COMUNIDAD Y ACCION COLECTIVA, UNA ... PROPUESTA TEÓRICA A PARTIR DE ...

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COMUNIDAD Y ACCION COLECTIVA, UNA VUELTA MAS DE TUERCA.
PROPUESTA TEÓRICA A PARTIR DE LA SOCIOLOGIA ANALITICA, LA
TEORIA DE JUEGOS Y LA TEORIA DE REDES SOCIALES
MAURICIO GARCÍA OJEDA
Grupo de Sociología Analítica y Diseño Institucional (GSADI). Universidad Autónoma de
Barcelona
Centro de Investigaciones Sociales CIS-SUR; Departamento de Sociología. Universidad de
La Frontera
[email protected]
Resumen
En la ponencia realizamos una propuesta teórica orientada a explicar cómo determinadas
características de las redes sociales pueden favorecer el surgimiento de la acción colectiva
en comunidades. Proponemos, específicamente que la cooperación necesaria para la acción
colectiva será viable en una comunidad, si las redes sociales tienen determinadas
propiedades estructurales y relacionales. Para desarrollar la propuesta, en primer lugar,
presentamos una síntesis de las categorías analíticas fundamentales presentes en la saga
teórica iniciada por Olson para establecer el problema de la acción colectiva. En segundo
lugar, situamos nuestra propuesta en el marco de la sociología analítica, focalizando el
análisis de la acción colectiva en un nivel micro social, específicamente, en torno a los
sistemas de interdependencia que configuran la lógica de la situación, en base a la cual, la
cooperación surge producto de la acción intencional y estratégica. En tercer lugar,
realizamos una crítica a los actuales enfoques de la teoría de los movimientos sociales de
Tilly, McAdam y Tarrow, quienes proponen “mecanismos relacionales” o de “meso-nivel”
(redes de confianza, mediación –brokerage–, emulación y encuentro) para explicar la
acción colectiva, pero no aportan microfundamentos satisfactorios. En cuarto lugar,
sostenemos que la propiedad estructural (cohesión) y relacionales (lazos fuertes y lazos
multiplex) de las redes sociales son condiciones necesarias para el surgimiento de
mecanismos situacionales: en la transición macro-micro, las redes sociales, especialmente a
través de las normas sociales y la información, afectan las creencias, deseos y
oportunidades, conduciendo a los individuos hacia la cooperación.
Palabras claves: sociología analítica, acción colectiva, gobernanza comunitaria, teoría de
juegos, teoría de redes sociales.
El planteamiento original sobre el problema de la acción colectiva
Desarrollar una explicación sobre el surgimiento de la acción colectiva implica considerar
el problema teórico planteado por Olson (1992), para quien, el producto de la acción
colectiva constituye un bien público que tiene como características su oferta conjunta, pues
al ser indivisibles (no puede ser divididos en partes para su consumo como los bienes
privados) todos los individuos pueden acceder simultáneamente y además, son de libre
acceso, en el sentido de que nadie puede ser excluido de la obtención del beneficio luego de
que está disponible. La decisión de implicarse en la provisión de un bien público
dependerá de la evaluación del individuo, quien se sumará si la utilidad es positiva en
términos de que los beneficios recibidos son mayores que los costos asumidos por la
provisión. Desde esta lógica, un individuo no se implicará en la acción colectiva porque aun
así puede acceder a los beneficios de ésta, maximizando su recompensa. El problema se
produce cuando cada individuo decide de esa forma, esto es, como un free-rider, porque
por ello, ninguno se implica en la acción colectiva y el bien público no es provisto.
Para Poteete, Janssen y Ostrom, (2012), la racionalidad individual, así entendida,
produce el perjuicio colectivo, pues cada individuo buscando mejorar su condición en el
corto plazo, empeora la suya y la de los otros en el largo plazo y este resultado subóptimo
es producto de la no cooperación de quienes están situados en un dilema social que, según
Miller (2004), tiene la estructura formal del juego estratégico del dilema del prisionero, en
el cual la primera preferencia de cada jugador es no cooperar y que los otros cooperen.
Visto así, el dilema de la acción colectiva es un tipo de dilema social, que son
aquellos en que: a) las decisiones estratégicas son tomadas por cada actor en forma
autónoma y simultáneamente (en el mismo tiempo); b) todos los participantes tienen
conocimiento común de la estructura de situación exógenamente fijada y de los pagos
(costes y beneficios) que recibirán todos los individuos bajo todas las combinaciones de
estrategias, y; c) no existe un actor externo que obligue a los participantes respecto a sus
decisiones (Ostrom, 2007, p.1-2).
La interdependencia está presente en la lógica de la teoría olsoniana de la acción
colectiva porque “En un “juego” hay varios jugadores o actores. Cuando todos los actores
han elegido estrategias, cada uno obtiene una recompensa que depende de las estrategias
elegidas por él y por los otros. La recompensa de cada uno depende de la elección de
todos. El concepto de recompensa puede ser entendido de forma estricta o de forma amplia.
De acuerdo con la interpretación amplia, significa el beneficio material recibido por cada
actor. De acuerdo con la interpretación amplia, abarca todo lo que en la situación tiene un
valor para el actor, incluyendo (posiblemente) las recompensas a los otros actores.
La recompensa de cada uno depende de la recompensa de todos. Se supone que los actores
se esfuerzan por maximizar su recompensa, es decir por provocar una situación que
prefieren a otras situaciones. Cuando un actor elige una estrategia, debe tomar en cuenta lo
que harán los otros (…) Para llegar a una decisión, el actor tiene, pues, que prever las
decisiones de los otros, sabiendo que estos tratan de prever las de él. La elección de cada
uno depende de la elección de todos (…)” (Elster, 1984, p.40-41). En ese sentido, Elster
(1997, p. 40) plantea en torno a la definición de un problema de acción colectiva: “1.
Podemos definirlo en términos muy amplios como una situación de decisión binaria en la
cual es mejor para todos que algunos tomen una decisión –la decisión cooperativa– que si
todos toman la otra decisión, aunque sea mejor para cada uno adoptar la última. 2. Podemos
definirlo de manera más restringida como un dilema del prisionero de n personas, en el que
es mejor para todos si todos cooperan que si nadie lo hace, aunque sea mejor para cada uno
no cooperar. 3. Podemos definir el problema aun de manera más restringida como un
dilema del prisionero de n personas en el que lo óptimo para todos es cooperar todos, pero
mejor para cada uno no hacerlo.”
