XXIV Jornadas nacionales de capellanes de prisiones Madrid 7 febrero 2012 CAPELLÁN DE PRISIONES: MISIÓN DE LIBERACIÓN EVANGÉLICA Teólogo mercedario ESQUEMA: 0-. INTRODUCCIÓN: VOCACIÓN Y MISIÓN DEL CAPELLÁN. PROFETA Y CONSTRUCTOR DEL REINO DE DIOS 1-. LUCAS 4: VOCACIÓN Y MISIÓN DEL HIJO. LA VISIÓN DESDE LOS CANTOS DEL SIERVO DE JAVHÉ DE ISAIAS, Y LOS TEXTOS DE JUAN 10 (BUEN PASTOR) 2-. IGLESIA MISIONERA: HEBREOS 13,3 Y 2 COR 8,9 3-. PASTORES SEGÚN EL CORAZÓN DE CRISTO (a la luz de Jn 13,34-35 y Jn 15,9.12-14.17) - VISIONES Y MISIONES - PROFETAS Y CONSTRUCTORES - FRATERNOS Y GENEROSOS 4-. IGLESIA SERVIDORA Y SAMARITANA CAPELLANES DE PRISIONES: UNGIDOS: ENVIADOS A: DESTINATARIOS: CONSAGRADOS, ANUNCIAR LA LOS POBRES, BUENA NOTICIA, REVESTIDOS DE CRISTO PROCLAMAR LA LIBERACIÓN, LOS CAUTIVOS, OTROS CRISTO DAR LA VISTA, LOS CIEGOS, LIBERTAR, LOS OPRIMIDOS, PROCLAMAR EL AÑO DE GRACIA LA HUMANIDAD DESARROLLO 0-. Introducción Pablo a los corintios le dice: “de lo que sabemos, hablamos”. Poder hablar esta tarde, compartiendo unas palabras con vosotros es sobre todo un gesto de hermano, sin mayores pretensiones que poner en relieve lo que ya cada uno de vosotros vive. No se trata por tanto, de decir algo nuevo, sino de evidenciar, manifestar lo que se va viviendo en la sencillez del día a día. Y que no es otra cosa sino la vocación a la libertad como dice Pablo a los efesios. Esa vocación tal como nos la han presentado en el tríptico de inscripción a la Jornada, y que da el título: “misión de liberación evangelizadora”. Ahí radica la importancia de la vida y del capellán: su vinculación a una vocación singular, evangélica y evangelizadora. Vocación del capellán de prisiones Es un profeta, en estos momentos de la historia, pero en definitiva, siempre (y más que profeta, como afirma Jesús del precursor). Un profeta en el AT es aquel que se siente llamado por Yavé a ser transmisor de su palabra; palabra que es: - Anuncio de buena nueva: “consolad a mi pueblo” (Is 40,1) - Que es alegría: “Dichosos son los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la alegría, que dice a Sión: tu Dios es rey” (Is 52,7) - Denuncia del pecado de los reyes: Natán y los pecados de David (adulterio y asesinato) - Advertencias sobre la idolatría del pueblo: (Jeremías 7, con su clamor de Templo del Señor); Ezequiel 16 con la historia de la joven prostituta: alegoría de la historia de Jerusalén - Anuncio de los tiempos nuevos, tiempos mesiánicos … (Is 42,17) Pero a la vez, es constructor del Reino: las Bienaventuranzas se convierten en el espejo (Speculum) donde mirarse, donde reflejarse, donde descubrir la mirada de Dios, como en el fondo de un estanque o de un pozo. Las bienaventuranzas para el capellán son el elemento clave de la vida, del ser y del actuar. Son en definitiva la manifestación del Reino de Dios; del que el capellán es constructor. No sólo habla y anuncia, sino que pone a disposición del Reino su propia vida, su propia existencia. No se aleja sino que se inmiscruye en la masa de la vida, para ser signo de fermento, de fuerza renovadora; en definitiva, de Espíritu. La construcción del Reino lleva a desinstalarse. Aceptar a Dios como rey, como defensor, como garantía, como esperanza de futuro como lo hacen los pobres de espíritu, como lo hacen los abatidos por las lágrimas, por el hambre y por la sed; los que han perdido hasta la vida porque son perseguidos por su fidelidad. Una vida que se construye con la misericordia, con unos ojos como los de Dios, con una mirada limpia sobre el mundo y sobre la historia, con una mirada y unas manos que son constructoras de paz. 1-. Lucas 4,16-21: vocación y misión del Hijo. La visión desde los cantos del Siervo de Yavé, y los textos de Juan 10 (el Buen Pastor) Lucas atribuía una gran importancia a este episodio, que consideraba como la apertura oficial del ministerio de Jesús, cuyo sentido, de hecho viene precisado en este momento, y como la inauguración del nuevo período de la historia de la salvación en el centro de los tiempos. Lucas anticipa el episodio de Nazaret para que le permita definir desde el principio, los rasgos esenciales, la misión de Jesús en Israel como cumplimiento de las profecías del AT. Le sirve además como prefiguración del rechazo del Evangelio por parte de los hebreos y de su aceptación por parte de los gentiles. Algo similar ocurre en el evangelio de Mateo. Al parecer Jesús elige el texto que luego lee, aunque en realidad es tarea de Lucas, porque en el pasaje se resumen los temas favoritos del evangelista: unción profética por parte del Espíritu, anuncio de la buena nueva a los pobres, anuncio de la gracia de la salvación. En Isaías 61 se narra la vocación de un profeta que ha recibido de Dios un mensaje de consolación para Israel. El capítulo rimado recuerda los cantos del siervo de Yavé, sobre todo Isaías 50, 4-11. Al utilizar la forma verbal del verbo evangelizar, pone el pasaje con absoluta propiedad en los labios de Cristo que inauguraba