Num046 017

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CINE
Cine en la Luna
JORGE BERLANGA *
L
A anunciada revisión del Decreto-ley de
Cinematografía por parte del nuevo Ministro de
Cultura, Jorge Semprún, ha
provocado una reacción cercana
al pánico en determinados sectores, que de inmediato le han
visto las orejas al lobo. Todavía
sin acabarse de perfilar las posibles reformas, parece ser que se
va a hacer una vigilancia especial
sobre la política de subvenciones
a la producción, que han sido
para algunos, especialmente los
más beneficiados, el gran acierto
de la «Ley Miró» y para otros en
cambio su punto flaco. Lo cierto
es que durante los últimos años el
cine español ha sido financiado
por canales de amiguismo, que ha
conducido a un resultado de raquitismo industrial, con películas
que en su mayoría han sido absolutos fracasos comerciales, hasta
el punto de que algunos títulos
que han gozado de altas subvenciones millonarias apenas han recaudado más de treinta mil pesetas. En base a esto, parece lógica
una reestructuración destinada a
sanear una industria en peligro de
descomposición, a pesar de una
* Madrid, 1958. Licenciado falsa apariencia boyante.
n Filosofía y Letras. Crítico de
Por encima de algunos gritos
une.
catastrofistas, curiosamente salidos
de boca de quienes más se han
beneficiado de la anterior situación, que dicen que lo que va
Jorge Semprún.
a conseguir la nueva ley es la desaparición del cine español, aquí
nada se detiene, y hay al menos
cerca de diez películas en rodaje.
La actividad real se impone a la
hipotética extinción. Mientras
tanto, los estrenos se suceden con
la única traba de los diferentes
compromisos de los exhibidores,
inclinados a poner en pantalla en
temporada alta los grandes éxitos
extranjeros hasta que les toca
cumplir la cuota del tres por ciento de protección a la producción
nacional.
Destaca como un film insólito,
dentro de lo que se acontumbra a
realizar por estos parajes, El niño
de la luna, de Agustín Villaronga.
Este director, que ya había dado
muestras de su carácter atípico y
su capacidad para sorprender con
un cine ajeno a las fórmulas de
costumbre en su ópera prima,
Tras el cristal, consigue también
en ésta salirse de la norma para
ofrecernos un producto tan extraño como atrayente. La historia de
un niño iluminado por el influjo
lunar, convencido de ser poseedor
de un extraordinario destino, que
aterriza en una extraña institución, entre colegio y cárcel, regida
por unos extraños personajes de
siniestro talante, que experimentan en búsqueda del perfecto superhombre nietzschiano, que se
prolonga con una huida a África
en compañía de una extraña mujer, alcohólica y destinada a la
cría, perseguidos por una dinámica señora que tan pronto da lecciones de trigonometría como se
pone a pilotar una avioneta por la
sabana, no deja de mostrar detalles de imaginación poco corriente
en un panorama cinematográfico
acostumbrado a una aburrida
facilidad monotemática. Sin embargo, los interesantes puntales
que pone Villaronga en su argumento se sostienen mal por falta
de hilo narrativo. A pesar de ello,
todas las lagunas del guión las suple el autor con un extraordinario
sentido de la imagen, con un sentido especial para dominar la evocación simbólica. Su habilidad
para dotar a cada escena de una
particular sugestión estética lo
convierte en un caso único dentro
de nuestro cine, que permite obviar cualquier imperfección a
cambio de la esperanza de renovación frente a lo anquilosado.
Hay que felicitar al productor, Julián Mateos, por haber sabido
asumir el riesgo de crear una película tan poco acomodaticia a las
fórmulas comentes, al igual que
destacar la extraordinaria fotografía de Jaume Peracaula, que es
componente imprescindible para
envolver al espectador en el sentimiento mágico, de vértigo frío, al
que arrastra este niño lunar, interpretado por Enrique Saldaña,
acompañado por inspirados profesionales como David Sust, Lucía Bosé, Lisa Gerrard o una inconmensurable Maribel Martín.
