La esquiva estrella de Belén. Portal Alipso.com: Apuntes y Monografías

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La esquiva estrella de Belén.
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Jerusalen, Zaratustra, Zoroastro, dioses, el cometa Halley.
Fecha de inclusión en Alipso.com: 2000-10-22
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La esquiva estrella de Belén.
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Jerusalen, Zaratustra, Zoroastro, dioses, el cometa Halley. Agregado: 22
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Agregar ComentarioCategoría: Apuntes y Monografías > Astronomía >Material educativo de Alipso
relacionado con esquiva estrella BelenEstrella.: Cuerpo celeste. Descripción física. Catálogos de estrellas.
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La esquiva Estrella de Belén
El evangelio de Mateo nos cuenta la historia: en los días de Herodes, llamado el Grande, usurpador del trono
de Judá, llegaron a Jerusalén unos magos de oriente. Es muy verosímil que procedieran de Persia o Media, y
que fueran seguidores de la religión de Zarathustra. Estos magos habían visto en el oriente la estrella del “rey
de los judíos, que ha nacido” y venían a adorarlo. Quizás fueran astrólogos profesionales, pues hasta su llegada
nadie había advertido en Jerusalén o en Judea la presencia de tal estrella.
Pero ¿qué era exactamente ese fenómeno celeste? Mateo no nos da prácticamente ninguna pista al respecto.
La moderna astronomía ha intentado salvar esa omisión, dando lugar a diversas hipótesis que intentan explicar
el fenómeno, con mayor o menor fortuna.
Lo fundamental del problema es encontrar un fenómeno astronómico lo suficientemente notable, muy cerca
de la fecha en que se supone nació Jesús de Nazaret. Y aquí aparece la primera dificultad: se desconoce con
exactitud cuando ocurrió ese nacimiento, pues simple y llanamente nadie se ocupó de registrarlo. Suele datarse
entre los años 6 y 4 A.E.C., ya que debió haber ocurrido en vida de Herodes, de acuerdo a los textos
evangélicos (o más concretamente, de acuerdo al evangelio de Mateo, pues Lucas parece pensar otra cosa).
Pero nada tendría de extraño que esta fuera una suposición errónea.
El primero en teorizar acerca de la identidad de la estrella de Belén fue nada menos que Kepler. En 1603,
Kepler observó una conjunción de Júpiter y Saturno en Sagitario, seguida al siguiente año por un
agrupamiento triangular de Marte, Júpiter y Saturno. El 26 de septiembre de 1604 Marte entró en conjunción
con Saturno, y el 9 de octubre con Júpiter. El 10 de octubre Kepler descubrió un nuevo astro entre Júpiter y
Saturno, tan brillante como el primero de estos dos. Se trataba de una nova.
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La esquiva estrella de Belén.
Kepler había estimado que aproximadamente cada 800 años la conjunción de Júpiter y Saturno ocurre en la
misma posición respecto al equinoccio vernal; y calculó una triple conjunción para el año 7 A.E.C. Pero a
partir de aquí comenzó a realizar inferencias erróneas: supuso que la triple conjunción del año 7, seguida de un
agrupamiento de Marte, Júpiter y Saturno en el año 6, había producido, igual que en 1604 un nuevo astro. Esa
milagrosa nova sería la estrella de Belén. Demás está decir que Kepler estaba completamente equivocado en
sus suposiciones, pues la aparición de una nova no tiene nada que ver con las posiciones de los planetas.
De cualquier manera, la historia de la triple conjunción del año 7 A.E.C. (aunque sin nova) también resultó
buena, y a sido repetida luego una y otra vez. Es quizás la hipótesis que tiene actualmente más partidarios,
básicamente porque es la que se ajusta mejor a una teórica fecha de nacimiento de Jesús en el año 6.
Sin embargo, la triple conjunción no es el único candidato plausible a “estrella de Belén” . Aproximadamente
hacia esa misma época, otros fenómenos astronómicos notables pudieron llamar la atención de los magos. La
siguiente es una enumeración no exhaustiva de los mismos:
· El cometa Halley que completa su ciclo cada 76 años. Se le ha identificado con un cometa que se observó
desde agosto hasta octubre en el año 12 A.E.C., durante 56 días. Pero quizás resulte demasiado temprano
como para considerarlo seriamente.
· En el año 5 A.E.C. los astrónomos chinos observaron en la constelación de Capricornio un nuevo astro, que
permaneció visible por más de 70 días; pero no está claro si se trataba de una nova o un cometa. En Occidente
nadie parece haberlo observado (y no es el único caso en que esto ha ocurrido; la espectacular supernova del
año 1054 E.C., descubierta asimismo por los chinos, tampoco fue registrada en Europa).
· El 24 de abril del año 4 A.E.C. fue observado, también por los astrónomos chinos, otro cometa o nova
(tampoco aquí hay mayort certeza), pero esta vez en la constelación del Águila.
· En el año 6 A.E.C. Júpiter, fue ocultado dos veces por la Luna en la constelación de Aries.
· En septiembre del año 5 A.E.C. Júpiter presentó su movimiento retrógrado; para un observador terrestre, es
como si el planeta se detuviera en su curso respecto a las estrellas fijas, retrocediera y luego volviera a
avanzar. Pero esto debe haber sido observado numerosas veces antes, y no hay ninguna razón para pensar que
justo en esa ocasión se le diera un significado fuera de lo común.
· La hipótesis más elaborada es la que implica a una serie de conjunciones de Júpiter con Venus en los años 3
y 2 A.E.C. En agosto del año 3 A.E.C. ocurrió una conjunción de Júpiter y Venus en el cielo occidental, en la
constelación de Cáncer; posteriormente Júpiter entró en conjunción con Regulus en el León, y en junio del año
2 A.E.C. nuevamente con Venus. Posteriormente Júpiter iniciaría su movimiento retrógrado, dando la
impresión para un observador terrestre de que permanecía estacionario hacia el 25 de diciembre del año 2
A.E.C. Pero el año 2 parece demasiado tardío como para fijar el nacimiento de Jesús.
Cada una de estas hipótesis tiene sus fervorosos partidarios (y también sus no menos fervientes detractores),
todos con excelentes argumentos. Nadie negará que aproximadamente dentro del período de tiempo adecuado
ocurrieron fenómenos astronómicos interesantísimos, y que uno de ellos (¿o más de uno?) pudo ser el que
sirvió de guía a esos innominados magos procedentes del oriente. Sin embargo, a todo esto, considero lícito
plantear una interrogante: antes buscar la explicación a un fenómeno, ¿no resulta conveniente determinar
previamente si tal fenómeno ha ocurrido efectivamente? En este caso, el fenómeno es un acontecimiento
celeste que sirve de guía a unos magos viajeros que buscan al “rey de los judíos, que ha nacido”. ¿En base a
qué se cree que ocurrió tal fenómeno? ¿Es lo suficientemente verosímil la historia de la estrella y los magos
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como para que sea necesario encontrarle una explicación?