la predicación del Evangelio. Para el evangelista, los principal no es tanto el evangelio como elemento estático, sino el dinámico del verbo evangelizar, como proclamar, la importancia de la palabra. La tarea principal del profeta de Is 61 sería la de dar a los pobres, a los esclavos, a los prisioneros y a los ciegos una nueva esperanza, y promulgar el año de la misericordia del Señor. Ya en el libro de la Alianza se prescribía un año sabático para la tierra y un año sabático para la remisión de las deudas. Además el Levítico exige un año de jubileo, en el que han de volver las posesiones a sus antiguos propietarios. Pero Lucas omite dos frases de Isaías: “vendar los corazones rotos” y “proclamar el día de la venganza de nuestro Dios” porque los juzga inapropiados en este contexto consagrado a la salvación y a la liberación. La curación de los ciegos no aparece en Isaías 61, pero sí en Isaías 35,5; y en el Primer Canto del Siervo (Is 42,7). De la misma manera la liberación de los oprimidos remite a Is 58,6: “el ayuno que yo quiero es éste: que abras las prisiones injustas, que desates las correas del yugo, que libres a los oprimidos, que acabes con todas las tiranías, que partas tu pan…” Esta liberación física y espiritual prefiguraba la liberación espiritual del yugo del pecado y de Satanás, liberación ya cumplida por la presencia de Cristo. Como después dirá Pedro en Hechos 10, Cristo pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo porque Dios estaba con él. Jesús había leído el texto de pie, por respeto a la Escritura, y luego se sentó, que es la posición del que enseña. La primera palabra de su enseñanza es “hoy”. Ese hoy, es el hoy de la salvación. Es el kairós de Dios, su irrupción salvadora en medio de su pueblo. Es el tiempo de Dios, que no el cronos humano. Y eso porque en Cristo se cumple esa promesa. Esta escritura se hace realidad hoy en vuestros oídos. La enseñanza de Jesús significa el cumplimiento de las Escrituras; este es el primer gran anuncio kerigmático. Pero esta enseñanza va a encontrar reacciones contrapuestas diametralmente: una acogida calurosa y un absoluto rechazo. Lucas coloca deliberadamente esta narración al comienzo del ministerio público de Jesús, como símbolo de toda su actividad futura y de las reacciones encontradas que va a provocar. El aspecto de cumplimiento subraya la actitud de apertura y acogida de su enseñanza; pero el aspecto de rechazo de Jesús por sus compatriotas es una síntesis del gran rechazo que va a experimentar su actividad por parte de su propio pueblo. La presentación de Jesús citando el texto de Isaías subraya su convicción personal de que la actuación del Espíritu domina toda la existencia. Lo que Isaías anunció a sus contemporáneos se anuncia ahora a los pobres, a los cautivos, a los ciegos, a los oprimidos del tiempo de Jesús. Esto nos viene muy bien a nosotros. Lo que anunció proféticamente a los desterrados que volvían a Jerusalén, Lucas lo transforma en una predicación, que se va a cumplir en la persona, en la palabra y en la acción de Jesús de Nazaret. Pero su propio pueblo no le comprende, y le rechaza. La cita profética de Isaías ha llevado a diversos comentaristas a pensar que Lucas quería convertir a Jesús en el Nuevo Siervo de Yavé; pero la cita isaiana no pertenece a los cuatro cánticos del siervo. Respecto a la unción de la que se habla en la cita, algunos han querido ver a Jesús como Mesías; o a pensar que el evangelista así lo consideraba en este momento. Sin embargo, ha sido el bautismo la auténtica unción del Espíritu. ¿Cómo entender esta unción en este momento? - Desde luego, no de una forma política, como descendiente davídico, o con funciones de rey. - En el AT, en algunos pasajes se denomina ungido a alguno de los profetas; y así se les considera como siervos del Señor, ungidos por él. - Así pues, ya se entienda esta unción de Jesús en sentido de consagración profetica o como la unción del heraldo de la buena noticia, el hecho es que no contiene el más mínimo matiz de unción como rey. La experiencia de Jesús no es ajena a la experiencia de los creyentes israelitas que estaban habituados a escuchar los textos proféticos; y por lo tanto, a Isaías; que es un destacado profeta de la tradición hebrea, con una notable producción, con un lenguaje propio. En él encontramos una colección de textos enigmáticos que cubren y encubren la personalidad de algo o de alguien bajo la simbólica nomenclatura de Siervo de Yavé, que realiza una doble función real y profética y lleva adelante una misión determinada. Estos cánticos reflejan la intencionalidad de presentar los orígenes, los primeros momentos de la llamada del siervo. Ya un acercamiento sencillo al texto destaca el aspecto vocacional del mismo. Una llamada por parte de Dios y una escucha por parte del siervo que recibe la llamada, en medio una misión, unas pautas de acción propia. Se puede leer a la luz del Segundo Cántico del Siervo: Is 49,1ss: El Señor me