Análisis de estilo: Ernest Hemingway

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Análisis de estilo: Ernest Hemingway
Hemingway no siempre describe a los personajes de la misma forma. A
veces recurre a una descripción directa, aunque siempre con poca
valoración subjetiva, como por ejemplo en el siguiente fragmento de La
corta y feliz vida de Francis Macomber:
Francis Macomber era muy alto, y salvo tal exceso, muy bien
formado. Trigueño, con los cabellos cortos como un remero, tenía los
labios más bien delgados. Se lo consideraba hermoso. Vestía ropas
de safari de la misma clase que Wilson, pero las suyas eran nuevas.
A los treinta y cinco años se conservaba en buen estado físico, era
notable tenista, había logrado marcar varios records de pesca mayor
y acababa de demostrar, de manera bastante pública, que era un
cobarde.1
El autor selecciona algunas características físicas y del comportamiento
del personaje para definirlo. Incluso, en el ejemplo, cuando realiza una
valoración subjetiva no es el narrador el que se hace cargo de la misma:
“Se lo consideraba hermoso”; hace partícipe de la valoración a un cúmulo
mayor de personas. Además, sus oraciones son precisas en la selección de
rasgos característicos que distingan a esos personajes, como en
Shakespeare and Co.:
(…) Sylvia tenía una cara vivaz de modelado anguloso, ojos pardos
tan vivos como los de una bestezuela y tan alegres como los de una
niña, y un ondulado cabello castaño que peinaba hacia atrás
partiendo de su hermosa frente y cortaba a ras de sus orejas y
siguiendo la misma curva del cuello de las chaquetas de terciopelo
Ernest Hemingway: “La corta y feliz vida de Francis Macomber.” Santiago Rueda Editor, Buenos Aires,
1969. Pp. 8 y 9.
1
que llevaba. Tenía las piernas bonitas y era amable y alegre y se
interesaba en las conversaciones, y le gustaba bromear y contar
chismes (…)2
En ambos ejemplos se observa una estructura similar: primero se
enumeran características físicas, luego la vestimenta, y por último, rasgos
de la personalidad.
Otra forma de descripción de personajes que emplea Hemingway es el
diálogo, elemento muy presente en sus relatos. Un caso paradigmático es el
de Los Asesinos, donde el narrador aparece en forma escasa y el peso de la
trama recae en los diálogos. Así, el carácter de los dos asesinos del cuento,
Max y Al, queda plasmado por su forma de interpelar a los empleados del
café al que van a esperar a su víctima:
(…)
-¿Qué está mirando? –dijo Max a George.
-Nada
-¿Cómo nada? Me estaba mirando a mí.
-Tal vez el muchacho quería hacer una broma, Max –dijo Al.
George rió.
-Usted no tiene que reírse. ¡No tiene que reírse!, ¿entendido?
-Está bien –dijo George.
-¿De modo que piensa que está bien? –Max se volvió hacia Al-. Oye,
piensa que está bien.
-¡Oh!, ¡es todo un pensador! –dijo Al. Continuaron comiendo.
(…)3
2
3
Ernest Hemingway: “Shakespeare and Co.”. En Paris era una fiesta. P. 39.
Ernest Hemingway: “Los Asesinos.” Pp.169 y 170.
Se advierte cómo se evita emplear aclaraciones: en ningún momento se
dice que Max dijo tal cosa con contenida violencia, o que Al tal otra con
sarcasmo. El lector puede inferir esos rasgos por el fluir mismo de la
conversación.
Algo similar ocurre en Las nieves del Kilimanjaro. Si bien aquí el
narrador está mucho más presente que en Los Asesinos, el carácter
ciclotímico de Harry en su agonía, o el maternalismo con que lo trata
Helen, igual que su posición social, así como el resto de sus peculiaridades
salen de los diálogos que mantienen:
(…)
-Sí, es cierto; lo decía cuando te hallabas bien; pero ahora reniego
de ello. No comprendo por qué debía sucederte esta desgracia.
