
diálogo que un importante sector de conciudadanos
ha tenido con las utopías sociales y con las revoluciones y experiencias internacionales de construcción socialista (la revolución rusa de 1917, la revolución china de 1949, la revolución cubana de 1959,
la revolución argelina de los años 60, la experiencia
de la Unidad Popular chilena de 1970 al 73, la
revolución sandinista de 1979, etc.).
El acceso de la Alianza Democrática M-19 a un
noticiero de televisión no parece haber ampliado las
posibilidades de difusión de los problemas organizativos, debates ideológicos y desarrollos políticos
de las izquierda, ni el espectro de propuestas temática y de facetas de realidad abordadas tradicionalmente por los teleinformativos colombianos. No
parece corresponder la práctica comunicativa de la
nueva agrupación política a aquella idea de su líder
Carlos Pizarro, quien afirmara alguna vez que el
M-19 debería ser un vehículo para grandes cambios
y para la expresión de la gente que tiene sus tesis
guardadas "esperando la oportunidad de expresarlas
con libertad" todo esto resulta bastante paradójico
si recordamos el interés y la imaginación que siempre puso el M-19 en el manejo de los medios y los
fenómenos de masas.
Esta marginalidad de la izquierda en Colombia
tiene que ver en parte con el arraigo histórico del
bipartidismo y su carácter de base del sistema político colombiano; en parte también con el dogmatismo, el discurso político teoricista y el carácter extranjerizante de las propuestas de los partidos de
izquierda que las alejaba del mundo cultural de las
grandes mayorías; y en otra buena parte con las
prácticas de exclusión y los rasgos de anticomunismo y antizquierdismo de la cultura política
frente-nacionalista.
Veamos enseguida, en una presentación globalizante, estas facetas afirmativas del mundo valorativo y de la acción práctica de las izquierdas. Algunas han tenido que ver más con la acción de los
partidos políticos legales o con los brazos políticos
de las organizaciones armadas, que con sus organizaciones propiamente militares.
La invisibilidad de la izquierda o la visibilidad
negativa de la misma, están relacionadas también
con el monopolio bipartidista de los medios de
comunicación de masas, cuyos directores determinan que es contable, que es noticiable, qué es mostrable, a partir de una concepción bipartidista de la
democracia informativa.
La otra causa de invisibilidad de las izquierdas
está asociada a la ausencia de diarios de masas,
espacios radiales o televisivos nacionales, orientados por lo que pudiéramos llamar un pensamiento y
una sensibilidad de izquierdas, que si bien existe
como sector de la opinión y como filiación política
de muchos colombianos que adhieren a una u otra
propuesta política de izquierda o que se acercan a
ella porque no se sienten representados por el bipartidismo, no encuentra sin embargo, una expresión
medianamente orgánica desde los medios de comunicación de masas.
Aspectos positivos del universo de valores
de las izquierdas y aportaciones a la
sensibilidad democrática de la sociedad.
No está de más aclarar que estos aspectos afirmativos se entremezclan de manera compleja y
contradictoria con esos rasgos autoritarios y de intolerancia que antes describíamos. Los presentamos
en el presente trabajo separados, sólo con el fin de
demostrar la presencia de estos dos 'rostros' en el
accionar histórico de las izquierdas.
Es obvio también que estos rasgos positivos que
presentaremos a continuación no son intemporales
y varían o presentan matices particulares en las
distintas organizaciones. Ellos tienen una ubicación
en un tiempo concreto de los últimos treinta años, y
experimentan, para poner un ejemplo, en la década
de los 80, en cuanto corpus de principios éticos, los
efectos erosionadores que el narcotráfico produce
en la trama general de las relaciones sociales y de
los valores de la sociedad. Sufren también ciertos
deslizamientos hacia prácticas de delincuencia común, debidos, en parte, a la misma lógica de la
guerra y, en buena medida, al deterioro de la moral
revolucionaria por el reclutamiento de combatientes
sin ninguna formación política, al pasar la mayoría
de los grupos armados en la década de los 80, de
pequeñas unidades guerrilleras a una concepción
de construcción de ejército.
Reconociendo la existencia al interior de los
grupos armados de prácticas cercanas a la delincuencia común y de eventuales procesos de
bando-lerización, es indudable que hay en ellos un
conjunto de ideales políticos que sería equivocado
e inconveniente desconocer. Observemos
enseguida algunos de esos rasgos positivos, que
aún habiendo jugado de manera diferencial,
habrían estado de todas formas presentes en el
pasado reciente de las organizaciones de izquierda
en Colombia:
1 . El altruismo y la generosidad en la lucha
contra la desigualdad. 'Ser de izquierda' se asoció
durante mucho tiempo -naturalmente desde cierta
opinión progresista-, a ser sensible a los
problemas de los menos favorecidos, partidario de
ideas avanzadas y del cambio, 'adalidad de causas
nobles' o 'quijote'. Vale la pena recordar el
altruismo de aquellos jóvenes que abandonaron
sus estudios universitarios, familias, comodidades,
etc., y se fueron "a hacer revolución". O la actitud
de muchos hijos de familias de clase media y alta,
muchos de ellos estudiantes javerianos o
uniandinos, que en los sesenta y setenta se fueron
a hacer trabajo popular a los barrios del suroriente
de Bogotá. Por entrevista e historias de vida
sabemos que móviles similares han presidido la
incorporación de jóvenes a los grupos armados
durante la primera y la segunda mitad de los 80,
y muy probablemente siguen teniendo cierta
incidencia en la vinculación actual de
combatientes a los grupos guerrilleros, a pesar de
la crisis de la utopía comunista y del derrumbe de
los países del "socialismo real".
2. La solidaridad y la fraternidad, a nivel
interno de las organizaciones, y a nivel de la
relación con las poblaciones marginadas en donde
se desenvuelve la acción político-militar de la
guerrilla.
..
Ejemplos de esto, -tomados de la historia del
EPL-, serían la ayuda médica a la población en
cuanto a medicina preventiva, brigadas de salud,
o la atención de enfermos por parte de los médicos
de los campamentos guerrilleros. También los
esfuerzos en cuanto a modificación o mejora de los
hábitos alimenticios del campesinado (enseñarles
por ejemplo, a preparar y a tomar jugos, o a
preparar y comer legumbres y no sólo yuca, plátano
y arroz). Además las labores de alfabetización:
muchos campesinos aprendieron a leer y a escribir
gracias a la guerrilla.
3. La valoración de los intereses colectivos
por encima de los intereses particulares y egoístas.
Este sentido de lo colectivo, redefinido en sus
aspectos autoritarios y en sus implicaciones de
aplastamiento de la individualidad -ya fuera en
las estructuras político-militares-, es susceptible
de enriquecer las formas de relación social en
Colombia, sobre la base de unas nuevas demandas
de articulación democrática entre lo individual y
lo colectivo.
4. La crítica a la desigualdad y a la injusticia
sociales, al status autoritario y represivo, al
carácter monopólico y excluyente del sistema
político, del Frente Nacional, estrechamente
vinculada a una opción de lucha práctica política
y social contra tal orden de cosas.
5. Acercamiento a los sectores populares, al
conocimiento de sus problemas, necesidades y
expectativas, y desarrollo de una cierta mística
de trabajo alrededor de las necesidades de
organización de los sectores subalternos. Esto
resulta muy importante en virtud de los
siguientes factores:
• Las prevenciones históricas de las élites hacia lo
popular, extendidas a buena parte de los sectores
medios, que vienen desde el siglo XIX,, pasan por
los sucesos del 9 de abril de 1948 y se expresan
en las décadas recientes en las visiones de lo
popular como "lo subversivo" o "lo peligroso".
• La visión paternalista e instrumental de los po
bres, muy estimulada por el sistema político del
clientelismo.
• La desatención y prevención hacia el mundo or
ganizativo y cultural de los sectores populares.
No parece existir desde el Estado y los partidos, o
desde las universidades donde se educan las futu
ras élites dirigentes, un pensamiento y una prácti
ca política que rescate como positiva e importante
para la democratización y modernización de la
sociedad la acción de organizaciones como la
ANUC, la CUT, Fecode, AM Colombia, las Jun
tas de Acción Comunal, etc.
• Cierta presunción -bastante difundida a nivel de
los funcionarios del Estado- de que las comunida
des y en general los sectores populares son ignorantes, que no tienen nada que decir ni que aportar,
que no tienen perspectivas acerca de su futuro o
el de su región.
La imposición inconsulta de planes de desarrollo
a las comunidades, en parte debida a la presunción
anterior.
6. Tradición de organización y disciplinamiento
social, presente en las organizaciones marxista-leninista-, debida a la disciplina de partido y a la forma
de organización celular. Esta tradición redefinida
de manera democrática y depurada de ciertas carac
terísticas conspirativas, autoritarias y de ghetto que
generalmente le han acompañado, puede ser impor
tante hacia el futuro, en la construcción organizativa
de nuevas instituciones (de hecho ya lo ha sido), en
un país bastante desarticulado organizativamente, y
con una sociedad civil débil y dispersa.
7. El papel importante jugado por el marxismo,
asociado a las elaboraciones de la teoría de la de
pendencia, como herramienta de cuestionamiento a
los mecanismos internacionales de dominación eco
nómica y política, y de crítica a la enseñanza oficial
tergiversadora de la historia (el silenciamiento de la
violencia de los 50, la versión del 9 de abril como
complot del comunismo internacional, etc), y a la
cultura eclesiástica dominante, jerárquica y alta
mente funcional al sistema monopólico del poder
del Frente Nacional.
8. Militancia de izquierda y desarrollo de una
disciplina de trabajo intelectual: varios de nuestros
hoy día prestigiosos cientistas sociales desarrolla
ron hábitos de trabajo intelectual y se iniciaron en
un interés sistemático por la realidad colombiana, a
partir de su paso por la militancia de izquierda.
Muchos de estos cientistas sociales, desde posicio
nes ahora más heterodoxas y de apertura a las dis
tintas corrientes del pensamiento, mantienen cierta
sensibilidad y cierto 'humanismo de izquierda' y
aprecian un pasado en donde si bien reconocen
sesgos doctrinarios y esquematismos, encuentran
importantes elementos formativos que sembraron
ideales y valores que han presidido su trabajo inte
lectual individual e institucional. No sobra decir que
los procesos de paz con los movimientos insurgen
tes desmovilizados han sido posibles en alguna me
dida, porque en las Consejerías Presidenciales han
estado personas cuyo paso temporal o su cercanía al
mundo de las izquierdas los ha hecho capaces de
entender el mundo de ese otro con quien les ha
tocado negociar.
9. Interés hacia los asuntos de la política, alimentado por la formación marxista, y estímulo a una
posición activa del individuo ante los problemas
relacionados con el manejo del poder (funcionamiento del estado, el mundo de los partidos, implicaciones políticas de manejo de los medios de comunicación, etc.).
En síntesis, nos parece necesario subrayar una
vez más la importancia del conocimiento por parte
de los funcionarios a cargo del proceso de reinser
ción y de aquellos que se ocupan de las políticas de
paz, tanto de los aspectos negativos arriba presenta
dos, como de éstas facetas afirmativas de la tradi
ción de izquierda. Matizar la percepción negativa
del excombatiente por la sociedad, destacando esos
aspectos positivos presentes en la historia de estos
nuevos ciudadanos, puede tener sentido en el esfuer
zo de vinculación de los diferentes sectores sociales
al éxito del proceso de reinserción (empresarios,
potenciales empleadores, instituciones privadas y
estatales, opinión pública, etc.)
III. La reinserción como proceso
multilateral que implica aperturas y
redefiniciones desde otros aspectos.
El término "reinserción" no gusta a los desmovilizados en la medida en que tal palabra implica
para ellos algo parecido a que los "raros" se vuelvan
"normales". Tal vez tengan razón cuando argumentan que sería mejor hablar de "reencuentro", no
solamente de los desmovilizados con la sociedad,
sino de la propia sociedad colombiana consigo
misma, con la Colombia periférica y marginal de
las zonas de colonización y de nuestras grandes
ciudades, con las condiciones sociales y culturales
que han generado, o que han servido de caldo de
cultivo a la insurgencia armada, con esa otra historia
reciente del país que casi siempre empezábamos a
conocer cuando ya se nos ha vuelto tragedia.
La reinserción no se puede reducir a la mera
desactivación de los movimientos armados y de los
combatientes que los componen. Se supone -y la
filosofía y los acuerdos de paz así lo establecen- que
paralelamente a la reincorporación a la vida civil de
los exguerrilleros individualmente considerados, el
gobierno adpotará políticas tendientes al desarrollo
de las áreas deprimidas y de los municipios más
pobres que sirvieron de escenario a la acción de los
grupos armados desmovilizados. La comisión de
superación de la Violencia es muy clara al respecto
cuando precisa "el problema de la reinserción no es
sólo una cuestión individual", y recomienda que
"además de esta dimensión, es indispensable dirigir
todos los esfuerzos del Gobierno sostenidos a través
del Plan Nacional de Rehabilitación (PNR), hacia el
impulsd"de una "reinserción regional". De lo
contra¬rio, lo más probable es que se esté
reincorporando a algunos grupos guerrilleros que
simplemente serán
reemplazados por otros al cabo de un tiempo".
De otro lado, es muy importante garantizar a partir
de una actitud generosa, medidas reales de
favorabilidad política, que otorguen instancias y
espacios efectivos de continuación, en las nuevas
condiciones de la civilidad, de las luchas históricas
de las organizaciones guerrilleras. Hay que tener en
cuenta aquí que cualquier desmovilización (y la
eventual desmovilización de las FARC, del ELN o
del sector disidente del EPL de Fracisco Caraballo
no escaparía a tal efecto), implica necesariamente
ciertas dosis de frustación, pesimismo y dispersión.
Es por ello conveniente que las organizaciones
des¬movilizadas, dado este carácter inevitablemente
traumático del proceso de reinserción, mantengan
una cierta cohesión y una determinada autoridad y
capacidad de control sobre las personas integrantes
de la fuerza militar desmovilizada. De esta forma
sería posible evitar o reducir a un mínimo los
fenó¬menos de descomposición o bandolirización.
Necesidad de redefiniciones en la herencia
político-cultural frentenacionalista
No tan sólo los desmovilizados tienen que entrar
en un proceso de transformación de valores y de
redificiones de actitudes políticas. El bipartidismo
tiene que empezar también a revisar críticamente el
funcionamiento de la subjetividad política de los
directores regionales y nacionales de los partidos, de
los miembros de base y mandos medios de sus
colectividades: sus formas de socialización y de
educación
política,
sus
estereotipos,
sus
intoleran¬cias,
sus
complicaciones
antodemocráticas y vicios ancestrales.
Uno de los ejes de transformación del biparti¬dismo
tiene que ver con cómo constituir desde la
orientación del desarrollo y desde su acción política
una concepción moderna y democrática de lo
públi¬co, que tome distancia de sus prácticas
históricas de privatización bipartidista y patrimonio
del Estado, con sus secuelas de corrupción,
privilegios, falta de transparencia en la cuestión
pública y violencia en la defenda del abuso
institucionalizado. No se
puede no ver que sobre este tipo de corrupción se
montan precisamente proyectos como el de
moralización autoritaria de las alcaldías impulsado
por algunos sectores de la UC-ELN. Otra necesidad
inaplazable es la de rectificar una tradición civilista
ambigua que cohonesta no sólo con la corrupción,
sino además con el paramilitarismo, con la guerra
sucia y con el homicidio con fines políticoelectorales.
Creemos que los partidos tienen que repensar
también sus formas tradicionales de relacionarse con
el dirigente popular, con el defensor de derechos
humanos, con el sindicalista, el miembro de un
partido de izquierda, el militante, etc.
La visión bipartidista de las izquierdas: necesidad
de pensarlas positivamente.
En trabajos anteriores hemos hecho referencia al
fuerte arraigo en la cultura colombiana del anti¬
comunismo "criollo" de procedencia eclesiástica y
de inspiración inicialmente antiliberal, así como a la
influencia de un anticomunismo más "moderno"
asociado a la difusión en nuestro medio de la doc¬
trina de la seguridad nacional.
Estos dos influencias doctrinarias se han
articu¬lado a las prácticas de exclusión institutcional
de las izquierdas por el sistema del Frente Nacional,
y se han reforzado también de alguna manera con la
opción de lucha política violenta asumida por las
izquierdas en estas últimas décadas.
Nos parece que hoy día se hace necesario redefinir
esa vieja actitud de negarle un espacio político e
institucional a las fuerzas de izquierda y adelantar
iniciativas pedagógicas y simbólicas que reduzcan la
arraigada
intolerancia
anticomunista
y
antizquierdista.
Observamos en la Colombia de hoy visiones no
sólo poco generosas, sino mezquinas, que no le
confieren ningún lugar, ni ninguna posibilidad de
aportar a la construcción de un nuevo país, a las
izquierdas: periodistas que ante quien reivindique
una bandera socialista, o algún elemento positivo del
marxismo, inmediatamente lo tildan de "dinosaurio"
o de "anacrónimo". Aquí habría que subrayar
también el provincialismo de algunos sectores de la
opinión ilustrada, en cuya visión del mundo parece
no tenerse en cuenta el papel jugado por la idea y la
práctica del socialismo en la construcción
democrática en otras latitudes: por el Partido
comunista italiano, el Partido socialista francés o el
socialismo chileno, para poner sólo tres ejemplos.
Varios editorialistas y columnistas de los gran¬des
diarios bipartidistas conciben la reinserción co-
mo el proceso de desactivación y entrega de los
equivocados, o de arribo a la sensatez de unos
grupos de desadaptados sociales.
_. Muchas de estas unilaterales opiniones periodísticas expresan tal vez un comprensible resentimiento de sectores de la sociedad afectados directamente por el "boleteo", la "vacuna" y el secuestro
guerrillero. En este punto habría que reconocer el
enorme desprestigio que este tipo de acciones delincuenciales de la guerrrilla ha proyectado sobre el
conjunto de las fuerzas políticas de izquierda y sobre
el movimiento popular. Tales procedimientos no
solamente han estimulado el surgimiento y proliferación de grupos paramilitares, sino que han sembrado en muchos de los afectados un espíritu revanchista y fuertes resistencias a las políticas de
solución dialogada del conflicto armado.
Lo preocupante de estas voces es que en muchas
ocasiones, llevados ya sea por sus sesgos ideológicos o por su resentimiento, hablan como si al país al
cual se reinsertan hoy los desmovilizados fuera un
paraíso de virtudes, una sociedad modelo de justicia
social y económica, de relaciones sociales basadas
en una clara ética del bien común, o tuviera un
sistema político tolerante y diáfano en su funcionamiento con las fuerzas de oposición. En síntesis,
como si la reinserción consistiera meramente en un
proceso de vuelta a la obediencia de las ovejas
descarriadas, y no demandara simultáneamente profundas transformaciones estructurales en la vida
socioeconómica y en la cultura política de los grupos y sectores integrantes de nuestra sociedad.
Sugerimos entonces que hacia la solución del
conflicto interno, el fortalecimiento democrático del
sistema político y de la gobernabilidad de nuestra
sociedad, resultaría conveniente un estímulo desde
los sectores dominantes a la posibilidad de que todo
el potencial de mística de trabajo, de solidaridad, de
democratización social, presente en el mundo de las
izquierdas, pueda ser orientado hacia formas más
constructivas y transaccionales de acción social, que
trasciendan la mera actitud contestaría y asuman
otra más positiva; que no eludan la crítica a los
vicios del movimiento sindical o a las carencias del
movimiento popular, pero tampoco el necesario
cuestionamiento al orden establecido y la institucionalidad.
En síntesis, se trataría de pensar positivamente
a las izquierdas, de imaginar actuando en el escena-
rio nacional y regional a una izquierda secular,
imaginativa, autocrítica, transaccional, respetuosa
de la filiación católica de la población, sintonizada
con los problemas nacionales y regionales y capaz
de contribuir junto con otras fuerzas al progreso del
país.
La jerarquía eclesiástica y su relación excluyente
con el cristianismo popular y la teología de la
liberación
Otro eje central de redefínición de actitudes y
valores excluyentes, es el que tiene que ver con la
modificación de la actitud autoritaria y jerárquica de
la Iglesia oficial para con el cristianismo y la teología de la liberación. En el seno de las distintas
tendencias y expresiones políticas y sociales presentes en el cristianismos popular hay todo un conjunto
de valores asociados a una visión más horizontal de
la sociedad, de solidaridad, de trabajo en beneficio
de los sectores menos favorecidos e incluso una
visión y una vivencia de la vida cotidiana y de la
sexualidad menos prohibitiva y obscurantista que
aquellas que han primado desde el discurso
eclesiástico oficial
A pesar que en la teología de la liberación no
siempre el afán igualitario está asociado a una clara
conciencia del valor de la libertad, de la democracia
política, y de los fundamentos institucionales del
ejercicio democrático , es claro que en la sociedad
colombiana, los medios de comunicación y la propia
iglesia como institución tienen que abrirle al cristianismo popular un espacio de participación, de debate y de acción social, en donde exprese y confronte
sus lecturas de la realidad, y pueda desarrollar una
dinámica de distanciamientos críticos y de consensos, de autocrítica y de enriquecimiento, desde su
perspectiva, de las alternativas políticas y sociales
del desarrollo nacional. La apertura en el seno de la
Iglesia a un diálogo respetuoso y más atento con el
cristianismo popular parte importante del proceso
global de apertura democrática de la sociedad colombiana.
Una eventual negociación de paz con la UCELN, en donde se expresan sectores cristianos de
izquierda, sería sólo uno de los procesos que podría
eventualmente estimular nuevas formas de relación
social entre la Iglesia y los cristianos, y sacar del
marginamiento a un sector del cristianismo colombiano estigmatizado y excluido por las jerarquías
desde los tiempos de Camilo y de los sacerdotes del
grupo de Golconda, hasta nuestros días.
Las redefiniciones desde los militares y los
organismos de inteligencia
Los militares no pueden quedarse al margen
de este proceso de "reinserción general" de la
sociedad. Una confrontación de más de treinta
años contra la insurgencia armada de izquierda
mediada además por una lectura del conflicto
interno como expresión de la confrontación EsteOeste, ha hecho mella en la percepción del mismo
y de los actores involucrados en él desde la
contraparte. Si bien, a diferencia , de lo
imaginado tradicionalmente por la izquierda, no
ha habido en Colombia un corpus ideológico
integral ni una aplicación sistemática de la
doctrina de Seguridad Nacional, varios autores
coinciden en que si se han dado algunos
elementos y se siguen expresando actualmente
algunos remanentes de la doctrina de Seguridad
Nacional. Estos remanentes tendrían que ver
sobre todo con tres aspectos: a.-el anticomunismo
radical; b.-la concepción del enemigo interno y c.la concepción doctrinaria de la inteligencia militar.
Hay que reconocer, sin embargo, que los
procesos de paz y reinserción adelantados por las
administraciones de Barco y Gaviria han
mostrado cambios positivos en la actitud de las FF.
AA. que ha sido más favorable a la política de paz
gubernamental, que cuando el proceso de B.
Betancurt. En varias regiones, oficiales de las
FF.AA. han contribuido con buena voluntad y
transparencia a la buena marcha de la reinserción
y a la seguridad de los desmovilizados.
El informe de la Comisión de Superación de
la Violencia, así como varios documentos
gubernamentales, han recomendado la necesidad
de propiciar la aproximación de los militares a la
sociedad y vice versa, y la vinculación de la
sociedad civil a la formulación y orientación de
las políticas de seguridad y de manejo del orden
público, que no deben ser de exclusiva
competencia de los militares.
parte de los militares y de los miembros de la policía,
del sindicalista, del dirigente del magisterio, del
líder popular o de izquierda, etc.. Esto es muy im
portante sobre todo a nivel de los organismos de
inteligencia. Sabemos de casos de personas que en
los años setenta u ochenta estuvieron vinculados al
movimiento sindical y magisterial, para los cuales
esa participación política de entonces se ha conver
tido posteriormente en un estigma, en causa de
persecusión u hostigamiento por parte de organimos
de seguridad del Estado, estando muchas veces esas
personas actualmente alejadas de cualquier activi
dad política o gremial.
La reinserción como eslabón central del
proceso de paz y de una política mayor de
reconciliación nacional
No parece haber una clara conciencia ni una
decidida voluntad desde las esferas gubernamentales para hacer de la realización exitosa de la reinserción un eslabón fundamental para el avance del
proceso de paz con la Coordinadora Guerrillera y
para jalonar esa tarea mayor y nada fácil de la
reconciliación nacional.
La reinserción puede jugar un papel central en
la ampliación de la legitimidad de las instituciones
políticas sobre la base de su transformación democrática y de la apertura real y no simplemente retórica del sistema político.
El gobierno debe cuidar más del proceso de
reinserción y vincular más decididamente a ella a
los gremios, las organizaciones sociales, los partidos políticos, las instituciones estatales, los medios
de comunicación, y al ciudadano común, mostrando
que ella compete no solamente al Estado y a las
organizaciones desmovilizadas. Hay una queja generalizada por el bajo perfil de la reinserción. Se
hace necesario venderle a la opinión el proceso de
reinserción, manejarlo simbólicamente, mostrar lo
positivo de él, y hacer que la gente lo asocie a un
proceso mayor y mucho más importante: el de la
reconciliación nacional.
Sería deseable además, estimular a través de
programas educativos, cambios en la percepción
por
Bibliografía y Notas
1 Brunner, José Joaquín, Un Espejo Trizado. Ensayos sobre cultura
y políticas culturales, Facultad Latinoamericana de Ciencias Socia
les FLACSO, Santiago de Chile, 1988, pp.207-208.
2 Me refiero a informes como el de Sánchez, Gonzalo (Coordinador),
Colombia: Violencia y Democracia, Universidad Nacional, Bogotá,
1987; a los avances de investigación publicados en la revista Análisis
por el Equipo Interdisciplinario de Investigación sobre Conflicto Social y
Violencia en Colombia del CINEP, o al reciente informe de la comisión de
Superación de la Violencia publicado bajo el título de Pacificar la Paz. Lo
que no se ha negociado en los acuerdos de paz, Instituto de Estudios
Políticos.
3 De los trabajos de investigación y ensayos críticos dedicados a las
cuestiones de la cultura política de la izquierda en relación al socialismo, a la
democracia, a los medios de comunicación, a la cultura
de masas, o a los procesos de secularización y de renovación de la
izquierda, publicados en otras latitudes, podríamos citar las siguientes: Brunner, J. J., op. cit. 409-438; Castañeda, J., "Latinoamérica y
el fin de la Guerra Fría, en Nexos No. 153, México, 1990; Degregori,
C. I., Qué difícil es ser Dios. Ideología y violencia política en Sendero
Luminoso, El Zorro de abajo ediciones, Lima, 1990; Garretón, M. A.,
"Socialismo Real y Socialismo Posible", Material de Discusión FLACSO, No. 126, Santiago de Chile, 1990; Lechner, N., "La democratización en el contexto de una cultura posmoderna", en Foro, No. 14,
Bogotá, 1991; Lechner, N., "Democracia y Modernidad. Ese desencanto llamado posmoderno", Foro, No. 10,1989; Lechner, N., Los
patios interiores de la democracia, FLACSO, Santiago de Chile,
1988; Moulián, T., "Democracia y Socialismo en Chile", Santiago,
1983; Sunkel G., Razón y pasión en la prensa popular. Un estudio
sobre cultura popular, cultura de masas y cultura política, ILET,
Santiago de Chile, 1985; Walker, I., Socialismo y Democracia. Chile
y Europa en perspectiva comparada, CIEPLAN-HACHETTE, Santiago de Chile, 1990.
Para el caso colombiano, en donde la discusión sobre la cultura
política de las izquierdas dista mucho de un adecuado nivel de
problematización y de sofisticación, pero donde, sin embargo, se ha
avanzado notoriamente en el estudio de la insurgencia armada y de
sus especificidades nacionales y regionales, podríamos citar los
siguientes artículos y trabajos de investigación: Sánchez, R., "Izquierdas y democracia en Colombia", Foro, No. 10, Bogotá, 1989;
Sánchez, R., "El bloqueo de la izquierdas como tercera alternativa",
Foro, No. 9 Bogotá, 1989; Medina, M., "La crisis de la izquierda en
Colombia", Foro, No. 15, Bogotá, 1991; Pizarra, E., las FARC19491966. De la autodefensa a la combinación de todas las formas de
lucha, Tercer Mundo Editores e Instituto de Estudios Políticos y
Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional, Bogotá,
1991; Pizarra, E., "Elementos para una sociología de la guerrilla
colombiana", Análisis Político, No. 12, Bogotá, 1991; Ramírez, W.,
Estado, Violencia y Democracia, Tercer Mundo Editores e Instituto
de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad
Nacional, Bogotá, 1990; Ramírez, W., "Las fértiles cenizas de la
izquierda", Análisis Político, No. 10; López F., "Autoritarismo e
intolerancia en la cultura política", Análisis, NO. 6, CINEP, Bogotá,
1992; López, F., "Crisis y renovación de la izquierda radical", Foro,
No. 15, Bogotá, 1991; López, F., "El reencuentro del EPL con la
sociedad", Análisis No. 5, CINEP, Bogotá, 1991; López, F., "El
pensamiento de Gramsci, la Alianza Democrática y la política en
Colombia" en Antonio Gramsci y la realidad colombiana, Ediciones
Foro Nacional por Colombia, Bogotá, 1991; López, F., "Izquierda y
cultura política colombiana 1919-1959", Análisis, No. 4, CINEP,
Bogotá, 1990.
4Sobre estos casos se pueden leer en varios de los trabajos de Alfredo
Molano, en particular en Aguas arriba. Entre la coca y el oro, El
Ancora Editores, Bogotá, 1992.
5Ver la presentación de las relatorías de trabajo de los grupos en el
"Informe de Trabajo del Primer Seminario-Taller sobre historia políti
ca, social y de la cultura en Colombia durante el siglo XX, y Cultura
Política de las Izquierdas 1960-1992, realizado en la Ceja (Antioquia)
los días 14 y 15 de febrero de 1992, por la Asociación de Trabajo
Interdisciplinario, A.T.I., como parte del Programa de Formación
Ciudadana "Educación para el reencuentro del EPL con la
sociedad".
6 Entrevista con Jesús Martínez, Medellín, 26 de julio de 1991.
7 Ibidem.
8 Entrevista con Javier Reynaldo fosada, Medellín, 29 de julio de 1991.
9 Ibidem.
10 Ver el artículo 'Chile, ecos de las recientes elecciones. Comunistas
fueron la sorpresa", Voz, Edición 1698, semana del 9 al 15 de julio
de 1992, p. 13.
11 Ver Walker Ignacio, op. ct., capítulo 5.
12Ibidem.
13 Idem.
14 Comentando una versión previa de esta ponencia con el historiador
chileno Hugo Fazio, coincidíamos en esta ¡dea sobre el papel de los
intelectuales en las izquierdas chilenas y colombiana.
15 Ver a este respecto el punto II del texto "Acuerdo Final Gobierno
Nacional-Ejército Popular de Liberación", del 15 de febrero de 1991
(mimeo), denominado "Promoción" (del proceso de paz-F.L), y espe
cíficamente el numeral 1 sobre "publicidad" que en sus aportes f y b
establece el apoyo a la edición de un libro sobre la historia del EPL
en el proceso de paz, así como la transmisión televisiva de unos
programas acerca de la organización desmovilizada.
16 Ver López F., "Evaluación del trabajo realizado por la Asociación
de Trabajo Interdisciplinario A.T.I. en el primer Seminario-Taller de
Reinserción organizado por la Oficina Nacional de Reinserción de
la Presidencia de la República, en el mes de noviembre de 1991 en
El Ocaso (Cund¡namarca)",(m¡meo), Bogotá.
17 Castro, J. "Apartes de las memorias del Ministro de Gobierno, Jaime
Castro, al congreso 1986", en Lara P., Siembra vientos y recogerás
tempestades, Sexta Edición, Planeta Colombiana Editorial, S.A.,
Bogotá, 1991. P.284.
18 Ver el excelente relato comparativo del comandante del M-19
Libardo Parra Vargas ("Osear") acerca de las formas de relacionamiento político-discursivo con la población manejadas por la izquier
da y los partidos tradicionales, en Beccassino A., M-19 El Heavy
Metal Latino Americano, Santodomingo Fondo Editorial, Bogotá,
1989, p. 167.
19 Ver el aparte dedicado a Medios de Comunicación y Violencia en
Sánchez G., (coordinador), op. cit.
20 Pizarra Carlos, entrevista realizada por Ángel Beccassino, 13 de
julio de 1989, en Beccassino, Ángel, Op. Ci. p. 108.
21 Véase Beccassino, op. cit,.
22 Sobre esto ver por ejemplo Zambrano F., "El miedo al Pueblo",
Análisis No.2, CINEP, Bogotá, 1989.
23 Véase Reyes A., Lo que no se ha negociado en los acuerdos de
paz, op. cit..
5
24 Véase López F., Análisis N 6, op. cit.
25 Véase Leal F., "Surgimiento, auge y crisis de la doctrina de
seguridad nacional en América Latina y Colombia", Análisis Político
B
N 15, 1992.
REINSERCION DE GUERRILLEROS.
¿ENTRANDO EN LA CASA DEL ENEMIGO?
Florentino Moreno Martín
Profesor de Psicología Social de la Universidad Complutense de Madrid
Colaborador de IEPALA
C
omo psicólogo social resulta para mí muy gratificante escribir en una revista de historia,
placer que aumenta al tratarse, como la cabecera de
la publicación indica, de una Historia Crítica. Al
combinar historia y psicología no deberíamos atender exclusivamente al análisis de los elementos psicológicos de los procesos históricos, lo que nos
puede llevar a una peligrosa psicologización del
objeto de estudio. La conducta humana, tanto la
exterior y observable, como la que se manifesta en
procesos psicológicos internos, tiene una relación
dialéctica con la realidad histórica: es consecuencia
y causa de la misma; y es labor de los científicos
sociales explicar los condicionantes históricos de la
conducta, al mismo tiempo que analizamos los procesos históricos como el resultado de múltiples procesos de interacción humana.
Mi primera intención cuando fui invitado a participaren el foro de discusión "Problemas y alternativas para la paz en Colombia", fue preparar una
ponencia que sirviera de resumen de los principales
resultados de una investigación psicosocial realizada en las zonas de guerra de Nicaragua, en los
campamentos de la contra en el sur de Honduras y
entre población española que jamás había vivido el
fenómeno bélico. El objetivo de este estudio era el
análisis de lo que vinimos a denominar como socialización bélica, esto es, la interiorización del fenómeno de la guerra por parte de los niños. Durante
meses entrevistamos a casi mil niños de 8 a 14 años
estudiando a su vez a sus agentes socializadores:
familia, escuela y medios de comunicación.
Por las características de este foro y el título
específico en el que se ha situado mi intervención
"Reinserción como construcción de una nueva forma de relación social", es preciso reorientar el contenido de esta ponencia. Basándome en los datos
empíricos de la investigación aludida, deseo refle
xionar sobre algunos de los procesos psicológicos
implicados en la reinserción de los guerrilleros a la
vida civil. Especialmente quisiera centrarme en el
análisis de uno de los fenómenos que muchos de
ustedes conocen perfectamente: la destrucción psi
cológica y social observada en muchos de los com
batientes desmovilizados, ya sea que esta desmovi
lización se deba a un proceso de negociación
política, como es el caso reciente de Colombia, o sea
fruto de una derrota militar, un armisticio o cual
quier otro hecho.
Sin enemigos
En la raíz de muchos de los problemas psicológicos detectados en los desmovilizados se encuentra
un fenómeno de carácter psicosocial: los exguerriMeros se quedaron sin enemigos. Este hecho que
aparentemente debería significar más bien un elemento positivo de recuperación psicológica para
aquellos que vivieron las terribles situaciones asociadas a una guerra, supone en muchos casos un
problema de identidad que evoluciona de modos
diversos en función de las características personales
de cada uno de ellos.
Mi hipótesis es que el conceptualizar al adve
sario como enemigo no es un hecho que se deriva
exclusivamente de los acontecimientos políticos o
económicos concretos. Junto con estas circunstancias, que sirven de marco de referencia, existe en los
adultos una predisposición a asumir a otro grupo
social como enemigo irreconciliable, poco fundamental para participar activamente en los conflictos
bélicos y, como veremos más adelante, uno de los
principales problemas de recuperación psicosocial
cuando los combates terminan.
¿De donde viene esta predisposición humana?,
¿dónde puede situarse el origen del impulso del
hombre a participar en las guerras, en los ejércitos,
en los procesos de violencia organizada?.
Cuando desde las ciencias sociales se trata de
dar explicación a este hecho, la primera tendencia
es tomar como unidad de análisis al individuo humano, intentando explicar sus respuestas como algo
aprendido o heredado.
Freud es uno de los autores que ha defendido
esta última idea. En su segunda teoría de las pulsiones (1920) habla de la existencia, junto al impulso
de vida, de una pulsión de muerte caracterizada por
la tendencia a retornar a lo inanimado. Cuando en
1932, Albert Einstein le pidió una explicación psicológica del origen de la guerra, Freud le contestó:
es inútil tratar de librarse completamente de las
pulsiones agresivas humanas, .basta con intentar
desviarlas para que no tengan que canalizarse hacia la guerra. (Freud, 1932). No menos citadas y
debatidas son las teorías de los psicofisiólogos y
etólogos que consideran la agresión como fenómeno instintivo y el conflicto como consecuencia inevitable de la misma. El que existan determinadas
estructuras nerviosas relacionadas con el fenómeno
agresivo, ha sido uno de los principales argumentos
esgrimidos por quienes defienden el origen innato
de la agresividad humana, como es el caso de los
famosos postulados de Lorenz (1969) y Eibl-Einbesfeldt (1977).
Estos conocidos postulados que llevados al extremo eximirían de responsabilidad al hombre al
considerar como natural su participación en los
actos de violencia organizada, fueron duramente
criticados desde distintas perspectivas sociobiológicas, antropológicas y psicológicas. En los años 70,
cuando se multiplicaban los procesos de violencia
política (guerra de guerrillas, guerra de Vietnam,
conflicto en Palestina, etc), se escribieron docenas
de libros en los que se intentaba demostrar cómo el
origen de las guerras no podía atribuirse a una
tendencia innata a agredir, puesta en duda por muchos antropólogos en sus estudios transculturales,
sino más bien a los efectos del aprendizaje social de
la violencia. Véanse Scott (1958), Montagu (1978),
Kaufman (1970) y Fromm (1975) entre otros.
Determinadas conductas agresivas pueden explicarse muy bien acudiendo a estas teorías psicológicas innatistas o biologicistas. El que una mujer
golpee a alguien que está haciendo daño a su hijo, o
el hecho de responder violentamente al ataque físico, son respuestas que están presentes en el repertorio de conducta de casi todos los animales. Sin
embargo, tratar de explicar los fenómenos de violencia colectiva basándose en una tendencia innata
del individuo a reaccionar agresivamente ante determinados estímulos, es un argumento difícil de
sostener en el caso de un fenómeno social tan complejo como la guerra donde no se dan reacciones
impulsivas sino cálculos premeditados, donde cada
acción se planifica no como reacción inmediata a
una agresión previa sino calculando costos y beneficios.
Aún en el caso de aceptar la tendencia innata del
ser humano a responder de forma violenta ante
determinados estímulos, es preciso acudir a otra
teoría que dé cuenta de la facilidad con que nos
adaptamos a la constelación de circunstancias que
rodean una guerra. Porque es evidente que antes del
desenlace de las hostilidades existe un proceso previo que lleva a la población a considerar el enfrentamiento armado como inevitable.
Uno de estos elementos previos es la existencia
del enemigo, condición imprescindible de la guerra.
Todas las demás justificaciones se articulan en función de esta idea. Puede existir enemigo sin que
exista guerra, pero no al contrario.
Con estas afirmaciones no pretendo psicologizar la idea de la guerra, en el origen de los conflictos
bélicos existen razones de muy diversa naturaleza
(sociopolítica, económica, etc) que la fundamentan.
A mí lo que me interesa demostrar, es que la persona
individualiza la confrontación, la interioriza en su
particularidad psicológica. No dice el enemigo del
país donde vivo uno mi enemigó.
Esta capacidad para conceptualizar al otro como
nuestro enemigo, no es un hecho circunstancial
fruto de una evaluación racional que el adulto haga
ante las situaciones concretas que vive cada día.
Desde mi punto de vista, este fenómeno hay que
situarlo en los procesos de identificación emocional
con los grupos de referencia, implícitos en todo el
proceso de socialización por el que pasarnos desde
que llegamos al mundo.
Los enemigos de los niños.
Existe una tendencia a pensar que los niños son
seres absolutamente inocentes incapaces de tener
enemigos o de odiar a sus semejantes. Cuando esta-
ba preparando la investigación, antes de marchar a
Centroamerica, alguien me dijo que entraba dentro
de las capacidades del niño elaborar una relación,
que pudiera calificarse como de verdadera
enemistad. En efecto, la idea de enemigo que
tienen los niños más pequeños, es mucho más
simple y primaria que la que tenemos los adultos.
Pero es precisamente en este cambio de
conceptualización, donde radica una de las claves
del problema, que intentará explicar más adelante.
Resulta especialmente curioso observar la
diversidad de enemigos que tienen los niños y las
razones que dan para considerarlos como tal. De
entre todos los posibles análisis que podrían
hacerse con sus respuestas, el que más interesa
para explicar el problema de la reinserción a la
vida civil, es el referido a la evolución del
concepto, es decir, las diferencias que muestran
los niños más pequeños respecto a los mayores a
la hora de definir a sus enemigos. En este sentido
es preciso hacer una diferenciación entre el
enemigo personal o particular del niño, y el que el
niño cree que es el enemigo de su país, al que
denominará enemigo nacional.
Los niños más pequeños tenían más enemigos
personales que los mayores, mientras que los
ma¬yores daban muchas más respuestas que
podríamos definir como políticas (los sandinistas
y los contras en Centroamerica, la ETA en
España, etc).
En lo que se refiere al enemigo nacional se daba
el proceso contrario. El porcentaje de los que
consideraban que su país tenía enemigos, era muy
superior entre los niños de más de 11 años, que en
los menores de 10. Del mismo modo que en el
caso anterior, también aquí los niños mayores
aludían especialmente a enemigos políticos,
mientras que muchos de los más pequeños hacían
referencia a delincuentes, ladrones, drogadictos,
etc.
Tenemos pues que el concepto de enemigo se va
transformando con la edad. Esta evolución parte
de lo particular y acaba en lo político. Es decir,
con la edad politizamos a nuestros enemigos.
Hay que tener en cuenta que me estoy refiriendo
a la totalidad de los niños entrevistados. Podría
suponerse que este fenómeno es lógico entre los
niños nicaragüenses que estaban viviendo la
guerra, pero que no se debería dar en un Estado,
como el español, que carece desde hace varias
décadas de enemigos declarados.
Al comparar las respuestas de los niños de ambos
lados del Atlántico, se observa que es éste un
fenómeno común. Existen por supuesto algunas
diferencias. Por ejemplo, los niños españoles
tienen más enemigos personales que los
centroamericanos, situándose la mayor parte de
ellos entre los conocidos (vecino, compañero, etc)
y los delincuentes (ladrones, drogadictos, etc).
Entre estos enemigos personales se citaban menos
grupos de carácter político, aunque también era
una respuesta que aparecía con cierta frecuencia.
Resulta sorprendente comprobar como casi el
80% de los niños españoles cree que su país tiene
algún enemigo.
A partir de los 11 años, cuando el niño tiene la
posibilidad intelectual de hacer agrupaciones
lógicas, interioriza con esa posiblidad, la
valoración asociada a las agrupaciones que
empieza a entender. Con la idea de pertenencia al
grupo, se incorpora también el universo de
elementos contrapuestos a éste. Si este proceso de
diferenciación entre el grupo propio y los ajenos a
éste, se refiere a grandes agrupaciones
diferenciadas de forma radical por alguna
característica que las distinga inequivocadamente
(como la nación, el idioma, la raza, etc), junto con
esta identificación con el grupo, se asumen
también los conflictos intergrupales que envuelven
a éste, sus incompatibilidades y sus enemigos.
El que los niños más pequeños identifiquen a sus
enemigos, en mayor medida que los mayores,
como personas de su círculo inmediato y los niños
mayores politicen esta elección, viene a confirmar
lo dicho en el párrafo anterior. Con el paso de los
años, y el aumento consiguiente de la capacidad
racional, tendemos a identificarnos con grupos
cada vez menos concretos: además de sentirnos
miembros de una familia, comenzamos a sentir
que pertenecemos a instituciones más amplias
(iglesia, nación, etc). Los enemigos entonces,
pasarían de ser los que estaban en contra de
aquellos pequeños grupos originales, a ser grupos
cada vez más amplios, opuestos a estas grandes
instituciones que ahora se toman como referencia.
Lo más interesante de este proceso, es que estas
agrupaciones con las que nos identificamos
cuando nuestra capacidad intelectiva lo permite,
no suelen ser elegidas tras un proceso de reflexión
de ventajas e inconvenientes. Lo habitual es que
vengan determinadas por los procesos de
socialización. De este
modo, los grandes grupos o instituciones que se
hayan presentado con mayor carga de inevitabilidad, es decir, aquellos que durante los primeros años
de nuestra vida, sean más reales para nosotros, serán
los que determinen nuestras vinculaciones y, por
tanto, nuestros enemigos potenciales o reales.
¿Cuáles son estos grandes grupos?. Aunque durante siglos pudo predominar la religión como institución más cargada de realidad, en el ámbito cultural occidental, el gran grupo que se presenta desde
la infancia como realidad más vinculada a la construcción de la identidad, es la nación, muy por
encima de otras diferenciaciones como la raza, la
clase social u otras. Hay que tener en cuenta que en
la nación, además del hecho fundamental de la
lengua, se agrupan, sobre todo si se trata de naciones-estado, un conjunto de instituciones unificadoras que remiten constantemente a la idea nacional
(parlamento, policía, campeonatos deportivos, moneda, etc). Si seguimos este razonamiento hasta el
final, podemos decir que el nacionalismo es una de
las bases psicológicas de la guerra contemporánea.
Y no únicamente de la guerra entre naciones constituidas. También en los procesos de guerras civiles
o de grupos insurgentes armados (terrorismo o guerra de liberación, según se adopte una u otra perspectiva), el hecho nacional es unificador. Basta con
analizar el escaso éxito que tuvieron gestas relativamente recientes que situaban el ideal de identificación en valores supranacionales como la clase social, la libertad de América Latina o la Causa Árabe.
(el Che en Bolivia, la internacional comunista ante
la segunda guerra mundial o el panarabismo en la
guerrapor Kuwait).
Sin embargo, hay que entender esta argumentación desde una perspectiva histórica y dialéctica.
Del mismo modo que en el momento actual es el
estado-nación la realidad macrosocial de presencia
más clara en nuestro proceso de socialización infantil, en el pasado eran otras las ideas unificadoras que
generaban de forma casi autosómica la fidelidad y
la consiguiente enemistad. Al igual que hoy es relativamente fácil que la gente arriesgue su vida cuando su nación está en peligro, hace siglos era usual
que los hombres murieran por el rey o por las
doctrinas religiosas.
Debemos pues estar abiertos a la posibilidad de
que con el paso de los años, o de los siglos, la idea
macrosocial de identificación más inmediata, pase
a ser otra. Ante esta nueva idea probablemente
desfilen los nuevos soldados, tras haber combatido
contra aquellos que osaron mancillarla. No olvide
mos que, si bien las instituciones conforman al
hombre, el origen de las mismas se sitúa en la
interacción social humana.
Aunque la vinculación racional del niño con el
grupo no sea posible hasta que éste no posea una
capacidad de pensamiento formal, esto no quiere
decir que antes no está ligado al mismo. El vínculo
existe, pues de este macro-grupo forman parte los
miembros del entorno socializador del muchacho
(la familia, los amigos, etc,). Y es precisamente por
tener con estos miembros fuertes lazos emocionales,
por lo que la vinculación con el gran grupo es más
firme y acrítica.
