Obra: La Tempestad (de confabulaciones, traiciones y perdones). -adaptación sobre obra original de William Shakespeare Dirección y adaptación: Raúl Saggini Textos para audición de actores Para Miranda y Próspero Miranda: ¡Padre, padre, por favor! Si con tu Magia pudiste levantar este salvaje oleaje, podés también calmar las aguas. Pareciera que las nubes quieren arrojar brea caliente y olorosa, y que el mar, por extinguirla, sube al cielo. ¡Ah, cómo sufrí por los que vi sufrir! ¡Una hermosa nave, que sin duda llevaba gente noble, hecha mil pedazos! ¡Sus gritos me herían el corazón! Pobres almas, todas murieron. Si yo hubiera sido algún dios poderoso, habría hundido el mar en la tierra, antes que se tragase ese barco con su carga de almas. Próspero: Serenate. Y no te espantés. Decile a tu apenado corazón que no ocurrió nada malo. Para Ariel y Próspero Ariel: ¡Salud, mi gran amo! ¡Mi digno señor! Vengo a cumplir tus deseos, ya sea volar, nadar, lanzarme al fuego, o cabalgar sobre nube ondulante. Con tus poderosas órdenes dirigí a tu Ariel y sus fuerzas. Próspero: Espíritu, ¿Armaste fielmente la tempestad que te mandé? Ariel: Al pié de la letra, señor. A bordo del navío del Rey, llameaba espanto por la proa, por el puente, por la popa, por todos los camarotes. A veces me dividía, ardiendo por muchos sitios: flameaba en las vergas, el bauprés, el mastelero. El relámpago de Júpiter, nunca fue tan rápido e instantáneo. Fuegos y estallidos de azufre parecían acechar al poderoso Neptuno y hacer que tiemblen sus olas altivas, y hasta su fiero tridente. Próspero: ¡Mi gran espíritu! ¿Alguno de los de la tripulación fue tan firme y valiente, que no le trastornara la razón? Ariel: No hubo quien no sintiera la fiebre de los locos, ni enloqueciera, señor. Todos, menos los marineros, se echaron al mar espumoso saltando del barco, que ardía con mi fuego. Fernando, el hijo del rey, con los pelos de punta, fue el primero en tirarse, gritando: “¡El infierno está vacío, todos los demonios están aquí!”(Risas de ambos) Para Calibán y Próspero Calibán: ¡Que les caiga a los dos el infecto rocío que, con una pluma de cuervo, barría mi madre de la ciénaga podrida! ¡Que les sople un viento del sur y los cubra de pústulas con pus! Próspero: Por decir eso, tendrás calambres esta noche y punzadas que te ahogarán el aliento. Los duendes, que andan en la noche, te clavarán espinas en tu piel. Tendrás más aguijones que un panal, cada uno más punzante que los de las abejas. Calibán: Tengo derecho a comer, “¡Nderakorena!”(“La puta madre”). Esta isla es mía por mi madre Sícorax y vos me la quitaste. Cuando viniste, me acariciabas y me dabas agua con frutas sabrosas, me enseñaste a nombrar la luz mayor que arde en el día y la menor, que ilumina por la noche. Entonces yo te quería y te mostraba las riquezas de la isla, las fuentes de agua dulce, los pozos salados, la tierra estéril y la fértil. ¡Maldito sea yo por hacerlo! Que los hechizos de Sícorax caigan sobre vos: escarabajos, sapos, murciélagos. Yo soy el único súbdito que tenés, yo, que fui mi propio rey; y vos me desterraste a esta dura roca y me negás el resto de la isla, “¡Nde aña rakopeguare!”(“¡Por la concha de la diabla!”). Para Trínculo, Esteban y Calibán Trínculo: Aquí no hay arbusto ni mata en que resguardarse, y ya se prepara otra tormenta; la oigo cantar en el viento. Ese nubarrón parece un sucio barril de vino pronto a reventar. Si llega a tronar Obra: La Tempestad (de confabulaciones, traiciones y perdones). -adaptación sobre obra original de William Shakespeare Dirección y adaptación: Raúl Saggini como antes, no sé dónde meterme; esa nube se vaciará a cántaros. Pero, ¿qué veo aquí? ¿Un hombre o un pez? ¿Vivo o muerto? Es un pez, huele a pescado; larga un olorcito rancio. ¡Qué pez más raro! Si estuviera en Inglaterra, como en otros tiempos, pondría un cartel, y no habría tonto de feria que no diera plata por verlo. Allí este monstruo me haría rico; allí cualquier bicho raro hace negocio. No dan un centavo de limosna para aliviar a un mendigo, pero se gas-tan diez en ver a un indio muerto. ¡Piernas de hombre! ¡Brazos, y no aletas! ¡Y está caliente! Me desdigo: esto no es un pez, sino un isleño recién tumbado por un rayo. (Truenos) ¡Puta madre! ¡Vuelve la tempestad! Me meteré bajo su capa; por aquí no veo otro refugio. A veces la desgracia nos acuesta con extraños compañeros. Me cubriré aquí hasta que pase la tormenta. Esteban: (Cantando) Ya nunca iré a la mar, la mar, que en la tierra moriré... moriré Esta canción está muy bien para un funeral. (Bebe y después canta) El Piloto, el grumete, el mozo, el capitán, El artillero y yo amamos a Mara, María y Marián, pero a Catia no, porque maldice al hombre de mar y le grita: ¡Muérete ya! ¡Muérete ya! De brea o alquitrán no soporta el olor, pero deja que el sastre le rasque el picor. Conque, ¡al barco, amigos, y muérase ya! Esta canción también es infame, pero, éste es mi consuelo.(Bebe) Calibán: ¡no me atormentés! ¡Ah, te lo suplico! Esteban: ¿qué pasa aquí? ¿Hay demonios? ¿Quién nos hace burlas disfrazados de salvajes y de indios? ¿Eh? No me salvé de ahogarme para que ahora me asusten tus cuatro patas, porque, como bien dice el refrán, porque tengas cuatro patas no me vas a mover el piso; eso, mientras Esteban respire. Calibán: ¡me atormenta este espíritu! ¡Ah, basta, basta! Esteban: éste es un monstruo isleño de cuatro patas que, por lo visto, tiene fiebre. ¿Dónde diablos habrá aprendido nuestra lengua? Aunque sólo sea por eso, voy a darle algún auxilio. Si logro curarlo y domesticarlo, y vuelvo a Nápoles con él, será un regalo para cualquier emperador que me será recompensado Para trabajar en la manipulación de los títeres, habrá disponible muñecos armados con técnica de varilla. Si bien hay textos para las escenas de los títeres, preferimos el libre juego de improvisación.