XXIII domingo del tiempo ordinario

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XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, 7/9/2014
Ezequiel 33, 7-9; Salmo 94; Romanos 13, 8-10; Mateo 18, 15-20.
¿Cuántas veces hemos pensado, oído, o incluso dicho: “¡A mí ¿qué
me importa?!” o “no te importa mi vida”, “no te metas en la vida de los
demás”...? Y esto en los dos sentidos: defendiendo el derecho del otro a
tener su vida sin que por ello tengamos que juzgarlo o condenarlo (porque
no soy quién para juzgar la vida del otro); y, como desentendiéndome de
los problemas del otro, no queriendo verlos y no queriendo complicar mi
vida al dejar que la del otro me afecte.
Pues bien, si hoy la Palabra de Dios tiene algo en común es
precisamente decirnos que la vida del otro nos tiene que importar, nos
importa, y que desde el momento que lo conocemos, somos también, en
cierta medida corresponsables de su vida.
Así el profeta Ezequiel, en la primera lectura, nos muestra que la
misión del profeta nace de la importancia que Dios da a la vida de los que
forman su pueblo. A Dios le importa nuestras vidas, quiere que seamos
felices, le duele nuestros sufrimientos, nuestros errores, por ello, sus
profetas deben meterse en nuestras vidas, corregirnos con la Palabra, con su
testimonio, con sus hechos.
No hacerlo, ser capaces de ver el sufrimiento del otro y que este no
nos toque, no nos importe, ser capaces de ver al otro tirado, sin futuro,
rechazado y sin posibilidad de cambiar, de mejorar, de llevar una vida más
digna, y no plantearnos cómo podemos ayudarle, echarle una mano, eso es
endurecer el corazón, precisamente lo contrario a lo que Dios pide a su
pueblo: “No endurezcáis vuestro corazón”.
Y es que la vida del otro me debe importar no porque pueda
perjudicarme a mí, a mi paz, a mi tranquilidad, lo que él haga, sino porque
le amo, es mi hermano, es la heredad que Dios me ha dejado, es en el otro
en quién yo puedo demostrar y de algún modo agradecer a Dios el amor
que me da. Esto nos lo dice muy bien Pablo en la carta a los romanos
cuando afirma que lo único que nos tendríamos que deber unos a otros es
amor. Yo debo amar más a mis hermanos, le debo amor, y es lo que debo
darles para ir creciendo como hermano y como hijo de Dios.
Jesús en el Evangelio comienza recordando la profecía de Ezequiel,
y nos pide que la demostración de nuestro amor nos lleve a ser capaces de
ejercer la corrección fraterna, una corrección hecha desde el amor, desde el
deseo de que el otro pueda encontrar la felicidad, el amor, y al mismo
tiempo nos muestra la necesidad que tenemos del otro, necesidad incluso
para entrar en comunión con Dios, para orar, pues si dos nos ponemos de
acuerdo, Dios nos escuchará.
Ojalá no endurezcamos nuestros corazones, miremos al otro como
hermano y sintamos la necesidad de amarlo.
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