CONSTRUYENDO HOMBRES. UNA APROXIMACIÓN A ... PRÁCTICAS DE LA MASCULINIDAD TRADICIONAL VALENCIANA.

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CONSTRUYENDO HOMBRES. UNA APROXIMACIÓN A LAS LÓGICAS
PRÁCTICAS DE LA MASCULINIDAD TRADICIONAL VALENCIANA.
Joan Sanfélix Albelda
[email protected]
Resumen: Esta propuesta trata de profundizar en las realidades prácticas de los hombres
valencianos en sus caminos de masculinidad. A partir fundamentalmente de trabajo de
carácter biográfico-etnográfico con varones de los pueblos y comarcas de la provincia
de Valencia, se analizan cuáles son las prácticas a través de las que se produce y
reproduce un determinado tipo de masculinidad tradicional-hegemónica que todavía
arrastran muchos de ellos aún viviendo en un escenario dinámico de cambio respecto a
la igualdad y las identidades de género.
Palabras clave: masculinidad, ritos de paso, ritos de masculinidad, lógicas prácticas,
espacios masculinos.
Introducción
El estudio de los hombres desde una perspectiva de género es una cuestión reciente
dentro de la historia de las ciencias sociales como señalan diversas autoras y autores
(Minello, 2002; Gil Calvo, 2006; Sara Martín, 2007; Connell, 1995, entre otros/as). Nos
encontramos actualmente en ese momento que se podría definir como de
“institucionalización” de este campo interdisciplinar dentro de los denominados
estudios de género, lo que se ha convenido a llamar de alguna manera Estudios de
Masculinidad/Masculinidades.
En este contexto y en diferentes ámbitos territoriales emergen desde los años ochenta
aproximadamente, aunque con mayor intensidad en los últimos lustros, diferentes
aproximaciones que hablan sobre los hombres y su masculinidad con un enfoque que
subvierte el ya anacrónico sujeto universal masculino medida de todas las cosas. Para
este sujeto la construcción sociocultural de la masculinidad se diluía, invisibilizando por
tanto que significa aquello de ser varón en un tiempo y espacio cultural concreto.
Los estudios de masculinidad o en inglés Men’s Studies destacan desde este punto de
vista en tanto que van más allá de los postulados biologicistas-esencialistas o incluso de
la sex role theory (Connell, 1995) para centrarse más en las masculinidades concretas
en función de las culturas que las definen. Dejando ya atrás el universal masculino, y
teniendo en cuenta la necesidad de conocer una realidad prácticamente no abordada
hasta nuestros días, se abre para esta subdisciplina un campo enorme de trabajo de
deconstrucción y reconstrucción de los relatos de los varones. Éstos nos van a ayudar a
entender esas lógicas que guían la construcción de una determinada forma de ser
hombre en cada cultura, que ahora con la globalización, se uniformiza, pero sigue
adquiriendo las particularidades de las culturas locales, con lo que se podría entender a
la masculinidad como una forma concreta de glocalización.
Dado este momento actual en el desarrollo de los estudios sobre los hombres y su
identidad de género resulta particularmente interesante acceder a un conocimiento
profundo que responda a estas uniformidades-particularidades en la construcción de las
masculinidades en diferentes ámbitos territoriales-culturales teniendo siempre presentes
las influencias que tienen sobre las identidades de género agentes socializadores tan
importantes en un mundo globalizado como los medios de comunicación pero también
las idiosincrasias de las culturas locales.
Por otro lado, desde el punto de vista del objeto de estudio la pretensión de este texto es
ir más allá de una visión cerrada y univoca de la masculinidad centrándose en la
búsqueda de las lógicas de esta construcción identitaria de género, en este caso, entre los
hombres valencianos. Esto va a permitir encontrar recurrencias y/o particularidades en
los itinerarios vitales de los varones que ayudan en la comprensión de ese todo
complejo y diverso que es la masculinidad.