En Centroamérica, los niños más pequeños estaban identificados de forma más directa con su
bando. Muy pocos de estos niños entre 8 y 10 años
pensaban que ninguno de los dos bandos era bueno,
y mucho menos que el bueno fuera el que estaba al
otro lado de la frontera. Cosa que sucedía con cierta
frecuencia entre los niños mayores.
En general los niños más pequeños siempre eran
más radicales en sus juicios de condena al enemigo,
a la vez que se identificaban más con los roles
militares y, en general, con los aspectos más concretos de las conductas esperadas siguiendo los valores
de la institución-guerra.
Los niños mayores, por su capacidad de elaborar
operaciones formales, tienen interiorizada la institución-guerra de una forma que supone una menor
implicación emocional. Aun así, la racionalización
de los hechos sigue marcada estructuralmente por
las asociaciones establecidas en el momento de
interiorización de los conceptos. Así, aunque puedan establecer una crítica racional al hecho bélico,
ésta no supone que no exista una disposición a
cumplir con el mismo, en el caso de que los valores
fundamentales que constituyen su identidad están
enjuego.
En definitiva, el niño más pequeño estaría vinculado a la institución-guerra porque eso es la realidad, mientras que el mayor lo estaría porque es lo
que considera su deber. Esto explicaría una realidad
comunicada por todos los militares consultados,
esto es, que los niños-soldados, cuantos más
pequeños son, tienen una mayor audacia y valentía.
Y es que, como es bien sabido, no es lo mismo
luchar
porque es lo que se sabe hacer y la realidad que
se conoce, que hacerlo por deber.
El conocimiento real del adversario, por terribles que sean sus acciones, no es el elemento
determinante para intensificar los sentimientos
de enemistad y odio. Más bien al contrario.
En tiempos de guerra, una de las normas
militares fundamentales es limitar al máximo el
contacto entre los miembros de los bandos
enfrentados. El intercambio entre personas
pertenecientes a grupos enemigos, puede llegar a
difuminar de algún modo los elementos de
fricción ideológica, lo que hace concebir al
contrario como un ser humano particular y no
como un miembro del grupo odiado. Cuanto
menor sea el conocimiento personalizado del
adversario, más posibilidades existen de que lo
temamos, de que lo veamos como una amenaza.
Los niños de las zonas de guerra de
Nicaragua tenían un conocimiento de su
adversario, y en general del curso de la guerra,
más amplio que el de los niños de los refugios del
sur de Honduras. En estos campamentos se
ocultaba a los niños toda la información que
tuviera que ver con la guerra. Estos sabían de los
sandinistas únicamente a través de los rumores que
corrían permanentemente entre las hacinadas
barracas. En estos rumores se les atribuía a los
que ellos denominaban piricuacos todo tipo de
maldades, algunas de las cuales podrían resultar
ridiculas para alguien ajeno a la realidad de los
campamentos (fábricas de jabón que utilizaban
como materia prima a los ancianos, militares que
desayunaban sangre de criaturas humanas.etc)
pero no se tomaban así entre los niños, ni entre
muchos adultos, que, a forma de escuchar tantas
veces
las
mismas
historias,
acababan
creyéndolas.
Con estos precedentes, es fácil comprender por
qué la percepción del enemigo era en los niños
contras mucho más radical que entre los niños
sandinistas. No son únicamente los hechos los que
nos hacen asumir a una persona o grupo como
nuestro enemigo, sino sobre todo, la
interpretación que se haga de los mismos. Existía
más diferencia, a la hora de conceptual izar al
adversario como enemigo, entre los hijos de los
contras y de los sandinistas, que en el interior de
cada uno de los bandos, entre niños más y menos
afectados por el conflicto (muerte de familiares y
amigos, heridos, presencia de combates, etc).
Desconozco los pormenores de la infancia en
Colombia, pero podría suponer que en aquellos
lugares donde la guerrilla es más activa, allí
donde los niños están habituados a convivir con
los combatientes es muy probable que no
consideren a éstos como sus enemigos con la
misma intensidad que un niño de las grandes
ciudades alejado del movimiento de los fusiles.
En un mundo complejo, en el que todos participamos de los valores de distintas instituciones que
tienen intereses contrapuestos, no es posible evitar
el conflicto entre grupos. Ahora bien, en
ocasiones, los adversarios o competidores se
convierten en enemigos personales, con los que
nos es imposible convivir sin destruirlos o
humillarlos. Entre las dos situaciones suelen
mediar distintos procesos: sensación de amenaza,
atribución desmesurada de poder, información
fragmentada, rumores, etc. La combinación de
todos estos factores, es el origen de la
polarización previa a cualquier estallido bélico.
La polarización bélica
Es evidente que la existencia de un enemigo al
cual poder oponerse, tiene una serie de contraparti
das funcionales a las que el dirigente de una nación
o de un colectivo le cuesta trabajo renunciar: cohe
siona al grupo, refuerza la identidad del mismo en
contraposición a la del adversario, permite imputar
los errores propios al foráneo, justifica el aumento
del control y la presión sobre los individuos y, sobre
todo, refuerza su liderazgo.
Una importantísima proporción de excombatientes de todas las guerras afirman que a pesar
de los malos momentos vividos, nunca se sintieron
más unidos a otros seres humanos que en los
peores momentos del enfrentamiento bélico. En
esas circunstancias estarían dispuestos a todo por
sus compañeros, a perdonar todas las ofensas, a
dar la vida por cada uno de ellos. Y no sólo por los
que portaban las armas sino por todo el grupo al
que representaban (la nación, el partido, la
organización, los campesinos sin tierra,...).
En muchos libros de polemología se interpreta
este hecho como un activo de la guerra, como algo
positivo que se deriva de los enfrentamientos arma-,
dos. Se habla de generosidad, de entrega, de espíritu
de sacrificio, como si se estuviera hablando de
universalidades que definieran la conducta de los
soldados, olvidando que esos mismos militares
solidarios, sacrificados y generosos con los
integrantes
de
su grupo, asesinan con orgullo y satisfacción a los
miembros del bando contrario.
La polarización bélica exalta de tal forma la
emotividad que a la mayor parte de los que participan en un guerra les resulta casi imposible interpretar la realidad si no es en función del enfrentamiento
armado. Los combatientes que regresan de las zonas
de combate no pueden entender lo que ellos califican como superficialidad de las relaciones sociales.
"¿Cómo es posible que mientras nos estamos matando, ustedes se sigan diviertiendo como si no
pasara nada?", gritaba un argentino que regresaba
mutilado a un Buenos Aires que no detenía su
marcha habitual por lo que sucedía en las Islas
Malvinas.
¿Hasta qué punto esta polarización contenía una
vez acabadas las hostilidades?. Esta sería la pregun
ta clave para entender lo que sucede en los procesos
de reinserción.
Cuando termina una guerra son muchos los
procesos históricos que intervienen como para poder aventurar una respuesta general a la pregunta.
En el estudio del que les estoy hablando se hizo
un análisis de qué es lo que supuso la guerra civil
española (1936-1939) entre republicanos y militares
franquistas, para los niños españoles. Como es bien
sabido esta guerra tuvo como consecuencia cientos
de miles de muertos, la destrucción del país, multitud de exiliados y una dictadura militar de 40 años.
A pesar de la importancia que tuvo para varias
generaciones de españoles, a los niños de hoy en día
no les dice casi nada.
El desconocimiento que tenían de esta guerra
era tan grande que sólo un 20% supo identificar, de
forma más o menos acertada, los grupos que se
enfrentaban. De éstos, muy pocos sabían porqué se
llevó a cabo, y cuáles fueron sus consecuencias.
Después de tantos años, y a pesar de ser un tema que
estaba muy vigente en los medios de comunicación
en el momento en que se hicieron las entrevistas (se
cumplían 50 años de su fin), puede decirse que
aquella guerra, es una más de las que deben aprenderse para rendir en los exámenes. Pero su posible
vinculación emocional con uno de los bandos, es
prácticamente nula.
No es fácil hacer generalizaciones a partir de los
datos españoles, ya que, al ser una guerra civil, la
polarización post-bélica se basaba fundamental-
mente en valores ideológicos que van perdiendo
fuerza al irse transmitiendo de generación en generación.
Desde mi punto de vista la causa concreta que
se esgrime en cada guerra, es una idea más efímera
que los fundamentos culturales e ideológicos que
unificaban a cada uno de los grupos en el momento
de llevarse a cabo las hostilidades. Si esta diferenciación continúa una vez acabada la guerra, existirán más posibilidades de que en el futuro puedan
surgir nuevas causas que animen a los ciudadanos
a participar nuevamente en acciones hostiles.
Pero las cosas cambian cuando el fin de una
guerra está más cercano en el tiempo. También las
reacciones conductuales y emocionales de los ex
combatientes varían considerablemente en función
de la forma en que la guerra haya terminado para
ellos. No es lo mismo una derrota militar absoluta
como la de los republicanos españoles en 1939 o la
de los somocistas nicaragüenses en 1979, que un
proceso negociado de paz total como en el caso
reciente de El Salvador, en el que ninguna de las
partes puede considerarse totalmente derrotada.
Más complejo aún es el caso de desmovilización
parcial, en el que sólo una parte de los alzados en
armas se reincorpora a la vida civil, como es el caso
de Colombia y de la reinserción de la escisión
político-militar de ETA en España.
Cuando un grupo de combatientes deja las armas, uno de los dos componentes para sostener y
definir una guerra desaparece: la violencia. Pero
queda otro elemento imprescindible a tener en cuenta: la existencia de colectivos enfrentados.
Generalmente, cuando en los manuales de psicología, se aborda el tema de la guerra, se hace
situando como elemento central el hecho de la violencia. La agresividad humana, innata o aprendida,
sería su fundamento psíquico. Los fenómenos de
agrupación, cohesión grupal, etc, serían elementos
que canalizarían esa agresividad. En términos simples podría decirse que los hombres se agrupan para
hacer más efectiva su agresividad, para optimizarla.
Del mismo modo que se establece esta correspondencia, consideran que la argumentación complementaria se aproxima más al hecho real de la guerra:
los hombres ejercen la violencia porque conforman
grupos homogéneos e incompatibles entre sí. En
este caso la violencia no tendría un valor causal, sino
instrumental. La consecuencia teórica ingenua que
se derivaría de este postulado es que para acabar
con la guerra sería preciso incidir en la existencia
de los grupos, lo cual podría hacerse en dos
posibles
direc-ciónes:
eliminándolos
o
difuminando al máximo sus
diferencias. La primera solución es inviable dada
la naturaleza social del ser humano (si
desaparecen los grupos desaparece el hombre),
la segunda es la solución utópica final de los
movimientos
igualita-ristas
como
el
marxismo. Si nos apeamos de la especulación
teórica, podemos encontrar que la solución que la
humanidad ha dado a esta incompatibilidad
grupal, ha sido el establecimiento de relaciones de
poder entre los grupos. De forma que la
violencia, únicamente se produciría en el caso
de que alguno de estos grupos cuestionara esas
relaciones. La organización política del mundo
contemporáneo
se
fundamenta
en
la
subordinación de las relaciones de poder a la
autoridad del Estado. Entre los Estados existen
también relaciones de poder acordadas o de
pacto. Cada período de violencia (guerras,
revoluciones, etc) implicaría un cambio en la
distribución de ese poder. Utilizando una conocida metáfora, podría decirse pues, que la violencia
es la partera o comadrona de la historia.
Al situar los procesos grupales como valor
ideológico y a la violencia como elemento
instrumental de la guerra, creo estar reflejando lo
que ésta es en realidad. Los hombres no se reúnen
para guerrear, sino que existen grupos que entran
en conflicto. Sin una idea que unificara y diera
identidad a estos grupos, la guerra no existiría. Se
podría argumentar que si bien esto es evidente en
el caso de guerras entre naciones, donde los
grupos están perfectamente conformados y
unificados por la lengua, la cultura, y en ocasiones
incluso por la raza; el argumento podría fallar en
el caso de las guerras civiles e ideológicas donde
hombres de distintos grupos (raciales, familiares,
etc) se reúnen conformando bandos heterogéneos.
Desde mi punto de vista el argumento es válido en
ambos casos. En el primero, los grupos que entran
en conflicto están configurados en torno a ideas y
valores bien asentados. La conciencia de
pertenencia al grupo es inmediata. En el segundo
la existencia de los grupos es previa al acto violento
y no está derivada del mismo. Las ideas que
unifiquen a estos nuevos grupos y que los hagan
entrar en conflicto, serán las que los identifiquen en
alguna dicotomía como la de oprimidos-explotadores, liberales-conservadores o pobres-
ricos. En este caso será necesario tomar
conciencia de esta nueva pertenencia.
Los grupos que intervienen en los conflictos
armados necesitan conformarse en torno a una idea
unificadora. Si esta identidad existe se utilizarán
técnicas para reforzarla. Si no existe se intentará
crear, generalmente partiendo de valores de identificación más asentados. En el caso de Nicaragua
tenemos un ejemplo claro de esto último. Los sandinistas, cuya principal raíz ideológica era marxista,
añadieron a ésta, en su labor de proselitismo contra
Somoza, la idea nacionalista simbolizada en la figura
del general liberal Augusto C. Sandino.
Por eso doy tanta importancia a la idea de la
conformidad. Para conseguir iniciar y mantener una
guerra es preciso crear una motivación que vincule
a los individuos con uno de los grupos. Una vez
conseguida ésta, el aparato institucional de la guerra
hace que los sujetos consideren su participación
como inevitable.
Es tan importante el proceso de identificación y
conformidad con el grupo, que en el desarrollo
normativo de la guerra, sobre todo en lo referido a
la instrucción militar, es el elemento psicológico
sobre el que más se trabaja. Los uniformes, los
desfiles, las banderas, la homogeneidad en el tipo de
vida que se lleva en los cuarteles, tiene como objetivo fundamental crear lazos de identidad y fidelidad
con el grupo, o reforzarlos en el caso de que ya
existieran.
Los mandos militares están convencidos del
valor directivo de la identificación y conformidad
grupal en tiempo de guerra. El reclutamiento forzoso, la disciplina militar, los juicios sumarios, las
amenazas y los castigos, son poderosos elementos
disuasorios para que aquellos que no están convencidos desistan de abandonar las fuerzas armadas.
Pero si no se consiguen fuertes lazos de vinculación
ideológica con el bando en el que se participa, la
efectividad militar de los combatientes se sitúa bajo
mínimos. Es lo que en el ámbito castrense se define
como baja moral militar. Aunque en este fenómeno
influyen también otros factores, los que tienen que
ver con la vinculación grupal son los que se han
mostrado más efectivos. De hecho, la llamada guerra psicológica se fundamenta en la utilización de
diversas técnicas para crear desconfianza y división
en el bando enemigo. Estas técnicas no buscan que
el soldado traicione a su causa y a su grupo de
referencia, sino hacerle ver que sus dirigentes les
tienen engañados, que están vendidos a otras causas
(país extranjero, enriquecimiento personal, etc). El
objetivo es por tanto desvincularle ideológicamente
de su grupo, hacerle psicológicamente vulnerable a
adoptar una nueva fidelidad.
Situar el proceso de identificación grupal como
condición necesaria para la participación de los
ciudadanos en la guerra, y el uso de la violencia
como elemento funcional de la misma, no significa
que entre ambos procesos exista una relación jerárquica unidireccional. En realidad esta relación es
dialéctica. La violencia no es únicamente uno de los
medios que utilizan los grupos para resolver los
conflictos y mantener sus relaciones de poder. El
uso de la violencia también contribuye a intensificar
los sentimientos de pertenencia al grupo, a la vez
que eleva la cohesión interna de éste. Esto es así
tanto para el grupo que la sufre como para el que la
ejerce.
Es bien conocida la efectividad que tienen los
mártires en las guerras. Además de dar un valor a la
causa esgrimida (por la que estas personas dieron su
vida), acallan las opiniones de los que propugnan un
entendimiento con el bando contrario, los que deben
plegarse a uno de los bandos voluntariamente o a la
fuerza, ya que de seguir manteniendo sus posiciones
serían tomados como traidores. La diversidad de
opciones dura hasta que comienzan las hostilidades.
A partir de ese momento es preciso optar entre dos
bandos únicamente.
Quienes ejercen la violencia se ven a la vez más
comprometidos con el grupo. En la guerra, al contrario que en períodos de paz, la destrucción y el
asesinato no sólo no se castigan, sino que quienes
son más efectivos en estas funciones son mostrados
como ejemplos en los que el grupo ha de mirarse.
Por otro lado, cuando los programas de entrenamiento militar crean el hábito de obedecer de forma
inmediata a las órdenes, no sólo consiguen una
mayor funcionalidad operativa, también pretenden
eximir de responsabilidad moral al soldado que
mata. De este modo el individuo se vincula más al
grupo, que en definitiva es el que ha cometido la
acción de la que él no ha sido más que un instrumento. La metáfora del brazo ejecutor remite a un
cuerpo del que el individuo participa.
Tenemos pues que entre los dos componentes
definidores de la guerra se da una relación circular:
La cohesión e identidad grupal puede llevar, en caso
de conflicto, a la utilización de la violencia. A su
vez, el uso de la violencia hace aumentar la cohesión
e identidad grupal, lo que hace más posible el uso
de la violencia, etc.
Al acabar la guerra.
Cuando acaban los combates se rompe uno de
los elementos del círculo, el de la violencia abierta
y destructiva. Pero ¿Qué sucede con la identidad
grupal que estructura casi de forma total la vida del
combatiente?. La respuesta depende en gran medida
del desenlace del conflicto armado.
En los casos de guerras con un claro vencedor
como la victoria aliada sobre el fascismo, en el
bando perdedor la cohesión desaparece y la sensación de pertenencia de sus miembros se reduce a su
mínima expresión pues el grupo como tal ya no
existe. Las bases se sienten desilusionadas y a menudo traicionadas. La historia es siempre cruel con
el vencido, sus acciones son calificadas como crueles, tiránicas, aberrantes, las de los vencedores como
heroicas e inevitables. Lo más usual es que, de un
modo u otro, los elementos fundamentales que identifican al triunfador sean asumidos por la población
del bando perdedor. Es este un proceso que suele ir
acompañado de una represión ideológica (prohibiciones, ridiculizaciones, etc) sobre los valores que
fundamentan la idea del grupo vencido. Son los
hijos de los vencidos los que en un proceso adaptativo asumen los nuevos valores.
Cuando la guerra acaba tras un proceso de negociaciones donde se hacen importantes concesiones por ambas partes, disminuye de forma considerable la polarización, y el sentimiento de
pertenencia al grupo se difumina. La vinculación de
los miembros de un grupo desmilitarizado en la vida
civil carece de los componentes afectivos y funcionales que tenía en la vida castrense. Al desaparecer
el objeto central de vinculación, la lucha contra el
enemigo, y la forma de vida interdependiente de los
campamentos, es imposible mantener la idea de
pertenencia. Lo normal en estos casos es que se
generen importantes sentimientos de impotencia y
frustración y los combatientes de ambos lados se
pregunten para qué sirvió tanta muerte y destrucción. En Nicaragua tras la victoria electoral de Violeta Barrios de Chamorro y el consiguiente fin de
las hostilidades bélicas, se llenaron las salas de
espera de los psicólogos clínicos y los psiquiatras.
Los muchachos le preguntaban a mis colegas
"¿quión me devuelve la piernas, quien da vida a mi
hermano? ¿la reconciliación?, ¿la democracia?...".
Diez años antes cuando los sandinistas triunfaron
sobre el somocismo los casos de trastorno psicológico registrados eran mínimos: el sacrificio
mereció la pena decían al unísono mutilados, viudas
y padres de caídos.
Hay un tercer supuesto de desmovilización
que tal vez sea el más cercano a la situación de la
Colombia de nuestros días y de los exguerrilleros
de los que se habla en estas jornadas. Es el caso
en el que las negociaciones para el fin de la
violencia no afectan a aquellos elementos que
daban sentido a la acción de los combatientes,
sino a la necesidad de acabar con la violencia. En
estos casos se trata de dar alguna salida
institucional y personal a cada uno de los
desmovilizados. Es lo que suele conocerse como
reinserción. No se trata de una reconstrucción tras
asumir la imposibilidad de llevar adelante ninguna
de las dos posturas enfrentadas, ni de una
asimilación del vencedor que ha hecho
desaparecer por las armas las esperanzas del
vencido, sino de un proceso que metafóricamente
podríamos denominar como de retorno a la
comunidad de un grupo que se desligó de ella. El
enemigo abre las puertas de su casa.
Es este un proceso con diferencias considerables respecto a los dos casos anteriores. Los
grupos insurgentes son remisos a la reinserción
porque supone un reconocimiento implícito de una
derrota, si cabe, peor que la militar: el
reconocimiento de su falta de razón , el sinsentido
de su acción, de su lucha. Es por esto por lo que
ningún proceso de reinserción se ha llevado a cabo
sin una negociación que los dirigentes puedan
esgrimir como una victoria relativa. Todos se
presentan como hechos en los que no hay
vencedores ni vencidos.
Desde una perspectiva política pueden defenderse estos argumentos. Los líderes de los
desmovilizados pueden presentar los resultados
políticos de las negociaciones (elecciones, cambios
económicos y sociales, etc). Pero en las bases
guerrilleras la vida cotidiana no se llena con el
sufragio universal. Les es preciso reestructurar
completamente su forma de vida.
Al sentimiento de frustración aludido anteriomente se une la falta de reconocimiento de lo que
ha dado sentido a su vida durante los últimos
años. Metafóricamente podría decirse que en los
casos de reconstrucción los excombatientes de
uno y otro lado se preguntan por qué destruyeron
la causa común; en este caso la sociedad receptora
le dice al
reinsertado ¿por qué destruiste la casa en la
que ahora quieres volver a morar?.
No conozco en profundidad la situación de
los excombatientes que abandonaron en los
últimos años las armas en Colombia. Por las
experiencias de casos similares, las conductas de
estas personas toman diversas direcciones. Si
excluimos a quienes logran reinsertarse
profesional o políticamente en la nueva situación,
de forma que pueden desarrollarse sin renunciar a
su pasado, la mayor parte de personas buscan una
salida individual al margen del grupo de referencia,
tras un proceso de desencanto social que les lleva
a recuperar vinculaciones de gratificación
afectiva más inmediata como la familia.
En el caso de aquéllas personas que no son
capaces de asumir cierto grado de frustración al
verse enfrentadas a una situación social en las que
deben, explícita o implícitamente, arrepentirse de
su pasado, algunos casos derivan en trastornos
patológicos que suponen un período de anomia
anormalmente largo (desorientación interior,
impotencia, desamparo, incapacidad para la
acción, depresión...) o en casos de brotes
psicológicos peligrosos como el que acompaña
con cierta frecuencia a períodos posbélicos en
los
que
un
ex-combatiente
asesina
indiscriminadamente a grupos de civiles. Es
importante señalar que estos casos no son una
consecuencia automática del proceso de
reinserción sino la combinación de trastornos de
personalidad con una situación frustrante que
puede actuar como desencadenante.
En situaciones tan complejas no es fácil
hacer recomendaciones que vayan más allí del
grupo de consejo psicoterapéutico, que es a
veces lo más sencillo a la vez que lo más
ineficaz en la solución de los problemas
derivados de situaciones sociales.
He podido conocer, aunque no con la profundidad que hubiera deseado, los importantes problemas
de adaptación de los desmovilizados que no son
exclusivamente de seguridad o económicos, sino
también de carácter psicosocial y puramente psicológicos. Algunos de ellos creo que pueden derivarse
de los procesos a los que aludía anteriormente. Para
todos los interesados en superar las secuelas de los
conflictos bélicos será de gran ayuda la respuesta
que ustedes sepan darle, y puede servir de ejemplo
a situaciones similares que se darán en otras latitudes.
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ANOTACIONES SOBRE EL PROCESO DE PAZ
Alejandro Reyes Posada
Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Colombia
Nos encontramos en un punto muerto del proceso
de paz. Ninguna de las partes logra articular un
lenguaje ni un mandato político de negociación
para ofrecer a la otra. El mismo procedimiento del
diálogo directoentre gobierno y guerrillas sufre
unacrisis de desprestigio momentáneo. La
reacción adaptati-va de uno y otras ante la
suspensión de las conversaciones de paz ha sido
volver a las estrategias militares, con la
esperanza de regresar a la mesa de negociaciones
en mejores condiciones de fuerza que antes, y, si
es posible, que el adversario.A pesar de las
ilusiones creadas por mayores presupuestos y
tecnologías de guerra más eficaces, permanece
inalterado el hecho de que existe una situación de
empate militar negativo entre las guerrillas y las
fuerzas armadas, en cuanto ninguna parte puede
derrotar a la otra. De alguna manera hay un
circulo vicioso entre la insurgencia armada y la
contrainsurgencia, cuya única posibilidad de
ruptura es una negociación política.Lo esencial
entonces, es que existe un proceso de diálogo
encaminado a un acuerdo, que se reiniciará en
octubre de este año, en cuya preparación se
encuentran embarcadas las partes.
Mientras haya posibilidades de una paz negociada, el conflicto armado, a pesar de sus
horrores, tiene un carácter más moderado que si no
las hubie-ra, como es el caso del Perú con Sendero
Luminoso. Como mínimo, la perspectiva de una
futura reconciliación obliga a las partes a
relativizar su grado actual de enemistad. Es
necesario preguntarse por qué ha sido dilatada y
difícil la negociación con las guerrillas. No
satisface la explicación que afirma que la
anterior ronda de negociaciones en México haya
fracasado por falta de voluntad de alguna de las
partes. El gobierno busca sinceramente superar
la violencia por la vía política. Igual puede
decirse de las guerrillas, en la medida en la cual
desean realmente construir un proyecto político
que sustituya la guerra. El de la paz es un claro
ejemplo de problemas en los cuales es mayor la
motivación por resolverlos que la comprensión
de su naturaleza y dimensiones. La dificultad
inmediata es que no ha habido todavía un
verdadero acercamiento a un terreno común de
negociación. El gobierno no ha definido
términos bajo los cuales las guerrillas puedan
concebir su desmovilización sin sentir que dan
salto al vacío para caer en manos de sus
adversarios. Las guerrillas no han sabido formular
sus proyectos políticos en términos viables para
llegar a una negociación. El gobierno concibe
las guerrillas como aparatos militares
depredadores y terroristas, e ignora sus
dimensiones políticas y su inserción social. A su
vez, las guerrillas niegan su propia descompo-
sición criminal y la cubren bajo el velo de las necesidades de la guerra. El gobierno, a su turno, no
muestra eficacia en suprimir las prácticas criminales
de sus autoridades armadas y en terminar la acción
de los grupos paramilitares y de justicia privada. Todas estas incongruencias sugieren indagar más a
fondo sobre la identidad de los adversarios y la
naturaleza del conflicto que los vincula y los opone,
que no son evidentes de ningún modo. ¿Cuáles son
las fuentes sociales del poder representado en el
régimen político, del cual es depositario y agente el
gobierno? ¿Cuál, en otros términos es la capacidad
del gobierno para comprometerse a efectuar las
reformas que resultaren acordadas para superar la
violencia?. La precariedad del Estado colombiano ha
resultado del equilibrio inestable de poder entre la
élite nacional y las regionales, basado en relaciones
políticas clientelistas y caudillismos locales. Es un
Estado dominado por intereses privados, que
conciertan privilegios y resisten eficazmente las
políticas incorporativas y distributivas. Históricamente, desde el final de las guerras civiles, esas
élites regionales han asegurado su propia defensa
mediante la administración delegada de la violencia,
estatal y privada, a cambio de la legitimación nominal
del poder central. Este equilibrio, cuyo propósito
último ha sido impedir una hegemonía del centro
sobre las regiones, atraviesa un momento de cambio
tendiente a fortalecer el poder local, con sus beneficios y riesgos.
ríodo de casi una década de cooperación entre
elnarcotráfico y la contrainsurgencia, la mal llamada
guerra contra el narcoterrorismo entre agosto de
1989 y enero de 1991 replanteó la relación entre las
mafias y el Estado.El mérito principal que tiene la
nueva política de sometimiento a la justicia es el de ser
un comienzo de regulación jurídica entre el Estado y
las mafias de las drogas, que antes era sólo una relación
de violencia y corrupción, en la cual el narcotráfico
imponía su ley a costa de la destrucción de sus
adversarios. La nueva política exige al Estado fortalecer
su capacidad de instruir procesos y sancionar pero
también la de respetar la presunción de inocencia de
quienes no hayan sido vencidos en juicio. Es, en
consecuencia, y de manera inevitable en un estado de
derecho, una forma de legalización de conductas
criminales y enriquecimiento ilícito cuya existencia
no puede probarse legalmente. De hecho, la actitud de
muchos narcotraficantes ha sido la de participar en la
lucha por el poder local y regional, evitando
confrontaciones con el Estado central. En las
regiones, sin embargo, continúan operando grupos
paramilitares contra las guerrillas y la población
organizada y el gobierno no los ha desactivado. Si la
seguridad, de hecho, no es un bien público, sino
depende de la capacidad de cooptación de los servicios
de las fuerzas armadas y la capacidad de generar
aparatos de defensa y agresión por cuenta propia,
entonces el Estado no puede asegurar el cumplimiento
de un acuerdo de paz.
Como espacios de participación política, los
nuevos escenarios de poder local pueden aumentar la
representación popular, canalizar conflictos y
resolverlos sin intervención del gobierno central.
Entre los riesgos está el refuerzo al poder de élites o
contraélites locales que usan la fuerza y la corrupción
para defender intereses privados y asegurar dominios
territoriales. Ahora mismo, en muchas regiones del
país hay numerosos grupos organizados de
propietarios y empresarios que financian y dirigen
escuadrones armados para seguridad, establecen
relaciones de cooperación con las fuerzas armadas y
los políticos y participan en tareas de
contrainsurgencia. La descentralización y privatización de los medios e instrumentos de violencia es
una realidad que la política de paz debe tener en
cuenta.La composición de las élites regionales está
cambiando con velocidad al impulso de la acumulación de capital del narcotráfico y su inversión en
tierras y empresas productivas. Después de un pe
Tienen razón las guerrillas cuando le reclaman al
gobierno efectividad en el desmonte de los grupos
paramilitares y de la justicia clandestina, oficial y
privada, que hay en Colombia. Le están reclamando al
Estado que ejerza la plenitud de su poder para que el
acuerdo de paz pueda celebrarse con el titular del
monopolio de la fuerza, no con un Estado infiltrado
con paraestados en la sombra. Una de las razones
principales para el estancamiento de los diálogos es la
poca visibilidad de los esfuerzos del gobierno para
desarmar a los poderes privados. A su vez, tiene razón
el gobierno cuando fortalece y mejora la eficacia de
su policía y ejército para afrontar la criminalidad y la
múltiple violencia que afecta la vida de los
colombianos. La identidad de las guerrillas y sus
relaciones con los grupos populares también son
problemas complicados.
El país tiene actualmente guerrillas integradas
por combatientes reclutados por un salario, con baja
calificación política, jóvenes y de ambos sexos,
quienes en número creciente participan en activida-
des financieras de delincuencia común y atropellan a
la población. Para muchos combatientes, según
afirman comandantes guerrilleros desmovilizados, la
guerrilla se ha vuelto una forma de vida, sin
horizontes de cambio revolucionario. Esta realidad
facilita la descomposición criminal y crea problemas
serios de disciplina militar y rupturas de la unidad de
mando en la fuerza guerrillera.Las guerrillas han
buscado una alianza con movimientos populares,
especialmente campesinos, pero la experiencias
recientes han terminado finalmente en la
subordinación, instrumentación y aniquilación de los
movimientos, las luchas agrarias se han dirigido a
demandar mayor presencia y eficacia del Estado y no
a su destrucción revolucionaria. Los campesinos han
tenido que actuar con medida de fuerza como
marchas, paros y tomas de oficinas para llamar la
atención de las autoridades nacionales, pero han
rechazado sistemáticamente el uso de la violencia. Es
muy difícil aceptar la idea de que las guerrillas sean
auténticas portadoras de los intereses populares, cuya
vocería deba ser reconocida en la mesa de
negociaciones. A lo sumo han creado formas locales
de poder que descansan en la hegemonía de la fuerza
sobre territorios con baja presencia estatal.
Como proyecto político, las guerrillas pueden
aspirar a negociar las condiciones y garantías de
incorporación al debate democrático, para que sea la
competencia justa por persuadir y conquistar
adhesión la que señale el derecho a reclamar la
representación popular. No pueden negociar reformas
sociales en nombre del pueblo, aunque esas
reformas sean indispensables, porque ellas sólo pueden
ser fruto de la participación popular en la confrontación política. Si el régimen político no es una
dictadura que sea necesario destruir, sino la empresa
colectiva por construir; si no es tan claro que la vieja
oligarquía siga monopolizando el poder, sino que
ellas se encuentran en una disputa por controlar la
dirección de los procesos de acumulación con la
nueva oligarquía de las drogas; y si las guerrillas no son
la vanguardia armada del pueblo, sino aparatos locales
de poder, enfrentados a su propia crisis de legitimidad
en ausencia de una situación revolucionaria, entonces
es justo preguntarse cual es el conflicto que debe
negociarse para conseguir la paz negociada. El nuevo
escenario de conflictos del país es, por supuesto, un
desarrollo histórico de los anteriores, aunque
multiplicados por la nueva dimensión económica y
política aportada por el narcotráfico, que alteró la
naturaleza de los conflictos y la identidad de los
adversarios.En primer término, se percibe un
desplazamiento de conflictos armados a las ciudades
como resultado de nuevas formas de organización
gangsteril en áreas marginadas a las cuales se ha
sumado la penetración de las guerrillas como
promotoras de milicias para el control de la
población. Las estrategias para combatir esta violencia han ocasionado muchas víctimas como las
caídas en matanzas indiscriminadas cometidas por la
policía de Medellín para vengar el asesinato de sus
integrantes o las personas sin hogar que caen en
operaciones de limpieza social en muchas ciudades
del país. En segundo lugar, la creciente inserción de
capitales del narcotráfico en la compra de tierras y
negocios y la consecuente transformación en las
estructuras regionales de poder en el sentido de
convertirse en dominios territoriales armados permiten prever nuevos conflictos violentos.
En algún momento cercano el Estado deberá
librar el conflicto armado con las fuerzas paramilitares hasta eliminar sus organizaciones y recuperar el
monopolio de las acciones de contrainsurgencia.Igual deberá ocurrir en el caso de regiones y
empresas que a la vez son organizaciones armadas
de trabajadores como las explotaciones de esmeraldas
del occidente de Boyacá.Finalmente, el conflicto con
las guerrillas aunque forme parte del escenario
probable del futuro, habrá cambiado sus
dimensiones por las interferencias ocasionadas por
los otros conflictos. En ambientes urbanos deteriorados por la pobreza y la delincuencia organizada,
las milicias inspiradas por las guerrillas pueden
escapar fácilmente a sus promotores y tender a
homologarse con las pandillas con las cuales están
confrontadas. La simbiosis de muchos frentes guerrilleros con la economía de las drogas hará cada vez
más difícil para sus líderes conservar los objetivos
políticos que los han animado. Si las guerrillas
continúan los sabotajes contra la infraestructura física
del país arriesgarán pagar un costo creciente en
pérdida de apoyo popular. Todas estas circunstancias
sugieren replantear las concepciones actuales sobre
la eventual reinserción de combatientes guerrilleros a
la política. Es posible predecir que la gran mayoría no
estará interesada ni calificada para asumir tareas de
organización popular ni para competir en la arena
política. La mayor parte no podrá residir en las
anteriores áreas de operación y se desplazará a las
ciudades cercanas, como ha ocurrido en los casos
del EPL y el M-19. Su nuevo ambiente estará
dominado por formas urbanas de criminalidad y
desorganización social, que harán muy difícil construir un nuevo proyecto político. Como ha sucedido,
vidades delictivas por cuenta propia, con lo cual
pasarán a ser parte del problema y no de la solución.
con otros grupos reincorporados, muchos de los
nuevos desmovilizados preferirán ocuparse en acti-
"PAZ NACIONAL VS. PACES REGIONALES"
Por Alejo Vargas Velásquez, Profesor Universidad Nacional
E
l problema de la paz en Colombia es bastante
más complicado que un simple problema de
voluntarismo. El problema no es tan sencillo como
tener más o menos simpatías, más o menos buena
voluntad.
Por supuesto que eso puede ayudar (una buena
capacidad negociadora puede ayudar a superar obstáculos), pero no se puede perder de vista lo fundamental: se trata de un proceso de NEGOCIACIÓN
POLÍTICA entre actores con poder (lo que no significa que sean poderes equiparables). No se trata de
negociar la desmovilización de grupos guerrilleros
virtualmente paralizados o descreídos de sus medios
y sus fines, ni se trata de imponer las condiciones de
rendición a un enemigo derrotado.
Si se está frente a un proceso de negociación
política, no se puede pensar que lo único a negociar es
el cese del fuego. Es importante y necesario que se
llegue a acuerdos en ese punto, pero con toda
seguridad el que se avance en este campo está
ampliamente asociado a que pasa con la agenda
política. Lo anterior no quiere decir que la negociación se enfrasque en discusiones ideológicas, en
principios abstractos, sino en los puntos de interés
específicos y las soluciones para los mismos.
Consideraciones acerca de las perspectivas de la
negociación.
El gobierno supone que los actores guerrilleros están
simplemente interesados en negociar su desmovilización a cambio de la discutible 'favorabilidad política'. Es el pesado lastre que quedó en el
gobierno de los procesos de desmovilización anteriores, en los cuales evidentemente se negoció con
guerrillas que consideraban que lo fundamental era la
ampliación del estado político. En el caso de las
organizaciones guerrilleras agrupadas en la Coordi
nadora no parece creíble que se van a cambiar
30 años de lucha guerrillera por la posibilidad de
unos "foros de discusión" con diversos sectores
sociales. Ojalá el problema fuera así de
sencillo, pero nos tememos, en aras de un
realismo, que la situación es mucho más
compleja y que se trata de acuerdos reales
sobre los factores generadores de violencia.
Nos tememos que no se trata simplemente
de ejercicios académicos en relación con los
puntos considerados para la discusión (no es
que el simple hecho de que se aborden los
mismos ya garantiza que el punto en
discusión se ha superado), sino de llegar a
ACUERDOS específicos, viables y verificables. Frente a esto la pregunta que uno se
podría formular legítimamente para tener claras
las posibilidades de desarrollo de las
negociaciones es: ¿qué están dispuestos a
negociar el Estado Colombiano y la
Coordinadora Guerrillera? No hay que
olvidar que toda negociación implica cambios
de equivalentes o si se quiere gestos de
reciprocidad mutua.
Esto sin duda va a forzar, si
eventualmente la negociación avanza, a que
delegados del Congreso y del Poder Judicial se
vinculen formalmente a corto plazo al proceso
de negociación, porque los delegados del
Ejecutivo no pueden comprometerse con
aspectos que se acuerden que no controlan,
por ejemplo el desarrollo de normas legales que
se pacte (la experiencia de anteriores procesos
de negociación en Colombia, en los cuales el
gobierno ha incumplido en este sentido no son
la mejor carta de presentación).
Igualmente hay que romper con la tradición
del gobierno colombiano de considerar el
diálogo y la negociación como mecanismos
para desmovilizar
movimientos sociales y entrar a considerarlos como
instrumento para resolver las situaciones problemáticas que están en la base de los mismos. De otra
manera las posibilidades de éxito de la negociación
están negadas de antemano.
En ese sentido, la pretensión de funcionarios del
gobierno, dentro de la guerra discursiva de legitimidades, de que el diálogo con la guerrilla es ya una
concesión de la sociedad civil a los alzados en
armas, no parece ser un buen punto de arranque.
Incluso hay un discurso paradójico hoy día: los
mismos que, por ejemplo, llamaron en su momento
a Camilo Torres un "cura loco" o aún un "bandolero'
y no le reconocían legitimidad, pero que hoy ya no
la tiene porque el llamado "socialismo real" se derrumbó, creo que son argumentos discursivos que
no contribuyen nada a la posibilidad de salida política a la confrontación armada. El diálogo es producto de la necesidad de los actores en guerra (guerrilla y gobierno), incapaces los dos de darle una
salida militar al conflicto, en un plazo razonable.
Debe ser claro que se trata de resolver un problema político y no delincuencial. Se trata de hacer
que el conflicto social se pueda continuar expresando por sus ámbitos propios y no deba recurrir a la
confrontación militar como respuesta a la criminalización permanente desde el Estado. Por ello, los
actores del conflicto deben tener representación en
la mesa de negociación: obreros, campesinos, pobladores de las regiones, porque en últimas debe ser
con ellos con quienes deben darse los acuerdos
sustanciales.
Si se quiere avanzar dentro del proceso de negociación, lo primero es crear un clima favorable i1
la misma y para ello hay que comenzar por bajarle
el tono a la guerra verbal en que andan comprometidos los editores de los grandes medios de comunicación, los funcionarios estatales y también miembros de la guerrilla. La guerra verbal no ayuda para
nada a la creación del clima de distensión necesario
y el problema no se va resolver suponiendo que de
esamanera se deslegitima al adversario y se le resta
capacidad negociadora. La mesura en el lenguaje
del actual Consejero de Paz es un punto favorable
que hay que resaltar.
El problema de la llamada credibilidad es otro
de los aspectos fundamentales que enfrentan las
partes en la negociación. Pero la credibilidad no es
unilateral, así como no lo es el conflicto. Estamos
de acuerdo en que la credibilidad no es sólo de,
palabra, pero esto rige para las dos partes. Si
bien no es fácil creer en las intenciones de paz
de la guerrilla mientras se realizan emboscadas,
sabotajes y demás operativos propios del
conflicto, tampoco es creíble la voluntad de paz
del gobierno mientras siguen los operativos
ofensivos contra las columnas insurgentes,
cuando se bombardea la población civil, cuando
no se sanciona a los militares comprometidos en
la guerra sucia y por el contrario se les premia
con ascenso. Los dos actores manejan muy
adecuadamente 'la combinación de formas de lucha'. Pero independientemente de los anterior,
se debe entender que se está frente a un
conflicto político-militar (que conlleva acciones
en las dos dimensiones) y justamente por eso se
negocia.
La falta de total unanimidad en las fuerzas en
frentadas, es un problema al que se enfrenta la
negociación. Y a nuestro juicio esto es algo que hay
que asumir con realismo. En toda organización so
cial compleja (y lo son el gobierno y por supuesto
el ejército y lo es también la guerrilla), normalmente
hay diversidad de opiniones y posiciones, en su
interior se juegan tensiones y aún contradicciones.
Por ello parecía tan normal que el alto mando de las
Fuerzas Armadas, cuando alguno de sus miembros
aparece evidentemente comprometido en masacres
o violaciones de derechos humanos, afirme que se
trata de conductas individuales sin compromiso ins
titucional. En el mismo sentido el alto mando gue
rrillero, cuando algún grupo realiza una emboscada
y otro tipo de operativo militar, puede creíblemente
afirmar que no se trata de actitudes institucionales,
sino de actos aislados.
Lo anterior ejemplifica la complejidad de las
negociaciones y la necesidad de manejarlas no al
ritmo de los titulares de prensa, televisión o radio,
ni de los editoriales de la prensa (comúnmente asimilados como 'opinión pública'). Si se está negociando cómo parar un conflicto no se pueden argumentar las expresiones del mismo como razones
para entablar las negociaciones. Hay que continuar
negociando no interesa que tipos de acciones de
guerra se realicen, porque se trata justamente de
parar esa guerra que ya va teniendo un alto costo
para la sociedad civil no involucrada en el mismo.
Al respecto es imprescindible llegar a
acuerdos transitorios en relación con el respeto a
la población civil no involucrada en el conflicto.
Porque es absolutamente condenable la muerte
de niños y adultos
por minas sembradas por la guerrilla en San Vicente de
Chucurí (Santander), así como lo es la muerte de niños y
adultos por bombardeos del ejército en Gutiérrez
(Cundinamarca) y San Vicente del Caguán (Caquetá)1.
Una fórmula de compromiso de las partes de respetar la
población civil es indispensable, acompañada de
'mecanismos de verificación y sanción social'
imparciales (eventualmente una Comisión con
representantes internaciones y con plenas atribuciones)
frente a los casos que se presente, junto con el
compromiso de las partes (gobierno y guerrilla) de juzgar
y sancionar sin contem-plación a sus miembros que
resulten comprometidos en este tipo de hechos. Los
acuerdos parciales sobre asuntos específicos parecen ser
un mecanismo impotente para ir consolidando un proceso de negociación global.
Acerca de los Diálogos Regionales
Parece algo contradictorio y en contravía con el discurso
descentralizador que se impulsa el que se pretenda por
parte del gobierno un manejo exclusivamente
centralizado a un problema que tiene expresiones
regionales claramente diferenciadas, como los es el de
la confrontación política armada.
Si bien es necesario que la negociación se centre entre
los niveles con capacidad decisoria, igualmente parece
indispensable el que se acuda simultáneamente a diálogos
regionales para que no sólo se cree el clima de distensión
requerido a nivel regional, sino también para ir
encontrando alternativas específicas a las diferentes
problemáticas que están en la base del conflicto. En
estos Diálogos Regionales deben tener un papel
protagónico los Gobernadores y Alcaldes de las zonas en
conflicto, para que recuperen la capacidad que se les
cercenó de manejar regionalmente el orden público.
Se trata de combinar simultáneamente la negociación
global para la búsqueda de acuerdos que lleven a la
suspensión del conflicto político-militar y su
desplazamiento al ámbito exclusivamente político, con
diálogos regionales que contribuyan a distensionar el
ambiente político en los espacios regionales y ayuden a
precisar prioridades específicas de abordaje regional.
Aún problemas tan significativos para la solución global
como son los de la
localización eventual de las fuerzas guerrilleras en un
período transitorio previo a su desmovilización, es casi
seguro que sólo se pueden solucionar regio-nalmente, no
sólo por la diversidad de estructuras de las distintas
organizaciones guerrilleras, sino también por las
particularidades de las diversas inserciones regionales.
Y es por lo menos una ingenuidad suponer que
porque asistan representantes de las organizaciones
guerrilleras los actores de la sociedad civil se van a
encontrar amedrentados, pues igual razonamiento cabría
para toda reunión a la que asistieran representantes de
las fuerzas militares y creo que ambos deben estar
presentes en estas discusiones regionales y confrontar a
los actores del conflicto armado.
El objetivo de los mismos no es, como lo señalan de
manera simplista algunos funcionarios del gobierno, el
protagonismo político de la guerrilla, ésta de hecho ya lo
tiene, y en muchas regiones y localidades ella obra como
un poder paraleló, sino crear compromisos regionales de
distensión que comprometan a la guerrilla y al ejército (y
los respectivos aliados parainstitucionales de los dos) y
de identificación de las dimensiones problemáticas
regionales que deben ser solucionadas a corto y mediano
plazo.
Igualmente, parecer ser un razonamiento sin
fundamento aquél que señala que los diálogos regionales
sólo van a servir para que la sociedad civil regional
conviva con la guerrilla; de hecho las sociedades
regionales han venido conviviendo con la guerrilla en
Colombia hace más de 30 años, aunque no hayan existido
formalmente los diálogos regionales.
Estos diálogos regionales deben involucrar además de
las autoridades regionales y a representantes de
organizaciones de la sociedad civil a nivel regional y, por
supuesto, a los comandantes militares y de los frentes
guerrilleros que actúan en dicha región. La propuesta
gubernamental de los foros regionales sin presencia de
los actores armados seguramente se va a transformar en
un intento, sin ninguna perspectiva, de manipular
algunos sectores sociales en contra de una de las partes en
conflicto, lo cual antes que solucionar va a agravar las
tensas situaciones regionales. Es la continuidad de la estrategia PNR de la administración Barco de establecer
diálogos con las comunidades a través de la nueva
mediación del "clientelismo tecnocrático" para su-
1 Ver El Tiempo, Santafé de Bogotá, lunes 17 de febrero de 1992, pag. 10C y El Tiempo, Santafé de Bogotá, viemes 21 de febrero de 1992, pag. 8A
poner que de esta manera se resolvía el problema
del apoyo social a la guerrilla.
de base de los distintos actores involucrados en el
conflicto.