Sociología analítica y teoría de la acción colectiva
La sociología analítica (SA) es una corriente en la teoría sociológica, que tiene como rasgo
distintivo básico su esfuerzo por enriquecer a la sociología, generando conocimiento
acumulable e incrementando su potencial explicativo, a través del desarrollo de teorías
orientadas a aportar explicaciones sobre fenómenos sociales complejos a través de la
identificación detallada y claras de mecanismos causales (proceso causales típicos)
específicos, de nivel micro social, que permiten explicar, con suficiente inteligibilidad y
consistencia lógica, fenómenos de ese nivel y además, la estructuración, desde procesos
generativos, de fenómenos macro sociales (Hedström, 2010; Manzo, 2007, 2010; (Noguera,
2012).
Específicamente, interesa explicar: a) a través de mecanismos situacionales, cómo
estructuras sociales y sistemas de interacción micro que integran individuos, inciden en su
subjetividad (en sus creencias y deseos como contenidos intencionales) y configuran su
estructura de oportunidades; b) a través de mecanismos de formación de acciones, cómo
oportunidades, deseos y creencias causan las acciones y; c) a través de mecanismos
transformacionales, cómo acciones individuales se agregan o componen para formas
fenómenos de nivel macro (Noguera y De Francisco, 2011; Salgado, Noguera y Miguel,
2014)
Dicho esto, ¿cómo explicar la acción colectiva desde la transición macro-micromacro? Avanzamos hacia la respuesta desde cuatro afirmaciones. Primero, señalamos que
es necesario analizar cada nivel transicional y los mecanismos específicos que operan en
ellos. La dimensión macro constituye el contexto social que configura la lógica de la
situación en la que se sitúa un individuo. Lo macro puede estar configurado por marcos
institucionales (reglas del juego formales y/o informales), condiciones materiales de
existencia, un contexto social de clase o de determinadas relaciones de poder, un proceso
político determinado, etc. También puede incluir a otros actores con los cuales se interactúa
en un contexto relacional determinado (una red social, una organización, por ejemplo). Este
contexto social influye, desde mecanismos situacionales específicos, en las creencias,
deseos y preferencias del individuo. En el nivel cognitivo o de formación de la acción,
producto de la operación de mecanismos específicos, los deseos y creencias del individuo
causan su acción social, es decir, se produce el momento en que decide implicarse o no en
la acción colectiva. Finalmente, en el nivel de transformacional, la acción colectiva se
producirá o no dependiendo de si los individuos han decidido implicarse en ella y esta
acción colectiva o sus efectos configuran un nuevo contexto social (macro) que incide en la
estructura de oportunidad de los individuos.
En segundo lugar, y desde lo anterior, postulamos que el desarrollar una explicación
sobre el surgimiento de la acción colectiva implica considerar el problema teórico
planteado por Olson, antes comentado, el que puede ser analizado en el marco de niveles de
la transición macro-micro-macro.
Lo anterior, nos lleva directamente a una tercera afirmación: para explicar la acción
colectiva es fundamental concebir la acción individual como acción estratégica.
Esto quiere decir que los otros influyen en la configuración del conjunto de oportunidad de
un individuo y por ello, son parte del parte del contexto social que opera en el nivel
situacional según lo antes señalado. Específicamente, un individuo puede, en base a la
información disponible, formar creencias sobre cómo son los otros, sobre que creencias y
deseos tienen los otros, sobre qué harán los otros, sobre las consecuencias de las acciones
de los otros, sobre los propios cursos alternativos de acción, sobre las consecuencias de las
acciones propias en los otros (en sus creencias, deseos, acciones y en la configuración de su
conjunto de oportunidad). También un individuo puede formar creencias normativas, sobre
lo que se debe o no se debe hacer, sobre lo que es justo o injusto, etc., a partir de la
influencia de otros y de esta forma, los otros también pueden moldear los deseos de un
individuo (sobre lo que busca conseguir, sobre lo que quiere que ocurra, etc.).
Finalmente, según lo antes planteado, decimos que si la acción colectiva surge
desde interacciones estratégicas, podemos definirla, siguiendo a Elster (1991, p.44) como
“la elección por todos o por la mayoría de los individuos de la línea de acción que, cuando
es elegida por todos o por la mayoría de los individuos, conduce al resultado
colectivamente mejor.” Un resultado puede ser colectivamente mejor si todos los
individuos mejoran su condición al cooperar con los otros en la provisión del bien público,
que en la acción colectiva política es un resultado político que puede ser normativamente
deseable, pero además requiere ser factible. En este sentido Ostrom y Ahn (2003, p.179),
plantean que la factibilidad de la acción colectiva no está asegurada: “Las teorías de la
acción colectiva se refieren a escenarios en los que existe un grupo de individuos, un interés
común entre ellos y un conflicto potencial entre el interés común y el interés de cada uno.”
La preguntas son, entonces, ¿si la acción colectiva tiene consecuencias deseables,
cuáles son las condiciones para su factibilidad? La cuarta afirmación que realizamos indica,
como adelantamos, que un factor relevante para propiciar la acción colectiva son las redes
sociales. Entonces, es necesario revisar qué conocimiento hay al respecto en las ciencias
sociales y para ello nos centramos, en primer lugar, en la teoría de los movimientos
sociales, debido a que ha realizado explicaciones sobre el surgimiento de la acción
colectiva a partir de mecanismos sociales que operan en torno a las dinámicas de redes
sociales.
Teoría de los movimientos sociales, acción colectiva y redes sociales
En torno al conocimiento disponible desde la teoría de los movimientos sociales
(ver Adell, Aguiar y Robles, 2007) y desde una revisión de ese robusto acervo de teoría y
evidencia empírica y sobre todo desde su propio trabajo previo, McAdam, McCarthy y
Zald, proponen en su célebre Movimientos sociales, perspectivas comparadas (1999)
avanzar hacia una síntesis teórica sobre el surgimiento y desarrollo de los movimientos
sociales a través del análisis interactivo de tres factores cruciales, que son la estructura de
oportunidades políticas, las formas de organización y los procesos colectivos de
interpretación, atribución y construcción social. En términos generales, el primero se refiere
a aquellos elementos como el sistema político, la política institucionalizada y la estructura
institucional que configuran (amplían o restringen) la estructura de oportunidades para el
surgimiento y estabilización de los movimientos sociales en general y la acción colectiva en
particular. El segundo, dice relación con los grupos, redes sociales, organizaciones que
constituyen canales formales e informales (la dinámica organizacional, los entornos básicos
o infraestructura organizativa) para la generación y desarrollo de los movimientos sociales
y la acción colectiva. El tercero, lo constituyen los significados (percepciones, emociones,
sentimientos, ideas compartidas, culturalmente situadas y socialmente construidas) a través
de los cuales se define o enmarca una situación y que son conscientemente promovidos
para legitimar, catalizar y en definitiva, promover la acción colectiva.