Durante mucho tiempo se consideró que la Biblia era un tramado de verdades literales, a pesar de que en sus
páginas afloren una y otra vez contradicciones flagrantes. Dicho punto de vista ya solo lo defienden los
fundamentalistas, personajes que por definición son completamente impermeables a cualquier evidencia
científica y racional que impugne sus creencias.
La historia de la estrella y de los magos la encontramos en el capítulo 2 del evangelio de Mateo:
1 Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos
magos, 2 diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el
oriente, y venimos a adorarle. 3 Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él. 4 Y convocados
todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo. 5 Ellos
le dijeron: en Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta: 6 Y tú Belén, de la tierra de Judá, no eres
la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un guiador, que apacentará a mí pueblo Israel. 7
Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, indagó de ellos diligentemente el tiempo de aparición de
la estrella; 8 y enviándolos a Belén, dijo: Id allá y averiguad con diligencia acerca del niño; y cuando lo
halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore. 9 Ellos, habiendo oído al rey, se fueron; y he
aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando se detuvo sobre donde
estaba el niño. 10 Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo.
Con frecuencia suele olvidarse que los evangelios fueron redactados varias décadas después de acontecidos
los sucesos que narran. Y que es muy improbable que hayan llegado a nosotros en su forma original. Celso, en
su Discurso verdadero contra los cristianos (Alézes Lógos) afirma expresamente que “es de pública notoriedad
que muchos de entre vosotros (...) han modificado a su modo tres o cuatro veces, y aún más, el texto primitivo
del evangelio...”. Y Celso escribía esto hacia finales del siglo II.
El primer evangelio, el de Marcos, fue escrito alrededor del año 70 E.C.; algunos años más tarde aparecería el
de Mateo (quizás hacia el 80 E.C.) y luego el de Lucas. El evangelio de Juan data al parecer de finales del
siglo I o de principios del II. Solo dos de los evangelios nos presentan narraciones acerca del nacimiento de
Jesús de Nazaret: Mateo y Lucas. A ese respecto, ni Marcos ni Juan nos dicen nada.
Marcos inicia su narración con el bautismo de Jesús en el Jordán por Juan el Bautista; por supuesto, para ese
momento Jesús es ya adulto. Por lo visto, Marcos no vio nada de especial, o no supo nada de especial, respecto
al nacimiento de Jesús: ni estrellas, ni pastores, ni magos, ni dificultosos viajes a Belén, ni huidas a Egipto, ni
matanzas de inocentes. Por supuesto, aquí cabe alegar que Marcos decidió centrar su historia en la llamada
“vida pública” de Jesús, que para él era la realmente significativa (según los sinópticos, alrededor de un año,
tres años para Juan). Pero a lo largo de su texto, Marcos no se muestra nada reacio a los milagros ni a otras
maravillas. ¿Cómo es que no se sintió impresionado por una manifestación tan espectacular como una estrella
que se detiene sobre Belén, y sobre todo, por ese grupo de magos que llegan desde el oriente a rendirle
homenaje a un niño? Aquí, lo más probable parece ser que realmente no supiera nada al respecto, y por lo
tanto no pudo incluir esa historia en su narración.
Otro tanto cabe decir de Juan. El evangelio de Juan es singular en muchos aspectos, y contradice
abiertamente a los otros tres en numerosos puntos. Tampoco aquí encontramos magos ni estrellas; de su
elaborada introducción (“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios , y el Verbo era Dios”) salta a
una especie de presentación por Juan el Bautista (omitiendo el bautismo) y luego a las bodas de Caná.
Naturalmente, después de una declaración tan terminante y majestuosa como “el Verbo era Dios”, la historia
convencional de la natividad sonaría muy fuera de lugar, e incluso pueril. Pero cualquiera que haya sido la
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razón, tampoco aquí encontramos información al respecto.
Tampoco Pablo, en ninguna de sus cartas, se acuerda de sucesos tan milagrosos. Las cartas auténticas de
Pablo son los testimonios escritos más tempranos del cristianismo, antecediendo al primer evangelio por más
de diez años. Y este silencio es quizás aún más significativo que el de Marcos y Juan: Pablo de Tarso es el
auténtico fundador del cristianismo como religión; él, y nadie más, se encargó de convertir una pequeña secta
judía mesiánica, cuyo líder había sido ejecutado por los romanos, en una religión ecuménica.
Nos quedan las declaraciones de los dos evangelios que aportan datos acerca de la “natividad”: Mateo y
Lucas. La representación mental de este acontecimiento que suelen tener los cristianos es una suerte de extraña
imbricación de estos dos testimonios. Y digo extraña porque simple y llanamente los relatos de Mateo y Lucas
son tan abiertamente contradictorios que parecen referirse a dos personajes diferentes: Lucas nos habla del
famoso censo, del difícil viaje de Galilea a Belén, de los pastores, de la presentación en el templo y del retorno
a Nazaret; Mateo, por su lado, no sabe nada del censo, ni de coros angélicos, ni del viaje a Belén, pero sí de la
estrella y los magos. Lucas nunca oyó hablar del furor homicida de Herodes ni de la huida a Egipto. Para
remate, ambos evangelios nos ofrecen genealogías contradictorias de José, “de quien se decía” era el padre de
Jesús: las genealogías coinciden solo hasta David, y luego discrepan espectacularmente. La historia de la
natividad que nos presenta Lucas prescinde exitosamente de cualquier alusión a los “hombres sabios” llegados
del oriente en persecución de una elusiva estrella. ¿Tampoco él oyó ninguna historia al respecto? Por lo visto,
si tal historia existía, debe haber circulado en un círculo extremadamente restringido. No se ha dilucidado aún
si Lucas conoció o no el texto de Mateo antes de redactar su propio evangelio. Si lo conocía, es obvio que la
historia de la estrella y los magos no le pareció lo suficientemente verosímil como para incluirla. Lo más
probable es que tanto Mateo como Lucas hayan partido de tradiciones diferentes al asentar la historia de la
natividad, y de ahí las discrepancias; pero en tal caso, es obvio que la “tradición” seguida por Lucas no hacía
mención a ninguna estrella. Se ha propuesto como hipótesis alternativa que la intención de Lucas al ignorar la
referencia a los magos era apartar al naciente cristianismo de cualquier alusión astrológica. No parece muy
probable: en esa época la astrología no era considerada una superstición, siendo una creencia muy común
incluso (o en especial) entre las clases más cultas del Imperio Romano, y la teología cristiana aún no había
progresado lo suficiente como para presentar un rechazo coherente a la astrología (eso vendría más tarde).
Lucas fue casi con seguridad un converso griego de gran cultura, y no existe ninguna razón para sospechar que
viera algo reprensible en la “ciencia” astrológica. Curiosamente, no se puede decir lo mismo de Mateo. Se
piensa, con buen fundamento, que el autor de Mateo era un escriba judío convertido al cristianismo, y el
judaísmo (a diferencia de la cultura grecorromana) sí rechazaba las técnicas de adivinación.