Como señala Antonio Agustín García (2008, 2009) la masculinidad es esquiva, es
difícilmente alcanzable a través de los discursos de los sujetos, motivo por el cual es
necesario acceder a las prácticas de éstos, puesto que la consciencia de la práctica que
determina al sujeto como masculino se invisibiliza en la normalidad de las cosas, forma
parte de una estrategia de conocimiento y reconocimiento, el habitus bourdieuano, la
paradoja de la doxa (Bourdieu, 2007:11) y las disposiciones que condicionan esas
prácticas consecuencia de incorporar lo social a nuestros cuerpos (Bourdieu, 1991).
Desde el punto de vista metodológico, la investigación que se presenta en esta
comunicación pretende acceder a un conocimiento concreto de estas prácticas sociales
que permiten a los hombres mostrarse como tal en su contexto sociocultural desde un
acercamiento biográfico-etnográfico. Es decir, se pretenden conocer y determinar
aquellas prácticas, espacios-tiempos que permiten a los portadores del cromosoma Y
cumplir con los dictados del género y mostrar públicamente su hombría frente a iguales
y frente al resto de la sociedad.
Así pues, se han realizado entrevistas biográficas donde los entrevistados relataban
respondiendo a las cuestiones planteadas por el entrevistador, los diferentes procesos
vitales de sus trayectorias, entrando al detalle de esas prácticas que tienen
indudablemente mucho que ver con la masculinidad por sus características; son
prácticas usualmente expulsivas y exclusivas, lugar para los hombres y no las mujeres.
Es el espacio sagrado-ritual de la fratria, del compadreo, de la camaradería. Son los
espacios de la reafirmación de la creencia compartida, la masculinidad. Espacios
también caracterizados en muchas ocasiones por el riesgo y la competitividad. Ser
hombre es ser algo, pero sobre todo algo diferente a las mujeres (Kimmel, 1997),
fácilmente identificable por los iguales, pero que necesita de ese reconocimiento que
reclama de la superación, o como mínimo, del saber hacer frente de manera casi
perpetua a una serie de pruebas, de exigencias, de ritos de masculinidad.
A través de las entrevistas biográficas se consigue que los sujetos describan con
precisión esos recuerdos, esos momentos de producción y reproducción de la
masculinidad tradicional. Además este tipo de entrevistas, comparables a los relatos o
historias de vida, pero con pretensiones diferentes1, facilita la comparación entre
perfiles diferentes de varones valencianos lo que ayuda a ubicar esos locus que por
recurrencia determinan la existencia del anclaje material y simbólico donde la
masculinidad se puede alcanzar, eso sí, más allá de las consciencias de los relatores
carentes de una capacidad autoanálitica de género.
Este trabajo de campo biográfico ha sido acompañado de otros acercamientos en lo que
podríamos entender como un proceso continuo de observación participante, con
estudios concretos de caso, entrevistas informales, o por otra parte un acercamiento
cuantitativo a las realidades de la infancia de los adolescentes valencianos a través del
trabajo desarrollado en talleres formativos.
Concretando más estos puntos, el desarrollo de esta investigación ha conducido a
observar a los chicos en diferentes escenarios de entre los cuales destacan el fútbol base
y ciertas prácticas lúdicas de riesgo. Cuantitativamente se ha obtenido información
sobre la idea de “juguete favorito” durante la infancia lo que permite contextualizar
mejor los procesos de socialización diferenciales entre chicos y chicas.
Todo este proceso de integración metodológica de diferentes perspectivas o
acercamientos al objeto de estudio facilita el análisis de un fenómeno complejo como lo
es una construcción identitaria tan particular como la masculinidad, que de partida ya es
una posición compleja de privilegio pero a la vez de exigencia. Además de ser una
identidad precaria.
Los locus y las lógicas prácticas de la masculinidad
Como se señala, uno de los objetivos de esta investigación es determinar esas prácticas
que todavía hoy contribuyen a reproducir un modelo de masculinidad de características
tradicionales entre los hombres valencianos. Estas prácticas están caracterizadas por
unos espacios y por unas lógicas prácticas de las que los propios sujetos parecen no ser
conscientes pero que responden a los dictados del género, a una demanda de demostrar
1
Sobre esta cuestión metodológica se pueden revisar las aclaraciones aportadas en el artículo de Joan
Sanfélix y Anastasia Téllez de 2014 referenciado en la bibliografía.
una masculinidad continuamente puesta a prueba aunque los hombres reproduzcan
prácticas sin las consciencia de los porqués de éstas.