Para los autores señalados, el estudio específico de casos situados histórica y
geográficamente, en el que se combinan en concreto oportunidades, estructuras de
movilización y procesos enmarcadores, aporta a la compresión de las condiciones
necesarias para que se genere un movimiento social. No obstante, como señala Tarrow
(2011, p. 317-319), este valioso proyecto tuvo como limitación que configuraba una
ontología estática porque “Se reconocía que los marcos, las oportunidades y amenazas y las
estructuras de movilización eran elementos interactivos de la acción política colectiva, pero
la mayor parte de los autores (…), incluyendo el que escribe, consideraba implícito el modo
en el que los tres se unían en el proceso de lucha (…) con demasiada frecuencia quedaban
sin especificar los mecanismos y procesos que configuran entre sí los elementos de un
episodio de acción colectiva.”
Según Tarrow, para transitar desde una ontología estática hacia una ontología
dinámica de la acción colectiva política es necesario “Especificar los mecanismos que se
producen entre los distintos actores en los episodios de acción colectiva”. Por esta razón,
posteriormente, en su Dynamics of Contention, McAdam, Tarrow y Tilly (2001), en
sintonía con los avances en las ciencias sociales, realizan un esfuerzo por dotar de
fundamentos, a través de mecanismos causales generativos, a la explicación sobre los
movimientos sociales y la acción colectiva en torno a los tres factores ya señalados. En la
primera parte de su libro (p.12-13) señalan que los procesos sociales consisten en
secuencias y combinaciones de mecanismos causales: “Explicar la acción política
contenciosa implica identificar mecanismos causales recurrentes, la forma en que se
combinan, las secuencias en que se repiten y por qué diferentes combinaciones y
secuencias, originadas desde diferentes condiciones iniciales producen efectos variados a
gran escala.” En este marco, conciben mecanismos como “una clase delimitada de
acontecimientos que alteran las relaciones entre conjuntos específicos de elementos en
formas idénticas o similares en una variedad de situaciones” (McAdam et al, 2001, p.24).
Con la misma orientación, Tarrow (2011, p.319) señala que “Los mecanismos están
compuestos por procesos, combinaciones y secuencias regulares que producen
transformaciones similares en dichos elementos.”
En torno a la acción colectiva política distinguen tres tipos de mecanismos que se
combinan, estos son los mecanismos ambientales (condiciones externas que afectan las
condiciones de vida que pueden operar en forma directa, por ejemplo, cómo el agotamiento
o el aumento de recursos afecta la capacidad de las personas para participar en la acción
política contenciosa), mecanismos cognitivos (operan a través de la alteración de las
percepciones individuales y colectivas e incluyen operaciones analíticos como reconocer,
comprender, reinterpretar procesos como, por ejemplo, la formación de compromisos
individuales y colectivos) y mecanismos relacionales (que alteran las conexiones entre las
personas, grupos y redes interpersonales, por ejemplo, la intermediación entre grupos
desconectados, que permite, gracias a la interacción y reconocimiento de intereses
comunes, genera movilización durante períodos de acción política).
Al revisar la literatura de fines de la década de los noventa y comienzos de los 2000,
se constata que diversos autores (entre otros y con gran protagonismo los ya mencionados),
comienzan a identificar mecanismos específicos para las explicaciones que realizan sobre
los movimientos sociales y la acción colectiva (Lichbach y De Vries, 2007; Mische, 2003;
Moore, 1999; MacAdam y Tarrow, 2010; Meyer, 1999; Tarrow y Tilly, 2007; Tilly, 2004,
2007; Tilly y Tarrow, 2007) y además, se inicia una discusión sobre la relevancia y el tipo
de mecanismos plausibles para el análisis de esos temas. Sobre esto último, cuando se trata
la cuestión de los mecanismos en ciencias sociales, entendidos como procesos causales que
explican la relación entre dos variables, autores que se ocupan de las dinámicas de la
movilización (Campbell, 2005; Tilly, 2001) hacen referencia a una tradición que va desde
Merton hasta lo que actualmente se conoce como sociología analítica, que tiene como
referencia, entre otros, a Coleman, Elster y Hedström.
Si bien MacAdam, Tarrow y Tilly privilegian la explicación mediante mecanismos
sociales y sitúan su concepción de éstos en la lógica general de la perspectiva analítica
(procesos causales en vez de descripciones, leyes de cobertura y correlaciones entre
variables), se distancian del tipo de explicación teórica que realizan los autores analíticos a
partir de los mecanismos sociales. En particular, para estos autores, los mecanismos que
explican las dinámicas de los procesos políticos se sitúan en el nivel macro
(configuraciones institucionales que conforman la estructura de oportunidad y además,
factores que activan mecanismos ambientales) y en el nivel relacional-colectivo (grupos,
redes, sociales vinculados a las formas de organización en torno a los cuales operan
mecanismos relacionales y también los marcos de interpretación como subjetividad
colectiva el que despliegan mecanismos cognitivos). Para ellos no es necesario y adecuado
incluir mecanismos el nivel estrictamente individual. Según McAdam (2003) para estudiar
las dinámicas de acción colectiva es necesario situarse en el meso-nivel porque los
movimientos sociales se producen en algún nivel situado entre lo macro y lo micro.
En este marco, en torno a su importancia para la acción colectiva, los autores
señalados analizan las redes en dos niveles, uno referido a los procesos endógenos que
ocurren al interior de una red y otro relacionado a la sinergia que produce la articulación
entre redes. Sobre el primer nivel, Tilly (2001, 2004) analiza las redes de confianza como
un mecanismo que opera al interior de una red y que favorecen la acción colectiva.
Respecto al segundo nivel, el mecanismo de la mediación (brokerage) es un proceso de
generación de coaliciones gracias al establecimiento de vínculos entre redes que no estaban
conectadas. La mediación puede activar varios mecanismos. El primero es el de difusión de
información de diversos contenidos (McAdam et al., 2004), el segundo es la emulación, en
el que la acción colectiva de unos actores es inspirada por las de los demás (McAdam et al.,
2004) y el tercero, es el encuentro, en el que los integrantes de las redes comienzan a
interactuar y a compartir significados útiles para su conformación como actores políticos
(Tilly, 2004).
