Cultura y crisis económica o las consecuencias de una política inexistente

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Cultura y crisis económica o las
consecuencias de una política
inexistente1
Rubén Caravaca2
Asociación Cultural Fabricantes de Ideas
España
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Artículo cedido por el autor para su difusión en el Portal Iberoamericano de Gestión Cultural.
http://rubencaravaca.blogspot.com
El pasado día 1 de diciembre los medios de comunicación se hacían eco del cierre
del Museo Chillida-Leku. Los motivos, la actual crisis económica que ha traído
consigo un Expediente de Regulación de Empleo (ERE) que afecta a 23 trabajadores
que dejarán sus puestos de trabajo el próximo 1 de enero.
El emblemático museo, inaugurado en septiembre de 2000 por los reyes de España,
es el primer museo de arte de Gipuzkoa, según un comunicado difundido en su
página web, con más 810.000 visitantes desde su puesta en marcha y uno de los
cuatro mejor valorados en toda Euskadi.
Con su cierre se pone fin al sueño de uno de los grandes representantes de nuestra
cultura: Eduardo Chillida. Se clausura el espacio que muestra la evolución y
trayectoria de nuestro escultor más universal, junto a su gran rival Jorge Oteiza,
siendo en las propias instalaciones museísticas donde finalizó la porfía entre ambos.
El escritor Juan Cruz calificaba en su blog la noticia como dramática, comentado que
se disolvía “un universo complejo… un homenaje a la reflexión y a la quietud”. Por
la columna de Pablo Meléndez-Haddad en la edición de catalana
de ABC (3-12-
2010), nos enteramos que La Casa de la Danza de Logroño va tener igual de mal
futuro.
Paralelamente se anuncia el cierre del Centro José Guerrero, dedicado a difundir
desde su creación, hace diez años, la figura del pintor y grabador granadino, una de
las grandes referencias del expresionismo abstracto de la segunda mitad del siglo
pasado. En su día un acuerdo entre la Diputación de Granada y la familia “permitió
el préstamo de una importante colección de sesenta pinturas, así como el archivo y
la biblioteca personales del artista a la ciudad de Granada, sin compensación
económica alguna y por un periodo determinado de tiempo”, según recoge la web
del
Comité
Internacional
Contemporáneo.
La
del
pretensión
ICOM
del
para
Museos
organismo
y
Colecciones
provincial
de
de
Arte
incorporar
la
mencionada obra en una futura Fundación Granadina de Arte Contemporáneo, ha
originado el conflicto con los hijos del artista que consideran que la obra de su
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padre “quedaría diluida en una ambigua entidad, de intenciones y futuro incierto”,
que según recoge la citada web, podría originar la clausura.
Días antes, en la edición madrileña de El País (19-11-2010), se comentaba que “las
deudas del Consistorio ahogan a las pymes de actividades culturales”, señalando
que el Ayuntamiento de Madrid “asfixia a decenas de promotoras de eventos y
espectáculos que trabajan en la capital”, indicando que según la Asociación de
Representantes Técnicos del Espectáculo (ARTE), que representa a la mayor parte
de organizadores de fiestas y conciertos de nuestro país, solo la deuda del gobierno
de Ruiz Gallardón asciende a más de diez millones de euros, mencionando
igualmente que solamente entre cinco empresas, de nueve consultadas, la deuda
del Consistorio madrileño asciende a casi cinco millones y medio de euros.
Diferentes maneras de entender la gestión y la crisis, parecen poner de manifiesto
que la cultura y los trabajadores relacionados con ella vamos a ser algunos de los
más perjudicados por la actual situación económica. Pocos parecen interesados en
proteger un sector que genera un 7% del PIB mundial, con un crecimiento estimado
en un 10% anual, que aporta a nuestro WAB (Valor Añadido Bruto) el 3% del total
nacional, ascendiendo al 3,8% si se considera el conjunto de actividades
económicas vinculadas a la propiedad intelectual, estando por encima de lo
contribuido por agricultura, ganadería y pesca, el 2,6%, o la energía con el 2,7%.
Significativas son nuestras exportaciones de bienes culturales que ascendieron en
2009 a 835,5 millones de euros, destacando de manera especial el comportamiento
de libros y prensa.