Por supuesto que la idea no es parcelar regionalmente la solución del conflicto sino alimentar, con
los análisis y propuestas que se hagan regionalmente, la mesa de negociación, crear un clima favorable
en la sociedad a la salida negociada al conflicto y a
las reformas indispensables para lograrlo y contribuir con procesos de distensión (que comprometen
frente a la sociedad civil regional a los actores
militares del conflicto político), al buen éxito del
proceso en su conjunto. Es igualmente la posibilidad
de alimentar los "diálogos entre cúpulas" con "diálogos de participación" entre niveles intermedios y
Finalmente, tenemos que señalar que la sociedad civil colombiana puede contribuir a crear un
buen ambiente para el proceso de negociación,
creando un entorno político favorable y un clima de
presión a los actores enfrentados (gobiernos y guerrilla) que presione la consecución de acuerdos. La
principal enseñanza del proceso de negociación en
marcha en El Salvador es que es posible encontrar
una solución política a una confrontación políticomilitar interna si se crea el clima adecuado para ello.
EL VIEJO CONGRESO Y LA PAZ
Una breve historia del papel de la rama legislativa en los
procesos de paz de Betancur y Barco*
Daniel García-Peña Jaramillo, Profesor de los Departamentos de Historia de las Universidades de los Andes
y Nacional de Colombia
F
iel a su carácter de colegislador, el gobierno
trabajará con el Congreso para avanzar en la
empresa que la historia ha colocado en nuestras
manos, hacia la paz completa que necesitan y esperan los colombianos."
Carta del Presidente Belisario Betancur a los
presidentes de las comisiones primeras del Senado
y de la Cámara, Drs. Augusto Espinosa y Jorge
Ramón Elias, 19 de septiembre de 1982.
"La institución del parlamento es por esencia el
principal foro que posee la democracia para ventilar
la controversia y resolver civilizadamente los conflictos. No compartimos la perplejidad y el desconcierto que a muchos les produce que el Congreso de
la República aborde la discusión de los conflictos y
plantee soluciones. Uno puede estar de acuerdo o en
desacuerdo con las decisiones o con las opiniones
de miembros del Congreso, pero los demócratas no
podemos oponernos a que esta institución cumpla
su función de deliberar y de promover el debate."
Palabras del Presidente Virgilio Barco al clausurar el período de sesiones ordinarias del Congreso, 16 de diciembre de 1989.
Hoy, las posibilidades de encontrar en el corto
plazo una solución negociada al histórico conflicto
armado interno en Colombia parecen distantes. Sin
embargo, a pesar del actual énfasis en la salida de
fuerza, ambos lados reconocen que la negociación
será eventualmente necesaria. Esto hace aún más
pertinente pensar desde ya cuáles pueden ser los ejes
de esa etapa futura.
Hay consenso en muchos círculos que ésta debe
incluir una importante participación de toda la sociedad. Con la Constitución de 1991, el Congreso
de la República recibió una gran cantidad de nuevos
mecanismos y herramientas que posibilitan asumir
* Estas reflexiones hacen parte de un trabajo más amplio sobre el tema "El Congreso y la Paz" pronto a ser publicado.
su rol constitucional como escenario central de representación y discusión de los diferentes sectores
sociales y políticos de la nación. De hecho, en su
primer año de existencia, el "Nuevo Congreso" ha
cumplido un papel más destacado y activo que
cualquier otro Congreso en el largo y complejo
proceso de buscar la paz definitiva.
Aunque constitucionalmente el ejecutivo
tiene el manejo exclusivo del orden público, la paz
no se puede entender sólo como un asunto de
orden público. La paz implica desarrollo
económico, reforma agraria, mecanismos para
tramitar pacíficamente la justicia social, ampliación
y fortalecimiento de una democracia participativa
efectiva, autonomía regional real, defensa y
protección de los derechos de los ciudadanos,
garantía de igualdad de oportunidades, y
muchísimas otras cosas que se encuentran más en
la esfera de funciones de la rama legislativa que en
la del ejecutivo.
Por eso, es importante analizar las experiencias
del "Viejo Congreso" como base para reflexionar
sobre el papel del "Nuevo Congreso" en la búsqueda
de una futura e inevitable paz. ¿Cuál fue el rol de la
rama legislativa en los procesos de paz de los gobiernos Betancur y Barco? ¿Cuáles han sido las
razones de su aparente bajo y secundario perfil?
Estas son algunas de las preguntas que esta
ponencia intenta contestar con el ánimo de servir de
material de discusión y trabajo. Así mismo, representa una invitación para examinar otros caminos
diferentes para repensar la paz como elemento primordial en el afianzamiento de la transformación
institucional y ciudadana que actualmente el país
sólo inicia.
Los primeros intentos de negociar la paz:
Turbay y Betancur
Fue durante el gobierno de Julio César Turbay
(1978-1982) que se dieron los primeros antecedentes de la búsqueda de la salida negociada al conflicto
armado, y desde esos comienzos se pueden detectar
los rasgos básicos que van a caracterizar la relación
del Congreso con la paz en la década de los ochenta.
Las principales iniciativas -la propuesta de amnistía condicional (1980) y la conformación de la
primera Comisión de Paz (1981)- se originaron en
la rama ejecutiva sin mayor incidencia o participación activa del Congreso. Aunque en el parlamento
sí se escucharon importantes voces disidentes a
título personal y se discutieron temas relacionados
con la paz, como cuerpo se limitó a aprobar de
manera casi automática las propuestas del ejecutivo y
no participó activamente en la elaboración de la
política frente a la guerrilla.
La Comisión de Paz trabajó independientemente y sin participación del Congreso, como
equipo asesor del presidente, introduciendo la práctica
de conformar al interior de la rama ejecutiva
instancias extraordinarias y supuestamente representativas de los diferentes sectores de la sociedad.
Aunque el gobierno de Belisario Betancur
(1982-1986) cambió a fondo la política de paz y
tuvo varias particularidades políticas que influyeron de
manera directa en sus relaciones con el Congreso, en lo
fundamental no se alteraron las tendencias generales
del período anterior.
.......
El presidente mantuvo la iniciativa y la rama
legislativa sólo se vio como una instancia de aprobación final y necesaria. Si bien es cierto que el
Congreso le dio más importancia que antes al tema de
la paz e inclusive se adelantó al ejecutivo en la
presentación de propuestas de amnistía, no cabe
duda que la política de paz se diseñó y se manejó
prácticamente de forma unilateral por el ejecutivo a lo
largo del cuatrenio. Incluso, el hecho de haber
aprobado el proyecto de amnistía presentado por el
senador Gerardo Molina no se dio como resultado de
una decisión autónoma del Congreso sino por haber
recibido el apoyo explícito del ejecutivo.
Se ampliaron y se crearon nuevos escenarios
cuasi-parlamentarios desde el ejecutivo en materia de
política de paz. La nueva Comisión de Paz fue más
grande, más cercana al presidente que la anterior y
tampoco tuvo representantes del Congreso. En palabras
de John Agudelo, su coordinador y luego presidente,
se trataba de un "pequeño parlamento" que pudiera
hacer lo que no hacía el Congreso: representar a los
diversos sectores de la sociedad.
Además, el Ministro de Gobierno, Rodrigo Escobar, convocó una "Cumbre Política" de los líderes de
los partidos políticos para lograr un gran acuerdo
nacional en torno a profundas reformas políticas.
Aunque asistieron algunos parlamentarios, su presencia fue debida a su condición de representantes de
los partidos y no por ser congresistas, a pesar de que
la labor de la cumbre claramente correspondía a las
funciones del legislativo.
Ni el trabajo de la Comisión de Paz ni el de la
Cumbre Política estuvieron claramente ligados al
Congreso como tal. Esto explica, por lo menos en
parte, los débiles resultados de ambas instancias en
su capacidad de comprometer exitosamente al par
lamento en los respectivos trámites legislativos re
queridos.
fue "institucionalizar" la paz, es decir,
enmarcarla
dentro
de
las
estructuras
establecidas constitucionalmente, el resultado
no fue mucho mejor que el del gobierno
anterior en el establecimiento de una nueva y
más activa relación del Congreso con el manejo
de la paz.
Por un lado, aunque los acuerdos firmados entre la
Comisión de Paz y los diferentes grupos guerrilleros
en 1984 hicieron mención específica del Congreso, la
ausencia de la rama legislativa en el proceso de
negociación hizo que no se comprometiera como
cuerpo con lo pactado por los delegados del
ejecutivo. Aunque algunos congresistas entraron a
participar en la Comisión de Verificación y en el
Diálogo Nacional creados por los acuerdos, esto no
dejó de calmar los sentimientos en el Congreso de
haber sido excluidos y suplantados por las instancias
emanadas desde el ejecutivo para, cumplir tareas de
índole legislativa. Por otro lado, si bien es cierto que la
Cumbre Política sí produjo algunos resultados
concretos que se tradujeron en ley, éstos fueron muy
inferiores a las metas trazadas inicialmente, en gran
parte debido al mal ambiente en las cámaras.
De hecho, las relaciones entre el gobierno
de Barco y el Congreso en lo referente a la
política de paz estuvieron en gran medida
determinadas o matizadas por varios elementos
ajenos a las negociaciones con las guerrillas: el
"esquema gobierno-oposición", los distintos
esfuerzos del presidente por lograr una reforma
constitucional y el hecho de que el "proceso de
paz" empezó en la segunda mitad de su gobierno
cuando "el sol estaba a la espalda" y la guerra
contra el narcoterrorismo tenía primera. De
esta manera, las primeras negociaciones entre el
Consejero de Reconciliación, Normalización y
Rehabilitación, Rafael Pardo, y el comandante
máximo del M-19, Carlos Pizarro, entre enero
y marzo de 1989 se hicieron prácticamente de
manera clandestina. Aunque se mantuvieron
permanentes contactos discretos con algunos
parlamentarios de manera consultiva a lo largo
del proceso, la rama ejecutiva mantuvo el
manejo exclusivo de las negociaciones.
Algunos miembros del Congreso, sin embargo,
habían asumido papeles importantes de manera
personal durante el proceso. La participación de
senadores como el liberal Ernesto Samper y el
conservador Alvaro Leyva en la "Cumbre de
Convivencia Democrática" convocada por el M19 en Panamá a mediados de 1988 había sido
fundamental para obligar al gobierno del
presidente Barco a inventarse su "Iniciativa de
Paz" sobre la cual se montó el proceso de
negociación con el M-19. A lo largo del proceso,
varios congresistas, en particular Leyva,
jugarían roles claves, pero siempre a título
individual, y nunca en nombre del Congreso
como cuerpo.
Finalmente, otro de los pilares de la política de
paz de Betancur se erigió sin la participación del
Congreso: el Plan Nacional de Rehabilitación, PNR,
fue creado por directiva presidencial sin pasar por el
parlamento,
Por eso, la política de paz del gobierno Betancur
no fue compartida por las diferentes esferas del
Estado. En muchos casos ni siquiera contó con el
apoyo de la totalidad de la misma rama ejecutiva, y
fue más bien de manejo casi exclusivo del primer
mandatario y sus colaboradores cercanos.
Esto se reflejó en el creciente distanciamiento
del Congreso con los temas de la paz, particularmente en la última parte del gobierno. El "juicio"
que se le hizo al presidente en la Cámara de Representantes, promovido por el representante liberal
César Gaviria a raíz de los incidentes del Palacio de
Justicia en noviembre de 1985, aunque terminó
exonerando a Betancur, permitió sacar a relucir el
malestar de muchos parlamentarios con la política
presidencial,
El proceso de paz del gobierno de Barco y el
M-19
El pobre balance final que se le hizo al "proceso de
paz" de Betancur llevó al nuevo gobierno de
Virgilio Barco (1986-1990) a introducir cambios
significativos en el manejo de las negociaciones con
la guerrilla. Sin embargo, aunque una de sus metas
Con la creación de las Mesas de Análisis y
Concertación en abril de 1989, el tratamiento
del gobierno de Barco a las negociaciones
pareció haberse "betancurizado" en la medida en
que se creó una instancia de amplia
representación de los sectores sociales y
políticos sin la participación directa
del Congreso para elaborar las propuestas de carácter
legislativo. Aunque las Mesas de Análisis y
Concertación contaron originalmente con la participación
de los diferentes partidos políticos, el Partido Social
Conservador y la Unión Patriótica se retiraron, haciendo
que la representatividad de este ente cuasiparlamentario fuera aún más precaria que la que tuvo la
Comisión de Paz de Betancur.
Sin embargo, para mediados de año, se empezaron a
esbozar los lincamientos generales del eventual
acuerdo entre el gobierno y el M-19, y era evidente que
los dos temas más importantes estaban directamente
relacionados con el Congreso: la inclusión de una
Circunscripción Nacional Especial de Paz para las
elecciones parlamentarias de marzo de 1990 y el
otorgamiento del indulto. Esto hizo que el parlamento se
empezara a preocupar de manera más intensa por lo
que estaba sucediendo en las negociaciones entre Pardo
y Pizarro.
La Circunscripción Nacional Especial de Paz -por
la cual el grupo guerrillero desmovilizado tendría unas
ventajas electorales para poder llevar un buen número
de sus integrantes al Congreso- generó diferentes
reacciones.
Algunos
congresistas
expresaron
objeciones al otorgamiento de la favorabili-dad política
al M-19 pensando que serían los directamente
perjudicados por estar en "desventaja", y a otros no les
gustaba la idea de tener "ex-terroristas" sentados a su
lado en el Congreso.
Sin embargo, la Consejería y el Ministerio de
Gobierno, en cabeza de Carlos Lemos, hicieron un
trabajo muy exitoso de lobby con los parlamentarios, y
en el cual se destacó la activa intermediación del jefe
único del Partido Liberal, el ex-presidente Julio César
Turbay, con la mayoritaria bancada de su partido.
Señalando que los cupos especiales del M-19 no se
restarían del número existente de miembros en las
cámaras sino que se sumarían como integrantes
adicionales por una sola vez, le quitaron el temor a
unos. Arguyendo que la incorporación de los exguerrilleros ayudaría a legitimar al Congreso, convencieron a otros. Finalmente, haciendo un llamado a la
solidaridad y disciplina de partido, lograron, por lo menos
durante unos meses, unir a los restantes en torno a los
propósitos del ejecutivo.
De hecho, el Presidente del Senado, Luis Guillermo
Giraldo, y el de la Cámara de Representantes, Norberto
Morales, firmaron el "Pacto Político por la Paz" el 2 de
noviembre de 1989 entre el M-19, el gobierno y los
jerarcas del Partido Liberal. En éste, el
gobierno "en acuerdo con el Congreso" se compromete
a incluir la Circunscripción Nacional Especial de Paz en
un "Referéndum extraordinario por la Paz y la
Democracia" a ser convocado para decidir sobre la
reforma constitucional en trámite en el Congreso.
En el caso de la ley de indulto, también fue
necesario darle manejo especial a las fricciones que
surgieron entre las ramas ejecutiva y legislativa. El
principal temor del gobierno era que miembros del
Congreso -algunos motivados por convicciones auténticas y otros aparentemente influidos por la intimidación y los dineros del narcotráfico- aprovecharían las circunstancias para ampliar los alcances de la
ley con el propósito de incluir delitos no-políticos. La
ponencia presentada el 10 de noviembre por el
representante liberal César Pérez -quien viajó a
Santo Domingo, Cauca para entrevistarse directamente con los dirigentes del M-19- fue precisamen- te
en ese sentido, en clara contravía de las intenciones
del ejecutivo.
Las relaciones entre el ejecutivo y el legislativo
se volvieron aún más tensas a comienzos de diciembre, cuando un grupo de representantes liderado
precisamente por el Presidente de la Cámara, Norberto Morales, quien había firmado el Pacto Político
un mes antes, logró incluir el tema de la extradición en
el referéndum de reforma constitucional por encima
de la oposición del gobierno. Este "camarazo" fue un
golpe mortal al gobierno, y a los acuerdos, firmados
con el M-19. Demostró, además, la débil unidad del
partido de gobierno y obligó al ejecutivo a sacrificar
su reforma constitucional incluyendo lo acordado con
el M-19.
Esta bochornosa derrota del gobierno a manos
de sus propios partidarios en el Congreso puso en
evidencia el precario compromiso de la rama legislativa con el proceso de paz, y amenazó con frustrar del
todo las negociaciones con el M-19. Sin embargo, el
grupo guerrillero decidió seguir la dirección del
comandante máximo Pizarro de continuar con el
proceso de entrega de armas y reincorporación a la
vida civil a pesar del incumplimiento del gobierno.
Buscando salvar lo que se podía, el gobierno logró
acordar con los congresistas suprimir la ampliación
del alcance de la ley de indulto y, finalmente, después
de varios aplazamientos por falta de
quórum, fue aprobada a pupitrazo en las últimas
horas de las sesiones de esa traumática legislatura.
Sin embargo, a pesar de la importancia de la ley
de indulto, el balance final de las relaciones del
Congreso con el proceso de paz de Barco fue bastante malo. Aunque algunas personalidades del
Congreso tuvieron papeles destacados a título individual, como cuerpo tuvo poco que ver con las
negociaciones, y se limitó a responder a las iniciativas del ejecutivo, muchas veces de manera negativa. No supo asumir un rol propio dentro del proceso de negociación y sólo sirvió en la medida en
que se jugaban intereses de partido o de carácter
personal. Su inefectividad como órgano de representación popular obligó al ejecutivo a crear instancias extraconstitucionales para asumir la responsabilidad de intentar comprometer a diferentes
sectores de la sociedad.
Del Viejo Congreso al Nuevo Congreso
A pesar de las grandes diferencias que existen
entre las políticas de paz de los presidentes Betancur
y Barco, cada una de ellas buscó, a su manera,
involucrar en los respectivos procesos de negociación con las guerrillas a representantes de la sociedad. La Comisión de Paz, la Cumbre Política y el
Diálogo Nacional durante el primero y las Mesas de
Análisis y Concertación durante el segundo son
ejemplos de cómo la rama ejecutiva ha intentado en
múltiples ocasiones obtener el concurso de los diversos sectores sociales y políticos del país en los
esfuerzos por conseguir la paz.
A su vez, el Congreso, que por definición debe
ser el escenario central de representación de los
diversos intereses de la nación, se limitó a responder
de manera a veces pasiva y a veces negativa a las
iniciativas del ejecutivo en materia de paz.
Incluso, la rama legislativa fue vista con frecuencia
por el ejecutivo -y por el país- como un obstáculo a
ser superado en los procesos de paz. El hecho de
estar ligado directamente a los intereses de las élites
locales y regionales más reacias a cambios y
reformas que se requieren para lograr la paz, la
reducida incidencia en la elaboración del presupuesto
nacional y su casi exclusiva preocupación por el
reparto de los auxilios, el prácticamente permanente
Estado de Sitio que le entregó al ejecutivo funciones
propias del legislativo, el monopolio bipartidista y el
excesivo presidencialismo, entre otros, restringieron
severamente al Viejo Congreso y le recortaron su
capacidad de representar a la totalidad de los
intereses de la sociedad.
Así, con la creación de las diferentes instancias
cuasi-parlamentarias, el ejecutivo, queriéndolo
o no, suplantó al legislativo en algunas de sus
funciones básicas, y sólo acudió a él en la
medida en que su concurrencia era
inevitablemente requerida, y no como un
complemento activo de la política de paz.
Los resultados de estos intentos del ejecutivo
de "reemplazar" al Congreso fueron bastante
pobres, en la medida en que no fueron
realmente más representativos o capaces de
comprometer a la socie dad en la política de
paz. Además, al carecer de poderes legislativos,
estas instancias extaordinarias terminaban
siempre acudiendo a la rama legislativa que, sin
haber participado en el proceso, muchas veces
se sintió marginada y excluida. Ni Betancur ni
Barco fueron capaces de convertir al Congreso en
copartícipe en los procesos de paz.
Con la nueva Constitución, el Nuevo
Congreso tiene más poderes y nuevas
herramientas para reasumir el papel que le
corresponde a las ramas legislativas en las
democracias modernas. Tiene los elementos
esenciales que le han permitido empezar a
asumir un rol propio, activo y decidido en la
consecución de la paz.
Es importante analizar las experiencias del
Viejo Congreso en los procesos anteriores para
poder pensar en una participación efectiva,
complementaria y oportuna del Nuevo Congreso
desde sus propias esferas en un eventual proceso
de negociación con la guerrilla. Su concurrencia
es irremplazable y debe partir de una
"conciencia propia de cuerpo" que le permita
ser el foro de debate nacional, sin tener que
esperar las iniciativas del ejecutivo. Debe oír a
todos los intereses del país y no sólo actuar en
defensa de sus privilegios.
Hoy el Congreso puede convertir el tema de
la paz en asunto propio y demostrar que
realmente ha aprendido del pasado. Recobraría
buena parte de la legitimidad perdida si actúa en
bien del país entero, con óptica necesariamente
diferente que la del ejecutivo. Su voz se espera
PAZ Y VIOLENCIA
LAS LECCIONES DEL TOLIMA*
Por Gonzalo Sánchez Gómez
Director, Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional
P
ermítanme Uds, comenzar señalando porqué es tan
importante la celebración de un evento de esta
naturaleza en el Tolima. A decir verdad la escogencia
del escenario no podía ser mejor. Tolima es no sólo el
centro geográfico del país, un cruce obligado de
caminos desde el siglo XIX, sino que además ha sido
en algunos momentos el centro económico (recuérdese
la bonanza del tabaco en la segunda mitad del siglo
XIX) y siempre uno de los ejes de las rivalidades
partidistas y de la controversia política nacional. Más
específicamente este destino de ser centro lo convirtió en
punto de cruce de bandos encontrados desde antes de
la Independencia hasta épocas recientes. Ha sido
también casi que en forma permanente cruce del
conflicto partidista con el conflicto agrario; cruce de la
cultura mestiza con la cultura indígena; cruce de
creencias religiosas (católicas, protestantes, teosóficas),
etc. Ha sido, en suma, territorio propicio para el conflicto
y también por ello maduro para la negociación.
Con respecto al tema que convoca aquí nuestra
atención -el de las violencias-, un historiador nor
teamericano (Henderson, p.27) refiriéndose a la de
los años cincuenta subraya que de todos los Depar
tamentos, este fue el que la sufrió más intensamente
y la experimentó en todas sus formas. En ese senti
do, más que un Departamento sui generis es un
Departamento síntesis y por eso tal vez sea el mejor
ubicado para que a partir de él, el problema regional
puede ser visualizado como un problema nacional.
Con estas premisas y pensando simultáneamente en
el pasado y en el presente, quisiera sugerir algunos
puntos de reflexión que provisionalmente voy a
titular: las lecciones de Tolima.
I. Sobre la administración de la paz
Como no estamos en un punto cero del proceso de paz
sino que estamos inmersos en un proceso en marcha, yo
diría, en primer lugar, que hay que pensar... imaginar y
actuar evidentemente para los que están fuera del proceso
por exclusión, automarginamiento o convicción.... pero
hay que pensar, imaginar y actuar también en igual o
mayor medida para los que ya se integraron. No se trata de
preocupaciones excluyentes... pero tengo la impresión de
que se descuida mucho a quienes ya asumieron enormes
riesgos, hicieron valientes y dolorosas rectificaciones y le
imprimieron un cambio de rumbo a su vida personal y
política. A veces tenemos, creo, una visión demasiado
ceremonial de la paz, muy parecida a la que padecimos en
los años cincuenta: diálogos, acuerdos, firma abrazos y
adiós. Que la paz es un proceso, es algo que aceptamos sin
discusión; pero que la reinserción es también un proceso, es
algo de lo cual no sacamos las necesarias consecuencias.
Si pensamos en la vieja violencia en el Tolima y si
consideramos como primeros acuerdos los celebrados con
Rojas Pinilla; deberíamos recordar que la pacificación (con
todas sus limitaciones, distorsiones y regresiones) duró más
de una década. Para hacer la Paz hay que tener Pazciencia.
En todo caso, una equivocada administración de la paz
ha sido históricamente uno de los factores decisivos de la
prolongación de la guerra. Estudios históricos de algunos de
nuestros coterráneos, como los de Carlos Eduardo Jaramillo,
ponen de presente como el ánimo retaliador de los
vencedores llevó a que los efectos desvastadores, en este
caso de la Guerra de los Mil Días, se prolongarán en el
Tolima mucho más que en otras regiones bajo formas de
* Texto presentado con motivo del encuentro PEDAGOGÍA PARA LA PAZ, celebrado el 25 de agosto de 1992 en la ciudad de Ibagué y organizado
por la Gobernación del Tolima.
autodefensa o bandidaje. Pocos quisieran reactivar
hoy la memoria sobre lo que al respecto aconteció
con la Violencia de los años cincuenta. Deberían,
pues, hacerse balances periódicos (y con un espíritu
muy constructivo), sobre la marcha de los procesos
de integración y rehabilitación en los Departamen
tos, que podrían delegarse, por ejemplo, a las uni
versidades regionales.
Esta tarea de administrar adecuadamente la paz es tanto
más importante hoy en la medida en que ha empezado a
llegarse a ella no por victoria militar o por rendición sino
por entrega o desmovilización negociadas, es decir, sin
vencedores ni vencidos, lo cual por lo demás debería verse
como un signo no de debilidad sino de madurez.
Al no encontrar adecuadas condiciones de reinserción
(económicas, políticas y sociales) hay alto riesgo de que
los antiguos combatientes -como sucedió en 1900 y en
mayor escala todavía en los 50's, y como ya está de hecho
sucediendo hoy - retornen a la insurgencia, o deriven hacia
la delincuencia y el bandidaje, un bandidaje de origen
posterior al cese de hostilidades, un bandidaje resultante,
oígase bien, no de la degradación de la guerra-que también
lo hay- sino, lo que es más grave aún, un bandidaje como
FORMA DE DESENCANTO CON LA PAZ. la primera
condición de avance del proceso de paz es que a los que ya
están adentro les vaya bien. Ellos son el espejo para los
intransigentes y para los indecisos. Me pregunto al respecto,
si no se deberían resucitar las organizaciones de excombatientes (o algo por el estilo) al igual que las de los
50's que ejercían una función de contención sobre los núcleos más proclives a la bandolerización. Con una nueva
actitud sobre el pasado deberíamos indagarnos sobre los
efectos morigeradores que pudieron haber cumplido
después de las primeras amnistías las presiones, digamos, de
un Leopoldo García "General Peligro", o de un José María
Oviedo, "General Mariachi", sobre "Chispas"; o las
presiones de las asociaciones excombatientes del Llano
sobre un Dumar Aljure, por ejemplo.
Lo que pretendo sugerir con este último punto es que
las obligaciones son multidireccionales. Que la sociedad
invitante, por así decirlo, tiene que rodear de garantías a sus
invitados, es su compromiso. Por su parte, los
excombatientes, y sobretodo sus cuerpos de dirección,
también tiene sus compromisos que cumplir con la
sociedad. Los antiguos prosélitos no están esperando de sus
jefes que ellos se
acomoden bien sino que respondan a su obligación
histórica de ser oposición, de ser alternativa demo
crática... ese fue su pacto de honor. El peor desen
canto de los excombatientes sería el desencanto con
los suyos.
II. Las ofertas para la paz. (Pacto político y Pacto
Social)
Desde otro ángulo, una mirada histórica también nos
ilustra sobre lo que podríamos llamar los horizontes de
los acuerdos entre las partes contendientes y que puede
seguirse más concretamente a través de las diferentes
maneras como en cada período se relacionan el
reformismo político y el re-formismo social.
En las guerras civiles el conflicto se cerraba con algún
tipo de reforma en el plano político, y en su expresión
máxima con una nueva Constitución. La fuerza de los
rebeldes en una guerra se media por el número de incisos
de la Carta Constitucional que lograra modificar. Pero el
paisaje global no sufría alteraciones irreconocibles. De
hecho, los excombatientes regresaban aun lugar político
preconstituido: su partido liberal o su partido conservador,
según el caso. Lo social estaba semiausente. Existía,
claro está, pero no se lo reconocía como tal. Era simplemente un subproducto de la guerra.
En la violencia de los años cincuenta el despegue de
la pacificación giro en torno a la "despolitización" del
conflicto, en el sentido de neutralización del sectarismo, que
comenzó con el gobierno militar de Rojas y culminó con
el Frente Nacional. La necesidad de formular un proyecto
de reforma social de envergadura fue un descubrimiento
tardío. En realidad el problema social había sido puesto
apenas tímidamente sobre la mesa de negociaciones por
algunos sectores campesinos; habían tropezado con él
algunos jefes militares en el proceso de confrontación en
el sur oriente del Departamento; lo habían hecho
explícito los miembros de la "Comisión Nacional para
Investigar las Causas de la Violencia", creada en las
postrimerías de la Junta Militar el 27 de mayo de 1958 y
coordinada por el entonces párroco del Líbano y oriundo
de Chaparral, Germán Guzmán Campos; empezó a darle
coherencia institucional desde la Gobernación del Tolima
Dario Echandía, indudablemente la figura más
clarividente del país político entonces; hasta tomar
cuerpo, con todas las limitaciones que puedan señalársele,
en el Proyecto de Reforma Social Agraria. Qué largo
proceso para reconocer que la Vio-
lencia no sólo dejaba muertos, sino también desplazados,
desposeídos, desadaptados , en suma que no sólo era
necesario el acuerdo político sino también un Proyecto
de Reconstrucción Económica y Social. Esto es lo mismo
que de otra manera concluyó un estudioso de la
Violencia en el Tolima cuando escribió que al cabo de
diez años, es decir, para el año 1958, la Violencia era
mucho más compleja que diez años atrás, y para acabar
definitivamente con ellas, se necesitaba mucho más que
una solución política (Henderson 286). Hoy, diría yo, no
puede ser esta una conclusión sino EL PUNTO DE
PARTIDA. La simple solución política que había sido el
mecanismo de terminación natural de las guerras civiles
llegó con la Violencia a su límite histórico.
Sin embargo, aunque nos sorprenda y nos choque,
¿no deberíamos estar preguntándonos si en cierta
manera no estamos repitiendo la historia y
reintroduciendo la disociación entre lo social y lo
político que se aplicó en los viejos contextos?
.En alguna ocasión, le planteaba el problema al señor
Consejero de Paz, Dr. Serpa, en los siguientes términos:
se ha agotado un primer ciclo del proceso de paz que
tuvo como presupuesto u objetivo estratégico un nuevo
pacto político que culminó en los acuerdos con el M-19,
Quintín Lame, y parte del EPL y que se materializó en
la Constituyente de la cual ellos fueron actores y
promotores.
Pero otros quedaron por fuera. Hay que entrar a
definir desde el punto de vista gubernamental un nuevo
eje estratégico de acción, que vaya más allá de la
aplicación y desarrollo de la Nueva Constitución, que
también hay que impulsar. Pero presiento que estamos
llegando otra vez tardíamente al reconocimiento de la
necesidad de un proyecto social con capacidad de
convocatoria colectiva. Un proyecto global de Paz PostConstituyente, que ya no puede ser solo como en otros
tiempos, para campesinos analfabetos sino para sectores
sociales más variados, con gran influencia urbana y en
algunas regiones no de los más pobres precisamente. El
problema social en relación directa con la violencia, puede
ser en algunas ocasiones o regiones, el de cómo buscar
alternativas estables a sectores que tienen importantes
recursos acumulados en la ilegalidad (relación directa o
indirecta con narcotráfico, reparto de ingresos
provenientes del secuestro, etc.). Hace pocas semanas en
un foro celebrado por la Universidad de los Andes, en
Bogotá, se escuchó al gobernador del Huila proponer
amnistía no sólo a
personas sino a este tipo de bienes, comprometiéndolos
abiertamente con el desarrollo y con los problemas de las
regiones.
En todo caso, este proyecto social del que veni
mos hablando hay que construirlo aún si la guerrilla
no se lo propusiera (dado, según se arguye, que el
solo interés de esta es buscarle legitimidad a su
poder local), porque el poder de dicho proyecto
social no puede ser exclusivamente buscarle salida
al fenómeno guerrillero sino más ampliamente al
fenómeno de la Violencia. Esto nos lleva entonces
al tercer punto:
Las complejidades de la violencia y de la
paz
Un rápido vistazo histórico nos permite apreciar, en
primer lugar, una complejidad creciente de los actores.
De unas simples relaciones binarias a lo largo del siglo
XIX (liberales vs. conservadores) se pasó, en los años
cincuenta del presente siglo, a unas relaciones ternarias que
involucraban además de los agentes partidistas anteriores,
a los comunistas, que más que un vehículo de acción
partidaria, eran un canal de representación social de
comunidades campesinas, del Sumapaz y del Sur del
Departamento principalmente. En el primer tipo de
confrontaciones, en las que la guerra hacia parte del
relevo institucional en el poder, sin ruptura del orden
básico de la sociedad, el país acumuló una experiencia
tal en su manejo que llegó a su límite en la guerra de
1860-61 en la cual los rebeldes victoriosos, con el
general Mosquera a la cabeza, y los derrotados ejércitos
gubernamentales del hasta entonces presidente Mariano
Ospina Rodríguez se prometieron amnistía mutua
(promesa que dicho sea de paso incumplió este último).
Ni el Frente Nacional, ni las amnistías de los años
cincuenta hubieran debido sorprender a un conocedor
de la historia del país. Tanto el uno como las otras hacian
parte de una larga tradición nacional. El error histórico del
Frente Nacional -si cabe la expresión- consistió en
haberse negado a reconocer las modificaciones del
escenario político y querer manejar un conflicto que ya no
era exclusivamente bipartidista, ni exclusivamente
político como si aún lo fuera. Un ciclo no resuelto de
violencia dio lugar a una nueva fase de la misma, distinta
en sus actores, en su naturaleza y en sus objetivos.
En efecto, a patir de los años setenta ya no tenemos
solamente rebeldes (rebeliones) sino tam-
bién insurgentes. La violencia en el relevo dentro del
orden ha cedido paso a la violencia contra el orden. Ya
no se habla de rebelión sino de subversión. Este ciclo se
alimenta de dos referentes:
1. El primero, es el de las desigualdades sociopolíticas internas: "Es una sociedad por lo menos de
tres y dicen que no hay cupo sino para dos".
2. El segundo, es el contexto supranacional, que
se abrió con el ciclo de las Revoluciones socialistas
y el mito revolucionario como regulador del cambio
social.
El encuentro de estos dos referentes en el contexto de
la guerra fría hizo que el conflicto externo se convirtiera
en factor del orden interno y que el uno llevado de la
mano del otro avanzaran durante un trecho relativamente
largo de la vida nacional.
Sin embargo, ambos referentes han sido atenuados por
acontecimientos históricos recientes. En primer lugar, por
la Constituyente que, quiérase o no establece una nueva
legitimidad macropolítica. Frente a una Asamblea que dio
cabida a exguerrilleros, indígenas y disidentes religiosos,
se hace más difícil seguir enarbolando, en los mismos
términos y durante este tramo histórico al menos, el
discurso de la ruptura definitiva, inaugural. Atenuados, en
segundo lugar por el derrumbe de sus soportes simbólicos
externos y el desprestigio de sus iconos universales.
Más demoledor no sólo para la insurgencia sino
para la sociedad colombiana entera, ha sido el im
pacto del narcotráfico sobre el panorama preexis
tente. Puesto que el negocio sólo se defiende y se
mantiene contratando violencia, ésta se monetizó y
se convirtió en mercancía disponible y circulante
por todos los corredores de la sociedad. La ausencia
de ideales políticos o de bases sociales comenzó a
ser sustituida con la tecnificación de la violencia.
Así mismo, la delincuencia común, efecto y condi
ción de la expansión del negocio, se disparó a nive
les inauditos. Y por supuesto, el contexto de las
negociaciones sufrió una nueva y profunda modifi
cación, ya que el fenómeno por su naturaleza misma
enrareció actores, enrareció objetivos, enrareció
métodos, enrareció la lucha política a todos los
niveles.
Desde este punto de vista, la violencia desbordó los
parámetros con que se diseñó el proceso de paz que se
inició durante el gobierno de Belisario Be-
tancur, hace ya una década, y el caso colombiano dejó de
ser comparable a cualquiera de los países centro y
suramericanos a los cuales se equiparó.
El reconocimiento de este nuevo carácter de la
violencia es importante para resituar históricamente y en su
significación actual el último punto de mi exposición -la
metodología para la paz- y dentro de ésta el muy álgido
tema de los diálogos regionales."
La metodología para la paz
Si hacemos memoria y nos remontamos nuevamente a las
experiencias de los años cincuenta, encontramos que
autoridades políticas, militares y eclesiásticas y los
distintos actores regionales se comprometieron de muy
diversas maneras en los procesos de negociación y
pacificación. En un caso, por ejemplo, sobre la base de
directrices generales pero al mismo tiempo gozando de
amplia autonomía, el gobierno militar del Tolima coronel
César Cuéllar Velandia fue protagonista central de las
primeras entregas y amnistías del país entre julio y
septiembre de 1953, en las regiones de Rio Blanco (los
Loaiza) y de Rovira (hermanos Borja) durante el gobierno
militar, bien entendido. Más adelante, atendiendo
modalidades diferentes del conflicto su-bregional se
comenzó a pasar, en algunos casos, de los acuerdos
verticales entre autoridades y guerrillas, a los acuerdos
horizontales o "pactos de paz" entre grupos armados
antagónicos, menos estudiados y recordados que los
primeros, pero de cuya eficacia hay noticias en el extremo
sur del Departamento. Uno de ellos, en Ataco, donde
operaban los patriotas "o contrachusmas" enfrentados a
"limpios y comunes", tuvo como testigos y promotores a
los miembros de la Comisión Investigadora de las Causas
de la Violencia (septiembre 4 de 1958). Una tercera
modalidad, ya fuera de nuestro Departamento, es la que
ilustran en la historia reciente los campesinos de La India,
en Cimitarra (Santander), cuya organización, en medio
del fuego cruzado, gana autonomía y establece un
equilibrio que les permite ser mediadores y
neutralizadores de la acción y presencia simultánea de
guerrillas, paramili-tares y autoridades despóticas. Una
experiencia que los hizo acreedores al llamado premio
Nobel Alternativo de Paz y que debería conocerse mejor
en el país. Son pues muy distintos los caminos que llevan a
la paz.
Propondría entonces superar el dilema de Diálogos
Regionales vs. Control Institucional del Proceso, con un
criterio combinado que integre tres
factores, por lo menos: escenarios regionales -desarrollos
diferenciados- y directrices nacionales.
El punto causa especial preocupación cuando se lo
analiza en relación muy particular con la guerrilla. Se trata,
en efecto, de guerrillas que a pesar de todas las
manifestaciones de degradación que se les puedan
atribuir, y hay muchas, siguen cumpliendo por lo menos
tres funciones identificables de las cuales derivan todavía
una capacidad negociadora:
-una función de representación social, como
intérpretes de necesidades y aspiraciones de colonos,
sindicatos o núcleos urbanos marginales;
-una función de intregación de periferias abandonadas en las cuales la guerrilla opera como organizadora de servicios; y
-una función instrumental de orden, donde el Estado
es una fuerza ausente o distante y ella entra a cumplir
funciones de policía y de justicia.
Conocidaesta situación se argumenta, entonces, que
los diálogos regionales le darían un protagonismo sin
contraprestación a la guerrilla, como si las comunidades
locales y regionales estuvieran inexorablemente
comprometidas con el proyecto de la guerrilla y no
tuvieran nada que reclamarle a ella, lo cual no deja de ser
un presupuesto autoderrotista del gobierno y del Estado.
Se argumenta también, que los diálogos regionales
pueden tornarse indefinidos, o desembocar en acuerdos
sin garantes o permitirle a actores que han firmado
acuerdos trasladarle la responsabilidad de las violaciones
de los mismos a otros que no los hayan firmado. En
suma, que llevan a un fraccionamiento incontrolable e
inadmisible de la paz.
En realidad, este tipo de incongruencias sólo son
posibles en tanto no se defina un marco institucional de tales
acuerdos. Lo que realmente lo anarquizaría sería la falta de
una conducción nacional. Porque de hecho tales diálogos
existen y se van a seguir haciendo con o sin la anuencia del
gobierno. Más aún, si éste no hace sentir su presencia
dejará de ser interlocutor de los diálogos y correrá el
riesgo de convertirse en el blanco de ellos. Este es un país
de confrontación incesante pero en donde al mismo
tiempo se está negociando todos los días.
De otro lado, el problema podría también plantearse
de distinta manera y en congruencia con los análisis de
páginas anteriores: en efecto, si se reconoce el carácter
múltiple de la violencia y la necesidad de estrategias
globales de paz, dadas las transformaciones señaladas, los
diálogos no tendrían por que tener el carácter tan
restrictivo que se les suele adjudicar, de diálogos con la
guerrilla, sino de diálogos sobre la violencia, que
lógicamente van a tener componentes muy diferenciados,
según las regiones. Hay zonas sin ninguna presencia
guerrillera y con mucha violencia. ¿En ellas no habrá nada
de que hablar, que acordar, tareas colectivas que
realizar?
Fórmulas como ésta, que más que de diálogos
bilaterales serían de cabildos regionales, estarían más
acordes con los otros procesos institucionales en curso,
tales como la descentralización, la transferencia
constitucional de poder a las localidades y regiones, y el
estímulo a las iniciativas comunitarias.
Si se habla de pedagogía de la paz, este sería,
creo yo, un buen camino para que todos comence
mos a sentirla, no como un oficio en permanente
delegación a otros, sino como un problema nuestro,
de todos nosotros.
DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
AL MOVIMIENTO POPULAR*
Leopoldo Múnera Ruiz,
Profesor de la Universidad Nacional
La noción de movimiento popular habita tanto
el mundo de las teorías sociales como el de la acción
colectiva. Las características de categoría analítica
o de tipo ideal que adquiere en el primer contexto,
restringe el significado que tiene en el segundo. En
ambos casos, como sucede con todo concepto analítico o práctico, está condicionada por el sistema de
relaciones sociales en el que se inscribe la historia
de la teoría y de la praxis.
En América Latina, el estudio de las acciones
colectivas organizadas de los sectores populares,
oscila entre estos dos contextos que definen la noción de movimiento popular. El perfil práctico-instrumental que ésta toma en la acción la lleva a
fluctuar entre la denominación amplia del conjunto
de luchas, organizaciones, asociaciones e incluso
partidos, y caracterizaciones más restrictivas que
limitan su significado a las prácticas sociales ajenas
a la competencia por el ejercicio del poder estatal.
Los investigadores en ciencias sociales le dan un
perfil analítico, que ofrece una amplia gama de
variantes, desde las funcionalistas hasta las desarrolladas por la sociología de la acción1.
Como prácticas sociales, estas dos formas de
entender el movimiento popular no se diferencian
de manera tan tajante: con frecuencia los científicos
sociales utilizan las categorías con el sentido dado
a ellas en la acción colectiva de los sectores populares. De la cual hacen parte como intelectuales. O
los grupos populares asumen el marco conceptual
de las teorías sobre los movimientos sociales, para
elaborar una articulación discursiva de su acción.
Sin embargo, la pretensión analítica de las ciencias
sociales lleva a un uso más rígido de las categorías
y más apegado a las teorías existentes (o más riguroso, si empleamos la expresión de los científicos
sociales); mientras que las necesidades de la acción
exigen una mayor flexibilidad e independencia de
la racionalidad impuesta por las formulaciones teóricas. Si utilizamos la figura retórica empleada por
Touraine, podemos afirmar que la mirada y la voz
no se corresponden, pues la voz tiene su propia
mirada y la mirada su propia voz.
En el presente ensayo pretendo delimitar el marco conceptual que rodea el estudio del movimiento
popular. Para tal efecto, realizaré un examen crítico
de las teorías de los movimientos sociales, intentando responder a los interrogantes analíticos que levanta la acción colectiva de los sectores populares
en Colombia. En tal medida las categorías analíticas
serán vistas como instrumentos para estudiar un
fenómeno social concreto. Aclaración necesaria
frente al intento de convertir la noción de movimiento social en el punto central de la sociología de la
acción y a ésta en la clave explicativa de la sociedad2.
Esta perspectiva conlleva la necesidad de preguntarse sobre la validez conceptual de la teoría de
los movimientos sociales y sobre su utilidad analítica para estudiar la acción colectiva organizada en
América Latina y particularmente en Colombia3.
Además, lleva implícita una propuesta de sistematización de las categorías necesarias para analizar el
* Este ensayo hace parte de la tesis doctoral que el autor está realizando en la Universidad Católica de Lovaina bajo el título:
"Relaciones de poder y movimiento popular colombiano (1968-1988)".
1Como ejemplo de la variedad de matices ver: CALDERÓN GUTIÉRREZ Fernando (1986) y (1987).
2 Ver: TOURAINE Alain (1984).
3 EI estudio de las teorías de los movimientos sociales de origen europeo o estadounidense es necesario, pues constituye el referente
principal de las investigaciones realizadas en América Latina sobre la acción colectiva organizada.
movimiento o los movimientos populares, como un
tipo particular de movimiento social.
I. La Teoría de los Movimientos Sociales
La teoría contemporánea de los movimientos
sociales despega en los Estados Unidos en los años
sesenta y encuentra su punto de mayor desarrollo en
Europa durante la década del setenta. Alrededor de
la práctica social y del análisis de los denominados
nuevos movimientos sociales, va siendo tejido un
cuerpo categorial destinado a explicar y comprender
la acción colectiva organizada.
En esta sección me interesa seguir las principales huellas de los cambios que se fueron presentando
en la noción de movimiento social. Los factores que
permitieron ese proceso sólo serán mencionados
como telones de fondo de la escena teórica. El paso
de una sociedad industrial a una sociedad post-industrial o programada, el consecuente resquebrajamiento del movimiento obrero, la transnacionalización de la economía mundial o el desencanto por la
evolución de los países de Europa del Este, son
vistos así como condicionantes del objeto central de
estudio.
1.1 Las Conductas Colectivas
Las obras de Smelser y Kornhauser4 ubicaron el
concepto de moviento social dentro del campo analítico correspondiente a las conductas colectivas. En
la misma línea que la teoría de la sociedad de masas
y en el cuadro de la sociología funcionalista, partieron de una visión negativa de los actores colectivos
no-institucionales, para enmarcarlos en los límites
conceptuales de una sociedad articulada en torno a
valores compartidos por todos sus miembros5.
Los actores colectivos e individuales que constituyen el movimiento social eran presentados como
elementos marginales, impulsados a asumir conductas contestatarias por una doble irracionalidad.
De una parte, fenómenos sicológicos como la frustración o la agresividad llevaban al individuo a
integrarse a comportamientos colectivos. De otra
parte, creencias generalizadas sobre el alcance y la
fuerza de la acción colectiva, desproporcionadas
con respecto a la realidad, eran el motor de la
movilización. Esta irracionalidad de la acción era
definida en contraposición a la racionalidad institucional; de la misma manera que la disfuncionalidad
encarnada por el movimiento social, era definida en
contraposición a una visión de la sociedad como un
todo integrado, en cuyo seno el conflicto tenía un
papel secundario.
Desde el punto de vista de la organización, la
acción colectiva era concebida como espontánea e
integrada a partir de primitivos medios de comunicación; es decir, como el producto de una forma
asociativa elemental. Esta imagen facilitaba el agrupamiento, bajo la denominación de conductas colectivas, de fenómenos sociológicos tan disímiles como el pánico de los espectadores en un partido de
foot-ball ante la amenaza de un incendio y el movimiento pacifista en los Estados Unidos. Asimilación
conceptual que permitía trazar una senda evolutiva
entre ellos, dentro de un esquema lineal que llegaba
hasta los movimientos sociales.
Así, en el amplio espectro de las conductas
colectivas, los movimientos sociales eran vistos como una reacción a la crisis generada por cambios
estructurales. Las situaciones que ellos afrontaban
eran amorfas y poco definidas con respecto al orden
social. O sea, una suerte de oposición pasajera a la
modernización, cuya transitoriedad estaba determinada por la inevitable generalización de las ventajas
ofrecidas por el progreso y por el carácter coyuntural de los momentos de crisis.