Aquí proponemos que esto limita la claridad de las explicaciones que formulan
sobre la acción colectiva o al menos hace que sean incompletas porque, al no considerar el
nivel individual, las explicaciones quedan desprovistas de mecanismos que aclaren cómo se
producen fenómenos en el nivel relacional y este déficit, a su vez, limita las explicaciones
en base a los mecanismos que buscan vincular el nivel relacional con el nivel macro. Este
déficit expresado en un hiato ontológico entre lo individual y lo relacional puede dar un
argumento adicional a la crítica que realiza Dubreuil (s/f) a los mecanismos propuestos por
los autores señalados, como la difusión y el brokerage, los que se refieren más bien a
resultados de procesos, por lo que no está clara la cadena causal, es decir, el mecanismo
concreto que explica cómo se produjo el resultado. Para Dubreuil es necesario no sólo
concebir a los mecanismos como tales sino que se requiere explicar detalladamente cómo
operan, o sea, cómo tienen eficacia causal sobre un explanandum, en este caso, sobre la
producción de un episodio contencioso.
Tilly, critica el individualismo metodológico y propone un realismo relacional
anclado en el análisis de transacciones, interacciones, vínculos e intercambios y se sitúa
entre los actores y los sistemas para analizar mecanismos orientados a explicar procesos en
torno a colectivos interactivos como un movimiento social o una red social de confianza
(Maíz, 2011). McAdam, Tarrow y Tilly (2004) se definen como adscritos a un enfoque
relacional y se distancian de las aproximaciones racionalistas (además de las culturalistas y
estructuralistas). Lo anterior, significa que la crítica a la concepción de mecanismos de
estos autores se orienta a la morfología de las explicaciones que formulan porque, si bien se
establece la causalidad, los mecanismos propuestos no aportan suficientemente para dotar
de inteligibilidad a la relación causal propuesta. Afirmamos que la aproximación de
mecanismos sociales despliega todo su potencial explicativo cuando se considera el nivel
individual vinculado a niveles meso (o relacionales) y macro sociales y en este marco,
puede aportar a generar explicaciones satisfactorias sobre la acción colectiva el enfoque de
comunidad relacional.
Redes sociales, comunidad relacional y acción colectiva: una aproximación desde la
sociología analítica
La teoría de la acción colectiva plantea que en el mundo real la acción colectiva no se
producirá y que el resultado cooperativo que generaría la mejor ganancia para todos no será
posible porque nadie optará unilateralmente por la cooperación. Esta no cooperación se
produciría si concurren condiciones restrictivas como las señaladas, que son propias de las
teorías de la acción colectiva de primera generación olsoniana y que son modificadas en las
teorías de segunda generación, que, en la búsqueda de explicaciones sobre la acción
colectiva, otorgan relevancia al capital social, fundamentalmente por su papel en la
formación, permanencia y adaptabilidad de las instituciones (reglas del juego) endógenas
que posibilitan la cooperación necesaria para la acción colectiva (Ostrom, 1994, 1995,
2000a; Ostrom y Ahn, 2003; Brondizio et al., 2009).
En este marco, el capital social cobra importancia para entender el surgimiento de la
acción colectiva, y por ello, es necesario relacionar la teoría del capital social con la teoría
de redes sociales, lo que nos permitirá identificar las condiciones bajo las cuales se
configura una comunidad relacional, lo que tiene que ver con las propiedades estructurales
y relacionales de las redes sociales que integran individuos, gracias a lo cual puede operar
la gobernanza comunitaria necesaria para promover la cooperación conducente a la acción
colectiva. Con este propósito, en primer lugar, respecto al capital social, adoptamos el
enfoque estructural, que lo entiende como recursos, tales como la información, las
obligaciones de reciprocidad y el efecto control de las normas sociales al que acceden los
individuos a partir de su inserción en redes (Coleman, 1988; Herreros y De Francisco,
2001).
Estas tres formas de capital social permiten a los individuos desplegar sus
estrategias para lograr beneficios: la información permite acceder a oportunidades y
formarse expectativas útiles para tomar decisiones adecuadas sobre el posible
comportamiento de otros en el marco de interacciones estratégicas; las obligaciones de
reciprocidad posibilitan el contar con recursos (incluyendo la información) gracias a la
mutua expectativa de dar y recibir favores y beneficios y, finalmente, las normas sociales,
como hemos señalado, hacen viables y estables los intercambios eficientes entre las partes,
al reducir el oportunismo producto del control social.
Desde esta perspectiva, los recursos que son capital social, circularán en redes y
tendrán efectos en la cooperación, si las redes tienen determinadas características, asociadas
a su estructura y al tipo de vínculos. Al respecto Herreros y De Francisco (2001: 7) señalan
que “(…) el capital social tiene una referencia material, la red estable de relaciones
interpersonales. En este sentido, aunque menos tangible que otras formas de capital (físico,
humano), tiene una estructura y, lo que es igualmente importante, dicha estructura tiene
“historia y continuidad” (…). De que la red tenga o no cierre (closure), de que sea
unidireccional o multidireccional (simplex vs. multiplex), de que sea más o menos simétrica
y horizontal o más o menos asimétrica y vertical, de que sus vínculos interpersonales sean
fuertes o débiles, de que haya puentes locales entre redes, de la frecuencia de los contactos,
de la capacidad de sanción social efectiva…; de todos estos rasgos estructurales –decimos–
puede depender no sólo que se consolide un stock de capital social (…)”.
Los autores citados identifican propiedades específicas que como señalamos son de
tipo estructural y relacional. A continuación, nos referiremos a ambas propiedades y
especificaremos mecanismos que explican por qué en una comunidad relacional puede
surgir la cooperación requerida para la acción colectiva. La propiedad estructural
(o morfológica) es la cohesión, expresada en una medida de cohesión global, que es la
densidad, y una medida de cohesión local, que son los cliques. Por su parte, las propiedades
relacionales (o interaccionales), relativas a la naturaleza de las conexiones son los vínculos
fuertes y los vínculos multiplex.