En el caso de Lucas, nos encontramos ante la misma disyuntiva planteada en los de Marcos, Juan, y las cartas
de Pablo. ¿Desconocía la tradición de la estrella y los magos, o la conocía y prefirió callarla?
Volvamos al texto de Mateo. En él podemos diferenciar nítidamente dos episodios muy diferentes. El
primero resulta relativamente verosímil en cuanto a las actitudes y acciones de los protagonistas. Unos magos
de Persia o Media observan un signo en el cielo, que al parecer indica el nacimiento de un sucesor al trono de
Judea; pudo ser un signo perfectamente natural (pongamos por caso, la triple conjunción mencionada), a la que
se le da un interpretación precisa en función de los conocimientos astrológicos convencionales de la época. Se
dirigen a Jerusalén, y allí, al lugar donde resulta más lógico encontrar al nuevo príncipe: en el palacio del
monarca reinante, en este caso, Herodes el Grande. Nótese que no hay en esta parte ninguna indicación de que
para llegar hasta allí hayan tenido que seguirle los pasos a un astro anómalo: simplemente dicen “hemos visto
su estrella en el oriente”. Nada sugiere que algo milagroso o desusado haya ocurrido en el cielo. Herodes, que
no sabe nada de ese presunto heredero, interroga a los sacerdotes, y luego a los magos (¿no habrá sido al
revés?). Luego envía a estos últimos a Belén, lo que ya no parece tan lógico. En el siguiente episodio
encontramos a los magos rumbo a Belén, y aquí es donde el relato comienza a hacerse incongruente: la estrella
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reaparece (por lo visto, antes los magos la habían perdido de vista) y comienza a comportarse de un modo
irregular: “iba delante de ellos, hasta que se detuvo sobre donde estaba el niño”. Aquí entramos de lleno en el
reino de la fantasía: ningún fenómeno celeste ordinario se comporta de esa manera. Por demás, los magos
hubieran podido llegar muy fácilmente a Belén sin esa ayuda, ya que se encuentra a pocos kilómetros al sur de
Jerusalén; les hubiera bastado con preguntar, o con servirse de un guía (¿cómo es que a Herodes no se le
ocurrió ofrecerles uno...?).
Es difícil imaginar que una conjunción planetaria desaparezca de golpe y luego vuelve a aparecer, cambiando
para remate de dirección y “deteniéndose” sobre un punto preciso de la Tierra. Una nova permanece
exactamente en el mismo lugar del cielo donde se encuentra, no migra de aquí para allá. Durante su
movimiento retrógrado, los planetas parecen "detenerse" en el cielo en un momento dado, pero esa
detención es respecto al fondo de las estrellas fijas, no respecto aun punto cualquiera de la Tierra. Los cometas
pueden desaparecer efectivamente en parte de su trayectoria, pero es inverosímil que si previamente se
desplazaba de este a oeste (por ejemplo) de golpe decidiera moverse de norte a sur para señalar el camino a
Belén desde Jerusalén.
El final de la historia de Mateo resulta bastante verosímil, de acuerdo a lo que sabemos de Herodes: buscar al
presunto rey “que ha nacido” para liquidarlo físicamente. Herodes no tuvo ningún inconveniente en hacer
asesinar a varios miembros de su familia, incluyendo a su propio hijo Antipater, en el momento en el que los
consideró peligrosos para su poder. No se podía esperar entonces que sintiera especial consideración o cariño
por un potencial rival y pretendiente a su trono, así se tratara de un niño de corta edad. Verosímil, sí, pero no
histórico. Aparte de Mateo, la supuesta matanza de los inocentes no fue registrada por nadie más. Igual que los
magos y la estrella.
Fuera de los textos canónicos, encontramos la historia de la estrella en algunos de los evangelios apócrifos.
Pero estos suelen seguir el texto de Mateo casi a la letra, limitándose a cargar las tintas para hacer que los
acontecimientos parezcan aún más maravillosos. Por ejemplo, en el Protoevangelio de Santiago (redactado en
algún momento del siglo II) leemos lo siguiente:
Y los magos contestaron: “Hemos visto una estrella muy brillante y de un resplandor tan grande que
eclipsaba al resto de las estrellas convirtiéndolas en invisibles”. (XXI–2).
Aquí cabría preguntar como es que ni Herodes, ni sus sacerdotes y escribas, se dieron cuenta de un fenómeno
tan espectacular hasta que llegaron unos magos a señalárselo.
El Evangelio del Pseudo Mateo (siglo III o IV) repite la historia de Mateo casi textualmente, sin añadirle
mayor cosa. En el Evangelio árabe de la infancia, por su parte, encontramos esta sorprendente precisión:
Y en la misma hora se les apareció un ángel que tenía la misma forma de aquella estrella que les había
servido de guía en el camino. Y siguiendo el rastro de su luz, partieron de allí a su patria. (VII–1).
En resumen, la única fuente del siglo I que nos habla de magos y estrellas en el evangelio de Mateo; los
apócrifos, más tardíos, no hacen otra cosa que glosarlo; Marcos, Juan y Pablo ignoran el fenómeno; Lucas, en
su propia narración, lo desmiente. Los estudiosos de la Biblia de tendencia literalizante nos han proporcionado
diferentes argumentos (unos buenos y otros que no lo son tanto) para explicar por separado cada una de esas
curiosas omisiones y contradicciones; pero existe también una explicación mucho más simple: no había
estrella y no había magos.
Las tradiciones de la natividad nacieron relativamente tarde, y con unos fines muy precisos. Pablo no las
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conoció, y Marcos tampoco; ellos no vieron nada de especial en el nacimiento de Jesús simplemente porque no
había tenido nada de especial. Es más, ni siquiera conocieron la leyenda de su concepción virginal. Pero en la
medida en que el naciente cristianismo entró en conflicto con creencias establecidas (particularmente con el
judaísmo, del que había surgido), y empezó a ser duramente atacado, se hizo necesario dar explicaciones más
o menos plausibles a algunos hecho embarazosos, como que Jesús no tuviera padre conocido, o que un galileo
pretendiera ser descendiente de David.
Tanto Lucas como Mateo intentaron, cada uno a su manera, de responder a las acusaciones que se le hacían
en la época a los cristianos sobre el origen de Jesús. Un ejemplo muy gráfico (aunque tardío) de la postura de
los opositores al cristianismo lo encontramos en el ya citado Discurso verdadero de Celso:
Comenzaste por fabricar una filiación fabulosa, pretendiendo que debías tu nacimiento a una virgen. En
realidad, eres originario de un lugarejo de Judea, hijo de una pobre campesina que vivía de su trabajo. Esta,
culpada de adulterio con un soldado llamado Pantero, fue rechazada por su marido, carpintero de profesión.
Expulsada así y errando de acá para allá ignominiosamente, ella dio a luz en secreto. Más tarde, impelida por
la miseria a emigrar, fuese a Egipto, allí alquiló sus brazos por un salario; mientras tanto tú aprendiste algunos
de esos poderes mágicos de los que se ufanan los egipcios; volviste después a tu país, e, inflado por los efectos
que sabías provocar, te proclamaste dios.