¿Qué hemos hecho para que el destino se ensañe contra nosotros?
-Y todo por haber olvidado ponerme yodo en el primer momento. No
le di importancia, porque nunca me infesto. Luego, el rasguño
empeoró, debido, probablemente, a que usé solución simple de
ácido fénico, lo que paralizó los diminutos vasos sanguíneos, y la
pierna comenzó a gangrenarse-. Miró a su compañera, y agregó-:
¿Qué otra cosa podría ser?
-No pensaba en eso.
-Si hubiéramos contratado a un buen mecánico en lugar de un chófer
kikuyu medio salvaje, habría revisado el tanque del combustible, y el
cojinete del camión no se habría quemado.
-No es ése mi sentir.
-Si no hubieras dejado a tu gente, a tu execrable gente de Westbury,
Saratoga y Palm Beach para unirte a mí…
-¡No es posible que digas eso! Me uní a ti porque te amaba. Es,
pues, injusto que te expreses de esa manera. Te amo, y siempre te
he amado. Dime, ¿he dejado de inspirarte amor?
-¿Qué dices? ¡Nunca te he querido!
(…)4
Este mismo diálogo introduce la escena, al contar las vicisitudes que
han tenido que pasar en ese lugar que, si bien no se aclara que es Tanzania
(salvo por el título), hay un par de datos que permiten inferir las
características del paraje: en este caso, un lugar lo suficientemente riesgoso
como para que el rasguño de un arbusto provoque gangrena, y un lugar
donde habita la etnia kikuyu. En el resto del relato, la presencia de buitres
(ni siquiera se los nombra como buitres, sino como “pajarracos” y es su
descripción la que permite deducir que se trata de buitres) y hienas, y la
descripción de la sabana ubican al lector en el lugar sin necesidad de
llamarlo por su nombre.
La combinación de estas formas de describir personajes, se puede
encontrar en El anciano del puente. Allí, el narrador representa ciertas
características físicas y de disposición en el espacio del viejo:
Un anciano con anteojos de armazón de acero y ropa llena de polvo
estaba sentado a un lado del camino. Un puente de pontones
atravesaba el río, y carros, camiones, hombres, mujeres y niños
cruzaban en aquel instante. Los carros tirados por mulas se
tambaleaban en la empinada orilla, al salir del puente, y los soldados
prestaban ayuda empujando los radios de las ruedas. Los camiones
subían y se alejaban rápidamente, y los campesinos caminaban con
esfuerzo por la polvareda, enterrándose hasta los tobillos. Pero el
anciano permanecía en su sitio, sin moverse. Estaba demasiado
cansado como para seguir adelante.5
4
5
Ernest Hemingway: “Las nieves del Kilimanjaro”. Colección Panamericana, 1946, v.15. Pp. 498 y 499.
Ernest Hemingway: “El anciano del puente”. P. 153.
Se ve cómo se introduce al personaje en la escena. A la breve
descripción inicial del anciano, le sigue la del lugar, con el énfasis en lo
que está ocurriendo. Hay características en común que ayudan a unir al
personaje con su entorno: el polvo, el cansancio (el tambaleo), los
campesinos. Luego, el diálogo servirá para remarcar el estado de ánimo del
viejo y reforzar así la descripción:
(…)
-¿Qué clase de animales eran? –pregunté.
-Eran tres animales, en total –me replicó-. Eran dos cabras y un gato,
y cuatro pares de palomas.
-¿Y tuvo que abandonarlos?
-Sí. Por la artillería. El capitán me dijo que me fuese a causa de la
artillería.
-¿Y no tiene familia? –le pregunté mientras observaba el extremo
más alejado del puente, donde los últimos carros se apresuraban a
bajar por la pendiente de la orilla.
-No –dijo-, sólo los animales que mencioné. El gato, por supuesto, se
salvará. Un gato puede cuidarse solo. Pero no quiero ni pensar qué
será de los otros.