Propiedad estructural: cohesión
En la teoría de redes sociales una propiedad estructural es la cohesión, concebida como el
nivel de entretejimiento de los nodos en la red. En términos de la teoría de grafos, un grafo
es cohesivo cuando: a) hay líneas relativamente frecuentes; b) muchos nodos con
centralidad de grado relativamente alta (cantidad de vínculos directos); c) caminos
relativamente numerosos o cortos entre pares de nodos; d) muchas distancias geodésicas
cortas y diámetro pequeño (diámetro como la longitud de la mayor distancia geodésica
entre un par de nodos) (Bott, 1990; Kadushin, 2013; Wasermann y Faust, 2013).
Una forma de medir la cohesión es a través de su conectividad, la que está presente
si existen vínculos entre cualquier par de nodos de la red. Tendiendo en perspectiva la
conectividad, una medida de cohesión global de la red es la densidad, que es la proporción
entre el total de vínculos reales en relación al total de vínculos posibles en una red según la
cantidad de nodos que la integran (Rodríguez, 2005; Scott 2000). En una red con alta
densidad la mayoría de los nodos están directamente conectados entre sí y si consideramos
estas conexiones como las vías o circuitos a través de las cuales circulan recursos, que son
capital social, como la información (Herreros, 2002), decimos, entonces, que esta
información es distribuida en forma rápida y todos los integrantes de la red tienen acceso a
ella y de esta forma todos pueden enterarse de un comportamiento oportunista y
sancionarlo (Cook, Hardin y Levi, 2005; Ponthieux, 2006: 16).
Al ilustrar brevemente con Coleman (2001, 2011), indicamos que la estructura de la
red incide en la formación y acceso de los recursos de capital social. La información
circulará si existen suficientes canales de distribución representados por los vínculos y las
normas tendrán un efecto de control si las redes de observación mutua tienen suficiente
cierre (closure), es decir, si todos los individuos están directamente conectados entre sí, ya
que todos tienen acceso rápido a información sobre el potencial comportamiento
oportunista de otros, quien no tendrá incentivos para defraudar.
En marco, Durston (2000) analiza la interface entre las relaciones diádicas, las
relaciones en los grupos (como el entretejimiento de redes ego-centradas) y las relaciones
en comunidades e indica que las últimas se configuran a partir de las dos primeras y que
una de sus propiedades es que gracias al capital social es posible la existencia del control
social porque en el seno de estas relaciones. En este mismo sentido, Dasgupta (2009)
señala que en las comunidades el control social es posible porque existe una trama de
compromisos vinculados anidados en relaciones sociales que conforman redes sociales
interpersonales como sistemas de canales de información.
La importancia de la estructura de las redes para generar cooperación ha sido también
destacada desde la sociología económica, particularmente a través de Mark Granovetter, en
torno a la embeddedness (inscrustación) como categoría explicativa. Granovetter postula
que para realizar una adecuado análisis de la acción económica es necesario abandonar las
visiones señaladas y considerar, como antes se dijo, que esta se encuentra enraizada en
relaciones sociales situadas y específicas. La tesis del embeddedness señala que la acción
económica, sus resultados y las instituciones económicas son afectados por las relaciones
personales diádicas de los actores, y por la estructura general de la red de relaciones
(Granovetter, 1990a, 1992a, 1992b).
Granovetter distingue dos tipos aspectos de la embeddedness: la relacional y la
estructural. La embeddedness estructural indica que las relaciones sociales se constituyen
como redes sociales cuya configuración tiene una estructura que incide tanto en la
naturaleza de las relaciones como en los resultados económicos micro y macro que se
derivan de estas. De la estructura de relaciones depende, por ejemplo, el flujo de
información en las redes: redes más densas en las que se conforman grupos cohesivos
facilitan para sus integrantes el acceso más simétrico y rápido de información. Esto tiene
consecuencias para el control social informal, pues los grupos cohesivos son más eficientes
en la generación de estructuras normativas, simbólicas y culturales que afectan la conducta
económica (Granovetter, 1990a, 1992a).
El alto nivel de vinculación en las redes expresado en la cohesión, además de ser
calculado a través de la densidad como medida de cohesión global en la red, puede ser
mensurado a través de los cliques como medida de cohesión local en la red. Un clique es el
máximo subgrafo completo posible y se expresa como un subgrupo de al menos tres nodos
directamente conectados entre sí (Herrero, 2000) y en el que existe alta conectividad y
distancia geodésica pequeña (Wasermann y Faust, 2013). En un clique y también en una
red total con alta densidad los nodos tienen una centralidad de grado similar, esto es,
contextualmente tienen muchos vínculos directos con otros nodos de la red y por ello,
tienen acceso a la información que circula en la red.
Al interior de los cliques, dada la alta cohesión relacional, la información hace
posible el funcionamiento de sistemas de confianza multilateral. Coleman (2001, 2011)
concibe los sistemas de confianza en las relaciones bilaterales en las cuales ambos
individuos confían y son depositarios de confianza y en este marco, si en los cliques existen
vínculos directos entre todos, las relaciones de confianza mutua también pueden producirse
entre más de dos individuos. Aquí el control social que reduce el oportunismo opera en
base a las expectativas de reciprocidad como forma de capital social.
El grado de cumplimiento de las partes depende de la fiabilidad de la estructura
social, es decir, del cierre de red en que se encuentran insertos: si una parte no cumple,
puede ser sancionada por el afectado, quien en el futuro le pagará con la misma moneda y
además, puede ser sancionada por el resto de los miembros de la red con cierre en el sentido
antes señalado. Además, el grado de cumplimiento se ve favorecido por la propia
racionalidad de los individuos implicados en los vínculos de reciprocidad. Cada uno de los
implicados sabe que es más rentable a largo plazo mantener la reciprocidad que defraudar
en el corto plazo.1
1
En términos de la teoría de juegos, según el seminal análisis de Axelrod (1996) antes mencionado, si la
sombra del futuro es lo suficientemente larga, los individuos tendrán incentivos para cooperar mutuamente.
Así, un potencial dilema del prisionero en el cual la primera preferencia de cada jugador es defraudar, no se
produce y en cambio se establecen intercambios con una estructura de pagos propia de un juego de seguridad,
en el que la primera preferencia de cada jugador es cooperar con el otro y hacerlo en el futuro siempre y
Los cliques, sobre todo aquellos denominados como “solapados”, es decir, en los
que un nodo forma parte de más de un clique, constituyen comunidades de comunicación
(regiones de la red en las que existe una colección de cliques conectados) (Zubcsek et al.,
2014), o círculos sociales (Herrero, 2000), en los que la información se transmite
eficientemente entre sus integrantes gracias a la alta conductividad de la microestructura
reticular y así es posible que operen el efecto control de las normas sociales y se
desincentive, como señalamos, el oportunismo.
