PICASSO (Málaga 1881, Mougins 1973): TRAYECTORIA ARTÍSTICA Época de aprendizaje: Su aprendizaje evidencia un ritmo vertiginoso. A los 14 años domina el dibujo y el color con la maestría de Rafael; a los dieciséis años pinta Ciencia y caridad (1897) y a los diecinueve decora con 25 retratos los muros de la taberna barcelonesa Els Quatre Gats, en la que forman tertulia Nonell, Eugenio D´Ors, Miguel Utrillo y el que será su íntimo amigo, Sabartés; a los veintitrés se establece definitivamente en París y se impregna del espíritu de Toulouse-Lautrec y más tarde del fauvismo de Matisse. En estos dinámicos años juveniles encontramos ya en la vida y temática picassianas un humanismo del que no abdicará nunca apoyado en la intensidad de su trato y en su preocupación por el mundo de los humildes. “Hombre de lo inmediato”, se le ha denominado; en Barcelona vive en el barrio cercano al puerto, del que le atrae el ajetreo de los hombres sencillos todas las mañanas; en París se instala en el Bateau Lavoir, en la vecindad de los cenáculos de pintores y filósofos y de los centros nocturnos; le repele la vida contemplativa y prefiere el contacto con la sociedad. Repasando sus carnets de niño y adolescente llama la atención la insistencia en el tema de los mendigos y desvalidos, en algunos dibujos alcanza una intensidad casi expresionista. Época azul: Este sentimiento patético domina su primer estilo personal de la época azul. El hallazgo de los valores simbólicos del azul se efectúa en Barcelona, en dos retratos de 1896, uno de ellos totalmente compuesto con gamas azuladas; quizás sin necesidad de haber leído a Rubén Darío, cuyo libro Azul se había publicado en 1888, en la asistencia a tertulias modernistas meditó en la capacidad simbolista de este color. Pero es definitivamente en París, entre 1901-1904, donde construye, mediante una monocromía azul elegida por su atmósfera calmante, su capacidad para resaltar la melodía de las líneas y su esencial simplicidad. El Picasso de los veinte años se ve acometido por la desesperación y contempla la vida desde un ángulo pesimista que le inclina a la denuncia de las miserias; mendigos y mujeres vencidas por la vida, trágicos ciegos, figuras tristes de cabezas tronchadas, componen su iconografía. El símbolo de este mundo melancólico será el circo ambulante, con sus juglares errantes, hambrientos y demacrados. Incluso las Maternidades rehúyen cualquier connotación de alegre ternura para plasmar la inquietud por la salud o la alimentación del hijo. El dibujo es severo, los elementos del cuadro los imprescindibles; es una pintura en huesos, igual que sus personajes, más descarnada en las raras ocasiones en que el pintor prescinde del color, como en el estremecedor aguafuerte de La comida frugal (1904), en el que el alargamiento anguloso de brazos, manos y cabezas transparenta el influjo de El Greco, del que había tomado notas durante su año de estudio en Madrid. Época rosa: En la denominada época rosa este color se combina con toques azulados, pero más que por una modificación del cromatismo se distingue por la evolución desde las formas angulosas y escuálidas a las más graciosas y llenas y a los rostros que expresan una indiferencia sosegada; el dibujo se basa en la rapidez vivida en las líneas, en los resúmenes expresivos. Durante varios meses insiste en el tema de los arlequines, dotados de una romántica melancolía. En el año 1906 conoce a Matisse y su obra, que influye en el enriquecimiento de su paleta, pero sabe que sus mendigos azules y sus arlequines rosas carecen de la vivacidad cromática del gran maestro francés y no piensa que su camino esté en explotar la sensualidad del color, sino en la creación de un mundo de formas severas, independientes de la naturaleza. A ello es estimulado por una exposición que ve de escultura negra y por el estudio de los antiguos relieves ibéricos y el arte egipcio, que se le revelan como formas de expresión con orígenes emotivos antes que intelectuales. Pasa el verano de 1906 en el pueblecito ilerdense de Gósol y comienza junto a la distorsión grequiana de algunas figuras la petrificación de los rostros y la esquematización arquitectónica de las figuras. Estaba naciendo el cubismo, cuyo manifiesto es las Chicas de la calle Avinyó, iniciada en 1906 y terminada al año siguiente, obra que rompe con el arte amable de Matisse e introduce a la pintura en un mundo demoníaco y mágico. Época cubista y clásica: En las cabezas de las mujeres de las Chicas de la calle Avinyó se observa una gradación creciente de la geometrización, pero no es todavía plenamente un cuadro cubista. Una cristalización más acusada de las formas se observa en los paisajes de Horta de Ebro, en el verano de 1909. En los años siguientes el cubismo se somete a una serie de ensayos y pasa por varios períodos: analítico, sintético, hermético, período cristal. Tras la ruptura de líneas del objeto del primer período se acentúa en el cubismo sintético el recelo del color y utiliza para las perspectivas la proyección de los planos y la transparencia; el cubismo hermético es el punto culminante en la liberación del tema, el adiós total a la naturaleza; en el período cristal se convierte el cuadro en un juego de formas coloreadas en el espacio. Al término de la Primera Guerra Mundial, aunque ya no abandonará totalmente el cubismo, realiza un viaje a Italia y entra en contacto con los ballets rusos, hechos que abren su etapa clásica. En Italia Picasso contempla las obras de la Roma antigua, Pompeya, el renacimiento. Es el momento creador de las máscaras, en las que con un dibujo portentoso inmoviliza la expresión mientras se limita a apuntar las otras partes de la figura. En las danzas de los ballets rusos estudia la esencia del movimiento, que le inspira pinturas de ritmos agitados (Tres bailarines, 1925). Nada hace presentir que, en el año 1925, en un momento de serenidad, que el arte picassiano iba a iniciar otro viaje por caminos que todavía no había recorrido ningún artista. Época surrealista: A partir de 1925 se inicia la fase surrealista, momento que coincide con su admiración por los escritos de Bretón. Se inclinará hacia una representación inédita de la realidad, en la que llega a inventar la anatomía. Su Mujer sentada al borde del mar (1929) coincide con la gran depresión económica. Para Picasso la pintura es un conjunto de signos, y la metamorfosis o modificación de las formas el equivalente a una metáfora, un lenguaje con el que se expresa las angustias de la época. La Guerra Civil aumenta la tensión dolorosa de sus pinturas. Dos obras de 1937 señalan el clímax de un arte sobreexcitado: el Guernica y el desgarrador rostro de La mujer que llora. El dibujo destierra las curvas conciliadoras, los volúmenes son quebrantados por coléricas deformaciones.