Semana Pastoral Penitenciaria MENORES 2011

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PRESENTACIÓN
Quienes intentamos vivir el Evangelio en el campo de la Pastoral
Penitenciaria constatamos que de las cuantiosas personas que penan en
nuestras cárceles, un gran número han vivido complicados procesos educativos
que han interferido en su crecimiento marcándoles para siempre; y bastantes de
esas mismas personas han pasado por centros cerrados y correcionales de
menores. Una mera y sencilla reflexión sobre el tema de los menores que viven
en conflicto nos ayudará a comprender un poquito mejor a las personas que
atendemos en el interior de la cárcel y alicatar nuestro interés y esfuerzo en el
trabajo de la prevención. Cuando hay buenos cimientos…
La pregunta del cartel: ¿qué hacemos con nuestros menores?, tiene una
doble pretensión: mirar nuestro pasado-presente y disponer el mañana. De las
situaciones que nos describía minuciosamente Charles Dickens en sus novelas
a las que podemos observar en nuestros centros cerrados no sabría decir cuánto
hemos avanzado. Afirmo esto porque creo que seguimos tendiendo a fijarnos
más de la cuenta en los hechos delictivos creyendo que con sanciones tajantes
todo se arregla. Nada más lejos de la relidad.
Han pasado dos siglos y sigue habiendo niños explotados, niños
refugiados, niños soldados, niños abandonados, niños que infringen la ley… Es
verdad que a comienzos del s.XX (año 1924) aparece la Declaración de Ginebra
sobre los derechos del niños, que será la base para que en 1959, con algunas
modificaciones, la haga suya la asamblea de las Naciones Unidas. Los derechos
que hay se ennumeran son nuestros deberes.
Para asumir esos deberes, partimos de una realidad: los problemas del
menor son, en realidad, los problemas de nuestra sociedad; los menores son un
reflejo de lo que hacemos los adultos, no al revés. Ello quiere decir que si no nos
atrevemos a mirar a este espejo, nuestro futuro estará hipotecado.
El ser humano es siempre un proyecto, una tarea siempre nueva… Ser
hombre o mujer es una sorpresa, no una realidad conclusa: desde que nacemos
hasta que morimos estamos en construcción y este crecimiento siendo
multidimensional, supera nuestras capacidades de control y decisión. Toda
existencia humana es un evento original sin precedentes ni copias futuras.
El refranero popular afirma que Dios, luego de crear cada ser humano,
rompe el molde. Cada hombre es insustituible en la vida. Ello significa que estoy
llamado a producir una nota original, insustituible, en el concierto del universo.
Si no me realizo, si no soy yo mismo, privo al mundo de algo que sólo yo estoy
en disposiciones de producir. Si yo no vivo en plenitud, dejo que falte mi nota,
necesaria en la sinfonía general.
Si todo ser humano que viene a este mundo es único e irrepetible,
nuestros ámbitos sociales tendrían que generar espacios donde cada uno pueda
expresar y plasmar esa riqueza original e insólita que aporta a la convivencia
humana. Esta es la clave y panacea de toda educación. Educar es mucho más
que instruir; es forjar y formar personalidades capaces de afrontar, desde su
originalidad, la vida de un modo sano y equilibrado; por supuesto que se
necesitarán conocimientos, pero es imprescindible un fondo vital que,
expresando los talentos de cada persona, posibilite la perfecta adaptación a las
exigencias humanas.
La historia muestra y demuestra que cuando falta una ajustada
educación, aparecen moldes sociales que facturan tipos estándar, reduciendo la
existencia a una generalidad. Cuando una persona acepta perderse en el
conformismo, en la mediocridad general, experimenta una especie de suicidio.
Cuando la educación es deficiente son provocadas altas carencias afectivas,
agravadas por la imposibilidad de desarrollar la propia conciencia; ello conlleva
personas anómales, que en bastantes ocasiones devienen en conflictos
psicóticos.
Cuando el ser humano es capaz de llenar la distancia entre el saber y el
experimentar desde su yo más constitutivo, está posibilitado para regalarse en
ejercicios de libertad. Curiosamente este sentido de libertad que parte del
interior de la persona contrasta con el que se nos ofrece en los círculos
ambientales más próximos a nosotros donde la libertad es entendida como la
ruptura con todo lo prohibido para anular toda conciencia de culpabilidad. Hoy
comprobamos, nefastamente, que un mal entendimiento de la libertad (el único
valor es “lo que me gusta”, “lo que mola”) es un amplio tobogán hacia la
irresponsabilidad, el narcisismo autocomplaciente y la esterilidad.
Si el educando, en la niñez y pubertad no conoce y asimila límites,
apostará por una libertad vacía de contenido, sin querer saber nada de entrega,
fidelidad, solidaridad, crecimiento. Sin una ascética y unos valores bien
arraigados nunca será posible la fidelidad y el compromiso. La libertad es una
ilusión si no conlleva ser más humanos y comprometerse en la felicidad de
quienes nos rodean.