Propiedades relacionales: lazos fuertes y vínculos múltiplex
Si bien, el cierre de red, la densidad y los cliques hacen referencia a la estructura de la red,
también expresan la naturaleza de los vínculos que forman a esas configuraciones
reticulares. En este mismo sentido, Ostrom (2010) destaca la importancia para la acción
colectiva de determinadas cualidades de los vínculos, puntualmente de las interacciones
cara a cara que se repiten, porque permitirían tener información sobre el comportamiento
pasado de los otros y generar aprendizajes interactivos a través del tiempo, por medio de
heurísticas que viabilizan la adopción de las mejores estrategias considerando la
información que se dispone desde el entorno. Desde la perspectiva de la teoría de juegos, a
partir de sus experiencias, los individuos pueden actualizar sus creencias sobre los otros
(mantenerlas o modificarlas), permitiéndoles ajustar sus decisiones a la luz de la evaluación
sobre la confiabilidad de otros. Además, como señala Axelrod (1996), si los individuos
tienen expectativas de que sostendrán relaciones repetidas (iteradas) durante un suficiente
tiempo con otros, tiene incentivos para cooperar con ellos privilegiando las ganancias en el
largo plazo producto de la reciprocidad mutua. Entonces, las relaciones sociales de larga
duración hacen posible el surgimiento de la confianza, la reputación y la reciprocidad
necesarias para la cooperación sostenida.
Desde lo anterior, se identifican algunas características de los vínculos como la
repetición o frecuencia y la larga duración. Estas nos remiten a aquellas ya identificadas por
autores clásicos de la teoría de redes, a partir de los cuales Granovetter trazó una distinción
entre lazos débiles y lazos fuertes. La fuerza de los lazos es expresada en una combinación
de tiempo, intensidad emocional, intimidad y servicios recíprocos (Granovetter, 2000). Los
cuando el otro lo haga. En definitiva, las obligaciones de reciprocidad toman la forma de una cooperación
condicional.
lazos débiles son vínculos esporádicos, distantes, entre conocidos y los lazos fuertes son
vínculos cercanos, estables, permanentes. Aquellos que se vinculan fuertemente, son
similares entres sí, considerando los principio de la homofilia y transitividad en las redes, se
conocen suficientemente entre sí e integran redes densas (Granovetter, 2000). También,
según Granovetter (2003a), mientras más fuerte es el vínculo entre dos atores, mayor es el
grado de solapamiento de los cliques que integran, generándose así, círculos sociales
cohesivos.
A partir de la propuesta original de Granovetter, los lazos fuertes se han analizado
desde dimensiones expresivas (intensidad de la relación a nivel afectivo, tipo de apoyos
intercambiados, tiempo invertido en la relación), dimensión estructural (configuraciones
estructurales de los vínculos en la red: red densamente conectada o “tupida”, triadas
transitivas y círculos sociales) y dimensión social (vínculos entre actores homogéneos,
circulación de recursos y acciones expresivas que requieren confianza) (Cruz y Miquel,
2013). Como se advertirá, los lazos fuertes no remiten solamente a una propiedad relacional
si no además, tienen una expresión estructural, concordante con las propiedades de este tipo
que antes destacamos. En esta lógica es que Dasgupta (2009) señala que lo propio de los
integrantes de comunidades es que mantienen vínculos fuertes, en las que los compromisos
son establecidos en el marco de relaciones densas, frecuentes y de larga duración, que se
producen en escalas territoriales reducidas.
En todo caso, es importante que si bien, las personas que comparten lazos fuertes
comparten información similar, a la que acceden de forma rápida y a bajo costo, y esta
información, como capital social, es fundamental para que opere el control social producto
de las normas social, esta información puede quedar encapsulada al interior de una red o
sub red con cierre. Por ello, en este punto es importante indicar que no sólo el cierre de red
es una propiedad estructural de la red que genera dinámicas de control social que inciden en
las decisiones y acciones de sus integrantes, en específico, aquellas orientadas a la
cooperación y al cumplimiento de compromisos. Al respecto, González (2009, 2010) y Lin
(2001) señalan que lo fundamental es cómo la estructura de la red configurada por la
distribución de los nodos facilita suficientemente (hace eficiente) los flujos de información,
de tal forma que una proporción significativa de esos nodos accedan a ella. Esto dependerá,
según González (2010), de una determinada combinación en que un número adecuado de
nodos dispongan del número adecuado de vínculos; lo relevante no es necesariamente que
los nodos tengan muchos vínculos, sino que estén bien conectados.
En estos términos, si lo que importa es la conectividad, que puede ser conectividad
entre redes o subredes, los lazos débiles también tienen un papel en la promoción de la
cooperación. Granovetter (2000, 2003a) los concibió como vínculos esporádicos, distantes,
entre conocidos, que hacen posible la circulación de información entre subgrupos en una
red o entre círculos sociales distantes y distintos. En términos generales, los lazos débiles
constituyen puentes locales que permiten la transmisión de información novedosa y no
redundante entre redes sociales heterogéneas y segmentadas. Granovetter (2003a) ilustra la
relevancia de los lazos débiles en la circulación de información útil para el control social
que desincentiva los comportamientos oportunistas, a través de la investigación realizada
por Weimann, quien señala que en los kibutz, la creciente heterogeneidad ha generado
subgrupos, pero el mix virtuoso entre lazos fuertes y lazos débiles favorece la cohesión y
conectividad global.
La segunda propiedad relacional que comentamos son los lazos multiplex o
multifacéticos o multidireccionales. En las relaciones multiplex los integrantes de una red
están conectados entre sí por más de un rol, posición o contexto. “Una red puede ser
caracterizada como multiplex si los individuos que la componen están vinculados
socialmente unos con otros no sólo a través de vínculos de negocios, sino también siendo
miembros de la misma iglesia, club social, o sistema escolar” (Aslanian, 2006:385). Este
tipo de multiplicidad es denominada “de rol”, por ejemplo, tener a la vez un vínculo en el
cual existe un contexto de amistad y además, laboral. En complemento, existe la
denominada “multiplicidad de contenido”, según la cual dado que existe un vínculo
múltiple, gracias a él, una persona puede acceder a diferentes tipo de recursos entregados
por otra (dinero, conocimiento, apoyo emocional), los que son provistos desde los diversos
contextos de la relación (Kadushin, 2013).