-¿Y de qué bando político es partidario?
-De ninguno. No me interesa la política. Tengo sesenta y seis años.
He caminado doce kilómetros y creo que no puedo seguir más.6
Nótese cómo el narrador entrevista de una forma periodística al
protagonista para conocer quién es.
Un ejemplo perfecto de descripción de lugar en Hemingway lo da el
cuento Río de Dos Corazones. Y es la interacción del héroe Nick Adams
6
Ídem, p. 154.
con ese entorno lo que define al protagonista. Se intuye desde el nombre
apocopado ‘Nick’ que se trata de alguien joven; y la sensación de libertad,
de vida al aire libre sin otra preocupación que disfrutar del paisaje y la
pesca, también remiten a reforzar la idea de que el protagonista es una
persona joven, aunque nunca se aclare la edad, ni se recurra a una
descripción física que lo revele. Es algo que queda implícito en la escena y
que deja ver aplicada la ‘teoría del iceberg’: “cualquier cosa que uno omita
pero conozca sigue estando en la escritura, y su cualidad aparece.”7
Nick se incorporó. Apoyó la espalda contra la mochila que colgaba
del tronco y pasó los brazos por las correas. Con la mochila al
hombro se detuvo en el borde de la colina y observó la comarca y el
río distante y luego bajó la colina, alejándose del camino. Era fácil la
caminata ahora. La línea demarcatoria del incendio terminaba a unos
doscientos metros de la colina. Después crecían los helechos, altos
hasta el tobillo, y los pinos. Era un terreno ondulado, con subidas y
bajadas frecuentes de suelo arenoso.8
El lector ve el paisaje (siente el paisaje) a través de los ojos de Nick,
según la perspectiva del personaje. Cada característica, los árboles, la
pradera, el río; su ubicación y apariencia, siempre con el estilo despojado
de subjetividad de Hemingway, se perciben por la visión de Nick, del
mismo modo que en El anciano del puente se observa al viejo, al puente, a
la gente que cruza por los ojos del narrador – co-protagonista; o en Las
7
8
George Plimpton: “Ernest Hemingway”, entrevista de 1958. P. 95.
Ernest Hemingway: “Río de dos corazones.” P. 184.
nieves del Kilimanjaro es la vista del enfermo Harry, desde su camilla, la
que nos deja ver la pradera, la selva y los animales acechantes.
En definitiva, tanto con los personajes como con los lugares,
Hemingway evita por lo general que el narrador describa según la
impresión que le han causado esos objetos o personas, sino que se limita a
tomar nota de los rasgos más notables, visibles a primera vista que resultan
de la simple observación, o lo que se deduce de las conversaciones de los
personajes. Y, además, omite adrede detalles que él conoce y que quedan
implícitos en el texto.
Hemingway logra transmitir sensaciones olfativas y gustativas mediante el
empleo de descripciones que prescinden de los calificativos que hacen
referencia directa a un aroma o a un gusto. Es decir, por lo general, no
utiliza frases como “tal cosa olía bien” o “tal otra tenía gusto ácido”, sino
que emplea la misma técnica descrita para personajes, lugares y escenas.
Río de Dos Corazones abunda en descripciones de este tipo, como
cuando Nick se pone a cocinar:
(…)Los porotos y los fideos se estaban calentando. Nick los revolvió
y los mezcló bien. Empezaron a formarse burbujas que subían a la
superficie con dificultad. Había un buen aroma. Nick sacó una botella
de ketchup y cortó cuatro rodajas de pan. Las burbujas se formaban
con más frecuencia. Nick se sentó junto al fuego y levantó la sartén.