Es muy improbable que Jesús haya nacido en Belén de Judea; en el transcurso de su vida pública, todos lo
identifican como galileo. Incluso la autoridad romana piensa de esa forma, ya que Pilatos lo envía ante
Herodes Antipas (tetrarca de Galilea) al saber que era de la jurisdicción de éste. Mateo y Lucas lo hacen nacer
en Belén para darle alguna base a sus pretensiones mesiánicas, pero sin que haya la menor coherencia entre las
dos versiones: para Mateo, la familia de Jesús vivía en Belén o sus alrededores; según Lucas, debieron viajar
desde Galilea con motivo del tan famoso y nunca demostrado censo. Pero al final de ambas historias
encontramos a Jesús nuevamente en Galilea. Otro tanto cabe decir de la filiación davídica de Jesús. Aquí, los
dos evangelistas incurren en el peligroso juego de las genealogías. Para Mateo, José descendía de David a
través de la línea real, cosa con la que Lucas no se muestra de acuerdo. ¿Cuál de los dos tiene la razón? Lo
más probable es que ninguno. A este respecto, John Shelby Spong (en su libro Jesús, hijo de mujer) anota:
Jesús no era heredero de ningún linaje real, a pesar del intento de Mateo por presentarlo como aspirante
davídico. Jesús creció en medio de la pobreza. Las gentes de Nazaret lo rechazaron. Los líderes religiosos de
su nación lo hicieron ejecutar. No es ése precisamente el retrato de un miembro de la realeza. A lo largo de la
historia, las narraciones sobre el nacimiento de una persona sólo aparecen cuando, en su vida adulta, esa
misma persona adquiere una gran importancia para la gente que las produce, o para el mundo en su conjunto.
[...] Luego, a medida que la narración se desarrolla, se indica la importancia futura de esa vida mediante las
palabras que se pronuncian, o las señales celestiales que marcaron su nacimiento, o los acontecimientos
milagrosos que lo hicieron posible. Estos detalles interpretativos se han acumulado alrededor del nacimiento
de personajes históricamente famosos [...].
Se ha señalado con frecuencia (y se olvida con igual frecuencia) que los evangelios no son textos históricos.
Y que fueron redactados decenios después de los acontecimientos que narran. En el caso de Mateo, habían
transcurrido por lo menos ochenta años desde el nacimiento de Jesús cuando redactó su narración de la
natividad. A lo largo de esos ochenta años, nadie se decide a hacer notar unos acontecimientos que de haber
ocurrido en realidad hubieran dejado una fuerte impresión en la imaginación de la gente. Luego, de golpe,
alguien se acuerda de un extraordinario fenómeno celeste acompañado de la no menos espectacular llegada de
unos magos de Persia o Media. Pero en su texto, Mateo nos explica que “el rey Herodes se turbó, y toda
Jerusalén con él”. ¿Se turbó toda Jerusalén, y luego pasan nada menos que ocho décadas hasta que alguien se
acuerda de esa turbación? Obviamente, algo anda mal con la narración de Mateo, si se asume literalmente.
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Pero Mateo no estaba haciendo historia. Mateo estaba reinterpretando la historia a la luz de los textos del
Antiguo Testamento. Y en esto era sumamente ingenioso, aunque en muchas ocasiones deja la impresión de
que hace trampa, sobre todo al intentar que “las escrituras se cumplieran” de un modo u otro, haciéndolas decir
lo que precisamente no dicen. Quizás el mejor ejemplo de esto lo encontremos en sus famosos versículos 22 y
23 de su Capítulo I:
22 Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el señor por medio del profeta, cuando dijo: 23 He
aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es Dios con
nosotros.
Mateo extrae esta cita de Isaías 7,14. Pero en el original hebreo no hay ninguna virgen, simplemente habla de
una “mujer joven”; al parecer, el error viene de los traductores de la Septuaginta. Pero ya se tratara de una
“virgen”, o de una “mujer joven”, el hecho es que la profecía de Isaías no se refiere para nada al nacimiento de
un mesías, ni cosa parecida, sino de un signo divino para el rey Ajaz de Judea en un momento muy preciso del
siglo VIII A.E.C. Ajaz estaba asediado en ese momento por Pecaj y Rasón, y es muy dudoso que le sirviera de
consuelo cualquier anuncio de un mesías que llegaría unos cuantos siglos más tarde. De hecho, la profecía de
Isaías termina con estas palabras:
Porque antes que sepa el niño rehusar lo malo y elegir lo bueno, será abandonado el territorio cuyos dos reyes
te dan miedo.
Por lo visto, la interpretación que hace Mateo de la misma no podía ser más traida de los cabellos. O en otras
palabras, es completamente gratuita e innecesaria.
Obviamente, si esperamos fidelidad a los hechos, Mateo no es alguien en que se pueda confiar. ¿De donde
sacó la historia de la estrella y los magos? Eso no está claro, pero se ha especulado que sus fuentes pueden
venir de diversos pasajes del Antiguo Testamento, entre ellos Isaías (41,2; 49,7; 60,1; 60,3; 60,6), la historia
de Balaam y Balaq (Números) y en la visita de la reina de Saba a Salomón (1 Reyes). Otros acontecimientos
más o menos contemporáneos, como la visita de los embajadores extranjeros a Herodes en el año 9 A.E.C., y
la visita a Roma del rey de Armenia Tiradates en el 66 de la E.C. también pueden haber influido (John Shelby
Spong Op. Cit.).
En resumen: El nacimiento de Jesús de Nazaret no revistió ninguna característica especial que hiciera pensar
en un evento sobrenatural, fue un nacimiento más entre muchos otros; Marcos y Pablo, lo mismo que Juan, lo
ignoran simplemente porque no había nada particular que decir al respecto. Las historias de Lucas y Mateo
aparecieron como parte de la polémica entre los cristianos y sus adversarios. Solo Mateo nos presenta la
historia de la estrella y los magos; pero su testimonio es tardío y muy poco confiable.
Si aplicamos la navaja de Occam, la explicación más simple a la supuesta estrella de Belén no son las
conjunciones planetarias, ni las novas, ni los cometas: sencillamente no existió tal estrella. La narración de
Mateo es una invención muy posterior a los hechos, imaginada para, entre otras cosas, magnificar y darle una
repercusión universal al nacimiento de Jesús, a pesar de que en su momento éste pasó, con toda razón,
inadvertido (y no podía ser de otra forma).
Por supuesto, queda la posibilidad, más bien remota, de que alguno de los acontecimientos astronómicos
señalados al principio haya sido recordado durante mucho tiempo, y que en algún momento posterior haya
sido asociado al nacimiento de Jesús en base a su proximidad cronológica; incluso, éste podría ser el origen de
la leyenda de la estrella de Belén. O quizás alguien buscó, pacientemente, en los registros astronómicos
buscando un signo celeste que coincidiera con el nacimiento de Jesús. Puede ser. Pero lo cierto es que para esa
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época nadie recordaba bien ni siquiera cuando había ocurrido ese nacimiento. Y en todo caso, aquí salen
sobrando esos curiosos magos que persiguen a una estrella.