En contraposición a lo manifestado por algunos dirigentes políticos y medios de
comunicación de ser un sector sustentado en ayudas públicas, los datos indican lo
contrario. El gasto líquido en cultura por la Administración General de Estado en
2008, se sitúo en 1.075 millones de euros (0,10% del total), 2.219 millones
(0,20%) invirtieron las Comunidades Autónomas y un 0,36%, 3.907 millones, la
administración local. Un país cuya mejor imagen en el exterior la
aportan
creadores, escritores, pintores, artistas, cineastas, músicos… y deportistas, que
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cuenta con un patrimonio histórico artístico excepcional, reclamo para millones de
turistas, que tiene en su diversidad cultural y lingüística uno de sus mayores
atractivos y por lo tanto con capacidad de generar importantes recursos, invierte
cantidades mínimas en creación, producción, investigación, innovación, promoción y
difusión cultural. No existe una política de estado que entienda la riqueza económica
y de empleo que supone apostar por ello. Para las industrias culturales de carácter
supranacional, relacionadas con el ocio, el entretenimiento y la comunicación, esto
es más que evidente desde hace años, conscientes de ser uno los sectores con
mayor crecimiento a nivel mundial.
En nuestro país los técnicos institucionales que trabajan en estas áreas han asumido
los ajustes presupuestarios para 2011, que en algunos casos se recortan en un 40
por ciento. T eniendo en cuenta que una buena parte de los mismos se dedican a
gastos corrientes (nóminas, mantenimientos…) ¿Cuánto quedará realmente para
producir y difundir cultura al margen de las grandes industrias del entretenimiento y
el ocio, con identidad propia, creando marca e imagen de país? No se sabe, pero la
incertidumbre aumenta, y frente a actitudes claramente pesimistas, se abren otras
que plantean una reinvención que apueste por la transformación, la innovación y la
proyección internacional.
El pasado 18 de noviembre el Ministerio de Cultura dio a conocer el Anuario de
Estadísticas
culturales
2010
(www.mcu.es/estadisticas/MC/NAEC/2010/IndiceEstadisticas2010.html). Según la
Cuenta Satélite de Cultura que proporciona información sobre la cultura y las
actividades relacionadas con la propiedad intelectual, analizando el impacto de la
actividad cultural en el PIB y en el VAB, los empleados en el sector de la cultura en
2009 ascendían a 544.800 –en el año 2000 eran 397.600 personas– lo que supone
un 2,9% del empleo nacional, representando el 3,1% del total de empresas
recogidas en el Directorio Central de Empresas elaborado por el Instituto Nacional
de Estadística (INE). El empleo cayó en el sector un 5,8% mientras en el conjunto
de todas las actividades lo hizo en un 7,2%, es decir casi un punto y medio menos.
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A pesar de la crisis, en el año 2009 había registradas 102.945 empresas culturales,
433 más que el año anterior . El grado de formación de sus empleados es más
elevado que el de otros sectores; el 3,7% tiene educación primaria, el 39,2
secundaria y 57,2 superior o equivalente. Se puede decir que es un sector bien
cualificado con unas particularidades que lo convierten, además de por su actividad,
en singular .