Abordar el tema de menores con conflictos sociales y penales nos exige
tener en cuenta todos estos factores incidiendo en sus facetas afectiva y
educativa, donde encontraremos lagunas significativas en la mayoría de los
casos. Cada situación anormal de un menor es un espejo de esas relaciones
anormales, aderezadas con violencia, que se producen en nuestros hogares, en
nuestros barrios y distintos ámbitos sociales. No son las modificaciones de la ley
y el agravamiento de la sanción los que van a evitar que las tragedias nos
alcalcen. ¿Entenderemos, algún día, que las acciones violentas de los menores
son un mero traslado de las que viven en sus entornos afectivo-familiares?
Introducción
Para la mayoría de los ciudadanos, el mundo de los menores en conflicto
sólo existe cuando los medios de comunicación escupen algún caso de violencia
extrema y durante unos cuantos días, a lo más semanas, se plantean debates y
opiniones sobre el problema de la violencia juvenil. Pasado un tiempo parece
que todo vuelve a una cierta normalidad, luego de apostar por un endurecimiento de la ley penal, aunque todos intuimos que el tema queda sin abordar y que
el hecho violento y delictivo sólo es la eclosión esporádica de unas formas y estructuras familiares, sociales, laborales y políticas que se tiene miedo abordar
por miedos, complejos o impotencia.
Algunos datos de cruda realidad
Los datos son alarmantes aunque en España se mantiene una cierta estabilidad tanto en los casos de delincuencia juvenil registrados como en el número de condenados. Según datos del Consejo General del Poder Judicial, en el
año 2008 se registraron 35.893 casos y en el año 2009 se encontraban en situación de condenados 17.572 menores. ¡Siguen siendo demasiados!
Sin lugar a dudas, la delincuencia juvenil es un fenómeno que crece
día a día en el mundo entero; son un conjunto de acciones socialmente negativas que, al ir contra la ley y las buenas costumbres, quieren expresar el
rechazo que viven y experimentan quienes las ejecutan. Aquellos que traspasan las fronteras de la legalidad intentan, de alguna forma y manera, congraciarse con los esquemas de éxito, consumo y triunfo, introyectados desde
la más tierna infancia.
Un aspecto que provoca debate y desacuerdo es determinar la edad límite a efectos de responsabilidad ante le Ley Penal. ¿Se puede prescribir la
capacidad de autodeterminación del menor para actuar con unos criterios
maduros a la hora de discernir entre el bien y el mal? Los 18 años ¿aseguran una mayoría de edad? Los factores sociales, hoy tan dispersos y amplios,
han variado el panorama y espacio de crecimiento de niños y adolescentes.
Todos coincidimos que la delincuencia de menores es un fenómeno
complejo, suma de muchos factores que han ido definiendo la vida del joven
infractor. Quienes conocen este mundo aseveran, por activa y pasiva, que la
sanción y la detención en lugares cerrados nunca resolverán el conflicto,
sino que al contrario lo agravan. Encerrar al infractor significa aparcar el
problema que estallará, de nuevo, en nuestras narices hasta, con el tiempo,
enviarlo a prisión, en un ejercicio de justicia. El menor, convertido en adulto,
no ha sido atendido y acompañado en su problemática en momento alguno.
Quienes en los ámbitos educacionales, jurídicos, políticos y religiosos,
insisten en reformas penales con el simple argumento de incrementar la
sanción-pena, son los que, sin agallas para tomar el toro por los cuernos refugian su impotencia y miedos en el burladero judicial.
iluminación
Aunque en determinadas ocasiones los hechos delictivos de menores
son extremos en todos los sentidos y suscitan una reacción social de condena unánime, intentemos en estos momentos de dejar en segundo lugar las
faltas y delitos cometidos para fijarnos en la persona y situación del menor.
El adolescente y joven vive momentos intensos de ebullición y evolución, por lo que nuestra perspectiva ha de tener un carácter educativo. Han
de primar la personalidad y necesidades específicas de los menores que han
de ser atendidas adecuadamente para lograr su integración social.
Quizá, una despenalización del delito, nos ayude a saber leer en el
mismo hecho delictivo la realidad que envuelve al menor, el valor y significado que han supuesto y suponen para él personalmente. El delito cometido es
un hecho que le pertenece y, quizá, desde esa pertenencia y de puntillas, es
desde donde hemos de dialogar y comunicarnos, más allá del reproche y la
condena. La condena del hecho está ya verificada en el mal ocasionado, pero
si queremos afrontar las causas, hemos de seguir la pista en la dirección
contraria a como se han desarrollado los pasos que han conducido al delito.
En el acierto o desacierto de empatizar con las causas interiores del
menor infractor, podemos apelar a su responsabilidad del hecho negativo
verificado, con el que ha dañado a otras personas. Sólo quien asume responsabilidades se capacita para reparar y liberarse de culpabilidades que le
marcarán como delincuente. No habrá nada más nefasto para el adolescente
que está forjando su identidad que alguien le califique ya con este apelativo.
