Los usos de la prestación ... económico y social

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Los usos de la prestación económica de la dependencia en el actual contexto
económico y social
GT 12: Sociología del Género.
Autores:
José Ángel Martínez López. Departamento de Sociología y Trabajo Social. Facultad
de Economía y Empresa. Universidad de Murcia. Campus de Espinardo. Código Postal:
30.100 Murcia Teléfono: 868889262. E-mail: [email protected].
María Dolores Frutos Balibrea. Departamento de Sociología y Trabajo Social.
Facultad de Economía y Empresa. Universidad de Murcia. Campus de Espinardo.
Código Postal: 30.100 Murcia. Teléfono: 868884088. E-mail: [email protected].
Juan Carlos Solano Lucas. Departamento de Sociología y Trabajo Social. Facultad de
Economía y Empresa. Universidad de Murcia. Campus de Espinardo. Código Postal:
30.100 Murcia Teléfono: 868887956. Email: [email protected].
Resumen
La ley de promoción de la autonomía personal y atención a las personas en situación de
dependencia ha supuesto un importante progreso en materia de protección social en
España. Esta innovadora norma jurídica reconoce los cuidados en el entorno familiar al
monetarizar las atenciones que se prestan en el ámbito privado, realizadas
mayoritariamente por mujeres.
En el actual contexto económico y social, caracterizado por una prolongación de la
crisis económica que mantiene unos altos niveles de desempleo y de empobrecimiento
de los hogares, resulta llamativo observar el gran peso que tiene sobre el conjunto de las
prestaciones económicas y servicios del catálogo de la dependencia, la denominada
prestación económica de cuidados en el entorno familiar y apoyo a cuidadores no
profesionales.
A su vez, el reparto en las familias de los roles y funciones de género según el modelo
patriarcal, el mantenimiento del modelo hombre ganapán, el coste de oportunidad para
las cuidadoras, la brecha de género en relación a los cuidados, etc., plantea una reflexión
1
sobre las condiciones de vida de las cuidadoras como agente proveedor de cuidados,
especialmente de aquéllas cuya prestación económica constituye su único ingreso. Esta
apreciación orienta la indagación sobre los determinantes de esta elección, tanto por
parte de los titulares del derecho como de sus cuidadoras, así como el uso que las
familias más desfavorecidas dan a esta prestación.
Del lado empírico, estamos realizando un estudio el municipio de Murcia, desde un
pluralismo metodológico, donde abordamos los usos que realizan las cuidadoras de la
prestación económica. Como avance de los resultados de investigación, constatamos
que el contexto socioeconómico está imponiendo el uso de la prestación con otra
finalidad distinta a la finalidad inicial de la ley, ya que de hecho está actuando como una
renta mínima o ingreso garantizado, destinándose a la cobertura de necesidades básicas
en aquellas cuidadoras que se encuentran en dificultad económica.
Por ello, consideramos que si bien la estrategia de las cuidadoras de prestar las
atenciones puede ayudarlas a cubrir sus necesidades básicas, favorece y refuerza el
desarrollo de actividades asociadas al trabajo reproductivo y privado en el ámbito
familiar, el modelo ‘hombre ganapán’ y la tradicional división sexual del trabajo
arraigada en el sistema patriarcal, genera procesos de confinamiento de las mujeres en
los hogares al excluirlas del mercado laboral y de los derechos que pudiesen generar.
Palabras clave: Prestación, Dependencia, cuidadores, pobreza.
2
1. Introducción
La Ley de promoción de la autonomía personal y atención a las personas en
dependencia (en adelante, Ley de Dependencia) fue aprobada en el año 2006 y
configura el primer derecho subjetivo en materia de servicios sociales. Esta norma
supone una respuesta a las demandas sociales propias de las sociedades postmodernas,
reconoce el papel de las personas cuidadoras y favorece la equidad en las relaciones
retributivo/caritativo en los espacios publico/privado entre hombres y mujeres. Sin
embargo, las restricciones presupuestarias iniciadas en el año 2010, y especialmente en
2012, han transformado el sistema de protección a la dependencia en algo muy distinto
al previsto.
En el actual contexto económico y social, resulta llamativo observar el gran peso que
tiene sobre el conjunto de las prestaciones económicas y servicios la denominada
prestación económica de cuidados en el entorno familiar y apoyo a cuidadores no
profesionales (en adelante, prestación económica de la dependencia). Por ello, nos
planteamos la hipótesis de si la prestación económica de la dependencia puede estar
actuando como una renta básica de la cual dependen las familias más desfavorecidas
para poder cubrir sus necesidades básicas.
Para poder responder a esta pregunta hay que considerar otros factores explicativos en
el análisis social como son: la configuración del Estado de Bienestar, la consideración
del derecho a recibir cuidados, el modelo de hombre ganapán1, la desigualdad de
género en las distintas dimensiones sociales, el distinto papel de los agentes que
proveen los cuidados (Estado, mercado y familia), el envejecimiento de la población,
etc.
