“Una oración sentida, de corazón, arranca milagros”

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“Una oración sentida, de
corazón, arranca milagros”
Primera Lectura (Is 56,1.6-7):
El profeta Isaías nos
muestra cómo la comunidad nacida del exilio de Babilonia consolida las
bases de su nueva existencia: el templo, el culto, el sábado, la ley. Éstos
son medios y modos de revivir la alianza y de hacer propia la salvación.
Entre sus notas de grandeza está el universalismo, aunque sea traducido
en lenguaje proselitista. El templo nuevo es “casa de oración” para todos los
pueblos. La alegría de la salvación no es completa si no asocia a todo el
universo.
Segunda Lectura (Rm 11,13-15.29-32):
Ni antes los
judíos ni ahora los paganos pueden recurrir a su situación religiosa para
creerse hombres y mujeres privilegiados. Dios no está obligado a ningún
pueblo, a ninguna civilización, a ninguna dinastía, a ninguna cultura a
ningún sistema político. Dios, para acercarse y aparecerse a los hombres,
puede utilizar lo que quiera, desde una nube luminosa hasta lo más bajo y
sucio.
Evangelio de san Mateo (Mt 15,21-28):
Jesús sabía
perfectamente que su misión “personal” se reducía a la evangelización de
los judíos, no de los paganos. Pero siempre por encima de toda ley hay la
urgencia del amor al prójimo, que puede obligar a hacer un paréntesis en la
misma ley, como sucedió con la mujer cananea.
Reflexión
Los fariseos y maestros de la Ley asumían el papel de celosos defensores
de la ortodoxia y con ellos Jesús mantuvo varias discusiones. Es posible
que Jesús haya querido huir al mundo pagano, a la región de "pecadores",
a descansar y respirar en libertad sin que nadie le acusara y poder estar a
solas con sus amigos.
Pocas veces nos atrevemos a imaginar a Jesús como un hombre de carne
y hueso, sometido a situaciones límite en las que necesite reponer sus
nervios, pero quizás esto explique la presencia de Jesús en el mundo
pagano para el que no había sido enviado.
Cuenta el evangelio que, saliendo de alguno de aquellos lugares, apareció
una mujer cananea que suplicaba a Jesús diciendo: "Señor, Hijo de David,
ten compasión de mí. Mi hija tiene un demonio muy malo". Es el grito de
una mujer sometida al dolor y a la angustia. Y como Jesús no le contesta,
ella insiste, va detrás pidiendo a gritos y se postra ante él suplicando ayuda.
Es una mujer cananea con una oración humilde, nacida de su corazón
destrozado. Como un perrito hambriento que espera que le echen las
migajas de comida, así ella espera alguna migaja del amor maravilloso de
Dios que sabe que está destinado a los hijos. Ante esto, Jesús, que tantas
veces había enseñado a sus discípulos cómo debían rezar, se encontró en
aquella mujer cananea un buen modelo de oración.
Es una oración de petición que arranca de una fe profunda en que Dios, en
este caso Jesús, puede hacer lo que se le pide, y de una confianza ilimitada
en que lo hará. La fe es el distintivo esencial del cristiano. Una fe que recibe
lo que quiere, porque lo que quiere es la voluntad de Dios. La lucha que
esta mujer sostiene con Jesús, que la rechaza una y otra vez, resulta
paradigmática. Está en la línea de lo mandado por Jesús: "pedid...
buscad... llamad..." Esto es lo que define sustancialmente al hombre. De ahí
la necesidad de "luchar" con Dios en el terreno de una oración
perseverante. La cananea obtuvo lo que pedía porque se mantuvo en esta
actitud de esencial pobreza. Ante ella aparece la palabra de Dios:
..."recibiréis... hallaréis... se os abrirá". Tres aspectos que definen a Dios,
como los tres anteriores habían definido al hombre. Dios y el hombre
puestos frente a frente y haciendo cada uno lo que le es propio. El hombre
pide, Dios da. El hombre llama, Dios responde.
También el Israel pecador, que reconoce finalmente que es pecador y que
su justicia legal no le sirve de nada, "alcanzará misericordia". Misericordia
es la última palabra; es, como en el evangelio, el atributo más profundo de
Dios, un atributo que sólo es comprendido por nosotros pecadores cuando
sabemos que no la merecemos y que el amor de Dios es un don totalmente
gratuito. De ahí las palabras finales sobre el plan divino de salvación: "Pues
Dios nos encerró a todos en desobediencia. -Judíos, paganos y católicos-,
para tener misericordia de todos".
La oración de la mujer cananea llevó a Jesús a hacerle un elogio hermoso.
Es que esa oración era una oración sentida, de corazón. Pero, además, es
la oración insistente, confiada y humilde que nace de una fe profunda. La
mujer cananea nos muestra cómo es la oración que arranca milagros, una
actitud que es para nosotros modelo de fe y de oración.
Francisco Sastoque, o.p.
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