llamó desde el seno materno. Si el elemento vocacional es característico del texto, la experiencia de opresión y de cautividad que vive o ha vivido el pueblo de Israel está detrás como vivencia del pueblo. Temas como la luz, las tinieblas, la cárcel, la mazmorra son elementos propios que determinan el reflejo de una experiencia singular, la cautividad del pueblo en Babilonia en un tiempo significativo para la historia de Israel, el momento del exilio como tiempo de cautividad y de falta de libertad. Como consecuencia de la cautividad del pueblo, la petición de libertad. El texto vocacional y representante de la cautividad hace una llamada a modo de petición de liberación. El siervo parece estar destinado a ser liberador del pueblo como si de una misión directa se tratase. Así términos como liberador del pueblo, luz, hacer ver, en definitiva, sacar de la prisión al cautivo y de la cárcel a sus habitantes. Una misión vocacional que encuentra en la llamada su razón de ser. Un mensaje, el de la libertad, tan propio de la literatura veterotestamentaria, que encuentra en el lenguaje poético su reflejo más transparente. Se trata de la liberación de un pueblo en su totalidad. La petición de salvación como triunfo final que colma todo el sufrimiento anterior que hace el honor al título expresado en los cantos, del siervo sufriente. Aquí es donde ya querría hacer una parada, una reflexión para nosotros. En primer lugar, el aspecto vocacional, de llamada. Seguramente, nadie nos ha llamado a ser capellanes. Cuando hablamos de vocación, hablamos de vocación cristiana, llamada a la fe, por medio del bautismo, llamada y vocación a la vida religiosa o sacerdotal, vocación laical y matrimonial. Pero difícilmente podríamos decir: vocación de capellanes de prisiones. Y seguro que es verdad. Pero hay una llamada especial. Quisiera evocar la vocación de capellán del P. Bienvenido Lahoz, religioso mercedario que murió en 1970, al que no conocí pero que me ha fascinado desde hace muchos años. Ejerció su vocación como capellán en la Modelo de Barcelona hasta 1960, habiendo comenzado en 1940. Ya antes escribía su vocación: “Entre las muchas razones, por la evocación que entraña del fin característico de mi Orden, hacía muchos años que sentía íntimos deseos de ejercer mi ministerio sacerdotal entre los presos. Antes de ser nombrado capellán obtuve permiso para hacer círculos de estudios en la prisión celular de Barcelona”. Una vocación expresada como íntimo deseo de ejercer el ministerio entre los presos. El ministerio sacerdotal como capellán no puede darse sinceramente sin una llamada interior. Es algo más que un mandato o una invitación del obispo a hacerse cargo de tal o cual capellanía. Una cosa es el mandato jurídico; pero como para todo en esta vida sin vocación, es un ministerio estéril. Por eso, la invitación a reflexionar sobre estos textos, tanto el profético como el lucano, sobre la vocación, sobre la llamada. Como sacerdotes, como religiosos no podemos dejar de ser conscientes siempre de nuestra llamada personal, particular, tal como aparece en los textos, pero sobre todo sobre nuestra vida. Y no sólo una reflexión sobre los inicios de nuestra vocación en general, sino sobre la misión que lleva aparejada nuestra particular vocación: “Vuestra vocación es la libertad” dice Pablo en Efesios. La llamada, el ser capacita para el hacer. O de otra manera: Dios llama hoy, en el kairós escatológico a la misión presente y escatológica. Esta escritura se cumple en vuestros oídos. 2-. Iglesia Misionera: HEBREOS 13,3 y 2 COR 8,9 El texto de Hebreos es una recomendación fuerte, en el sentido real de la palabra: Acordaos, porque tenéis un cuerpo. No se trata de mero sentimentalismo, sino que es una realidad antropológica. Tú eres igual que el preso. No sólo que el preso es igual que tú; sino que tú eres igual que el preso. Y ahí radica una profunda solidaridad, es decir, estar soldado, pegado al otro. Es un radicalismo que llama la atención a aquella comunidad; pero que sigue teniendo resonancias en el hoy. No se puede dejar de pensar en el otro. Porque el otro soy yo. El autor sagrado nos sigue planteando una cuestión en nuestro ser y en nuestro hacer. Una reflexión en la misión. ¿Cómo es mi misión? Por ellos, para ellos, con ellos, junto a ellos. Acordaos de que tenéis un cuerpo. Saberse tratado, querido, acogido… o saberse uno con (cf. Carbajal, Con los pobres contra la pobreza). 