Los datos empíricos de esta investigación están referidos al municipio de Murcia y están
centrados en conocer las condiciones de vida de las personas cuidadoras y los
determinantes que influyen en la solicitud de la prestación económica de la
dependencia, así como los usos que realizan de la misma.
2. Justificación metodológica
1
Traducción del concepto male breadwinner, utilizado en la literatura anglosajona para reflejar las
distintas atribuciones entre hombres y mujeres en los espacios público/retributivo y privado/solidario,
respectivamente.
3
Las razones que justifican la elección de este municipio son el elevado número de
prestaciones de dependencia concedidas y el incremento de las situaciones de pobreza y
desigualdad dentro del contexto nacional. Por tanto, se trata de un estudio de caso cuyos
resultados no son extrapolables al conjunto del territorio español.
La investigación se ha realizado desde un pluralismo metodológico teniendo en
consideración el universo de cuidadoras que percibían la prestación económica de la
dependencia a 1 junio de 2014. En dicha fecha se habían reconocido en el municipio de
Murcia 5.967 prestaciones, lo que suponía un 57,74% del total en este territorio.
Desde una perspectiva cuantitativa se han realizado 256 encuestas a cuidadores y
cuidadoras a través de un diseño probabilístico aleatorio simple con nivel de confianza
del 95% y un margen de error del ± 6. Desde una vertiente cualitativa, se realizaron 10
entrevistas semiestructuradas, 5 a responsables/testigos privilegiados de las situaciones
de pobreza y exclusión social, y otras 5 a cuidadores.2
3. Los cuidados de larga duración
Actualmente asistimos a un proceso de cambios en la estructura poblacional de los
países más desarrollados que está influyendo en las presiones de atenciones de las
necesidades de cuidados de larga duración (en adelante, CLD) de las personas que no
pueden valerse por sí mismas por casusas de edad, discapacidad o enfermedad. La Ley
de Dependencia trata de dar respuesta a estas demandas configurando un sistema propio
de protección social de acuerdo al mandato constitucional de hacer efectiva la igualdad
entre individuos (art. 9.2), así como la protección a las personas con discapacidad y
mayores (art. 49 y 50).
Sin embargo, este avance legislativo en materia de CLD presenta un carácter singular ya
que la ley no ha podido implantarse en los términos en los que fue aprobada a
consecuencia de las reformas restrictivas en la ley. El eje sobre el que se han articulado
los recortes sociales en el conjunto de sistemas de protección social ha sido el Real
Decreto Ley 20/2012. Los más destacados en materia de dependencia han sido:
2
Testigos privilegiados: 2 técnicos responsables de la Administración, 2 técnicos encargados de la
tramitación de las prestaciones y 1 responsable de una entidad del tercer sector.
Cuidadores: 4 mujeres (una persona ocupada y otra desempleada menores de 50 años y una persona
inactiva y otra con contrato fijo discontinuo mayores de 50 años) y 1 varón.
4
modificación de la clasificación de las situaciones de dependencia (estableciendo
únicamente tres grados a través de la eliminación de los niveles entre éstos); regulación
de un régimen de incompatiblidades entre prestaciones económicas y servicios de
carácter maximalista (con unas posibilidades muy reducidas de compatibilidad),
reducción de horas de atención en los servicios; aprobación de un plazo de suspensión
de dos años para la percepción de las prestaciones económicas de la dependencia;
aumento del número de años para la implantación total del calendario a todos los
grados; disminución de las cantidades económicas de las prestaciones; y extinción del
Convenio Especial de la Seguridad Social para los cuidadores no profesionales en los
términos en los que fue creado.
De esta manera, la actual crisis financiera y las políticas de consolidación fiscal, con sus
efectos de recorte en el gasto público social, ponen al descubierto la debilidad y
ambivalencia de las políticas de CLD (Rodríguez y Marbán, 2013:240). Por un lado, se
reconoce la necesidad de prestar servicios relacionados con los CLD y, por otro, se
realizan ajustes financieros que limitan esa capacidad.
Los cambios en la ley han supuesto un paso atrás en la consolidación de un nuevo
modelo de protección social, propiciando el reforzamiento del viejo modelo familiarista
y poniendo en cuestión el reconocimiento del derecho subjetivo legitimado en 2006.
Además, oculta una discriminación, puesto que no es la familia, sino las mujeres
quienes se encargan de prestar las atenciones. Este fenómeno fue tratado por EspingAndersen en un enfoque inicial sobre los Estados de Bienestar sin tener en
consideración la lógica de la desigualdad de género. En efecto, cuando este autor
distinguió los tres Estados de Bienestar (1993) obvia el papel y producción de la mujer
en el trabajo familiar no remunerado necesario para la estabilidad familiar.