En el instante que alguien acepta responsabilidades es posible educar
en libertad, ofreciendo contextos distintos de relación que originen conductas alternativas a la actividad delictiva. Si a ello, añadimos la posibilidad de
recuperar ámbitos familiares que sean agentes de socialización y propulsores
de desarrollo personal, estaremos en el camino correcto.
Queda claro que los espacios punitivos cerrados imposibilitan la recuperación del menor, enquistando en la rabia y rencor la culpabilidad no
asumida y que necesitará, más tarde o más temprano, expresarla en su siguiente víctima a quien culpabilizará de la realidad desconcertante que vive.
Para seguir reflexionando
1. ¿Qué nos revela el ritual del „botellón‟ en el ámbito adolescente? ¿Qué nos
dicen sus formas de diversión los fines de semana?
2. ¿Qué implicación y consecuencias conlleva tantas horas ante la pantalla (móvil, video consola, ordenador, televisor…?
3. ¿Cómo has reaccionado y reaccionas ante la petición de sanciones extremas
(cadena perpetua, pena de muerte) ante hechos delictivos tan extremos y terribles como puntuales?
4. ¿Cómo se aborda y se opina el tema de los menores con problemas?
Un hombre del pueblo de Nereguá, en la costa de Colombia,
pudo subir a lo alto del cielo.
A la vuelta, contó.
Dijo que había contemplado,
desde allá arriba, la vida humana.
Y dijo que somos un mar de fueguecitos
- El mundo es eso –revelo-,
un montón de gente, un mar de fueguecitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.
No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos
y fuegos de todos los colores.
Hay gente de fuego sereno, que no se entera del viento,
y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas.
Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman;
pero otros arden la vida con tantas ganas
que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.
Eduardo Galeano
Plegaria del adolescente
Soy joven, Señor, y quiero vivir con fuerza y alegría;
soy joven y quiero estrujar mi vida y llegar hasta el fondo;
soy joven y, la verdad, a veces, no sé lo que es vivir;
soy joven y busco caminos, aunque no he encontrado el sendero cierto.
Tú amas la vida, señor Jesús, y me quieres en pie, firme;
amas la vida y has roto las ataduras de la muerte, resucitando;
tienes Palabras de vida eterna para el corazón del hombre,
y le has dado el pan de vida para que camine con valor.
Señor de la vida: quiero vivir desde el centro de mi ser.
Señor de la vida: quiero ser feliz y mantener mi dignidad,
Señor de la vida: quiero enraizar mi vida en ti, que eres Amor.
Yo sé, Señor, que hay cosas que matan y llevan a la tumba;
yo sé que cuando vivo mi egoísmo con rabia y desenfreno, me estoy muriendo;
yo sé que cuando me entrego a la evasión del juego, estoy muriendo;
yo sé que cuando huyo en alas de la velocidad, estoy muriendo;
yo sé que cuando vivo de cosas, de objetos... ¡me estoy muriendo!
Quiero vivir, Señor: hacer de la verdad el camino para mis pasos.
Quiero vivir, Señor: hacer del amor limpio la norma de mi conducta.
Quiero vivir, Señor: hacer de la libertad espacio para mi búsqueda.
Quiero vivir, Señor: hacer del servicio la constante de mi vida.
Quiero vivir, Señor: hacer de la reconciliación un camino de paz.
Quiero vivir, Señor: hacer de la esperanza una fuerza hacia adelante.
Quiero vivir, Señor: hacer de la oración un lugar de encuentro contigo.
Quiero vivir, Señor: hacer de la justicia un camino hacia el hermano herido.
Quiero vivir, Señor: hacer de la humildad la base de cuanto soy.
Aquí me tienes en busca de bien y la aceptación de tus mandatos.
Aquí me tienes en lucha contra el mal y en decisión de vivir el bien.
Aquí me tienes en tensión con mi propia vida, con mi corazón.
Aquí me tienes con ganas de ser auténtico, sencillamente yo.
Aquí me tienes junto a ti, Señor Jesús, Señor de la VIDA.
AMEN
Introducción
Cuando sancionamos a un menor con la reclusión en un centro cerrado, tengo la impresión que estamos haciendo algo semejante a aquel excursionista que descubre una crisálida en el momento en que la mariposa intenta romper la envoltura para salir; viendo los esfuerzos de la mariposa, el c orazón del excursionista se alarma y ayuda con su aliento y sus dedos al milagro de la vida: la mariposa sale pero nunca podrá volar pues la buena intención del excursionista impidió que la naturaleza realizara el proceso del
desarrollo de las alas en el mismo esfuerzo de salida.
¿Cuántas veces con nuestras exigencias y expectativas pretendemos
alcanzar en poco tiempo lo que varios años no han conseguido? ¿Nos preguntamos si las vicisitudes de esas personas en ciernes han alterado o dañado su proceso natural, no vayamos a pedirles lo que no pueden dar y alcanzar?
