2012. Encuentros Capellanes 2. Capellan de prisiones, misión de liberación

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XXIV Jornadas nacionales de capellanes de prisiones
Madrid 7 febrero 2012
CAPELLÁN DE PRISIONES:
MISIÓN DE LIBERACIÓN EVANGÉLICA
Teólogo mercedario
ESQUEMA:
0-. INTRODUCCIÓN: VOCACIÓN Y MISIÓN DEL CAPELLÁN.
PROFETA Y CONSTRUCTOR DEL REINO DE DIOS
1-. LUCAS 4: VOCACIÓN Y MISIÓN DEL HIJO. LA VISIÓN DESDE
LOS CANTOS DEL SIERVO DE JAVHÉ DE ISAIAS, Y LOS TEXTOS
DE JUAN 10 (BUEN PASTOR)
2-. IGLESIA MISIONERA: HEBREOS 13,3 Y 2 COR 8,9
3-. PASTORES SEGÚN EL CORAZÓN DE CRISTO (a la luz de Jn
13,34-35 y Jn 15,9.12-14.17)
- VISIONES Y MISIONES
- PROFETAS Y CONSTRUCTORES
- FRATERNOS Y GENEROSOS
4-. IGLESIA SERVIDORA Y SAMARITANA
CAPELLANES DE PRISIONES:
UNGIDOS:
ENVIADOS A:
DESTINATARIOS:
CONSAGRADOS,
ANUNCIAR LA
LOS POBRES,
BUENA NOTICIA,
REVESTIDOS DE
CRISTO
PROCLAMAR LA
LIBERACIÓN,
LOS CAUTIVOS,
OTROS CRISTO
DAR LA VISTA,
LOS CIEGOS,
LIBERTAR,
LOS OPRIMIDOS,
PROCLAMAR EL
AÑO DE GRACIA
LA HUMANIDAD
DESARROLLO
0-. Introducción
Pablo a los corintios le dice: “de lo que sabemos, hablamos”. Poder
hablar esta tarde, compartiendo unas palabras con vosotros es sobre todo un
gesto de hermano, sin mayores pretensiones que poner en relieve lo que ya
cada uno de vosotros vive. No se trata por tanto, de decir algo nuevo, sino
de evidenciar, manifestar lo que se va viviendo en la sencillez del día a día.
Y que no es otra cosa sino la vocación a la libertad como dice Pablo a los
efesios.
Esa vocación tal como nos la han presentado en el tríptico de
inscripción a la Jornada, y que da el título: “misión de liberación
evangelizadora”.
Ahí radica la importancia de la vida y del capellán: su vinculación a
una vocación singular, evangélica y evangelizadora.
Vocación del capellán de prisiones
Es un profeta, en estos momentos de la historia, pero en definitiva,
siempre (y más que profeta, como afirma Jesús del precursor). Un profeta
en el AT es aquel que se siente llamado por Yavé a ser transmisor de su
palabra; palabra que es:
- Anuncio de buena nueva: “consolad a mi pueblo” (Is 40,1)
- Que es alegría: “Dichosos son los pies del mensajero que anuncia
la paz, que trae la alegría, que dice a Sión: tu Dios es rey” (Is
52,7)
- Denuncia del pecado de los reyes: Natán y los pecados de David
(adulterio y asesinato)
- Advertencias sobre la idolatría del pueblo: (Jeremías 7, con su
clamor de Templo del Señor); Ezequiel 16 con la historia de la
joven prostituta: alegoría de la historia de Jerusalén
- Anuncio de los tiempos nuevos, tiempos mesiánicos … (Is 42,17)
Pero a la vez, es constructor del Reino: las Bienaventuranzas se
convierten en el espejo (Speculum) donde mirarse, donde reflejarse, donde
descubrir la mirada de Dios, como en el fondo de un estanque o de un pozo.
Las bienaventuranzas para el capellán son el elemento clave de la
vida, del ser y del actuar. Son en definitiva la manifestación del Reino de
Dios; del que el capellán es constructor.
No sólo habla y anuncia, sino que pone a disposición del Reino su
propia vida, su propia existencia. No se aleja sino que se inmiscruye en la
masa de la vida, para ser signo de fermento, de fuerza renovadora; en
definitiva, de Espíritu.
La construcción del Reino lleva a desinstalarse. Aceptar a Dios como
rey, como defensor, como garantía, como esperanza de futuro como lo
hacen los pobres de espíritu, como lo hacen los abatidos por las lágrimas,
por el hambre y por la sed; los que han perdido hasta la vida porque son
perseguidos por su fidelidad.
Una vida que se construye con la misericordia, con unos ojos como
los de Dios, con una mirada limpia sobre el mundo y sobre la historia, con
una mirada y unas manos que son constructoras de paz.
1-. Lucas 4,16-21: vocación y misión del Hijo. La visión desde los cantos
del Siervo de Yavé, y los textos de Juan 10 (el Buen Pastor)
Lucas atribuía una gran importancia a este episodio, que consideraba
como la apertura oficial del ministerio de Jesús, cuyo sentido, de hecho
viene precisado en este momento, y como la inauguración del nuevo
período de la historia de la salvación en el centro de los tiempos. Lucas
anticipa el episodio de Nazaret para que le permita definir desde el
principio, los rasgos esenciales, la misión de Jesús en Israel como
cumplimiento de las profecías del AT. Le sirve además como prefiguración
del rechazo del Evangelio por parte de los hebreos y de su aceptación por
parte de los gentiles. Algo similar ocurre en el evangelio de Mateo.