Nuestro país parte de una escasa tradición de responsabilidad pública ante situaciones
de necesidad. Por ello, debido a esta menor implicación del Estado en materia de
protección social, las familias han actuado y actúan como proveedoras del bienestar
social. La tradicional solidaridad intrafamiliar del arco mediterráneo, que representa un
modelo de protección social denominado Familista (Esping-Andersen, 2000), ha
permitido cubrir las necesidades de los colectivos que se hallaban en situaciones de
dificultad y vulnerabilidad social. Sin embargo, no debe entenderse que las familias
asuman esas responsabilidades y que por ello releguen la responsabilidad del Estado a
5
un segundo plano. Lo que ocurre es más bien lo contrario: en la medida en que las
necesidades no son cubiertas por quienes tienen la competencia pública de hacerlo (el
Estado), las familias se ven obligadas a asumir la responsabilidad de dar respuesta a las
situaciones de necesidad, sustituyendo al Estado.
Fraser y Gordon, a partir de los conceptos de ciudadanía desarrollados por Marshall,
sostuvieron que la ciudadanía civil se sustentaba en lo masculino, mientras que la
ciudadanía social en lo femenino (Fraser y Gordon, 1992); lo que manifiesta un sesgo
discriminatorio entre hombres y mujeres. Desarrollar una actividad dentro del mercado
laboral, visible y retribuida, dotó de la posibilidad de acceder a la ciudadanía civil. En el
primer análisis de Esping-Andersen no se recogían dimensiones relevantes para
entender los modelos de bienestar con una perspectiva de género, como son los
principios de mantenimiento y cuidados (Sainsbury,1994:167). No obstante, es
reseñable que estos elementos fueron incorporados más tarde por Esping-Andersen en
su obra Fundamentos sociales de las economías postindustriales (2000).
Tradicionalmente en los países del centro y sur de Europa, “los cuidados se han
entendido como parte de la esfera privada y no como un derecho social. Así, en los
países mediterráneos los cuidados son atendidos de forma privada en la familia a través
de las mujeres” (Daly y Lewis, 2000:289). Pero como señalan Pascall y Lewis
(2004:390),” si los ciudadanos tienen responsabilidad del cuidado de los dependientes
así como del trabajo remunerado, necesitan derechos para mantener los cuidados. Estos
derechos se han logrado en algunos países (norte de Europa) a través de políticas
redistributivas que contrarrestan la discriminación de género en el empleo y apoyan el
trabajo de cuidados por parte del Estado”. En este sentido, existe un importante
hándicap para conciliar la vida laboral y familiar por parte de las mujeres y con ello
eliminar los roles familiares sustentados en las funciones productivas y reproductivas.
Por ello, “se sigue atribuyendo a las mujeres las responsabilidades de atención como
consecuencia de la dificultad de organizar el tiempo de trabajo en el mercado y el
tiempo de cuidado y de atención a las personas al no haber habido una respuesta social
ni de los hombres, ni por parte de las instituciones, para que las tareas del cuidado
dejaran de ser asunto de las mujeres solamente” (Frutos, 2012:182).
A pesar de ello, respecto a las prestaciones económicas existe un debate sobre el papel
que tienen en la definición de roles más igualitarios entre mujeres y hombres, por el
6
confinamiento que puede producir en las mujeres cuidadoras, si no van acompañadas de
otras medidas que posibiliten la compatibilidad con los servicios de proximidad (centros
de día, servicios de ayuda a domicilio). Si bien, “en las sociedades postmodernas los
poderes públicos han incluido en su agenda política medidas que propician y hacen
avanzar esta igualdad de género, como la participación de las mujeres en el mercado de
trabajo en equidad con los varones” (Lewis, 2006:432), sigue sin resolverse el conflicto
entre el trabajo remunerado y el del cuidado a la familia, puesto que son las mujeres
mayoritariamente quienes realizan estas actividades y este hecho está muy relacionado
con la flexibilidad existente en el mercado laboral, como son los contratos a tiempo
parcial, considerados ideales para que las mujeres lleven a cabo una doble o incluso
triple jornada. “La doble presencia se piensa solo como una situación propia de las
mujeres madres, vinculada al cuidado de las criaturas, y se olvida que perdura a lo largo
de todo el ciclo de la vida y que, lejos de desaparecer, aumenta, tal como en la
actualidad se puede apreciar ante el incremento de necesidades de ciudado procedentes
de las personas mayores consideradas dependientes” (Torns y Recio, 2013:157). El tipo
de relación de éstas con el mercado laboral (a través del trabajo flexible), facilita la
institucionalización de la doble jornada.
La desigualdad de las mujeres en relación a los hombres se manifiesta en distintos
ámbitos: acceso al trabajo, condiciones laborales, retribuciones salariales, participación
en puestos de decisión, menor representatividad pública, así como en la asunción de
responsabilidades familiares de cuidados en los hogares. En general, cuanto más fuerte
es el modelo masculino proveedor, la ciudadanía de las mujeres es de menor categoría.