Vamos a rizar el rizo intentando hacer un pequeño viaje al interior de
estas personas: tal vez así intentemos hacer un ejercicio de empatía que nos
posibilite en el difícil ejercicio de acoger y acompañar.
Reflexión
Todo ser humano, al venir a este mundo, trae consigo un ingente elenco de posibilidades y cualidades que ha de compartir en un ejercicio de comunicación que posibilite la comunión y desarrolle la afectividad. Pero como
los huevos para ser incubados necesitan el calor de la gallina clueca, el ser
humano necesita unos ámbitos cálidos donde, en un aprendizaje correcto, ir
descubriendo su identidad y compartirla desde sus talentos y habilidades.
La semana pasada una persona presa, de cerca de 40 años, nos comentaba, casi con lágrimas en los ojos, que todavía estaba esperando a que
su padre le brindase una caricia o una palabra agradable. Hace años que no
ve a su padre, pero esa carencia parece acompañarle, día tras día, en otro
tipo de condena interior. En Haevnen (En un mundo mejor - galardonada con
el Oscar a la mejor película extranjera este año 2011) se nos narra magistralmente el drama vivido por unos niños de clase medio-alta a partir de los
altibajos o ausencia de las relaciones paterno-filiales; la película plantea
asimismo un diálogo interesante entre la violencia y el mundo afectivo.
Quienes andamos en el mundo de la exclusión sabemos, cada vez más,
de la necesidad ineludible del núcleo familiar, a la vez que asistimos: 1) a
una banalización de las relaciones de pareja que brotan con el posible hori-
zonte de la ruptura; 2) a una disminución del diálogo y comunicación familiares; 3) a una habitabilidad basada en la coexistencia; 4) a un desconocimiento cada vez mayor de quién vive a nuestro lado; 5) a unas mesas ocupadas cada vez más por las pantallas; 6) a la creación de unos límites marcados por el „me gusta‟, o el „no me gusta‟. Somos expertos en crear moradas,
donde el calor del hogar ha sido suplido por lo funcional-útil, por las agendas, las prisas y el placer inmediato.
Somos conscientes de que aunque puede haber factores hereditarios,
alteraciones cromosomáticas, anomalías metabólicas y diversas patológicas
congénitas que incidan en la inadaptación y propicien la ruptura social y la
delincuencia, hay un dato pavoroso: del 70% al 80% de los menores que han
llegado a delinquir proceden de familias disociadas: padres que no se entienden, no se hablan, viven en luchas continuas, se han separado o divorciado.
Quienes no tienen la suerte de encontrar ámbitos familiares donde la
atención, los mimos y las caricias, en momentos de diálogo y cercanía, hagan
brotar los primeros hilos vitales que el día de mañana entretejerán la ident idad personal, necesitarán dar respuesta a esa carencia no resuelta adecuadamente, y crearán formas sucedáneas de alimentar su protagonismo para
llamar la atención más de lo debido, a la vez que han de paliar el infortunio
de no haber dado con la respuesta tan desconocida como adecuada.
Sin una autoridad familiar bien gestionada, más allá del autoritarismo
y la permisividad, no se podrá ofrecer al niño puntos objetivos de referencia
ni valores humanos de crecimiento adecuado. Por mucho que nos empeñemos, sólo los núcleos familiares son socializadores para quienes viven procesos de crecimiento, inviables sin la experiencia de la gratuidad, la confianza,
la caricia espontánea y el diálogo en acompañamiento.
Mención aparte merece el incremento de la violencia en las relaciones
familiares, cuando se acaba taponando la espontaneidad afectiva. Las palabras altisonantes, las frecuentes disputas, el tono de voz, los insultos, los
reproches y acusaciones, las amenazas, los desprecios, las agresiones físicas
y verbales, la ausencia física buscada, los olvidos y los chantajes, la prese ncia-consumo de drogas y alcohol… son algunas de las condiciones difíciles
que viven niños y menores y que les impulsa fuertemente a descifrar su existencia en otros derroteros con la búsqueda de dudosas consolaciones.
Un instrumento amplio de educación en la niñez y la adolescencia es el
juego, donde el aspecto lúdico de la vida surte de optimismo todo crecimiento. El niño y joven necesita jugar y si los juegos no expresan y alimentan p ositivamente los contornos forjados en su memoria afectiva, buscará otros
juegos que compensen su malestar. El espacio del juego, compartido con
personas mayores, es propicio para situar la fantasía y la realidad, para
aprender a ganar y perder y para desarrollar la comunión en equipo. Examinando a qué se juega y cómo se juega podemos deducir muchas realidades
interiores.