Sirvió la mitad de la comida volcándola en un plato de lata. Nick
sabía que estaba demasiado caliente y vio cómo se deslizaba con
lentitud por el plato. Le echó un poco de ketchup. Los porotos y
fideos estaban aún demasiado calientes. (…)9
La sensación de fritanga, de grasitud, de algo espeso, la transmiten esas
dificultosas burbujas y ese lento deslizar de la comida por el plato. Nótese
que la única referencia subjetiva es “había un buen aroma”, que funciona
más bien reforzando el resto del párrafo descriptivo, casi como si fuera un
pensamiento de Nick y no del narrador. Otro ejemplo del mismo cuento:
(…)Mezcló con rapidez un poco de harina de trigo con agua hasta
que adquirió la consistencia deseada. Puso un puñado de café en la
cafetera y un poco de grasa en la sartén hirviente. Luego agregó la
mezcla. Se desparramó como lava, chisporroteando. El panqueque
se empezó a endurecer en los bordes, luego a tostarse, y por último
tomó una consistencia porosa, con burbujas. Nick metió una astilla
de pino debajo del panqueque, agitó la sartén y despegó el
panqueque. (…)10
El café, la grasa, el tostado del panqueque, las burbujas y el
chisporroteo, son todos elementos percibidos por la vista y aún por el oído,
que combinados consiguen llevar al lector el aroma, el sabor, la
consistencia de los alimentos sin necesidad de usar descripciones directas
sobre ese tipo de sensaciones.
Pero no sólo la descripción de un desayuno y su preparación pueden
despertar este tipo de impresiones. En el mismo cuento, los pinos, los
9
Ernest Hemingway: “Río de Dos Corazones.” P. 188.
Ídem, p. 192.
10
helechos –que Nick coloca entre sus brazos y las correas de la mochila para
que, al aplastarse, despidan agradable olor–, el río mismo, tan claro que
deja ver las truchas nadando, los troncos atravesados, todo eso emana una
frescura que bien podría haber inspirado la fragancia de un desodorante de
ambiente. La oposición con las zonas quemadas de la comarca ayuda a
incrementar ese efecto.
El mismo estilo vamos a encontrar en El hambre era una buena
disciplina11, donde el contraste entre las calles donde no había puestos de
comida o restaurants, caracterizadas por la presencia de elementos más
bien inodoros e insípidos, fríos, o que no remiten a sensaciones olfativas y
gustativas apetitosas, como palomas, bancos, estatuas y fuentes, y los
pasajes donde se encontraba a la gente comiendo en la vereda, donde había
confiterías, panaderías, tiendas de frutas, legumbres y vinos, transmite los
aromas y gustos suspendidos en el aire.
Lo que percibe el león al ser alcanzado por las balas en La corta y feliz
vida de Francis Macomber excede lo meramente táctil: “(…) En ese
momento oyó un seco estampido y sintió el golpe de una sólida bala 30-06
de 220 gramos, que le mordía el flanco, y la ardiente y repugnante brecha
abierta en su estómago. (…)”12 Tal vez sea la combinación entre el adjetivo
Ernest Hemingway: “El hambre era una buena disciplina.” En París era una fiesta.
Ernest Hemingway: “La corta y feliz vida de Francis Macomber.” Santiago Rueda Editor, Buenos
Aires, 1969. P. 19.
11
12
‘repugnante’ y la referencia al estómago del animal lo que genere una
sensación gustativa de esa herida. Más directa, en lo referente a lo
gustativo, es la descripción del siguiente balazo: “(…) Luego estalló otra
vez más y entonces sintió el golpe en sus costillas inferiores y la boca se le
llenó de pronto de sangre caliente y espumosa. (…)”13
Entonces, Hemingway emplea un método similar tanto para describir
personajes, lugares y escenas, como para hacerle llegar al lector
impresiones gustativas y olfativas: usa muy pocas valoraciones subjetivas
del narrador en tercera persona y se dedica a puntualizar en elementos
precisos que por su sola mención o breve y concisa descripción visual,
permitan al lector tener una idea cabal del carácter y los sentimientos de los
personajes, de las sensaciones que transmiten los lugares, sus olores y
sabores.
13
Ídem.
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