2 Corintios 8,9 “Pues ya conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza. Y sobre este particular os aconsejo que si el año pasado tomasteis la iniciativa no sólo para realizar esta obra, sino incluso para proyectarla, os conviene ahora terminarla” (2Cor 8,9-11). Pablo está escribiendo a los corintios sobre la colecta a favor de los pobres de Jerusalén. El motivo y la razón, lo que da sentido a la solidaridad cristiana no es sólo participar de la misma condición humana, de tal forma que nada haya en el corazón de los hombres que no tenga resonancia y eco en el corazón de los cristianos, sino la misma solidaridad de Cristo, que se ha hecho uno de nosotros. Es la experiencia de Cristo que ha querido compartir su existencia con la nuestra, en una forma de solidaridad única y extraordinaria, siempre estaremos dando palos de ciego en esto de la solidaridad humana. Lo recoge la Constitución Gaudium et Spes 1. Si Cristo no está en el horizonte humano, si no es la razón única, la fundamental, nuestra solidaridad será superficial, no será auténtica. El acento de Pablo es que Cristo se ha despojado, se ha hecho pobre. Ahí radica la existencia de Cristo: solidario, para compartir la vida humana. La solidaridad cristiana nos ha de llevar por el camino del abandono de nosotros mismos, de nuestras seguridades, de nuestro confort. Va a ser en definitiva, algo nuevo. La situación de crisis de unas dimensiones muy graves nos ha de llevar a un cambio de paradigma de vida. Y ese cambio para un cristiano no puede hacerse sin Cristo, tomado como Maestro y Modelo. 3-. Pastores según el Corazón de Cristo El planteamiento vital del capellán de prisiones se puede expresar de muchas maneras. No se puede ni simplificar, ni unificar. Pero recurriendo un poco a juego de palabras, que quieran ser significativas para cada uno, podríamos resumirlo así - Visiones y misiones - Profetas y constructores - Fraternos y generosos Una serie de textos en el evangelio de Juan nos van revelando quién es este Padre, del que Jesús se siente Hijo, y con el cual se siente identificado. -Jn 3,16: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” -3,35: “El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano” Jesús siempre se siente arropado por el amor del Padre. En el contexto del Buen Pastor enseña: “Por esto me ama mi Padre, porque doy mi vida para recobrarla de nuevo” (Jn 10,17). Para Juan el agape (el amor) es la piedra angular del Reino de Cristo que se va realizando en la actual crisis del mundo: “Tanto amó Dios al mundo, que le ha dado a su Hijo único...” (Jn 3,16). El evangelista siempre utiliza expresiones nuevas para referirse al amor del Padre hacia el Hijo, ya que es sobre el Hijo sobre quien se concentra todo el amor del Padre: Jesús es el mediador del amor del Padre. Por eso, Juan subraya muy poco el amor del Hijo hacia el Padre, como aparece en 14,31: “el mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado”; y sin embargo, se centra en el amor que el Padre demuestra hacia aquellos que le ha dado como “amigos”, como podemos leer en 17, 23: “Para que el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí; o 14,21: “el que tiene mis palabras y las guarda, ése es el que me ama; y el que me ame será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” o dos versículos más allá (Jn 14,23: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Culmen y fuente de este amor es el sacrificio del Hijo, mediante el cual el Padre obra la salvación del mundo. El ágape en Juan es un amor descendente: el mundo de la luz y de la vida del Prólogo joánico se lleva a cabo en nuestro mundo solamente a través del amor. Por eso, Juan debe subrayar el carácter activo del ágape en la vida de Cristo y de sus discípulos. Por este mismo motivo, Juan más que insistir en el amor hacia Dios y hacia Jesucristo, insiste en el amor hacia los hermanos, que encuentra en Cristo su modelo y su fuente. El amor fraterno cierra el círculo de relaciones entre el Padre, el Hijo y sus discípulos, e instituye entre ellos una comunión que no es de este mundo, ya que tiene como fundamento el amor de Dios y como ley permanecer en este amor. Con este preámbulo entramos en los dos textos fundamentales que nos acercan al misterio trinitario, que es apertura y comunicación del ágape. Vamos a tomar los textos Jn 13,34-35 y Jn 15, 9.12-14.17: «Un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros, como yo os he amado a vosotros que también vosotros os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos, si os tenéis amor unos a otros» «Como el Padre me amó, también yo os he amado: permaneced en mi amor. Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Estas cosas os mando a vosotros: que os améis unos a otros» ¿Cuál puede ser el pretexto de los dos textos que llevamos entre manos? En primer lugar, los dos textos se encuentran situados en lo que los autores han venido calificando como Discurso de Despedida. El primero, se encuentra al inicio, como haciendo de pórtico o de apertura; en un contexto de partida, y de anuncio de las negaciones de Pedro; el segundo texto, ya en el capítulo 15, lo encontramos en el discurso de la viña verdadera, en el que se pasa de “permanecer en la vid” a “permanecer en su amor”. Los dos textos rompen la marcha normal y “lógica” de los discursos. Dodd entiende que el evangelista ha tenido presentes dos ideas a la hora de configurar estos discursos: - interpretar la muerte y la resurrección de Jesús como un acontecimiento escatológico, - describir