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Las perplejidades fecundas
CÉSAR PÉREZ GRACIA *
C
ada vez que visitaba a don Julián Marías en su casa de
Vallehermoso, con su peculiar fondo de torreones de
libros sobre el suelo, sillones y mesas, tras los saludos
afables y su inmediata disponibilidad para conversar con
los amigos, no tardaba en inquirir, con brío repentino, por
mis trabajos en curso: “¿Qué hace ahora, qué está
escribiendo?” En este sentido, en ese paso de la
cordialidad afable inicial, a las vueltas de tuerca de la
exigencia intelectual, don Julián era peor que un dolor de muelas. De hecho,
ahora que ya no hay forma de visitarlo y charlar con él, de consultarle algo por
teléfono, su ejemplo de autoexigencia, de honestidad intelectual, de decoro y
pulcritud vital, cuesta hacerse a la idea de su ausencia, y constatar una y otra
vez, que ya no está físicamente ahí, con su voz y su temple de eterno profesor
disponible para disipar dudas. Por fortuna, tenemos sus libros, pero en su caso,
ahora lo sabemos, lo importante era la persona, la calidez y calidad personal, la
mirada atenta, escrutadora —como de Maigret en Chamberí—, la holgura
teórica, la claridad de pensamiento, la pasmosa memoria, la sensación de que
su inmensa biblioteca no había mermado un ápice su apetito coloquial, sus
ganas de hablar, el gran lujo del español de verdad, hablar por los codos. Pues
bien, ahora sabemos lo que significa haberlo perdido. Un gran amigo, que
además era el único ensayista capaz de emular la magnitud de Ortega, pero
eso apenas cuenta ahora, en esta coyuntura. Lo que quizá aflora más es la
sensación de haber perdido, de súbito, un fulminante espejo crítico, si vale la
torpe metáfora. Seamos con nuestras vidas como arqueros que tienen un
blanco. Este aforismo de Aristóteles fue el lema favorito de Ortega y también el
de don Julián. Con la salvedad de que ese blanco aristotélico, esa diana, es
menester que sea elegida con absoluta libertad. Un blanco sucesivo y
mudadizo, múltiple, como un abanico panorámico en el que cada varilla es una
trayectoria feliz o truncada. El haz de proyectos es dramático, los menos salen
adelante, los más se estrellan contra la adversidad. Esa pelea con el tiempo,
ese pulso con las horas contadas —todas hieren, la última mata— es la
*
Escritor.
entraña palpitante de cada vida. Aquí va un pequeño esbozo de ensayo
dieciochesco, un siglo que le encantaba explorar al profesor Marías. Conocer al
conde de Montemar significa completar o conocer mejor la España posible de
Carlos III. En su España inteligible hay un capítulo sobre la desorientación
creadora de los naufragios históricos, una de esas paradojas orteguianobarojianas que intentan capturar la infinita pululación humana de las ciudades
sesteantes o románticas españolas, pasivas, varadas en la siesta narcisista de
los siglos. Vamos en la nube viajera de la historia como gotas de lluvia. Todo
amenaza con irse a pique y como en el mito del alción, que tanto le gustaba a
don Julián, siempre es posible un islote de sosiego para cavilar y saber a qué
atenerse. En mi caso, conocer mejor el pasado de Zaragoza, la estela de
Montemar en Nápoles, es una forma de conocer mi estupefacto y desangelado
presente.
La España napolitana del conde de Montemar. Biografía sumaria.
1671. Nace en Sevilla el 18 de abril, Joseph Carrillo de Albornoz y Montiel, hijo
del primer conde de Montemar, Francisco (1637-80?), almirante de Carlos II. El
gran almirante de ese siglo es el holandés Ruyter, que murió en Siracusa, al
servicio de España.
1700. Montemar casado con Francisca Antich (1680), señorío de Llorens, en
Lérida.
1711. Corregidor de Zaragoza, cuando fue corte de Felipe V durante casi un
año. Epoca de Macanaz y su paseo-arboleda en el Ebro. Macanaz fue
secretario del virrey Gormaz en 1705 cuando hubo una revuelta antiborbónica
en el Portillo. El archiduque Carlos de Austria se había proclamado rey en La
Seo en 1706, durante la Guerra de Sucesión.
1712. Se representa la ópera de Martínez de la Roca Desagravios de Troya en
la residencia de Montemar en Zaragoza, cuando era corregidor o alcalde tras la
Guerra de Sucesión. Hay un libro del evento, por ser la primera ópera
española. Martínez era organista del Pilar. El Palacio Zaporta fue la residencia
favorita de los corregidores borbónicos.
1724. Nace en Barbastro Antonio Ricardos Carrillo de Albornoz, nieto de
Montemar. Futuro general victorioso en el Rosellón en 1793, batalla de Truilles,
cuando lo retrata Goya como vencedor de los jacobinos.
1730-32. Expedición infructuosa a Orán.
1734. Felipe V y su ministro Patiño le ponen al frente de la expedición a Italia,
cuyo objetivo era reconquistar Nápoles para la Corona de España.
Nápoles estaba en poder de Austria, al igual que Venecia y el Milanesado. El
25 de mayo Montemar vence a los austriacos, dirigidos por el mariscal Visconti,
en la batalla de Bari-Bitonto, y el infante Carlos se convierte en rey de Nápoles.