La no-institucionalidad del movimiento social
contrastaba con la acción institucional-convencional de los agentes encargados de restablecer el orden
social y de solucionar los conflictos de intereses
dentro del marco dé los valores compartidos. En el
trasfondo de este contraste, las conductas colectivas
reposaban sobre un modelo que suponía el equilibrio como esencia de la sociedad y los movimientos
sociales eran entendidos como un intento anormal y
disfuncional de adaptación a desequilibrios producidos por factores externos a ella.
La marginalidad de los actores; la irracionalidad, la no-institucionalidad y la disfuncionalidad de
4 SMELSER Neil (1963) y KORNHAUSER William. (1959).
5 Las diferentes vertientes de la teoría de los movimientos sociales han sido construidas a partir de la crítica a los trabajos funcionalistas sobre la
conducta colectiva. La breve síntesis que presento a continuación recoge, aparte de las obras de Smelser y Kornhauser, los comentarios que a
ellas hicieron autores como COHÉN L. Jean (1987), MELUCCI Alberto (1989), PIZZORNO Alessandro (1987), TILLY Charles (1987) y
OFFE CIaus(1987).
la acción con respecto al orden social; así como la
precaria organización y la transitoriedad de este
tipo de conductas colectivas, configuraban una
definición negativa de los movimientos sociales.
Sus elementos principales eran delineados por
oposición
a
una
supuesta
normalidad,
representada por los actores institucionales y por
su capacidad de adaptación a los cambios
sociales. Por consiguiente, el referente central
para el análisis venía dado por aquello que los
actores, la acción y el movimiento social no eran,
y no por elementos que permitieran estudiarlos
desde su dinamismo interno. De esta manera,
quedaban atrapados en la sombra de la sociedad,
al lado de todo aquello que no fuera funcional al
orden y al equilibrio social.
Los límites de esta concepción de los
movimientos sociales, están en estrecha relación
con la incapacidad del funcionalismo para
explicar el carácter conflictual de lo social. La
historia del movimiento obrero y del movimiento
campesino, o la existencia misma de los
movimientos sociales que surgieron en Europa y
Estados Unidos en los años sesenta y setenta,
demostraban como el conflicto era uno de los
elementos fundamentales de la acción colectiva
que les daba forma. La imagen de una sociedad
construida alrededor de valores compartidos por
todos sus miembros, saltaba en el aire al ser
confrontada con el estudio empírico sobre los
movimientos sociales. Estos, por el contrario,
enviaban hacia representaciones de lo social en
términos de fuerzas o de actores que se
enfrentaban entre sí en campos culturales
compartidos, pero con valores, orientaciones,
ideologías y recursos opuestos, cuando no
excluyentes.
La visión negativa de los actores colectivos
no-institucionales, al ser analizados en términos
de masas, impide entender su proceso de
formación y transformación más allá de las
explicaciones
de
naturaleza
sicológica.
Restricción que deja por fuera del análisis un
fenómeno vital para el estudio de los
movimientos sociales, como es el de la identidad,
que abre las puertas para comprender el paso de
la acción individual a la acción colectiva y
resolver el
dilema teórico planteado por Olson6. Las
creencias generalizadas, de estructura mítica, que
utilizaban Smelser y Kornhauser para estudiar
esta transición, reducían el problema a las
supuestas representaciones que hacían los actores
individuales de los alcances de la movilización
colectiva. Era una forma de obviar sin
responderlos, los interrogantes levantados por las
teorías sociales fundadas en conceptos como las
clases o las categorías sociales, y en los factores
comunes que al constituirlas determinaban o
condicionaban la acción. Además, la tesis de la
doble irracionalidad de ésta, válida en el caso de
otras conductas colectivas, no tenía asidero
empírico en los movimientos sociales.
1
Tampoco lo tenían generalizaciones como la
marginalidad de los actores, la espontaneidad y
las primitivas formas de organización, la
vinculación de los movimientos sociales con
momentos de crisis, o la transitoriedad debida a
la inevitabilidad del progreso y al reequilibrio del
orden social. Lo institucional no gozaba de todos
los atributos otorgados por el funcionalismo, ni lo
no-institucional estaba condenado a la
marginalidad y a la desadaptación. La noción de
movimiento social, que había entrado con todos
estos limitantes en el terreno de las conductas y
de las acciones colectivas, sería reelabora-da y
transformada por los autores que Cohén agrupa
en los paradigmas de la movilización de recursos
y de la identidad7.
I. 2. La Movilización de Recursos
El estudio de los movimientos sociales que durante los años sesenta demostraron los límites de
la democracia participativa en los Estados Unidos,
condujo a nuevas formulaciones teóricas que buscaron salir de la camisa de fuerza impuesta por el
funcionalismo y la teoría de la sociedad de masas.
Trabajos como los de Oberschall y Olson8 dieron
la pauta para pensar los movimientos sociales
desde la óptica de la acción colectiva y no desde el
balcón de un sistema social autoregulado.
Las
investigaciones
empíricas
de
movimientos como el de los derechos civiles,
arrojaban conclu-
6 Olson elaboró, para el caso de la acción colectiva destinada a la producción de bienes públicos, la tesis según la cual el individuo sólo
participa en la acción si hay incentivos selectivos. Es decir, aquellos que no se derivan directamente del bien público, sino de las ventajas
colaterales que aporta la participación en su producción. Tesis que fue extendida con posterioridad a todo tipo de acción colectiva y que
colocó de nuevo a las teorías sociales frente a la lógica de la racionalidad económica como elemento fundamental de la transformación de la
acción individual en práctica colectiva. OLSON M. (1968).
7 Ver: COHEN L.Jean (1987).
8 0LSON Mancur (1968) y OBERSCHALL Anthony (1973).
siones que de forma manifiesta contradecían los
principales postulados de Smelser y Kornhauser. Se
trataba de acciones colectivas que tenían en su base
grupos con altos niveles de organización y autonomía, dónde la supuesta irracionalidad y marginalidad de los actores no tenía nada que ver con los
individuos y las asociaciones que conformaban y
animaban los movimientos sociales. En efecto, la
imagen del marginal-desadaptado no tenía ninguna
correspondencia con las mujeres del movimiento
feminista, o con los defensores de los derechos de
las minorías étnicas. La anormalidad y disfuncionalidad que parecían caracterizar las conductas colectivas inherentes a los movimientos sociales perdían
fuerza explicativa y estos pasaban a formar parte de
las prácticas colectivas propias de lo social. De esta
manera, como lo afirma Cohen, la pasiva sociedad
de masas era reemplazada por una sociedad civil
dinámica, en la que lo convencional y lo no-convencional resultaban imbricados dentro del mismo tejido conflictual9. Por ende, la contraposición entre
institucionalidad-racionalidad y no-institucionalidad-irracionalidad, que suponía la identidad entre
los dos elementos de cada término, perdía su valor
analítico. Dentro del nuevo paradigma, las prácticas
sociales, fueran ellas convencionales o no, institucionales o no, tenían en su raíz el mismo tipo de
racionalidad de corte económico, que permitía calibrar la acción dentro de un balance de costos y
beneficios.
El paradigma teórico de la movilización de recursos10 elabora una caracterización positiva de los
movimientos sociales, vinculada con la repre-
sentación del sistema político estadounidense como una
democracia pluralista y participativa. No obstante y a
diferencia de los funcionalistas, centra la atención en las
acciones conflictuales que entrarían a formar el núcleo
de la sociedad. La noción de orden y de equilibrio es
desplazada por la imagen de una telaraña de acciones
racionales, implemen-tadas por individuos y grupos que
buscan objetivos precisos, y que para conseguirlos
movilizan recursos sociales. Esos objetivos tienen como
mira la integración al sistema político y la ampliación de
la influencia sobre las decisiones que determinan la vida
social. En consecuencia, el movimiento es un
instrumento que usan los actores para satisfacer sus
intereses individuales y participar en el sistema político
con la finalidad de controlarlo o de utilizar a su favor,
como grupo particular, los cambios sociales que de él se
derivan.
Si la marginal idad e irracionalidad de los actores y la
disfuncionalidad de la acción colectiva constituían el eje
de la teoría de las conductas colectivas, en el caso de la
movilización de recursos ese puesto lo ocupan la
racionalidad de los actores dentro de una lógica de
medios y de fines, los recursos como bienes ut ilizables e
intercambiables y la integración-participación en el
sistema político. La disponibilidad de los recursos
reemplaza a la privación relativa y a la crisis como
germen del movimiento social". En esa medida, como
dice Lapeyronnie, son incluidos en el análisis de la
acción colectiva factores como los políticos, los
organizacionales y los estratégicos, que estaban ausentes
o relegados a un papel secundario12. Junto con ellos, las
relaciones de po-
9 Ver la caracterización y la crítica de la teoría de la movilización de recursos que hace Cohén. COHÉN L Jean (1987), pp. 12 y ss.
10Aparte del trabajo de Oberschall, utilizo para esta síntesis los siguientes textos: ENNIS James and SCHREUER Richard (1987), JENKINS
Craig (1983), KERBO Harold R (1982). LAPEYRONIE Dtdier (1988). MC CARTHY John and ZALD Mayer (1977), ZALD Mayer and
MAC CARTHY John, (Eds.) (1979), ZALD Mayer and MAC CARTHY John (Eds.) (1987).
11 Pizzorno resume esta diferencia de la siguiente manera: 'Las dos principales leonas que hoy en día se confrontan en el estudio de los
movimientos sociales son la teoría de la privación relativa' y la teoría de la movilización de los recursos'.
La primera asume que en la base de la emergencia de los movimientos sociales existe la presencia de un malestar y, por consiguiente, de
reivindicaciones difusas de una parte de la población. Además, que tal estado de disturbio del orden social se transforma en movimiento, si
encuentra en creencias o ideologías expresiones y términos compartidos por aquellos que siente el malestar Para prever cuando y donde es
probable que los movimientos sociales surjan, es necesario buscar, en una determinada sociedad, variaciones en el grado de malestar e
insatisfacción social Es decir, signos de nuevas tensiones estructurales, de un aumento en la percepción de la injusticia, de la frustración de
nuevas expectativas originada en una parte de la población a causa de un hecho externo, o de otras manifestaciones similares. Por el
contrario, los teóricos de la movilización de los recursos1 sostienen que el grado de malestar y los niveles de conflicto potencial en una
determinada sociedad (o. al menos, en las sociedades capitalistas contemporáneas, a las cuales está limitada su investigación) es
relativamente constante, y en todo caso no presenta variaciones tales que puedan dar razón de los cambios en la presencia y en la actividad de
los movimientos sociales. Para explicar los cuales es más proficuo indagar sobre las fuentes de la variación en la disponibilidad de los
recursos (esencialmente tiempo y dinero, articulados después en tipos más específicos) gracias a los cuales es posible organizar los
movimientos' PIZZORNO Alessandro (1987), pp 16-17, Traducción del autor (T.d.A).
12 LAPEYRONIE Didier (1988), p. 603
der adquieren relevancia como la interacción entre
agentes sociales, quienes fundamentan su fuerza en
la movilización de recursos escasos para los otros.
A pesar de las diferencias claras entre una y otra
concepción, los movimientos sociales tienen en am
bas corrientes la característica de ser considerados,
fundamentalmente, como los excluidos de un siste
ma al que pretenden incorporase. En la teoría de las
conductas colectivas son una especie de desviantes
que no quieren quedar al margen de la moder
nización y el progreso, mientras que en la teoría de
la movilización de recursos son agentes de un cam
bio que es obstaculizado por los actores convencio
nales. Es siempre una pareja de exclusión-integra
ción la que anima la movilización; el sistema mismo
queda así por fuera del conflicto y el cambio social
reposa sobre una capacidad sistémica de adaptación
que es independiente del campo de acción de los
movimientos sociales.
Desde luego, el tipo de sistema y de integración
es distinto en cada uno de los paradigmas. Para el
de la conducta colectiva se trata del orden social y
del retorno a la sociedad de quienes han quedado al
margen de ella; en tanto que para el de la movilización de recursos se trata del sistema político y del
ingreso de nuevos actores para perfeccionar la democracia. El peso descriptivo de ambas formulaciones se hace así evidente: más que la búsqueda de
conceptos para analizar los movimientos sociales,
hay un esfuerzo para ubicarlos dentro de una imagen
de la sociedad estadounidense como una democracia pluralista y participativa, que absorbe y canaliza
los conflictos sociales. Es la renuncia implícita o
explícita a afrontar la pregunta sobre el significado
de las orientaciones culturales que definen la acción
y sobre el efecto que la confrontación, la integración
o la contradicción entre ellas, tiene sobre el sistema
de relaciones sociales y por ende, sobre el sistema
político.
En lo que concierne específicamente a la teoría
de la movilización de recursos, esta preponderancia
de lo descriptivo la deja atrapada en una indefinición
analítica. A pesar de aportar elementos importantes
para el estudio de los movimientos sociales en lo
relacionado con la interacción y el poder, no logra
precisar la utilidad y el alcance de conceptos básicos
como el de recursos, el de movimiento social o el de
contexto de la acción13 . Además, la tesis de la
racionalidad lleva en sí misma, como lo mencionamos con anterioridad, una lógica de medios y de
fines que no responde a los interrogantes sobre el
paso de la acción individual a la acción colectiva, ni
sobre la naturaleza social de los actores individuales
y colectivos. La fórmula del cálculo de costos y
beneficios, así incluyamos en ellos los valores simbólicos o afectivos, es incapaz de explicar los factores sociales comunes que llevan a ciertos actores
individuales a sumarse a otros para realizar una
acción colectiva. Es ese el terreno de las relaciones
sociales, de las orientaciones culturales y de la identidad colectiva que alberga la tercera vertiente teórica sobre los movimientos sociales.
1.3. La Sociología de la Acción
1. En las teorías sociales europeas, la elaboración conceptual de los movimientos sociales alrededor de la identidad de los actores colectivos y de la
orientación cultural de sus acciones, juega un papel
preponderante. Si bien los trabajos realizados dentro
de este paradigma de la identidad no pueden ser
reducidos a la obra de Touraine, ésta, en el seno de
la sociología de la acción, constituye el esfuerzo más
sistemático para construir un cuerpo analítico que
supere los límites de las teorías de la conducta
colectiva y de la movilización de recursos. Es también el punto de referencia central dentro de la
corriente en que están ubicados autores como Melucci, Pizzorno, Cohén o Habermas. Por tal razón,
conformará el núcleo de la presente sección. Los
otros aportes teóricos, desde la perspectiva de esta
investigación, serán estudiados en la parte relativa
a la crítica de las nociones tourainianas o en la
presentación del movimiento popular como categoría analítica.
Como vimos en el numeral anterior, la teoría de
la movilización de recursos allanó el camino para
romper con la idea que asociaba a los movimientos
sociales con disfuncionalidades dentro del sistema
social; pero, encerró la acción colectiva que los
caracteriza en el horizonte estrecho de la racionalidad económica. De esta forma cortó los lazos que
vinculaban a los movimientos con lo estructural, sin
ofrecer una salida alternativa. Touraine, haciendo
13 Lapeyronnie anota de forma acertada que la noción de recurso queda flotando como una analogía con el dinero y las mercancías, la noción
de movimiento social es una simple constatación del encuentro entre una acción política y una acción colectiva y los elementos contextuales
se pierden sin integración lógica en una diversidad de expresiones ambiguas como medio o clima social. LAPEYRONIE Didier (1988), pp.
604 y 615.
uso de algunos instrumentos analíticos marxistas,
reconstruye este nexo al tomar como elementos
teóricos fundamentales las relaciones entre las clases y la producción de la sociedad. La representación de ésta como un sistema de relaciones
sociales o como un sistema de acción (a discreción
como si se tratará de sinónimos), le permite obviar
las dificultades que suponía una concepción en términos de un orden social fundamentado en valores
compartidos. Los movimientos sociales serían así
acciones colectivas organizadas y normativamente
dirigidas, en virtud de las cuales actores de clase
luchan por la dirección de la historicidad o por el
control del sistema de acción histórico14.
Los movimientos sociales dejan de ser los residuos marginales, del paradigma de las conductas
colectivas, o el instrumento para satisfacer los intereses individuales y grupales de integración al sistema político, del paradigma de la movilización de
recursos, y se transforman en los actores privilegiados en el conflicto por el control y la orientación de
los modelos que constituyen el sentido societal (el
sentido del conjunto de lo social); actores de clase
que serían los principales agentes de la producción
de la sociedad por ella misma. Por este camino la
acción entra a formar parte de lo estructural, espacio
que para los funcionalistas estaba reservado al orden y
para los partidarios de la racionalidad económica a
un difuso contexto social.
Al igual que en la teoría de la movilización de
recursos y con base en investigaciones empíricas
sobre las nuevas y las viejas formas de la acción
colectiva organizada en Europa, los movimientos
sociales son vistos como sistemas organizados complejos; conformados por individuos que, más allá de
la simple racionalidad estratégica o de la disponibilidad de los recursos, orientan y le otorgan significado a sus actos de acuerdo con sus prácticas sociales
y con la representación que hacen de ellas. Así
mismo, Touraine considera que la existencia de un
conflicto es indispensable para que una acción colectiva organizada sea entendida como movimiento
social. Sin embargo, a diferencia de lo sostenido por
la teoría de la movilización de recursos, aquí el
conflicto debe tener una centralidad social; es decir,
enfrentar a actores de clase por el control y la
orientación del sentido societal. Centralidad que no
desdice de la pluralidad de manifestaciones y de
campos conflictuales. En otras palabras, el conflicto
por la orientación de la historicidad en el que está
implicado el movimiento social, se desarrolla en una
multiplicidad de escenarios sociales y con intensidades que varían en el conjunto de la acción colectiva15.
A los anteriores rasgos de los movimientos sociales, Touraine agrega tres principios básicos. La
identidad: definición del actor por sí mismo, la
oposición: caracterización del adversario y la totalidad: elevación de las reivindicaciones particulares
al sistema de acción histórico16. Este autoreconocimiento, reconocimiento del adversario, del terreno y
de las apuestas en juego, así como la capacidad de
superar las pretensiones sectoriales del actor colee-
14 En sus dos principales escritos sobre los movimientos sociales, Touraine fluctúa entre estas dos definiciones: 1 ."En principio yo entiendo por
movimientos sociales la acción conflictual de agentes de clases sociales que luchan por el control del sistema de acción histórico' TOURAINE Alain
(1973), p. 347. (T.d.A.). 2. "El movimiento social es la conducta colectiva organizada de un actor de clase que lucha contra su adversario de clase por la
dirección social de la historicidad en una colectividad concreta" TOURAINE Alain (1978), p. 104, (T.d.A.).
La historicidad seria el trabajo que la sociedad cumple sobre ella misma guiada por grandes orientaciones culturales representadas en tres modelos: de
acumulación o inversión, de conocimiento y cultural. El sistema de acción histórico sería uno de los elementos del campo de historicidad, al lado de la
relaciones entre las clases, y estaría caracterizado por el modo en que los tres modelos se imponen sobre las prácticas sociales.
15A este respecto ver: TOURAINE Alain. (1987).
16"1. El principio de identidad es la definición del actor por el mismo. Un movimiento social sólo se puede organizar si esta definición es consciente; pero
la formación del movimiento precede con amplitud dicha consciencia. Es el conflicto el que constituye y organiza al actor TOURAINE Alain (1973), p.
361, (T.d.A.).
"2. Se debe definir de la misma manera el principio de oposición. Un movimiento sólo se organiza si puede definir su adversario, pero su acción no
presupone esta identificación. El conflicto hace surgir al adversario, forma la consciencia de los actores en su mutua presencia." TOURAINE Alain
(1973), p. 362, (T.d.A.)
'3. En fin, no existe movimiento social que se defina únicamente por el conflicto. Todos poseen eso que yo denomino un principio de totalidad. El
movimiento obrero ha existido porque no sólo ha considerado la industrialización como un instrumento de beneficio capitalista, sino que además ha
querido construir una sociedad industrial no-capitalista, anticapitalista, liberada de la apropiación privada de los medios de producción y capaz de un
desarrollo superior. El principio de totalidad no es otra cosa que el sistema de acción histórico en el cual los adversarios, situados en la doble dialéctica de
las clases sociales, se disputan la dominación." TOURAINE Alain (1973), p. 363, (T.d.A.).
tivo y proyectarse en el plano societal, amplía el ámbito
cultural de los movimientos sociales. También abre, para
la teoría de la acción colectiva, un campo de estudio
inexistente en la perspectiva de la racionalidad económica
o estratégica y extraño a la internalización (o nointernalización) pasiva de valores en el funcionalismo. Es,
desde otro punto de vista, una respuesta a la pregunta
sobre el paso de la acción individual a la colectiva. El
papel preponderante de la búsqueda y construcción de la
identidad sobre el cálculo racional y el juego estratégico,
convierte al movimiento social en un fin para los actores
individuales y le quita el carácter de medio que tenía en el
paradigma de la movilización de recursos.
2. La anterior reelaboración de la noción de
movimiento social va acompañada de un replanteamiento
del nexo entre la acción colectiva y las clases sociales. Para
la teoría marxista la posición de los agentes en la
estructura social conllevaba, de manera necesaria y
esencial, acciones colectivas. Dentro de ellas, la
transformación de la sociedad, a cargo del partido como
representante del proletariado, y la dirección de las
prácticas sociales implementadas por otras clases
subordinadas17. El estudio de los llamados nuevos
movimientos sociales y la evolución de las sociedades de
capitalismo tardío (programadas o post-industriales en la
terminología tourai-
niana), a la par que la crítica a los partidos y a los
antiguos movimientos sociales, pusieron en entredicho
tanto la necesidad como el carácter esencial de dichas
acciones. Por consiguiente, hubo una ruptura con cualquier
tipo de determinismo que pretendiera convertir las clases
en agentes pasivos de las estructuras y la acción colectiva
en la aplicación del conocimiento objetivo de los políticos
profesionales.
Contra el estructuralismo marxista y el denominado
paradigma de la dominación, que según la versión de
Touraine pretendían reducir la sociedad a la lógica de las
clases dominantes, la figura de un sistema de acción en
cuyo seno los movimientos sociales disputan la
orientación de la historicidad, introduce la acción
colectiva y los modelos culturales comunes en el corazón
de la relación entre las dos clases principales. El carácter
necesario de la acción de los partidos, deducido de las
leyes de la historia, cae para dar paso a los movimientos
sociales como agentes de la producción y transformación
de la sociedad. Lo estructural es así despojado de su
naturaleza meramente objetiva y la dominación de su
omnipresencia asfixiante18. Por consiguiente, la imagen de
las clases, que en su pasiva alienación parecía colindar
con la proyectada por la teoría de la sociedad de masas, es
redimensionada por medio del papel activo de los
movimientos sociales.
17Tema desarrollado con amplitud en la primera parte del trabajo de LACLAU Ernesto y MOUFFE Chantal (1987).
18En un artículo de 1987, Touraine resume esta crítica que estaba presente de una forma sintética en sus anteriores escritos: "De manera
contraria, la escuela estructural marxista ha difundido recientemente la idea de que los actores en vez integrarse en una sociedad absorviendo
los valores, sufren una lógica de dominación y en consecuencia no tienen la capacidad de ser verdaderos actores. Esta idea estaba ya
presente en el Qué hacer? de Lenin. Los trabajadores no se pueden liberar a sí mismos, porque son prisioneros de un sistema que limita su
acción espontánea a negociaciones reformistas. En los años sesenta y setenta, algunos leninistas desilusionados reconocieron que la
intelectualidad científica revolucionaria, que había debido construir una sociedad libre para los trabajadores, se había transformado en
aparatchiki de un Estado totalitario, y que la generación de los tiempos duros había sido seguida por épocas que no eran mejores. Así, un
nuevo tipo de marxistas -ex o para-marxístas- construyó la imagen de una sociedad cerrada, en la que los conflictos y las protestas no tenían
cabida debido a la creciente capacidad de intervención y de manipulación de un poder central. Después, las obras pioneras de H. Marcuse
y de un grupo de pensadores franceses como L. Althussery N. Poulantzas, P. Bourdieu y M. Foucault, este último con un gran talento y una
compleja y mutable personalidad intelectual, difundieron un cierto tipo de funcionalismo crítico que consideraba la sociedad como dominada
por aparatos ideológicos del Estado, por los omnipresentes poderes simbolizados en el Panopticon de Bentham, o inclinada a identificarse
con sus mecanismos de reproducción. La decadencia del movimiento obrero, la transformación de los movimientos de liberación del Tercer
Mundo en regímenes opresivos e incluso fanáticos y la influencia de los disidentes soviéticos destruyeron la tradicional confianza escatológica
en algunos movimientos que eran considerados como populares y libertarios. Desilusionados de todo tipo de fuerza revolucionaria, los
teóricos terminaron por sustituir la esperanza abandonada en los movimientos sociales de liberación con una lógica de la dominación.
Asimismo, estos filósofos sociales no quisieron cambiar su viejo credo con un cada vez más satisfecho neoliberalismo de los países
occidentales, que se identificaban con la racionalidad mientras torturaban en Argelia o lanzaban napalm sobre las aldeas vietnamitas. Este
doble rechazo creó una imagen totalmente negativa de la vida social, en la cual la alienación y la integración heterónoma podían ser
contestadas sólo por revueltas marginales o por una cultura estética individualista. Dichos filósofos han desempeñado un papel muy
importante en la historia de las ideas y de las ideologías, pero han sido altamente destructivos en términos del análisis social. La necesaria
crítica a un tipo de movimiento social corrupto o en decadencia es arbitrariamente desfogada en la imagen de una sociedad sin actores. La
imagen de nuestra sociedad como totalmente dominada por sistemas de control y manipulación es tan lejana a la realidad visible que ha
inducido a sustituir los estudios de campo con interpretaciones doctrinarias. En algunos países se ha transformado en la ideología dominante
de una intelectualidad que se autodestruye." TOURAINE Alain. (1987), pp. 116-117, (T.d.A.).
Dentro del marxismo, el debate entre estructu-ralistas
y no-estructuralistas alrededor de la primacía para el
análisis social de las fuerzas productivas o de las
relaciones de producción, había centrado la atención sobre
el papel preponderante de la acción (como relación) en la
producción de la sociedad; pero, no le había dado la
proyección cultural (de sentido) que es el eje de la
sociología de la acción. Esta pone el énfasis en el
conflicto por el sentido societal (orientación y control de
la historicidad), que para el marxismo era una
consecuencia del conflicto entre capital y trabajo
asalariado por los medios de producción y de la lucha por
el ejercicio del poder estatal. De esta manera, la reflexión
sobre la acción colectiva organizada amplía el campo de
estudio del conflicto social y le quita el protagonismo a la
escena institucional.
Más allá de la pertinencia del nuevo cuerpo analítico
propuesto por la sociología de la acción, ella convierte
la acción colectiva en un problema para el marxismo, el
cual había intentado darle un rodeo con la tesis de los
intereses y la conciencia de clase. Si la acción colectiva
que produce y transforma la sociedad no puede ser
deducida de las estructuras, si, en consecuencia, el estudio
de las clases no resuelve el de las prácticas sociales y la
sociedad no puede ser reducida a un principio
fundamental e independiente de los actores (que además
sirva como clave explicativa), los movimientos sociales
pasan a ser el núcleo de las ciencias sociales contemporáneas. En efecto, si las clases producen la
sociedad por medio de ellos, la acción colectiva
normativamente orientada y en conflicto adquiere un
papel preponderante en el estudio de la sociedad19.
En el trasfondo, como lo afirma Melucci20, la
propuesta analítica de Touraine busca redimensio-nar con
la noción de historicidad, el carácter cultural y simbólico
de la actividad productiva; sacar la producción de sentido
de la brumosa superestructura del determinismo marxista
y colocarla en el seno mismo del sistema complejo de
acción, que sería la
sociedad. Opción teórica que también lo obliga a
replantear nociones como clase social y relación de
clases, para incluir en ellas tanto la desigualdad que se da
en la acumulación, como la existencia de un conflicto
por el control del campo cultural y simbólico, y por la
orientación del sentido societal. A partir de estos dos
elementos crea la imagen de una doble dialéctica entre
las clases, que opondría una clase superior dominante y
dirigente a una clase popular defensiva o dependiente y
progresista21.
La reformulación de la relación entre la acción,
colectiva y las clases, y entre la noción de clase y la
producción de sentido, está inscrita en una tendencia
general de las teorías sociales hacia la recuperación
del sujeto en calidad de actor. Desde los años setenta
existe una corriente de pensamiento que busca contrarrestar y relativizar el peso dado después de la
segunda guerra mundial a las estructuras y al funcionamiento de la sociedad. Dentro de ella, Touraine, y en general la sociología de la acción, intentan
construir un nuevo paradigma teórico que explique
a la vez la sociedad y los movimientos sociales, o
más bien, que explique la sociedad a partir de los
movimientos sociales. Con tal propósito, como aca
bamos de ver, replantean el estudio de la acción'
colectiva y de los nexos entre los actqres y las
estructuras; por consiguiente, abren nuevas perspectivas explicativas. No obstante, como veremos a
continuación, los elementos analíticos aportados para el estudio de los movimientos sociales tienden a
perderse por los vericuetos de una teoría global de
la sociedad y en la pretensión de elaborar La Sociologia de la postindustrialización.
3. La historicidad es la clave analítica que utiliza:
Touraine para entender y explicar los movimientos
sociales. A través de ella introduce los elementos
culturales que estaban ausentes en el paradigma de la
movilización de recursos y con ella rompe la imagen del
orden social funcionalista. Además, es el espacio de la
producción de sentido que le sirve para deslindar campos
con el marxismo y cuestionar la supuesta objetividad de
lo estructural. Gracias a
19Es la tesis sostenida por Touraine en el articulado ya citado sobre la centralidad de los movimientos sociales para el análisis sociológico. Ver: TOURAINE
Alain (1984). Es así mismo parte esencial de la forma como entiende el regreso del actor al tablado de la sociología. Ver: TOURAINE Alain (1984)1.
20MELUCCI Alberto (1975), p. 362.
21"La clase superior es al mismo tiempo dirigente y dominante, ella administra el modelo cultural y la organización de la sociedad; ella somete también toda la
sociedad a sus intereses particulares. La clase popular es simultáneamente defensiva, en la medida en que participa de forma dependiente en la actividad
económica, y progresista, en cuanto impugna la identificación del sistema de acción histórico a los intereses y a la ideología de la clase dominante." TOURAINE
Alain (1973), p. 380, (T.d.A.)
.
ella logra diferenciar los movimientos sociales de otros
tipos de acción colectiva organizada y convertirlos en el
problema central del análisis sociológico. Es, en pocas
palabras, la piedra filosofal que le sirve para transformar
a los agentes sociales pasivos y alienados en actores
que hacen su historia. Sin embargo, y a pesar de la
potencialidad explicativa de las ideas que sugiere, vive
en un limbo teórico entre el funcionalismo, las teorías de
la acción y el histo-ricismo.
La imagen de la sociedad que se produce a sí
misma mediante la activación de los modelos que
conforman la historicidad, trata de acoplar dos visiones
incompatibles y contradictorias. Por un lado, la idea
dinámica de un sistema de acción que se crea y recrea en
las relaciones sociales, y por el otro la idea estática de
los tres modelos activados pero no producidos por las
clases. Touraine critica con todas sus baterías teóricas la
idea funcionalista de la sociedad como un actor guiado
por valores y normas, que establece y controla su orden
interior y las relaciones con el entorno22. A ella opone la
figura de un sistema de actores, animado por tensiones
culturales y conflictos sociales, en el que los valores y las
normas reposan en las clases y los movimientos sociales23.
Sin embargo, no renuncia a la representación de la
sociedad como un sujeto histórico que se produce a sí
mismo, es decir, que es al mismo tiempo el productor y
el producto24. Concepción que no sería problemática si
no fuera acompañada de la existencia de modelos
societales (cultural, de conocimiento y de acumulación),
que tienen el mismo carácter unitario (comunes a toda la
sociedad) de los valores y las normas en el
funcionalismo.
Estos modelos de sentido societales anteceden la
acción y adquieren la forma de estructuras pre-establecidas que son activadas por los agentes-actores. La
historicidad parece tomar el lugar dejado por el modo
de producción del estructuralismo marxista,
y, como una autoburla, se coloca por fuera de la
historia, al tener una génesis extraña a las relaciones
sociales y estar por encima de los actores, pues
determina su acción sin ser sobre-determinada a su vez
por ella. Este contrasentido tiene lugar en el momento
en que Touraine reifica una categoría analítica como la
historicidad y concibe a la acción colectiva en función
de ella. La historicidad tourai-niana comprende a la vez
un campo de acción (el campo de historicidad) y unos
modelos de sentido (la historicidad propiamente dicha).
El campo de acción permite analizar los límites y las
posibilidades que el devenir histórico le impone a una
sociedad: en materia de recursos materiales, de conocimiento, de creatividad. Es decir, capta el discurrir de
una sociedad en el tiempo largo de la historia. Por el
contrario, los modelos tratan de reducir esas posibilidades y esos límites, esa multiplicidad de sentido
societal, a tres formas estáticas que simplemente serían
orientadas y controladas por los actores25. Como dice
Bajoit, es paradójico que Touraine critique y busque
acabar la idea de progreso cuando caracteriza la
sociedad post-industrial, al ver en ella una concepción
determinista de la historia y del porvenir que él supone
ausente en dichas sociedades, y de manera simultánea
entienda la historicidad que les da forma como un
sentido societal (un sentido de la historia) al que están
subordinadas las orientaciones culturales de los
actores26. Así introduce por la puerta de atrás un nuevo
determinismo, implícito en los modelos de sentido
societal que anteceden, orientan y dan significado a la
acción individual y colectiva.
Abandonar definitivamente la noción de la sociedad
como un sujeto, es decir entenderla como un producto de
las relaciones sociales (no simplemente de los actores),
exige comprender que las diferentes formas de sentido
societales son el resultado de las relaciones sociales y
no su causa o la dirección que
22"La sociología de la acción se opone a la sociología de las funciones de la manera más directa. Nada está más alejado de la sociedad
entendida como un actor guiado por valores y normas, que establece y controla su orden interior y sus relaciones con el medio que lo circunda,
que el análisis de la acción y de los conflictos a través de los cuales la sociedad actúa sobre ella misma, para llevarse a sí misma, superando su
funcionamiento, hacia un más allá del presente, hacia objetivos que pueden estar en la historia o fuera de ella." TOURAINE Alain (1973),
p.48,(T.d.A.).
23'La historicidad es una acción de la sociedad sobre sí misma, pero la sociedad no es un actor; ella no tiene ni valores ni poder. Valores y
normas pertenecen a los actores que actúan en el campo de la historicidad, a las clases sociales." TOURAINE Alain (1973), p. 75, (T.d.A.).
24'La historicidad de la cual yo hablo no es la obra de un actor; es la característica de la sociedad al nivel que yo defino como el de la
producción de la sociedad por sí misma o, lo que tiene idéntico significado, de la sociedad como sujeto histórico." TOURAINE Alain (1973),
p. 40 (T.d.A.).
25Es este el momento de la reificación, cuando el categoría analítica historicidad, que sirve para explicitar la idea de un sentido societal, se
transforma en modelos susceptibles de ser orientados por las prácticas sociales.
26 BAJOIT Guy (1991), pp. 289-290.
ellas toman27. La disyuntiva que nos presenta Tou-raine
entre la sociología de la acción y el paradigma de la
dominación, entre la disputa por el control y la
orientación de la historicidad y la reducción de la
sociedad a la lógica de las clases dominantes, es una
falsa alternativa. El sentido societal se forma y
transforma en las relaciones sociales, con la mediación
necesaria de las relaciones de clase, dentro de los
límites impuestos por las prácticas sociales y las
orientaciones culturales de las clases y los sectores
dominantes. En esos términos las clases, los actores
colectivos e individuales que las conforman, producen y
reproducen la sociedad, y junto a ella los "modelos de
acumulación, conocimiento y cultural", en y por
medio de las relaciones sociales, que implican no sólo
la presencia de la interacción sino de los condicionantes
estructurales. Por consiguiente, y desde este punto de
vista, el conflicto social es entre los modelos de los
actores y no por la dirección de los modelos de la
sociedad (societales)28.
Los movimientos sociales entran en conflicto por
el control y la orientación de un campo social (corte
que la práctica de los actores hace de lo social) y no por la
dirección del sentido societal, que en vez de ser la
antesala de las relaciones sociales sería uno de sus
componentes y su producto. Así, por ejemplo, el
movimiento feminista no entra en conflicto para darle
una nueva orientación al modelo patriarcal dominante,
sino para darle una nueva orientación a las relaciones
hombre-mujer, superando dicho modelo. O el
movimiento obrero no entra en conflicto para darle una
nueva orientación al capitalismo-industrial dominante,
sino para darle una orientación diferente a la relación
capital-trabajo asalariado, aún dentro del mismo
capitalismo. El sentido societal y los modelos sociales
no hacen referencia prioritariamente a los recursos
sociales o a su forma de utilización, como parece
entenderlo Touraine cuando habla de sociedades
industriales o de sociedades programadas, sino a las
relaciones sociales. La industria, la programación, la
energía nuclear, el co-
nocimiento científico o los medios de comunicación son
simplemente recursos que forman un campo de
historicidad y que pueden ser compatibles o no con los
diferentes modelos de acumulación, de conocimiento o
cultural. Confundir los recursos con las relaciones
sociales lleva a comprender a los actores como
administradores y no como productores de la sociedad.
Lo dicho en el anterior párrafo no significa que los
recursos sociales sean neutros en términos de sentido;
por ejemplo, la industria como forma de organización
de la relación entre capital y trabajo asalariado, le
imprime límites de sentido a la relación entre las clases:
define una temporalidad, una espacialidad, un tipo de
jerarquización o una disciplina. Sin embargo, no
determina el rumbo del sistema de relaciones sociales, ni
siquiera el rumbo de las relaciones entre las clases. El
sentido societal es generado por la forma como los
actores interpretan, modifican, deconstruyen o superan
ese sentido implícito en los recursos, y el sentido de la
propia práctica y de la práctica de los otros actores. En
el gran teatro social no existe un guión que los actores
deban seguir, limitándose a la creatividad de la
representación en la escena, sino la confluencia de
orientaciones dramáticas, cómicas o trágicas, que
producen y transforman el guión en el transcurso de la
obra. La noción de progreso, tan recurrente en los
trabajos de Touraine para caracterizar a la sociedad
industrial, no antecede a la industrialización, sino que
nace y se desarrolla con ella; no antecede el quehacer
de los actores industriales, sino que es producida en el
seno de sus relaciones.
Remitir el sentido societal a las relaciones sociales y a
las orientaciones culturales de los actores no implica,
como teme Touraine, identificarlo con la ideología de
la clase dominante, ni de ningún actor social. El
sentido que resulta del sistema de relaciones sociales
sintetiza las orientaciones culturales presentes en las
prácticas sociales. O sea, es la
27 Es este el potencial explicativo del pensamiento de Marx cuando en la introducción de 1859 a las lineas generales de la Economía Política
afirma que no es la conciencia la que determina el ser social, sino el ser social el que determina la conciencia.
28 Dentro de esta óptica comparto parcialmente la afirmación de Bajoit, que cito a continuación, sobre las consecuencias teóricas de abandonar
el concepto de historicidad de Touraine, o cualquier otro que suponga un sentido de la historia que se impone a los actores. "Una toma de
posición en ese sentido tiene enormes consecuencias para la teoría. En efecto, si es así, el sentido cultural vale por sí mismo y los conceptos
que nos conducen a un sentido histórico resultan innecesarios, o más bien, deben ser superados. En otros términos, las relaciones sociales no
tienen otro sentido que el otorgado por los actores (sentido cultural e ideológico) y lo que nosotros llamamos 'sociedad', no es más que un
tejido de relaciones sociales entre actores que las producen y que son producidos por ellas al realizarlas." BAJOIT Guy (1991) p. 290,
(T.d.A.). Parcialmente porque, como veremos enseguida, el sentido societal no coincide con el sentido cultural e ideológico de los actores. Es,
con más precisión, el producto de la relación entre actores en co-presencia y de estos con los efectos estructurales de las relaciones entre
actores ausentes espacial y temporalmente.
forma en que el sentido social de los actores se
transforma en sentido societal. Pero, esta transfor
mación se dá en las relaciones sociales y por ende
en las relaciones de poder, de tal manera que las
clases y los actores dominantes imponen los límites
dentro de los cuales se da la síntesis. En consecuen
cia las relaciones entre las clases, como parte de las
relaciones sociales, definirían la historicidad y no al
contrario29.
El campo cultural común que define el terreno
en el que entran en conflicto los movimientos sociales no debe ser traducido en la unidad y comunidad
de las orientaciones que definen el sentido societal.
Dentro de ese campo coexisten en tensión, conflicto,
integración o contradicción, las orientaciones y el
significado de las prácticas de los actores que comparten el mismo espacio y el mismo tiempo y de los
actores ausentes; es decir, de aquellos que con acciones realizadas en el pasado o en espacios sociales
diferentes, contribuyeron a conformar lo estructural
del sistema de relaciones sociales presente o de un
campo relacional específico. Esta perspectiva teórica lleva a representar los movimientos sociales y el
sentido de su acción en el marco de los condicionamientos impuestos por lo estructural y a entender
éste no como una cárcel de sentido societal (léase
historicidad), sino como las reglas y los recursos
utilizados por los actores en la producción y reproducción de sus acciones, y como los medios de
reproducción del sistema social30. En tales términos
son simultáneamente el medio y el resultado de las
prácticas sociales (Giddens denomina esta característica la dualidad de lo estructural)31 y permiten la
integración societal en espacios que no reducen la
interacción a la co-presencia32.
Esta dualidad de lo estructural, como práctica y
como condición de esa práctica, supera, en la misma
dirección que pretendía Touraine, la reducción de
las estructuras a los elementos objetivos de la sociedad, y de forma concomitante evita considerar la
acción colectiva como determinada por y sometida
a un principio estructural fundamental, sea éste de
sentido o material. Touraine contrapone a la determinación en última instancia de lo económico, connatural al estructuralismo marxista, una suerte de
determinación en última instancia de la historicidad,
al supeditar a ella no sólo los niveles organizacional
e institucional, sino el sentido de la acción colectiva.
La interpretación que propongo de la dualidad estructural no supone abandonar la idea de una jerarquía en el sistema de relaciones sociales, sino replantear los vínculos que existen entre la acción y lo
estructural. Es decir, evitar tener como un a priori
de la investigación empírica que la unidad, la forma
o el sentido de la acción, está dado de antemano por
los elementos estructurales del sistema de relaciones sociales. Romper con la idea de que la identificación de la acción colectiva con una historicidad
definida analíticamente es una característica esencial de los movimientos sociales, similar a aquella
de la teoría leninista que identifica al partido revolucionario encargado de realizar los intereses obje-
29Para Touraine las relaciones entre las clases hacen parte, junto con el sistema de acción histórico, de un campo definido por la historicidad. Ver por ejemplo:
TOURAINE Alain (1973), p. 115-116.
30En lo relacionado con lo estructural utilizo el marco conceptual dado por Anthony Giddens y para este aparte las siguientes precisiones:
"Según el uso habitual en las ciencias sociales, el término «estructura» tiende a emplearse para hablar de los elementos más persistentes de los sistemas
sociales. Con la expresión «estructural», deseo conservar esta connotación de persistencia en el espacio y en el tiempo. Las reglas y los recursos
comprometidos de manera recursiva en las instituciones son los elementos más importantes de lo estructural. Las instituciones son, por definición, los rasgos
más persistentes de la vida social; cuando hablo de propiedades estructurales de los sistemas sociales, hago referencia de forma particular a sus rasgos
institucionalizados, aquellos que les da una solidez en el tiempo y en el espacio. Utilizo el concepto de «estructuras» para hacer referencia a las relaciones de
transformación y de mediación que son los «conmutadores» subyacentes a las condiciones observables de la reproducción de los sistemas sociales."
GIDDENS Anthony (1987), p. 73, (T.d.A.).
31"De acuerdo con la dualidad de lo estructural, las propiedades estructurales de los sistemas sociales son al mismo tiempo el medio y el resultado de las
prácticas que ellas organizan de manera recursiva. Lo estructural no es «exterior» a los agentes: como trazos de la memoria y como actualización de las
prácticas sociales es, en el sentido durkheiniano, más interior que exterior a sus actividades. Lo estructural no es solamente coacción, es de forma simultánea
coactivo y habilitante. Esto no le impide a las propiedades estructurales de los sistemas sociales extenderse, en el tiempo y en el espacio, mucho más allá del
control que pueda ejercer cada actor." GIDDENS Anthony (1987), p. 75, (T.d.A.).
32"«Integración» significa reciprocidad de prácticas entre actores o entre colectividades ligadas por relaciones de autonomía y dependencia. La integración
social hace referencia al carácter sistémico de la integración cara a cara, mientras la integración sistémica hace referencia a las relaciones que tienen las
personas o las colectividades con otros que están fisicamente ausentes en el tiempo y en el espacio. Desde luego, los mecanismos de la integración sistémica
presuponen los de la integración social; a pesar de esta subordinación, los primeros se diferencian de los segundos en varios aspectos" GIDDENS Anthony
(1987), p. 77, (T.d.A.).
33 Al respecto ver un análisis más detallado en: MUÑERA RUIZ Leopoldo (1991).
tivos del proletariado con un conocimiento científico representado por una particular lectura del marxismo.
4. A. La noción tourainiana de movimiento social está unida, por un cordón umbilical, con la
representación de la sociedad como un sistema de
sistemas de acción, en el que existe una jerarquía
entre los diferentes niveles que lo forman. En efecto,
la caracterización de la historicidad, de las clases y
de la acción colectiva, gira alrededor de una propuesta teórica destinada a superar el nefasto símil de
la base y la super-estructura. En el marxismo, la
jerarquía interna del sistema de relaciones sociales
era presentada en una de estas tres formas: como
graduación entre niveles o instancias, entre instituciones o entre funciones. En los tres casos, la división de las ciencias sociales en áreas o campos del
conocimiento, era extrapolada al sistema de relaciones sociales. Así se podía hablar de relaciones económicas, políticas, jurídicas, religiosas o ideológicas, y establecer grados de importancia entre ellas,
como si se tratara de factores claramente diferenciados en la práctica social33.
Touraine propone dejar a un lado esta idea de las
partes que interactúan para formar un todo y ver en
la producción de la sociedad por sí misma, una
acción que es al mismo tiempo práctica y sentido;
obra del conocimiento, acumulación y modelo cultural34. Por el contrario, hace una jerarquización
entre sistemas de acción, en la que la terminología
funcionalista se mezcla con los conceptos de la
sociología de la acción y de la sociología política35.
El campo de historicidad (sistema de acción histórico y relaciones de clase) determinaría el sistema
político y la organización social, en todos los tipos
societales36. O, en otras palabras, la historicidad
primaría sobre el sistema institucional y sobre el
sistema organizacional. Sin embargo, con esta tesis
sólo resuelve el problema teórico de la realidad
fragmentada en campos equivalentes a los de las
diversas ramas de las ciencias sociales. Al plantear
la subordinación de lo jurídico-político a un sistema
donde la actividad productiva (acumulación) queda
en el mismo nivel que el modelo cultural y el de
conocimiento, deja intacto el interrogante levantado
por el símil de la base y la superestructura sobre la
centralidad de la relación social con la naturaleza, de
la cual la relación de producción sería sólo un
momento, en la producción y reproducción de la
sociedad37.
Melucci resalta como el igualar en el mismo
plano teórico la acumulación y los componentes
culturales de la historicidad, puede llevar a una
suerte de filosofía idealista del sujeto creador y evita
el análisis de los condicionamientos que la relación
social de producción impone a los modelos cultural
y de conocimiento38. Más allá de un determinismo
que supone una relación de causa a efecto entre lo
material y lo ideal, y de la separación entre base y
superestructura, queda sin resolver el problema teórico sobre los límites y las mediaciones que el intercambio entre el ser humano y la naturaleza que lo
rodea (a la vez material, simbólico y cultural) impone a la producción de sentido social y societal.