la naturaleza de la nueva vida en la cual los discípulos y (por extensión) todos los cristianos han sido introducidos por la muerte y la resurrección de Cristo. Así pues el sentido de Jn 13,34-35 sería recordar que el mecanismo de la salvación del hombre está movido solamente por el amor de Dios al mundo (3,16). Este amor actúa por el Hijo, el enviado, que es el mediador del amor del Padre. El Padre ama al Hijo y el Hijo responde con la obediencia (3,35). Así como Cristo ama a los suyos con el amor eterno de Dios (15,9), y los ama hasta el final (13,1) -en su doble dimensión: con todas su capacidad humana, y hasta la muerte, el momento decisivo y definitivo. Así pues, de esa misma manera los discípulos deben reproducir en el amor fraterno y recíproco el mismo amor que movió al Padre a enviar su Hijo al mundo y que movió al Hijo a entregar su propia vida. La importancia de esta perícopa es decisiva, en cuanto que este amor constituye una revelación para el mundo: “en esto -en este amor- conocerán todos que sois mis discípulos”. Una intención profunda del evangelista es la explicación del contenido y de la significación cristiana de la cruz. Centrándonos en Jn 13, 34-35, el conocido como mandamiento nuevo de Jesús o mandamiento del amor fraterno: - ya desde el inicio el texto sobrecoge por su fuerza expresiva, la primera palabra es entolé (mandamiento), que aparece unas 11 veces en el Evangelio de Juan . Su significado va más allá de ser un simple precepto o prescripción legal (aunque no excluya este significado). Se trata de una enseñanza, una regla de vida, un camino a seguir, que surge de una revelación o de la alianza, e implica una fidelidad de vida. Sin embargo, la presencia del adjetivo kainé (nuevo), nos resitúa; ya que no aparece en ningún otro lugar del evangelio calificado así; y en el paralelo más cercano en 15,12 se omite este adjetivo. En las cartas de Juan, se percibe un ambiente polémico cuando dice: «No os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenéis desde el principio. El mandamiento antiguo es la palabra que oísteis. De otra parte os escribo un mandamiento nuevo, a saber lo que se cumple en Él y en nosotros: que la oscuridad cesa y la luz verdadera ya brilla» (1Jn 2,7-11) Kainé se diferencia del otro adjetivo que indica novedad en griego: neos. Este indica novedad en sentido cronológico, mientras que kainé , significa aquello que es nuevo con relación a otra cosa: nuevo por sus características, superior y mejor a cuanto es viejo. Se utiliza sobre todo en su valor de nuevo a cuanto su especie. Toda esta interpretación viene acompañada del verbo didomi, un verbo que aparece en Juan asociado al concepto del amor: por eso es don, y a la vez, disposición interior, del espíritu: - 3,35: “El Padre ama al Hijo y todo lo ha dado en su mano”; - 13,3: “sabiendo que el Padre le había puesto todo en las manos y que de Dios venía y que a Dios tornaba” - 13,15: “os he dado ejemplo: como yo he hecho con vosotros, también vosotros lo hagáis”; y 13,34-35. De tal forma es intensa esta relación entre el verbo DAR y AMAR, que con ambos se expresa la síntesis de la revelación en Juan. En este caso es Jesús (que sustituye a Dios, que es el dador en el AT), el instaurador de la Nueva Alianza. La entolé kainé es un don: nos permite conocer la voluntad divina y a la vez nos permite vivirla. Es lo que está dispuesto y destinado a sustituir lo que ha quedado envejecido. Nos damos cuenta que todos los verbos de la perícopa los tenemos en tiempo presente (la actuación que deben llevar a cabo los discípulos) y pasado (la acción de Jesús en su existencia histórica). Y tenemos un verbo en futuro: “Conocerán” que pertenece justamente al centro de la estructura de esta perícopa: “en esto conocerán todos que sois discípulos míos” (13,35). El verbo griego es ginosko; no está hablando de un conocimiento en sí, sino del conocimiento que todos -pantes- experimentarán en su interior ante este signo. Un signo, que por su propia naturaleza no se realiza definitivamente, en un momento puntual y concreto de la historia, sino que se va desarrollando a lo largo de ella como deseo profundo de Jesús, como anuncio de una Nueva Comunidad. Indica un conocimiento que viene adquirido, es más que viene reconocido. Se convierte el amor fraterno en un signo significante, revelador de una realidad. No se busca producir una señal artificial y un gesto artificioso ante los otros: la propia vida compartida en la fraternidad se convierte en signo creíble de la Nueva Comunidad del Hijo. Será el resultado final de una vida que acoge el ágape como don, -como os amé- y es capaz de vivirlo en obediencia nueva mandato nuevo-. Este mandato que dan el Padre y Jesús a los discípulos, en definitiva, a los creyentes, sólo tiene sentido a partir de la comunidad que han establecido con ellos y en función de esta comunidad. Una comunidad de discípulos que pertenece a su Maestro. El discípulo debe su propia existencia a su