Al parecer Jesús elige el texto que luego lee, aunque en realidad es
tarea de Lucas, porque en el pasaje se resumen los temas favoritos del
evangelista: unción profética por parte del Espíritu, anuncio de la buena
nueva a los pobres, anuncio de la gracia de la salvación.
En Isaías 61 se narra la vocación de un profeta que ha recibido de
Dios un mensaje de consolación para Israel. El capítulo rimado recuerda
los cantos del siervo de Yavé, sobre todo Isaías 50, 4-11. Al utilizar la
forma verbal del verbo evangelizar, pone el pasaje con absoluta propiedad
en los labios de Cristo que inauguraba la predicación del Evangelio. Para el
evangelista, los principal no es tanto el evangelio como elemento estático,
sino el dinámico del verbo evangelizar, como proclamar, la importancia de
la palabra.
La tarea principal del profeta de Is 61 sería la de dar a los pobres, a
los esclavos, a los prisioneros y a los ciegos una nueva esperanza, y
promulgar el año de la misericordia del Señor. Ya en el libro de la Alianza
se prescribía un año sabático para la tierra y un año sabático para la
remisión de las deudas. Además el Levítico exige un año de jubileo, en el
que han de volver las posesiones a sus antiguos propietarios.
Pero Lucas omite dos frases de Isaías: “vendar los corazones rotos” y
“proclamar el día de la venganza de nuestro Dios” porque los juzga
inapropiados en este contexto consagrado a la salvación y a la liberación.
La curación de los ciegos no aparece en Isaías 61, pero sí en Isaías 35,5; y
en el Primer Canto del Siervo (Is 42,7).
De la misma manera la liberación de los oprimidos remite a Is 58,6:
“el ayuno que yo quiero es éste: que abras las prisiones injustas, que
desates las correas del yugo, que libres a los oprimidos, que acabes con
todas las tiranías, que partas tu pan…” Esta liberación física y espiritual
prefiguraba la liberación espiritual del yugo del pecado y de Satanás,
liberación ya cumplida por la presencia de Cristo. Como después dirá
Pedro en Hechos 10, Cristo pasó haciendo el bien y curando a todos los
oprimidos por el diablo porque Dios estaba con él.
Jesús había leído el texto de pie, por respeto a la Escritura, y luego se
sentó, que es la posición del que enseña. La primera palabra de su
enseñanza es “hoy”. Ese hoy, es el hoy de la salvación. Es el kairós de
Dios, su irrupción salvadora en medio de su pueblo. Es el tiempo de Dios,
que no el cronos humano. Y eso porque en Cristo se cumple esa promesa.
Esta escritura se hace realidad hoy en vuestros oídos. La enseñanza
de Jesús significa el cumplimiento de las Escrituras; este es el primer gran
anuncio kerigmático. Pero esta enseñanza va a encontrar reacciones
contrapuestas diametralmente: una acogida calurosa y un absoluto rechazo.
Lucas coloca deliberadamente esta narración al comienzo del
ministerio público de Jesús, como símbolo de toda su actividad futura y de
las reacciones encontradas que va a provocar. El aspecto de cumplimiento
subraya la actitud de apertura y acogida de su enseñanza; pero el aspecto de
rechazo de Jesús por sus compatriotas es una síntesis del gran rechazo que
va a experimentar su actividad por parte de su propio pueblo.
La presentación de Jesús citando el texto de Isaías subraya su
convicción personal de que la actuación del Espíritu domina toda la
existencia. Lo que Isaías anunció a sus contemporáneos se anuncia ahora a
los pobres, a los cautivos, a los ciegos, a los oprimidos del tiempo de Jesús.
Esto nos viene muy bien a nosotros. Lo que anunció proféticamente a los
desterrados que volvían a Jerusalén, Lucas lo transforma en una
predicación, que se va a cumplir en la persona, en la palabra y en la acción
de Jesús de Nazaret. Pero su propio pueblo no le comprende, y le rechaza.
La cita profética de Isaías ha llevado a diversos comentaristas a
pensar que Lucas quería convertir a Jesús en el Nuevo Siervo de Yavé;
pero la cita isaiana no pertenece a los cuatro cánticos del siervo.
Respecto a la unción de la que se habla en la cita, algunos han
querido ver a Jesús como Mesías; o a pensar que el evangelista así lo
consideraba en este momento. Sin embargo, ha sido el bautismo la
auténtica unción del Espíritu.
¿Cómo entender esta unción en este momento?
- Desde luego, no de una forma política, como descendiente
davídico, o con funciones de rey.
- En el AT, en algunos pasajes se denomina ungido a alguno de los
profetas; y así se les considera como siervos del Señor, ungidos
por él.
- Así pues, ya se entienda esta unción de Jesús en sentido de
consagración profetica o como la unción del heraldo de la buena
noticia, el hecho es que no contiene el más mínimo matiz de
unción como rey.
La experiencia de Jesús no es ajena a la experiencia de los creyentes
israelitas que estaban habituados a escuchar los textos proféticos; y por lo
tanto, a Isaías; que es un destacado profeta de la tradición hebrea, con una
notable producción, con un lenguaje propio. En él encontramos una
colección de textos enigmáticos que cubren y encubren la personalidad de
algo o de alguien bajo la simbólica nomenclatura de Siervo de Yavé, que
realiza una doble función real y profética y lleva adelante una misión
determinada.
