LA HUELLA JUDÍA VI: EL MAESTRO ECLIPSADO Mª Auxiliadora Pacheco Morente Al comenzar este artículo, debo pedir disculpas de antemano por si a alguien le parece que escribo sobre una persona demasiado cercana a mí. Pues deseo hablar sobre un ilustre converso del que desciendo. Porque creo que justifica hablar de él la relación que tuvo con uno de los grandes del Siglo de Oro español, del que casi nunca se menciona su condición de judío converso, y las sombras que le acecharon por este motivo. Pues en mis artículos de tema judío intento sacar a la luz y hacer justicia a la profundidad de la huella judía en España, y el resto de países iberoamericanos. Mi antepasado era Francisco Pacheco del Río. Nació en 1564 en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) y llegó a ser pintor, escritor y erudito. Su familia era de tradición marinera, pero él escogió las artes y las letras. Como ya he comentado con anterioridad, esos apellidos mostraban claramente su origen judío converso. Pacheco incluso significa en hebreo separado por él. Pero al parecer el celo por el catolicismo de los Pacheco hizo olvidar su origen converso. Un tío de Francisco Pacheco, que también se llamaba Francisco Pacheco, llegó a ser canónigo de la Catedral de Sevilla. El canónigo Pacheco nació en Jerez de la Frontera (Cádiz) en 1540 y murió en Sevilla en 1599. Fue humanista y poeta, llegando a ser muy admirado. Su casa fue un centro de la vida intelectual de Sevilla. Como dato curioso sobre este personaje, en los últimos años de su vida fue censor de los libros que se enviaban a América, por encargo del Santo Oficio. Francisco Pacheco marchó a Sevilla a casa de su tío el canónigo, para poder desarrollar su vocación. En Sevilla aprendió a pintar, y se relacionó con la intelectualidad. También efectuó varios viajes para aprender de diferentes artistas de su tiempo, entre los que se cuenta el Greco. Estas enseñanzas hicieron evolucionar su estilo, pues partiendo de un concepto clásico y manierista pasó a otro más naturalista. Por ello se le considera un pintor de transición. Después de sus viajes siempre volvía a Sevilla, donde transcurrió la mayor parte de su vida. En su casa, Francisco Pacheco tomó el relevo de su tío como anfitrión de los personajes destacados de la ciudad. Era un hombre de amplia cultura, y se sabe que llegó a participar en tertulias teológica. Fue la personalidad más relevante de Sevilla y gozó de gran prestigio como pintor, literato y poeta. Se conservan muchas de sus obras, pero quizás la más divulgada es su Libro de retratos de ilustres y memorables varones. Este libro contiene los retratos que hizo a lápiz de todos los personajes destacados que pasaron por su casa, unos 160. Estos retratos permiten conocer la imagen de los intelectuales hispalenses de su tiempo. Por ello, son usados por las enciclopedias para ilustrar los artículos dedicados a estos personajes. Francisco Pacheco murió en 1654, a una edad muy avanzada. Pero le tocó jugar un papel se da con cierta frecuencia en la historia del arte. Fue uno de esos maestros a los que les tocó enseñar a un genio, y que por este motivo quedan eclipsados y muchas veces olvidados. El fue el maestro del genial Velázquez. El nombre completo de Velázquez era Diego Rodríguez de Silva y Velázquez. Nació en Sevilla y vivió entre 1559 y 1660. Sus apellidos mostraban claramente su origen converso, y es un hecho conocido por los historiadores, pero, como comenté al principio, casi nunca se menciona. Como ocurre con Pacheco, Velázquez, su apellido materno, también posee significado hebreo. Pero su significado parece indicar que los primeros Velázquez se bautizaron presionados por las circunstancias. Velázquez, que también puede aparecer como Velásquez, significa en el extranjero serás como oveja. Es como un triste eco de Salmos 44:11. Siendo aún muy niño, su padre lo llevó al taller del pintor Herrera el Viejo, también judío converso. Pero su estancia fue corta, al parecer porque las enseñanzas de Herrera no daban el fruto esperado. Su padre entonces lo llevó con 11 años al taller de Francisco Pacheco. El buen hacer como maestro de Francisco Pacheco logró hacer despertar su genio. A los 18 años realizó su examen y entró a formar parte del gremio de pintores sevillanos. Poco después, contrajo matrimonio con la hija de su maestro Pacheco. Ésta debía tener dos nombres, hecho frecuente en esa época, pues es nombrada como Juana o Francisca. Su amor por Velázquez debió ser grande, pues sólo sobrevivió una semana a su muerte. A partir de ahí Velázquez tuvo una brillante carrera, que le llevó de su Sevilla natal a ser el pintor real en la corte de Felipe IV. Por su carácter moderado y diplomático se ganó la amistad de Felipe IV, quien además de pintor real le dio otras responsabilidades. Pero su vida no estuvo exenta de sombras. Los judíos, por desconfianza hacia las mujeres, con el tiempo tomaron la costumbre de reconocer solamente como judíos a los hijos de madre judía, costumbre que siguen teniendo en la actualidad. ¿Por qué entonces usó Velázquez el apellido de su madre, que hacía más evidente su origen judío? Creo haber descubierto el motivo. Alguien debió avisarle de que la Inquisición vigilaba a los de Silva. En 1639 Francisco Maldonado de Silva fue víctima de la Inquisición en Lima (Perú). Y en 1647 lo fue en Lisboa el mercader Duarte de Silva Rico. Velázquez pudo haber sido un apellido más seguro para él. Velázquez siempre deseó ser admitido en la orden de Santiago. En el cuadro Las meninas se retrata con la cruz de Santiago sobre el pecho. Pero nunca le fue concedida la cruz de Santiago, a pesar de toda la estima que le profesaba Felipe IV. Con toda probabilidad le fue negada por su condición de judío converso, casado además con otra judía conversa. Pero cuando falleció Velázquez, Felipe IV le pintó una cruz de Santiago en el pecho. Consideraba que había sido digno de llevarla. Esta era la sociedad del Siglo de Oro español. A pesar de la uniformidad que se quería imponer por la fuerza, había un mundo de conversos más o menos visibles, y muchos llegaron a alcanzar notoriedad. De éstos últimos, todavía quedamos en España muchos descendientes. En mi familia, los azares del tiempo hicieron que se cruzaran dos de estos linajes, pero el apellido de uno de ellos desapareció, por venir de una línea femenina. El segundo apellido de la mujer de mi abuelo Pacheco era Pinzón. Sí, era una descendiente de los Pinzón, de quienes ya hablé en otro artículo. A pesar de las generaciones transcurridas, mi padre y mi abuelo guardaban parecido con el retrato que se conserva de Francisco Pacheco. En 2009 hubo en Málaga una exposición de dibujos de la colección Gómez – Moreno. Para ilustrar el folleto y el cartel de la exposición se usó un dibujo de Francisco Pacheco de tema mitológico, Caída de Faetón, que guardo como recuerdo.