Las implicaciones de lo anterior, para la cooperación pueden ser dos. Una, se refiere
a que, de acuerdo a lo planteado por Coleman (2001), una persona puede apropiarse de un
recurso disponible de un contexto para usarlo en otro contexto. Específicamente, en torno a
las obligaciones de reciprocidad como forma de capital social, una persona puede hacer un
favor en un contexto, de amistad por ejemplo, con otra persona y luego cobrar ese favor,
para tener un tipo de ayuda en el contexto laboral en que ambas participan. Por esta razón,
las personas valoran mantener relaciones múltiples por las oportunidades que les reportan
como oportunidades para acceder a recursos y cuidará esas relaciones cooperando con el
otro. La segunda implicación se deriva de la primera. En las relaciones multiplex, el
incumplimiento que afecta a un contexto puede afectar las otros contextos de las relaciones
sociales y si un individuo valora la riqueza de estas relaciones no defraudará al otro.
Importan en las redes, por tanto, la reputación y la estabilidad de las relaciones de
confianza. Esto sobre todo es así, cuando las partes tienen la expectativa de que la relación
se extenderá en el tiempo, lo que es propio de los lazos fuertes. Esto nos lleva a señalar que
los análisis clásicos en la teoría de redes sociales, asocian vínculos fuertes a vínculos
multiplex y como señala Granovetter (2000), en la mayoría de las ocasiones es así, pero
también puede ocurrir que una relación con un solo contenido, también pueden ser fuertes.
Otra relación que se establece en la literatura es entre vínculo multiplex y densidad
de la red. En este marco, específicamente, en torno al cierre de red, es ilustrativo el ejemplo
que aporta Coleman (2001), para señalar la relevancia de esas dos propiedades, para la
existencia de control social y de cooperación en las comunidades. En una comunidad judía
en Brooklyn, Nueva York, hay comerciantes de diamantes que intercambian entre sí bolsas
con estos productos para revisar su calidad. Ninguno de los comerciantes sustituye o roba
los diamantes, pues todos forman parte de una comunidad cerrada en la que comparten
intensos vínculos de parentesco, étnicos, comerciales y religiosos (red multiplex o
multifacética). La comunidad constituye una red con cierre en la cual la información sobre
los comportamientos fraudulentos se esparciría muy rápido y todos sus integrantes se
enterarían. El costo social para quien incurriera en esta conducta sería muy alto, porque la
sanción social aneja a la norma social podría ser aplicada gracias a la estructura cerrada de
la red que surge como externalidad de las relaciones sociales.
La complementariedad entre propiedades como los vínculos múltiplex y la cohesión
en las redes nos sitúa nuevamente en torno a la relevancia del embeddedness propuesto por
Granovetter, ahora, respecto al embeddedness relacional. Este refiere a que las relaciones
sociales tienen historia y se encuentran situadas en contextos sociales específicos
(Granovetter, 1990a, 1992a). Por ejemplo, si la relación de negocios entre dos empresarios
o entre un jefe y su subalterno es antigua y además se mantendrá en el futuro (y si además
existe intensidad emocional), ambos tienen incentivos para cooperar y cumplir sus
compromisos mutuos (Granovetter, 1990a). En esta historia de relaciones se conforman los
“contratos implícitos” en donde las partes han demostrado que otorgan a las otras garantías
y condiciones adecuadas en los intercambios que mantienen. Además, como las relaciones
sociales están situadas, el funcionamiento de empresas y organizaciones económicas está
permeado por estas relaciones que operan como estructuras de governance informales: en
una organización existen redes (multiplex) en las cuales los vínculos entre dos personas se
encuentran solapados, según lo ya señalado.
Comunidad relacional: cohesión, los lazos fuertes y vínculos multiplex en las redes
sociales
Tal como señala González (2009), la interdependencia es el mecanismo más básico a
través del cual las redes moldean el desarrollo de ciertos procesos sociales: la existencia de
conexiones es lo que hace a los agentes tomar en consideración la acción previamente
tomada por otros individuos e influir, a su vez, a otros tantos. Lo anterior, es especialmente
relevante para comprender el surgimiento de la acción colectiva y el papel de las redes
sociales en ello, para lo cual, a su vez, es necesario conocer las redes sociales, en términos
de sus atributos estructurales y relacionales. Con este propósito hemos descritos estas
propiedades, en base al conocimiento disponible desde la teoría de redes sociales,
conocimiento que complementados con el aportado por la teoría del capital social, la nueva
sociología económica y la teoría de juegos.
En torno a estas mismas teorías, además advertimos que implícita o explícitamente,
se refieren al concepto de comunidad cuando analizan las propiedades estructurales y
relacionales que tratamos. Además, estas teorías, también analizan el efecto de estas
propiedades situadas en torno al concepto de comunidad, para generar cooperación social.
Esto es de especial interés para explicar la acción colectiva desde el prisma de las redes
sociales, aportando mecanismos sociales específicos, situados en un nivel situacional
(transición macro-micro), en términos de la sociología analítica, y de esta forma superar los
déficit de la perspectiva relacional de la teoría de los movimientos sociales. Ello
considerando que los mecanismos que proponen son insuficientes para aportar
explicaciones satisfactorias sobre la acción colectiva, debido a que no proveen
microfundamentos, los que sí son posibles identificar desde un análisis sobre la eficacia
causal de las redes sociales en la acción colectiva, desde la perspectiva de las comunidades
relacionales.
Para finalizar, en torno al concepto de comunidad relacional, según nuestra
propuesta, ilustramos con lagunas ideas disponibles desde las teorías antes señaladas.
Comenzamos señalando que, según varios autores, la eficacia colectiva, la gobernanza
comunitaria o el cumplimiento en comunidad promueve la cooperación. La razón es que las
relaciones cara a cara en vínculos cohesivos, multifacéticos, periódicos (por tanto, fuertes)
y públicamente reconocidos entre un número no muy alto de integrantes, permiten el acceso
de información privada sobre los integrantes de la red (sobre sus preferencias,
competencias y comportamientos pasados) a bajo costo y además, este alto grado de
observabilidad multilateral, la larga duración de estas relaciones (juegos iterados de n
jugadores sin una ronda final establecida) en un marco de derechos y obligaciones
compartidas, favorecen la confianza y la reciprocidad y el interés de los individuos de
invertir en reputación, ya que la coordinación de expectativas basada en creencias sobre
compromisos creíbles formadas desde información local, configura estructuras de
oportunidad propias de un juego de seguridad en el que es posible la cooperación
condicional como un equilibrio endógeno sostenido (Aoki, 2000, 2007, 2010; Barbera,
2005; Bowles y Gintis, 1998, 2002; Dasgupta, 2010; Kandori, 1992; Ostrom, 1998).