Estos cánticos reflejan la intencionalidad de presentar los orígenes,
los primeros momentos de la llamada del siervo. Ya un acercamiento
sencillo al texto destaca el aspecto vocacional del mismo. Una llamada por
parte de Dios y una escucha por parte del siervo que recibe la llamada, en
medio una misión, unas pautas de acción propia. Se puede leer a la luz del
Segundo Cántico del Siervo: Is 49,1ss: El Señor me llamó desde el seno
materno.
Si el elemento vocacional es característico del texto, la experiencia
de opresión y de cautividad que vive o ha vivido el pueblo de Israel está
detrás como vivencia del pueblo. Temas como la luz, las tinieblas, la
cárcel, la mazmorra son elementos propios que determinan el reflejo de una
experiencia singular, la cautividad del pueblo en Babilonia en un tiempo
significativo para la historia de Israel, el momento del exilio como tiempo
de cautividad y de falta de libertad.
Como consecuencia de la cautividad del pueblo, la petición de
libertad. El texto vocacional y representante de la cautividad hace una
llamada a modo de petición de liberación. El siervo parece estar destinado a
ser liberador del pueblo como si de una misión directa se tratase. Así
términos como liberador del pueblo, luz, hacer ver, en definitiva, sacar de
la prisión al cautivo y de la cárcel a sus habitantes. Una misión vocacional
que encuentra en la llamada su razón de ser. Un mensaje, el de la libertad,
tan propio de la literatura veterotestamentaria, que encuentra en el lenguaje
poético su reflejo más transparente. Se trata de la liberación de un pueblo
en su totalidad. La petición de salvación como triunfo final que colma todo
el sufrimiento anterior que hace el honor al título expresado en los cantos,
del siervo sufriente.
Aquí es donde ya querría hacer una parada, una reflexión para
nosotros.
En primer lugar, el aspecto vocacional, de llamada. Seguramente,
nadie nos ha llamado a ser capellanes. Cuando hablamos de vocación,
hablamos de vocación cristiana, llamada a la fe, por medio del bautismo,
llamada y vocación a la vida religiosa o sacerdotal, vocación laical y
matrimonial.
Pero difícilmente podríamos decir: vocación de capellanes de
prisiones. Y seguro que es verdad. Pero hay una llamada especial. Quisiera
evocar la vocación de capellán del P. Bienvenido Lahoz, religioso
mercedario que murió en 1970, al que no conocí pero que me ha fascinado
desde hace muchos años. Ejerció su vocación como capellán en la Modelo
de Barcelona hasta 1960, habiendo comenzado en 1940. Ya antes escribía
su vocación:
“Entre las muchas razones, por la evocación que entraña del fin
característico de mi Orden, hacía muchos años que sentía íntimos deseos de
ejercer mi ministerio sacerdotal entre los presos. Antes de ser nombrado
capellán obtuve permiso para hacer círculos de estudios en la prisión
celular de Barcelona”.
Una vocación expresada como íntimo deseo de ejercer el ministerio
entre los presos. El ministerio sacerdotal como capellán no puede darse
sinceramente sin una llamada interior. Es algo más que un mandato o una
invitación del obispo a hacerse cargo de tal o cual capellanía. Una cosa es
el mandato jurídico; pero como para todo en esta vida sin vocación, es un
ministerio estéril.
Por eso, la invitación a reflexionar sobre estos textos, tanto el
profético como el lucano, sobre la vocación, sobre la llamada. Como
sacerdotes, como religiosos no podemos dejar de ser conscientes siempre
de nuestra llamada personal, particular, tal como aparece en los textos, pero
sobre todo sobre nuestra vida.
Y no sólo una reflexión sobre los inicios de nuestra vocación en
general, sino sobre la misión que lleva aparejada nuestra particular
vocación: “Vuestra vocación es la libertad” dice Pablo en Efesios.
La llamada, el ser capacita para el hacer. O de otra manera: Dios
llama hoy, en el kairós escatológico a la misión presente y escatológica.
Esta escritura se cumple en vuestros oídos.
2-. Iglesia Misionera: HEBREOS 13,3 y 2 COR 8,9
El texto de Hebreos es una recomendación fuerte, en el sentido real
de la palabra: Acordaos, porque tenéis un cuerpo. No se trata de mero
sentimentalismo, sino que es una realidad antropológica. Tú eres igual que
el preso. No sólo que el preso es igual que tú; sino que tú eres igual que el
preso. Y ahí radica una profunda solidaridad, es decir, estar soldado,
pegado al otro. Es un radicalismo que llama la atención a aquella
comunidad; pero que sigue teniendo resonancias en el hoy.
No se puede dejar de pensar en el otro. Porque el otro soy yo. El
autor sagrado nos sigue planteando una cuestión en nuestro ser y en nuestro
hacer. Una reflexión en la misión. ¿Cómo es mi misión? Por ellos, para
ellos, con ellos, junto a ellos. Acordaos de que tenéis un cuerpo. Saberse
tratado, querido, acogido… o saberse uno con (cf. Carbajal, Con los pobres
contra la pobreza).
2 Corintios 8,9
“Pues ya conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el
cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su
pobreza. Y sobre este particular os aconsejo que si el año pasado tomasteis
la iniciativa no sólo para realizar esta obra, sino incluso para proyectarla, os
conviene ahora terminarla” (2Cor 8,9-11).