Está constituido por microempresas, colectivos, asociaciones de autoempleo,
microestructuras y trabajadores autónomos en un porcentaje mucho más elevado
que en otros sectores económicos. Aunque la cualificación en general es buena, en
la actividad cotidiana relacionada con la gestión cultural la autoformación es lo que
impera. No existe un marco educativo regulado, coherente y conjunto. T ema más
que complejo como se puso de manifiesto en los primeros intentos de intentar
enfocarlo/regularlo/evidenciarlo, por parte de la UNED en los años ochenta o por
alguna comisión interministerial creada durante los primeros gobiernos de Felipe
González. En un sector donde debe primar , por su singularidad evolutiva, la
formación continua, se parte de la realidad de que cada trabajador tiene que
autoformarse en función de unos intereses profesionales concretos, sin tener
muchas veces una visión conjunta de todo lo relacionado con su quehacer . Aunque
en los últimos años han proliferado másteres en gestión cultural, algunos de ellos
excelentes, uno de sus grandes hándicap es que están basados en planteamientos
teóricos poco efectivos para la actividad cotidiana. En buena parte debido a que
legalmente los mismos tienen que ser impartidos por un número determinado de
docentes de la universidad correspondiente, que evidentemente desconocen las
necesidades de la tarea diaria. La escasa experiencia en este campo, la falta de
programas I+D específicos de líneas de investigación autónomas, unido a las
escasas publicaciones y ediciones propias, trae consigo la importación de modelos
formativos sin profundizar ni desarrollar uno propio, que tenga más que ver con
nuestra realidad y proyección internacional, especialmente con América Latina, el
Mediterráneo y el Magreb. En muchos de ellos no se tienen en cuenta los nuevos y
cambiantes contextos en los que se desarrolla la gestión cultural diaria:
cooperación, intercambios, migraciones, diversidad, género, autoproducciones,
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espacios de creación colectiva, autogestión, territorios y metrópolis, culturas y
licencias libres, trabajo en Red, pensamiento crítico, autoediciones, distribución
alternativa, copyleft… enfocando la mayoría de la docencia a reproducir y justificar
la cultura como recurso y no como derecho, encaminada a perpetuar un modelo
economicista que solo entiende la creatividad como generadora de beneficios
económicos, como mero negocio. Los mapeos e interconectividades colectivas que
puedan permitir el desarrollo de políticas participativas son inexistentes, así como el
fomento de la buena gobernanza, las buenas prácticas, la renovación pedagógica e
ideológica.
Esta visión económica arropada bajo paraguas diversos como “economía creativa” ,
“ciudades creativas” , “economía del arte” … ha traído consigo que poco a poco los
estados se vayan desentendiendo de sus responsabilidades culturales, dejándolas a
expensas de las reglas de un mercado global, sin identidad, ideologizado y
comprometido con un modelo único y excluyente. Se ha pasado de las políticas
activas en los ochenta, a otras más pasivas que en nuestro caso se agudiza al estar
traspasadas las competencias a las comunidades autónomas, primando un evidente
localismo que impide una visión conjunta, una política global, común y diversa a la
vez, y una difusión acorde con su relevancia. Se ha consolidado un discurso políticocultural que enfatiza que el único modelo cultural viable es el que está encaminado
a propiciar el desarrollo económico.
No se trata de excluir a nadie, sino de que modelos diferentes converjan en una
política común, global, de estado. Nuestras industrias culturales han mostrado su
competitividad internacional. La gestión autónoma, independiente e innovadora ha
permitido que seamos identificados por sectores muy dinámicos y diversos en todo
el mundo. Su conjunción debería permitir una mayor visualización de país. La
productividad cultural, según diferentes estudios, está por encima de la de otros
sectores. En momentos en los que se propicia un cambio de modelo económico,
dejar al margen la cultura sería un error lamentable, de consecuencias irreparables.
La diversidad cultural, la biodiversidad y la cooperación cultural deben formar parte
del diseño de futuro.
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Las industrias culturales al ser tratadas como tales tienen espacios y territorios
donde expresarse, consiguiendo ser escuchadas, valoradas, reconocidas y apoyadas
por
las
diferentes
instancias
gubernamentales.
El
sector
creativo
y
el
emprendimiento cultural también tienen que tener un lugar propio diferenciado,
impulsado y dinamizado de manera autónoma, que tenga presente el contexto
político y económico que vivimos, basando su actividad en principios de igualdad,
respeto, beneficio colectivo y responsabilidad compartida, sin que su labor tenga
que ser evaluada y analizada con los mismos baremos por el que deben hacerlo las
grandes industrias del ocio y el entretenimiento.
El estado debe tener un papel activo para erradicar la incertidumbre y que ésta deje
de ser la constante del sector , teniendo en cuenta su singularidad y complejidad,
posibilitando el acceso a créditos, a una financiación acorde con lo que representa,
contribuyendo a combatir la precariedad laboral fruto de unos flujos de trabajo
cambiantes, propiciando la formación continua, el intercambio de conocimiento, el
accesos a las nuevas tecnologías, al trabajo en Red y el desarrollo de una
proyección internacional coherente, dinamizadora y plural.
En resumen, es imprescindible una política de estado que comprenda que la cultura
no debe ser solo generadora de recursos económicos, sino que se entienda como un
derecho
reconocido en
nuestra
Constitución
para
el disfrute, formación
y
participación de todos los ciudadanos.
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