Touraine introduce en el estudio de la relación
social de producción la problemática de la orientación y el significado de la acción; pero, descuida el
proceso de producción simbólica y cultural que se
da en la relación social con la naturaleza, el cual a
su vez forma y transforma los modelos de la historicidad. Es decir, al suponer que la historicidad es
anterior a las relaciones sociales, sobre las que predomina a través del sistema de acción histórico,
construye niveles sistémicos en los que la producción simbólica y cultural en las prácticas sociales, se
pierde en la imagen de actores colectivos que
determinan su acción desde modelos preestablecidos. De aquí que el peligro de caer en una filosofía
34TOURAINE Alain (1973), p. 128.
35Anotación hecha por Bajoit en uno de los primeros artículos críticos sobre Production de la société. Ver: BAJOIT Guy (1974). Melucci la retoma en
el trabajo sobre la obra de Touraine publicado en 1975.
36TOURAINE Alain (1973), p. 128.
37"La relación que establece una determinada sociedad con la naturaleza exterior desborda la esfera de la producción, la circulación, el cambio, la
distribución y el consumo de bienes materiales o de servicios. Es asimismo y también de manera esencial una forma de distribución y circulación
social de los individuos; de organización y ordenamiento para satisfacer sus necesidades materiales: de consumo y de producción; de creación y de
satisfacción de necesidades simbólicas; de enfrentar el dilema existencial de la muerte con la afirmación cotidiana de la vida. Es, por consiguiente,
una de las formas fundamentales de socialización. En la relación social con la naturaleza los individuos producen para satisfacer necesidades, vitales o
creadas, pero además para reproducirse y producir-reproducir la sociedad." MUÑERA RUIZ Leopoldo (1991), p. 57.
38Ver: MELUCCI Alberto (1975), pp. 362-363.
idealista es algo más que eso, es el sustrato de una
teoría que a pesar de enunciar retóricamente que la
sociedad es un sistema de relaciones sociales, reduce éstas a un sistema de sistemas de acción, donde
el proceso de producción y reproducción de sentido
societal se da como un supuesto y un a priori de la
práctica social.
Esta representación de la sociedad y de los
niveles sociales, tiene consecuencias directas en el
análisis de los movimientos sociales. Melucci hace
énfasis en dos de ellas, que aquí serán retomadas y
complementadas39. Son las relativas a las clases
sociales y a la pareja conflicto-contradicción. Con la
noción de historicidad, Touraine intenta superar la
definición economicista de las clases, o sea, la
reducción del criterio utilizado para caracterizarlas a
la apropiación de los medios de producción social.
Con tal objetivo la doble dialéctica de las clases le
sirve para distinguir dos dimensiones: la
dominación, ligada a la acumulación, y el control y
la orientación de la historicidad, ligada a los
modelos de conocimiento y cultural. Diferenciación
fundada en dos criterios: uno atinente a las prácticas
sociales y el otro al sentido societal. No obstante
remitir la formación de las clases al nivel de la
acumulación, la dirección de la historicidad pasa a
primer plano a la hora de caracterizarlas; sobre todo,
en el estudio de la sociedad programada.
Por la línea de Raymond Aron40, Touraine reduce la definición de las clases en Marx, que hace
fundamentalmente referencia a la posición de los
agentes en las relaciones sociales de producción, a
la propiedad de los medios de producción social.
Eso le permite restringir el proceso de producción y
de trabajo al hecho de la acumulación, quitándole
su carácter relacional. Al hacerlo e igualar
teóricamente los niveles de la historicidad, pierde
de vista el papel central de la relación social con la
naturaleza en la constitución de las clases y los
condicionamientos que ella impone a la gestión del
sentido
societal41. Libera así el camino para ubicar analíticamente el conflicto en el terreno del control y la
orientación de la historicidad. En efecto, si la acumulación es despojada de su carácter relacional, la
oposición entre los actores sólo puede tener lugar
alrededor del sentido societal. Por consiguiente, el
conflicto social entre las clases es separado teóricamente del tipo de dominación que constituye la
relación social con la naturaleza (y dentro de ella las
relaciones de producción) y el concepto de contradicción es enviado a los archivos de la lógica dialéctica. Como hemos visto, la historicidad Tourainiana supone la existencia de un sentido societal
compartido por las clases, que en tal medida sólo da
cabida al conflicto (confrontación en la cual los
intereses de los actores no se excluyen mutuamente,
pues pueden ser conciliados); mientras que el concepto de las clases en Marx, además del conflicto,
implica la contradicción entre ellas (confrontación
en la cual los intereses de los actores se excluyen
mutuamente ante la imposibilidad material de conciliarios).
El carácter relacional de la acumulación es uno
de los ejes de la obra de Marx y prescindir de él
exigiría demostrar que aquélla no depende de la
relación histórica y socialmente condicionada entre
los seres humanos y la naturaleza. Esfuerzo que no
hace Touraine al explicar el conflicto entre las clases; simplemente, deja de lado la separación entre
apropiación y producción, que se da en la relación
social con la naturaleza, y la lucha de los productores por la reapropiación del producto social; así
como las características de la relación de poder que
se da entre el propietario-gestor de los medios de
producción y el resto de los agentes sociales. Por
consiguiente, el origen de las prácticas de confrontación de las clases populares frente a las clases
dominantes, se refunde en una voluntad originaria o
en una esencia reivindicativa42. Dentro de una
perspectiva más cultural que económica, podríamos
39 MELUCCI Alberto (1975).
40ARON Raymond (1966).
41 "Las relaciones de las clases se forman a partir del modo de extracción del excedente y sus contenidos simbólicos no son ajenos a los
condicionamientos: el hecho de que las relaciones de clase asuman una forma religiosa o jurídica depende del modo de producción y de
acumulación de los recursos sociales. Una determinada representación de la acción social se forma dentro de estas condiciones, pero al
mismo tiempo no es una apariencia, pues informa y constituye las relaciones de clase. Me parece que la posición de Touraine, en la
medida en que él rechaza toda articulación entre los componentes de la historicidad, no supera el atolladero: para liberarse del análisis
de las clases del economicismo (tarea fundamental para la sociología), termina por poner la dimensión económica al lado de la
dimensión simbólica sin articularlas de ninguna manera. Esa no parece ser una respuesta satisfactoria al problema planteado."
MELUCCI Alberto (1975), pp. 367-368,
42 Ver la crítica a este respecto en: MELUCCI Alberto (1975), p. 370.
decir que Touraine abandona la posibilidad de entender el conflicto social a partir del papel central
que juega la separación entre clases populares y
dirección del proceso de trabajo, y de la forma como
ella incide en el conflicto por el control de la producción y de la orientación del sentido societal.
Opción teórica que en Production de la société
lo lleva a tener en la sombra la noción de contradic
ción y en La voix et le regard a restarle su impor
tancia analítica43. Sin embargo, no ofrece una alter
nativa para entender los fenómenos que eran
explicados con ella; o sea, la oposición entre actores
sociales que ponen en juego los principios y las
propiedades estructurales de un determinado siste
ma de relaciones sociales. Al depender de una re
presentación de la sociedad como meramente conflictual, el concepto de movimiento social queda al
margen de las acciones colectivas que producen el
paso de un sistema de relaciones sociales a otro; ya
que la noción de conflicto sólo expresa la oposición
dentro de los límites estructurales de la sociedad44.
De aquí las peripecias que pasa Touraine para dife
renciar los movimientos sociales de los movimien
tos históricos o de las acciones críticas45.
4. B. En este punto confluye la necesidad para la
sociología de la acción de diferenciar la estructura y el
cambio, la sociedad civil y el Estado; de combatir un
pensamiento social evolucionista que identifica los
factores de transformación con los factores de
integración social y societal. Distinción fundamental
para la teoría social, que, sin embargo, no conduce a
las conclusiones que de ella saca Touraine. Como
veremos a continuación, el Estado no es el agente
privilegiado del cambio social, a menos
que identifiquemos éste con cambio institucional, y la
sociedad civil no se reduce a ser el lugar de la
integración y del conflicto. La diferencia analítica
entre sociedad civil y Estado marca la imposibilidad de
identificarlos y de reducir aquélla a éste, pero no una
separación entre los dos; pues el papel de mediación
que hace el Estado en el sistema de relaciones sociales
lo coloca en el centro del conflicto y de la
contradicción que se da en la sociedad civil46.
En los denominados movimientos históricos (o
acciones críticas, si nos acogemos a la terminología
empleada en Production de la société) hay una
conjunción de movimientos políticos y sociales, es
decir, de acciones colectivas que buscan controlar y
orientar el Estado y acciones colectivas que buscan
controlar y orientar un campo de relaciones sociales. El
cambio que implica el paso de un sistema de
relaciones sociales a otro, tiene lugar en el momento en
que actores políticos y/o sociales imponen una acción
destinada a resolver una contradicción societal. En tal
contexo, el Estado realiza la mediación institucional
y organizacional, al tiempo que es un actor
indispensable para la transformación; no obstante,
participa en ella al lado de otros actores que se
relacionan en la esfera más amplia de la sociedad civil.
Una vez que hemos abandonado la noción de
historicidad como modelos presociales y que hemos
entendido el sentido societal como producido, reproducido y comprendido en las relaciones sociales, la
acción de los movimientos sociales puede darse tanto
al nivel de la producción-reproducción de lo
estructural, como al nivel de su ruptura y transformación. En consecuencia, la acción crítica pasa a ser
uno de sus componentes y no una práctica analíticamente diferenciable.
43En la Voix et le regard Touraine se desembaraza de la noción de contradicción ligándola a un paradigma sociológico que reduciría la
sociedad a la lógica de las clases dominantes y la acción social de transformación a la profundización de la contradicción entre las
clases. Pero, como veremos a continuación, el marxismo no puede ser reducido al estructuralismo marxista, ni la contradicción a una
oposición entre el actor y sus obras, que sería superada por la mano del progreso. Esa es un forma de hacer análisis por la senda de la
caricatura. Ver: TOURAINE Alain(1978),p.81.
44Melucci hace esta diferenciación de la siguiente manera: "El conflicto es la oposición de las clases por la apropiación y el control del
cambio histórico, es decir, de los recursos que una sociedad moviliza para orientar sus prácticas. La contradicción es, al contrario, la
existencia de una incompatibilidad entre los elementos o los niveles de la estructura social: la contradicción se manifiesta cuando las
relaciones propias a un determinado nivel de la estructura operan más allá de los límites de compatibilidad fijados por ese nivel, o son de
tal naturaleza que comprometen las ventajas estructurales de la clase dominante. Formulado de esta manera, la diferencia entre los dos
conceptos permite distinguir dos posibilidades de análisis que no se excluyen ni se superponen: en términos de los actores y en términos
del sistema." MELUCCI Alberto (1975), p. 367, (T.d.A.).
45Peripecias que lo llevan a volver confusos los conceptos que utiliza. Así por ejemplo en Production de la société considera a los
movimientos sociales y a las acciones críticas como categorías de los movimientos históricos, mientras que en una Una introduzione allo
studio de movimenti sociali, los movimientos históricos son diferenciados de los movimientos sociales y adquieren las características
antes atribuidas a la acción crítica. Ver: TOURAINE Alain (1973), pp. 459-461. y TOURAINE Alain. (1987), pp. 123-124.
46Cohen resalta esta ausencia de caracterización de la sociedad civil en la obra de Touraine y la consecuencia que ello tiene en el estudio
de los nuevos movimientos sociales. Ver: COHEN L Jean (1982) y COHÉN L Jean (1987).
La necesidad de estudiar el papel de los
movimientos sociales en la ruptura y
transformación de lo estructural se hace más
evidente en las sociedades contemporáneas, en
las que la transnacionalización de la producción
y de la cultura impide analizarlo en el estrecho
cuadro de las sociedades nacionales. El grado de
inserción en la economía mundial y en el
contexto internacional condiciona los recursos de
las sociedades nacionales y las orientaciones
culturales de los actores. Hacer caso omiso de
esta observación, como sucede en la obra de
Touraine, lleva a presentar a las sociedades de
capitalismo tardío (o a las sociedades
programadas) como el referente analítico, al
considerar
que
el
condicionamiento
internacional es débil o inexistente y deducir
que tienen un mayor grado de acción sobre sí
mismas; olvidando que en ellas (al igual que en
las denominadas sociedades dependientes) el
sentido societal también se construye como la
afirmación de un modelo nacional frente a la
comunidad internacional.
5. La ruptura del nexo necesario y esencial
entre las clases y la acción colectiva, que
vimos en el punto dos del presente numeral
como una de las características principales de
la obra de Touraine, abre una serie de
interrogantes que no encuentran respuesta en
sus trabajos. Laciau anota con acierto, que
Touraine busca en los nuevos movimientos
sociales el sustituto del proletariado como
sujeto revolucionario privilegiado. O, en otras
palabras, que busca deducir de lo estructural la
posición privilegiada única a partir de la cual se
seguiría una continuidad uniforme de efectos que
concluirían por transformar a la sociedad en su
conjunto47. Al igual que el partido en la
ortodoxia marxista, los movimientos sociales
encarnarían la acción colectiva implícita en las
clases, y el movimiento popular la acción
transformadora por excelencia. Esta crítica de
Laciau puede ser profundizada, si tenemos en
cuenta que para Touraine los movimientos
sociales son además las conductas por medio de las cuales
las clases producen la sociedad. Por consiguiente no establece
simplemente un nexo necesario y esencial entre las clases
sociales y la acción colectiva, sino que un determinado
tipo de ésta es elevado a la esfera de lo estructural. Del
sujeto revolucionario privilegiado hemos pasado al sujeto
societal privilegiado, de los llamados por la historia a
cambiar la sociedad a los llamados por la historicidad a
crearla.
En el seno mismo de la sociología de la acción esto
genera una situación paradigmática. Nacida como una
posible solución al determinismo estruc-turalista, queda
atrapada en un tipo de acción estructural cuyo sentido está
determinado de antemano por la historicidad. Para salvar
tal contrasentido, se podría argumentar que el movimiento
social es un tipo ideal que no tiene correspondencia con
ninguna forma concreta de la acción colectiva. Sin embargo,
Touraine lo reifica de forma permanente al identificarlo con
movimientos realmente existentes o al ver en él una
potencialidad o una esencia, de otro tipo de acciones
colectivas48.
Enfrentamos aquí tres incongruencias teóricas en la
obra de Touraine que podrían ser enunciadas de la siguiente
manera:
a) Al convertir a los movimientos sociales en las
conductas de clase que producen y transforman la
sociedad, deduce lógicamente que la existencia de las
clases sociales otorga una unidad a la acción colectiva.
No obstante, la heterogeneidad y fragmentación de las
clases populares, dominantes o dirigentes, exige una
articulación entre posiciones diferentes para lograr la
unidad de acción. Articulación contingente con relación a lo
estructural que no puede ser atribuida a priori a los
movimientos sociales49.
b) La centralidad de la relación entre las clases lo lleva
a deducir lógicamente un tipo de acción colectiva que es
convertido en el sujeto privilegiado de producción y
transformación de la sociedad. No obstante, del papel que
juegan las clases sociales en la acumulación y en la
producción de modelos de conocimiento y culturales, no
se puede inferir un tipo de acción colectiva que sea
portador de esa
47 Ver LACLAU Ernesto y MOUFFE Chantal (1987), p. 191.
48 Más adelante veremos los inconvenientes que tendría el concepto movimiento social como tipo ideal, por ahora basta constatar el
empleo que de él hace Touraine como una esencia de la acción colectiva organizada que puede ser descubierta mediante la
intervención sociológica. Un espíritu benéfico que posee a la acción y que el sociólogo despierta con la vara mágica del análisis
participativo.
49 Remitimos en este punto a la primera parte del trabajo de Laciau y Mouffe que desarrolla exhaustivamente el tema dentro de la
tradición marxista de la cual es deudor Touraine. En la segunda parte, dentro de una perspectiva similar a la de la sociología de la
acción, cuestiona la centralidad de lo económico en el sistema de relaciones sociales, sin analizar la importancia de la relación social
con la naturaleza para la jerarquización de los niveles sociales.
centralidad, porque ella no depende de una secuencia lógica sino de efectos prácticos.
c) Al vincular los movimientos sociales con la
historicidad y ver en ellos los sujetos privilegiados
de producción de la sociedad, Touraine mezcla los
elementos formales del análisis con los elementos
proyectivos de la práctica. Combinación que aumenta la potencialidad ideológica de la sociología
de la acción pero le resta su capacidad analítica. En
el movimiento social como categoría analítica no
puede ser mezclado un tipo ideal lógico y un tipo
ideal práctico sin extrapolar a la acción colectiva
estudiada la intencionalidad del analista y la representación-valoración que el tenga de la sociedad50.
En los tres casos la incongruencia teórica radica
en querer ligar, esencial y necesariamente, un tipo
de acción colectiva a la producción y transformación de la sociedad; en amarrar dentro de la misma
categoría analítica los elementos formales de la
acción y los efectos que se esperan de ella. Si
obviamos, por evidente, que la intencionalidad y los
fines atribuidos por los actores y los analistas sociales
a las formas de la acción colectiva no coinciden
necesariamente con los efectos de sus prácticas
sociales, las consecuencias que se derivan de ellas
no pueden ser generalizadas a todas las prácticas
análogas, porque ambas dependen fundamentalmente del campo relacional concreto en el que se
inscriben. Los movimientos sociales, como otras
acciones colectivas de clase o interclasistas, no pueden ser definidos a priori como los sujetos privilegiados de producción y transformación de la sociedad, porque los efectos de la forma como las clases
actúan sobre lo social son contingentes y no necesarios. Porque de la centralidad que tienen las relaciones entre las clases en la construcción de lo
social, no puede deducirse lógicamente el tipo de
acción o de acciones que en el conjunto de prácticas
sociales tenga un mayor peso. Ese es un balance que
sólo puede ser hecho a posteriori en el estudio de
los sistemas concretos de relaciones sociales.
La existencia misma de las clases implica prácticas sociales cuya forma es definida por los actores y
no por las estructuras. Un conjunto de acciones son
indispensables para que las clases existan como tales,
pero la manera como los actores sociales resuelven
esa necesidad estructural no está determinada por lo
estructural. Un partido, un movimiento social, un
grupo de presión o un movimiento cultural pueden
tomar el papel protagónico en la escena social
dependiendo de la forma como se presente el sistema
concreto de relaciones sociales en un momento dado.
Esto no impide que en la práctica política los
analistas y los actores proyecten tipos ideales
prácticos en virtud de los cuales orienten su acción,
este es el caso del movimiento obrero durante el siglo
XIX y buena parte del XX, de los partidos
revolucionarios después de 1917 o de los llamados
nuevos movimientos sociales a partir de los años
sesenta. Frente a estas proyecciones la teoría social
puede indicar los medios que desde el punto de vista
lógico y práctico podrían ser más adecuados para
alcanzar los fines deseados; pero, esta formulación
hipotética que busca tener efectos concretos, no
puede ser confundida con los marcos formales que a
partir de generalizaciones empíricas y de encadenamientos lógicos sirven como tipos ideales o categorías analíticas para estudiar los fenómenos sociales.
6. Los movimientos sociales, al contrario de las
asociaciones y las organizaciones, no son unidades
homogéneas de acción y por consiguiente, no deben
ser analizados como tales. Elementos como la identidad, la definición del adversario y la totalidad (I-AT), sólo pueden ser captados si entendemos al
movimiento social como la articulación de luchas,
organizaciones y asociaciones. Concepto que le da
dinamismo al estudio de la acción colectiva organizada, al abrirle las puertas para entender su proceso de
formación y transformación, y no restringirla a los
tipos ideales tourainianos.
En este caso la articulación es la interrelación
integradora de diversas formas de acción colectiva e
individual, que construyen una identidad común
50 Utilizo la diferencia entre tipo ideal lógico y tipo ideal práctico que hace Weber [Ver: WEBER Max (1965), pp. 192-193.] es decir entre aquellos
instrumentos lógicos que permiten el análisis de los fenómenos sociales y los tipos ejemplares que marcan el deber ser [sein soll] de una determinada
acción. Desde el punto de vista analítico la teoría de los movimientos sociales en Touraine nos ofrece al mismo tiempo una serie de instrumentos
para estudiar la acción colectiva (por ejemplo, los principios de identidad, totalidad y definición del adversario) y el deber ser de las conductas de
clase para que se adecué a su visión de una sociedad que se autoproduce en el control y la orientación de la historicidad. Por esta razón presenta con
frecuencia a los movimientos sociales como una esencia o una potencialidad.
dentro de un campo social en conflicto51. Tal carac
terización coloca las relaciones de poder en el centro
del estudio sobre los movimientos sociales, pues la
interrelación integradora implica el encuentro de
fuerzas sociales que buscan construir su hegemonía
en el espacio de la articulación. Aquí no se trata de
la hegemonía política encaminada al control del
Estado y por ende de las instituciones que median
el sistema de relaciones sociales, sino de hegemo
nías parciales circunscritas al campo ocupado por el
movimiento.
De esta manera, a la dimensión cultural que
introducen Touraine y los autores comprendidos en el
paradigma de la identidad, y a la estratégica
implícita en la teoría de la movilización de los
recursos, viene a sumarse una dimensión relacional
concreta. El movimiento social es así visto como un
actor que orienta cultural y racionalmente sus prácticas, y como un escenario concreto, en el cual los
actores que lo componen construyen su identidad. La
cual conlleva una definición del movimiento como
un conjunto diferenciado de sus elementos y del
medio que lo rodea. En consecuencia, los movimientos sociales serían más una red de acciones
sociales (colectivas e individuales), que una acción
colectiva organizada como los entiende Touraine52.
II. El Movimiento Popular (pautas para el
análisis)
El recorrido por la teoría de los movimientos
sociales que acabamos de hacer, permite esbozar
algunas pautas para analizar los movimientos populares. En efecto, el estudio de las tres corrientes
presentadas en la primera parte de este ensayo,
conlleva, bajo la forma de la crítica, los puntos
teóricos de referencia para convertir el movimiento
popular en una categoría analítica y por consiguiente,
en un instrumento para la investigación de la acción
colectiva de las clases populares.
Las pautas tienen el carácter de guías para reconstruir, interpretar y explicar el fenómeno social
que comprendemos bajo la denominación de movimiento popular, sin pretender agotar el universo de
las acciones colectivas y mucho menos dar la clave
de lectura del sistema de relaciones sociales.
Si retomamos la crítica de la teoría de los movimientos sociales en el punto que la dejamos al hacer la
última reflexión sobre la sociología de la acción,
podemos observar que la noción de articulación
recoge y reconceptualiza la denominación prácticoinstrumental que asimilaba los movimientos sociales
al conjunto de luchas, asociaciones y organizaciones; es decir, de acciones colectivas e
individuales. Sin embargo, ubica este conjunto en
un nuevo contexto que hace al movimiento social
cualitativamente diferente de las acciones colectivas
que lo componen.
El movimiento popular es Un tipo particular de
movimiento social que consiste en la articulación de
las acciones colectivas e individuales de las clases
populares, dirigidas a buscar el control o la orientación de campos sociales en conflicto con las clases y
los sectores dominantes. El papel nuclear de las
clases en esta concepción del movimiento popular
define al movimiento social en función de los actores.
En consecuencia, la posición que éstos ocupan en el
sistema de relaciones sociales condiciona el tipo de
articulación y de acción que le da forma al
movimiento; o sea, limita la gama de posibilidades
estratégicas y culturales de sus prácticas sociales.
En tal sentido, los principales hitos que enmarcan al movimiento popular como categoría analítica
son: el camino que va de las clases a los actores
populares; la naturaleza del conflicto con las clases
dominantes; la interrelación que genera la articulación y el movimiento; y el significado del movimiento popular en el cojunto de prácticas sociales
que participan en la producción del sentido societal.
II.l. Clases y actores populares
1. En relación con la acción colectiva y con los
movimientos sociales, el concepto de clase no tiene
una definición unívoca; mucho menos, cuando va
acompañado del adjetivo popular. Más allá de la
tentación teórica que nos podría llevar a seguir los
pasos de la discusión contemporánea sobre las cla-
51Esta noción de articulación se distancia de la utilizada por Laciau y Mouffe, quienes asimilan la totalidad resultante de ella al discurso.
La articulación de prácticas sociales pasa por el discurso (entendido también como una práctica), pero no se reduce a él. En el caso que
aquí analizamos el efecto de la articulación sería el movimiento social.
52Al hablar de los movimientos sociales contemporáneos Melucci y Tilly utilizan concepciones similares a la aquí expresada como
característica general de los movimientos sociales. Melucci los entiende como redes de movimiento y Tilly llama la atención sobre la
necesidad de tener un modelo de interacción con múltiples actores, más que el modelo de un simple grupo. Ver: MELUCCI Alberto.
(1987), p. 142 y TILLY Charles. (1987), p. 91.
ses sociales53, pretendo precisar el nexo que existe
entre la posición que ocupan los sectores populares
en el sistema de relaciones sociales y la acción que
lleva al movimiento popular. O sea, explorar la
relación entre las clases y los actores populares.
Para tal efecto, tomaré como paradigmas las
nociones de clase que utilizan Poulantzas y Touraine. Alternativa analítica que permite tener como
contexto la reflexión que va del estructuralismo
marxista a la sociología de la acción. Poulantzas
define las clases sociales como el conjunto de agentes
sociales determinados principalmente, pero no de
forma exclusiva, por la posición objetiva que
ocupan en la esfera económica y más concretamente
en el proceso de producción. Esta posición, que en
su carácter objetivo es independiente de la voluntad
de los agentes, supone al mismo tiempo contradicción y lucha; de tal manera que las clases no pueden
ser entendidas de forma aislada, pues siempre existen
en relación con otras clases, ni con independencia
de la confrontación política e ideológica. A partir de
tal aclaración, concluye que vistas desde otra
perspectiva, las clases implican la posición de los
agentes en el conjunto de la división social del
trabajo, en el cual están comprendidas las relaciones
políticas e ideológicas54.
En la obra de Touraine, como vimos con anterioridad, las clases se estructuran tanto en la realización y gestión de la acumulación, como en el
conflicto por el control y la orientación de la historicidad. Es decir, implican al mismo tiempo una
posición frente al proceso de acumulación y una
acción con sentido implícita en el conflicto por la
dirección de la historicidad. Sin embargo, Touraine
pone el énfasis en este último aspecto, dejando el
primero como una simple constatación con muy
poco desarrollo analítico. El hecho de la acumulación definiría el perfil de las clases, que sólo adquirirían forma en el conflicto por el control y la orientación de la historicidad. Las relaciones sociales de
producción, reducidas al simple hecho de la acumulación, son despojadas de su naturaleza conflictual y
contradictoria. En consecuencia la clase superior,
dirigente y dominante es definida como aquella que
al ejercer una coacción (contrainté) sobre el conjunto
de la sociedad, gestiona y realiza el modelo
cultural; mientras la clase popular o dirigente no lo
controla ni orienta, pero participa en él intentando
darle otra orientación y resistiendo al dominio de la
clase superior55.
Tanto Poulantzas, desde el enfoque estructuralista, como Touraine, desde el accionalista, en los
antipodas teóricos que polarizan nuestro campo de
referencia, identifican la clase con un tipo particular de
actor. Para Poulantzas la posición objetiva en el
proceso de producción que caracteriza a las clases
implica la existencia de actores que luchan y entran en
conflicto o contradicción. Para Touraine el actor,
entendido como movimiento social, al entrar en
conflicto por el control y la orientación de la historicidad es el que configura la clase. En uno el actor es
subsumido en la clase y en el otro la clase es
subsumida en el actor. Esta correspondencia lleva a
reducir el análisis de las clases, sobre todo si se trata de
las clases populares, a aquellos actores que establecen
una relación conflictual. No obstante, de la posición
y de la acción que sirven para definir a una categoría
social como clase, no se puede inferir la existencia
de un actor que la represente o que tenga el privilegio
de encarnar el sentido objetivo o verdadero que ella
implica.
La clase limita el espectro de posibilidades de
sentido que tienen los actores condicionados por
ella, pero no le da un sentido único a la acción.
Afirmación que nos coloca de frente a los conceptos
de clase y de actor.
Las clases sociales en la tradición marxista remiten a
una doble centralidad societal, por un lado las
relaciones de producción constituyen el eje del
sistema de relaciones sociales y por el otro la lucha de
clases es el motor del cambio social. Doble
centralidad que permite establecer criterios objetivos
(relativos a lo estructural) tanto para determinar las
características de los grupos sociales que como tales
participan en el proceso de producción, como para
definir el tipo de acción que les puede ser
atribuido. De la existencia de las clases se deducen
como necesidades lógicas cuya ilustración empírica es
una lectura de la historia prefigurada por ellas
mismas, las acciones colectivas y los actores que en el
conflicto y la contradicción definen el sentido y
53A partir de Poulantzas, Miliband y Wright, pasando por Dahrendohrf, Bottemore y Buci-Gluksmann, para llegar a Elster y a Przeworski.
54 POULANTZAS Nicos (1974).
55 TOURAINE Alain (1973), p. 147.
el rumbo de lo social. La centralidad que tienen
las clases en la estructuración de la sociedad
sirve para construir la centralidad de sus acciones
(conflictivas y contradictorias) por el camino de
la lógica56, sin tener en cuenta el proceso social
que va de la clase al actor colectivo.
La identificación de las clases con un
determinado tipo de actor colectivo (que en el
caso del proletariado es el partido o las
organizaciones que siguen las orientaciones del
socialismo científico) refleja la intención
marxista de establecer un modelo de acción (un
deber ser) para que las clases subordinadas
puedan superar la dominación y no el producto
del análisis de las interrelaciones sociales en las
que ellas participan. En otras palabras, los
actores de clase que entran en conflicto o en
contradicción por el control y la orientación de
un determinado campo social no pueden ser
identificados con la clase, así su lucha
favorezca a todos los miembros de ésta. Son
actores de clase, pero no representan a la clase, a
menos que logren construir un consenso en torno
a su acción. La figura de la representación de los
intereses objetivos de las clases corresponde a un
proceso lógico que no tiene un equivalente social,
a menos que los intereses subjetivos (o intereses
concretos de los actores) coincidan con los
llamados intereses objetivos (o intereses
atribuidos a los actores). Es decir, que quienes
actúan en función de estos últimos logren
articular en torno a ellos la subjetividad de la
clase o más bien, los intereses de la mayoría de
sus miembros.
Poulantzas sostiene que las clases no existen
por fuera ni con anterioridad a la lucha entre ellas.
Desde la perspectiva de los actores esta
afirmación es parcialemente cierta; las clases
no están al margen de la relación de
dominación-subordinación que las crea, pero la
acción que se genera en ella no es
necesariamente conflictual. Entre dominantes y
subordinados surgen sometimientos pasivos, colaboraciones
activas, resistencias no organizadas, resitencias invisibles o
mimetizadas, o resistencias abiertas que implican el conflicto
o la contradicción. La lucha sólo hace referencia a las
acciones que pueden ser ubicadas en esta última situación.
Utilizada con rigor, la alternativa analítica que ofrece
Poulantzas, en la línea de Marx y de Lenin, reduciría la
categoría clase al grupo social que reuniera al mismo tiempo
una determinada posición en el proceso de producción y un
cierto tipo de praxis, conflictiva y contradictoria con la
clase opuesta, conforme al socialismo científico. Más que
una categoría analítica referida a condiciones estructurales,
sería un tipo normativo (el tipo ideal práctico weberiano) en
el que iría prescrita, en términos de deber ser, la acción
revolucionaria correcta; única acción de clase57.
Como vimos en la sección dedicada a la sociología de
la acción, Touraine, deudor en este punto de la tradición
marxista, ve en los movimientos sociales a ese actor que
encarna la acción colectiva implícita en las clases. No
representan como en el marxismo los intereses objetivos de
las clases, pero sí una suerte de subjetividad-objetiva (si
conservamos esa terminología) de las clases. Así, los movimientos sociales son la acción colectiva con sentido
(elemento subjetivo) que esta ligada a la historicidad
(elemento objetivo) a través del conflicto por su control y
orientación. Es el tipo normativo que constituiría el deber
ser de la acción de clase, para que esta pueda considerarse
como tal..
La diversidad de acciones que surgen de la relación de
dominación-subordinación
entre
las
clases
(del
sometimiento pasivo a la liberación, de la concertación a
la represión) y el sentido que los miembros de éstas les
imprimen, reflejan la existencia de una pluralidad de
actores de clase, colectivos e individuales, y una amplia
gama de posiciones que pueden asumir por fuera del
conflicto y la contradicción.
2. La presencia de una pluralidad de actores dentro de
las clases, definidos por la acción que realizan en la
relación de dominación-subordinación que está en el origen
de éstas, nos coloca en el
56 Este recorrido lógico es el que le permite al marxismo hablar de la clase en sí y para sí, de la clase como posición en las
relaciones de producción y de la clase como conciencia de tal posición y de los medios para superarla de acuerdo con el
mismo marxismo.
57"Las clases sociales significan para los marxistas, dentro de un único e idéntico movimiento, contradicciones y luchas de
clases: las clases sociales no existen en principio, como tales, para entrar luego en la lucha de clases, lo que haría suponer
que existirían clases sin lucha de clases. Las clases sociales cobijan las prácticas de clase, es decir, la lucha de las clases y
sólo tienen sentido en su oposición." POULANTZAS Nicos (1974), p. 11 (T.d.A.). En esta aseveración de Poulantzas es
manifiesta la reducción de las prácticas de clase a la lucha con un argumento circular: la lucha es la única práctica de clase,
porque las clases son al tiempo posición en el proceso productivo y lucha. Las otras prácticas serían alienadas, es decir noconformes con los intereses objetivos. Hay un referente normativo, el marxismo, que nos indica cual es la verdadera práctica
de clase.
campo analítico demarcado por Laciau y Mouffe
con la noción de las posiciones del sujeto. Para
ambos autores la imagen marxista de un sujeto
universal del cambio y la revolución social, repre
sentado en la clase y en consecuencia determinado
por lo económico, debe dar paso a la idea de un
sujeto social no-constituido que sólo puede ser en
tendido en sus diferentes posiciones. Las clases
serían una de ellas, sin ocupar un lugar prioritario58.
Esta concepción cuestiona la doble centralidad societal que está a la base de la teoría marxista de las
clases: no acepta que las relaciones de producción
constituyan el eje del sistema de relaciones sociales,
ni que la lucha de clases sea el motor del cambio
social. Sólo la articulación contingente de las dife
rentes posiciones del sujeto en torno a la democracia
podría conducir a la construcción de la hegemonía
política, y por consiguiente, de la hegemonía socia
lista.
Con esta tesis Laciau y Mouffe avanzan en la
crítica de la identificación que el marxismo hace del
actor colectivo con la clase, cuando deduce de la
posición de los agentes sociales en el proceso de
producción la unidad esencial de la acción revolucionaria. La heterogeneidad de las posiciones del
sujeto les sirve para demostrar que los agentes sociales realizan acciones independientes de su pertenencia a determinada clase y que no son articuladas
necesariamente por ésta. Sin embargo, eluden el
análisis de los tradicionales actores de clase (como el
movimiento obrero y el movimiento campesino) y de
los diferentes actores y acciones que surgen en el seno
de una misma clase. Al enfocar el tema desde la óptica
de las posiciones del sujeto omiten el estudio de los
actores colectivos constituidos, entre ellos los
movimientos sociales; así mismo, pierden de vista
los ejes que los mismos agentes sociales utilizan
para darle unidad a su acción. Es decir,
aceptando su terminología, la acción de los sujetos
sociales no puede ser reducida a la hegemonía política, entendida ésta como la articulación de las posiciones del sujeto desde y alrededor de la democracia59.
No obstante la anterior reflexión, la tesis de las
posiciones del sujeto contribuye a definir las tres
dimensiones de la relación entre las clases, los agentes
sociales y los actores. Los agentes están inmersos en
una pluralidad de posiciones dentro del sistema de
relaciones sociales, a partir de las cuales se genera una
pluralidad de acciones y de actores, que a su vez
encierran una pluralidad de sentidos. El concepto de
clase hace referencia a una de esas posiciones:
dentro de la relación social con la naturaleza, de la
cual se derivan los actores de clase que le imprimen
el sentido a su acción individual y colectiva. En el
caso del movimiento popular: la posición de los
agentes como clases populares determina el tipo de
actores y de movimiento, pero no el sentido de su
acción, el cual es definido en el conjunto de
interrelaciones internas y externas que le dan forma
al movimiento popular.
En este punto son pertinentes dos aclaraciones: en
primer lugar, el movimiento popular está conformado
de manera prioritaria pero no exclusiva por actores de
clase; así como éstos participan en movimientos
sociales que no son definidos por la posición de
clase, en el movimiento popular participan actores
individuales y colectivos definidos por otras
posiciones de los agentes sociales o por el sentido
que le imprimen a su acción. En segundo lugar,
aunque la posición de los agentes no determine el
sentido de las acciones, sí condiciona la gama de
posibilidades de sentido. En el ejemplo de las clases
populares, la relación de dominación-subordinación en
el que están inmersas, restringe las posibilidades
58En términos generales Laciau y Mouffe comprenden las posiciones del sujeto como la multiplicación de los antagonismos y puntos de lucha en los
que puede intervenir un agente social, y la irreductibilidad de éste a uno de los tipos de relaciones en los que está inmerso, incluida la que da origen a
las clases. Así mismo, cuestionan la centralidad a priori de una de esas posiciones. Al comentar la obra de Bernstein afirman: "Si el obrero ya no es
solamente el proletario, sino también el ciudadano, el consumidor, el participante en una pluralidad de posiciones dentro del aparato institucional y
cultural de un país; y si, de otro lado, ese cojunto de posiciones ya no es unificado por ninguna Mley del progreso N (ni tampoco, desde luego, por
las Mleyes necesariasN de la ortodoxia), entonces la relación entre las mismas pasa a ser una articulación abierta que nada nos garantiza a priori que
adoptará una u otra forma determinada. Es más, surge la posibilidad de posiciones de sujeto contradictorias y de la neutralización de una por parte de
otras." LACLAU Ernesto y MOUFFE Chantal (1987), pp. 44-45.
59La crítica de Laciau y Mouffe al marxismo tiene como objetivo central convertir la radicalización de la democracia (sin adjetivos) en el deber ser por
excelencia de la izquierda y no estudiar la acción colectiva. El peso de tal objetivo impide el análisis a fondo de la relación entre las clase y los actores
sociales, al subsumirlo en la apología de la democracia como única alternativa a la dictadura del proletariado y como la articulación privilegiada de
las diferentes posiciones del sujeto. Sin asumir la discusión sobre democracia y dictadura, que desborda los límites del presente trabajo, se puede
afirmar que en todo tipo de acción social se presenta una articulación de posiciones del sujeto y que el estudio de los movimientos sociales es una
invitación para analizar esos diferentes tipos de articulación y no aquél que creemos el mejor.
de sentido a una gama que va desde el sometimiento
pasivo hasta la resistencia activa. Si por el contrario
tomamos a las clases dominantes, éstas son inconcebibles sin actores que orienten y le den significado
a la acción dentro de la gama de posibilidades
ofrecida por el hecho de la dominación.
La tesis de Laciau y Mouffe sobre la no-determinación entre la posición de clase, la unidad esencial y necesaria del sujeto revolucionario y el sentido de sus acciones, desvirtúa sólo parcialmente la
centralidad de la lucha de clases en el cambio social
y deja intacta la centralidad de las relaciones de
producción en el sistema de relaciones sociales.
Ambos autores demuestran que la determinación
económica (desde las clases) no es constitutiva del
sujeto hegemónico60 y que lo social no puede ser
entendido como una realidad suturada61, o sea determinada en su totalidad por lo estructural sin que
tenga cabida la acción con sentido. De estas dos tesis
es imposible inferir la no-centralidad societal de la
relación en la que se forman las clases y, por ende,
la no-centralidad de la lucha en torno a la existencia
misma de ellas. La centralidad societal de la relación
de producción no es necesariamente ontológica (referida a un ser que constituiría el núcleo genético de
lo social) y la centralidad de la lucha de clases no se
reduce en el marxismo a la existencia de éstas como
actores revolucionarios, también hace referencia a
lanecesidad de orientar y darle significado (otorgarle sentido) a la acción que busca el cambio estruc-
tural en función de la transformación de las relaciones de producción.
3. Entiendo la centralidad societal de las relaciones de producción, en la medida en que constituyen
el momento económico de la relación social con la
naturaleza, que en su complejidad es el núcleo de lo
social. Es decir de una relación polifacética (que en
su totalidad encierra una pluralidad de momentos
para el conocimiento: jurídicos, políticos, económicos, simbólicos y desde luego culturales) en la cual
"el contacto del ser humano, de los individuos que
componen una determinada sociedad, con la naturaleza, es en primer lugar la percepción de sí mismo
como ser natural específico que necesita de cosas y
seres externos a su cuerpo para satisfacer sus necesidades, y en segundo lugar el hecho de que las
acciones que lo conducen a tal satisfacción tienen la
mediación de los seré humanos para relacionarse
con las cosas y la mediación de las cosas para
relacionarse con los seres humanos. Es decir, que el
ser humano trabaja y por consiguiente produce,
elabora las cosas de la naturaleza o las que se
derivan de ellas, en relación con otros seres humanos y consume cosas que siendo naturales en cuanto
materia son al mismo tiempo sociales como producto. Ese ser humano, a su vez, es el resultado de un
proceso social, histórico, individual y colectivo que
determina la percepción de las necesidades y la
forma de satisfacerlas. De esta manera la relación
con la naturaleza es social como relación de los
60"Pero el nivel económico debe reunir tres condiciones muy específicas para jugar ese papel de constitutividad respecto a los sujetos de la
práctica hegemónica. En primer término, sus leyes de movimiento deben ser estrictamente endógenas y excluir toda indeterminación
resultante de intervenciones externas (políticas, por ejemplo, ya que de lo contrario la función constituyente no podría referirse con
exclusividad a la economía). En segundo término, la unidad y homogeneidad de los agentes sociales constituidos al nivel económico debe
resultar de las propias leyes de movimiento de ese nivel (está excluida toda fragmentación y dispersión de posiciones que requieran una
instancia recompositíva externa a la propia economía). En tercer término, la posición de estos agentes en las relaciones de producción debe
dotarlos de «intereses históricos»; es decir, que la presencia de dichos agentes a otros niveles sociales - ya sea a través de mecanismos de
«representación» o de (articulación)- debe ser finalmente explicada a partir de intereses económicos. Estos últimos, por tanto, no están
limitados a una esfera social determinada, sino que son el punto de anclaje de una perspectiva globalizante acerca de la sociedad." LACLAU
Ernesto y MOUFFE Chantal (1987), pp. 89-90.
61Laciau y Mouffe recurren a categorías elaboradas en el análisis del lenguaje para estudiar lo social. Sin duda lo discursivo hace parte de las
prácticas sociales, pero estás no pueden ser reducidas a aquél. La afirmación de que lo social es una forma discursiva y que ninguna forma
discursiva es una totalidad suturada (cerrada alrededor de su estructura), los lleva a rechazar la existencia de una centralidad societal; sin
embargo, a diferencia de lo que sucede en el análisis del discurso que utilizan ambos autores, la sociedad no se forma a partir de un sujeto y
de sus diferentes posiciones, sino a partir de relaciones sociales entre actores. Como veremos más adelante lo central no es un ser del que
emana lo social, sino una relación que media, limita y en consecuencia condiciona el conjunto de la sociedad, la cual es al mismo tiempo un
sistema constituido y en constitución. Además, al encerrar a la sociedad dentro del marco estrecho de las formas discursivas, la convierten en
un orden lógico estático que excluye la dinámica contradictoria y conflictiva de la relación entre los actores. En ese panlogismo lingüístico el
antagonismo queda por fuera de la sociedad: "Pero si, como hemos visto, lo social sólo existe como esfuerzo parcial por instituir la sociedad
-esto es, un sistema objetivo y cerrado de diferencias- el antagonismo, como testigo de la imposibilidad de una sutura última, es la
«experiencia» del límite de lo social. Estrictamente hablando, los antagonismos no son interiores sino exteriores a la sociedad; o mejor
dicho, ellos establecen los límites de la sociedad, la imposibilidad de esta última de constituirse plenamente." p. 146.
individuos con sus propias necesidades, con
las cosas y con los otros individuos"62.
La relación social con la naturaleza no es la
causa genética del sistema de relaciones sociales.
La sociedad no nace de ella como de una semilla
ni es el producto de la voluntad de un sujeto
trascendente
que ella
encarnaría;
por
consiguiente, no es su antecedente ni conforma
una exterioridad fundadora. Es, por el contrario,
parte de ese sistema; pero parte dominante que
lo transforma, transforma las otras partes y
forma nuevas relaciones sociales. Su centralidad radica en que media el conjunto del
sistema ai ser condición necesaria de lo social: la
existencia natural del ser humano hace que toda
sociedad se articule en torno a las necesidades
materiales y simbólicas de los individuos que la
componen y a la forma como ellos se relacionan
con la naturaleza exterior para satisfacerlas.
Esto la convierte en el límite de una
determinada sociedad, que al ser sobrepasado
transforma la naturaleza del sistema de
relaciones sociales que la constituye y en
consecuencia, en el espacio fundamental del
cambio de las estructuras sociales.
62
En un sistema de relaciones sociales se dá la
coexistencia de diversas relaciones sociales con
la naturaleza, articuladas en torno a una dominante
por tener la condición de ser la más generalizada
y alrededor de la cual se organiza la vida en
sociedad. Dicha coexistencia corresponde en
parte al aspecto concreto de la realidad que el
estructuralismo marxista quiso explicar como
una combinación de modelos analíticos: los
modos de producción, y puede ser estudiada en
sus rasgos comunes, terreno en el que nos
movemos en este ensayo, o dentro de un
sistema de relaciones ubicable en el tiempo y en
el espacio: las formaciones sociales del
estructuralismo marxista.
Vistas desde esta perspectiva las clases están
determinadas por la posición de los agentes sociales en
la relación social con la naturaleza; es decir, en el
proceso de producción, en la relación de dominaciónsubordinación que la conforma63 y en el conjunto de
orientaciones culturales que se generan en u interior.
En términos de los agentes y dentro del capitalismo,
la relación social con la naturaleza que domina en él
no es simplemente bipolar (entre el trabajador
asalariado y el capital) sino que comprende tanto a
aquellos que participan en el control,
MUÑERA RUIZ Leopoldo (1991), pp. 58-59. En la presente cita el genérico hombre utilizado en el original y que tiene un claro carácter
discriminatorio es remplazado por el genérico ser humano. En nota de pie de página de tal artículo se explica que "el concepto marxiano de
relación social con la naturaleza, referido específicamente a la relación de producción, tiene una larga tradición en el marxismo. Así, por ejemplo,
para Lukacs la naturaleza es una categoría social, esto es: siempre está socialmente condicionado lo que en un determinado estadio del desarrollo
social vale como naturaleza, así como la relación de esa naturlaeza con el hombre y la forma en la cual éste se enfrenta con ella, o, en resolución, la
significación de la naturaleza en cuanto a su forma y su contenido, su alcance y su objetividad.' LUKACS Georg
(1969), p. 101. Para el Cerroni marxista: 'Del mismo modo en que la relación ideal del conocer -su comunicación y exactitud- se da en función del
objeto, así también la relación del hombre con el hombre se presenta como relación con la naturaleza. En consecuencia, así como la relación de la
idea con el objeto es una relación con otra idea y un trámite de conocimiento, así también la relación del hombre con . la naturaleza se dá como
relación con el hombre (relación social). Se evitan así dos riesgos igualmente graves y no superados en el pasado: . a) que la relación del hombre
con el hombre, es decir, la relación social, o sociedad, al destacarse de la referencia a la naturaleza (de la ' objetividad material) se volatilice como
relación meramente ideal, como "sociedad de ideas" (Marx) dialectizable, de modo que se haga imposible la generalización-genérica (arbitraria)
sobre la sociedad (hipóstasis que el apriorismo lógico construye prescindiendo del objeto y de su positividad); b) que se explique la relación del
hombre con la naturaleza fuera de la relación social como mera "relación fantástica" con la naturaleza (Marx), lo que entrañaría la repetición de la
reabsorción acrítica de la realidad trascendida como contenido de la abstracción a priori.' CERRONI Umberto (1975), p. 19.0 para SCHMIDT:
Tanto es cierto que toda naturaleza está mediada socialmente, como también lo es, inversamente, que la sociedad esta mediada naturalmente como
parte constitutiva de la realidad total. Este último aspecto de la vinculación caracteriza la especulación latente en Marx sobre la naturaleza. Las
diversas formaciones socio-econíomicas que se suceden históricamente son otros tantos modos de automediación de la naturaleza. Desdoblada en
hombre y material a trabajar, la naturaleza está siempre en sí misma pese a este desdoblamiento. En el hombre la naturaleza llega a la
autoconciencia y en virtud de la actividad teórico-práctica de éste se reúne consigo mismo. Si bien la actividad humana, aplicada a una cosa que es
extraña y exterior a ella, parece ser también en principio frente a ésta algo extraño y exterior, se manifiesta sin embargo como "condicionamiento
natural de la existencia humana", que es a su vez una parte de la naturaleza y también como automovimiento de ésta.' SCHMIDT Alfred (1976), p.