Pablo está escribiendo a los corintios sobre la colecta a favor de los
pobres de Jerusalén. El motivo y la razón, lo que da sentido a la solidaridad
cristiana no es sólo participar de la misma condición humana, de tal forma
que nada haya en el corazón de los hombres que no tenga resonancia y eco
en el corazón de los cristianos, sino la misma solidaridad de Cristo, que se
ha hecho uno de nosotros.
Es la experiencia de Cristo que ha querido compartir su existencia
con la nuestra, en una forma de solidaridad única y extraordinaria, siempre
estaremos dando palos de ciego en esto de la solidaridad humana. Lo
recoge la Constitución Gaudium et Spes 1. Si Cristo no está en el horizonte
humano, si no es la razón única, la fundamental, nuestra solidaridad será
superficial, no será auténtica.
El acento de Pablo es que Cristo se ha despojado, se ha hecho pobre.
Ahí radica la existencia de Cristo: solidario, para compartir la vida humana.
La solidaridad cristiana nos ha de llevar por el camino del abandono de
nosotros mismos, de nuestras seguridades, de nuestro confort. Va a ser en
definitiva, algo nuevo. La situación de crisis de unas dimensiones muy
graves nos ha de llevar a un cambio de paradigma de vida. Y ese cambio
para un cristiano no puede hacerse sin Cristo, tomado como Maestro y
Modelo.
3-. Pastores según el Corazón de Cristo
El planteamiento vital del capellán de prisiones se puede expresar de
muchas maneras. No se puede ni simplificar, ni unificar. Pero recurriendo
un poco a juego de palabras, que quieran ser significativas para cada uno,
podríamos resumirlo así
- Visiones y misiones
- Profetas y constructores
- Fraternos y generosos
Una serie de textos en el evangelio de Juan nos van revelando quién
es este Padre, del que Jesús se siente Hijo, y con el cual se siente
identificado.
-Jn 3,16: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para
que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”
-3,35: “El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano”
Jesús siempre se siente arropado por el amor del Padre. En el
contexto del Buen Pastor enseña: “Por esto me ama mi Padre, porque doy
mi vida para recobrarla de nuevo” (Jn 10,17).
Para Juan el agape (el amor) es la piedra angular del Reino de Cristo
que se va realizando en la actual crisis del mundo: “Tanto amó Dios al
mundo, que le ha dado a su Hijo único...” (Jn 3,16). El evangelista siempre
utiliza expresiones nuevas para referirse al amor del Padre hacia el Hijo, ya
que es sobre el Hijo sobre quien se concentra todo el amor del Padre: Jesús
es el mediador del amor del Padre. Por eso, Juan subraya muy poco el
amor del Hijo hacia el Padre, como aparece en 14,31: “el mundo ha de
saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado”; y sin
embargo, se centra en el amor que el Padre demuestra hacia aquellos que le
ha dado como “amigos”, como podemos leer en 17, 23: “Para que el mundo
conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has
amado a mí; o 14,21: “el que tiene mis palabras y las guarda, ése es el que
me ama; y el que me ame será amado de mi Padre; y yo le amaré y me
manifestaré a él” o dos versículos más allá (Jn 14,23: “Si alguno me ama,
guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos
morada en él”. Culmen y fuente de este amor es el sacrificio del Hijo,
mediante el cual el Padre obra la salvación del mundo.
El ágape en Juan es un amor descendente: el mundo de la luz y de la
vida del Prólogo joánico se lleva a cabo en nuestro mundo solamente a
través del amor. Por eso, Juan debe subrayar el carácter activo del ágape en
la vida de Cristo y de sus discípulos. Por este mismo motivo, Juan más que
insistir en el amor hacia Dios y hacia Jesucristo, insiste en el amor hacia los
hermanos, que encuentra en Cristo su modelo y su fuente. El amor fraterno
cierra el círculo de relaciones entre el Padre, el Hijo y sus discípulos, e
instituye entre ellos una comunión que no es de este mundo, ya que tiene
como fundamento el amor de Dios y como ley permanecer en este amor.
Con este preámbulo entramos en los dos textos fundamentales que
nos acercan al misterio trinitario, que es apertura y comunicación del
ágape.
Vamos a tomar los textos Jn 13,34-35 y Jn 15, 9.12-14.17:
«Un mandamiento nuevo os doy,
que os améis unos a otros,
como yo os he amado a vosotros
que también vosotros os améis unos a otros.
En esto conocerán todos
que sois discípulos míos,
si os tenéis amor unos a otros»
«Como el Padre me amó,
también yo os he amado:
permaneced en mi amor.
Este es el mandamiento mío:
que os améis unos a otros,
como yo os he amado.
Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus
amigos.
Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.
Estas cosas os mando a vosotros: que os améis unos a
otros»
¿Cuál puede ser el pretexto de los dos textos que llevamos entre manos?
En primer lugar, los dos textos se encuentran situados en lo que los
autores han venido calificando como Discurso de Despedida. El primero, se
encuentra al inicio, como haciendo de pórtico o de apertura; en un contexto
de partida, y de anuncio de las negaciones de Pedro; el segundo texto, ya en
el capítulo 15, lo encontramos en el discurso de la viña verdadera, en el que
se pasa de “permanecer en la vid” a “permanecer en su amor”.
