II DOMINGO DE NAVIDAD, 5-1-2014. Eclesiástico 24, 1-2,8-12; Salmo 147; Efesios 1, 3-6.15-18; Jn 1, 1-18. Los días en que han caído las fiestas propias de la Navidad nos permiten este domingo celebrar el II Domingo de Navidad, en el que la Liturgia de la Palabra nos ofrece unos textos cargados de una gran riqueza simbólica y poética a la vez, en los que se trata de exponer el Misterio de la Presencia de Dios en medio de su pueblo, es decir, el Misterio de la Navidad, del Dios que nos ama y ha nacido como nosotros. Así, la primera lectura nos ofrece un fragmento donde se habla de la Sabiduría, refiriéndose a la Sabiduría de Dios, como una parte del mismo Dios que al tiempo puede diferenciarse de Él, en ella, los cristianos vemos una alusión al Hijo, al Verbo, a la Palabra, si ponemos el nombre de Jesús en lugar de Sabiduría nos encontramos en este texto con una profecía que se cumple con el nacimiento de Jesús, y que nos lo presenta como algo querido por Dios. Este nacimiento, este Misterio de la Presencia de Dios entre su pueblo es motivo de alabanza, una alabanza que se expresa muy bien en las estrofas del salmo 147, que recitamos en este domingo, aunque el versículo que todos repetiremos esta tomado del Prólogo del Evangelio de Juan, que hoy se proclama como Evangelio. La segunda lectura nos ofrece, en su primera parte, un fragmento del himno dedicado a Cristo más antiguo, un himno que nos invita a bendecir a Dios por todo lo que Él nos da en los misterios de la Navidad que estamos celebrando, misterios que no sólo nos hablan de un Dios que se nos da, sino de una llamada, un Dios que nos elige, que ha elegido vivir entre nosotros y como consecuencia nos llama, invita, a vivir como Él, siendo sus hijos, y por tanto, hermanos entre nosotros. El que nosotros vivamos las consecuencias del Nacimiento de Jesús ya fue motivo de acción de gracias para Pablo, tal y como expresa en la segunda parte de la lectura que hoy proclamamos, y si lo hacemos así será motivo de acción de gracias para muchos. Por último, la Liturgia nos invita a escuchar uno de los más bellos pasajes literarios de la Biblia: el Prólogo de San Juan, un poema que abre el Evangelio de Juan, un poema en el que simbólicamente se nos describe el nacimiento de Dios (la Palabra se hizo carne y acampo entre nosotros), su presentación por parte de Juan el Bautista, el rechazo que sufrió de nuestra parte, y lo que puede hacer en cada uno de nosotros si la aceptamos desde la fe. Ojala que a punto de finalizar la Navidad, ya que mañana será el día de Reyes y el próximo domingo el Bautismo del Señor, su significado entre en nuestros corazones y nos permita vivir mejor nuestra fe. Permitirme terminar con los mismos deseos que San Pablo en la segunda lectura: “que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.” Que Él os bendiga.