XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, 10/8/2014 1 Reyes 19, 9a.11-13a; Salmo 84; Romanos 9, 1-5; Mateo 14, 22-33. En este segundo domingo del mes de agosto, la liturgia de la Palabra nos ofrece unos bellos textos sobre la oración y el deseo del creyente y la experiencia de Dios de un profeta y de los apóstoles. La respuesta que se nos invita a dar en el salmo: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación”, bien puede ser una oración, nuestra oración ante tanto dolor y sufrimiento que vemos en el mundo y a nuestro alrededor: las guerras en Siria, Irak, Palestina,… el ébola, y otras enfermedades como la malaria,… el hambre en el mundo, el paro, la cantidad de gente que acude a Cáritas en busca de una ayuda, las enfermedades como el cáncer, la muerte de un ser querido, la droga,… Ante todo esto y ante la impotencia que podemos sentir ante estas realidades y al acompañar a quiénes las viven, esta podría ser una bonita oración: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación”. Unida a esta oración, tenemos la experiencia que nos comunica Pablo en el fragmento que leemos este domingo de su carta a los Romanos: le duele, y le duele en el corazón, ver como los de su pueblo no aceptan a Dios, y dice que estaría incluso dispuesto a estar lejos de Cristo (que para él es lo más valioso desde su conversión) con tal de que ellos lo conocieran. Sin duda alguna que si todos conociéramos realmente a Cristo, muchas de las situaciones que he mencionado no se darían: la guerra, la violencia, el hambre,… y frente a otros muchos problemas, la solidaridad desde la fraternidad (conciencia de que somos hermanos) sin duda que ayudarían a superar muchas situaciones y harían un poco más humano nuestro mundo. Estos dos puntos me llevan a considerar la necesidad que tengo de Dios, de experimentarlo, de sentirlo cerca, y me llevan a buscarlo, como Elías lo buscaba en un momento de fracaso y de persecución en su vida, y aquí, la primera lectura nos ofrece una pista: buscar a Dios en lo sencillo, en lo normal, en lo cotidiano, en la brisa suave, y desconfiar de la presencia de Dios en los extraordinario, lo fuerte, lo portentoso. Y el Evangelio, continuación del pasado domingo, en que Jesús se preocupaba del hambre de todos y nos invitaba a compartir con todos, nos subraya que Él, Jesús, está pendiente de todos nosotros. Él está orando con el Padre, sólo en el monte, pero está orando por mí y por ti, por todos, está con nosotros aunque no esté físicamente presente con nosotros. Y, cuando estamos en dificultad, en la barca zarandeada por el viento, acude a nosotros, andando sobre las aguas, viene Él a nosotros, sin esperar que nosotros vayamos a Él, cosa que invita a hacer a quién le reconoce y descubre, como Pedro, y aunque no seamos capaces de hacerlo, Él nos tiende siempre la mano, pidiéndonos más fe, más confianza, más creer en Él y su Palabra. No temamos, Jesús está con nosotros, ora por nosotros y viene a nuestro encuentro, desde esa confianza, intentemos imitarle en su amor y preocupación por los demás, como hace Pablo en la segunda lectura, y pongamos todas nuestras preocupaciones y problemas, nuestros y ajenos, en sus manos con la oración, y siguiendo siempre adelante buscando soluciones. Un abrazo en Cristo, José Luis.