Maestro, y lo representa, mientras permanece en comunión total con él. Hay una posesión real y personal de parte de Jesús. El gran signo del amor del Padre: la entrega del Hijo, que ha conquistado la vida eterna para los que creen en él. A su vez, el discípulo es signo de Cristo, ya que el amor fraterno mora en la comunidad. Una comunidad que no se cierra en sí misma de forma egoísta, sino que es la forma concreta en que se puede actuar. No es la autocomplacencia en el interior del grupo, sino expresión de que los discípulos son aquellos que realmente han acogido en la fe a Jesús como su Maestro. Pero, ¿cómo es este mandamiento de amor fraterno? En primer lugar, se presenta la actuación de Jesús como elemento fundante de la acción de los discípulos,- que como yo os he amado- mientras que en un segundo momento, la intención es de imperativo: -que también vosotros os améis-, obligación, empeño, mandato. No podemos olvidar que estamos en un contexto de entrega de la “Nueva Ley”. Cambia el contenido y la formulación; pero se trata de una exigencia de llevar a la vida de la propia comunidad cristiana el signo de la comunión fraterna, de la entrega de la propia vida en favor de los que se han convertido en hermanos. Y con esto llegamos al núcleo de este texto programático y fundante. Nos sorprende a todos que la base del mandato no sea en virtud de la autoridad que lo establece, como ocurre en el Deuteronomio, en la entrega de las clausulas de la Ley: “yo soy un Dios celoso”, sino de la actuación, de la forma de ser y de vivir del que lo dice. No es un decreto teórico, sino plenamente existencial. Nos sorprende que nos diga: -como yo os he amado- En esta frase está la medida, la intensidad y el fundamento del mandato. En este punto es cuando podemos unir los dos textos, para formar una cadena de relaciones, que nos permite llegar desde el punto de llegada: el mandato del amor fraterno a descubrir a un Dios y Padre que es el mismo amor. Es la revelación de Dios no por las palabras, sino por su actuación en nuestra historia. De esta forma podemos decir que los dos textos nos colocan en esta cadena de relaciones: 1-. el mandato: “amaos los unos a los otros” => 1ª relación: discípulos-discípulos 2-. el fundamento histórico: “como yo os he amado” => 2ª relación: Jesús-discípulos, 3-. el fundamento teológico: “como el Padre me ha amado, así os he amado yo”: => 3ª relación: Padre-Jesús. De esta forma se revela el amor de Dios al mundo, a los discípulos, y a todos los hombres: Padre-Hijo = Jesús-discípulos = discípulos-discípulos De esta forma podemos decir que el amor del Padre en cuanto es fuente y origen tiene un valor causativo o constitutivo, y no sólo comparativo, con el significado de “en cuanto que”. El amor del Padre por Jesús es la base del amor de Jesús por sus discípulos, tanto en su origen como en su intensidad. El Hijo ama a sus discípulos con el mismo amor con que el Padre le ama. Se puede decir que existe la misma relación en el amor como en el envío: El Padre envía a su Hijo; el Hijo envía a sus discípulos; (Jn 17,18; 20,21) o como la unidad, la fraternidad, la comunidad de vida. Los discípulos deben ser uno como el Padre y el Hijo son uno (Jn 17,11). En definitiva, podemos decir que en este tipo de relaciones se llaman de engendramiento, en cuanto refleja una relación dentro de otra relación. Y es que la relación que Jesús establece con sus discípulos proviene de la relación íntima que tiene el Padre con el Hijo (15,9) Y es en esta relación que une al Hijo la que engendra la relación de amor mutuo que debe existir entre los discípulos. El mandamiento del amor fraterno no se trata de una simple comparación. Es algo mucho más profundo e intenso. Si la relación del Hijo con los discípulos engendra la relación del amor mutuo entre ellos, es evidente, que no se trata de una mera imitación del comportamiento del Hijo, como simple acto moral, sino la constatación de que su comportamiento está en la fuente: produce el amor fraterno mutuo de los discípulos, la razón última. En definitiva, pueden amarse, porque el Padre los ha amado primero. Y el amor de Jesús no sólo explica y da la medida (hasta la muerte) al amor fraterno de los discípulos, sino que lo origina y le da la capacidad de existir. Así pues, el amor fraterno es la participación del amor que el Padre tiene al Hijo. Es en ese amor y por ese amor -el del Padre al Hijo- en el cual y por el cual el discípulo puede amar a sus hermanos, ya que ese amor está presente en él (17,26: “Y yo les manifestaré tu nombre, y se lo manifestaré para que el amor con que me amaste esté en ellos, y yo en ellos”). El amor del Padre reside en los discípulos a través de la presencia de Jesús en los suyos. De esta forma, este amor está presente como principio activo y operante en el corazón de los cristianos. FRUTOS DEL MANDAMIENTO DEL AMOR FRATERNO Hemos visto que el mandamiento del amor fraterno tiene un centro estructural que lo forma la frase “En esto