En definitiva, una película que,
más que un experimento, es la
realidad efectiva de una posibili-
dad de renovación estilística dentro del cine español.
En otro sentido absolutamente
opuesto, pero igual de eficaz en
cuanto a la singularidad insólita,
está Loco veneno, de Miguel Hermoso. En este caso, más que a
sorprender por los imprevisto, se
tiende a utilizar fórmulas clásicas
archiconocidas con el sorprendente resultado de una absoluta
frescura que se eleva sobre el
mustio erial de la producción nacional. Una joven ejecutiva que
se dispone a irse de vacaciones, se
ve de pronto envuelta en una trapisonda de enredos, chantajes,
persecuciones, provocados por
hombres que se cruzan en su camino obsesionados por el amor
loco hacia una enigmática mujer
fatal. Utilizando situaciones, guiños y homenajes a viejas comedias, con un ritmo desenfrenado
sostenido de principio a fin, Hermoso consigue su objetivo, que es
el de simplemente entretener, una
aspiración loable de la que parecen olvidarse muchos de nuestros
cineastas, abonados al plano premioso, a la exposición larga y soporífera en interminables secuencias en las que no pasa nada. Los
actores cumplen con eficacia, en
especial Luis Merlo y Antonio
Resines, con un aceptable debut
de Pablo Carbonell y la sorpresa
de una maravillosa Maru Valdivielso rebelándose como una excelente atriz de comedia.
Como producción cuidada con
todo mimo para convertirse en
éxito popular, se puede señalar
Las cosas del querer, de Jaime
Chávarri, un director que ya ha
demostrado en diversas ocasiones
su capacidad como artesano para
fabricar impecables productos
con garantía. Una vez más nos
trasladamos a los tiempos de la
posguerra, esta vez con ritmo de
tonadilla. La historia trata de los
avalares en busca del éxito que
sufren una joven intérprete de
canción española, un pianista
enamorado de ella y.un cantante
homosexual, inspirado en el célebre Miguel Molina. La España de
la época, con una cuidada ambientación, sirve de escenario
para esta tragicomedia musical
con pleno sabor de folklore hispánico, donde Angela Molina se encuentra como pez en el agua dando rienda suelta a su sangre tonadillera.
Y dejando que corra el agua,
nos encontramos con El río que
nos lleva, de Antonio del Real,
una adaptación de la novela de
José Luis Sampedro sobre leñadores en el alto Tajo. La historia
se centra en la aventura de la
«maderada», el traslado de troncos desde la sierra de Peralejos
por el río hasta Aranjuez, y el itinerario espiritual de un irlandés
desencantado en su contacto con
las gentes que allí se encuentra.
La película, rodada en escenarios
naturales, está sobrada de belleza
paisajística, postales soberbias y
pintoresquismo salvaj'e, lo que le
ha válido ser declarada de interés
especial por la Unesco, por su
contribución a la defensa de los
valores ecológicos. Lo malo es
que lo que le sobra de hermosas
imágenes, le falta de consistencia
argumental, con una historia que
parece que se escape por el río
como si de un tronco se tratase.
Es al menos destacable el trabajo
del siempre eficaz Alfredo Landa
y de una racial Eulalia Ramón.
Fallida es también la película
de José Antonio de la Loma, Pasión de hombre, a pesar de contar
con la presencia del gran Anthonny
Quinn. La historia de un viejo
pintor, con claras resonancias picassianas, instalado en la Costa
Brava, que se dedica a pendonear
como semental todavía en activo
con toda señora que se pone a su
alcance, acaba siendo ligeramente
ridicula, sin que la pueda salvar
ni el mismo Quinn, en esta ocasión libre para ofrecernos todo el
repertorio de sus peores «tics».
Como si «Zorba» cogiese el pincel para hacer aspavientos con la
tramontana.
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