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La esquiva Estrella de Belén
El evangelio de Mateo nos cuenta la historia: en los días de Herodes, llamado el Grande, usurpador del trono
de Judá, llegaron a Jerusalén unos magos de oriente. Es muy verosímil que procedieran de Persia o Media, y
que fueran seguidores de la religión de Zarathustra. Estos magos habían visto en el oriente la estrella del “rey
de los judíos, que ha nacido” y venían a adorarlo. Quizás fueran astrólogos profesionales, pues hasta su llegada
nadie había advertido en Jerusalén o en Judea la presencia de tal estrella.
Pero ¿qué era exactamente ese fenómeno celeste? Mateo no nos da prácticamente ninguna pista al respecto.
La moderna astronomía ha intentado salvar esa omisión, dando lugar a diversas hipótesis que intentan explicar
el fenómeno, con mayor o menor fortuna.
Lo fundamental del problema es encontrar un fenómeno astronómico lo suficientemente notable, muy cerca
de la fecha en que se supone nació Jesús de Nazaret. Y aquí aparece la primera dificultad: se desconoce con
exactitud cuando ocurrió ese nacimiento, pues simple y llanamente nadie se ocupó de registrarlo. Suele datarse
entre los años 6 y 4 A.E.C., ya que debió haber ocurrido en vida de Herodes, de acuerdo a los textos
evangélicos (o más concretamente, de acuerdo al evangelio de Mateo, pues Lucas parece pensar otra cosa).
Pero nada tendría de extraño que esta fuera una suposición errónea.
El primero en teorizar acerca de la identidad de la estrella de Belén fue nada menos que Kepler. En 1603,
Kepler observó una conjunción de Júpiter y Saturno en Sagitario, seguida al siguiente año por un
agrupamiento triangular de Marte, Júpiter y Saturno. El 26 de septiembre de 1604 Marte entró en conjunción
con Saturno, y el 9 de octubre con Júpiter. El 10 de octubre Kepler descubrió un nuevo astro entre Júpiter y
Saturno, tan brillante como el primero de estos dos. Se trataba de una nova.
Kepler había estimado que aproximadamente cada 800 años la conjunción de Júpiter y Saturno ocurre en la
misma posición respecto al equinoccio vernal; y calculó una triple conjunción para el año 7 A.E.C. Pero a
partir de aquí comenzó a realizar inferencias erróneas: supuso que la triple conjunción del año 7, seguida de un
agrupamiento de Marte, Júpiter y Saturno en el año 6, había producido, igual que en 1604 un nuevo astro. Esa
milagrosa nova sería la estrella de Belén. Demás está decir que Kepler estaba completamente equivocado en
sus suposiciones, pues la aparición de una nova no tiene nada que ver con las posiciones de los planetas.
De cualquier manera, la historia de la triple conjunción del año 7 A.E.C. (aunque sin nova) también resultó
buena, y a sido repetida luego una y otra vez. Es quizás la hipótesis que tiene actualmente más partidarios,
básicamente porque es la que se ajusta mejor a una teórica fecha de nacimiento de Jesús en el año 6.
Sin embargo, la triple conjunción no es el único candidato plausible a “estrella de Belén” . Aproximadamente
hacia esa misma época, otros fenómenos astronómicos notables pudieron llamar la atención de los magos. La
siguiente es una enumeración no exhaustiva de los mismos:
· El cometa Halley que completa su ciclo cada 76 años. Se le ha identificado con un cometa que se observó
desde agosto hasta octubre en el año 12 A.E.C., durante 56 días. Pero quizás resulte demasiado temprano
como para considerarlo seriamente.
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La esquiva estrella de Belén.
· En el año 5 A.E.C. los astrónomos chinos observaron en la constelación de Capricornio un nuevo astro, que
permaneció visible por más de 70 días; pero no está claro si se trataba de una nova o un cometa. En Occidente
nadie parece haberlo observado (y no es el único caso en que esto ha ocurrido; la espectacular supernova del
año 1054 E.C., descubierta asimismo por los chinos, tampoco fue registrada en Europa).
· El 24 de abril del año 4 A.E.C. fue observado, también por los astrónomos chinos, otro cometa o nova
(tampoco aquí hay mayort certeza), pero esta vez en la constelación del Águila.
· En el año 6 A.E.C. Júpiter, fue ocultado dos veces por la Luna en la constelación de Aries.
· En septiembre del año 5 A.E.C. Júpiter presentó su movimiento retrógrado; para un observador terrestre, es
como si el planeta se detuviera en su curso respecto a las estrellas fijas, retrocediera y luego volviera a
avanzar. Pero esto debe haber sido observado numerosas veces antes, y no hay ninguna razón para pensar que
justo en esa ocasión se le diera un significado fuera de lo común.
· La hipótesis más elaborada es la que implica a una serie de conjunciones de Júpiter con Venus en los años 3
y 2 A.E.C. En agosto del año 3 A.E.C. ocurrió una conjunción de Júpiter y Venus en el cielo occidental, en la
constelación de Cáncer; posteriormente Júpiter entró en conjunción con Regulus en el León, y en junio del año
2 A.E.C. nuevamente con Venus. Posteriormente Júpiter iniciaría su movimiento retrógrado, dando la
impresión para un observador terrestre de que permanecía estacionario hacia el 25 de diciembre del año 2
A.E.C. Pero el año 2 parece demasiado tardío como para fijar el nacimiento de Jesús.
Cada una de estas hipótesis tiene sus fervorosos partidarios (y también sus no menos fervientes detractores),
todos con excelentes argumentos. Nadie negará que aproximadamente dentro del período de tiempo adecuado
ocurrieron fenómenos astronómicos interesantísimos, y que uno de ellos (¿o más de uno?) pudo ser el que
sirvió de guía a esos innominados magos procedentes del oriente. Sin embargo, a todo esto, considero lícito
plantear una interrogante: antes buscar la explicación a un fenómeno, ¿no resulta conveniente determinar
previamente si tal fenómeno ha ocurrido efectivamente? En este caso, el fenómeno es un acontecimiento
celeste que sirve de guía a unos magos viajeros que buscan al “rey de los judíos, que ha nacido”. ¿En base a
qué se cree que ocurrió tal fenómeno? ¿Es lo suficientemente verosímil la historia de la estrella y los magos
como para que sea necesario encontrarle una explicación?
Durante mucho tiempo se consideró que la Biblia era un tramado de verdades literales, a pesar de que en sus
páginas afloren una y otra vez contradicciones flagrantes. Dicho punto de vista ya solo lo defienden los
fundamentalistas, personajes que por definición son completamente impermeables a cualquier evidencia
científica y racional que impugne sus creencias.