conocerán todos que sois mis discípulos” de ella se desprenden tres elementos: -el don del conocimiento, -el don del signo, de identidad y misión: discípulos míos, -el don de la apertura y testimonio ante el mundo. Un texto así se presenta vivo, transmisor de vida, comunicador de la misma vida del ámbito trinitario, en la relación que existe entre el Padre y el Hijo. Esta relación trinitaria, percibida por la comunidad cristiana, se convierte en relación intracomunitaria de ágape, que posee una fuerza expansiva (como las relaciones trinitarias) y que se percibe en el exterior del grupo de los discípulos como un signo de identidad y misionero (en el sentido fuerte de la palabra, de comunicador de esa misma experiencia. El texto genera una serie de círculos concéntricos, o de zonas de relaciones, con una serie de connotaciones similares, variando en cada grado según las circunstancias propias de cada ámbito. Son éstos: -ámbito trinitario -la comunidad cristiana, -el mundo, que recibe el amor trinitario, percibido como signo, a través del gesto identificativo de la comunidad cristiana. Estos tres ámbitos aparecen relacionados: -la manifestación trinitaria, se revela a la comunidad cristiana, por medio del Hijo (y del Espíritu); y se revela al mundo a través de la comunidad. Y al revés, la comunidad cristiana en su vivencia recíproca del amor, revela al amor y la entrega de Jesús por sus discípulos, que nos abre a descubrir al Padre que nos ama. CONOCIMIENTO Se puede decir, que en primer lugar, los discípulos han llegado a conocer este amor, pero el fruto de este conocimiento, no es archivarlo en su cabeza, sino transmitirlo con la vida: se trata de la experiencia vital. La comunidad no es un círculo egocéntrico. Al contrario, los discípulos se convierten en testigos cualificados del amor del Padre al mundo (3,16), un amor que se ha manifestado en el amor y entrega de Jesús. Y el amor de Jesús es el que origina y fundamenta el amor fraterno, la comunión de los discípulos. Porque el amor es expansivo. Necesita ser vivido para poder expresarse. Para Juan el ámbito de vida es la comunidad cristiana; por eso, su insistencia sobre el amor fraterno, sobre la unión fraterna, porque son dimensiones que sólo pueden vivirse, actuarse dentro, y no fuera. Los que están fuera, podrán percibir el testimonio, el signo del amor como señal del discipulado de Jesús, y a través de este conocimiento, confesar que Jesús es el Señor, creer en él, y por tanto, empezar a pertenecer a la comunidad cristiana. La manifestación del amor del Padre ha consistido en el envío de su Hijo al mundo, para que el mundo viva por medio de él. SIGNO: IDENTIDAD Y MISIÓN El amor fraterno, compartido se convierte en signo ante el mundo de una situación nueva, de una realidad divina. El contenido formal, el valor del signo no es el ser discípulos, sino el amor fraterno. De esta forma, el amor fraterno, es el signo del discipulado, señal inequívoca de la pertenencia a otro ámbito, a que no pertenece al mundo. Reformulado quedaría así: “En esto conocerán si os tenéis amor unos a otros que sois mis discípulos”. De esta forma, el amor fraterno se convierte en la cláusula esencial de la Nueva Alianza. La práctica del amor mutuo dará a los discípulos la experiencia de Jesús vivo y presente. Y viceversa: el lavatorio de los pies, puede interpretarse a la luz del mandamiento nuevo, en cuanto se ha cumplido en Jesús, en el signo de dar la vida por los amigos, de su muerte en la cruz, de la cual resulta anuncio y profecía su gesto de servicio. Los amó hasta el final, hasta la consumación (Jn 13,1: eis telos - tetélestai: todo se ha consumado, llegado a su cumplimiento). Entender el mandamiento del amor fraterno en clave de imitación o en clave moral es reductivo. Vivirlo y hacerlo propio en el seguimiento de Jesús implicará una asimilación ética y contemplativa, que será el primer paso para alcanzar su más alta dimensión, manifestar el amor del Padre al Hijo, y el amor del Hijo a los discípulos; el amor del Padre a todos los hombres. El mandamiento nuevo revela el sentido del vivir humano, abre la vida humana a la comunión, librándola del egoísmo y de la muerte, y llevándola a la plenitud: «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos» (1Jn 3,14). Descubrirlo es una aventura personal, pero al mismo tiempo comunitaria. Sólo donde hay hermanos, hay posibilidad de amar y ser amado. La adhesión común con Jesús unifica a los creyentes, que los hace partícipes del mismo amor y unidad que existe entre el Padre y el Hijo. Porque el ágape divino no ha permanecido encerrada en el seno de la Trinidad, sino que se ha comunicado a todos los hombres con una riqueza incontenible, manifestada sobre todo en el don supremo que Dios ha hecho, ha entregado a su Hijo único, lo cual ya es en sí mismo el fruto y la prueba del amor trinitario; el cual, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo. Este don de Jesús a los hombres ha sido dictado