87".
63 "La propiedad privada de los medios sociales de satisfacción de las necesidades y de los medios sociales de producción implica el ejercicio de una
fuerza social frente a los otros individuos y al conjunto de la sociedad. El hecho de disponer de los bienes objeto de la apropiación y de tener acceso a
otros bienes, incluido el saber, y a la posibilidad de acumular capital, en virtud del valor de cambio de las mercancías, permite constreñir a los
individuos que a causa del sistema de relaciones sociales han quedados excluidos de la apropiación a entrar en la relación social con la naturaleza
impuesta a partir de la propiedad privada. Este poder, fuerza social en ejercicio, del capitalista sobre el trabajador asalariado y sobre el resto de la
colectividad no sólo es coacción, aspecto negativo, sino formación y transformación de un tipo de organización y ordenamiento del sistema de
relaciones sociales en función de la relación social con la naturaleza, aspecto positivo.
orientación y administración del capital, como a
los trabajadores no asalariados, a los
desempleados y a agentes que están inmersos en
otros tipos de relación social con la naturaleza,
por ejemplo, los aparceros. En ella, el poder
desborda el plano de la interacción
(intersubjetivo o interindividual) para colocarse
en el colectivo, es una fuerza social que el
capitalista y los administradores del capital
ejercen sobre el conjunto de los agentes
sociales. Por consiguiente, la posición de clase
está determinada de forma prioritaria por la
relación de poder y no por el hecho de la
propiedad privada de los medios de producción
social.
La noción de pueblo que es utilizada en el
presente trabajo tiene una raigambre anarquista
y comprende al conjunto de agentes sociales
sometidos a una dominación económica, política,
de género o cultural (en la cual está implícita la
racial y étnica) que no está limitada, aunque la
incluye, a la relación de poder entre las clases.
Por consiguiente los campos sociales en conflicto
son ampliados a los ámbitos de la vida social
donde el poder forma grupos que fundamentan
sus privilegios en la subordinación de individuos
o de colectividades64. De esta manera el
anarquismo además de reconocer la
especificidad de cada lucha social y la
imposibilidad de reducirla al conflicto entre dos
clases principales, propugna por la revolución
simultánea del conjunto de la sociedad65. Hace
confluir en el mismo proyecto la lucha contra los
macropoderes excluyentes, como el Estado y el
aparato productivo capitalista, y contra los
micropoderes que invaden y someten la vida
cotidiana66.
De las clases subordinadas al pueblo hay la
distancia que existe entre los conceptos de
dominación y explotación; mientras aquél
expresa la relación entre el que ordena y el que
obedece, éste se limita a la apropiación por parte
de una clase social de la plusvalía producida por
otra. La explotación en su carácter específico
expresa la centralidad so-cietal de la relación de
producción, pero es incapaz de explicar los
aspectos políticos y culturales del poder
capitalista que son comprendidos por el concepto
más amplio de dominación. La fusión entre las
dos categorías permite ubicar la especificidad de
la explotación en el contexto general de la
dominación sin perder la centralidad que tiene la
primera. Ese es el sentido del estudio de la
dominación-subordinación en la relación social
con la naturaleza67
(...) En función de esa relación social de poder se da una forma de organización y ordenamiento que distribuye a los diferentes actores en el espacio social
delimitado por el ejercicio de la fuerza. La asimetría de la relación, determinada por la diferencia entre actores que con una fuerza social se enfrentan a otros
que sólo pueden oponerle una fuerza individual y por el carácter mismo de esa fuerza social: que atañe a la producción y reproducción de la vida biológica y
de la vida en sociedad, hace que la organización sea vertical. Es decir, con una jerarquización real, no personal, debida a la propiedad privada de los medios
sociales de producción y de satisfacción de las necesidades. Así mismo, el carácter privado excluye la participación de los actores sociales que no están
ligados a la posesión y administración del capital, en lo centros de decisión desde los cuales se ejerce la fuerza que el poder encierra. Exclusión que hace
girar a la sociedad y a la naturaleza alrededor de las necesidades impuestas por la acumulación y reproducción del capital. La integración de los actores
diferentes al capitalista a esta forma de organización y ordenamiento es hecha dentro de la paradójica soberanía sometida por el doble camino de la coacción
(y por ende la violencia) y de la internalización que lleva a dar el consentimiento." MUÑERA RUIZ Leopoldo (1991), pp. 62-64.
64Jesús Martín-Barbero presenta esta noción de la siguiente manera: "La concepción anrquista de lo poular podría situarse topográficamente v'a medio
camino' entre la afirmación romántica y la negación marxista. Porque de un lado, para el movimiento libertario el pueblo se define por su enfrentamiento
estructural y su lucha contra la burguesía, pero, de otro, los anarquistas se niegan a identificarlo con el proletariado en el sentido restringido que el término
tiene en le marxismo. Y ello porque la relación constitutiva del sujeto social del enfrentamiento y la lucha es para los libertarios no una determinada relación
con los medios de producción, sino la relación con la opresión en todas sus formas.
65Ahí está el meollo de la propuesta bakuniana: entender el proletariado no como un sector o una parte de la sociedad victimizada por el Estado, sino como la
masa de los desheredados." MARTÍN-BARBERO Jesús (1987), p. 22.
66"La tiranía social, a menudo abrumadora y funesta, no asume el violento carácter imperativo del despotismo legalizado y formalizado que caracteriza la
autoridad del Estado. No está impuesta en forma de leyes a las que todo individuo, so pena de castigo judicial, se ve obligado a someterse. La acción de la
tiranía social es más suave, más insidiosa, más imperceptible, pero no menos poderosa y persuasiva que la autoridad del Estado. Domina a los hombres con
las costumbres, los hábitos de la vida cotidiana, todo lo cual se combina para formar lo que se denomina opinión pública.
Abruma al individuo desde el nacimiento. Penetra en cada faceta de la vida de modo que cada individuo, a menudo sin saberlo, está en una especie de
conspiración contra sí mismo. Se desprende de ello que, para rebelarse contra esta influencia que la sociedad ejerce naturalmente sobre él, él debe revelarse,
al menos hasta cierto punto, contra sí mismo. Porque junto con todas sus tendencias naturales y sus aspiraciones materiales, intelectuales y morales, él
mismo no es otra cosa que el producto de la sociedad y precisamente allí es donde se erije el inmenso poder que la sociedad tiene sobre el individuo."
DOLGOFF Sam (Edición a cargo de) (1977), pp. 282 y 283.
66 El tema del anarquismo ha sido retomado para el análisis de los movimientos sociales contemporáneos que desde su acción cuestionan los límites del
concepto de clase en el marxismo. Ver: FALS BORDA Orlando (1986) y MUÑERA RUIZ Leopoldo (1992).
67 La relación entre dominación y explotación en: ERRADONEA Alfredo (1990).
Cuando se habla de clases populares también se
hace una simbiosis entre un término genérico, el
pueblo, y,uno específico, las clases subordinadas. A
diferencia de lo que sucede con la dominación y la
explotación, aquí el concepto de pueblo es subsumido en el de clase. De esta manera se conserva la
centralidad societal de la relación en la que se constituyen las clases y se hace referencia a todos aquellos sectores sociales que además de estar sometidos
a la explotación, están sometidos a otro tipo de
dominación. Es decir, que reúnen en sí mismos la
condición de clase subordinada y de pueblo, así el
elemento que los identifique como grupo estable no
sea la posición en la relación social con la naturaleza. Los grupos sociales cuya identidad viene dada
por la pertenencia de sus miembros a las clases
subordinadas son clases populares, en la medida en
que la explotación va acompañada de una dominación política y cultural. No sucede lo mismo con
otros grupos sociales que, sin ser necesariamente
clases subordinadas, son pueblo; es el caso de las
mujeres, las minorías étnicas y culturales, y los
estudiantes. Tales grupos adquieren identidad por la
posición de los agentes sociales que los constituyen
en una relación social diferente a la que se establece
con la naturaleza y son clases populares si la pertenencia a las clase subordinadas es un elemento
común a la mayoría de sus miembros.
El movimiento popular, término genérico que
designa al conjunto de los movimientos populares,
es la articulación de los actores individuales y colectivos que surgen de agentes sociales que son al
mismo tiempo clase y pueblo. Así el elemento que
los identifique no sea su posición como clases subordinadas.
II.2. Las interrelaciones
La noción de articulación como elemento constituyente del movimiento popular resalta la importancia de la interrelación, integradora o conflictiva,
entre las diferentes formas de acción que lo conforman. Por ende, exige el estudio de las relaciones de
poder que están en su base.
La relación conflictiva entre las clases populares y las clases y los sectores dominantes, se da en
campos sociales delimitados por los actores y no
necesariamente en el escenario de lo estructural. El
conflicto puede presentarse tanto a nivel de modelos
societales como de relaciones concretas que sólo
atañen a los actores que antagonizan; por consiguiente, los movimientos populares pueden definir
al adversario tanto en términos de actor como en
términos de clase. Lo cual abre la posibilidad de
alianzas con actores de las clases dominantes que no
estén directamente vinculados al campo del conflicto
o que compartan con el movimiento popular el
elemento que lo identifica como pueblo. En este
sentido, el conflicto con las clases y los sectores
dominantes es dinámico, contingente y parcial, salvo en aquellos momentos en que el movimiento
popular se suma a un proyecto revolucionario.
La pretensión de totalidad, como expresión de
la ampliación del conflicto al conjunto de la sociedad, corresponde más al deseo de identificar el
movimiento popular con el conjunto de las clases
populares que a la naturaleza de la articulación de
los actores que lo conforman. Sin embargo, el conflicto por la orientación y control de los diferentes
campos sociales en el que participa es atravesado y
mediado por un conflicto por el control y la orientación del Estado. En tal medida, el movimiento
popular está insertado en un conflicto que independientemente de sus objetivos lo supera y repercute en él. No existe ningún movimiento popular
incontaminado de política institucional, todos participan al mismo tiempo en el juego político del
Estado y en el de la sociedad civil.
Las relaciones al interior del movimiento popular
no escapan a la reproducción de las orientaciones
culturales, los valores, las prácticas y las jerarquizaciones de los modelos de sentido societal dominante.
De donde se colige que simultáneamente son un
espacio de articulación de acciones colectivas portadoras de orientaciones culturales que entran en
conflicto con las de las clases dominantes y un
espacio de reproducción de las orientaciones que
imperan dentro de los límites impuestos por éstas.
Aunque no se definan mutuamente como adversarios, los actores que conforman un movimiento popular entran en conflicto entre sí en el proceso de
construcción de la identidad colectiva. La heterogeneidad de los actores de las clases populares y de los
intereses que representan hace que detrás de la
relación con las clases dominantes exista una dinámica conflictiva interna que puede llevar a la fragmentación del movimiento popular y constituir el
centro de sus interrelaciones.
El movimiento popular, al no representar la
acción de las clases populares ni tener el privilegio de
ser la práctica social ligada a la producción del
sentido societal, debe ser ubicado en el contexto de
otras acciones de las clases populares (pienso en los
partidos, en los movimiento armados, en las acciones colectivas no-conflictuales y en las acciones
individuales) y de acciones y movimientos que no
son definidos por la pertenencia a las clases subordinadas. Así se abre otro campo de conflicto o de
integración que se da dentro de las clases populares
y en el que está inmerso el movimiento popular.
En resumen, alrededor del campo social en conflicto con las clases y los sectores dominantes en el
que se forma el movimiento popular, existen dos
campos conflictivos potenciales que reflejan su dinámica: entre los actores que lo conforman y con
otros actores de las clases populares. Es decir los
tres niveles en que se da la articulación del movimiento popular son el de la relación entre las clases
dominantes y las clases populares, el de la relación
entre actores de una misma clase y el de la relación
entre actores de un mismo movimiento.
La vida del movimiento popular está en la dinámica que se genera en ese entramado de interrelaciones. Por consiguiente su estudio no se puede
limitar ni a una supuesta marginalidad, ni a una
acción estratégica que moviliza recursos, ni a las
orientaciones culturales que enfrentan a las clases
subordinadas con las clases dominantes. Debe ser el
análisis de actores que definen su articulación en un
universo complejo en el cual lo irracional, la acción
estratégica y la acción con sentido definen, dentro
de los condicionamientos impuestos por lo estructural, la naturaleza del conflicto que un conjunto de
actores de las clases populares entablan con un
conjunto de actores de las clases dominantes. Excepcionalmente dicho conflicto hace referencia a la
totalidad societal. O
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COMUNICACIÓN Y POLÍTICA EN AMERICA LATINA
Guillermo Sunkel, Carlos Catalán
Investigadores, FLACSO-CHILE
Introducción
La década de los 80 es, indudablemente,
un momento de gran expansión del campo
de las comunicaciones en América Latina.
En esos años se produce un acelerado proceso
de modernización por medio del cual el
campo de las comunicaciones se autonomiza
y se complejiza enormemente. Se producen
también significativas transformaciones de
los sistemas de comunicación existentes
hasta ese entonces. Entre ellas se puede
mencionar la "masi-ficación" de los medios
más tradicionales. Es así que la prensa se
transforma en objeto de consumo masivo
como resultado de los procesos de alfabetización y la radio concluye su proceso de
popularización. Al mismo tiempo, se
produce un cierto desplazamiento de estos
medios por la televisión, la que viene a
instalarse en el centro de los procesos
políticos y culturales de la región. Se
producen también un conjunto de
innovaciones técnicas -la televisión a color, la
televisión por cable, las antenas parabólicas, la
transmisión vía satélite- que vienen a alterar
las características más tradicionales de la
oferta y la recepción. Se masifica el parque
de receptores de aparatos de televisión y se
integran las redes de transmisión para cubrir
completamente los territorios nacionales. Por
otra parte, se produce un proceso significativo
de informatización de los sistemas
productivos de información y se consolida el
desarrollo de una verdadera "clase" de
profesionales de la comunicación. Uno de los
resultados
de
este
conjunto
de
transformaciones es el surgimiento de una
cultura audiovisual, que viene a coexistir con y quizás, en ciertos casos, a desplazar- la
cultura del texto y la más tradicional cultura
de la oralidad.
Frente a este conjunto de cambios que se producen
en la década del 80, pero que se vienen gestando a
partir de la década del 50, cabe preguntar: ¿Cómo ha
sido pensado el tema de las comunicaciones
enAmérica Latina en años recientes? ¿Cómo han
sido concebidas las aceleradas y significativas
transformaciones del campo? ¿Cuáles han sido las
principales tendencias de análisis? ¿Cómo han
respondido las teorías y metodologías de
investigación al proceso de transformación radical
de los sistemas comunicativos.
Para caracterizar las tendencias actuales en el
análisis de la comunicación es necesario situarlas en
el contexto de su desarrollo. Con este fin destinamos
una primera sección de este trabajo a describir los
principales paradigmas que han estado presentes en
los estudios de la comunicación en América Latina.
En una segunda sección examinamos las principales
tendencias que se desarrollaron en la década del 80,
en un contexto que se podría definir como de "crisis
de paradigmas"
1. Los paradigmas en perspectiva
Interesa trazar un breve panorama histórico de
los estudios de la comunicación en América Latina
a partir de las grandes ideas que presidieron su
desarrollo. Para comenzar, quisiéramos plantear dos
hipótesis respecto a este itinerario conceptual. La
primera es que, desde sus inicios hacia fines de los
años 70, los estudios de la comunicación en América
Latina han tenido un alto grado de politización e
ideologización. La politización de estos estudios que, como veremos, sólo viene a modificarse en la
década del 80 en un contexto de "crisis" de los
paradigmas globales- deviene de su relación particular con los procesos políticos del continente en las
últimas décadas. Específicamente, esta politización
resulta de la estrecha vinculación de estos estudios
con los procesos de transformación social, los modelos de desarrollo y las propuestas políticas de
cambio estructural. Por otra parte, la politización de
estos estudios también deviene de una concepción
particular del rol del intelectual imperante en Amé-
rica Latina -especialmente en las decadas del 60 y
70, - que enfatizaba el compromiso con los procesos
de cambio social y la necesidad de poner el conocimiento intelectual al servicio de estos cambios.
La segunda hipótesis que aquí se sostiene es que
el inicio de los estudios de la comunicación en
América Latina estuvo marcado por la existencia de
modelos teóricos extranjeros. Los procesos de comunicación en América Latina fueron pensados,
especialmente en las décadas del 60 y a comienzos
de los años 70, con categorías e instrumentos conceptuales provenientes de otras realidades. Como
veremos, esta "dependencia" conceptual sólo viene a
alterarse a mediados de los años 70, cuando se
intenta construir un nuevo paradigma déla comunicación a partir de la propia realidad latinoamericana.
En lo que se refiere al itinerario conceptual de
los estudios de la comunicación en América Latina
podemos distinguir tres "momentos" diferentes en
los que un determinado paradigma teórico tiende a
prevalecer. Existe un cuarto "momento", la década
del 80, que no puede ser caracterizado a partir de un
determinado paradigma teórico.
Los estudios de la comunicaicón en América Latina
se iniciaron a comienzos de la década del 60 bajo la
influencia de ciertas teorías norteamericanas sobre la
comunicación. En este primer momento, que
podríamos llamar funcionalista, predominan dos
tipos de enfoques en la literatura latinoamericana: la
orientación hacia efectos y el modelo de difusión
de innovaciones tecnológicas. La orientación hacia
efectos fue un elemento importante de lo que se ha
venido a denominar la Communication Research,
desarrollada en Estados Unidos en el período de
post-guerra por investigadores tales como H.
Laswell, R. Merton, Lazarsfeld y otros. Esta
perspectiva centra el análisis del proceso de comunicación en los efectos que los medios tienen sobre
los receptores. En una breve caracterización, se
podría sugerir que esta perspectiva descansa sobre
tres supuestos básicos. En primer lugar, como lo ha
señalado L. Ramiro Beltrán, el modelo: "implica una
concepción vertical, unidireccional y no procesal
de la naturaleza de la comunicación. Definitiva-
mente, omite el contexto social. Al hacer de los efectos
sobre el receptor la cuestión capital, concentra en él la
atención de la investigación y favorece al comunicador
como un poseedor incuestio-nado del poder de
persuasión unilateral". '
Esta concepción "vertical y unidireccional" del
proceso de comunicación descansa en un segundo
supuesto. Este es que el público de los medios está
compuesto por individuos aislados e indefensos que
constituyen una "masa amorfa". Esta noción de público como una colección de individuos aislados
que constituyen una "masa amorfa"- fue claramente
tomada de la teoría de la "sociedad de masas" y de
la "cultura de masas" que en esa época comenzaba
a tomar forma en los Estados Unidos. El tercer
supuesto es "que los medios masivos de comunica
ción eran prácticamente omnipotentes, teniendo la
capacidad de manejar a voluntad el comportamiento
de la gente"2. De esta manera, la orientación hacia
los efectos atribuye a los medios un significativo
poder de persuasión sobre la "masa". Se pensaba que
los medios masivos tenían efectos directos sobre la
conducta de la gente y que, en definitiva, ésta podía
ser "manipulada" directamente a través de los me
dios.
El análisis de la comunicación en términos de
efectos pronto se plantea el problema práctico de cómo
producir determinados efectos en el público. Por esta vía
el "análisis de los efectos" pasa a ser parte de una
ciencia de persuasión al servicio del ajuste social": una
ciencia con un claro sesgo en favor del status quo, cuyo
propósito básico era producir conformidad3. La
aplicación de esta "ciencia" en América Latina algunos
años después también se pone al servicio de una
determinada concepción política. Pero esta vez en el
contexto de lo que se vino a denominar el "subdesarrollo"4.
En este nuevo contexto la perspectiva del Communication Research se combina con otro enfoque que
también tuvo una fuerte influencia en los estudios
iniciales de la comunicación en América Latina. Este es
el modelo de difusión de innovaciones, el que contenía
una serie de supuestos sobre el sub-desarrollo, el
desarrollo
y
la
relación
entre
co-
1Ver: Beltrán, LR, 1982, p.1O7.
2 Ibid.
3 Esta tesis se desarrolla en el artículo de L.R. Beltrán op.cit.
4 Para una revisión de la literatura de la época ver el artículo de Merino Utretas, 1974.
municación y modernización. En este modelo "subdesarrollo" significaba básicamente "atraso" o "ca
rencia". Entonces, si "el tema era atraso, la falta de
información para pasar a la era de lo que se trataba
era de buscar soluciones a través de la educación.
Una educación para el desarrollo y, ¿qué es educar
para el desarrollo? Es, ante todo, alfabetizar; en
segundo lugar, enseñar a usar la tierra, a cultivar, en
el caso de América Latina en que la inmensa mayo
ría de la población era campesina. Y ante el tercer
problema que se constata, el de la explosión demo
gráfica, enseñar a planificar la familia, enseñar a
regular el nacimiento de los seres humanos para que
éstos puedan ser útiles al nuevo modelo de desarro
llo que se les estaba planteando"5:
Esta perspectiva de la educación como solución
al problema del sub-desarrollo otorga a los medios
de comunicación masiva un papel político fundamental: comunicar para el desarrollo 6. Los medios
masivos debían ser usados para transmitir ciertos
conocimientos que eran considerados necesarios
para conseguir el desarrollo. Se podían buscar las
formas adecuadas para que estos conocimientos
tuvieran los "efectos" deseados pero los contenidos
ya estaban definidos por un modelo que no era
objeto de discusión. Se produce así una complementariedad entre la visión de los medios importada del
Communication Research y la visión del proceso de
desarrollo contenida en el modelo de difusión de
innovaciones.
Es importante destacar que en este primer momento se da una estrecha relación entre teoría y
práctica. Esto porque en el paradigma funcionalista
los medios pasan a ser meros instrumentos para
conseguir un objetivo preciso, la "realización" del
modelo de desarrollo de acuerdo a las pautas capitalistas tradicionales.
El segundo momento en el desarrollo de los
estudios de la comunicación en América Latina, que
se podría denominar el momento de la corriente
crítica, aparece en la segunda mitad de los años 60.
Este momento se inicia con la "instalación" relativamente autónoma del enfoque semiológico en Brasil y Argentina. Sin embargo, el "momento" se
desarrolla y tiene su auge con la hegemonía conseguida por el paradigma crítico en el que el estructuralismo marxista y ciertas versiones de la teoría de
la dependencia son aplicadas al campo de la comunicación. En este período el enfoque semiológico
pierde su autonomía y se pone al servicio de la
crítica ideológica.
La semiología constituye una primera respuesta
a los estudios funcionalistas. Frente a un paradigma
en el cual los medios se constituían en meros instrumentos para la transmisión de contenidos previamente elaborados, la semiología se plantea el problema de la materialidad de los mensajes.
Específicamente, lo que el estudio "estructural de
los mensajes" plantea, es el tema del funcionamiento de los lenguajes masivos en la producción social
de la significación. Pero a través de este tema, lo que
el análisis semiológico comienza a hacer visible es
el problema de la ideología de la cual son portadores
esos mensajes.
El enfoque semiológico llega a Latinoamérica
directamente de Europa (especialmente, desde
Francia) y encuentra sus expresiones más desarrolladas en la crítica literaria brasileña7 y en el análisis
de los lenguajes masivos que se realizan en Argentina, donde incluso se funda una "Asociación Argentina de Semiótica" que publica la revista Lenguajes 8. Cabe destacar que el enfoque semiológico
posiblemente encuentra su mayor elaboración y desarrollo en los trabajos de Eliseo Verón.
Sin embargo, como se ha señalado, el enfoque
semiológico pronto pierde su autonomía y se pone
al servicio de la corriente crítica que se desarrolla
en Chile a fines de los años 60, desde donde ejerce
influencia hacia el resto de América Latina. El principal exponente de esta corriente es Armand Mattelart, quien en esos años dirige el Centro de Estudios
de la Realidad Nacional (Ceren). En la configuración del paradigma crítico convergen dos tipos de
orientaciones. Por una parte, el estructuralismo marxista que en esos años se desarrollaba en Europa
bajo el nombre de Althusser. Por otra parte, una
cierta versión de la teoría de la dependencia. A estas
5 Schmucler, 1989, p.51. Quisiéramos destacar que aún cuando divergimos con algunas de la proposiciones formuladas por Schmucler, su trabajo
nos ha sido de gran utilidad en las presente sección.
7Para una discusión de la difusión del estructuralismo y la semiología en Brasil ver el trabajo de Haroldo de Campos, 1976.
8Para el caso argentino y chileno ver el trabajo de Verón, 1975.
dos orientaciones se viene a sumar como método el enfoque
semiológico.
La corriente crítica realiza una reflexión marxis-ta de la
comunicación en América Latina que echa mano a la
"teoría de la ideología" formulada por Althusser.
Simplificando, se podría sugerir que el supuesto básico de
esta reflexión es que los medios de comunicación masiva
constituyen "aparatos ideológicos" que representan los
intereses de las clases dominantes. Aparatos de
dominación cuyo papel principal consiste en transformar
los intereses específicos de las clases dominantes (la
oligarquía, la burguesía) en intereses generales de toda la
sociedad. En definitiva, los medios son concebidos como
aparatos que sirven para legitimar la estructura de
dominación existente en las sociedades latinoamericanas.
En los estudios de la corriente crítica la teoría
althusseriana de la ideología sirve para darle una
apariencia de cientiñcidad al estudio de la comunicación.
Sin embargo, lo que efectivamente se hace es denunciar un
determinado sistema de comunicaciones. En esta denuncia
cumple un papel destacado una cierta versión de la "teoría
de la dependencia" que está presente en los trabajos de
André Gunder Grank, Theotonio dos Santos y Ruy Mauro
Marini. En realidad, esta versión de la "teoría" no es más que
una mera "aplicación" de la teoría del imperialismo, ya
elaborada dentro del marxismo, a la situación
latinoamericana. Aplicación por medio de la cual se busca
denunciar el sistema de expansión y de acumulación de
capital que se desarrolla a escala mundial.
El enfoque semiológico viene a ponerse al servicio de
esta denuncia ideológica que recurre a la combinación
entre teoría althusseirana de la ideología y versión marxista
de la dependencia. De hecho, este enfoque pasa a operar
como un método específico de análisis de mensajes y, por
esa vía, como un método de crítica ideológica. Crítica que
se amplía a los diversos géneros de la comunicación
masiva: desde las historietas9 a las revistas del corazón 10 y
a las noticias l' .
Finalmente cabe destacar que, al igual que en el
"momento funcionalista", en este segundo momento
de desarrollo de los estudios de la comunicación
también se da una estrecha vinculación entre teoría y
práctica. Más aún, ellas pasan a ser estrictamente
funcionales a un determinado proyecto político. Llegamos así al tercer momento, el momento de las
políticas nacionales de comunicación. Este es un
momento que comienza a desarrollarse a mediados de
los años 70 en el contexto de las dictaduras militares de
América del Sur y se vincula fundamentalmente con la
propuesta para un nuevo orden internacional de la
información. Este tercer momento se diferencia de los
anteriores a lo menos en dos sentidos.
Fundamentalmente, cabe destacar que en este tercer
momento se realizan los primeros estudios de la
comunicación en América Latina que no son una
simple "aplicación" de modelos conceptuales
elaborados previamente en otras realidades. En efecto,
en este tercer momento se realiza el primer intento de
construir un paradigma de la comunicación a partir de
la propia realidad latinoamericana (y, más en general,
de las realidades de los países del Tercer Mundo). Por
otra parte, este Tercer Momento se diferencia de los
anteriores porque en el intento de construcción de este
paradigma participan, además de cientistas sociales,
actores de la política y del mundo de las
comunicaciones. Esto hace que, en este tercer
momento, el tema de las comunicaciones se
transforme más que nunca en tema de debate político.
El nuevo paradigma de la comunicación surge de
un cierto diagnóstico del sistema informativo a nivel
internacional y de las premisas sobre las que se
sustenta. Se trata, en realidad, de un cuestiona-miento
que busca mostrar que el orden informativo
internacional se basa en el desequilibrio informativo
entre las naciones y en la dependencia cultural. A
nivel de las premisas, el cuestionamiento se dirige
fundamentalmente a las nociones de "libertad de
información" y de "libre flujo de información". La
crítica señala que el concepto de "libertad de información" se ha transformado en un "sinónimo de la
libertad de que deben gozar los propietarios de los
medios de comunicación para informar en la forma que
lo estimen más conveniente"12. En relación al concepto
de "libre flujo de información" la crítica indica que a
través de aplicación práctica se busca
9 Como ejemplo, ver el conocido libro de A. Mattelart y A. Dorfman Para Leer el Pato Donald.
10 ver: M.Mattelart (1970) y M. Piccini (1970).
11 Ver: A. Mattelart, 1970.
12 J. Somavía en el "Prólogo" a La información en el Nuevo Orden Internacional, editado por F. Reyes Matta.
defender "estructuras oligopólicas" y un "etnocentrismo unidireccional" 13. Las agencias internacionales de noticias son vistas como el ejemplo más
claro de este "etnocentrismo unidireccional" y, además, como un primer "ejemplo" del fenómeno de la
transnacionalización de las comunicaciones14 .
Del cuestionamiento del sistema internacional
de la información -el que claramente hereda parte
de la retórica que caracterizó a la corriente crítica va a surgir la propuesta para un nuevo orden informativo así como la noción de políticas nacionales
de la comunicación. La propuesta para un Nuevo
Orden Internacional de la Información se materializa a través del conocido Informe MacBride, que fue
el resultado del trabajo realizado por una comisión
de expertos a pedido de la Unesco.15 A nivel de
principios, la propuesta señala básicamente la necesidad de los países subdesarrojlados de avanzar
hacia la "autodependencia informativa" de manera
creativa, es decir, buscando nuevos criterios de selección y de presentación de las noticias. Se señala
que de esta nueva práctica informativa -que debería
surgir también La otra noticia- como una afirmación de la independencia y de la soberanía cultural
de estos países. Pero en definitiva, el objetivo central de la propuesta es avanzar hacia una "democratización" efectiva del flujo informativo a nivel internacional. La idea de desarrollar políticas nacionales
de comunicación es la otra cara de esta propuesta:
es el intento por "democratizar" las comunicaciones
en el plano interno de los países.
Mucho más que en el diagnóstico (el que simplemente reitera elementos de la retórica de la corriente crítica) e incluso que en los contenidos de la
propuesta (los que también son bastante retóricos),
la originalidad y el carácter renovador de este nuevo
paradigma parecen encontrarse en los conceptos
que justifican el afán democratizador. ¿En qué consiste esta renovación? En su prólogo al libro Políticas Nacionales de Comunicación, Peter Schenkel
señala:
"A partir de la década del 70 comienza un cuestionamiento general... y viene a perfilarse un nuevo
enfoque, un nuevo "paradigma" de la comunicación.
Este paradigma aún no se presenta como un edificio
acabado, pero algunos de sus pilares más importantes son 'el derecho a la comunicación', 'la comunicación horizontal y participatoria', la 'planificación
de la comunicación' y 'el flujo equilibrado de noticias'. Son estos conceptos que confluyen hacia el
final de la década pasada en el debate sobre un
'nuevo orden informativo mundial': 'la democratización de la comunicación en el plano interno de los
países' y la 'democratización del flujo informativo
a nivel internacional.16
Según Schenkel, seis postulados configurarían
los parámetros centrales de este "nuevo paradigma
de la comunicación". Ellos son: la comunicación
horizontal, la comunicación participativa, el derecho a la comunicación, las necesidades y recursos
de la comunicación, los flujos equilibrados de información y la tarea promotora del Estado.
La tesis de "comunicación horizontal" se contrapone al concepto de comunicación -presente en
los estudios funcionalistas- como un flujo vertical y
unidireccional. Esta nueva tesis "se basa en el concepto de la comunicación como un flujo bidireccional y horizontal donde el emisor es a la vez receptor
y el receptor a la vez emisor. La masa ya no es un
inerme receptor de los mensajes elaborados en la
cúspide de la pirámide comunicacional, sino también es fuente creadora de información17.
" La tesis de la "Comunicación Participativa",
muy ligada a la anterior, implica el involucramiento
del público en la producción y en el manejo de los
sistemas de comunicación. Más aún, implica el involucramiento del público "en los distintos niveles
de producción, de toma de decisiones y de planeamiento"18. El concepto de "derecho de la comunicación", ya presente en la Declaración de Derechos
Humanos, significa "investir al ser humano con una
garantía poderosa para poderse desenvolver como
protagonista activo y consciente"19. La idea de "ne-
13Para un desarrollo de esta crítica ver el artículo de H. Schiller, 1977.
14Ver el artículo de Schiller y los otros que se incluyen en la segunda. Parte del libro La información en el Nuevo Orden internacional, la que está
dedicada al tema de las agencias internacionales de noticias.
15Ver: S. MacBride Un Solo Mundo, Voces Múltiples, 1980.
16Ver "Prólogo" de P. Schenkel a Vv. aa. Políticas Nacionales de Comunicación, 1981.
17"Introducción" de P.Schenkel a Políticas Nacionales de Comunicación, P 56.
18Documentos de Unesco citados en P. Schenkel op. cit, p 57.
cesidades y recursos de la comunicación" implica
que "con base en el derecho y las necesidades de la
comunicación el ser humano y particularmente los
grupos sociales deben disponer de los recursos de
comunicación necesarios para ejercer plenamente
este derecho de comunicar sus necesidades"20. La
noción de "flujos equilibrados" apunta a una democratización de los sistemas de comunicación de
acuerdo a estos postulados. Finalmente, se señala
que la "traducción del nuevo paradigma de comunicación en una realidad viviente no se producirá por
sí sola, sino que tiene por requisito un papel activo
del estado"21 .
Este conjunto de postulados, desarrollados en la
segunda mitad de la década del 70, sirvieron para
crear ciertas agencias nacionales de noticias así
como ciertos sistemas de coordinación entre estas
agencias sin embargo, el nuevo paradigma de la
comunicación -que emergía a finales de los años 70
como una esperanza romántica en América Latina
se desarrollará el nuevo orden de la información- no
se tradujo en "una realidad viviente " durante la
década de los 80. Desde el punto de vista de los
estudios se mantienen vigentes algunos conceptos
del nuevo paradigma. Pero la utopía se hace pedazos
y el paradigma entra en el contexto más generalizado de "crisis de paradigmas".
2. La comunicación de los 80
Existe un claro paralelo entre los paradigmas
que configuran el itinerario de los estudios de la
comunicación en América Latina y los procesos
políticos en los cuales éstos se desarrollaron. Es así
que el primer momento, en el cual predominó el
paradigma funcionalista, se desarrolló y fue funcional a los procesos de reforma que en esos años se
vivían en el continente. El segundo momento, en el
cual predominó el paradigma crítico, se desarrolló
y fue estrictamente funcional a los proyectos revolucionarios que desarrollaron hacia fines de la década del 60. Finalmente, el tercer momento, en el cual
predominó el paradigma de las políticas nacionales
de comunicación, se desarrolló en el contexto de las
dictaduras militares y en gran medida operó como
una contestación a la situación de autoritarismo que
caracterizó a esos sistemas.
19 Op.cit, p58.
20 Op. cit, p59.
21 Op. cit, p59.
La década del 80 está marcada por los procesos
de democratización, de concertación y de rearticulación de la sociedad civil en diversos países de la
región. ¿Qué sucede en este nuevo contexto con el
tema de la comunicación? Como tendencia general,
se observa un proceso de profesionalización de los
estudios de la comunicación que ha implicado la
construcción de una agenda temática especializada,
el desarrollo de enfoques más neutrales y la recuperación de lo empírico. Este proceso de profesionalización ha implicado dejar de lado los paradigmas
que estuvieron presentes en los estudios de la comunicación en décadas anteriores, y por tanto, un desplazamiento desde los estudios paradigmáticos. Pero
sobre todo, es una respuesta a la creciente
complejidad y protagonismo que ha asumido el
campo de la comunicaciones. Complejidad y protagonismo por medio del cual se ha hecho evidente
que éste debe ser considerado como campo específico y no, como sucedía en muchos de los estudios
paradigmáticos, como un epifenómeno (de la economía, de la política). Pero no sólo se ha hecho
evidente la especificidad del campo. Este también
se ha mostrado como un campo especializado que
responde a la densidad cultural de las sociedades
modernas. Todas estas evidencias han llevado a una
especialización del debate y a una cierta redefinición del concepto de cultura. Es así que éste ya no
es concebido exclusivamente en términos generales
para referirse a un campo específico y especializado
en el que intervienen determinados aparatos, tecnologías, códigos.lenguajes, circuitos, etc. Finalmente,
se observa también un proceso de redefinición de los
vínculos que tradicionalmente se establecieron
entre los estudios de comunicación y los procesos
políticos. En particular, se observa que los estudios
de la comunicación han dejado de estar subordinados a proyectos e ideologías políticas.
Esa es la tendencia general. En términos más
específicos es posible distinguir un primer "momento" -los inicios de la década- en que mantienen
vigentes algunos de los rasgos que constituyeron el
"nuevo paradigma de la comunicación". Estos rasgos van a confluir en la corriente altemativista. En
la segunda mitad de la década se inicia otro momento
en el que se busca asumir la complejidad de los
sistemas de comunicación. El desafío viene a ser
cómo articular modernización con democracia de
manera que estos no sean términos excluyentes.
El "nuevo paradigma de la comunicación" no se
tradujo claramente en una "realidad viviente" en la
década los 80. Pero dejó como saldo una serie de
conceptos que orientaron la investigación a comienzos de la década dentro de lo que se podría denominar la corriente "alternativista". De clara inspiración
cristiana y, más precisamente, del radicalismo católico, la corriente alternativista se constituyó en una
contestación al autoritarismo de parte de quienes se
encontraban en una situación de marginalidad y de
exclusión. Echando mano a conceptos tales como el
de "comunicación horizontal" y "comunicación participativa" esta corriente intenta constituir "espacios
de libertad" que sean alternativos en la industria
cultural a la cultura de masas. Bajo el rótulo de la
"investigación para la acción" esta corriente se propone diseñar y poner en marcha proyectos de "comunicación alternativa". Las radios populares, los
boletines poblacionales, sindicales o de Iglesia y
cualquier otro tipo de "micromedios" se constituyen
en experiencias de comunicación alternativa, de esa
otra comunicación en la que todos son emisores y
receptores a la vez, esa comunicación que altera el
concepto dominante de noticias para entregar información "auténticamente" popular, esa comunicación que expresa una sensibilidad diferente que
capta experiencias y realidad a través de nuevos
registros22.
La comunicación alternativa fue el último refugio en el que se escondió la esperanza- y la utopíade esa otra comunicación. Del nivel macro, es decir,
de la propuesta de transformación del sistema mundial de la información, la esperanza se vino a refugiar en lo micro. El espacio de lo cotidiano, de lo
territorial, de lo micro y de lo popular pasa a ser visto
como el terreno más fértil para transformar el sueño
en "realidad viviente". De ahí que se produce una
exaltación de lo local-popular en tanto espacio que
se sitúa en la marginalidad, es decir fuera del sistema y, por consiguiente, en tanto espacio que contiene las semillas de esa otra comunicación. Se trata de
darle "voz a los sin .voz" pero también de rescatar
una otra sensibilidad. Sin embargo, la utopía de la
comunicación alternativa nuevamente se hace pedazos.
La reflexión que acompañó las prácticas de
"comunicación alternativa" deja -para la investigación en comunicaciones- un cierto saldo positivo.
Desde el punto de vista temático, esta reflexión
viene a poner en la agenda ciertos elementos que no
habían estado presentes anteriormente. En particular, plantea los temas de las prácticas de comunicación y de la vida cotidiana así como los temas de lo
local, lo territorial y lo micro. Además, plantea el
tema de la cultura popular y de las prácticas de
comunicación en la cultura popular23 .
Es necesario destacar, sin embargo, que aún
cuando la corriente alternativista dejó un saldo positivo para la investigación, en ella todavía está
presente un paradigma totalizador con un carácter
marcadamente reductivista que intenta ordenar el
tema de la comunicación en torno a un determinado
eje. Desde el punto de vista de la formulación de
políticas esta continuidad reductivista representa un
claro peligro. El peligro consiste en proponer la
alternatividad (a la industria cultural, a la cultura de
masas) como eje fundamental de una política de
comunicaciones.
La corriente alternativista tuvo un carácter dominante al inicio de la década. Sin embargo, en esos
años ya comienzan a emerger una serie de estudios
más fragmentarios, de carácter no paradigmático
que comienzan a dar testimonio del agotamiento del
reduccionismo. Tomando el caso chileno, se pueden
mencionar una serie de estudios realizados a comienzos de la década que avanzan hacia una caracterización del sistema comunicativo autoritario24 .
Posteriormente, la atención se traslada a los cambios
producidos dentro del sistema comunicativo. En
particular, se inicia el levantamiento "cartográfico"
de Jos cambios en Jas formas de producción y en Jos
circuitos de transmisión de los mercados de bienes
simbólicos25- En esos años resurge también la preocupación por las políticas de comunicación en gran
22 Ver los diversos capítulos contenidos en el libro editado por F. Reyes Matta Comunicación Altemativa y Búsquedas
Democráticas, 1983. También el volumen editado por M. Simpson Comunicación Altemativa y Cambio Social en
América Latina, 1981.
23 Para un desarrollo de estos temas ver el libro de Vv.aa Comunicación y Culturas Populares en Latinoamérica, el que
contiene las ponencias presentadas al "Segundo seminario de la comisión de comunicación de Clacso", realizado en
Buenos Aires en 1983.
24 Ver, por ejemplo, el trabajo de G. Munizaga, P. Gutiérrez y A.
25 Riquelme, 1985.
26 Ver, por ejemplo, el trabajo de J.J. Brunner y C. Catalán, 1987.
parte como una anticipación al proceso de transición
democrática26.
La tendencia a los estudios especializados, fragmentarios y no paradigmáticos se acentúa notoriamente en la segunda mitad de la década de los 80.
Estos estudios dan cuenta de una gran diversidad
temática a través de la cual se asume la complejidad
del campo de las comunicaciones. Por una parte, se
asumen las dimensiones de lo micro social, de lo
local, de lo cotidiano, de lo popular. Por otra parte, se
asumen los fenómenos de la cultura de masas y de
la industria cultural, con todas las transformaciones
que se han producido en los últimos años. Esta
complejidad se asume, además, de manera no paradigmática y con un fuerte énfasis en lo empírico.
Tres líneas de análisis, en las que se vienen
desarrollando ciertas teorías de rango medio, de
alguna manera representan esta tendencia. En primer
lugar, un nuevo tipo de análisis de las culturas
populares. Este es un análisis que ya no se basa como sucedía con los estudios de la corriente alternativista- en la oposición entre cultura popular y
cultura de masas (o cumunicación popular y comunicación de masas), análisis que identificaban lo
popular como el espacio de lo otro, de las fuerzas de
negación del sistema. Es, más bien, un tipo de
análisis que busca indagar en las formas de constitución de lo popular al interior de la cultura de
masas. J. Martín-Barbero, quien ha sido pionero en
esta línea, señala: "estamos descubriendo estos últimos años que lo popular no habla únicamente
desde las culturas indígenas o las campesinas, sino
también desde la trama espesa de los mestizajes y
las deformaciones de lo urbano, de lo masivo. Que, al
menos en América Latina, y contrariamente a las
profecías de la implosión de lo social, las masas aún
contienen, en el doble sentido de controlar, pero
también de tener dentro, al pueblo. No podemos
entonces pensar hoy lo popular... al margen del
proceso histórico y de constitución de lo masivo....
no podemos seguir construyendo una crítica que
desliga la masificación de la cultura del hecho político
que genera la emergencia histórica de las masas y del
contradictorio movimiento que allí produce la
no-exterioridad de lo masivo a lo popular, su constituirse en uno de sus modos de existencia"2 7.
Esta línea de análisis parte de una relectura del
proceso histórico latinoamericano que relaciona el
desarrollo de las culturas populares a las condiciones
de existencia de la "sociedad de masas". Relación
por medio de la cual se va a desarticular el mundo
de lo popular en tanto espacio de lo otro para constituir
a lo masivo en un nuevo modo de existencia de lo
popular28 .
En segundo lugar, una línea de investigación
sobre recepción de medios y consumo cultural, tema
que ha estado casi totalmente ausente de los estudios de
comunicación en la región. Esta línea viene a llenar
un vacio que ha significado, en muchos casos, dejar de
lado variables claves para comprender la
complejidad cultural de nuestras sociedades y, muy
particularmente, el fenómeno de la cultura de masas. El
análisis busca incorporar la dimensión del consumo
en un análisis más global del campo cultural. Pero su
importancia va más allá del interés académico pues
crecientemente se detecta la relevancia que
adquieren los estudios sobre este tema en el plano
de la formulación de políticas culturales. En
particular, se advierte que un planteamiento democrático en este terreno implica creativamente las
formulaciones meramente dirigistas y vincular
orientaciones globales con demandas reales de una
diversidad de segmentos de la población.
En estos últimos años se han realizado las primeras
encuestas - y los primeros análisis- de consumo
cultural en diversos países de la región. Este trabajo
pionero ha sido coordinado por el Grupo de Políticas
Culturales de Clacso29 . El análisis de consumo
cultural sobre la base de encuestas ha indicado
simultáneamente la necesidad de incorporar otras
metodologías de análisis para abordar el tema de la
recepción es decir, de la forma en que los públicos se
apropian y usan los mensajes de la comunicación
masiva. Más precisamente, éste ha indicado la
necesidad de utilizar metodologías de investigación
más cualitativas para examinar cómo distintos
segmentos del público masivo decodifican y resemantizan los mensajes de la comunicación
26Ver, por ejemplo, el trabajo de B. Subercaseaux, 1986.
27J.Martín-Barbero, 1987,pp.10-11.
28 El desarrollo de esta línea se encuentra en los trabajos de J. Martín-Barbero, Ver también, G. Sunkel, 1985.
29 El análisis de la situación argentina se encuentra en O.Landi, A.Vacchieri y LQuevedo, 1990. La situación mexicana está analizada en #.
García-Canclini, M. Piccine y P. Safa, 1990. La situación chilena en C. Catalán y G. Sunkel, 1990.
masiva. Los primeros análisis en esta línea ya comienzan a emerger30.
Finalmente, está el análisis - y el debate- en
torno a las políticas culturales. Este análisis parte,
como los anteriores, del reconocimiento del papel
decisivo que el campo cultural tiene en los procesos
políticos y socio-económicos. Parte asimismo de la
distinción entre dos planos de la cultura: una microscópica, local, cotidiana, propia de la esfera privada;
otra de carácter microsocial, pública, donde la cultura es producida, transmitida y consumida. Se reconoce que el primer plano -el microscópico- escapa a cualquier intervención directa de diseño
político y que, por tanto el ámbito de la política
cultural se encuentra en el segundo plano31 . Más
aún, se reconoce que mediante políticas culturales
no se obtienen desarrollos significativos en la cultura de una sociedad. Sin embargo, existen "políticas culturales" específicas que sin determinar ellas
solas algún desarrollo cultural significativo.... sin
embargo, pueden incidir (de maneras más o menos
directas o inmediatas), en esos desarrollos mediante
la producción de efectos políticos pertinentes"32 .