Existen espacios tradicionales donde esa masculinidad se reafirmaba o incluso se
adquiría parcialmente, a modo de un rito de paso o de iniciación. Por ejemplo, el mundo
del trabajo, que como vemos en los relatos de los entrevistados se convertía
precozmente en un espacio de los iguales donde se daba respuesta a una exigencia social
sobre la masculinidad: ser el proveedor de la familia, o en su caso ser autosuficiente,
independiente, el self-made man que construye su propio destino.
Obviamente en los discursos de los varones valencianos se recurre frecuentemente a
este mundo laboral como vertebrador en sus itinerarios biográficos, siendo este espacio
el principal eje articulador de sus relatos.
En éstos, no obstante, también se pueden apreciar otros locus que por su potencialidad
socializadora se convierten es espacios productores/reproductores de masculinidad
tradicional; la familia. Las familias valencianas, aunque cabría señalar algún pequeño
matiz generacional2, incidían mucho en la división sexual del trabajo que reservaba el
espacio de lo doméstico a las mujeres, mientras que el espacio público de lo laboral,
fundamentalmente la agricultura, quedaba reservado para los varones.
En las palabras de los entrevistados existen referencias a penalizaciones por parte de los
progenitores en relación con esa división y reparto sexual de las tareas, castigando
actitudes entre los chicos que no se consideran adecuadas para su sexo, especialmente
aquellas vinculadas con las tareas domésticas, lo que a la postre conduce a una
percepción determinada sobre los roles y los espacios propios y diferenciales de cada
persona en función de su sexo biológico, lo que determina su género en nuestra cultura.
Además, estos relatos masculinos descubren un mundo de los juegos y los juguetes
donde a parte de una evidente estrategia de diferenciación sexual entre aquellos
destinados a niños y niñas se empiezan a vislumbrar los primeros espacios expulsivos
2
Se empiezan a percibir cambios generacionales entre los varones más jóvenes quienes han sido
socializados en período democrático, con acceso público a la educación mixta, y con otros referentes
sobre la división sexual del trabajo.
de los iguales, espacio simbólico que se alargará prácticamente ad infinitum en muchas
trayectorias vitales y que cobrará especial importancia en la adolescencia-juventud3.
Respecto a la primera y concreta cuestión de los juguetes, existen diferencias
generacionales vinculadas con la capacidad adquisitiva de las familias, pero más allá de
este importante condicionante, los juguetes masculinos acostumbran a estar vinculados
con el deporte o el mundo del motor fundamentalmente; pelotas, balones, coches y
trenes.
Se ha podido encontrar una recurrencia en esta línea que conecta a los hombres
entrevistados con los adolescentes actuales, quienes frente a la pregunta sobre su
juguete favorito responden prácticamente en su totalidad4 con categorías de respuesta
vinculadas con juguetes estereotípicamente “masculinos”: balón, playmobils y legos,
scalextric o juguetes relacionados con el mundo del motor, las armas, etc.
Sobre la segunda cuestión, en el contexto de los juegos, emerge con fuerza el grupo de
iguales masculino de la infancia que aún con fronteras porosas que podían dar cabida en
algún escenario a las niñas funcionaba como una especie de mecanismo de selección
natural, de filtrado por sexos. En estos grupos de iguales se juega al fútbol en cualquiera
de sus modalidades, sobre todo en la calle, pero también en las pistas deportivas o
incluso en el salón de casa con los hermanos. Se buscan los espacios de la aventura, del
riesgo, de la competitividad, en las montañas, en las acequias o en cualquier lugar que
pueda facilitar esa especie de pulsión de masculinidad incipiente.
De estas prácticas infantiles descritas en los relatos surge el camino que deriva la
investigación hacia la selección de dos casos concretos donde realizar una observación
sistemática, y un tercero que por su particularidad y sus reminiscencias bélicas se
analizará específicamente con posterioridad.