Los dos textos rompen la marcha normal y “lógica” de los discursos.
Dodd entiende que el evangelista ha tenido presentes dos ideas a la hora de
configurar estos discursos:
- interpretar la muerte y la resurrección de Jesús como un
acontecimiento escatológico,
- describir la naturaleza de la nueva vida en la cual los discípulos y
(por extensión) todos los cristianos han sido introducidos por la muerte y la
resurrección de Cristo. Así pues el sentido de Jn 13,34-35 sería recordar
que el mecanismo de la salvación del hombre está movido solamente por el
amor de Dios al mundo (3,16). Este amor actúa por el Hijo, el enviado, que
es el mediador del amor del Padre. El Padre ama al Hijo y el Hijo responde
con la obediencia (3,35). Así como Cristo ama a los suyos con el amor
eterno de Dios (15,9), y los ama hasta el final (13,1) -en su doble
dimensión: con todas su capacidad humana, y hasta la muerte, el momento
decisivo y definitivo. Así pues, de esa misma manera los discípulos deben
reproducir en el amor fraterno y recíproco el mismo amor que movió al
Padre a enviar su Hijo al mundo y que movió al Hijo a entregar su propia
vida.
La importancia de esta perícopa es decisiva, en cuanto que este amor
constituye una revelación para el mundo: “en esto -en este amor- conocerán
todos que sois mis discípulos”.
Una intención profunda del evangelista es la explicación del
contenido y de la significación cristiana de la cruz.
Centrándonos en Jn 13, 34-35, el conocido como mandamiento
nuevo de Jesús o mandamiento del amor fraterno:
- ya desde el inicio el texto sobrecoge por su fuerza expresiva, la primera
palabra es
entolé (mandamiento), que aparece unas 11 veces en el Evangelio de
Juan . Su significado va más allá de ser un simple precepto o prescripción
legal (aunque no excluya este significado). Se trata de una enseñanza, una
regla de vida, un camino a seguir, que surge de una revelación o de la
alianza, e implica una fidelidad de vida.
Sin embargo, la presencia del adjetivo kainé (nuevo), nos resitúa; ya
que no aparece en ningún otro lugar del evangelio calificado así; y en el
paralelo más cercano en 15,12 se omite este adjetivo. En las cartas de Juan,
se percibe un ambiente polémico cuando dice:
«No os escribo un mandamiento nuevo, sino el
mandamiento antiguo que tenéis desde el principio. El
mandamiento antiguo es la palabra que oísteis. De otra parte os
escribo un mandamiento nuevo, a saber lo que se cumple en Él
y en nosotros: que la oscuridad cesa y la luz verdadera ya
brilla» (1Jn 2,7-11)
Kainé se diferencia del otro adjetivo que indica novedad en griego:
neos. Este indica novedad en sentido cronológico, mientras que kainé ,
significa aquello que es nuevo con relación a otra cosa: nuevo por sus
características, superior y mejor a cuanto es viejo. Se utiliza sobre todo en
su valor de nuevo a cuanto su especie.
Toda esta interpretación viene acompañada del verbo didomi, un
verbo que aparece en Juan asociado al concepto del amor: por eso es don, y
a la vez, disposición interior, del espíritu:
- 3,35: “El Padre ama al Hijo y todo lo ha dado en su mano”;
- 13,3: “sabiendo que el Padre le había puesto todo en las manos y que de
Dios venía y que a Dios tornaba”
- 13,15: “os he dado ejemplo: como yo he hecho con vosotros, también
vosotros lo hagáis”; y 13,34-35.
De tal forma es intensa esta relación entre el verbo DAR y AMAR,
que con ambos se expresa la síntesis de la revelación en Juan. En este caso
es Jesús (que sustituye a Dios, que es el dador en el AT), el instaurador de
la Nueva Alianza. La entolé kainé es un don: nos permite conocer la
voluntad divina y a la vez nos permite vivirla. Es lo que está dispuesto y
destinado a sustituir lo que ha quedado envejecido.
Nos damos cuenta que todos los verbos de la perícopa los tenemos en
tiempo presente (la actuación que deben llevar a cabo los discípulos) y
pasado (la acción de Jesús en su existencia histórica). Y tenemos un verbo
en futuro: “Conocerán” que pertenece justamente al centro de la estructura
de esta perícopa: “en esto conocerán todos que sois discípulos míos”
(13,35). El verbo griego es ginosko; no está hablando de un conocimiento
en sí, sino del conocimiento que todos -pantes- experimentarán en su
interior ante este signo. Un signo, que por su propia naturaleza no se realiza
definitivamente, en un momento puntual y concreto de la historia, sino que
se va desarrollando a lo largo de ella como deseo profundo de Jesús, como
anuncio de una Nueva Comunidad. Indica un conocimiento que viene
adquirido, es más que viene reconocido. Se convierte el amor fraterno en
un signo significante, revelador de una realidad. No se busca producir una
señal artificial y un gesto artificioso ante los otros: la propia vida
compartida en la fraternidad se convierte en signo creíble de la Nueva
Comunidad del Hijo. Será el resultado final de una vida que acoge el ágape
como don, -como os amé- y es capaz de vivirlo en obediencia nueva mandato nuevo-. Este mandato que dan el Padre y Jesús a los discípulos, en
definitiva, a los creyentes, sólo tiene sentido a partir de la comunidad que
han establecido con ellos y en función de esta comunidad. Una comunidad
de discípulos que pertenece a su Maestro. El discípulo debe su propia
existencia a su Maestro, y lo representa, mientras permanece en comunión
total con él. Hay una posesión real y personal de parte de Jesús.