El encuentro con otros niños y adolescentes en la calle y la escuela es
otro de los indicadores gráficos de la adaptación o inadaptación. Las relaci o-
nes paterno-filiales influyen en las relaciones fraternales y éstas se van a expresar en estas primeras relaciones fuera del domicilio familiar. Cómo se v aya configurando esa relación con el entorno (tanto interna como externamente) va a poner los cimientos de la relación social del individuo. El éxito o fr acaso escolar, aparte del nivel intelectivo, depende en buena parte de sentirse
acogido y protagonista en los espacios en que se mueve y actúa. Una afectividad bien iniciada conlleva valoración de lo que se hace y favorece la concentración, mientras esa misma afectividad mal iniciada incita a la dispersión, buscando en el amplio abanico de ofertas que se le ofrecen alguna que
sacie su interioridad. El niño-adolescente necesita personas de referencia.
Cuando los hilos vitales se rompen o debilitan, se inicia un desequilibrio de fuerzas que se puede acentuar: 1º con la ausencia de límites y responsabilidades; 2º con la ausencia o rigor de una disciplina; 3º con la ausencia de habilidades sociales y hábitos higiénicos. La no respuesta a los retos que se le van planteando va fraguando un poso de fracaso que se intentará romper vanamente con la ruptura de todo y todos los que encuentre a
su lado. Se va accediendo a un mundo falaz donde intentará buscar otras
motivaciones para fomentar alguna ilusión para vivir. No dando réplica positiva a las necesidades primeras, creará otras que nunca le satisfarán pero le
entretendrán: la ilusión se ha acrecido, la realidad se ha esfumado y los
ideales ya no sirven.
Su relación con todo tipo de autoridad se irá tornando funesta pues no
puede seguir y aceptar pautas que sigan alimentando su frustración. Las
rupturas aumentan y la autoestima se retrotrae; ello provoca la búsqueda de
otro tipo de relaciones, más simétricas, donde sean posibles los afectos y p arabienes: pandillas, grupos de marcha, primeros escarceos sentimentales y
primeros coqueteos con el alcohol y estupefacientes; serán grupos y espacios
sin exigencias, por lo que las relaciones serán tan superficiales como desn utritivas. Serán frecuentes los desencuentros y fracasos de relación que se
intensificarán si se entra en el ilusorio universo de la droga.
La transformación biológica del cuerpo del adolescente trae consigo
una serie de reajustes psicológicos y afectivos que se realizarán desde el bagaje recibido. Es un momento de ebullición en que hay que probarlo todo
(todo tipo de freno o negación es rechazado), para estar a la altura del grupo
pandilla que acoge y envuelve. Los primeros enamoramientos y encuentros
sexuales buscarán tanto satisfacer el fuerte impulso sexual como entrar en
un éxtasis existencial donde se dé respuesta a tanta laguna almacenada.
El placer de lo inmediato desplaza a la felicidad y como compensación
a todas esas carencias surgirá la agresividad que se irá manifestando en
momentos y episodios de violencia, con los que expresa no saber qué hacer
con su vida. Lanzados por el tobogán del desajuste, las infracciones y el delito son formas de expresar esa discordancia interior que se vive, por encima
del mal que se pueda ocasionar a terceros.
La agresividad y proceder violento expresado en sus hechos (faltas o
delitos) será ese intento de compartir el desajuste que viven interiormente:
hasta es posible que más que el deseo de hacer daño, esté el intento vano de
aniquilar las exigencias y proyectos que nunca pudieron asimilar y les siguen machacando, pero que sí han hecho realidad quienes hoy son sus víctimas.
Es muy embarazoso y espinoso expresar lo que vive un menor con conflictos de adaptación; es mucho más amplio e imbricado que estas sencillas
pinceladas que hemos evocado y recordado; es, todavía, mucho más complicado afrontarlo y darlo respuesta, pero nos jugamos el futuro de nuestra sociedad.
Para seguir reflexionando
1. ¿Puedes empatizar con estos procesos degenerativos? o ¿Tiendes a juzgar
desde la perspectiva que tú personalmente has vivido?
2. ¿Cómo valoras y sitúas el incremento de violencia en nuestros hogares y en
nuestra vida diaria? ¿Cuáles crees son sus causas y consecuencias?
3. ¿Recuerdas casos concretos que tú conoces en los que se verifica lo apuntado
en las líneas de arriba?
4. Podemos, incluso, abrir un debate sobre la responsabilidad social que todos
tenemos cuando no acompañamos adecuadamente el crecimiento de un niño.
Llegó a mí triunfante: la vi, y la sorpresa
como un licor grato mi alma embargó…
¿Quién eres?… —le dije: ¿Divina princesa?
¿Hermoso fantasma?— Su boca de fresa
se abrió dulcemente y así musitó:
“Soy el hada blanca que deja el camino
fatal de la Vida regado de luz;
que enciende en las almas un fuego divino;
que oculta al humano su pobre destino
y de su existencia suaviza la cruz.
Yo soy fuerte hoguera que inmensa se inflama
la sangre en las venas haciendo rugir;
poniendo en los ojos reflejos de llama,
los pechos cubriendo de ignífera escama,
haciendo gozosas las fibras crujir.
