Cuidado con lo que consumimos

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Cuidado con lo que consumimos
Irene Wais*
Es llamativo que muchos aspectos que deberíamos tener en cuenta a diario no sean
siquiera mencionados en los numerosos textos actuales acerca de la ecología de la
contaminación ambiental. A veces por falta de conocimiento o por desinformación, nos
exponemos en forma indiscriminada a algunos contaminantes que ingresan a nuestro
organismo –y al de muchos otros seres vivos- sin medir las consecuencias. Estas pueden
detectarse a corto, mediano o largo plazo. Seguramente no es casual que en las últimas
décadas el número de casos de cáncer y otras enfermedades graves se haya incrementado
como producto de modificaciones ambientales que nosotros mismos generamos y a las que
estamos expuestos a diario.
Si hablamos de nuestros alimentos, recordemos que estos también forman parte del
ambiente humano. Sin su suministro la subsistencia del hombre no sería posible. Existe un
universo de aditivos de diferente composición química, cuyo único rasgo en común es la
presencia de la terminación “antes” en su denominación. Así, los conservantes y antioxidantes
se utilizan para asegurar una buena preservación de los alimentos, los colorantes,
aromatizantes, saborizantes y acidificantes se emplean como modificadores organolépticos; los
estabilizantes, espesantes, emulsionantes, aligerantes y gelificantes para garantizar la
consistencia que se quiere lograr, o los antiespumantes, clarificantes, filtrantes, floculantes y
madurantes como coadyuvantes tecnológicos casi de rutina.
En el caso en el que los papeles y los cartones que se utilizan para envasar alimentos
hayan estado blanqueados con cloro, si el producto que contienen posee algún tipo de aceite o
grasa, puede disolver pequeñas cantidades de ese elemento y eventualmente formarse
dioxina, un poderoso veneno aún en minúsculas dosis. Es por esa razón que el proceso de
blanqueado con cloro, mas barato que otros métodos, se ha debido modificar –con una fuerte y
estricta normativa mediante- en los países desarrollados. Pero en muchas naciones de
América Latina aún persiste la duda del método de blanqueado empleado. Por esa razón, es
preferible utilizar papel oscuro tipo “madera” en vez de por ejemplo las blancas blondas que
resaltan la base de tortas elaboradas con manteca, yemas de huevo u otros ingredientes
grasos. O exigir cajas de “comida para llevar” tipo pizzas, que contienen también lípidos, con el
interior no blanqueado. Por la misma causa, no es conveniente extraer el exceso de aceites en
las frituras con papel blanco para escurrirlas.
Otro ejemplo es el envasado de ciertos productos en algunos tipos de plástico que
eventualmente alteran la calidad del contenido. A veces, polímeros como el PVC retienen en su
matriz subproductos de la fabricación del envase que pueden resultar cancerígenos y
teratógenicos, según lo que se coloque en ellos. Estos subproductos pueden “migrar” al
contenido en mayor o menor grado de acuerdo con la composición química del mismo. La
alternativa es volver a utilizar el vidrio, aunque a veces no resulte tan práctico o barato.
En otros casos, la vieja costumbre de cocinar en cacerolas y ollas de aluminio puede
resultar perjudicial a la hora de hacer una compota o conservar su jugo en el mismo recipiente,
ya que los ácidos de la fruta disuelven a veces pequeñas cantidades del interior de la vajilla de
aquel metal, dañinas para la salud.
Los productos de limpieza son, también, en muchos casos muy contaminantes. Ceras
artificiales, pomadas para cueros, lustramuebles y pisos son algunos de los productos que
contienen compuestos muy tóxicos, como los fenoles. Además, la costumbre de mezclar
líquidos limpiadores puede producir vapores tóxicos, como cuando se echa detergente
conjuntamente con lavandina en un recipiente para “limpiar mejor”.
Por otro lado, si tenemos en cuenta los artículos de bricolage y productos para
desarrollar algunos hobbies, nos encontramos con una cantidad de compuestos orgánicos
volátiles tóxicos en mayor o menor grado. Estos están contenidos en solventes limpiadores,
pinturas y tinta, pegamentos de contacto y otros adhesivos, materiales de impresión, ceras,
“protectores” contra hongos e insectos, de tejidos y de madera balsa, terciada o aglomerados.
demás de los compuestos orgánicos volátiles, esta batería de productos se suele
acompañar de un arsenal de metales pesados y otros elementos dañinos para los seres vivos,
tales como el plomo, el zinc, el cobre, el arsénico, el cromo, el cobalto, el mercurio o el cadmio.
Es común que se adicionen alguno de ellos a las pinturas, por ejemplo, para asegurar una
menor fotosensibilidad y por lo tanto mas perdurabilidad de los colores.
Otros contaminantes domésticos son de muy variada procedencia con incidencia sobre
la salud y el ambiente de acuerdo con su diversa índole.
En los últimos años se han editado centenares de libros sobre ecología. Sin embargo
pocos intentan hacer tomar conciencia de la cantidad de elementos y compuestos nocivos que
contienen muchos de los productos que consumimos a diario y dar consejos prácticos para
reemplazarlos o evitarlos. Estas publicaciones deberían pretender sencillamente que niños,
adolescentes y adultos cambien sus hábitos de consumo en pos de un planeta mas limpio, un
cuerpo mas sano y una mejor calidad de vida.-
* Directora del Centro de Divulgación Científica y Tecnológica del Museo Argentino de Ciencias
Naturales “Bernardino Rivadavia”
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