Y, “cuanto más se desvincula a las mujeres del espacio doméstico, porque el espacio
público se implica más, las políticas de igualdad entre sexos son más efectivas en los
Estados de Bienestar” (Frutos, 2012:168). Sin embargo, la capacidad de elección entre
las prestaciones económicas y los servicios depende del trabajo y las rentas de las
familias. El actual contexto económico impide a un número importante de hogares
contar con un salario mínimo y por tanto, dependen de otros: familia, vecinos, amigos,
tercer sector o administraciones públicas, para cubrir sus necesidades básicas.
Aunque el trabajo de cuidados es solidario no por ello debe entenderse que sea gratuito
y que no exista un coste de oportunidad. A modo de ejemplo, en términos del PIB de
2009, reemplazar el cuidado informal por el formal implicaría una movilización de
recursos del 3,24% al 5,37%, según distintos escenarios de valoración, cuando el gasto
7
público en cuidados de larga duración en España en 2007 era del 0,5% y se espera que
en 2060 sea del 1,4% (Pozo y Escribano, 2012:382). “Desde el punto de vista
económico, más bien beneficia al Estado ya que la mayoría de las mujeres españolas
asumen este contrato social que las vincula de forma indefinida a través de la cesión de
la fuerza de trabajo a esta tarea” (Frutos, 2012:184). En este sentido, “la redistribución
del trabajo de cuidados en el ámbito de los hogares es un componente crucial de
cualquier modelo futuro, pero algunos hogares tienen más recursos para la atención que
otros: un modelo de igualdad de género ha de fijarse en la distribución de
responsabilidades entre los hogares, así como dentro de ellos” (Pascall y Lewis, 2004:
378).
Sin embargo, el Estado no es capaz de ver la oportunidad de movilizar a un número
importante de personas que formalmente podría realizar esta tarea de CLD, lo que
supondría un retorno de la inversión como consecuencia de un aumento de la
recaudación. En España, la población que trabaja en los servicios de bienestar es muy
escasa, sólo el 9% de la población, muy por debajo de otros países como Suecia que
alcanza el 25%. De esta manera, sólo una persona española de cada diez trabaja en estos
servicios (Navarro et al, 2011:16), y como hemos señalado anteriormente es un trabajo
ejercido mayoritariamente por las mujeres. De este modo, se favorece la continuidad de
una idea androcéntrica que germina sobre las tradicionales actitudes y comportamientos
relacionados con los CLD.
La motivación y estímulos para realizar los CLD están íntimamente ligados con el coste
de oportunidad y estos con el capital económico, social y cultural. Ahora bien, ante la
hipótesis de que exista una mayor predisposición a solicitar las prestaciones económicas
de la dependencia por parte de quienes ocupan un menor estatus económico y social, es
preciso analizar tanto las probabilidades objetivas como las motivaciones y esperanzas
de quienes realizan los cuidados. Siguiendo a Bourdieu, “existe una correspondencia o
coincidencia entre la posición social del agente y sus disposiciones. En esa relación es
donde se gestan las estrategias que los agentes llevan a cabo en los diferentes campos
sociales, fruto de las posibilidades y necesidades en función de su posición en el campo,
sus disposiciones o habitus, etc.” (Bourdieu, 2000:36). En consecuencia, en muchos
casos las condiciones materiales de existencia pueden estar determinando lo que
podríamos denominar el proyecto individual de atención más adecuado de la persona en
situación de dependencia.
8
El anquilosado reparto de las funciones intrafamiliares está relacionado con las políticas
de apoyo a la familia y la idiosincrasia de nuestro sistema de bienestar social. Por ello,
“no se parecen los sistemas de cuidados formalizados y universalistas propios de los
países de modelos de bienestar socialdemócrata (calidad en el empleo, alta participación
laboral femenina, relativamente escasa entidad de cuidados informales, escasos recursos
a la inmigración indocumentada para la provisión de cuidado, etc.), frente al modelo que
parece haberse consolidado en los países del régimen mediterráneo (precariedad laboral,
papel central de la inmigración irregular en los esquemas informales de cuidado, mayor
dificultad de la mujer para la incorporación al mercado laboral, etc.)” (Arriba y Moreno,
2009:26). “La libertad de elección del usuario y las políticas de contención del gasto
confluyen a favor de un desarrollo de las prestaciones monetarias en detrimento de los
servicios. Este desarrollo es objeto de debate en la medida en que refuerza el papel
tradicional de la mujer cuidadora y no facilita la creación de empleo en el sector de los
servicios sociales” (Rodríguez y Marbán, 2013:258).
Sin embargo, la capacidad de elección entre las prestaciones económicas y los servicios
depende del trabajo y las rentas de las familias. El actual contexto económico impide a
un número importante de hogares contar con un salario mínimo y por tanto, dependen
de otros: familia, vecinos, amigos, tercer sector o administraciones públicas, para cubrir
sus necesidades básicas. Respecto a la prestación económica de la dependencia, no
podemos obviar la posibilidad de que “en la actual coyuntura económica puede estar
actuando como una renta básica ante la carencia de ingresos regulares de los hogares,
siendo por tanto, una prestación social refugio sobre la cual se resguardan las familias
más desfavorecidas” (Martínez, 2014:21).