El primero de los casos consiste en dos espacios fluviales, diferentes entre sí, pero
caracterizados por las prácticas de riesgo creadas ad hoc y sus vinculaciones con ciertas
3
Las fronteras entres estos dos periodos vitales son difícilmente determinables. Para los hombres más
mayores de la muestra, los nacidos desde los años cuarenta hasta aproximadamente los setenta,
prácticamente se pasaba de la infancia a la adultez a través del trabajo asalariado. Sin embargo, para los
chicos jóvenes tanto los treintañeros de las entrevistas como para los adolescentes de los centros
educativos de la parte cuantitativa, la adolescencia se alarga y se fusiona con la juventud, que a su vez se
alarga hasta límites inciertos.
4
En el análisis de la primera muestra significativa disponible, el 99% de los chicos respondían con una de
estas categorías de juguetes “masculinos”.
características de lo ritual. El segundo, campos de fútbol base donde los niños desde
muy temprana edad y hasta finales de la adolescencia practican colectivamente un
deporte mayoritario y con un impacto importante en nuestras referencias
socioculturales, cuestión que se hace evidente por ejemplo en los ídolos de los niños y
adolescentes. La tercera práctica, lo que se ha denominado arca o fer arca5consiste
básicamente en una invocación a una guerra de piedras entre grupos de niños o
adolescentes en diferentes espacios locales.
Uno de estos lugares está caracterizado fundamentalmente por la competitividad, el
fútbol. Al otro, esos saltos rituales que recuerdan a los Vanuatu (Thomassen y Balle,
2012) lo caracteriza el riesgo. La tercera práctica está caracterizada por la creación de
cohesión e identidad de grupo, la camaradería, aunque obviamente también el riesgo, la
violencia, la agresividad, o la competitividad como en muchas de las prácticas
masculinas analizadas. Pero todas estas expresiones forman parte de esa respuesta
manifestada individualmente, pero colectiva, a la exigencia social de una determinada
forma de entender la masculinidad como contraposición (y como complemento
funcional) de una supuesta feminidad recluida en lo doméstico, maternal, cuidadora,
emocional, etc.
El fútbol base: camaradería, competitividad, identidad grupal.
El fútbol está presente en nuestra vida cotidiana. Acostumbramos a ver niños jugando
en el patío de la escuela, en la calle o en cualquier otro lugar por inverosímil que
parezca. Imitan a sus ídolos, quieren ser Messi o Cristiano, o en su defecto el jugador
estrella del equipo de su ciudad o región. Los futbolistas son referentes de masculinidad.
Pero el fútbol no es sólo un deporte, es también espectáculo y como se verá también es
un espació de exaltación de los valores masculinos tradicionales. El fútbol, en
definitiva, forma parte de la vida de muchos chicos, quienes lo hablan, lo lloran, lo
disfrutan, lo discuten, lo imitan, lo juegan con la play en el salón de sus casas. Este
deporte y sus manifestaciones sociales son una auténtica escuela de masculinidad (Del
Campo, 2003; Subirats, 2013:113).
5
Las aclaraciones terminológicas respecto a esta expresión las encontramos en el texto: Aparisi, F.,
Baydal, V. y Esquilache, F. (2014). Fer Harca. Històries medievals valencianes. València: Llibres de la
Drassana.
Es por ello que se considera necesario poner de manifiesto en este texto cuales son
aquellas lógicas que guían esta actividad deportiva convertida en práctica ritual de
masculinidad.
Sin lugar a dudas que en nuestro contexto sociocultural el fútbol es aquel espacio
creador y reproductor de una identidad vinculada con la competitividad, la fuerza, la
agresividad y la búsqueda del éxito y el reconocimiento. Cuando hablamos de fútbol
base se puede apreciar ciertos principios de institucionalización de la práctica que
permiten entenderla en cierta medida como uno de los principales espacios productores
de
masculinidad
tracional-hegemónica,
dada
la
inexistencia
de
marcadores
cronobiológicos ni cronosociales suficientemente formalizados para entenderlos como
ritos de paso al igual que ocurre en otros culturas o ocurría en otros tiempos. Sin
embargo el fútbol por su maleabilidad y su capacidad de impregnación en lo social
alcanza a muchos chicos y hombres en nuestro ámbito territorial, a diferencia de otras
prácticas más reducidas en su capacidad de llegar a un gran número de hombres.