Vico y Pergolesi forman parte de la corte. Scarlatti —el gran rival de Haendel y
Bach— ya está en Madrid desde 1729. Montemar se convierte en virrey de
Sicilia y recibe el título de duque de Bitonto y el toisón de oro. Nápoles era en el
siglo XVIII el puerto mayor de Europa y la ciudad de mayor población. Londres
duplica su población en tiempo de Dickens.
1735. Torres Villarroel publica la Conquista de Nápoles, poema épico dedicado
a Carlos de Borbón como rey de Nápoles y a su madre Isabel de Farnesio, y en
el que Montemar es el Marte Andaluz, el Grande Montemar. Villarroel como
cronista de Indias en Italia. Libro editado en Madrid, Imprenta Real de la calle
Génova, 1735, comprado por mí en una librería anticuaria de Zaragoza. A dos
pasos de la sacristía de San Gil, suerte de salón masónico en el corazón
dieciochesco de la ciudad.
Selección de versos de Torres Villarroel, en el poema épico La Conquista de
Nápoles, 1735. 231 octavas reales. El ojo lírico para captar la belleza de los
caballos es excepcional. Su estilo deriva de nuestros clásicos —Góngora,
Lope— y acaso anticipa el de los románticos —Espronceda, Zorrilla—. Un
verso evoca la Guerra de Sucesión en Almansa, Brihuega y Zaragoza. El
general conde de Montemar es el protagonista épico del poema, es el Marte
Andaluz, nada menos:
“Marte Andaluz ( Montemar )
Comandante de un Mundo en la campaña,
Con solo poca gente de la España:
El grande Montemar; ya he dicho cuanto
Da al Mar asombro, y a la tierra espanto:
El Grande Montemar
De Nápoles salió exhalando guerra,
Atropellando sierpes de Neptuno
Vuelve a Gaeta el Andaluz brioso”.
1737-41. Montemar es ministro de la Guerra con Felipe V. Sucede a Patiño y
le sucederá Ensenada. Se crea el Almirantazgo dirigido por Ensenada. Jorge
Juan viaja a Londres y anhela emular la Armada inglesa, fundada por Blake,
almirante de Cromwell. Campaña del Milanesado con Gages y Mina, para
colocar al infante Felipe en Milán. Fiasco. Caída de Montemar por el ministro
Campillo. Destierro a Zaragoza.
1737. Ignacio Luzán publica su Poética en Zaragoza. Discípulo de Vico en
Nápoles y secretario de Carvajal en París. Lector de Tassoni, poeta épico-bufo,
secretario a su vez del cardenal Colonna, cuando fue virrey “cervantino” en
Zaragoza. Cervantes dedica su Galatea a Colonna. Luzán como eslabón
dieciochesco de la vinculación histórica entre Nápoles y Zaragoza.
1742. Cuaresma en La Seo. Libro editado por Magdalena Carrillo de Albornoz
(1707-86) hija de Montemar, condesa de Valhermoso. Casada en 1729 con
Valhermoso, José Dávila.
1746. Nace Goya en Fuendetodos, feudo de los Pignatelli, condes de Fuentes,
mecenas del viaje a Italia del pintor.
1747. Muerte de Montemar en Zaragoza. Carlos III y el conde de Aranda en
1759 deciden levantar un mausoleo para Montemar en el Pilar de Zaragoza.
Capilla de San Joaquín, bajo la cúpula de Goya pintada en 1781. Su hijo Diego
es coronel y Secretario Mayor de la Mar del Sur en 1747, digamos almirante del
Pacífico contra la armada inglesa durante la campaña de 1740, cuando su
padre es ministro de la Guerra. Un libro publicado ese año cuenta sus méritos.
Su segundo apellido Esquivel Guzmán, indica que Montemar hizo un segundo
matrimonio.
1760. Baretti viaja por España y nos cuenta en su libro Viaje de Londres a
Génova, editado por Reino de Redonda, 2005, cómo el marques de La Mina
construye la Barceloneta o el conde de Gages remoza los caminos de Navarra.
Ambos fueron hombres de Montemar en Nápoles, y Villarroel los cita en su
poema. Gages tiene panteón en la catedral de Pamplona, similar al de
Montemar en el Pilar.
1765. Ventura Rodríguez culmina su tempietto del Pilar, el mejor salón de
música de cámara a lo divino, digno de Scarlatti, el padre Soler o Boccherini.
1781. Goya pinta la cúpula del Pilar, justo sobre la capilla panteón del conde de
Montemar.
1793. Goya retrata al general Ricardos, nieto de Montemar. Cuadro en el
Museo del Prado, junto al retrato ecuestre de Palafox. Existe un retrato
dieciochesco de Montemar en la Biblioteca Colombina de Sevilla, donde
aparece con peluca blanca a lo Casanova, con casaca dorada y luciendo el
toisón de oro concedido por Felipe V, tras su victoria de Bari-Bitonto. Gracias a
él hay una estatua de Carlos III, obra de Cánova, en la enorme plaza del
Plebiscito de Nápoles.
1963. Visconti estrena El Gatopardo, sobre la novela de Lampedusa. En la
novela se evoca la batalla de Bari-Bitonto, ganada por Montemar, como origen
de la presencia de los Borbones en las Dos Sicilias, es decir, los reinos de
Nápoles y Sicilia. El propio Visconti desciende del mariscal Visconti, vencido
por el conde de Montemar.
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