En la actualidad, parece que el límite de la ley para promover cambios en las relaciones
de género relacionadas con los cuidados y fomentar la equidad, tanto de las atenciones
como respecto a la igualdad de acceso al mercado de trabajo, se articula en torno a la
financiación de la ley y al contexto económico. Por ello, la Ley de Dependencia tiene la
capacidad de entrar y salir del debate público y de la agenda política, ya que siempre se
cuenta con que habrá una mujer dispuesta a cuidar y gestionar el cuidado de los demás
(Torns y Recio, 2012: 200).
4. Pobreza y protección social en España
4.1. Hogares en dificultad social
9
El último lustro se ha caracterizado por ser un periodo donde se ha producido un
incremento de las situaciones de pobreza y exclusión social (especialmente en los
menores de edad y población activa) a la vez que se ha reducido la capacidad protectora
del sistema de bienestar social para dar respuesta a este nuevo escenario.
A partir del año 2008, España comenzó a destruir empleo como consecuencia de la
crisis económica. La escalada del número de desempleados encontró su punto más
álgido en el primer trimestre del año 2013 donde se alcanzó la cifra de 6.202.700
parados, superando el 27% de la población activa (EPA, 2013). El aumento del número
de desempleados ha tenido reflejo en las rentas que disponen los hogares. En tan solo 4
años la renta media de los hogares disminuyó de 30.045€ en 2008 a 26.775€ en 2012
(Encuesta de Condiciones de Vida, 2014), lo que suposo una pérdida de 3.270€ anuales,
más de un 10% de la renta media.
A su vez, la tasa de riesgo de pobreza se situó en 2014 en el 20,4% (Encuesta de
Condiciones de Vida, 2014). Atendiendo a la actividad, se puede observar cómo las
mayores tasas de pobreza corresponden a aquellos que carecen de un empleo (39,9%),
seguido de inactivos (excluyendo la categoría de jubilados), con un 24,4%. Los
ocupados y jubilados representan un 11,7% y 10,7%, respectivamente. Una de las
razones para entender esta posición relativa de menos pobreza de las personas de 65 y
más años es el notable incremento de las pensiones, especialmente, las pensiones
mínimas antes del inicio de la crisis económica. Tomando como referencia las
pensiones de jubilación (sin cónyuge a cargo) y de viudedad de 65 años y más, podemos
observar cómo en el periodo comprendido entre 2005-2010 tuvieron un incremento
acumulado de 36,5%, lo que ha supuesto un gran avance de su posición económica en
términos relativos con otros grupos de edad.
Gráfico 1. Evolución de las cantidades mínimas de las pensiones de jubilación
(sin cónyuge a cargo) y viudedad de 65 y más años respecto al IPC
10
700
8
7,16
600
5,62
500
400 3,9
300
7
6,45
3,5
3,5
3
3
2,8
3,4
5,83
5,41
6
5
4,1
3,5
4
2,91 3,2
2,8
2,4
1,8
200
1,01
100
0
6,03
392
403
417
444
469
503
530
561-0,3 595
612
618
2002
2003
2004
2005
2006
2007
2008
2009
2011
2012
Pensión Mensual
Incremento de la pensión
2010
3
2
1
0
-1
Diferencial IPC
Fuente: Ministerio de Empleo y Seguridad Social. Serie Histórica 2001-2012. Elaboración
propia
En este contexto, abordar la hipótesis de que las cuidadoras cuyos hogares se encuentran
en una situación de dificultad social estén utilizando la prestación económica de la
dependencia para cubrir sus necesidades básicas se consolida y refuerza al comprobar el
aumento del número de hogares que dependen de una persona inactiva (por ser
pensionista) para cubrir sus necesidades básicas.
4.2. Las rentas mínimas de inserción como mecanismo de inclusión social
Uno de los principales mecanismos de los que se dota el Estado de Bienestar para
reducir la pobreza son las rentas mínimas de inserción, también denominadas rentas
básicas de inserción o ingreso garantizado. Este concepto ha sido introducido en el
análisis sociológico y debate teórico en torno a la justicia distributiva por distintos
autores, entre otros, Van Parijs, Rawls, Nozick, Sen, Vanderborght, Ackeman, Altott,
Raventós, Van der Veen y Groot. Una renta básica es todo ingreso al que tienen derecho
los miembros de una sociedad con independencia de si desarrollan una actividad
laboral, de las retribuciones que proceden de otras fuentes, de su lugar de residencia y
de la composición de su hogar (Van Parijs, 1996).