Mi aliento da al viento más notas que el ave,
mi vida está urdida con una ilusión;
del cruel desengaño mi pecho no sabe;
en mí la sombría Tristeza no cabe;
en mi alma la Pena no encuentra mansión.
Yo soy gentil góndola que llégase henchida
de fe y de optimismo al fondo del mar;
yo soy copa llena de ardiente bebida;
yo soy del gran libro que forma la Vida
la página de oro que puede mostrar.
De fúlgidas luces empapo los días;
los tristes crepúsculos de gayo color;
los huecos espacios de un mar de armonías
y un mar de fragancias; las noches sombrías
de encantos, de risas, de besos, ¡de amor!
Yo soy virgen casta que todos adoran,
que todos aguardan con viva inquietud;
yo soy manjar rico que todos devoran;
amante a quien todos suspiran y lloran
cuando huye a otros brazos; ¡yo soy Juventud!”
Al oírla, a mis ojos un mundo risueño
vi abrirse, a mis plantas hallé dichas mil…
Mas, cuando ya de ella creíame dueño,
de mí se alejaba lo mismo que un sueño,
lo mismo que un soplo de brisa sutil…
…………………………………
A veces me digo con honda tristeza:
¿Vendrá a mí aún el hada bendita que huyó?…
Mi frente surcada, mi cana cabeza
y el fuego de mi alma que a helarse ya empieza,
responden con mudas palabras: ¡No! ¡No!
(Miguel Hernández)
Introducción
De treinta años para acá los cambios y hábitos sociales han dado un
vuelco de 180º: familia, autoridad, escuela, valores, trabajo, relaciones… Lo
hemos afirmado y escuchado muchas veces, pero, quizá, seguimos empecinados
en volver a parámetros perdidos sin reflexionar suficientemente sobre la forma
más adecuada de hacerlos llegar a la experiencia del menor.
Reflexión
Un primer punto a tener en cuenta: los mayores ya no son referente
para los menores, a la hora de diseñar y afrontar su futuro. El estudio, la disciplina, el esfuerzo, los valores exigidos en círculos familiares y educativos…, no
son el camino seguido por quienes triunfan en los programas televisivos con
más propaganda y audiencia; es más, en el desarrollo de estos programas queda
patente que sin ese grado mayor de agresividad que pospone al rival no tienes
ninguna posibilidad en la vida.
Un segundo punto a incidir es la violencia, que envuelve al niño/a desde
que nace. Asistimos, por doquier, al despliegue de una violencia tan in crescendo como desproporcionada: nos hemos instalado en una sociedad con altas
cotas de violencia, fundamentalmente en las relaciones personales e intrafamiliares Los menores trasladan la violencia que viven en sus relaciones familiares
a otros entornos sociales. ¿Por qué aumenta el número de familias que no
pueden o no saben ocuparse de sus hijos?
Un tercer punto: el fracaso escolar. La escuela va más allá de pasar de
curso y aprobar asignaturas: va moldeando el entorno interno y exterior del menor. El contorno escolar da sensatez, proporciona habilidades sociales y oferta
pautar para resolver conflictos sin usar la agresividad. Cuando hablamos de
fracaso escolar supone la renuncia de un entorno socializador que señala unas
metas y unos límites, para incorporarse a la lista del aburrimiento: no hacer
nada exige probar cosas inconvenientes para no aburrirse de no hacer nada.
Cuarto punto: sin lazos de afecto y abrazados por el aburrimiento, el discernimiento de la saturación de información que reciben será neutro por lo que
se renuncia a todo tipo de norma. El nivel cultural es el de la propia apetencia,
lo que se convierte en un gran hándicap a la hora de relacionarse correctamente
con los demás, con el entorno y consigo mismo.
No encauzar debidamente ese torbellino de impulsos que vive el joven y
adolescente incrementa los estados de ansiedad, hasta crear fuertes crisis de
insatisfacción: el sexo por el sexo y las drogas serán dos desafortunadas salidas.
Iluminación
Echar buena semilla en tierra bien acondicionada es apostar por una
buena cosecha; eso parecen decirnos los cinco artículos de la Declaración de
Ginebra (1924) sobre los derechos del niño:
 El niño deberá recibir los medios materiales y espirituales necesarios para
su normal desarrollo.
 El niño hambriento deberá ser alimentado; el niño enfermo deberá ser curado; el niño discapacitado deberá ser apoyado; el niño delincuente deberá
ser reformado; y el niño huérfano y abandonado deberá ser protegido y
asistido.
 El niño deberá ser el primero en recibir ayuda en situaciones de emergencia.
 El niño deberá ser puesto en una situación que le permita ganarse un
sustento y deberá ser protegido ante cualquier forma de explotación.
 El niño deberá ser educado en la conciencia de que sus talentos han de
ser empleados al servicio del prójimo.