La historia de la estrella y de los magos la encontramos en el capítulo 2 del evangelio de Mateo:
1 Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos
magos, 2 diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el
oriente, y venimos a adorarle. 3 Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él. 4 Y convocados
todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo. 5 Ellos
le dijeron: en Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta: 6 Y tú Belén, de la tierra de Judá, no eres
la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un guiador, que apacentará a mí pueblo Israel. 7
Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, indagó de ellos diligentemente el tiempo de aparición de
la estrella; 8 y enviándolos a Belén, dijo: Id allá y averiguad con diligencia acerca del niño; y cuando lo
halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore. 9 Ellos, habiendo oído al rey, se fueron; y he
aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando se detuvo sobre donde
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estaba el niño. 10 Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo.
Con frecuencia suele olvidarse que los evangelios fueron redactados varias décadas después de acontecidos
los sucesos que narran. Y que es muy improbable que hayan llegado a nosotros en su forma original. Celso, en
su Discurso verdadero contra los cristianos (Alézes Lógos) afirma expresamente que “es de pública notoriedad
que muchos de entre vosotros (...) han modificado a su modo tres o cuatro veces, y aún más, el texto primitivo
del evangelio...”. Y Celso escribía esto hacia finales del siglo II.
El primer evangelio, el de Marcos, fue escrito alrededor del año 70 E.C.; algunos años más tarde aparecería el
de Mateo (quizás hacia el 80 E.C.) y luego el de Lucas. El evangelio de Juan data al parecer de finales del
siglo I o de principios del II. Solo dos de los evangelios nos presentan narraciones acerca del nacimiento de
Jesús de Nazaret: Mateo y Lucas. A ese respecto, ni Marcos ni Juan nos dicen nada.
Marcos inicia su narración con el bautismo de Jesús en el Jordán por Juan el Bautista; por supuesto, para ese
momento Jesús es ya adulto. Por lo visto, Marcos no vio nada de especial, o no supo nada de especial, respecto
al nacimiento de Jesús: ni estrellas, ni pastores, ni magos, ni dificultosos viajes a Belén, ni huidas a Egipto, ni
matanzas de inocentes. Por supuesto, aquí cabe alegar que Marcos decidió centrar su historia en la llamada
“vida pública” de Jesús, que para él era la realmente significativa (según los sinópticos, alrededor de un año,
tres años para Juan). Pero a lo largo de su texto, Marcos no se muestra nada reacio a los milagros ni a otras
maravillas. ¿Cómo es que no se sintió impresionado por una manifestación tan espectacular como una estrella
que se detiene sobre Belén, y sobre todo, por ese grupo de magos que llegan desde el oriente a rendirle
homenaje a un niño? Aquí, lo más probable parece ser que realmente no supiera nada al respecto, y por lo
tanto no pudo incluir esa historia en su narración.
Otro tanto cabe decir de Juan. El evangelio de Juan es singular en muchos aspectos, y contradice
abiertamente a los otros tres en numerosos puntos. Tampoco aquí encontramos magos ni estrellas; de su
elaborada introducción (“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios , y el Verbo era Dios”) salta a
una especie de presentación por Juan el Bautista (omitiendo el bautismo) y luego a las bodas de Caná.
Naturalmente, después de una declaración tan terminante y majestuosa como “el Verbo era Dios”, la historia
convencional de la natividad sonaría muy fuera de lugar, e incluso pueril. Pero cualquiera que haya sido la
razón, tampoco aquí encontramos información al respecto.
Tampoco Pablo, en ninguna de sus cartas, se acuerda de sucesos tan milagrosos. Las cartas auténticas de
Pablo son los testimonios escritos más tempranos del cristianismo, antecediendo al primer evangelio por más
de diez años. Y este silencio es quizás aún más significativo que el de Marcos y Juan: Pablo de Tarso es el
auténtico fundador del cristianismo como religión; él, y nadie más, se encargó de convertir una pequeña secta
judía mesiánica, cuyo líder había sido ejecutado por los romanos, en una religión ecuménica.
Nos quedan las declaraciones de los dos evangelios que aportan datos acerca de la “natividad”: Mateo y
Lucas. La representación mental de este acontecimiento que suelen tener los cristianos es una suerte de extraña
imbricación de estos dos testimonios. Y digo extraña porque simple y llanamente los relatos de Mateo y Lucas
son tan abiertamente contradictorios que parecen referirse a dos personajes diferentes: Lucas nos habla del
famoso censo, del difícil viaje de Galilea a Belén, de los pastores, de la presentación en el templo y del retorno
a Nazaret; Mateo, por su lado, no sabe nada del censo, ni de coros angélicos, ni del viaje a Belén, pero sí de la
estrella y los magos. Lucas nunca oyó hablar del furor homicida de Herodes ni de la huida a Egipto. Para
remate, ambos evangelios nos ofrecen genealogías contradictorias de José, “de quien se decía” era el padre de
Jesús: las genealogías coinciden solo hasta David, y luego discrepan espectacularmente. La historia de la
natividad que nos presenta Lucas prescinde exitosamente de cualquier alusión a los “hombres sabios” llegados
del oriente en persecución de una elusiva estrella. ¿Tampoco él oyó ninguna historia al respecto? Por lo visto,
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si tal historia existía, debe haber circulado en un círculo extremadamente restringido. No se ha dilucidado aún
si Lucas conoció o no el texto de Mateo antes de redactar su propio evangelio. Si lo conocía, es obvio que la
historia de la estrella y los magos no le pareció lo suficientemente verosímil como para incluirla. Lo más
probable es que tanto Mateo como Lucas hayan partido de tradiciones diferentes al asentar la historia de la
natividad, y de ahí las discrepancias; pero en tal caso, es obvio que la “tradición” seguida por Lucas no hacía
mención a ninguna estrella. Se ha propuesto como hipótesis alternativa que la intención de Lucas al ignorar la
referencia a los magos era apartar al naciente cristianismo de cualquier alusión astrológica. No parece muy
probable: en esa época la astrología no era considerada una superstición, siendo una creencia muy común
incluso (o en especial) entre las clases más cultas del Imperio Romano, y la teología cristiana aún no había
progresado lo suficiente como para presentar un rechazo coherente a la astrología (eso vendría más tarde).
Lucas fue casi con seguridad un converso griego de gran cultura, y no existe ninguna razón para sospechar que
viera algo reprensible en la “ciencia” astrológica. Curiosamente, no se puede decir lo mismo de Mateo. Se
piensa, con buen fundamento, que el autor de Mateo era un escriba judío convertido al cristianismo, y el
judaísmo (a diferencia de la cultura grecorromana) sí rechazaba las técnicas de adivinación.
En el caso de Lucas, nos encontramos ante la misma disyuntiva planteada en los de Marcos, Juan, y las cartas
de Pablo. ¿Desconocía la tradición de la estrella y los magos, o la conocía y prefirió callarla?