En los últimos años ha aumentado el número de solicitantes de esta prestación. En el
año 2014 se registraron en España 262.307 personas titulares de la prestación, un 1,5%
11
%
más que en el año anterior; un incremento mucho menor si tomamos en cuenta el año
2013 que fue del 18,89%. Del total, 154.179 (58,77%) eran mujeres y 108.128 (41,22%)
hombres (Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales a Igualdad, 2015). Respecto al
perfil
sociodemográfico
predomina
la población
inmigrante
y las familias
monoparentales, con una edad comprendida entre los 35 y 44 años y con un nivel de
estudios primarios.
Por lo que se refiere a la Región de Murcia hay algunos indicadores que reflejan la
escasa protección que ofrece esta prestación en esta Comunidad Autónoma, como la
tasa de cobertura y su cuantía. La tasa de cobertura es del 4,6% por cada 1000
habitantes, siendo la tercera más baja de España, tan solo superada por Extremadura
(2,8%) y Castilla la Mancha (2,7%); muy alejados de la media nacional situada en
13,5%. En cuanto a su cuantía, la percepción básica (sin tener en cuenta otros factores
como, por ejemplo, el número de hijos) es la más baja de España junto a Ceuta,
situándose en los 300€; siendo la cuantía media en España en 2013 de 481,58€.
En ese mismo año se contabilizaron 2.441 titulares del derecho: 1.491 mujeres y 950
hombres. Las mujeres son mayoría en casi todos los grupos de edad, siendo
especialmente relevante la diferencia en los intervalos de 25-34 años y 35-44 años,
presentando un saldo positivo hacia las mujeres de 11,7% y 6,5%, respectivamente.
Respecto a la formación no se aprecian diferencias significativas por sexo. El 42% de
los titulares de la prestación tienen estudios primarios y un 22,3% no cuentan con
estudios. De forma acumulada estas personas alcanzan casi dos tercios del total
(64,32%).
Además, se observa un importante retraso en la gestión por parte de la administración
pública. Quizá una de las razones sea el incremento de las solicitudes respecto a años
anteriores. Si bien en 2011 se presentaron 3.097 solicitudes en la Región de Murcia, en
2012 se incrementó un 14% hasta las 3.538, ascendiendo en 2013, (último año del que
se tienen datos) hasta las 4.783 solicitudes, suponiendo un incremento del 35%.
En el año 2013 únicamente se concedieron 713 nuevas solitudes del total de 4.783 que
se presentaron. De ellas, más de la mitad (58,02%) se encontraban en tramitación
cuando finalizó ese año y un 27% de las peticiones fueron denegadas, evidenciando una
escasa protección en esta materia.
12
5. La implementación de la Ley: datos de la gestión.
En este contexto de aumento de la dificultad social y empobrecimiento de los hogares
ha tratado de implantarse la Ley de Dependencia. Esta ley organizaba la gestión de los
CLD al constituir un sistema de protección con una mayor responsabilidad pública; en
contraposición con las tradicionales fórmulas de atención desde el ámbito informal,
caracterizados por la caridad intrafamiliar y la donación del tiempo desde un modelo
asistencial.
Los cambios principales de la ley respecto a los cuidados familiares fueron dos. Por un
lado, se monetarizó el cuidado informal y, de otro, los cuidados en el entorno familiar
llevaban consigo la correspondiente cotización en el Convenio Especial de la Seguridad
Social, a cargo de la Tesorería General de la Seguridad Social. De este modo, se ha
logrado llevar al espacio público una actividad hasta ahora privada, dotándola de la
correspondiente protección social. Este reconocimiento administrativo fue derogado,
como hemos mencionado, a través del Real Decreto Ley 20/2012. La norma permitía
cotizar para poder cobrar una pensión o tener una situación asimilada al alta en un
empleo. El convenio trataba de homologar la protección laboral de empleadas de hogar
para aquellas personas que se dedicaban a cuidar en el ámbito privado a su familiar,
limitando su capacidad de acceder al mercado laboral retributivo en condiciones de
igualdad. A partir de la derogación, la cotización en este convenio se estableció como
voluntaria, haciéndose cargo de la misma los propios suscriptores, es decir, las personas
cuidadoras. Sin embargo, el titular del derecho y por tanto, de la prestación económica,
es la persona en situación de dependencia y no quien le cuida.
La Ley de Dependencia, desde el 2007 hasta el 2012 visibilizó y posibilitó el
reconocimiento social de quienes realizaban el trabajo de cuidados y no accedían a otro
tipo de trabajo en el mercado productivo retribuido. Como se puede observar en la
figura 2, se produjo una notable disminución de cotizantes desde julio de 2012, donde el
sistema contaba con 179.829 cotizantes, hasta los 25.350 en noviembre de ese mismo
año, fecha en la cual los suscriptores del convenio tenían que asumir el pago del mismo.
Ello tiene importantes implicaciones en materia laboral para quienes realizan los
cuidados y, por tanto, para las mujeres, pues eran la mayoría. En julio de 2014, dos años
después del cambio normativo, el sistema solo contaba con 14.594 cotizantes.