El normal y adecuado desarrollo del niño es su derecho y nuestro deber social. Habrá, por tanto, que fomentar una adecuada intervención social
que mejore nuestros entornos familiares, escolares y sociales. Para que ello
sea posible se ha de insistir en que „son más sangrantes los casos de menores en situación de desamparo que los de menores delincuentes‟ (G. Bosch). Y
de esto somos responsables todos, sin excepción, previniendo contras todas
aquellas situaciones que pueda perjudicar su desarrollo personal.
Ha quedado manifiesto que el desarrollo del niño necesita la implicación de toda la familia. Todos, desde el artículo 39 de la Constitución Española, quedamos implicados en apostar por una adecuada protección social, económica y jurídica de la familia. Es imprescindible un refuerzo y
rearme moral del núcleo familiar que la capacite para cumplir la función
primordial de transmitir normatividad al menor. Núcleos familiares donde el
menor se sienta querido, acogido, escuchado y entendido, donde la exigencia
sea consecuencia del afecto y no el afecto de la exigencia cumplida, donde
con mimo se ayude a aceptar y respetar límites personales y sociales.
Ayudaría, y mucho, una buena equipación a nivel de barrios y asociaciones de vecinos: espacios con presencia de profesionales sociales que colaboren en la formación de los padres, en la creación de unos buenos servicios
de higiene mental, en la formación de un amplio calendario de actividades
lúdicas, culturales, deportivas y de ocio-recreo-convivencia.
Una adecuada avenencia de padres y agentes de barrio permite acompasar espacios de entretenimiento que no den resquicio al aburrimiento, que
demarquen límites para estar y convivir, que propongan una autoridad asumida, que cautiven la atención provocando la originalidad multiforme y vayan ofreciendo puntos de referencia, alcanzables desde la disciplina y el esfuerzo personales y comunitarios. Espacios donde todos sean protagonistas.
Revisar los programas de educación para que nuestros colegios y escuelas, más allá de impartir una enseñanza académica, sean espacios de encuentro, educación y convivencia. Recuperar el papel educador del maestro
que, con su coherencia, pueda dar al alumno seguridad y modelos claros de
identificación. Robustecer la educación compensatoria con programas tendentes a enseñar, a los niños con más problemas, a dominar y encauzar sus
tendencias antisociales. Dar primacía a la evolución y crecimiento del educando sobre la superación o no de materias.
Sería conveniente, también, insistir en una educación correcta para
saber estar ante la pantalla (móvil, playstation, televisor, ordenador, video,
cine…). Acompañar esa presencia con espacios de diálogo y ayudar a saber
discernir y elegir programas. Está comprobado que mucha de la agresividad
y violencia que manifiesta el menor en su vida es repercusión de la excesiva
violencia que hay en nuestros programas televisivos y películas, así como en
los personajes de referencia que se nos presentan. Los medios de comunicación pueden ser un buen medio para educar y crecer.
Aparte del bagaje afectivo, es imprescindible una adecuada formación y
convivencia sobre la relación de pareja y la sexualidad; en unos momentos
que priman los instintos y los impulsos, educar para encauzar esos impulsos
y ordenar los instintos a favor de relaciones interpersonales es contribuir a
la madurez de la persona en ese complicado momento de su crecimiento.
Consideramos urgente una revalorización del trabajo como medio creativo del ser humano en unas circunstancias dignas y saludables tanto a nivel
de seguridad como salarial. Ojala, superando estos momentos de crisis, se
forjen políticas que generen puestos de trabajo para la población juvenil. La
disciplina y esfuerzo que conlleva un trabajo libera del no hacer nada y estructura la vida en torno a un quehacer oportuno.
Situación aparte viven y sufren los menores extranjeros: muchos de
ellos, lejos de sus familias, con una muy deficiente educación y con grandes
problemas de lenguaje acabarán comprobando que los recursos a los que
pueden acceder no son los que ellos soñaron. Obligados a moverse en los
submundos de los núcleos habitados, se verán seducidos por la tentación del
dinero fácil hasta entrar en la delincuencia.
Todos, en especial quien detenta la autoridad, hemos de apostar por
una convivencia social, donde todos seamos protagonistas de nuestro devenir, a través del diálogo, la comunicación, la participación social y el co mpromiso. Mimar los medios de comunicación, liberándoles de competitividad
y violencia. Crear un tejido social capaz de articular medidas adecuadas en
situaciones de riesgo, de desamparo y desprotección de cualquier menor.
Prevenir es evitar el conflicto y si éste aparece minimizar tanto el uso
de la justicia tradicional como la intervención estatal; emplear medidas flexibles que atemperen y diversifiquen la reacción penal, evitando en todo lo p osible el encerramiento en cualquiera de sus modalidades. Volvemos a repetir:
dar más importancia al proceso del menor que al hecho conflictivo realizado.