Volvamos al texto de Mateo. En él podemos diferenciar nítidamente dos episodios muy diferentes. El
primero resulta relativamente verosímil en cuanto a las actitudes y acciones de los protagonistas. Unos magos
de Persia o Media observan un signo en el cielo, que al parecer indica el nacimiento de un sucesor al trono de
Judea; pudo ser un signo perfectamente natural (pongamos por caso, la triple conjunción mencionada), a la que
se le da un interpretación precisa en función de los conocimientos astrológicos convencionales de la época. Se
dirigen a Jerusalén, y allí, al lugar donde resulta más lógico encontrar al nuevo príncipe: en el palacio del
monarca reinante, en este caso, Herodes el Grande. Nótese que no hay en esta parte ninguna indicación de que
para llegar hasta allí hayan tenido que seguirle los pasos a un astro anómalo: simplemente dicen “hemos visto
su estrella en el oriente”. Nada sugiere que algo milagroso o desusado haya ocurrido en el cielo. Herodes, que
no sabe nada de ese presunto heredero, interroga a los sacerdotes, y luego a los magos (¿no habrá sido al
revés?). Luego envía a estos últimos a Belén, lo que ya no parece tan lógico. En el siguiente episodio
encontramos a los magos rumbo a Belén, y aquí es donde el relato comienza a hacerse incongruente: la estrella
reaparece (por lo visto, antes los magos la habían perdido de vista) y comienza a comportarse de un modo
irregular: “iba delante de ellos, hasta que se detuvo sobre donde estaba el niño”. Aquí entramos de lleno en el
reino de la fantasía: ningún fenómeno celeste ordinario se comporta de esa manera. Por demás, los magos
hubieran podido llegar muy fácilmente a Belén sin esa ayuda, ya que se encuentra a pocos kilómetros al sur de
Jerusalén; les hubiera bastado con preguntar, o con servirse de un guía (¿cómo es que a Herodes no se le
ocurrió ofrecerles uno...?).
Es difícil imaginar que una conjunción planetaria desaparezca de golpe y luego vuelve a aparecer, cambiando
para remate de dirección y “deteniéndose” sobre un punto preciso de la Tierra. Una nova permanece
exactamente en el mismo lugar del cielo donde se encuentra, no migra de aquí para allá. Durante su
movimiento retrógrado, los planetas parecen "detenerse" en el cielo en un momento dado, pero esa
detención es respecto al fondo de las estrellas fijas, no respecto aun punto cualquiera de la Tierra. Los cometas
pueden desaparecer efectivamente en parte de su trayectoria, pero es inverosímil que si previamente se
desplazaba de este a oeste (por ejemplo) de golpe decidiera moverse de norte a sur para señalar el camino a
Belén desde Jerusalén.
El final de la historia de Mateo resulta bastante verosímil, de acuerdo a lo que sabemos de Herodes: buscar al
presunto rey “que ha nacido” para liquidarlo físicamente. Herodes no tuvo ningún inconveniente en hacer
asesinar a varios miembros de su familia, incluyendo a su propio hijo Antipater, en el momento en el que los
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consideró peligrosos para su poder. No se podía esperar entonces que sintiera especial consideración o cariño
por un potencial rival y pretendiente a su trono, así se tratara de un niño de corta edad. Verosímil, sí, pero no
histórico. Aparte de Mateo, la supuesta matanza de los inocentes no fue registrada por nadie más. Igual que los
magos y la estrella.
Fuera de los textos canónicos, encontramos la historia de la estrella en algunos de los evangelios apócrifos.
Pero estos suelen seguir el texto de Mateo casi a la letra, limitándose a cargar las tintas para hacer que los
acontecimientos parezcan aún más maravillosos. Por ejemplo, en el Protoevangelio de Santiago (redactado en
algún momento del siglo II) leemos lo siguiente:
Y los magos contestaron: “Hemos visto una estrella muy brillante y de un resplandor tan grande que
eclipsaba al resto de las estrellas convirtiéndolas en invisibles”. (XXI–2).
Aquí cabría preguntar como es que ni Herodes, ni sus sacerdotes y escribas, se dieron cuenta de un fenómeno
tan espectacular hasta que llegaron unos magos a señalárselo.
El Evangelio del Pseudo Mateo (siglo III o IV) repite la historia de Mateo casi textualmente, sin añadirle
mayor cosa. En el Evangelio árabe de la infancia, por su parte, encontramos esta sorprendente precisión:
Y en la misma hora se les apareció un ángel que tenía la misma forma de aquella estrella que les había
servido de guía en el camino. Y siguiendo el rastro de su luz, partieron de allí a su patria. (VII–1).
En resumen, la única fuente del siglo I que nos habla de magos y estrellas en el evangelio de Mateo; los
apócrifos, más tardíos, no hacen otra cosa que glosarlo; Marcos, Juan y Pablo ignoran el fenómeno; Lucas, en
su propia narración, lo desmiente. Los estudiosos de la Biblia de tendencia literalizante nos han proporcionado
diferentes argumentos (unos buenos y otros que no lo son tanto) para explicar por separado cada una de esas
curiosas omisiones y contradicciones; pero existe también una explicación mucho más simple: no había
estrella y no había magos.
Las tradiciones de la natividad nacieron relativamente tarde, y con unos fines muy precisos. Pablo no las
conoció, y Marcos tampoco; ellos no vieron nada de especial en el nacimiento de Jesús simplemente porque no
había tenido nada de especial. Es más, ni siquiera conocieron la leyenda de su concepción virginal. Pero en la
medida en que el naciente cristianismo entró en conflicto con creencias establecidas (particularmente con el
judaísmo, del que había surgido), y empezó a ser duramente atacado, se hizo necesario dar explicaciones más
o menos plausibles a algunos hecho embarazosos, como que Jesús no tuviera padre conocido, o que un galileo
pretendiera ser descendiente de David.
Tanto Lucas como Mateo intentaron, cada uno a su manera, de responder a las acusaciones que se le hacían
en la época a los cristianos sobre el origen de Jesús. Un ejemplo muy gráfico (aunque tardío) de la postura de
los opositores al cristianismo lo encontramos en el ya citado Discurso verdadero de Celso:
Comenzaste por fabricar una filiación fabulosa, pretendiendo que debías tu nacimiento a una virgen. En
realidad, eres originario de un lugarejo de Judea, hijo de una pobre campesina que vivía de su trabajo. Esta,
culpada de adulterio con un soldado llamado Pantero, fue rechazada por su marido, carpintero de profesión.
Expulsada así y errando de acá para allá ignominiosamente, ella dio a luz en secreto. Más tarde, impelida por
la miseria a emigrar, fuese a Egipto, allí alquiló sus brazos por un salario; mientras tanto tú aprendiste algunos
de esos poderes mágicos de los que se ufanan los egipcios; volviste después a tu país, e, inflado por los efectos
que sabías provocar, te proclamaste dios.