Actualmente quienes suscriben ese Convenio se insertan dentro del Régimen General.
13
Gráfico 2. Evolución de número de cotizantes en el Convenio Especial
de los Cuidadores no Profesionales 2011-2014.
200.000
150.000
169.775
179.829
100.000
50.000
25.350
0
Julio 2011
Julio 2012
Nov 2012
18.518
Julio 2013
14.594
Julio 2014
Fuente: Ministerio de Empleo y Seguridad Social – Elaboración propia
Otra importante repercusión de la aprobación del Real Decreto Ley 20/2012 se puede
observar en la eliminación de los niveles de los grados de dependencia. Este cambio en
la clasificación produjo una reducción de las cantidades económicas de la prestación
monetaria de la dependencia para quienes ya tenían grado y nivel reconocido, tal y
como se aprecia en la siguiente tabla.
Tabla I. Cantidades económicas en la nueva clasificación para el grado III.
ANTES DEL R.D.L. 20/2012
TRAS EL R.D.L. 20/2012
GRADO III GRADO III
MEDIA
GRADO III GRADO III GRADO
N2
N1
GRADO III
N2
N1
III
416,98
442,59
354,43
520,69
468,83
398,51
Fuente BOE - Elaboración propia
Tras la aprobación de esta norma jurídica, sin tener en cuenta la posterior aplicación del
copago por parte de las Comunidades Autónomas, se redujeron las cantidades máximas
para el grado III de 468,83€ (como media utilizando las cantidades de los niveles
intermedios 1 y 2) a 398,51€, suponiendo una disminución de más de 70€, una rebaja
que alcanzó el 15%. Pero si tenemos en cuenta el valor máximo previo a la aprobación
del Real Decreto 20/2012 de la prestación para el Grado III nivel 2: 520,69€, supone
una disminución de 122.18€; una reducción de más de un 23%.
Como se ha mencionado anteriormente, las personas en quienes ha recaído la
responsabilidad de prestar las atenciones han sido las mujeres. De hecho, representan el
93% de las personas cuidadoras que se dieron de alta en el Convenio Especial de la
Seguridad Social de cuidadores de la dependencia (IMSERSO, 2012). Por ello, cuando
hablamos de cuidadores deberíamos decir cuidadoras, porque de lo contrario, se
enmascara una realidad social. Se da la paradoja de que el sistema de cotización permite
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visualizar la actividad femenina al tiempo que la condena a reproducir las estructuras
patriarcales.
6. Resultados preliminares
En un primer análisis de este fenómeno, hemos constatado mediante la realización de
256 cuestionarios a personas cuidadoras del municipio de Murcia, seleccionadas de
forma aleatoria, los siguientes resultados.
En primer lugar, se constata los altos niveles de feminización del trabajo del cuidado.
Las atenciones son prestadas mayoritariamente por mujeres de mediana edad. Las
cuidadoras representan el 85,9%.
Un reflejo de la pervivencia del modelo familiarista lo observamos en las unidades
familiares. La estructura del hogar presenta una media de 3,5 miembros. El 85,9% de las
cuidadoras tienen un parentesco de primer grado (padres, hijos, suegros, yerno/nuera),
pero destacan especialmente las hijas que cuidan de su madre o padre. Este vínculo
favorece que el 62,3% de las cuidadoras vivan con la persona en situación de
dependencia. Además, el 49,6% de ellas lo hacen desde antes de reconocerse la
situación de dependencia.
Respecto a la realización de las atenciones, un 50,6% de las cuidadoras llevan entre 615 años prestando cuidados. Del total, un 54,4% precisa apoyos para el desarrollo de las
atenciones. Por ello, conforme transcurren los años la sobrecarga va condicionando cada
vez más la vida de las cuidadoras. En la entrevistas se recalca la situación límite en la
que se encuentran.
E32, M583: “Yo me traje a mi madre al poco de casarme,
ella estaba mala de los nervios y llevo toda mi puta vida cuidándola,
sin descanso (…) o sea, que ha vivido más conmigo que sin mí.”
E99, M65: “Por desgracia no tengo a
ojalá tuviese alguien a quien lanzarle la pelota”.
nadie
que
me
ayude,
3
Las siglas y números identifican el número de encuesta, sexo y edad de la persona (E: Encuesta, seguido
del número de la misma; H: Hombre o M: Mujer, seguido de su edad).
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El perfil muestra un nivel de instrucción medio-bajo ya que un 75,3% de las personas
cuidadoras tiene una formación inferior a la enseñanza secundaria de primera etapa. En
este caso, no existen diferencias de sexo entre hombres y mujeres.
E6, M63: “A los 11 años me dijeron: nena, aquí no hay perras
para estudiar; y me mandaron a trabajar”.
E58, M76: “No acabé los estudios, en la escuela me decían: son las 10,
vete para tu casa a hacer la comida que tu madre se ha ido a trabajar a las 6”.