El fútbol es el espacio de la camaradería entre compañeros, entre iguales, hordas de
niños que salen de los vestuarios, con sus equitaciones, con sus gritos de guerra, con sus
estrategias para enfrentarse al otro que es a la vez rival pero elemento necesario puesto
que forma parte de ese mismo sistema de creación de identidad masculina; sin los otros,
sin eso otro grupo de iguales no hay posibilidad de crear una masculinidad competitiva,
guerrera, compulsiva en su búsqueda de éxito que no es otra cosa que reconocimiento y
exaltación de esos valores exigidos y reconocidos. El césped, o más bien el estadio, es
el escenario de una performance viril que aliviará la presión sobre la identidad
masculina temporalmente, reconociendo a vencedores y vencidos hombría, celebrada
por el entorno.
Las aficiones compuestas por padres, madres, hermanas, o familiares y amigos, en un
campo de fútbol base se separan espacialmente. Cada afición parece tener reservado su
lugar de manera predeterminada, especialmente la afición local. Usualmente son padres,
que están allí en tanto que hombres, muchos de ellos a modo de un segundo entrenador
aleccionando en la banda o detrás de la portería. Las madres, están, quizás menos
presentes cuantitativamente, pero lo están de una manera diferente, en tanto que madres
cuidadoras, animando tanto como los padres, pero desde lo emocional, no desde la
corrección técnica o el aplauso y el reconocimiento de un buen remate o una buena
parada. Pero en definitiva ambos progenitores están reconociendo los valores que la
cultura determina como propios de la identidad de género aceptada para los
biológicamente hombres.
Los niños en el césped escuchan gritos, ánimos, reprimendas, notan la presión pero
también disfrutan en la celebración del gol o del objetivo alcanzado en un éxtasis
colectivo que produce identidad y genera cohesión. Sin embargo, la presión que puede
percibir cualquier observador en un campo de fútbol base es asfixiante. Los chicos ya
no juegan para divertirse, juegan para triunfar y ganar, siendo el más rápido, el más
fuerte, el más hábil, o el más agresivo. En definitiva, juegan para ser hombres, con esa
licencia efímera que les permite abrazarse entre ellos para celebrar un gol, rompiendo
temporalmente con la homofobia que también impregna el fútbol en tanto que ritual
sagrado de masculinidad hegemónica.
Los fines de semana, a lo largo y ancho de las ciudades y pueblos valencianos se reúnen
en un espacio simbólico y de sociabilidad cientos de niños, algunas niñas, padres,
madres y otros espectadores generalmente masculinos. Se reúnen allí para celebrar una
religión laica (Cachán y Fernández, 1998) que no venera a seres sobrenaturales sino que
santifica a mortales que funcionan como referentes. Es ese espacio de la sociabilidad
donde se exaltan y se reconocen aquellos valores asociados a una masculinidad obsoleta
(Subirats, 2013) pero que tiene todavía cancha en nuestro mundo. Como señala Eric
Dunning (1999) el deporte, en este caso el fútbol se puede considerar como un “male
preserve” o como “primary vehicle for the masculinity-validating experience”.
Padres y madres se reúnen, hablan, comentan, analizan, es un espacio lúdico y festivo,
pero también de la exigencia y sobre todo de la veneración de eso que nos sigue
haciendo diferentes a hombres y mujeres, esas barreras simbólicas, ese guerrero infantil
disfrazado de modernidad que legitima la civilización y su división sexual de los
espacios. Civilización que exalta los valores masculinos, el éxito en el espacio público,
el reconocimiento de la prueba superada, de esos pequeños hombres que sobre el césped
aprenden, reproducen y normalizan aquello que la cultura definió como normal y ahora
se vuelve contra ellos en tanto que exigencia inasumible. Pero para los chicos es difícil
escapar de este camino. Aunque lo hagan la socialización de masculinidad ya ha
arraigado profundamente en los más profundos esquemas de percepción y clasificación
de su habitus.
Si bien es cierto que el fútbol representa los valores más tradicionales de la
masculinidad, al mismo tiempo podría ser uno de los escenarios de la ruptura con ese
modelo anacrónico, y ahí es donde reside su importancia y la consideración que merece
su análisis. Se empiezan a ver equipos mixtos en edades tempranas, lo que como
mínimo ayuda a romper con esa lógica que favorece cohesiones grupales diferenciadas
por sexo.
