DECLARACIÓN DE ANTIGUA Los participantes en el Primer Forum Internacional sobre Migración y Paz, Fronteras, ¿Muros o Puentes?, celebrado en la ciudad de Antigua, Guatemala, los días 29 y 30 de enero de 2009, compartimos las siguientes reflexiones y conclusiones: La migración constituye un fenómeno inherente a la naturaleza humana que siempre ha existido ¿por qué, entonces, intentar frenarla mediante muros o políticas restrictivas? La movilidad humana tradicionalmente había sido percibida como una aportación importante a las economías y sociedades receptoras; sin embargo, en la actualidad es concebida por la mayoría de los países de destino, como un problema. Esta percepción se da en el marco del modelo de globalización vigente, que, al profundizar las desigualdades sociales y las asimetrías entre países, se convierte una de las causas principal de la migración forzada, es decir, del desplazamiento de hombres, mujeres y niños que, por su situación de extrema pobreza y necesidades de subsistencia, se ven obligados a abandonar sus hogares y lugares de origen. Por su parte, en el lugar de destino, los migrantes son visualizados como un peligro y sujetos de discriminación, rechazo y toda clase de vejaciones derivadas de acciones xenófobas de amplios sectores de la sociedad. Esto, a su vez, está estrechamente vinculado a la implantación de políticas antiinmigrantes por parte de los gobiernos de los países receptores que, al criminalizarlos, los coloca en situación de alta vulnerabilidad. ¿Cómo transitar de la alterofobia a la alterofilia (del miedo al otro al amor al otro)? La construcción de muros es la parte visible y simbólica de esta política. No obstante, su propósito real no es cerrar las avenidas a la inmigración, sino crear un clima de terror y persecución que posibilite acceder a la fuerza de trabajo migrante que requieren y someterla a niveles extremos de explotación, que prefiguran nuevas modalidades de esclavitud. Bajo estas circunstancias no sólo se violan derechos humanos y laborales, sino que se invisibiliza el significativo aporte que los migrantes hacen a las economías y sociedades receptoras. Y si bien no se puede negar que ha habido significativos avances en el plano normativo relacionados con la protección y defensa de los derechos de los migrantes al seno de organismos regionales e internacionales, como la convención sobre los derechos de los trabajadores migrantes y sus familias promulgada en 1990 en la ONU, lo cierto es que estos convenios no han sido ratificados ni aplicados por ninguno de los principales países receptores. No es mediante muros y políticas antiinmigrantes como se puede avanzar hacia la Migración y la Paz. Ésta sólo puede alcanzarse construyendo puentes de dignidad que conduzcan al desarrollo de los países emisores y coadyuven a reducir las aberrantes asimetrías y desigualdades sociales imperantes. Para superar esta realidad el migrante se convierte hoy en un profeta en la medida en que, por una parte, el mismo hecho de migrar es en sí mismo una de2 nuncia a un gobierno y a un sistema que niega la patria a su gente y, por otra parte, anuncia la necesidad de cambio hacia la utopía de una ciudadanía universal. Para esto último resulta crucial desplazar, como eje de la agenda migratoria, el tema de la seguridad y en su lugar colocar el tema del desarrollo. El énfasis en la seguridad atiende a los efectos y no a las causas de la migración forzada, y privilegia la criminalización de los migrantes como vía para regular los flujos migratorios. En cambio, situar al desarrollo en el centro implica atacar las causas de fondo de la migración forzada y avanzar hacia: a) el combate a la pobreza extrema; b) la creación de fuentes de trabajo decente; c) la coherencia en las políticas migratorias; d) el respeto irrestricto a la libre movilidad de las personas; e) el compromiso con el migrante, que es a la vez una responsabilidad personal e institucional; y f) la adopción de principios de cooperación, solidaridad y fraternidad como normas de convivencia pacífica. 3