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Es muy improbable que Jesús haya nacido en Belén de Judea; en el transcurso de su vida pública, todos lo
identifican como galileo. Incluso la autoridad romana piensa de esa forma, ya que Pilatos lo envía ante
Herodes Antipas (tetrarca de Galilea) al saber que era de la jurisdicción de éste. Mateo y Lucas lo hacen nacer
en Belén para darle alguna base a sus pretensiones mesiánicas, pero sin que haya la menor coherencia entre las
dos versiones: para Mateo, la familia de Jesús vivía en Belén o sus alrededores; según Lucas, debieron viajar
desde Galilea con motivo del tan famoso y nunca demostrado censo. Pero al final de ambas historias
encontramos a Jesús nuevamente en Galilea. Otro tanto cabe decir de la filiación davídica de Jesús. Aquí, los
dos evangelistas incurren en el peligroso juego de las genealogías. Para Mateo, José descendía de David a
través de la línea real, cosa con la que Lucas no se muestra de acuerdo. ¿Cuál de los dos tiene la razón? Lo
más probable es que ninguno. A este respecto, John Shelby Spong (en su libro Jesús, hijo de mujer) anota:
Jesús no era heredero de ningún linaje real, a pesar del intento de Mateo por presentarlo como aspirante
davídico. Jesús creció en medio de la pobreza. Las gentes de Nazaret lo rechazaron. Los líderes religiosos de
su nación lo hicieron ejecutar. No es ése precisamente el retrato de un miembro de la realeza. A lo largo de la
historia, las narraciones sobre el nacimiento de una persona sólo aparecen cuando, en su vida adulta, esa
misma persona adquiere una gran importancia para la gente que las produce, o para el mundo en su conjunto.
[...] Luego, a medida que la narración se desarrolla, se indica la importancia futura de esa vida mediante las
palabras que se pronuncian, o las señales celestiales que marcaron su nacimiento, o los acontecimientos
milagrosos que lo hicieron posible. Estos detalles interpretativos se han acumulado alrededor del nacimiento
de personajes históricamente famosos [...].
Se ha señalado con frecuencia (y se olvida con igual frecuencia) que los evangelios no son textos históricos.
Y que fueron redactados decenios después de los acontecimientos que narran. En el caso de Mateo, habían
transcurrido por lo menos ochenta años desde el nacimiento de Jesús cuando redactó su narración de la
natividad. A lo largo de esos ochenta años, nadie se decide a hacer notar unos acontecimientos que de haber
ocurrido en realidad hubieran dejado una fuerte impresión en la imaginación de la gente. Luego, de golpe,
alguien se acuerda de un extraordinario fenómeno celeste acompañado de la no menos espectacular llegada de
unos magos de Persia o Media. Pero en su texto, Mateo nos explica que “el rey Herodes se turbó, y toda
Jerusalén con él”. ¿Se turbó toda Jerusalén, y luego pasan nada menos que ocho décadas hasta que alguien se
acuerda de esa turbación? Obviamente, algo anda mal con la narración de Mateo, si se asume literalmente.
Pero Mateo no estaba haciendo historia. Mateo estaba reinterpretando la historia a la luz de los textos del
Antiguo Testamento. Y en esto era sumamente ingenioso, aunque en muchas ocasiones deja la impresión de
que hace trampa, sobre todo al intentar que “las escrituras se cumplieran” de un modo u otro, haciéndolas decir
lo que precisamente no dicen. Quizás el mejor ejemplo de esto lo encontremos en sus famosos versículos 22 y
23 de su Capítulo I:
22 Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el señor por medio del profeta, cuando dijo: 23 He
aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es Dios con
nosotros.
Mateo extrae esta cita de Isaías 7,14. Pero en el original hebreo no hay ninguna virgen, simplemente habla de
una “mujer joven”; al parecer, el error viene de los traductores de la Septuaginta. Pero ya se tratara de una
“virgen”, o de una “mujer joven”, el hecho es que la profecía de Isaías no se refiere para nada al nacimiento de
un mesías, ni cosa parecida, sino de un signo divino para el rey Ajaz de Judea en un momento muy preciso del
siglo VIII A.E.C. Ajaz estaba asediado en ese momento por Pecaj y Rasón, y es muy dudoso que le sirviera de
consuelo cualquier anuncio de un mesías que llegaría unos cuantos siglos más tarde. De hecho, la profecía de
Isaías termina con estas palabras:
Porque antes que sepa el niño rehusar lo malo y elegir lo bueno, será abandonado el territorio cuyos dos reyes
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te dan miedo.
Por lo visto, la interpretación que hace Mateo de la misma no podía ser más traida de los cabellos. O en otras
palabras, es completamente gratuita e innecesaria.
Obviamente, si esperamos fidelidad a los hechos, Mateo no es alguien en que se pueda confiar. ¿De donde
sacó la historia de la estrella y los magos? Eso no está claro, pero se ha especulado que sus fuentes pueden
venir de diversos pasajes del Antiguo Testamento, entre ellos Isaías (41,2; 49,7; 60,1; 60,3; 60,6), la historia
de Balaam y Balaq (Números) y en la visita de la reina de Saba a Salomón (1 Reyes). Otros acontecimientos
más o menos contemporáneos, como la visita de los embajadores extranjeros a Herodes en el año 9 A.E.C., y
la visita a Roma del rey de Armenia Tiradates en el 66 de la E.C. también pueden haber influido (John Shelby
Spong Op. Cit.).
En resumen: El nacimiento de Jesús de Nazaret no revistió ninguna característica especial que hiciera pensar
en un evento sobrenatural, fue un nacimiento más entre muchos otros; Marcos y Pablo, lo mismo que Juan, lo
ignoran simplemente porque no había nada particular que decir al respecto. Las historias de Lucas y Mateo
aparecieron como parte de la polémica entre los cristianos y sus adversarios. Solo Mateo nos presenta la
historia de la estrella y los magos; pero su testimonio es tardío y muy poco confiable.
Si aplicamos la navaja de Occam, la explicación más simple a la supuesta estrella de Belén no son las
conjunciones planetarias, ni las novas, ni los cometas: sencillamente no existió tal estrella. La narración de
Mateo es una invención muy posterior a los hechos, imaginada para, entre otras cosas, magnificar y darle una
repercusión universal al nacimiento de Jesús, a pesar de que en su momento éste pasó, con toda razón,
inadvertido (y no podía ser de otra forma).
Por supuesto, queda la posibilidad, más bien remota, de que alguno de los acontecimientos astronómicos
señalados al principio haya sido recordado durante mucho tiempo, y que en algún momento posterior haya
sido asociado al nacimiento de Jesús en base a su proximidad cronológica; incluso, éste podría ser el origen de
la leyenda de la estrella de Belén. O quizás alguien buscó, pacientemente, en los registros astronómicos
buscando un signo celeste que coincidiera con el nacimiento de Jesús. Puede ser. Pero lo cierto es que para esa
época nadie recordaba bien ni siquiera cuando había ocurrido ese nacimiento. Y en todo caso, aquí salen
sobrando esos curiosos magos que persiguen a una estrella.
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