El gran signo del amor del Padre: la entrega del Hijo, que ha
conquistado la vida eterna para los que creen en él. A su vez, el discípulo es
signo de Cristo, ya que el amor fraterno mora en la comunidad. Una
comunidad que no se cierra en sí misma de forma egoísta, sino que es la
forma concreta en que se puede actuar. No es la autocomplacencia en el
interior del grupo, sino expresión de que los discípulos son aquellos que
realmente han acogido en la fe a Jesús como su Maestro.
Pero, ¿cómo es este mandamiento de amor fraterno? En primer lugar,
se presenta la actuación de Jesús como elemento fundante de la acción de
los discípulos,- que como yo os he amado- mientras que en un segundo
momento, la intención es de imperativo: -que también vosotros os améis-,
obligación, empeño, mandato. No podemos olvidar que estamos en un
contexto de entrega de la “Nueva Ley”. Cambia el contenido y la
formulación; pero se trata de una exigencia de llevar a la vida de la propia
comunidad cristiana el signo de la comunión fraterna, de la entrega de la
propia vida en favor de los que se han convertido en hermanos.
Y con esto llegamos al núcleo de este texto programático y fundante.
Nos sorprende a todos que la base del mandato no sea en virtud de la
autoridad que lo establece, como ocurre en el Deuteronomio, en la entrega
de las clausulas de la Ley: “yo soy un Dios celoso”, sino de la actuación, de
la forma de ser y de vivir del que lo dice. No es un decreto teórico, sino
plenamente existencial. Nos sorprende que nos diga: -como yo os he
amado- En esta frase está la medida, la intensidad y el fundamento del
mandato.
En este punto es cuando podemos unir los dos textos, para formar
una cadena de relaciones, que nos permite llegar desde el punto de llegada:
el mandato del amor fraterno a descubrir a un Dios y Padre que es el mismo
amor. Es la revelación de Dios no por las palabras, sino por su actuación en
nuestra historia.
De esta forma podemos decir que los dos textos nos colocan en esta
cadena de relaciones:
1-. el mandato: “amaos los unos a los otros” =>
1ª relación: discípulos-discípulos
2-. el fundamento histórico: “como yo os he amado” =>
2ª relación: Jesús-discípulos,
3-. el fundamento teológico: “como el Padre me ha amado, así os
he amado yo”: => 3ª relación: Padre-Jesús.
De esta forma se revela el amor de Dios al mundo, a los discípulos, y
a todos los hombres:
Padre-Hijo = Jesús-discípulos = discípulos-discípulos
De esta forma podemos decir que el amor del Padre en cuanto es
fuente y origen tiene un valor causativo o constitutivo, y no sólo
comparativo, con el significado de “en cuanto que”. El amor del Padre por
Jesús es la base del amor de Jesús por sus discípulos, tanto en su origen
como en su intensidad. El Hijo ama a sus discípulos con el mismo amor
con que el Padre le ama. Se puede decir que existe la misma relación en el
amor como en el envío: El Padre envía a su Hijo; el Hijo envía a sus
discípulos; (Jn 17,18; 20,21) o como la unidad, la fraternidad, la comunidad
de vida. Los discípulos deben ser uno como el Padre y el Hijo son uno (Jn
17,11).
En definitiva, podemos decir que en este tipo de relaciones se llaman
de engendramiento, en cuanto refleja una relación dentro de otra relación.
Y es que la relación que Jesús establece con sus discípulos proviene de la
relación íntima que tiene el Padre con el Hijo (15,9) Y es en esta relación
que une al Hijo la que engendra la relación de amor mutuo que debe existir
entre los discípulos.
El mandamiento del amor fraterno no se trata de una simple
comparación. Es algo mucho más profundo e intenso. Si la relación del
Hijo con los discípulos engendra la relación del amor mutuo entre ellos, es
evidente, que no se trata de una mera imitación del comportamiento del
Hijo, como simple acto moral, sino la constatación de que su
comportamiento está en la fuente: produce el amor fraterno mutuo de los
discípulos, la razón última. En definitiva, pueden amarse, porque el Padre
los ha amado primero. Y el amor de Jesús no sólo explica y da la medida
(hasta la muerte) al amor fraterno de los discípulos, sino que lo origina y le
da la capacidad de existir. Así pues, el amor fraterno es la participación del
amor que el Padre tiene al Hijo. Es en ese amor y por ese amor -el del
Padre al Hijo- en el cual y por el cual el discípulo puede amar a sus
hermanos, ya que ese amor está presente en él (17,26: “Y yo les
manifestaré tu nombre, y se lo manifestaré para que el amor con que me
amaste esté en ellos, y yo en ellos”).
El amor del Padre reside en los discípulos a través de la presencia de
Jesús en los suyos. De esta forma, este amor está presente como principio
activo y operante en el corazón de los cristianos.
FRUTOS DEL MANDAMIENTO DEL AMOR FRATERNO
Hemos visto que el mandamiento del amor fraterno tiene un centro
estructural que lo forma la frase
“En esto conocerán todos que sois mis discípulos”
de ella se desprenden tres elementos:
-el don del conocimiento,
-el don del signo, de identidad y misión: discípulos míos,
-el don de la apertura y testimonio ante el mundo.