Por ejemplo, pueden "incidir en la propiedad de los
medios de producción cultural; en la formación de
los agentes culturales especializados, la circulación
de los bienes culturales; en el consumo de ellos; en
el almacenamiento o conservación de esos bienes;
en su comercialización, etc"33 .
El análisis parte de una discusión de los modelos
de hacer políticas culturales en distintos países y
situaciones sociopolíticas34. Pero, tal como en el
caso del análisis del consumo, el interés va más allá
de lo estrictamente académico pues se trata de pensar -en los contextos de redemocratización- en cómo
incidir políticamente en el terreno de la cultura, lo
cual pasa por imaginar los elementos de política
cultural para la democracia. En este sentido, es
necesario reconocer que cada uno de los paradigmas
de la comunicación que estuvieron presentes en el
desarrollo político latinoamericano de las últimas
décadas suponía un determinado modelo de política
cultural. Comunicación, para el desarrollo, comuni-
cación y liberación, la otra comunicación fueron
paradigmas que implicaban distintos modelos de
política cultural. Sin embargo, estos distintos modelos tenían un elemento común. Implicaban una política dirigista, con un fuerte contenido valórico, que
asignaba al Estado un rol protagónico. En estos
distintos diseños de política cultural se sacaba al
Estado de su neutralidad ética y se le asignaba un
rol de afirmación de determinados valores culturales.
La situación cambia hacia fines de los 80. Quizás la gran ruptura en este campo es que se ha
avanzado hacia un cierto consenso (que ciertamente
encuentra una serie de detractores) de que la democracia requiere una política cultural no dirigista. En
esta política el rol del Estado se reduce a garantizar
la pluralidad. Como lo señala J.J. Brunner:
"Si se trata de definir el carácter general de una
Política cultural para la democracia, lo único que
de ella puede postularse es que debe producir unos
arreglos institucionales básicos, tales que permitan
la expresión de los intereses sustantivos de los individuos y grupos que componen la sociedad. Dichos
arreglos básicos no podrían otorgar, facilitar o promover la hegemonía cultural de un grupo...sino
meramente crear un marco institucional de posibilidades a través del cual los individuos y los diversos
grupos, tradiciones, etc. de la sociedad puedan materializar sus intereses culturales...con un mínima
seguridad de que ese arreglo institucional garantizará que dada la distribución de recursos.... ninguno
se verá eliminado o tendrá una expresión completamente inadecuada a su presencia en la sociedad"35.
Se trata así de una política inevitablemente formal que busca crear estructuras de oportunidades e
impedir que ellas sean objeto de cierre ideológico.
Como hemos señalado, esta posición encuentra
una serie de detractores. Posiblemente, es a nivel de
ciertos partidos políticos donde aún se encuentran
modelos de política cultural claramente dirigistas.
Sin embargo, la crítica más aguda al modelo formalista no se establece sobre las base de una política
30Ver los trabajos de O. Landi (1987), de J.Martín Barbero (1987) y de N. García-Canclira (1989)
31Ver, J.J. Brunner, 1988, p. 261.
32J.J. Brunner, p.279
33J.J. Brunner, p. 280
34 Ver el trabajo de J.J. Brunner "Modelos de hacer políticas culturales" que se encuentra en su libro Un espejo trizado. Ver
también la colección de artículos sobre el tema editada por N. García-Canclini, 1987.
35J.J Brunnerop.cit,p.375.
dirigista sino más bien sobre un cierto concepto de
la identidad cultural. El concepto de cultura como
"síntesis vital" y la proposición de que América
Latina tiene una "síntesis cultural propia", completamente diferente a la de la modernidad europea, ha
sido desarrollado por P. Morandé, siguiendo de
cerca las reflexiones que se encuentran en el Documento de Puebla. La proposición de que América
Latina tiene una identidad cultural propia "que ha
enfrentado el advenimiento de la cultura urbano-industrial" es un llamado a defender esa identidad
frente a la "amenaza" de la modernidad36. Es también un intento de recuperar esa identidad que se
encontraría en ciertos componentes cúlticos y de
religiosidad popular así como en la "cultura de la
oralidad". La política cultural que aquí se hace presente no es aquella que asigna al Estado un rol
dirigista. Es más bien aquella que implica el rescate
de las tradiciones contra la "amenaza" modernizante. O
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Nuevos Movimientos Sociales, Iglesia y participación política
en Brasil
LAS COMUNIDADES ECLESIALES DE BASE
(CEBs) EN LA FORMACIÓN DEL PARTIDO
DOS TRABALHADORES (P.T.)
María BidegainGreising1. Profesora, Universidad de los Andes.
Y
después de tanto ruido, ¿qué han aportado la
teología de la liberación, las comunidades de
base, y la Iglesia brasileña al pueblo, a los pobres,
en la actual coyuntura política? Preguntaba, con
escepticismo y un dejo de amargura, un viejo militante católico colombiano a dos connotados dirigentes religiosos brasileños que visitaban Bogotá en
1984.
Uno respondió: " Despertar y educar al pueblo
para que se organice y luche por sus derechos por
medio de nuevos caminos de liberación" y el otro
agregó : "y para que cuando los consigan, los
sepan mantener y nunca más sean tratados como
los corderos de un rebaño" ; añadió, "La idea no
es formar una fuerza católica al estilo nueva cristiandad, sino que se integren al proceso histórico
y que allí se formen los hombres nuevos y mujeres
nuevas. Cuando uno mira al movimiento popular
que ha crecido en Brasil en los últimos veinticinco
años uno ve que algo realmente nuevo está pasando en la historia de nuestros pueblos."...
Preguntas similares a la anterior se deben hacer
muchos de ustedes y quizás agregarían ¿cómo es
posible que de una institución jerárquica y vertical
como la Iglesia Católica, con viejos hábitos autoritarios y patriarcales, dentro de la cual se reproduce una casta dirigente cuidadosamente preparada en las escuelas de clérigos, con viejas recetas de
la Contra- Reforma y el Concilio de Trento, pueda
abrigar y alentar nuevas e inesperadas experiencias?
Los medios académicos, políticos y religiosos
de Europa y los Estados Unidos siguieron con interés el proceso de la Iglesia Católica en los diferentes
estados latinoamericanos, especialmente, después
del informe realizado por David Rockefeller para el
Departamento de Estado de los Estados Unidos en
1969, donde denunciaba la vulnerabilidad de la
Iglesia Católica de América Latina a las acechanzas
de la infiltración marxista orquestada por el comunismo internacional.
Dado el contexto de guerra fría, el interés se
focalizó en la participación de cristianos en movimientos y partidos políticos revolucionarios, especialmente aquéllos que adoptaron la lucha armada,
desde Camilo Torres en la guerrilla colombiana en
los años 60, hasta los cristianos presentes en la
Revolución Sandinista en Nicaragua en los 80.
Sin embargo, poca atención se ha prestado a la
organización de huevos movimientos sociales,
(NMS) urbanos y rurales, que han resultado de
experiencias promovidas por miembros de la Iglesia
Católica entre diferentes clases sociales, especialmente entre aquéllos tradicionalmente explotados
y/o marginados por el sistema socio-económico y
político imperante.
Este trabajo pretende explicitar las implicaciones organizativas e ideológicas que ha tenido el
nacimiento y desarrollo de las Comunidades Eclesiales de Base en Brasil (CEBs) y la Teología de la
Liberación (TL), para la formación de nuevos mo-
1 Este artículo fue realizado por la autora, para ser presentado dentro del curso de Verano, Movimientos Sociales
en América Latina de la Universidad de los Alcalá de Henares, en Siguenza, España, en julio de 1989.
vimientos sociales(NMS) y para su evolución
hacia una expresión política más acabada, como es
el Partido dos Trabalhadores (PT).
Los movimientos sociales de gran escala, sean
de origen secular o religioso se han transformado
en un elemento clave para comprender la dinámica
del cambio social en Brasil. Sea por medio de
manifestaciones esporádicas o por la vía de
asociaciones bien organizadas, los NMS se han
convertido en un importante camino para protestar
y hacer exigencias de carácter político.
Si bien es difícil hacer un estimativo numérico
de estos movimientos su acción no deja de llamar
la atención constantemente a los medios de
comunicación y a los sociólogos, antropólogos y
toda clase de analistas de la sociedad Brasileña. La
revista brasileña Isto E 2, en 1982, estimaba que en
Brasil existían más de 8.000 asociaciones de
vecinos. Que solamente en Río de Janeiro habría
más de 100.000 personas pertenecientes a la clase
trabajadora y a las clases medias, habitantes de
120 barrios y vinculadas a unas 200 asociaciones,
a lo cual habría que agregar alrededor de 350
asociaciones de las favelas de la misma ciudad.
Si los NMS los restringiéramos a las asociaciones de vecinos, reduciríamos infinitamente la amplitud de las organizaciones de base. Los NMS
comprenden otros grupos como: organizaciones
por la mejora del transporte, por mejoras de salud,
ecologistas,
antinucleares,
organizaciones
feministas, de las naciones indígenas y de negros.
No queremos dejar de anotar acciones más
puntuales como por ejemplo, invasiones de tierra
en zonas metropolitanas y áreas rurales, o los
saqueos de supermercados y bodegas ocurridos en
el centro de Sao Paulo en 1983.
Desde que el estado-nación brasileño fue formado se originaron muchos movimientos
colectivos directa o indirectamente por el estado, o
los partidos políticos, integrando y monopolizando
todo posible espacio de la sociedad civil.
La importancia de los NMS, se manifiesta
cuando sus acciones colectivas le permiten
presionar un
camino que los lleve a convertirse en legítimos
actores políticos. En otras palabras, si estos movimientos producen nuevas alineaciones sociales,
¿cuál es su impacto a nivel institucional?
A través de la experienica de las CEBs, la
Iglesia brasileña ha logrado integrar nuevos
actores, tradicionalmente marginalizados del
debate político; este es uno de sus mayores
aportes a la cultura política brasileña. Para mostrar
este proceso comenzaremos por explicar qué son
las CEBs, cuál es su método y organización, y
cómo se han integrado a la lucha social a través de
los Nuevos Movimientos Sociales, y a la política
constituyendo con no-cristianos una nueva fuerza
política.
I) La integración de nuevos actores a la
vida política a través de las CEBs.
1) ¿Qué son las CEBs?
Las CEBs son pequeños grupos integrados por
cristianos que tienen un conocimiento y relación
inter-personal profunda, con objetivos e intereses
comunes, organizados en torno a parroquias
rurales o urbanas. El criterio de reunión puede ser
residencial, de trabajo, edad, etc.
Los iniciadores de las CEBs pueden ser sacerdotes o religiosos/as pero, comúnmente y en la
mayoría de los casos, son agentes pastorales o
animadores de comunidad han logrado acumular
experiencia en otras comunidades.
Las CEBs, en Brasil, son una experiencia vinculada directamente a la Comisión Nacional de
los Obispos Brasileños (CNBB). Lo cual no
impide la existencia de otras estructuras pastorales
y perspectivas teológicas dentro de la Iglesia del
Brasil. Su vinculación con la CNBB no las
excluye
de
permanentes
conflictos
y
contradicciones con algunos miembros de la
Jerarquía.
La cantidad de CEBS que existen al interior
de la Iglesia Brasileña es difícil de establecer,
pero se puede afirmar que en 1986 existían CEBs
en la gran mayoría de diócesis o prelazias
brasileñas y que en el mismo año los organismos
de seguridad brasileños las estimaban en más de
150.0O0.3
2 ISTO E, 21 de marzo de 1982 ver. SINGER PAULO CALDEIRA BRANT VINICIUS. editores 0 povo em movimento. Rio de Janeiro.
Editora Voces and CEBRAP, 1981. MOISÉS JOSÉ ALVARO Experiencia de de mobiliziçao popular em Sao Paulo. Contraponto 3 No. 3
(September 1978): 84.
3 Secretariado General del Consejo Nacional de Seguridad, Actividades de la Iglesia Católica del Brasil, Informe confidencial del 3 de junio de
1986.
2,) El método de Revisión de Vida en
pequeño grupo.
Usan un método pedagógico, conocido
como Revisión de Vida (Ver, Juzgar y Actuar),
Este método les permite aprender a analizar sus
problemas y los de la comunidad, en la lucha
social e ir descubriendo, desde una perspectiva
bíblica, la necesidad de integrarse o promover
los procesos y las luchas sociales y políticas en
las cuales les toca vivir.
En sus reuniones, los miembros de CEBs
comienzan por elegir algún hecho o aspecto de
la experiencia del grupo, o de alguno de los
miembros de la comunidad en la lucha social
(una protesta o huelga o cualquier arbitrariedad
en la fábrica o en la hacienda o algo ocurrido en
el barrio).
Lo analizan tratando de entender que fue lo
qué sucedió y cómo ese hecho se relaciona con
otros que han ocurrido con anterioridad o que
han sucedido en otros lugares del Estado o del
mismo Brasil. Es decir, que en el "Ver" se
intenta realizar una globa-lización.
Globalización que se realiza desde el
horizonte de comprensión de los miembros de
la CEBs, Este horizonte de comprensión está
marcado por mediaciones específicas como es
la ideología y la propia existencia humana y
condiciones sociales del grupo (pobreza,
analfabetismo, represión política, opresión y/o
marginalización económica, social y política).
Por eso hablan siempre"desde la perspectiva
popular, desde los pobres". Se apoyan en los
aportes de las ciencias sociales y en CEBS
formadas
por obreros, estudiantes o
profesionales familiarizados con el marxismo
lo utilizaban por su valor epistemológico y no
ontológico.
El segundo paso, es "Juzgar" esa situación;
la que se plantea desde la misma perspectiva, es
decir, desde la vida. Desde la experiencia
vivida leen la Biblia y tratan de sacar elementos
que les ayuden a realizar un juicio crítico de la
realidad en la que les toca vivir y actuar. La
mayoría de las veces, en el intercambio de
experiencias, ellos no separan el análisis que
realizan de un hecho de su propia vida, de una
referencia bíblica.
Las CEBs no tienen ningún manual o catecismo
elaborado por los teólogos de la liberación sino
que usan solamente la Biblia. Los miembros
de las CEBs son conscientes que la Biblia no
resuelve los problemas del mundo, pero
consideran que les ayuda a descifrarlos, les da
fuerza para enfrentarlos y les ayuda a legitimar
las opciones que se pueden tomar y este sería un
tercer momento: el "Actuar". A partir de la
propia experiencia vivida y de la lectura de la
Biblia, deciden actuar con los demás, para
cambiar la situación en la que les toca vivir.
La organización en pequeñas comunidades
facilita la dinámica personal y de grupo,
permitiendo una gran libertad de expresión,
participación en las discusiones y aprendizaje.
Las personas- a quienes siempre se les había
negado el derecho a participar, hablar y defender
sus derechos- en la pequeña comunidad,
aprenden a perder el miedo, a defender sus
posiciones e intereses y a hacerse oír; adquieren
la experiencia de intercambiar opiniones evaluar
trabajos, planificar, organizar y llevar adelante
actividades y proyectos personales y del grupo
compartiendo responsabilidades.
II ¿Qué factores hicieron posible este
proceso histórico?
¿Cómo es posible que una institución como
la Iglesia Católica pueda abrigar y alentar
nuevas e inesperadas experiencias?
1) La necesidad de "la base "en la Iglesia
brasileña
La Iglesia brasileña desde fines del siglo
pasado vive dentro de una relación de
separación entre Iglesia y Estado. Desde
entonces y a lo largo de la primera mitad del
siglo XX, la preocupación fundamental de los
eclesiásticos brasileños fue el tener un vasto
respaldo popular para poder enfrentarse al
Estado. Lo que significó la necesidad de
organizar a los laicos. Esta necesidad en Brasil
se hizo más acuciosa por la carencia de un
elevado número de sacerdotes. Lo que, a la larga,
repercutió en el desarrollo de una mentalidad que
considera que la Iglesia no la componen
exclusivamente los estamentos religiosos y que la
Iglesia jerárquica no puede actuar sin contar con
las decisiones laicales. Dicho de otro modo, la
Iglesia brasileña ha tendido más a identificarse
con los espacios de la sociedad civil que con
los del Estado.
Luego de la Segunda Guerra, se desarrolló la
Acción Católica Especializada formada por obreros, estudiantes, campesinos. Ellos trabajaban en
pequeñas comunidades y fueron quienes
desarrollaron el método de la Revisión de Vida4,
adaptándolo a la realidad brasileña, lo que los llevó
a ser más
abiertos políticamente, que otros grupos católicos
contemporáneos.
La situación política y social en los comienzos de
los sesenta, especialmente el impacto de la revolución
cubana, las dificultades de los partidos demócratas
cristianos latinoamericanos en el poder, demandaron de
los militantes de la Acción Católica un renovado
compromiso político, especialmente en partidos o
movimientos políticos críticos al sistema imperante. En
general, querían construir un nuevo orden social y
económico con justicia social, independencia política y
autonomía cultural.
Mientras se comprometían políticamente también
participaban como monitores de la experiencia del
Movimiento de Educación de Base (MEB) dirigido por
Paulo Freire. Otros participaban de las Ligas
Campesinas de Francisco Juliao y de la "pequeña"
revolución que en el Nordeste desarrollaba Miguel
Arraes5.
Desde entonces su consigna fue "debemos ir al
pueblo" y desarrollaron amplios movimientos de
concientización social y política a la vez que alfabetizaban
los sectores populares. Comenzaron un proceso de toma
de conciencia concebido como un esfuerzo colectivo
para alcanzar el bien común y un mejor estilo de vida
para la sociedad global.
Concomitantemente hay que relacionar algunos
hechos sucedidos en la cúpula de la Iglesia Católica
brasileña, latinoamericana y en la universal.
2) Cambios en la cúpula eclesiástica
El Vicario General de la Acción Católica era, desde
1947, Don Helder Cámara, quien, inspirado en la
estructura de coordinación nacional que tenían los laicos
en la Acción Católica, propuso la formación de la
Conferencia Nacional de los Obispos Brasileños de la
cual fue el primer Secretario General. Desde esa posición
privilegiada logró influir la modernización de la
estructura eclesiástica brasile-
ña mediante la creación de nuevas diócesis que
duplicaron las existentes. También influyó en la
nominación de los nuevos obispos, quienes en gran
nímero eran antiguos asesores de la Acción CatóliEn 1955, en Río de Janeiro, se fundó la Confe-rencia
Episcopal Latinoamericana (CELAM), instó tución
conocida por las declaraciones en la II Asamblea General
celebrada en Medellín en 1968 al denunciar con un
profetismo, inusual en la Iglesia Latinoamericana, la
situación de injusticia, miseria, violencia en el continente.
Pero, además, en esa conferencia, se decide, basándose en
la experiencia de la Acción Católica, promover la
organización de Comunidades Eclesiales de Base, las
cuales debían usar el méodo de la Revisión de Vida. (Ver
Juzgar Actuar)6. Proceso ya iniciado en algunas de las
dióesis brasileñas
El Concilio Vaticano II, especialmente las^ncí-clicas
Lumen Gentium, nov. 21, 64 Gaudium et Spes de 1965,
Master et Magistra de 1961, Pacenv in Terris y
Populorum Progressio, de 1967 y el mensaje a los
obispos del Tercer Mundo de agosto de 1967, dieron una
enseñanza que fue importante no sólo por la renovación
teológica y pastoral sino, especialmente, porque se
reconocieron las experiencias pastorales que el laicado
había venido desarrollando en esos últimos años, con una
visión abierta y una nueva comprensión del mundo, desconocida antes en la Iglesia.
Las declaraciones episcopales sirvieron no sólo de
aliento o legitimación a la labor de los militantes sino que
fueron el instrumento utilizado constantemente cuando
aparecieron contradicciones con sectores de la Jerarquía
ideológicamente más cercanos al régimen, sobre todo en
los conflictos con el Vaticano.
(3) El establecimiento del Estado de Segundad
Nacional, la lucha por la defensa de los derechos
4Este método era peculiar a la juventud Obrera Católica (JOC) fundada por el canónigo belga Joseph Cardijn, entre jóvenes y muchachas proletarias de
Bruselas, después de la Primera Guerra Mundial. A Brasil lo trajeron los Padres canadienses de la Santa Cruz que organizaron desde
1943 a los obreros de Sao Paulo y desde 1947 este método fue utilizado por trabajar con otros grupos sociales. Sobre la Acción Católica
Brasileña ver: Beozzo José Oscar, Cristaos na universidades e na política, Vozes Petrópolis, 1984.
5Durante el gobierno de Miguel Arraes de Parnambuco, se pusieron en marcha, con participación popular, innovadores programas de
desarrollo económico social, de la salud y de educación. Siendo éste el más conocido por haber disminuido los índices de analfabetismo
en el Estado, bajo la orientación de Paulo Freire. Sobre el gobierno de Arraes ver: Page J., The revolution that never was: Northest Brasil
1955-1964, Nueva York, Grossman, 1972.
6CELAM, La Iglesia en la actual transformación de América Latina, a la luz del Concilio: conclusiones de la Segunda Conferencia
Episcopal celebrada en Medellín, Bogotá, 1968.
humanos y el desarrollo del nuevo movimiento sin
dical
Ante las limitaciones, riesgos e inseguridades para
el desarrollo del sistema capitalista que presentaba el
modelo político con visos de populismo desarrollista,
establecido en Brasil al iniciarse la década del 60, los
militares brasileños, orientados y apoyados por sus
mentores norteamericanos, implantaron el Estado de
Seguridad Nacional. Este tenía por fin el convertirse en
un activo agente, en el establecimiento de una
profundización del sistema capitalista capaz de generar
un nuevo dinamismo que permitiera al país reinsertarse
en la nueva división internacional del trabajo.
El estado asumió las tareas de imponer racionalidad
y eficacia al conjunto del modelo económico a fin de
asegurarle a los grandes capitales suficiente orden y
estabilidad, lo que significó represión del movimiento
popular y en especial del movimiento sindical.
También el Estado les brindó a las compañías una
adecuada prestación de servicios y la realización de
obras de infraestructura necesarias para la nueva etapa
económica, el control de la inflación y la existencia de
un mercado libre de capitales . Se redujeron todos los
subsidios económicos del Estado, tanto a los servicios
como a las industrias nacionales que no fueron de por sí
competitivas en el mercado internacional, el mercado
interno pasó a un segundo plano y la política de precios
se reguló exclusivamente por el libre juego de los
factores de mercado.
Como consecuencia, las condiciones sociales
fueron cada vez más difíciles para los sectores populares y se dio un fortalecimiento de las industrias
exportadoras y en particular de los productos destinados
a los sectores de ingresos más elevados7.
Entre 1968 y 1973 se dio un gran crecimiento
económico, conocido como el milagro económico
brasileño. Durante estos años, Brasil experimentó una
duplicación de sus índices de crecimiento. El producto
interno bruto creció, pasando desde el año
64 de un 2.9 al 68 a un 11.2 y al 73 un 14.0; la
inflación descendió un 20%8. El crecimiento se
manifestó especialmente en el sector industrial y en
las zonas de las planicies amazónicas donde a partir
de 1971, se establecieron compañías multinaciona
les vinculadas a la exportación agrícola. En el resto
del país, la agricultura se caracterizó por su estancamiento 9
El impacto de esta expansión vigorosa inmediatamente se hizo sentir en la estructura ocupacional
del Brasil. Entre 1960 y 1980 se crearon casi cinco
millones de puestos de trabajo sobre todo en la'j
industria manufacturera. La urbanización, si bien no
fue un fenómeno nuevo en Brasil, recibió el impacto
de estos profundos cambios. Hacia 1970 la mayoría
de la población se transforma en habitantes ciudadanos de ellos el 39% de la población vivía en
ciudades de más de 20.000 habitantes..En 1980 el
75 % de la población urbana vive en ciudades de
más de 100.000 habitantes. La población tiende a
concentrarse en áreas metropolitanas con más de 1
millón de habitantes y en general el número de
ciudades medias tiende a crecer10.
Antes que preocuparse por la distribución de laj
riqueza, los dirigentes brasileños consideraron qu(j
lo importante era su crecimiento, para Ib cual era*
necesario: 1) un clima económico que diera confianza
al inversor, especialmente extranjero, y 2) estabilidad socio política que se puede traducir como
ausencia de disidencia.
Los problemas sociales se siguieron acumulando y las voces de protesta fueron acalladas. El
movimiento estudiantil brasileño que en años anteriores había mostrado su virulencia fue acallado con
campañas de terror al igual que los gremios de
periodistas, abogados y todos los sectores medios
que osaron alzar su voz. La tortura, desapariciones,
muertes de detenidos en las propias cárceles y la
necesidad de emprender el exilio se transformaron
en hechos cotidianos para el pueblo brasileño.
En el primer año de la dictadura la Iglesia Jerárquica no reaccionó Sólo la voz de Dom Helder
7 Bidegain Ana M., Nacionalismo, militarismo y dominación en América Latina, ediciones Universidad de los Andes, Bogotá, 1983.
8 World Bank, Country Study, Brazil: Human Ressources special report (octubre de 1979).
9 El crecimiento económico fue debido al incremento total del capital inversor extranjero y a la extensión de inversiones del Estado que
obtenía crédito de los organismos internacionales de préstamo. Como resultado produjo una dramática subida de la deuda externa, de un
total de 3.900 millones de dólares en 1968 a más de 12.300 millones en 1973. Banco Central do Brasil, Cojuntura económica 26 (abril
1976).
10 Hasenbalg and Nelson do Valle Silva, "Industrialization, Employment and Stratification in Brazil', en, State and Society in Brazil
continuily and change, ed. Wirth J., et. al., Westview Press/ Boulder and London, 1987.
Cámara y de Dom Padim se alzaron entre los
miembros de la Jerarquía Católica para
defender a sus propios militantes cristianos
que, sin experiencia política de clandestinidad,
sufrían duramente los golpes de la represión.
La marcha de los acontecimientos y la naturaleza
de la represión fue exigiendo un cambio de ruta.
La oposición al régimen, a pesar de estar
profundamente golpeada, no dejó de
manifestarse especialmente a través de varios
sectores; el movimiento obrero ,el movimiento
estudiantil, la Ordem dos Advogados do Brasil y
la Associaçao brasileira da Imprenssa. En los
dos primeros hay amplia participación y
dirigencia de cristianos vinculados a la Acción
Católica y que lograron intervenciones y apoyo
de la Iglesia Institucional11.
a) El movimiento obrero.
Desde 1964 el gobierno militar promovió
la disminución de salarios, la prohibición de
negociaciones colectivas libres o sin
intervención estatal, el desarrollo de un control
personal policivo para liquidar cualquier
esfuerzo de actividad sindical y reducir la vida
de los sindicatos, establecidos en el código
laboral, las reuniones sindicales eran actos casi
rituales, altamente controladas y sin posibilidad
de elección libre de sus dirigentes.
La actividad de los sindicatos urbanos y
rurales en Brasil ha estado condicionada por dos
importantes factores. Poruña parte, los controles
establecidos en el Código Laboral12 , y por otro,
la inserción de este código en el contexto del
Estado sustentado en la Doctrina de Seguridad
Nacional.
Inspirado de la Carta del Lavoro de Benito
Mussolini, el Código Laboral brasileño fue,
promulgado en 1943 bajo la dictadura del
Estado Novo, y continuó incambiado durante
los años de progresivas re-democratizaciones.
La estructura sindical estaba exclusivamente
pensada en función de mantener el control
sobre los obreros. Los sindicatos se
organizaban piramidalmente para prevenir la
organización horizontal a través de categorías
ocupacio-nales. El código de trabajo
específicamente prohibía la formación o
coordinación de cuerpos entre sindicatos a nivel local o
municipal. Es decir, no podían, por ejemplo, los
metalmecánicos coordinar actividades de bancarios,
transportadores urbanos etc. Solamente en la cúspide
podían organizarse por confederaciones que reunían a
toda clase de organizaciones sindicales. Esta estructura
estaba orientada a que prevaleciera un fuerte
centralismo; a ello se sumaban otras medidas como
que el ministerio de trabajo tenía el derecho de
intervenir directamente en los sindicatos y remover y
reemplazar dirigentes electos, los cuales no podrían ser
reelegidos, sólo el estado reconocía la legalidad de los
sindicatos y tenía el derecho de cancelar y disolverlo
cuando le pareciera conveniente. El presupuesto
dependía del ministerio por lo cual los trabajadores,
sindicaliza-dos o no, debían pagar el impuesto
sindical por medio del cual a su vez el ministerio
financiaba los sindicatos oficiales. Esta estructura
servía muy eficientemente al Estado sustentado en la
Doctrina de Seguridad Nacional.
La lucha por constituir un nuevo movimiento
sindical está relacionada con toda la experiencia de
oposición al estado autoritario brasileño. Dentro de
todo el paquete de demandas lo central es el reclamo de
autonomía del movimiento sindical de las instancias
gubernamentales o de las directivas de un partido
político.
En 1967-1968 el sindicato Metalmecánico de
Contangem Minas Gerais comienza a formar grupos
de oposiciones sindicales. En el 68 los grupos de
oposiciones sindicales están presentes en Oasco en
la más importante área industrial de Sao Paulo. La
labor de organizaciones católicas de la pastoral
obrera, en Oasco, estaba fundamentalmente orien
tada a instar a los obreros a participar como miem
bros activos en el sindicato y a formar movimientos
de oposición a los organizados por el gobierno. No
proponían ningún programa particular, ni platafor
ma política, sólo se limitaban a promover una par
ticipación democrática a fin de estimular una toma
de conciencia y de decisiones por parte de los pro
pios obreros, autónomas de las establecidas por el
gobierno.
b) El movimiento estudiantil
En marzo de 1968 fue asesinado el estudiante
Edison Luis de Lima Soto. La policía intentó entrar en
la Catedral de Río, donde se oficiaba el funeral. El
obispo Dom José de Castro Pinto y los sacerdotes
11 Moreira Alves M., State and opposition, Militaty Brazil, University ol Texas Press, Austin, 1988,103 y ss.
12 lbidem.
concelebrantes se lo impideron; pero, al finalizar la
ceremonia, miles fueron golpeados por un batallón
de caballería y la catedral fue gaseada. Como resultado la Jerarquía comenzó a participar de la oposición abiertamente, se unió a los sectores medios que
apoyaban la protesta estudiantil13.
Durante el período más severo de represión,
1969-1973, la Iglesia logró definir con mayor claridad
su posición, promoviendo y protegiendo organizaciones de resistencia y de defensa de los derechos humanos. Políticamente lo más significativo
fue que, por medio de su aparato institucional, la
Iglesia logró poner en contacto las víctimas en peligro con las instancias institucionales de la sociedad
civil (Asociación de Abogados, Asociación de Prensa)
que pudieran tomar su defensa14.
La actividad de las CEBs, actuando en consonancia con sus obispos, por medio de los comités de
Justicia y Paz y otros específicamente creados para
desarrollar la defensa de los derechos humanos.fue
crucial para quebrar los peores componentes de la
cultura del terror: silencio, aislamiento de la víctima
de cualquier estructura de ayuda efectiva, desesperanza, falta de confianza en la eficacia de cualquier
acción, que termina por una autocensura y desarrollo
de complejo de culpa de parte de la propia víctima.
Al integrarse las CEBs, y otras instancias de la
Iglesia en la lucha por la defensa de los derechos
humanos logró confluir en el movimiento de oposición con otras instancias de la sociedad civil, como
los sindicatos que apoyados por los NMS, organizaciones pastorales y las propias CEBs comienzan un
proceso de defensa de sus derechos de asociación
autónoma frente á la prepotencia del estado.
Junto con las organizaciones de la Iglesia y el
despertar del movimiento sindical, la oposición brasileña contó con el apoyo de la Ordem dos Advogados do Brasil (OAB) y la Associacao Brasileira de
Imprenssa, (ABI).
c) La Ordem dos Advogados do Brasil (OAB)
La OAB no es un simple cuerpo profesional
13lbidem.
14tbidem, p.153-155.
limitado con la defensa de los intereses de sus miembros
sino que es un cuerpo legal cuya misión es la veeduría de la
aplicación Constitucional. Todos los abogados deben afiliarse
y pasar un período de entrenamiento con la OAB antes de
comenzar a ejercer. Su influencia deriva de su posición de supervisor con una suficiente independencia y autoridad para
poder jugar un papel crucial limitando abusos de poder y
protegiendo la independencia del poder judicial, cuando el
estado intentaba establecer mecanismos de control, purgas y
otras limitaciones de la independencia del sistema judicial. La
OAB se concentró desde el principio en la defensa de prisioneros políticos y en la denuncia de arrestos arbitrarios y el uso
de la tortura. Desde 1974 insistió en la defensa de los derechos
humanos y poco a poco fue orientándose hacia la defensa de
derechos políticos, sociales, y económicos, a la par que
desarrollaba una serie de estudios y promovía un trabajo
educativo sobre la defensa de estos derechos y la autonomía
de la OAB con relación al Estado.
Con la publicación de la Declaración de los Abogados
Brasileños de 1978 la OAB se mostró directamente en
oposición con el estado de seguridad nacional y comenzó a
solicitar la revocación del acta institucional N.5 que había
institucionalizado la dictadura.
d)A Associacao Brasileira de imprenssa. (ABI)
Por su parte, la Asociación de la Prensa jugó un papel
decisivo en la lucha por la apertura democrática. El control de
la prensa, la radio y la televisión era una pieza clave de los
mecanismos de control del estado de seguridad nacional. La
censura previa se llevaba adelante de formas muy variadas pero
que en muchos casos significaron no sólo el control de la
información que se difundía sino incalculables pérdidas
económicas que determinaron la quiebra de muchas empresas
como el venerable Correio da Manha y el semanario Opiniao.
Otras restricciones legales incluían la posibilidad de procesos
criminales a periodistas, editores y dueños de las empresas de
prensa. Con la apertura de 1976 algunos censores de los grandes
periódicos como O Estado de Sao Paulo y la Folha de Sao
Paulo fueron removidos pero a partir de 1977 se estableció
nuevamente la censura provocando una gran irritación en los
medios y entre los periodistas
Desde 1969 la Associacao Brasileira de Imprenssa jugó un importante papel educativo
concerniente a la defensa de los derechos de los
periodistas y de información consagrados en la
Declaración de Derechos Humanos de las
Naciones Unidas. Por medio de los órganos de
prensa esta declaración fue discutida en lo
concerniente a todo tipo de derechos. La relativa
autonomía de la que podía gozar la asociación
fue utilizada para amparar grupos y organizaciones más débiles que también se
enfrentaban al régimen.
La presión popular obligó a Geisel a
establecer un período de apertura desde 1975
que fue aprovechado para la publicación dé una
serie de artículos que criticaban el modelo
económico, la corrupción de los altos dignatarios
del gobierno. Lo más importante fue que la
prensa fue quebrando la cultura del terror
eliminando el silencio que había sido impuesto.
III) Religión y lucha social
1) La Biblia y el proceso de concientización.
Dentro de este contexto desde fines de los 60
y comienzos de los 70, muchos de los cristianos
vinculados a las CEBs, se integraron,
protegieron y sobre todo han promovido
organizaciones y nuevos movimientos sociales
como: asociaciones de defensa de los derechos
humanos, de vecinos, sobre todo en las "favelas",
organizaciones
sindicales,
grupos
de
alfabetización, educación de adultos, comunicación popular, grupos de mujeres, organizaciones
de negros, organizaciones de indígenas, de
defensa de la tierra y del equilibrio ecológico,
movimiento de los Sin Tierra, huertas
comunitarias, de bibliotecas populares, de
defensa de la vida, de la salud comunitaria15.
Todas estas organizaciones tuvieron como
fin primordial y común promover la
movilización de los sectores sociales explotados
o marginados por el actual sistema capitalista,
en las zonas urbanas y rurales, para que
acciones organizativas pudieran emerjer de sus
propias deliberaciones. Ellas hacían parte del
proyecto popular sin que podamos decir que éste
se reduzca simplemente a la suma de dichas partes.
15 Véase Frei Betto, op. cit., p.581.
16CEBs:Povo...op. cit.
17 Idem, numeral 10.
El proyecto popular fue definido por los miembros
de las CEBs. como "todo aquello que contribuye a la
liberación del pueblo." En la cabeza de los
participantes de las CEBS, liberación no tiene la
resonancia decisiva, como un momento histórico en que
se da la revolución o la apropiación del poder político
por los respresentantes de las clases populares.
Para las CEBs, la liberación es un proceso, que ya
están viviendo, construyéndose en la práctica popular,
pero, aún no se ha realizado plenamente. "El Plenario
entiende el Proyecto Político Popular como un
proceso en construcción, a través de la práctica con
una
doble
dimensión:
conscientización
y
organización.”16.
Aparte de las propias pequeñas comunidades, las
CEBs han usado otros mecanismos de concientización
y organización por fuera del aparato ecle-sial, el cual
específicamente lo constituyen las CEBs.
Aunque es difícil señalar las diferencias entre
concientización y organización, los miembros de las
CEBs consideran como órganos de conscientización,
los cursos de formación de trabajadores, cursos
bíblicos, sindicalismo, política, informaciones de la
radio, boletines y materiales para la reflexión de los
grupos y, muy especialmente, la práctica social que
resulta de la participación de las CEBs en luchas y
conflictos sociales, la cual es revisada en las reuniones
de cada una de las pequeñas comunidades17.
Para quien no está familiarizado con la Biblia,
directamente, surge una pregunta: ¿Cómo la Biblia
ejerce un papel concientizador? ¿ y por qué? Los
cursos bíblicos y el proceso de acción-reflexión-acción
de las comunidades, donde la dimensión bíblica es lo
específicamente religioso, ayudan a la concientización
porque para ellos la Biblia ejerce sobre todo un papel de
despertar. Las CEBs reinterpretan "la palabra de Dios"
a partir de la presencia de sus militantes en los
movimientos populares. Cuando leen su historia a la
luz de la historia de las intervenciones de Dios en la
historia del pueblo de Israel, se da una relectura del
propio texto bíblico. Una inte-
racción entre texto y contexto de la cual sale
el pretexto para la acción.
Al apropiarse de la Biblia, las clases
populares encuentran el sentido más radical de
su propia lucha, pues descubren que Dios no
quiere la miseria, la opresión, la enfermedad, la
falta de condiciones de vida. Razonan así: si
Dios es el autor de la Vida y Jesús vino para
que todos tengan vida y la tengan en
abundancia, Dios no puede querer la situación
de miseria, opresión, muerte temprana e injusta
en que vive la mayoría del pueblo brasileño y
por tanto justifica y legitima la lucha popular.
La Biblia les da a las CEBs, la legitimación
religiosa de las luchas emprendidas. " Las
CEBs deben favorecer, apoyar y acompañar
los militantes que están al frente de la lucha y es
necesario exigirles los compromisos asumidos".
La Biblia, a la vez que legitima y refuerza
el compromiso asumido en la lucha popular,
recrea conflictos de carácter religioso, pues la
Biblia, desde la lectura de la historia de las
luchas populares, replantea una desconfianza
ante la lectura clericali-zada. En las CEBs la
Biblia suscita una visión crítica de la praxis
social, en la línea de la sabiduría como existía
en los primeros siglos del cristianismo18.
2) Las CEBs, su presencia en las luchas
sociales a través los NMS
En cuanto a la organización las CEBs no
organizan como CEBs ninguna estructura que
no sea la eclesial. Son los militantes de las
CEBs que, motivados por sus creencias
religiosas, crean instrumentos de lucha a partir
de su inserción en el movimiento popular y así
se han integrado y creado NMS y movimientos
políticos..
"Las luchas del pueblo son como fuentes
de agua que brotan del suelo, se transforman
en riachuelos que descienden el monte hasta
transformarse en río. El río , con la fuerza de
Dios y la unión del pueblo, va a crecer hasta
derribar la vieja sociedad construida encima
de la explotación del pueblo".
Para los miembros de la CEBs predominan
cuatro grandes esferas de la sociedad civil en la
cual "el pueblo" puede organizarse:
• 1 La pastoral, especialmente a través de las
CEBs
18 Frei Betto, op. cit., p. 578-590
2 Los NMS que pueden subdividirse en dos:
(a) Los movimientos populares generales, con
reivindicaciones que conciernen a la inmensa ma
yoría del pueblo brasileño (la asociación de organi
zaciones de barrios, desde favelas hasta barrios
de las clases medias)
(b) los movimientos populares específicos (Ne
gros , mujeres, indios)
3 los movimientos sindicales (Oposicao Sindical,
O movimiento dos Sem Terra)
4 la de los Partidos y organizaciones políticas
(por ejemplo: PT.PDS, PDT, PMDB)
Así, la esfera de la pastoral sería la esfera
religiosa y en la que se organizan en cuanto a
miembros de Iglesia; las demás como:
movimientos sociales, sindicatos, organizaciones
políticas y .movimientos políticos, son
independientes de las CEBs y de la Iglesia en
cuanto institución , aunque estas organizaciones
sociales y políticas sean lugares donde los
cristianos actúan.
3) Los miembros de las CEBs y el proyecto
político
Para ellos, el gran desafío es establecer desde
el punto de vista político la reciprocidad y
complementación que debe existir entre las
diferentes esferas de la vida social evitando que
una quiera absorber o excluir a la otra. Todas la
esferas son consideradas igualmente importantes,
cada una con su especificidad para la construción
de la "Nueva sociedad" aunque reconocen la
primacía de lo político en la dirección del
proyecto político que pueda canalizar
experiencias para lograr acabar con " la
sociedad de lucro y opresión".
"El movimiento popular tiene muchos ríos, e¡ del
sindicalismo, del partido político, de las asociaciones de vecinos, del movimiento de los sin
tierra, de los favelados, de la mujer
marginalizada, de los pescadores, de los
deficientes físicos, de los niños, de las mujeres, de
los negros, de las naciones indígenas. Hay ríos
que ya son grandes, otros aún son pequeños. Pero
las luchas narradas por el pueblo muestran que
ellos están creciendo en todo el Brasil, pasando
de las luchas de resistencia a las luchas de
conquista. Es el proyecto político del pueblo el
que va a canalizar las aguas de los ria_
chuelos para el gran río que va a acabar con la
sociedad de lucro y de opresión y fundar la sociedad
de la manera que Dios lo quiere".
Así, para estos cristianos es en la Iglesia, en las
CEBs, que encuentran el sentido profundo y radical
de su compromiso, y en el partido político es donde
mejor se pueden consubstanciar con la dirección del
Proyecto Político Popular. Defienden la autonomía
de lo político y su carácter laico.
Fue en los 80, con la lucha por la democratización, que apareció en las CEBs el interés de participar en partidos políticos. Tanto en la participación
de NMS, como en los Partidos Políticos, ha existido
una preocupación,por parte de miembros de las
CEBs, de evitar que los cristianos se organicen en
cuanto tales para ingresar y luchar en la esfera
política. No les interesa una democracia cristiana de
carácter popular ni ningún nuevo tipo de "cristiandad"19.
Lo que buscan es la formación de los cristianos
para que se inserten en las luchas populares, en la
realidad histórica. Consideran que la esfera de la
Pastoral es la esfera de la Iglesia, es la esfera de lo
religioso. Las demás son las esferas donde se construye el proyecto político popular donde los cristianos deben actuar en medio de otros que no lo son y
llevar su perspectiva evangélica de valoración, defensa y respeto de la vida de cada uno de los seres
humanos, hermanos!as e hijos todos del mismo
Dios.
4) Las opciones políticas partidarias.
En el transcurso de los 20 años, que van desde
1964 en que se estableció la dictadura militar y
1984, en que la agitación social por la democratización, desemboca en el llamado a convocar una nueva constituyente, se suceden varios ciclos de represión y liberalización en los cuales se va a posibilitar
este encuentro de cristianos y no- cristianos, que van
a gestar los NMS, para realizar reclamos y exigencias políticas sin dejarse aplastar por el Estado.
El acta institucional No 2 había establecido el
funcionamiento de partidos políticos dentro del estado de seguridad nacional. De esta manera varios
partidos de oposición se habían unido formando el
Movimiento Democrático Brasileiro, MDB. Hasta
la reforma de los partidos de 1979, el MDB, -junto
con los sectores de oposición de la Iglesia, la OAB,
la ABI y el nuevo sindicalismo-desempeña un papel
crucial confrontando al estado por sus posiciones
autoritarias, exigiendo el desmantelamiento del apa
rato represivo, el diseño de una nueva constitución
y la modificación del modelo económico.
Con el paso del tiempo el MDB creció y fue
mostrando sus resistencia al estado policivo. Hacia
1979,1a coalición cívico-militar en el poder percibió
el crecimiento en el electorado del MDB. Estudios
de SNI (Servicio Nacional de Inteligencia) y otras
agencias gubernamentales indicaron que si no había
una nueva reglamentación electoral, la oposición
reunida en el MDB lograría ganar el control del
Congreso, las asambleas y muchos gobiernos municipales en las próximas elecciones. De manera que
resultó necesario, como el general Golbery explícitamente reconoció, dividir y fragmentar lo más posible a la oposición para poder tener un control
mayor sobre la organización de los partidos políticos. Era imprescindible, para el gobierno, reorganizar la ley de partidos, mientras el gobierno cívicomilitar tenía control sobre el Congreso. La ley de
reforma de los partidos de 1979, pasó a pesar de las
protestas del MDB.
La reforma abolió el MDB y la ARENA. Esta
última era fácilmente identificada por sus medidas
impopulares dentro del estado policiaco y rápida
mente se convirtió en el Partido Democrático Social
(PDS) Los miembros del MDB tenían, por otra
parte, importantes razones para mantenerse unidos
y fácilmente identificados, por lo cual simplemente
agregaron la palabra Partido a su antigua denomina
ción. PMDB (Partido do Movimento Democrático
Brasileiro).
De todas maneras la reforma electoral logró
dividir a los diferentes grupos políticos; la expresión
más conservadora de la alianza de la oposición
quería dominar totalmente la escena liquidando y
acallando las voces cada vez más fuertes del movimiento popular y del nuevo sindicalismo.
Se realizaron de todas maneras una serie de
maniobras tendientes a favorecer el desarrollo del
PDS que había reemplazado a ARENA. Sin embargo, para octubre de 1980 los partidos lograron orga-
19 Cristiandad es un concepto que denomina la situación en que la Iglesia utiliza una posición privilegiada dentro
de un Estado, para usar todas las instituciones y/o medios que éste posee, para desarrollar su tarea y difundir su
mensaje.
nizarse en el corto tiempo que les permitió la
nueva ley electoral.
Como muchos lo predijeron, el PMDB tuvo
un inmenso éxito, organizándose en casi todos
los municipios y regiones de Brasil, y en un año
fue capaz de hacer lo que no había logrado en
cuarenta años. Entre su membresía se reunían
desde propietarios de gran capital hasta
sindicalistas, industriales y campesinos.
Ideológicamente sus posiciones eran muy
diversas porque provenían desde partidos
conservadores hasta miembros de la guerrilla
clandestina, y de los viejos partidos comunistas
(PCB y PC doB.)
El Partido Popular (PP) se conformó con
sectores conservadores del viejo MDB, pues
creían en su potencialidad de jugar un papel en
el proceso de transición que se veía venir. El
Partido Trabalhista Brasileiro (PTB) logró
reunir tres corrientes políticas; el populismo
político de Getulio Vargas representado por el
partido de Irene Vargas, sobrina del
expresidente; la base política del expresidente
Janio Quadros, y el legado conservador de Río
Janeiro liderado por Carlos Lacerda; pero sus
posturas ambiguas no le permitieron
desarrollarse.
El Partido Democrático Trabalhista (PDT)
liderado por el ex-gobernador de Río Grande do
Sul, Leonel Brizóla, contó con el apoyo de una
corriente
socialista
minoritaria
pero
manteniendo
un
formato
organizativo
fuertemente centralizado y vertical.