Por último, el fútbol fomenta la cohesión social del grupo masculino siguiendo las
lógicas de Emile Durkheim en su análisis de los diferentes tipos de solidaridad (1997).
Celebramos la masculinidad como algo sagrado, difícilmente perceptible y explicable,
no el fútbol sino su significado profundo, que necesita de una lectura hermenéutica. El
fútbol es aquel todo complejo que rompe con las barreras de lo profano, lo mundano,
algo que nos hechiza con la mística belleza de esa performance viril de sudor, patadas, y
éxtasis colectivos.
La estructura de una práctica ritual y de riesgo
Los chicos son socializados desde su primera infancia para ser competitivos y capaces
de asumir riesgos (Subirats, 2013; Subirats y Tomé 2010). Como ya se ha indicado,
frente a un escenario social donde no existen marcadores claros ni estrictamente
institucionalizados, (a modos de ritos de paso) que permitan a los niños o adolescentes o
incluso a cualquier hombre a lo largo de su vida consolidar públicamente su hombría,
emergen ciertos espacios que dan la sensación de estar creados ad hoc y que permiten a
los varones competir entre iguales asumiendo riesgos, demostrando valentía, superando
pruebas, alcanzando el reconocimiento.
Se ponen a prueba frente a los pares pero también frente a los ojos de la sociedad,
sociedad en que acostumbra a estar personificada en la figura de las adolescentes que
suelen estar observando en muchas ocasiones si los aspirantes a hombres verdaderos
realmente son capaces de validar su masculinidad y por tanto aumentar su atractivo y
convertirse en potencial objeto de deseo.
En los dos estudios de caso desarrollados en las comarcas valencianas se han realizado
jornadas de lo que podríamos denominar siguiendo a Anastasia Téllez como
observaciones de carácter etnográfico, directas, externas y sistemáticas (2007: 159-176)
Esta observación etnográfica está directamente relacionada con algunos de los relatos
masculinos procedentes de las entrevistas biográficas lo que permite determinar ciertos
espacios materiales pero a la vez simbólicos donde se reproducen ciertos
comportamientos ritualizados que tienen que ver con el riesgo y la masculinidad.
Se encuentran ciertas características rituales en tanto que es un comportamiento
repetitivo, donde se comparte una experiencia común separada de lo cotidiano, es decir,
en un espacio que se puede considerar sagrado (Turner, 1974, 1991) Se trata de
experiencias excitantes que ayudan en la consecución (en este caso provisional) de un
cambio de estatus.
Básicamente los casos observados se refieren a saltos desde considerable altura, o bien
desde una roca o desde un muro, para caer en lagunas o ríos de profundidad dudosa
frente a la mirada de los propios, la policía de género, quienes validan la performance y
además ajenas, aquellas a quienes en muchas ocasiones se pretende seducir desde el
supuesto atractivo, aunque suene anacrónico, del muchacho valiente que no tiene miedo
a lanzarse al agua desde las alturas. No se puede olvidar que en muchos casos no salta
él, sino su masculinidad. La penalización social del entorno, el no reconocimiento, la
exclusión, son precios demasiados altos a pagar. Para formar parte del grupo se debe
superar la prueba, si no se hace la masculinidad quedará expuesta y necesitará ser
nuevamente evaluada y revalidada antes que la sospecha aceche a aquel sujeto sexuado
que no tiene más que saltar para demostrar parcialmente aquello que parece no poder
demostrarse a través de los cuerpos.
Para los chicos valencianos no existe un Tamberan (Mead, 2014: 72-73), ni ninguna
iniciación ritual como la descrita por la antropología para otras sociedades exóticas y no
tanto6. Tampoco existe ya para ellos el servicio militar obligatorio (la “mili”) que fue lo
más parecido a un rito de paso de masculinidad que tuvimos durante algún tiempo. Pero
contrariamente sí parece existir esta especie de pulsión (Engler, 1998: 42) derivada del
habitus (Bourdieu, 1991), lo social interiorizado y hecho cuerpo, actuando a modo de
una segunda naturaleza, casi instintiva, que les conduce a buscar de manera incesante,
6
Sobre el tema de las iniciaciones rituales masculinas en otras culturas existen diversas referencias como
por ejemplo en los trabajos de David Gimore (1994), Margaret Mead (2014) o Elisabet Badinter (1993)
entre muchos otros autores y autoras. Para culturas que nos quedan más cercanas es interesante el tema de
los quintos en las festividades de diversos municipios españoles. Un ejemplo muy sugerente es el
propuesto por Pedro Cantero (2003) en Galaroza o el de Espada y Cornejo (2001) referenciados ambos en
bibliografía.