Un texto así se presenta vivo, transmisor de vida, comunicador de la
misma vida del ámbito trinitario, en la relación que existe entre el Padre y
el Hijo. Esta relación trinitaria, percibida por la comunidad cristiana, se
convierte en relación intracomunitaria de ágape, que posee una fuerza
expansiva (como las relaciones trinitarias) y que se percibe en el exterior
del grupo de los discípulos como un signo de identidad y misionero (en el
sentido fuerte de la palabra, de comunicador de esa misma experiencia.
El texto genera una serie de círculos concéntricos, o de zonas de
relaciones, con una serie de connotaciones similares, variando en cada
grado según las circunstancias propias de cada ámbito. Son éstos:
-ámbito trinitario
-la comunidad cristiana,
-el mundo, que recibe el amor trinitario, percibido como signo, a
través del gesto identificativo de la comunidad cristiana.
Estos tres ámbitos aparecen relacionados:
-la manifestación trinitaria, se revela a la comunidad cristiana, por medio
del Hijo (y del Espíritu); y se revela al mundo a través de la comunidad. Y
al revés, la comunidad cristiana en su vivencia recíproca del amor, revela al
amor y la entrega de Jesús por sus discípulos, que nos abre a descubrir al
Padre que nos ama.
CONOCIMIENTO
Se puede decir, que en primer lugar, los discípulos han llegado a
conocer este amor, pero el fruto de este conocimiento, no es archivarlo en
su cabeza, sino transmitirlo con la vida: se trata de la experiencia vital. La
comunidad no es un círculo egocéntrico. Al contrario, los discípulos se
convierten en testigos cualificados del amor del Padre al mundo (3,16), un
amor que se ha manifestado en el amor y entrega de Jesús. Y el amor de
Jesús es el que origina y fundamenta el amor fraterno, la comunión de los
discípulos. Porque el amor es expansivo. Necesita ser vivido para poder
expresarse.
Para Juan el ámbito de vida es la comunidad cristiana; por eso, su
insistencia sobre el amor fraterno, sobre la unión fraterna, porque son
dimensiones que sólo pueden vivirse, actuarse dentro, y no fuera. Los que
están fuera, podrán percibir el testimonio, el signo del amor como señal del
discipulado de Jesús, y a través de este conocimiento, confesar que Jesús es
el Señor, creer en él, y por tanto, empezar a pertenecer a la comunidad
cristiana.
La manifestación del amor del Padre ha consistido en el envío de su
Hijo al mundo, para que el mundo viva por medio de él.
SIGNO: IDENTIDAD Y MISIÓN
El amor fraterno, compartido se convierte en signo ante el mundo de
una situación nueva, de una realidad divina. El contenido formal, el valor
del signo no es el ser discípulos, sino el amor fraterno. De esta forma, el
amor fraterno, es el signo del discipulado, señal inequívoca de la
pertenencia a otro ámbito, a que no pertenece al mundo.
Reformulado quedaría así: “En esto conocerán si os tenéis amor unos
a otros que sois mis discípulos”.
De esta forma, el amor fraterno se convierte en la cláusula esencial
de la Nueva Alianza.
La práctica del amor mutuo dará a los discípulos la experiencia de
Jesús vivo y presente. Y viceversa: el lavatorio de los pies, puede
interpretarse a la luz del mandamiento nuevo, en cuanto se ha cumplido en
Jesús, en el signo de dar la vida por los amigos, de su muerte en la cruz, de
la cual resulta anuncio y profecía su gesto de servicio. Los amó hasta el
final, hasta la consumación (Jn 13,1: eis telos - tetélestai: todo se ha
consumado, llegado a su cumplimiento).
Entender el mandamiento del amor fraterno en clave de imitación o
en clave moral es reductivo. Vivirlo y hacerlo propio en el seguimiento de
Jesús implicará una asimilación ética y contemplativa, que será el primer
paso para alcanzar su más alta dimensión, manifestar el amor del Padre al
Hijo, y el amor del Hijo a los discípulos; el amor del Padre a todos los
hombres.
El mandamiento nuevo revela el sentido del vivir humano, abre la
vida humana a la comunión, librándola del egoísmo y de la muerte, y
llevándola a la plenitud: «Nosotros sabemos que hemos pasado de la
muerte a la vida, porque amamos a los hermanos» (1Jn 3,14). Descubrirlo
es una aventura personal, pero al mismo tiempo comunitaria. Sólo donde
hay hermanos, hay posibilidad de amar y ser amado. La adhesión común
con Jesús unifica a los creyentes, que los hace partícipes del mismo amor y
unidad que existe entre el Padre y el Hijo. Porque el ágape divino no ha
permanecido encerrada en el seno de la Trinidad, sino que se ha
comunicado a todos los hombres con una riqueza incontenible, manifestada
sobre todo en el don supremo que Dios ha hecho, ha entregado a su Hijo
único, lo cual ya es en sí mismo el fruto y la prueba del amor trinitario; el
cual, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo. Este don de
Jesús a los hombres ha sido dictado por el mismo movimiento por el cual
Jesús siempre se refiere al Padre. Pero en Jesús, son los hombres mismos
con los que el Padre ha establecido una Nueva Alianza, los que vuelven al
Padre con un impulso ascendente, de vuelta a la fuente de la que todo
surge. El amor del Padre pasa al Hijo, y lo constituye como tal; del Hijo y
en el Hijo, la plenitud del amor se transfiere a los creyentes, los cuales
acogiendo ese amor son capaces de permanecer en él y de dar fruto de
amor.