Por su parte, anteriormente a la reforma
electo¬ral, líderes del nuevo movimiento
sindical, de los movimientos sociales y de las
comunidades de base habían establecido una
serie de contactos y desarro¬llado trabajos
comunes, especialmente apoyos en momentos
cruciales como la huelgas de los metalmecánicos y siderúrgicos en Sao Paulo en 1978
y 1979. En 1979 dieron un paso adelante y en
1980 fundaron el Partido dos Trabalhadores
(PT).
Los que propusieron la reforma electoral
habían creído poder evitar una participación de
las comu¬nidades de base en un partido
prohibiendo" el uso de términos que manifiesten
una afiliación o un llamado a creencias
religiosas o sentimientos de clase o de raza". Se
suponía que el tribunal supremo electoral iba a
rechazar al PT por estar basado en una clase
social, pero los líderes y abogados del nuevo
partido lograron arguir satisfactoriamente
que su militancia incluía campesinos, y
miembros de las clases medias tanto como
trabajadores y que el partido hacía un llamado a
un programa político más que a una afiliación
de clase.
La movilización social y política llevó a los
cristianos de las CEBs junto con los demás
brasileños a replantearse el problema de las
opciones partidarias. Las CEBs en cuanto CEBs
no tienen una opción partidaria definida. En
1986, año de elecciones y de gran agitación
política por el establecimiento de la nueva
constituyente, entre los 1.604 delegados a la
reunión anual de las CEBs de todo Brasil, había
706 delegados electos por las bases que o bien
habían sido miembros de las asambleas electas o
eran candidatos para alguno de los cargos
electivos en las elecciones de noviembre de
1986. De estos últimos eran: 4 del Partido del
Frente Liberal (PFL) 7 del Partido Democratic
Social (PDS), 11 del Partido Democrático
Trabalhista,(PDT) 69 eran del Partido do
Movimento Democrático Brasileiro ( PMDB) y
118 eran del Partido Trabalhista (PT )20.
Como se puede apreciar hay militantes en
diversos partidos, desde el conservador
oficialista PDS hasta los más radicales y
novedosos como el PT, pasando por el populista
PDT. Sin embargo, la mayoría se orientaba
hacia PMDB y el-PT.
El PMDB, como ya se dijo, surgió de la
experiencia del MDB (Movimiento Democratic
Brasileño) el cual era el único partido de
oposición existen¬
te durante la dictadura, entre 1966 y 1979,
enfrentándose siempre a ARENA el partido de
gobierno. Ideológicamente el PMDB reúne una
gama diversa que va desde antiguos miembros
de la extrema izquierda que actuaron en la lucha
armada hasta elementos conservadores, pasando
por el Partido Comunista do Brasil (P.C. do B),
el Partido Comunista Brasileño (PCB) y el MR8 Movimiento Revolucionario - 8 de octubre.
El propósito de esta amplia gama de grupos
unidos fue el de conformar un frente
democrático para poder enfrentar al PDS, que
era un partido oficialista, en las elecciones
generales del 15 de noviembre de 1982.
El PT es aparentemente el partido de mayor
acogida de las CEBs como puede apreciarse en
las cifras citadas. El Partido dos Trabalhadores
(PT) se fundó oficialmente el 10 de febrero de
1980 en Sao
20 Frei Betto, op. cit., p.582.
Paulo en una asamblea de delegados de grupos de
base de obreros, especialmente de la rama automotriz organizados en el Sindicato de los metalúrgicos
de San Bernardo do Campo (Sao Paulo), con miembros de diferentes organizaciones colectivas (NMS)
académicos y activistas, vinculados con dichos movimientos de base y con las CEBs y antiguos militantes marxistas de la izquierda radical. Partiendo
de diferentes experiencias fueron buscando construir y movilizar una nueva identidad política.
La confluencia de todas estas diferentes fuerzas
políticas que habían nacido y se habían desarrollado
durante el régimen autoritario, especialmente durante la apertura, tenían en común no sólo su carácter de opositores sino la necesidad sentida de crear
una verdadera alternativa política con un hondo
contenido antiestatista y profundamente enraizado
en el convencimiento de la riqueza de un poder
popular emanado de una sociedad civil autónoma.
Además compartían una crítica profunda al
comportamiento de los partidos políticos existentes,
incluyendo el opositor MDB (Movimiento Democrático Brasileño) y a los varios Partidos Comunistas a los cuales tachaban de inauténticos y elitistas21.
El partido nació específicamente de la experiencia de los trabajadores de la industria automotriz en
el Estado de Sao Paulo y de la solidaridad y apoyo
que le brindaron las CEBs y la Iglesia de Sao Paulo
en las huelgas de 1978-1979 y 1980. Esto explica
en parte la presencia de los miembros de las CEBs
en el PT o el carácter "Petista " de las CEBs.
Es un hecho indiscutible que las CEBs constituyen, hoy en Brasil, un movimiento de formación
política, puesto que a través de ellas se forman los
militantes y se fortalecen los movimientos
populares.
Í
Así la importancia política y social de las CEBsno la religiosa que no es asunto de este trabajo- está
ligada a su capacidad de despertar la consciencia
crítica de la condición de opresión, estimular el
autorespeto, esperanza y acciones efectivas para el
cambio, en la medida en que cada persona se asume
con derecho y deber de ser agente del cambio social
y político del Brasil.
IV) Los aportes ideológicos y organizativos
1) Conceptos y concepciones en torno a la po
lítica.
A) La definición de política.
Los militantes de estos nuevos grupos ven la
política como la totalidad de su vida en sociedad.
Política es todo, desde educar a los hijos hasta
organizar una manifestación o una huelga. Política
sería vivir en sociedad concientemente en un relacionamiento correcto con la totalidad del universo,
con los otros hombres y mujeres, con la madre
naturaleza y con Dios.
En este sentido readquiere su'vieja dimensión
de vida común en sociedad o relación interhumana
en la polis; va más allá que la estricta interpretación
moderna de la política entendida como ejercicio de
poder, por encima de la multitud, a fin de crear
unidad en función de la eficacia en la solución de
los problemas de la producción, o la regulación de
los conflictos en la esfera de la vida productiva en
la que el Estado es un administrador que se torna la
única instancia capaz de trazar orden y eficacia en
la vida social y en medio de la lucha por la satisfacción de sus necesidades.
La "nueva visión de la política" es pensada no
desde el horizonte instrumental de la pura eficacia
productiva sino desde un horizonte significativo;
donde lo que debe estar en juego en última instancia
es la dignidad humana del hombre en cuanto ser
esencialmente comunitario y libre. "El hombre se
hace hombre en plenitud, se hace hombre en la
medida en que pueda ser reconocido en su ser fundamentalmente no manipulable. La instrumentalización universal de la vida humana, en la sociedad
moderna atrofió, profundamentalmente, esta dimensión ética de la vida política. " Las CEBs están
precisamente recuperando, aunque en una perspectiva nueva, a través de la fé, la dimensión de la ética
en la vida política."22.
Sin embargo, esto no quiere decir que la política
simplemente se identifique con el conjunto de la
vida humana. En las comunidades de base, hablan
más de la vida que acerca de la política. La vida es
para ellos un concepto más rico que política. Incluye el concepto de política como lo definíamos ante-
21Tavares de Almeida M., op. cit., p.147-178.
22Araujo de Oliveira M., "CEBs e Constituiente: um desafio a modemidade", Revista Eclesiástica Brasileira, v.46, fase 183,
septiembre de 1986, pp.591-600.
riormente pero va más lejos, abrazando dimensiones que
no pueden reducirse a lo político, como la experiencia
espiritual y el sentido final de la vida de los seres
humanos y de la historia. Hablan de la política en
relación a poder vivir la vida que se les niega a cada
instante.
En esas sociedades donde la muerte temprana e injusta
hace parte de lo cotidiano, el interrogante sobre la
trascendencia consecuentemente hace parte de esa
cotidianidad y lo religioso adquiere una dimensionalidad diferente. Las comunidades de base son
el espacio natural para replantearse ese problema de la
trascendencia y al mismo tiempo el lugar para llamar la
atención y despertar a realizar acciones que conlleven a
evitar esa cotidianidad de la muerte. Por eso en las
comunidades de base celebran la vida que, se supone,
vence a la muerte, y a la vez son los espacios donde el
llamamiento a la actividad política se hace muy
acucioso.
La Constituyente, discutida en 1986, fue vista" no como
una especie de reorganización del Estado", sino,
fundamentalmente, como la búsqueda, hecha por todo el
pueblo, de un nuevo modelo de sociedad, capaz en primer
lugar de saciar la sed de justicia, de vida digna, de las
grandes mayorías marginalizadas. La Constituyente es
entonces vista como un gran proceso de re-constitución
de las bases de la sociedad brasileña, donde deben
desembocar todas las luchas del pueblo en la defensa
de sus derechos fundamentales, en defensa de la vida.
B) El sujeto de la política
Las CEBs. usan más el término pueblo (o povo) que el de
clase (la clase trabajadora, la clase obrera). Esto tiene dos
razones: Primero, porque consideran que en nuestras
sociedades el concepto de clase no siempre logra definir
con precisión diversas situaciones de distintos conjuntos
sociales. Y segundo, porque el cambio social concierne
a todo el pueblo entendido como la suma total de los
oprimidos y explotados que están relacionados al
sistema capitalista imperante, o a través de la
integración y explotación, o por la exclusión y
marginalización del mismo sistema; pero hacen ver, que
este conjunto es algo mucho más complejo que una clase
social definida en relación al trabajo. A su vez, insisten
que no están solamente explotados económicamente, ni
23 Boff L, "Los nuevos caminos de Liberación", Concilium noviembre 1987.
24 Da Silva L..l. (LULA), citado por Tavares de Almeida M.H., op. cit., p.147-178.
que lo económico es lo fundamental de la explotación,
sino que la explotación es a veces más insoportable a
nivel racial, política, sexual, religiosa y culturalmente23.
Los movimientos sociales rurales y urbanos han hecho
hincapié en problemas como la defensa de los derechos
humanos, el costo de vida, la apropiación de la tierra, el
consumo colectivo, la necesidad de servicios públicos
elementales como agua potable, energía, servicios de
salud, de educación y transporte. Esto los ha colocado en
directa confrontación con el estado y expande el concepto
de lucha de clases más allá del lugar de trabajo y lo lleva
hasta los hogares y las comunidades. Esto nos ayuda a
comprender el papel protagónico de las mujeres en los
movimientos sociales y en el florecimiento de un
feminismo cristiano brasileño y latinoamericano relacionado con la lucha social.
En el PT la definición de clase es mucho más clara por su
propio origen y conformación "Nosotros no estamos
creando un partido de los trabajadores, de los
metalmecánicos, sino el partido del pueblo trabajador
brasileño, porque nosotros tenemos un concepto amplio de
lo que es una persona trabajadora . Incluye profesionales
liberales, maestros y un numero amplio de otros grupos
en la sociedad que directa o indirectamente viven subordinados por el régimen salarial"24.
C) La recuperación de la propia historia
En los grupos tradicionales de derecha o de izquierda, la
ideología y la doctrina juegan un papel fundamental porque
desde allí se propone la práctica política. Por el contrario,
los nuevos movimientos sociales creen en la importancia
fundamental de la experiencia personal y del grupo para el
desarrollo y crecimiento comunes. Creen que es desde su
propia historia desde donde se deben sacar las propuestas
que orienten su lucha social.
Están convencidos de que su historia, como grupo social
marginal y explotado, ha sido menos conocida porque
ignorarlos es un fácil camino de convencerlos a ellos
mismos de que no han contribuido en nada al progreso
humano. Negándoles el conocimiento de su propia
historia o dándoles una versión tergiversada se "les niega
como pueblo un
derecho a la identidad porque la historia es una
herramienta de autoafirmación y liberación." Insisten en la necesidad de la recuperación de su propia
experiencia, de la memoria del grupo, su propia
historia.
Una concepción de corte teológico, predominante en las comunidades de base, sobre la relación
Historia e Historia de la Salvación es un elemento
clave para entender esta preocupación central de
reflexión sobre la propia experiencia para plantear
la acción.
Desde la perspectiva de los cristianos de las
comunidades de base, Cristo es Dios en la historia
y la historia es el lugar donde los seres humanos
encuentran a Dios. La religión le da un sentido a la
historia humana pero no la modifica ni cambia sus
reglas. Sólo existe una historia y es necesario conocerla no solamente para entender el presente y la
presencia de Dios en él, sino para que actuando en
el presente ser capaces de encontrar a Dios y vivir
su amor aquí y ahora.
D) La democracia participativa
El papel concientizador de las CEBs ha contribuido significativamente al desarrollo y fortalecimiento de los NMS; sobre todo ellos han cumplido
dos importantes funciones: una organizativa y la
otra de desarrollar un profundo compromiso para
adelantar un proceso de
aprendizaje
interno
de
la
democracia
participativa. (Ver cuadro No.l).
El debate nacional sobre una nueva
constitución entre 1985 y 1987 llevó a los miembros de las CEBs a promover una amplia discusión
en torno a lo que significaba este proceso y a
sensibilizar a la nación brasileña con la búsqueda
efectiva de una nueva sociedad mediante el
establecimiento de una constitución que revisara
las relaciones entre los ciudadanos sobre bases de
una democracia participativa.
25 Idem.
Esto significa que mediante las diferentes esferas de
organización que tiene el pueblo brasileño, éste pueda actuar
como grupo de presión y ser oído por políticos y partidos y
obtener su apoyo y la defensa de sus intereses." No sólo los
trabajadores, sino todo el pueblo brasileño debería hacer
parte en el debate político, aún si lo único que hace es estar
en el bar tomando "pinga" . Yo no puedo aceptar que los
políticos tengan ninguna influencia en los sindicatos pero creo
que los sindicatos tienen el deber- derecho de influir en los
políticos" :\
Desde su experiencia organizativa en las CEBs y en los NMS, y
en el PT.los militantes realizaron una fuerte crítica a la democracia
representativa, la que en última instancia consideran como un buen
camino para que se internalice, en cada uno de los ciudadanos las
prácticas autoritarias en todos los niveles del intrincado tejido
social, desde las relaciones hombre - mujer, en el núcleo familiar, en
el encuentro de blancos con negros indios, mestizos, en las
relaciones de producción, en las prácticas políticas partidarias y en el
encuentro de la sociedad con el aparato del estado.
Las comunidades son conscientes de que superar estos viejos
hábitos significa inventar nuevos gestos, otras actitudes,
comportamientos inéditos, lo
CUADRO No. 1
cual supone el aprendizaje largo y difícil de una
pedagogía de lo cotidiano que permita ir descubriendo
logares de aprendizaje de participación y de práctica
democrática. Para ellos la experiencia organizativa de
pequeño grupo y la revisión constante de la práctica,en
todas las esferas, es un punto de partida 26.
Por eso sea dicho que las comunidades de base han
sido escuelas de los sedientos de democracia
participativa. La experiencia colectiva y el desarrollo
democrático de las tomas de decisión en la comunidad,
han sido trasmitidos al gran movimiento social a través
de las actividades de los miembros de las CEBs en los
diferentes NMS organizados y promovidos por ellos
mismos o en los cuales han participado, y de ahí, al P.T.
Este lento aprendizaje de la democracia participativa,
ha sido uno de sus aportes más significativos a la vida
política. Las CEBs son, desde un mero análisis sociopolítico, catalizadores que sirven a un proceso político y
ético más amplio y en plena gestación.
2) La estructura organizativa
La cabeza del movimiento emergente no es un líder
ni una nueva versión del caudillo. El o ella es simple y
humildemente un animador de la comunidad, un
coordinador o catalizador de la dinámica procedente de
la experiencia de la comunidad. (Ver cuadro No.2).
A) El nuevo tipo de dirección no
es autoritaria porque:
a) Los coordinadores o animadores ocupan
una posición subordinada como promotores o
articuladores del movimiento que los precede a
ellos y viene desde la base. Ellos no son jefes
de grupo, dictando orientaciones y
proponiendo objetivos y dando órdenes. Ellos
son elegidos por "el pueblo" en los grupos de
base llamados núcleos y no co-optados o
simplemente impuestos.
26 Gómez de Souza L.A., "0 lento e penoso
aprendizaje da practica democrática", Revista
Eclesiástica Brasileira, v.46, tase. 183, septiembre
1986, pp.591-600.
b) Pasan sus funciones que ejercen de manera
transitoria y nunca permanente de forma de que no haya
posibilidad de que se mantengan fijos en sus puestos,
para impedir la posibilidad del abuso del poder y
removerlos de los mismos con facilidad.
c) Se ejerce la dirección colegiadamente, esto es,
compartiendo las responsabilidades con otros para de esa
manera prevenir cualquier abusiva concentración del
poder.
En resumen, este tipo de dirección está permanentemente sujeta a tres mecanismos de control: elección
por la comunidad, revocabilidad y división del poder. Estos
mecanismos son complementados por otros tendientes a
salvaguardar el ejercicio de la autoridad como servicio:
ausencia de salario, periódico y público rendimiento de
cuentas de sus funciones, consulta directa y general con
las bases sobre problemas y situaciones importantes.
B) Representación desde la base
En los círculos más activos y dinámicos ha crecido
instintivamente un rechazo a los líderes provenientes de
afuera, es decir, de otro sector de la sociedad que se
presente como guía del pueblo o líder del proceso. Existe
una fuerte consciencia de
CUADRO No.2
La estructura organizativa
que se dio una estrecha alianza de los movimientos
sociales del área rural y urbana y sectores progresistas de
la Iglesia Católica. La idea de formar un partido que
canalizara las demandas de varios movimientos
populares fue discutida en 1979, cuando el gobierno
intervino en los sindicatos de San Bernardo del Campo y
en varios Bancos de los sindicatos obreros y mostró la
extrema necesidad de cambiar las reglas del Código
Laboral.
......
El P.T. fue sin duda el partido que tuvo una mayor
identificación de clase entre todos los partidos de la
oposición; también fue el único que siempre contó con un
importante número de intelectuales y con el movimiento
estudiantil.
En gran medida, debido a la presencia en el Partido
de muchos miembros de las comunidades de base, el PT
siguió un formato organizacional muy similar al
desarrollado por éstas. Dada la ley de partidos, la
estructura organizativa prevista era la tradicional:
vertical-autoritaria, pero la organización fue compuesta
por células a nivel de la base -los núcleos del partidodonde se determinaba la estructura organizativa y
orientaciones generales del partido, como ya hemos visto
y que se organizó en forma paralela a la exigida por la ley
de partidos.
Cada núcleo en cada barrio, fábrica o área cam
pesina, designaba alguno de sus miembros para
participar en la coordinación regional y formar el
comité del estado. Todos los delegados participaban en
una convención del estado con un carácter "in
formal" para decidir los asuntos de interés común,
y estos mismos delegados participaban en conven
ciones nacionales. Por medio de este proceso, el
programa y la plataforma electoral del partido po
dían reflejar las propuestas que habían sido discuti
das en miles de núcleos en todo el país y luego las
propuestas finales eran nuevamente votadas en con
venciones de municipios o sectores, regionales y
nacionales.
De esta forma, el PT fue el único partido de oposición
que se inventó la manera de establecer una organización
paralela. Por un lado se las ingeniaron para seguir todo el
intrincado camino establecido para poder funcionar como
partido legal y, por otra, la orientación política y
administrativa del partido era previamente establecida en
reuniones informales a niveles locales regionales y
nacionales. A pesar entonces de establecer una estructura
que tomara decisiones en la cúpula, el partido, previa-
mente lograba desarrollar una fuerte participación y
discusión en los núcleos y en las reuniones locales,
regionales y nacionales, enfatizando siempre en el
desarrollo de una conciencia crítica y participativa
de todos los militantes.
El PT definía su función como la manera de
hacer viables las demandas de los marginalizados y
no-privilegiados por el sistema. Sobre todo, el partido
buscó incrementar todas las oportunidades posibles
para lograr la participación política y el compromiso
activo de aquellas personas que nunca habían
participado en política formalmente y a ningún nivel.
Se intentó canalizar las demandas provenientes de los
más marginalizados y de diferentes regiones a fin de
lograr adquirir fuerza política nacional e
incrementar el nivel de representación política. Por
otra parte, no se trataba tampoco de absorber las
organizaciones sociales del movimiento popular sino
de crear un canal para que estos movimientos
pudieran tener una significación nacional respetando
los roles específicos de las organizaciones e
instituciones que componen la base social del PT.
El P.T. fue sin duda la organización política más
novedosa y al mismo tiempo más nueva que no
contaba ni con la experiencia política organizativa
que tenían otros grupos, ni con los recursos económicos de sus militantes, ni con las maquinarias
antiguas de los otros. Sin embargo, su esfuerzo
organizativo dio sus frutos convirtiéndose en el
tercer partido de la oposición, con más de medio
millón de miembros en 1980, eligiendo a la primera
mujer alcaldesa en 1985 en Fortaleza, capital de
Ceará, en 1988 con otra mujer ganaron también la
alcaldía de Sao Paulo, la ciudad más populosa de
Brasil, y lograron el 47% del total de los votos en
las elecciones presidenciales de 1989.
Sin embargo, a pesar de su avance electoral no
fue esto lo más significativo del PT, sino el considerar, por encima de todo, en convertirse en una
verdadera escuela cívica donde los ciudadanos, que
siempre habían sido excluidos y marginalizados por
las estructuras políticas de los partidos, pudieran
aprender a participar libremente y a comprometerse
en la organización política partidaria.
Las transformaciones políticas a su vez, también
influenciaron la realidad religiosa. Las exigencias de
cambio en las actitudes sociales, políticas y económicas, inherentes en el proceso de conscientiza-
ción y práctica política originaron el cambio en la
reflexión teológica. El compromiso con los pobres se
profundizó y la reflexión lograda a través de la revisión
de vida en pequeñas comunidades, cimentó y desarrolló el
camino de la Teología de la Liberación.
Esto les permitió, por una parte, encontrar nuevos
caminos para vivir su experiencia religiosa y por otra,
integrándose en la lucha contra el autoritarismo,
lograron crear, junto con otros disidentes, nuevos
espacios sociales y políticos para que la socie-
dad civil brasileña se enfrentara al dirigismo estatal
autoritario y que se convirtiera en una alternativa de
poder. Ello no excluye la existencia de otras corrientes,
al interior del propio catolicismo brasileño, que no
comparten esta perspectiva religiosa ni acompañan el
proyecto político propuesto por el P.T., ni tampoco,
la presencia de otras corrientes religiosas,
especialmente evangélicos, que si se han comprometido en un esfuerzo pastoral y teológico similar, y
políticamente han adherido al Partido dos Trabalhadores.
R E S E Ñ A S
LA OFENSIVA EMPRESARIAL
Industriales, políticos y violencia en los años 40 en Colombia
Charles Bergquist. Profesor, Universidad de Washington
E
ste libro, escrito por el joven historiador colombiano Eduardo Sáenz Rovner, cumple dos funciones muy importantes. Toma como punto focal una
era fundamental de la historia nacional y mundial, los
años 1945-1950, cuando los procesos interrelacionados de la reestructuración capitalista, represión de sindicalismo de izquierda y el
surgimiento de la Guerra Fría se combinaron para crear
el orden de la posguerra que apenas comienza a
desentrañarse del todo en nuestra época. Y construye
sus análisis sobre la base de una variedad de fuentes
archivísticas hasta ahora casi inexploradas, en especial
los archivos de la nueva fuerza institucional más
importante de la vida económica y política colombiana,
la Asociación Nacional de Indus-trialies (ANDI),
fundada en 1944. El resultado es una interpretación
sugerente y muy original de los temas centrales de este
período, sobre todo la sociedad colombiana durante más
de una década después del asesinato del dirigente liberal
Jorge Eliécer Gai-tán en 1948, y que ha influido sobre
prácticamente todos los aspectos de la vida nacional en
los decenios siguientes.
Por lo general, la violencia que brotó en la era de
la posguerra en Colombia ha sido analizada en
términos nacionales. Sáenz Rovner muestra, sin
embargo, que fue un hecho netamente colombiano
ligado a procesos hemisféricos e internacionales más
amplios. El más importante de éstos fue una
reestructuración básica del capitalismo mundial, a fin
de acomodar los cambios propiciados por el decenio
de depresión económica mundial que siguió a 1930, y
por el estallido y desenlace de la guerra mundial, que
convirtieron a Estados Unidos en la principal potencia
económica y militar del mundo.
Uno de estos cambios fue el crecimiento y diversificación del sector industrial en muchas de las
naciones más grandes y desarrolladas de América
Latina, como Colombia. "La dimensión social de
este proceso fue el surgimiento de poderosos intereses industriales en estas naciones. Estos intereses
no podían contemplar un retorno a la sencilla división internacional del trabajo vigente antes de 1930,
según la cual países como Colombia dependían
predominantemente de la exportación dé productos
primarios agrícolas y minerales y compraban, a
cambio la mayor parte de sus bienes manufacturados en los centros industrializados del sistema mundial sobre todo en Estados Unidos y Europa Occidental.
Sáenz Rovner muestra con detalles abundantes
y persuasivos cómo esa división internacional del
trabajo clásicamente liberal anterior a 1930 no podía
ser recreada en Colombia, pese al hecho de que allí
como en Estados Unidos había grupos poderosos a
los cuales les hubiera gustado hacerlo. Demuestra
cómo los industriales colombianos, sobre todo las
empresas textileras de Medellín, estaban muy conscientes de sus intereses como sector de una clase
capitalista tradicionalmente dominada por los caficultores y por las empresas comerciales de exportación-importanción. Señala cómo, después de fundada la ANDI, actuaron decididamente en un frente
amplio para proteger y expandir aquellos intereses.
Pagaron a periodistas, intelectuales y políticos para
persudir la opinión pública de las bondades de la
industria nacional. Concebían la legislación nacional, las políticas comerciales como instrumentos
diseñados para apuntalar su posición como produc-
tores oligopólicos en un mercado nacional protegido y
altamente lucrativo.
Sin embargo, según demuestra Sáenz, su búsqueda
de aliados políticos leales fue lo que las mayores y más
alarmantes implicaciones tuvo. Fueron abandonando los
sectores principales (y moderados) de los partidos
Liberal y Conservador, los cuales tendían a reflejar los
intereses de los caficul-tores y los exportadoresimportadores. Dominaban tanto el Congreso
colombiano como los gabinetes bipartidistas del
presidente conservador Mariano Ospina Pérez, elegido
en 1946. Los dirigentes de la ANDI también se opusieron
firmemente a la facción del Paritdo Liberal dirigida por
Gaitán, pues la atención que este último prestaba al
bienestar de los consumidores colombianos y a los
intereses
agrícolas
amenazaba
su
proyecto
proteccionista. Finalmente, adhirieron a la política de los
elementos más reaccionarios del Partido Conservador,
dirigido por Laureano Gómez. En 1950, dicha facción,
que controlaba el ejecutivo, asumió poderes dictatoriales
y se empeñó en un esfuerzo concertado pra eliminar
tanto la resistencia liberal como la influencia izquierdista (sobre todo comunista) de la vida colombiana.
Después de abolir la legislatura, gobernó por decreto. En
este contexto, el gobierno nacional estatuyó las medidas
proteccionistas tan ávidamente buscadas por la ANDI
desde el final de guerra mundial.
El mérito de esta historia revisionista yace en la
abundancia de evidencia documental con que Sáenz
Rovner sustenta su tesis. La documentación de los
intereses de grupos económicos poderosos es algo
inusual en la historiografía colombiana, sobre todo en
lo que respecta al período contemporáneo. El autor
explora no sólo los voluminosos y reveladores archivos
de la ANDI, sino también los de otro gremio de
formación reciente, la Federación Nacional de
Comerciantes (Fenalco), cuyos intereses con frecuencias
se oponían a aquellos de la ANDI. Complementa estas
fuentes con información reveladora del Archivo de la
Presidencia de la República, el Archivo del Ministerio
de Relaciones Exteriores y los Archivos Nacionales de
Estados Unidos.
El estudio resultante difiere notoriamente de las
historias polémicas y someras, sustentadas en una
lectura selectiva de fuentes secundarias limitadas,
que suelen ser corrientes en los análisis sobre este
período. Tampoco se trata de un comentario teórico
sobre la época, diseñado más para avanzar un proyecto político e ideológico que para tratar de desen
trañar las realidades del momento. Sáenz Rovner
utiliza información de ambos tipos de trabajo para
reforzar su evidencia archivística y, en especial,
para subrayar la intención revisionista de su disertación. Sin embargo, el meollo de su tesis
proviene de evidencia extraída directamente,
como decimos en inglés, "de la boca del caballo".
De hecho, el grueso de la historia de Sáenz
Rovner es resultado de los protagonistas mismos.
En ningún momento es tan clara esta diferencia
como en el trato que el autor da al muy pregonado
tema del surgimiento de una burguesía nacional, que
gran parte de la historiografía liberal e izquierdista
rastrea a los gobiernos liberales del período 19301945. Sáenz Rovner analiza y rebate esta posición.
Argumenta, por el contrario, que cuando emerge
una fuerza que parece y actúa efectivamente como
una burguesía nacional - los industriales de la ANDI
del período de la posguerra-, esa fuerza está dispuesta a sacrificar, no sólo los intereses económicos de
los consumidores y trabajadores nacional y sus
grandes y pequeños rivales dentro de la clase capitalista, sino también las instituciones políticas democráticas limitadas de las cuales disfrutaban los
colombianos a comienzos de la era de la posguerra.
Según la interpretación del autor, los industriales no
causan directamente la violencia, pero se aprovechan de ella en formas que ningún investigador
anterior ha señalado con tanta precisión.
Siempre presente en toda esta cuestión está el
tema de la relación de capitalistas colombianos,
especialmente los industriales, con los intereses norteamericanos en la era de la posguerra. La información contenida en este libro, en gran parte
extraída de los Archivos Nacionales de Estados
Unidos, revela que, además de proteger su propio
mercado nacional de textiles, la burguesía
industrial colombiana (a semejanza de sus
contrapartes en el importante sector cafetero y sus
compatriotas en el sector comercial) no tuvo
mayores problemas en acomodar sus intereses a
los designios estadounidenses
durante los años de la posguerra. Todos estos grupos
capitalistas estaban unidos en torno de Estados Unidos, y
respaldaban su política global de aplastar sindicatos
laborales fuertes dirigidos por izquierdistas. Todos
apoyaban la política de reprimir y eliminar la influencia
comunista. A los colombinaos se les permitió preservar y
proteger su mercado nacional limitado de textiles porque,
según parece, promovieron vigorosamente la inversión
extranjera en todos los demás sectores. Al comienzo los
inversionistas norteamericanos y su gobierno se
interesaban en la explotación de minerales, sobre todo
petróleo. No obstante, muy pronto las corporaciones
multinacionales de Estados Unidos ampliaron sus inversiones hasta incluir una amplia gama de empresas
manufactureras.
Como sucede con los estudios históricos revisionistas
altamente originales, este libro exhibe algunos excesos y
debilidades. Los lectores encontrarán que algunos
aspectos del trabajo son más convincentes que otros.
Por ejemplo, las fuentes utilizadas por el autor no
esclarecen muy bien la relación entre los industriales y los
intereses cafeteros, y es posible que la distinción entre
unos y otros se haya exagerado. Además, la relación
entre la política de los intereses económicos de élite y lo
que podría llamarse "la política de la política", la diná-
mica del peculiar sistema político bipartidista co
lombiano que desempeña un papel tan preponderan
te en la génesis de la violencia, no es muy clara en
el análisis, tanto en términos conceptuales como en
la narrativa de los sucesos según se van desenvol
viendo. Sin embargo, esto no constituye realmente
una crítica, pues se trata de un problema que ha
preocupado y atormentado los esfuerzos de todos
los estudiosos de la economía política moderna de
Colombia. Sáenz Rovner ha añadido un caudal de
nueva información y análisis convincente al rompe
cabezas central de los estudios colombianos moder
nos.
Como todos los trabajos históricos buenos, los
puntos fuertes -y debilidades- de este estudio giran en
torno de sus fuentes, que privilegian una percepción y
acción económica de élite, y sólo reflejan
oblicuamente las dimensiones ideológicas, políticas y
sociales más generales del cambio histórico. Pero es la
fuerza de estas mismas fuentes, y la perspicacia con que
Sáenz Rovner ha escogido, definido y analizado su
tema, lo que hacen de este libro una contribución tan
valiosa. Con esta obra, Sáenz Rovner ha abierto líneas
completamente
nuevas
de
investigación
e
interpretación de una coyuntura crucial en la historia
colombiana del siglo XX.
R E S E Ñ A
CULTURA E IDENTIDAD OBRERA
Mauricio Archila Neira.
Cultura e identidad obrera. Colombia, 1910-1945
Cinep, 1992.
L
a caracterización del proceso de aparición y
formación de la clase obrera colombiana ha sido
preocupación constante de quienes se han interesado en rescartar esa otra cara de la moneda histórica
que constituye la vida de los trabajadores.
su construcción histórica va brotando de la labor
investigativa sectorial y regional, de la narración
que saca de la boca a los protagonistas y de la
confrontación a que somete permanentemente sus
hallazgos
Pero, ¿desde qué momento puede hablarse de
clase obrera colombiana? Es una pregunta que no
ha estado ociosamente en el tapete de discusión,
porque la respuesta que se le dé emana la concep
ción global que se tenga de la historia contemporá
nea del país.
¿Desde qué momento comienza a percibir el
autor la presencia social de los obreros en Colombia? En el segundo y tercer decenio del siglo XX.
El interrogante ha estado presente porque hasta
ahora carecemos de un seguimiento persistente de
la huella laboral. Aunque la historiografía regional
se torna cada vez más jugosa, el camino por recorrer
es muy extenso y todavía continuamos sabiendo
más de hombres ilustres que de sucesos callejeros,
y más de leyenda adocenada que de verdadera vida
cotidiana. En esas condiciones, el intento de transcribir la memoria de los trabajadores es inevitablemente una maroma que voltea el dato de la historia
y nos lleva a un mundo en buenos trechos desconocidos y donde hay el riesgo de que toda "jugada"
valga.
Desde hace rato, hay que reconocerlo, los trabajos elaborados por Mauricio Archila han venido a
enfrentar ese riesgo. Su esfuerzo pertinaz por rescatar la imagen cotidiana y trascendental de la comunidad asalariada ofrece mucha confianza debido a
la solidez de su premisa teórica y a la eficacia de su
metodología. Archila viene escribiendo la historia
de los trabajadores colombianos no como alguien
que se pone a hacer la tarea escolar; es al contrario:
Ahora bien, en el proceso de creación de nuestra
nacionalidad hay una estancia en que el protagonismo del pueblo raso tiene un corte, un tajo profundo,
a partir del cual muchísimos perfiles protagónicos
permanecen todavía en la sombra. Nos referimos a
la derrota de los artesanos a mediados del siglo
pasado.
Lo que se sabe sobre la suerte posterior de los
artesanos, a todo lo largo de la segunda mitad del
siglo XIX, no es enteramente satisfactorio, pero la
huella de los trabajadores asalariados está perdida
en grandes tramos del camino. ¿Qué ocurrió con las
sucesivas oleadas de mano de obra libre que, aparentemente, fue exudando la demolición paulatina
de los resguardos indígenas? ¿Cómo sucedieron las
cosas en el seno de esa masa asalariada minoritaria
que subsistió a la sombra del régimen hacendatario?
Cuando, a finales de los años 80 de ese siglo, Mariano Ospina Rodríguez expresaba el temor de su
clase ante el crecimiento impetuoso del proletariado
en Europa occidental, ¿también tenía ya motivos
para ello en suelo colombiano?. En otras palabras:
¿la economía exportadora del tabaco, el añil, la
quina -y el asalariado colombiano moderno nace en
la economía exportadora- no arrojó saldos impor-
R E S E Ñ A S
tantes -económica y socialmente importantes— de
población que sólo podía vivir de la venta de su
fuerza de trabajo?.
Tarde, más tarde que en los países latinoamericanos
de vanguardia, pero quizás con mayor celeridad que
en otros lugares, dice Archila.
No es que Mauricio Archila, en su última obra,
"Cultura e identidad obrera", haya absuelto ese tipo
de interrogantes. Tal vez no ha sido ese su propósito
en la verificación de los orígenes de la clase obrera
colombiana. Pero él ha encontrado una clave dife
rente para penetrar el proceso global de aparición y
formación de esa clase.
"Cultura e identidad obrera" es, desde luego ~y
así no quiera reconocerlo el autor—, un nuevo esfuerzo para reconstruir la historia de la clase obrera
colombiana. Pero quizás es algo más: es "otra"
historia, escencialmente distinta de las anteriores.
Nos parece que con esa obra ocurre en nuestra
ciencia social cosa similar a lo que sucedió en el
terreno de la narrativa con la aparición de "Cien años
de soledad" hace más de veinte años. Con esto no
pretendemos hacer forzadas similitudes de creación
humana, sino advertir que en ciencias sociales, no
hay manera alguna de impedir que la calidad del
trabajo se imponga finalmente. El libro de Mauricio
Archila es una fina labor de localización, interpretación y comprobación de elementos con los cuales
se tejió una etapa decisiva de la vida nacional. Ha
sido una obra proyectada sobre esa espontánea facilidad de Mauricio de sumergirse en el medio social
de su trabajo, como otro trabajador masque examina y reflexiona en el camino, lejos de toda pretensión académica. Esa es la ventaja superior que el
libro tiene sobre los anteriores intentos de historiar
a la clase obrera colombiana.
Hasta ahora los investigadores del asunto habían edificado sus hipótesis más que todo desde el
punto de partida del Juego de las fuerzas económicas
y políticas, usando en algunos casos premisas sesgadas por el recurso ideológico.
Archila ha querido hacerlo desde otro ángulo: el
de la formación de la identidad de clase. Que no se
produce —advierte él— por la sumatoria pasiva de
elementos culturales, sino en medio de la confrontación de los asalariados con las otras clases también
en formación, y en particular con la clase dominante. Las élites, como prefiere decir.
El camino recorrido para llegar a la clase, desde
el campesinado y desde los rezagos del artesanado;
la resistencia del obrero a la proletarización, tantas
veces comprobada por la investigación social de
nuestro medio; la vida cotidiana de las primeras
generaciones de obreros; su empleo del tiempo libre; su "encuentro" con necesidad de la organización política independiente: todo contribuye a edificar tortuosa, tercamente, la identidad de la nueva
clase social. Lo que el examen minucioso del investigador muestra, es la evolución desde la clase obrera como la rara comunidad urbana de "los pobres"
hasta la clase obrera orgullosa de la construcción de
su país. La Colombia que mostró dolorosamente su
modernidad en los escenarios de la guerra de los Mil
Días, es el comienzo del relato-interpretación de
Archila y su término metodológico llega hasta la
zambullida del país en la otra violencia que nos sacó
a los escenarios del mundo del subdesarrollo. Entre
uno y otro momento tenaz se construyó la identidad,
se comprobó la existencia histórica de la clase.
Han sido diez años de persistente búsqueda de
los elementos de la identidad obrera: entrevista,
consulta de archivos y documentos, confrontación
de hipótesis y testimonios, debates en seminarios en
torno a los trabajos preliminares que Archila fue
publicando a partir de 1986 y que ahora entran a ser
parte sustancial de la obra que aquí reseñamos.
Tales " avances" de la investigación principal ya
habían evidenciado la importancia de la nueva metodología empleada, en momentos en que muchos
creíamos que sólo la interpretación marxista del
hecho social podía ser una interpretación relevante,
por no decir valedera. Esta que nos ofrece ahora el
catedrático de la Universidad Nacional e investigador del Cinep, es una contribución notable a la
flexibilidad y a la democratización del pensamiento
político colombiano.
Alvaro Delgado
TRES DECADAS DE LUCHAS UNITARIAS
Carlos Arango Zuluaga. Tres décadas de luchas unitarias.
Impresol, Bogotá, 1992.
E
l cronista e investigador Carlos Arango, acaba de
poner en circulación su última obra: "Tres
décadas de luchas unitarias". Se trata de un extenso
trabajo testimonial sobre la vida y las luchas de los
trabajadores colombianos del cemento, la construcción
y la madera durante los últimos treinta años. A lo largo
de dos años, con financiamiento de la federación
sindical nacional de esa rama (Fenaltracon-cem),
Arango anduvo cargando su grabadora, su maletín
inescrutable y su buen humor por calles y caminos de
las principales regiones del país, en busca de viejos
dirigentes sindicales. A unos, los más, los encontró
todavía activos en su empleo, unos pocos lo
recibieron en sus hogares en calidad de pensionados,
de otros sólo pudo conocer referencias, por haber
muerto ya. Los documentos escritos no fueron, ni de lejos,
lo más importante. Los que Carlos Arango buscó
apasionadamente en esos 24 meses de peregrinaje
fue una descripción viva de lo que había ocurrido
hace veinte, treinta, cuarenta años, en esas mismas
canteras de caliza que ahora visitaba, bajo esos
mismos cielos que cubren desde siempre las alegrías
y las lágrimas de quienes rara vez aparecen en las
páginas de la historia nacional. Como lo relevante
del testimonio oral no es su exactitud sino la fuerza
de su verdad, el diverso criterio de los testigos en
torno a un mismo episodio hace girar el pensamiento
y el lector termina por inmiscuirse en el asunto y
tomar partido también.
¿Qué ocurrió en esos treinta anos? el rastreo de los
sucesos comienza a mediados de los años 50 y
culmina hacia 1986. Sin proponérselo, se inicia en el
período de acentuada industrialización y proteccionismo que siguió a la segunda guerra mundial y
finaliza en un tramo de declive del sector industrial y
de orden de partida al frenético neoliberalismo que hoy
quiere imponerse. Casualmente también las cosas
comienzan cuando se dibuja un ascenso de las luchas de
los asalariados y terminan en un momento en que el
movimiento obrero
colombiano camina hacia su actual crisis de
identidad. En el espacio entre esos dos jalones
se mueve la que puede considerarse quizás
como la más dramática historia del
proletariado criollo en la época actual. Los
ferrocarrileros y los bananeros habían
irrumpido en la escena nacional en el segundo
y tercer decenio del siglo: los textileros se
dejaron sentir en los años 30 y 40, y el
protagonismo político de los petroleros
alcanzó su objetivo central a fines de los 40.
Los años 60 y 70 conocen el despliege de la
economía colombiana, acompañado de mayor
desfiguración política y de una nueva y más
feroz versión de la tradicional violencia
colombiana. Es esa la edad dorada de la
competencia sindical por crear ejércitos
ideológicos bajo comando de partidos y
grupos partidistas. Es el lapso de la vida
colombiana en el cual los trabajadores han
hecho los mayores esfuerzos por unificar sus
fuerzas e identificarse, antes que todo, como
asalariados. Los trabajadores de la construcción
y los materiales de construcción —y principalmente los cementeros— estuvieron en el
centro mismo de ese acontecimiento. Dos
factores, a nuestro sentir, confluyeron para
realzar su figuración: su irrefrenable decisión
de colocarse en las posiciones salariales y
sociales ya conquistadas por el conjunto de
trabajadores de la manufactura, y la
insospechada proliferación de cuadros
políticos que se operó en sus filas. Este último
rasgo fue decisivo para que los cementeros se
convirtieran en el sector obrero colombiano
más consecuentemente politizado de la
actualidad. Ello puede explicar quizás porque este
sector ha sido el único del país que, en el archipiélago
del sindicalismo de empresa, ha logrado plasmar en la
realidad una táctica de sindicato de rama industrial; al
mismo tiempo, ha sido la parte de la manufactura más
afectada por la acción extermina-dora de la "guerra
sucia", y la que ha respondido a ellas con la mayor
consistencia, si se tiene en cuenta la gran dispersión
patronal y geográfica de la rama. En estos dos
sentidos, lo que ha ocurrido en materiales de
construcción sólo puede equiparse con similar
fenómeno en la industria del banano, localizada en una
zona geográfica bien determinada.
Lo que uno observa detrás de los testimonios de los
obreros es el gigantesco esfuerzo por erigir una
organización gremial en medio del atraso de la
población laboriosa y la hostilidad de los empresarios.
Lo que el libro de Carlos Arango relata es ese
itinerario que recorre la mente del trabajador, que
viene de los socavones mineros y la agricultura de
pancoger de los colonos vecinos y sube hasta las
azoteas de los rascacielos con el oficial y su ayudante.
Todo en ese itinerario es una labor pesada y
agotadora, un trato con máquinas enormes y un
constante suspenso en el vacío. La muerte lo acompaña
pacientemente en su puesto de trabajo, como
maniobra más para ser ejecutada. Allí aparece lo que la
gente no conoce: las intimidades de la lucha de los
trabajadores, el drama cotidiano de su vida; hasta ahora
la historia es solamente la visión de los trabajadores en
las calles y plazas y los contados momentos en que las
figuras de sus principales líderes aparecen en la
televisión. Otra cosa, muy distinta, es lo que acontece
en las minas de caliza, bajo las toldas de la huelga, en
los corredores de Jas fábricas y en las salas y cocinas
de las viviendas obreras. Arango nos ha puesto a
"escuchar" la "otra historia" de Colombia
contemporánea.
Precisamente esa oportunidad de "escuchar" la
historia pone de presente que los avances hacia la
modernización del sindicalismo colombiano, encabezados en los años 60 y 70 por CSTC, tuvieron a los
asalariados del cemento como su eje central. Si hacer
política es salir de la propia clase y acceder a las
demás clases, a las instancias particulares y al mismo
Estado; si es inmiscuirse también en los
problemas de los barrios populares, de las
veredas campesinas, de los movimientos cívicos,
las amas de casa y hasta los policías, los
trabajadores de la construcción y los materiales
de construcción han estado sin duda a la cabeza
de sus compañeros asalariados en el esfuerzo por
politizar la acción obrera. Figuras como Gustavo
Osorio, Julio Cesar Uribe, Henry Cuenca, Rafael
Cely, Evaristo Casti-blanco, Ramiro Gómez y
tantos otros son prueba fehaciente.
A mediados de los años 80, sin embargo, la
crisis del sindicalismo perforaba las duras
murallas de la ideología de clase. Los testimonios
de los líderes cementeros así lo confirman. El
relativamente largo proceso que condujo a la
unificación parcial del movimiento culminó en el
momento más complicado: era la crisis del
sindicalismo tradicional y la rápida desaparición
del "estado benefactor", pero al mismo tiempo la
crisis y el colapso final del socialismo y con el del
poder obrero mundial. Ocurrió lo inesperado: del
fracaso del estrecho modelo sindical bipartidista
no surgió, no pudo surgir, un sindicalismo
independiente y democrático, transformado en
nueva alternativa política de los trabajadores. En
los últimos cinco o seis años, a partir del fracaso de
la apertura democrática betancurista, la izquierda
colombiana en todos sus matices, se alejó
aceleradamente de las posiciones del pueblo. Siguió
obrando como sin nada catastrófico hubiera
ocurrido en sus filas mundiales, como si fuera
posible recuperar el tiempo perdido y poner
nuevamente a Marx y Lenin cabeza arriba. Los
métodos de lucha tradicionales siguieron presentes
en el orden del día. Continuó campante la
fraseología contestataria y emocional pese a que
los resortes de la economía, el mundo entero de
la oferta y la demanda habían cambiado sus
mecanismos y comenzaban a obedecer a otros
imperativos, los del capitalismo transnacional
hegemónico. Los trabajadores colombianos
parecen entonces contenidos entre dos prácticas
sociales: la neoliberal —demoledora por
excelencia de la soberanía nacional y la economía
propia, pero con cartas de juego eficaces en sus
manos— y la contestataria, que golpea y rebota en
las murallas del Estado.
Los sindicatos, por sí solos, no van a poder salir de
esa "encerrona". Las páginas finales del libro de Arango
evidencian la impotencia de la masa asalariada para
impedir el reflujo de movimientos. Las palabras de los
obreros muestran que ellos siguen esperanzados en sus
viejas concepciones , probadas en múltiples lides, van a
continuar demostrando su
eficacia. No hay sombra de escepticismo, pero
tampoco hay una respuesta para lo que ellos
mismos constatan: que el grueso de los
asalariados colombianos sigue bajo pensando con
los elementos de la ideología y la cultura de sus
enemigos.
Alvaro Delgado
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