aunque probablemente desde la no consciencia o la inconsciencia del hacer, lugares
donde puedan reproducir esa masculinidad de la cual son engranajes necesarios para el
mantenimiento del statu quo de dominación del patriarcado. Pero la masculinidad
también tiene un precio. Y ese precio es básicamente asumir riesgos que con frecuencia
conllevan muertes innecesarias, como señala Marina Subirats (Castells y Subirats,
2007)
Fer arca
Uno de los entrevistados en el desarrollo de la investigación habla del concepto
valenciano de “Fer arca” que queda perfectamente descrito en las palabras que se leen
a continuación retratando una práctica de masculinidad muy sugerente por su
significación:
Pero en el pueblo hacíamos “arca”. ¿Sabes lo que es hacer “arca”?
Hacíamos “arca” unos barrios contra los otros […] Y era ¡pues eso! entre
barrios […] Hacer “arca” concretamente era tirarse piedras unos a los
otros, la expresión “hacer arca” era tirarse piedras […] ¡Yo qué sé!, pues
todo lo que te puedes imaginar de un niño para hacerle daño a otro. […]
Eran peleas entre grupitos de chicos, de niños. Las niñas no venían. Eran
niños de diferentes barrios de aquí del pueblo […] Además, era eso, de que
por ejemplo tú peleabas, cuando dos cuadrillas estaban enfrentadas una
cuadrilla no podía entrar en el territorio de la otra y entonces tú hacías
como una aduana en la calle principal para entrar al barrio, tú hacías allí
como una aduana, hacías de guardia, esperando a que viniera uno del
barrio contrario a decirle “¡Tú! ¡Para! ¿Dónde vas?”. Hacíamos de
policías. […] Había días que fueron a abrirle con una pedrada a uno la
cabeza, cejas partidas, narices chorrando sangre, había días que se
encarnizaban […] Mi cuadrilla era de los duros del pueblo […] y ahí donde
está que pasa el barranco, ¡hacíamos unas batallas!, pero tremendas no,¡
tremendas!, quiero decir de…, lo que pasa que esto después al grupo lo
cohesionaba mucho, al grupo lo cohesiona mucho, ¿sabes? porque tú
peleas contra el otro, ganes o pierdas después vuelves, ¿no?, te rehaces, te
curas las heridas […] crea afinidades, que después de los años, ¡mira si
han pasado años!, pues todavía encuentras a alguien y lo recuerdas.
(Pequeño empresario, agricultor, 59 años)
Fer arca es un recreación bélica stricto sensu que han desarrollado los niños de algunas
comarcas valencianas durante muchos años. Actualmente, aunque la expresión parece
estar en desuso, se sigue reproduciendo el escenario del arca aunque con ligeras
modificaciones.
Esta práctica de masculinidad como bien describe el entrevistado consiste básicamente
en una especie de disputa, de batalla entre grupos de niños de diferentes barrios o
pueblos, en la que unos a otros se lanzaban piedras.
La fascinación por la significación socioantropológica de esta práctica para los estudios
de masculinidad se fundamenta en como para determinadas condiciones materiales de
existencia, los niños, desprovistos en muchas ocasiones de juguetes, pero ya
socializados en los principios básicos de la masculinidad hegemónica, buscan y
construyen un espacio también material pero simbólico a la vez, donde recrean una
batalla, usando piedras como armas. Es una práctica caracterizada por lo bélico en un
lugar donde no caben las niñas. En esta práctica ponen en riesgo sus físicos, se arriesgan
a volver a casa con una ceja abierta, quizás incluso como mal menor, pero como
contrapartida pueden ganar mucho; el reconocimiento, la cohesión grupal, el éxtasis en
la victoria e incluso el control territorial.