Tilly (2010) concibe las comunidades como redes de confianza:“(…) conexiones
interpersonales ramificadas, establecidas principalmente sobre fuertes lazos, dentro de los
cuales la gente pone recursos y empresas valorados, trascendentales y de largo plazo ante el
riesgo de fechorías, los errores y los descuidos de los demás (…) las redes de confianza se
destacan respecto de otros tipos de relaciones sociales, precisamente, porque crean
controles para evitar las fechorías y brindan salvaguardas contra las consecuencias de
errores y descuidos en su funcionamiento rutinario (…) las redes de confianza reducen los
costos de transacción y aumentan la seguridad de los contratos (…) controlan a sus
miembros, pero también les otorgan recompensas que hacen costosa la exclusión” (Tilly,
2010: 32-33).
En sintonía con lo anterior, Bowles (2004: 474) señala: “Por comunidad quiero
decir un grupo de gente que interactúa directamente, con frecuencia y de forma
multifacética. En este sentido, las personas que trabajan juntas son comunidades, así como
lo son algunos barrios, grupos de amigos, redes profesionales o de negocios, pandillas y
ligas de deportes. La característica que define la comunidad es la conexión (…) la
naturaleza repetida y multifacética de las interacciones sociales en las comunidades, la
cantidad relativamente pequeña de personas involucradas, y, como resultado, la
disponibilidad de información sobre quienes están asociados con uno, puede apoyar niveles
altos de lo que algunas veces se denomina capital social: confianza, interés por quienes
están asociados con uno, y la disposición de vivir bajo las normas propias de la comunidad
y castigar a los que no lo hacen.”
En sintonía con lo anterior, Greif, al analizar desde un enfoque neoinstitucionalista
el papel de las instituciones (reglas) como dispositivos endógenos para el funcionamiento
del comercio medieval en el mediterráneo, destaca la importancia de la densidad de la red
es una condición necesaria para la circulación de la información que favorece el control
social para el cumplimiento de normas sociales. La información que utilizaban los
comerciantes para proteger sus intereses era obtenida como subproducto de las actividades
comerciales que se hacía pública si existían los suficientes canales de transmisión de la
información que circula entre los miembros de la comunidad, que permitía además y
previamente que se identificasen entre ellos. La antes citada “coalición”, la regla
autoimpuesta por los principales referida a no contratar a un agente que falló a uno de ellos,
operaba gracias a la existencia de una red densa de relaciones entre los principales que
además de permitirles tener información sobre el desempeño de sus agentes, hacía posible
que todos sus integrantes se enteraran de la conducta de sus pares respecto al cumplimiento
efectivo de este castigo multilateral hacia el agente oportunista. De esta forma, la estructura
de la red de relaciones hacía posible el efecto de los incentivos que generaban equilibrios
conducentes al auto-cumplimiento (Greif, 2006).
Si bien era posible que no todos los individuos articulados en torno a la “coalición”
se conocieran directamente entre sí, al menos alguno de ellos podía identificar a otros y de
este modo se generaba un sistema de identificación entre sus integrantes soportado por una
estructura de red basada en conexiones densas. Los mercaderes integrantes de esta red
tenían incentivos para informarse sobre la conducta pasada de sus pares, pues esto afectaba
sus intereses. Así, la información circulaba entre los comerciantes lo que permitía que la
conducta deshonesta de uno de sus miembros se hiciera pública. En este mismo sentido,
Aslanian (2006) aporta evidencia sobre cómo entre los mercaderes armenios Julfan entre
los siglos 16 y 18, los intercambios comerciales caracterizados por asimetrías temporales
(el servicio no se entregaba en el mismo momento de ser pagado porque se trataba de
negocios en torno al comercio de larga distancia) e informacionales (en el sentido ya
señalado) fueron eficientes porque operaron en base a dispositivos de gobernanza que
incluían: a) reglas formales como el Datastana girk Astrakhani Hayots (códigos de leyes
que regulaban los contratos de commenda, sobre todo respecto al buen uso de los bienes
encomendados por un principal a un agente); b) la Kalantar (coalición o asamblea de
comerciantes) y; c) la densa (cerrada) y multiplex (vínculos étnicos, religiosos y
comerciales) red de relaciones gracias a la cual circulaba la información sobre la reputación
de los agentes, quienes tenían incentivos para cumplir sus compromisos contractuales, ya
que los futuros negocios en los que podrían participar estaban condicionados a su conducta
pasada.
Las nociones de densidad, cierre de red, vínculos fuertes y multiplex y de
comunidad relacional son capturadas bajo el concepto de capital social comunitario,
propuesto por Durston (2000: 21), quien señala que “se expresa en instituciones complejas,
con contenido de cooperación y gestión (…) estructuras normativas, gestionarias y
sancionadoras”, que viabilizan el control social sancionando a los free-riders, la creación de
confianza, la resolución de conflictos, la movilización y gestión de recursos y la generación
de bienes públicos. El capital social comunitario hace posible la cooperación necesaria para
la acción colectiva, porque “las obligaciones y expectativas entre las personas apuntan en
todas direcciones (…) permite establecer normas respetadas por todos, y sanciones a cada
individuo por la colectividad” (Durston, 2000: 29).
Comunidades que tienen características reticulares como las señaladas por Durston
y que, producto de ello, logran iniciar y sostener dinámicas de cooperativas, son las
analizadas por Taylor y Ostrom. El primero estudia las relaciones de comunidad y su efecto
en las preferencias de los implicados, gracias a lo cual se superaron dilemas de acción
colectiva y gatillaron acciones políticas revolucionarias como cooperación condicional en
China, Rusia y Francia. Se trata de comunidades fuertes (relaciones directas, múltiples,
repetidas, con actividades solapadas) (Taylor, 1991). También Taylor (2001), sostiene que
las comunidades poseen relaciones cooperativas, producto de la existencia de capital social
anidado en redes sociales, y las agencias estatales que se coordinan con ellas deben cuidar y
no erosionar esas redes sociales. Ostrom (2000b), por su parte, analiza el círculo virtuoso
que se produce entre las relaciones comunitarias y las reglas de autogobierno que generan
para lograr la necesaria acción colectiva orientada a la preservación de recursos de uso
común.
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