APERTURA ANTE EL MUNDO
Juan ha profundizado en la esencia de la obra de Jesús como una
reproducción de la vida divina, y la ha expresado en términos de mutua
inhabitación, especialmente con la terminología del ágape, del amor divino.
La obra de Jesús es una expresión de este amor en el sacrificio de sí mismo,
y la obra cristiana, que fluye de la vida de Cristo, reproduce esta entrega en
el amor mutuo. Por eso, el momento más alto de la vida cristiana, puede
encontrarse en el mandamiento nuevo. Los discípulos han de reproducir, en
su amor fraterno, el amor que el Padre mostró al enviar al Hijo, el amor que
el Hijo mostró dando su propia vida. Tal amor, entre los cristianos, es una
revelación, una apertura ante el mundo.
El discípulo se revela como tal llevando fruto, en cuanto permanece
en Jesús, permanece en su amor. Y es que en la comunidad de los
discípulos se vive el amor de Jesús, que s extraño al mundo, es diverso de
las relaciones que se dan fuera. El mundo, por tanto, llama a los discípulos
de Jesús como aquellos que se aman. Porque el amor, como diría Bultmann
no es una mera exigencia ética; y el cristianismo no es una ética, sino el
cumplimiento de la vida divina, trinitaria. Vivir en el amor fraterno se
convierte en anuncio de Jesús; es signo; y será signo de contradicción, y la
comunidad sufrirá la persecución. Pero, al mismo tiempo, es para el mundo
una revelación, una epifanía del amor de Dios. Ahí el mundo encuentra un
signo para creer en Jesús el enviado del Padre.
Un peligro acecha a los discípulos: convertir su grupo en secta; su
amor fraterno en amor sectario. Juan sólo entiende el amor en la relación
recíproca; habla siempre del amor entre los hermanos. Hay una acentuación
tan fuerte del amor fraterno que se puede tener la impresión de que se
excluye a los que no pertenecen a la comunidad.
Conviene tener en cuenta el motivo fundante del amor de Jesús en
medio de su comunidad: el amor de Jesús “hasta el extremo” (13,1); “hasta
morir por la nación, y no sólo por la nación, sino también para reunir en
uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (11,51-52) interpreta el
evangelista tras el anuncio profético de Caifás, cuando deciden deshacerse
de Jesús.
Con esta clave de interpretación podemos entender que Dios ama al
mundo (3,16); el Hijo ama al Padre (14,31); Jesús ama a los suyos
(13,1.23.34) y los suyos se aman unos a otros (13,34; 15,12). El amor sólo
es posible en una relación interpersonal. Allelous -unos a otros- no
significa por tanto, gozarse egoístamente de un bien, como es el amor, y en
definitiva, de la vida divina, sino que el soporte vivencial, la única manera
posible de hacer realidad el amor fraterno.
Desde aquí, se articula toda actividad misionera y testimonial, fruto
de la exigencia de la Nueva alianza, de amar a todos, de amar a todo el
mundo, como el Padre, fuente y origen del amor, del ágape, al enviar a su
Hijo. Porque el amor del Padre se ha manifestado en Jesús. Él es el amor
revelado. Y esta revelación se ha hecho de forma de sacrificio por los
demás. Creer aceptar esa revelación es entrar en esa misma línea de entrega
de la vida.
Por eso, no se trata de una simple forma de imitación. Se trata de
participación, porque el amor fraterno no se obtiene separadamente de
Cristo, sino en la participación de su vida, como el sarmiento de la vid. Esa
participación es fruto del amor de Dios y de la entrega de Jesús, y consiste
en dejarse penetrar por la misma vida divina. Esa vida es amor (por eso el
que ama ha pasado de la muerte a la vida, y el que no ama permanece en la
muerte). Ese contacto se da entre la fe y el amor. Pero como decíamos
antes no se trata de una relación aislada de cada creyente, sino que se trata
de una relación comunitaria, y vivida en comunidad. La naturaleza de este
amor es eclesial, fraterno, reflejo de la koinonía trinitaria, y por tanto,
abierto a todos los hombres. El amor a los demás no será otra cosa sino
dejar que se manifieste el amor con que el Padre nos ha amado en Jesús.
Una vez aceptada esta donación, esta entrega, entonces será posible amar a
los demás con el mismo amor con que Jesús nos ha amado.
PARA EL TRABAJO POR GRUPOS O REFLEXIÓN
1-. EN ESTOS TIEMPOS DE CRISIS, ¿CÓMO INTERIORIZAR LA VOCACIÓN SAMARITANA DEL
CAPELLÁN DE PRISIÓN?
2-. ¿CÓMO SER PROFETAS DE TIEMPOS MEJORES, DE BUENA NOTICIA ANTE LA
DESESPERANZA?
3-. ¿CÓMO ENCONTRAR CAUCES COMUNITARIOS QUE NOS AYUDEN A SUPERAR
INDIVIDUALISMOS EN LA MISIÓN EN EL MUNDO CERRADO DE LA CÁRCEL?
4-. ¿CÓMO HACER CENTRO DE LA VIDA EL TEXTO DE LUCAS 4?
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