Desde el Evangelio,
como creyentes y como Iglesia, hemos de hacer un
proceso que recorra la distancia de menor-problema
a menor-misterio. Ser cristiano es contemplar en cada ser humano un miembro
de Cristo y un hijo de Dios „igual que yo‟. Sólo desde aquí, se puede alcanzar lo
que cada persona tiene de único e irrepetible, desde que salió del corazón del
Padre. El horizonte que se abre no es el de unas pautas familiares, sociales y
laborales, sino algo infinito que no alcanza nunca, pero que nos lleva por parajes sorprendentes en la dirección del misterio.
Si seguimos esta dirección, el Espíritu nos irá recolocando y enriqueciendo muchas de las dimensiones presentes en toda relación, contradictorias tantas veces en una primera experiencia, pero capaces de ser armonizadas conforme maduran las personas. Oremos para mirar con los ojos de Dios a estos menores que inician la vida; oremos para vislumbrar en esos menores atisbos de
trascendencia.
Acercarnos de la mano conflictiva de estos menores a Dios, nos revela
nuestra impotencia; recibimos la ayuda divina que nos enriquece con su pobreza, nos hace crecer con su debilidad y está con nosotros en su abandono (2 Cor
5, 8-10; 8, 9). Dios que es amor nos dice que amor es la entrega de uno mismo,
hecha desde la más absoluta libertad para hacer crecer a la otra parte.
Sabemos que nuestra libertad no es total entrega, pues sufre mil falsificaciones. Si la fuente(libertad) y la meta (entrega) están falseadas, la entrega puede ser simulada, calculada, inferior a la medida justa…
No obstante, si en nosotros hay un deseo desinteresado por el menor en
conflicto, tendremos la base para un enfoque contemplativo de la relación: amar
a Dios en todos y a todos en Dios.
Amar a dios en el prójimo es amar lo mejor de él, presente o latente, amar
la presencia del Espíritu de Dios en él, que es lo más íntimo y lo más profundamente suyo. Amar al otro en Dios es amarlo como Dios le ama: para ayudarle a
que dé lo mejor de sí, para que haga rendir ese capital de su filiación divina, sinónimo de libertad y fraternidad (J.I. Glez. Faus).
“Dejad que los niños se acerquen a mí” (Mc 10, 14-15) se transforma en
“dejad que los niños os acerquen a mí”. En cada uno de sus preferidos, Jesús se
sigue empobreciendo para enriquecernos a nosotros. ¿Estaremos, hoy, capacitados para entender y aceptar esta oferta?
Para seguir reflexionando
1. De todo lo que hemos apuntado en estas líneas ¿en qué crees que hay que
insistir con más urgencia y necesidad?
2. ¿Por qué nuestra sociedad es tan reacia a abordar y asumir esta realidad?
3. A nivel de Iglesia, ¿crees que estamos dando los pasos correctos y necesarios?
EL GRITO DE LOS NIÑOS Y ADOLESCENTES DE HOY
Creemos en el grito de los niños y adolescentes marginados
que desde su situación de injusticia,
de pobreza, de hambre y de violencia
tienen el coraje intacto para gritar con el Espíritu
y llamar a Dios PADRE NUESTRO.
Creemos que Dios, lleno de Amor y de Misericordia
vive en los barrios de la gente marginada
en "los barrios chinos" de nuestras ciudades inhumanas.
Creemos en un Dios que sueña en los niños y adolescentes,
para los drogadictos, borrachos, mendigos y "macarras"
una situación mejor.
Creemos en el Dios que les ama entrañablemente
y quiere su LIBERACIÓN
por eso les envía a su Hijo Jesús nacido de María,
madre de los niños y adolescentes,
madre del Gran Marginado y Rechazado...
Creemos en Jesús
que se mete de lleno en la vida de los hombres.
Creemos en Jesús Resucitado
que llena de paz y de esperanza
la vida de los hombres y mujeres marginados.
Creemos en el Espíritu Santo
capaz de arrancar y destruir
el pecado de una sociedad, la nuestra,
que construye y planifica los barrios marginados
que gasta su dinero en armamentos
y dice sin rubor que no hay pan
para robustecer a los pobres que margina.
Creemos en el Espíritu
que escandaliza el corazón del hombre incrédulo de hoy
cuando asume la realidad de los marginados
y grita con ellos por su liberación
y les llama a vivir en la paz y dignidad.
Queremos una Iglesia distinta.
Una Iglesia que viva en los barrios alejados.
Una Iglesia que salga de sus templos
y camine por las calles de los pobres.
Una Iglesia que acoge, se embarra y compromete
con cada marginado que vive entre "sus fieles".
Creemos en una Iglesia donde la gente rota
y con harapos tiene un lugar y una palabra.
Creemos en una Iglesia que escucha
y reconoce su pecado de desamor y lejanía.
Creemos en un Barrio Nuevo de Marginados
formado por los que avanzan de la gran tribulación
entonando un Canto Nuevo lleno de Esperanza.
Creemos en la fuerza de su alabanza y en la sinceridad de su grito:
VEN, SEÑOR JESÚS. Unidos te esperamos. Ven.
(Puri Alzola)
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