por el mismo movimiento por el cual Jesús siempre se refiere al Padre. Pero en Jesús, son los hombres mismos con los que el Padre ha establecido una Nueva Alianza, los que vuelven al Padre con un impulso ascendente, de vuelta a la fuente de la que todo surge. El amor del Padre pasa al Hijo, y lo constituye como tal; del Hijo y en el Hijo, la plenitud del amor se transfiere a los creyentes, los cuales acogiendo ese amor son capaces de permanecer en él y de dar fruto de amor. APERTURA ANTE EL MUNDO Juan ha profundizado en la esencia de la obra de Jesús como una reproducción de la vida divina, y la ha expresado en términos de mutua inhabitación, especialmente con la terminología del ágape, del amor divino. La obra de Jesús es una expresión de este amor en el sacrificio de sí mismo, y la obra cristiana, que fluye de la vida de Cristo, reproduce esta entrega en el amor mutuo. Por eso, el momento más alto de la vida cristiana, puede encontrarse en el mandamiento nuevo. Los discípulos han de reproducir, en su amor fraterno, el amor que el Padre mostró al enviar al Hijo, el amor que el Hijo mostró dando su propia vida. Tal amor, entre los cristianos, es una revelación, una apertura ante el mundo. El discípulo se revela como tal llevando fruto, en cuanto permanece en Jesús, permanece en su amor. Y es que en la comunidad de los discípulos se vive el amor de Jesús, que s extraño al mundo, es diverso de las relaciones que se dan fuera. El mundo, por tanto, llama a los discípulos de Jesús como aquellos que se aman. Porque el amor, como diría Bultmann no es una mera exigencia ética; y el cristianismo no es una ética, sino el cumplimiento de la vida divina, trinitaria. Vivir en el amor fraterno se convierte en anuncio de Jesús; es signo; y será signo de contradicción, y la comunidad sufrirá la persecución. Pero, al mismo tiempo, es para el mundo una revelación, una epifanía del amor de Dios. Ahí el mundo encuentra un signo para creer en Jesús el enviado del Padre. Un peligro acecha a los discípulos: convertir su grupo en secta; su amor fraterno en amor sectario. Juan sólo entiende el amor en la relación recíproca; habla siempre del amor entre los hermanos. Hay una acentuación tan fuerte del amor fraterno que se puede tener la impresión de que se excluye a los que no pertenecen a la comunidad. Conviene tener en cuenta el motivo fundante del amor de Jesús en medio de su comunidad: el amor de Jesús “hasta el extremo” (13,1); “hasta morir por la nación, y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (11,51-52) interpreta el evangelista tras el anuncio profético de Caifás, cuando deciden deshacerse de Jesús. Con esta clave de interpretación podemos entender que Dios ama al mundo (3,16); el Hijo ama al Padre (14,31); Jesús ama a los suyos (13,1.23.34) y los suyos se aman unos a otros (13,34; 15,12). El amor sólo es posible en una relación interpersonal. Allelous -unos a otros- no significa por tanto, gozarse egoístamente de un bien, como es el amor, y en definitiva, de la vida divina, sino que el soporte vivencial, la única manera posible de hacer realidad el amor fraterno. Desde aquí, se articula toda actividad misionera y testimonial, fruto de la exigencia de la Nueva alianza, de amar a todos, de amar a todo el mundo, como el Padre, fuente y origen del amor, del ágape, al enviar a su Hijo. Porque el amor del Padre se ha manifestado en Jesús. Él es el amor revelado. Y esta revelación se ha hecho de forma de sacrificio por los demás. Creer aceptar esa revelación es entrar en esa misma línea de entrega de la vida. Por eso, no se trata de una simple forma de imitación. Se trata de participación, porque el amor fraterno no se obtiene separadamente de Cristo, sino en la participación de su vida, como el sarmiento de la vid. Esa participación es fruto del amor de Dios y de la entrega de Jesús, y consiste en dejarse penetrar por la misma vida divina. Esa vida es amor (por eso el que ama ha pasado de la muerte a la vida, y el que no ama permanece en la muerte). Ese contacto se da entre la fe y el amor. Pero como decíamos antes no se trata de una relación aislada de cada creyente, sino que se trata de una relación comunitaria, y vivida en comunidad. La naturaleza de este amor es eclesial, fraterno, reflejo de la koinonía trinitaria, y por tanto, abierto a todos los hombres. El amor a los demás no será otra cosa sino dejar que se manifieste el amor con que el Padre nos ha amado en Jesús. Una vez aceptada esta donación, esta entrega, entonces será posible amar a los demás con el mismo amor con que Jesús nos ha amado. PARA EL TRABAJO POR GRUPOS O REFLEXIÓN 1-. EN ESTOS TIEMPOS DE CRISIS, ¿CÓMO INTERIORIZAR LA VOCACIÓN SAMARITANA DEL CAPELLÁN DE PRISIÓN? 2-. ¿CÓMO SER PROFETAS DE TIEMPOS MEJORES, DE BUENA NOTICIA ANTE LA DESESPERANZA? 3-. ¿CÓMO ENCONTRAR CAUCES COMUNITARIOS QUE NOS AYUDEN A SUPERAR INDIVIDUALISMOS EN LA MISIÓN EN EL MUNDO CERRADO DE LA CÁRCEL? 4-. ¿CÓMO HACER CENTRO DE LA VIDA EL TEXTO DE LUCAS 4?