Historias de política y derecho en el Caribe

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ÁMBITO JURÍDICO
Historias de política y legalidad en el Caribe
“Aunque el Derecho es siempre manifestación del poder, incluso de los
constitucionalismos liberales, esta simbiosis es particularmente brutal en el caso de las
dictaduras”
El derecho de las Américas obedece, en gran parte, a influencias comunes. Ello es
particularmente visible en el Caribe hispánico, que debido o a su cercanía comercial y
cultural con Europa, sintió en primer lugar la llegada de corrientes jurídicas europeas que
tardaron más tiempo en encontrar su lugar en el continente.
República Dominicana es el país de la región que quizás haya sufrido con mayor fuerza
las garras del neocolonialismo. Independizada originalmente de España, en 1821, su vida
independiente fue interrumpida en diversos momentos: en un dato sorprendente, los
independentistas de 1821 anexaron la colonia de Santo Domingo a la Nueva Granada,
por considerar que en esa unión podían lograr el poder suficiente que garantizara la
endeble independencia.
Este experimento, como es obvio, duró poco: en 1822, los haitianos ocuparon la parte
occidental de la isla, trayendo con ellos el Código de Napoleón. En 1844, los dominicanos
lograron expulsar a los haitianos, pero retuvieron el Código de Napoleón, que, en su
edición original en francés, continuó vigente hasta 1884, cuando apenas se realizó la
traducción al español, que sigue rigiendo hoy.
No sorprende constatar, por tanto, que las bibliotecas de Derecho de República
Dominicana tengan una de las mejores memorias del Derecho francés del siglo XIX.
Comparados con la República insular, nuestra francofilia es postiza y lejana.
República Dominicana es quizás el único país de las Américas que fue reconquistado por
España, así fuese brevemente, entre los años 1861 y 1865. Con posterioridad, como es
bien sabido, EE UU ocupó la isla y su administración pública y tributaria, con el propósito
de garantizar el pago de las deudas contraídas con acreedores de ese país. La pobreza y
la desinstitucionalización de la isla llevó a que los norteamericanos, a su salida del
territorio insular, dejaran en el poder al comandante del Ejército, que era entonces su
principal aliado local. Así es como, a grandes trazos, llegó al poder Rafael Leonidas
Trujillo.
Aunque el Derecho es siempre manifestación del poder, incluso de los
constitucionalismos liberales, esta simbiosis es particularmente brutal en el caso de las
dictaduras. Aunque las nuevas generaciones no tienen recuerdos claros del Trujillato, la
memoria política y jurídica de los dominicanos está llena de historias que resultan muy
aleccionadoras.
Vean esta primera: un jurista y comparatista español desconocido pero de gran
importancia, Jesús de Galíndez, terminó en la Universidad de Columbia su tesis doctoral
titulada La era de Trujillo: un estudio casuístico de dictadura hispanoamericana, donde
detalla la estrategia económica de Trujillo. Este mismo jurista español, exiliado de la
España franquista y luego de la Dominicana trujillista, había escrito un libro extraordinario
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titulado La ines-tabilidad constitucional en el Derecho comparado en Latinoamérica.
Según la tesis de De Galíndez, Trujillo capturó el aparato económico del país para
provecho propio, privatizando la inversión del sector privado que iba a terminar finalmente
en sus bolsillos. Así, en los años cuarenta, se empezaron a tender los hilos de electricidad
en la ciudad de Santo Domingo. En un fenómeno todavía común en nuestros países, gran
parte de la población “robaba” la electricidad, sacando de las líneas de distribución
pequeños cables, en donde conectaban dos o tres bombillos y el creciente número de
electrodomésticos blancos que marcaron el paso a la modernidad. Un buen día, mediante
decreto, Trujillo decidió “comprar” la empresa. Ese mismo día, y he aquí lo sorprendente,
muchos dominicanos de los que accedían ilegalmente a la energía eléctrica, decidieron
acudir ante las oficinas de la empresa a legalizar su situación. Según me contó un
dominicano de la época, en una sentencia memorable, “una cosa era robar la luz, pero
otra muy distinta era robar la luz de Trujillo”.
Una digresión que no puedo resistir: De Galíndez desapareció de Nueva York un buen
día, antes de publicar su tesis doctoral. Todo el mundo concuerda en que fue secuestrado
por los servicios de seguridad de Trujillo, llevado a la isla y prematuramente “jubilado”.
Nadie lo ha encontrado aún. El escritor español Manuel Vásquez Montalbán tiene una
estupenda novela sobre el affaire De Galíndez, que recomiendo a los lectores.
Con otro decreto de esos, Trujillo adquirió otro buen día el control de la productora
nacional de zapatos. A los pocos días, ¡oh sorpresa!, otro desinteresado decreto hizo
obligatorio que los campesinos dominicanos, acostumbrados a caminar sus tierras a “pata
pelá”, calzaran ahora zapatos. La policía, acuciosa, empezó a detener a los campesinos
descalzos, para castigar las violaciones de la ley. Muchos campesinos se resistían a
calzarse los zapatos: el hábito era imposible de vencer o, más crudamente, sus pies
cuarteados y abiertos no cabían en ninguna horma. Finalmente, con malicia indígena, se
encontró una sabia negociación entre los sabios mandatos de la autoridad y la
desobediencia civil: con los lazos de los zapatos los campesinos se los amarraban al
cuello y así andaban por el mundo sin que ahora la policía se molestara en detenerlos.
Hablando con dominicanos, da la impresión de que la imagen de Trujillo todavía
representa una fuente importante de autoridad. Sus enemigos más acérrimos
reconocen que creó alguna figura de poder estatal cuando antes no existía ninguna;
todos, al mismo tiempo, se apresuran en denunciar que la autoridad de Trujillo nunca
contó con legitimidad y que su Derecho, como quizás cuentan estas pequeñas anécdotas
que acabo de relatar, no era más que miedo y zozobra.
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