Sin duda es una práctica de masculinidad que además contiene estas características en
cierta medida místicas que no se entienden desde una posición de lógicas racionales,
sino que se tienen que entender desde una lógica más vinculada con lo simbólico, con el
prestigio, con la identidad y con las posiciones de poder. Pero sobre todo, desde el
punto de vista de una búsqueda pulsional a una exigencia real y perceptible sobre las
formas válidas de ser hombre en cada cultura.
(In)Conclusiones
Lo que se puede observar en estos locus masculinos responde como se indicaba a esa
necesidad generada y reproducida culturalmente que tienen los hombres, en este caso
niños y adolescentes fundamentalmente, para mostrar a iguales y al resto de la sociedad
que son capaces de hacer frente a ese requerimiento sociocultural que les conduce a
adoptar ciertas actitudes y comportamientos frente a la vida y en su forma de
relacionarse con sus pares y con la mujeres.
Se ha señalado la no existencia de esos lugares formalizados que permitan a los chicos
convertirse públicamente en hombres adultos reconocidos por el resto de su comunidad,
como aún ocurre en otras culturas o como ocurrió no hace tanto tiempo con ritos como
la mili.
Frente a esta ausencia, existen otros espacios que funcionan con ciertas características
de lo ritual y lo sagrado, donde se reproduce la identidad masculina tradicional, espacios
donde esa masculinidad es recreada, exaltada y venerada. Los chicos, especialmente en
las primeras etapas de sus itinerarios biográficos, parecen estar necesitados de prácticas
con las que aliviar la presión que sienten, aunque no la sepan describir (puesto que
forma parte del orden normal de las cosas) respecto a cumplir con los dictados del
género. La paradoja reside en que la sociedad no ofrece estos lugares formalizados,
ritualizados o sagrados donde se pueda dar salida a esa pulsión de masculinidad creada
socialmente, y por tanto sólo encontramos sucedáneos tras un trabajo hermenéutico de
relectura de las prácticas masculinas de los hombres valencianos.
Estos sucedáneos, que no están institucionalizados en el sentido de reconocidos como
ritos de adquisición de un nuevo estatus, y que muchas veces son creados ad hoc sin la
existencia siquiera de tutores que guíen la práctica, son aún así los locus que funcionan
como espacios generadores y reproductores de esa masculinidad tradicional: agresiva,
competitiva, y en búsqueda perpetua de riesgo, reconocimiento y éxito.
Pero muchos de estos espacios también están caracterizados por la cohesión social del
grupo de iguales, la respuesta existencial a la necesidad de las experiencias identitariascomunitarias, además edulcoradas con la sensación especial del poder y la dominación
que emanan del statu quo patriarcal y que sin ser capaces de verbalizarlo, los chicos son
capaces de percibir.
Se han descrito tres prácticas fundamentalmente que surgen de una aproximación
biográfica y etnográfica al objeto de estudio. Estas prácticas, que se han denominado
lógicas prácticas se desarrollan en espacios particulares que sustituyen la sacralidad
propia de ritos de paso propios de otras latitudes. Son locus en su sentido espacial, que
pese a no estar descritos como espacios rituales, tienen unas particularidades y unas
dinámicas propias que a ojos de un observador ajeno pueden resultar exóticas, en el
sentido que hemos aplicado desde la ciencia de los países occidentales a otras culturas.
Lógicas exóticas, porque hace falta una lectura profunda para dar con la significación de
estos espacios y las prácticas que los determinan, ya que pueden pasar desapercibidos
frente a una mirada excesivamente emic.
Y toda esta lectura de las prácticas de los hombres desde la perspectiva de género nos
permite dotarlas de sentido. Las cosas que se hacen, nuestras prácticas sociales tienen
una razón de ser. Y en este caso, frente a escenarios de demanda de una masculinidad
determinada y frente a la no existencia de ritos de masculinidad institucionalizados que
sean universales para la población masculina de la comunidad, los chicos adquieren su
reconocimiento, siempre parcial, como varones a través de una serie innumerable y
prácticamente inacabable de pruebas, muchas de ellas repetitivas, que no hacen más que
validar provisionalmente su masculinidad.
Bibliografía
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