Respecto a su vinculación con el mercado laboral, un 30,0% de las personas que
realizan los cuidados se encuentran en situación de desempleo y casi la mitad, un 48,6%
son inactivas. Únicamente desarrollan actividad laboral el 21,3% de las cuidadoras. En
relación a la causa de inactividad, el 57,9% de los casos se declaran inactivos por
ocuparse de las tareas del hogar; la segunda causa es ser pensionista (29,8%).
E51, M47: “¿Cómo? Mi trabajo como cuidadora es igual a cualquier otro,
¿es que puedo dejármela es irme a trabajar?”
E104, M43: “Estos son 24 horas al día, en el mercado laboral terminas
tu jornada y te vas para casa”.
E81, M57: “No tengo la misma libertad que si estuviese trabajando”.
E39, M49: “Ya me gustaría tener un día libre”.
El empobrecimiento de los hogares condiciona las distintas alternativas para solicitar las
prestaciones y servicios. Respecto a la situación económica, tan sólo un 27,6% afirman
encontrarse en una posición buena o muy buena. El 40,2% manifiestan encontrarse en
una situación regular y un 32,2% en una posición mala o muy mala. De este modo la
capacidad de elección de los hogares puede estar también condicionada por la merma
económica que se pueda producir en éstos si carecen de la prestación económica.
E35, M58: “Intento no enchufar nada, ahora mi padre trae la leña para
calentarnos”,
E9, M57: “Me encuentro fatal ya que la ayuda económica no da para nada”,
E71, M43: “Yo antes sí podía comprar carne y pescado fresco,
ahora lo compro congelado y lo vamos sacando poco a poco”.
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El nivel de pobreza y privación material de los hogares muestra cómo las prestaciones
económicas se destinan principalmente para los gastos asociados con la cobertura de
necesidades básicas.
Una de las cuestiones más relevantes en nuestro estudio es conocer cuáles son los 3 usos
principales para los que destinan la prestación económica. En primer lugar, las
cuidadoras destinan las cantidades económicas principalmente para alimentación
(51,4%), así como para pago de medicamentos (12,2%) y en tercer lugar, pago de
recibos (11,4%). Como segunda opción, los cuidadores destinan la prestación
principalmente para el abono de recibos (30,0%), alimentación (22,9%) y medicamentos
(21,4%). Finalmente, respecto al tercer uso principal, destaca el pago de medicamentos
(20,6%), el abono de recibos (25,1%), y pagos relacionados con la vivienda (15,3%). En
general, la prestación económica se destina para cubrir las necesidades de alimentación
y para abonar recibos. Además, se observa una decepción o una falta de correlación
entre las expectativas generadas con la prestación económica y la cantidad percibida,
siendo ésta considerada insuficiente tal y como recogen algunas de las manifestaciones:
E100, M28: “¿Cómo voy a estar bien si cobra 100 míseros euros?”
E54, M46: “Me da solo para pagar una factura, unos meses pago la luz y otros
el agua… ¡pero la máquina del oxígeno está todo el día funcionando!”
E52, M46: “Empezaron dándome
con eso no tiene ni para gel y pañales”.
420
euros
y
ahora
197,
E78, M53: “Pues ahora mismo no estamos cobrando la nada, a raíz de una
herencia que cobré por un hermano que se me murió (…) nos dijeron que no
teníamos derecho”.
7. Conclusiones
La Ley de Dependencia parecía una importante e innovadora propuesta para promover
la igualdad de oportunidades y atender las necesidades de CLD desde una mayor
responsabilidad pública y social. Sin embargo, los continuos planes de ajustes
presupuestarios han limitado las posibilidades de la ley para configurar un sistema de
protección que elimine los tradicionales patrones culturales y sociales ligados a la
división sexual del trabajo.
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El perfil de las personas cuidadoras y los titulares de la renta básica de inserción en la
Región de Murcia presentan rasgos similares en cuanto al sexo, edad y nivel de
instrucción. Además son las mujeres quienes prestan las atenciones, inactivas o
desempleadas, y con un escaso nivel de instrucción. Si tenemos en cuenta que casi tres
cuartas partes de las cuidadoras manifiestan encontrarse en una situación regular, mala o
muy mala junto con el hecho de que mayoritariamente la prestación económica se
destina a alimentación, se vislumbra un escenario de empobrecimiento de los hogares
con miembros en situación de dependencia. En ellos, el contexto socioeconómico está
imponiendo que la prestación económica de la dependencia actúe como una renta
mínima de inserción.
Ante la disyuntiva de configurar un sistema de protección sustentado en los servicios o
las prestaciones económicas, ha salido beneficiada esta última como consecuencia de las
restricciones políticas en derechos desarrolladas en los últimos años, por la escasa oferta
de servicios por parte de las administraciones públicas, por el empobrecimiento de los
hogares, el escaso nivel de instrucción y el coste de oportunidad para las cuidadoras; y
sobre todo por la pervivencia de un modelo de atención y protección social basado en el
familismo.
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