N Entrevista con Monseñor Enrique y Tarancón o es necesario insistir, una vez más, en el decisivo papel que a Monseñor Tarancón le ha correspondido desempeñar en la vida del catolicismo español contemporáneo. En un número de «Cuenta y Razón» como el presente, especialmente dedicado a la última Encíclica, nos ha parecido que nada sería mejor que preguntarle a él sobre sus opiniones. Pero no nos hemos limitado a la Encíclica porque Monseñor Tarancón, que sigue ejercitando su función pastoral en conferencias y artículos, es, además, una guía prudente y siempre valiosa para interpretar la realidad presente de nuestro catolicismo. Siempre con cordialidad, y con esa sabiduría serena que se desprende de su persona, en estos términos ha respondido a nuestras preguntas. JAVIER TUSELL Javier Tusell.—En primer lugar quisiera preguntarle qué es lo que más le ha impresionado de la Encíclica. Uno de los articulistas que escriben en este número de la revista dice precisamente que es una Encíclica inquietante. ¿Qué es lo que más le ha impresionado de ella? Cardenal Tarancón.—A mí, quizás, lo que más me ha impresionado es que el Papa hace un estudio de la realidad actual y ve que las previsiones que se habían hecho no dan resultado. Él escribe la Encíclica a años de la «Populorum Progressio», cuando ya Pablo VI había indicado que el progreso es en nombre de la paz pero que no se puede hablar de un progreso hoy en la Humanidad si no es de todos y para todos los hombres. Esta visión que hace el Papa de la actualidad consiste en cómo, en vez de solucionarse o al menos aminorarse el problema, se agrava y la diferencia norte-sur es mayor. Quizás es lo que más me ha sorprendido de la Encíclica del Papa, porque me da la impresión de que pone el dedo en la llaga, una llaga que deben de contemplar todos los que tienen responsabilidades públicas en el mundo. Tal y como están llevando las cosas ahora (incluso los acuerdos internacionales de ayuda al subdesarrollo, no son de todos los gobiernos, sólo de un tanto por ciento), a pesar de los planes que había hecho y que parecía que podía mirarse con un poquitín de esperanza el futuro, la realidad es que el problema se agrava. Eso es, quizás, lo que más ha llamado la atención. J. T.—¿Le llama la atención porque usted lo ve de otra manera? C. T.—Yo no me he dado cuenta hasta que el Papa lo ha expuesto así, porque yo que, por temperamento, soy un poco optimista y creía que las cosas iban mejorando, pero lo evidente es que no solamente no iban mejorando sino que han empeorado. Esta es la cuestión que a mí me preocupa. Ahora el Papa, con un tono un poco profético, ha hablado de LAS las «estructuras de pecado» y esto es otra cosa, porque lo que hace ESTRUCTURAS es una clasificación de todas las estructuras que son las que, por lo DE PECADO que se ve, después de tantos años no solamente no han iniciado el camino de la solución sino que lo han agravado. A esto llama «estructuras de pecado», y quizá es lo que más me ha llamado la atención. La suya parece una voz profética; para los creyentes el que haya estructuras de pecado es muy significativo pero, dicho para los no creyentes, esta realidad que el papa señala creo que, además, puede ser un aldabonazo muy fuerte. /. T.—Otra cosa que llama la atención es que, en el fondo, el Papa hace una apelación a una modificación de la actitud interior, quiero decir que por un lado denuncia esas «estructuras de pecado», pero añade, además, la necesidad de esta modificación de la actitud interior. ¿Es que para la Iglesia los problemas del subdesarrollo no pueden solucionarse sin esa modificación de esa actitud interior? C. T.—Yo diría que el Papa, en esta cuestión, no hace más que aplicar un principio más bien general, porque las estructuras, cuando son malas, no se solucionan si no cambian las personas antes y si no cambian las motivaciones de las personas. Por lo tanto lo que el Papa está haciendo es la aplicación del principio de que esas estructuras de pecado suponen que no nos hemos convertido interiormente para iniciar una solución. Esto lo han dicho varios Papas en el transcurso de los tiempos: que lo interesante es el cambio de las personas y de las motivaciones interiores, que tengamos conciencia y seamos solidarios. No sólo en el aspecto cristiano, sino en el aspecto humano, porque como no se cambien esas motivaciones interiores, y, mientras siga siendo el lucro y el egoísmo el aliciente principal, la situación no tiene remedio /. T.—A veces leyendo los textos de la doctrina social en la Iglesia (y yo lo he experimentado concretamente con esta Encíclica) uno se pregunta hasta qué punto los pontífices no están a la búsqueda de una tercera vía qe no se sabe bien en qué consiste. C. T.—Me parece que ha habido un tiempo bastante largo eh que los Papas estaban buscando una vía intermedia entre capitalismo y comunismo. Para entendernos, creo que este Papa ha cambiado el planteamiento; lo cambió, a mi juicio, ya en «Laborem exercens» cuando dijo de una manera clara: «No me interesa si capitalismo o comunismo, lo que me interesa es que la economía y todo vaya en servicio del hombre». Ése es un planteamiento muy distinto y esto lo ha hecho este Papa. Hasta este Papa, incluso en la misma «Populorum Progressio» de Pablo VI, yo diría que estaba, más bien, queriendo corregir los defectos de los dos sistemas para buscar una vía intermedia con las ventajas de los dos, para entendernos. Yo creo que este Papa ha cambiado este problema. Yo ahora no veo ese buscar; él está atacando a todos porque precisamente es esa raíz la que está podrida, que es la actitud interior. El Papa busca y dice: «Ante todo en la vida y en la vida EN SERVICIO DEL HOMBRE política y social, todo en la vida económica particularmente, hay que pensar cómo mejoramos al hombre y cómo va todo en servicio del hombre». Esto es lo que no tenemos. /. T.—¿Usted cree que los españoles se enteran de un mensaje como éste? C. T.—Yo creo que el ochenta y tantos por ciento de los españoles ni se enteran. Del 16 al 17 por 100 que pueden enterarse no quedan más que un 4 o 5 por 100 que pretendan entender de verdad lo que dice el Papa y de ese porcentaje no queda más que un 2 o 3 por 100 que estén dispuestos a asumirlo. Esta es mi impresión. Pero eso diría yo de los españoles, de los que se llaman creyentes, y de los que se llaman agnósticos, pero también, lo que es mucho más serio, yo lo diría de muchos sacerdotes, religiosos y religiosas. Esto es yo creo una cosa atávica en España. Estos problemas nos han parecido (así como el infierno, las cosas de dogma, nos parecían serias), todo este aspecto, esta proyección humana que tiene el Evangelio aquí en España la habíamos olvidado prácticamente, y podía darse el caso de uno de comunión diaria, siendo injustísimo con los trabajadores y con todas las leyes habidas y por haber, haciendo todas las trampas posibles, porque creíamos que ambas cosas eran compatibles. Creo que ahora se van sensibilizando algunos grupos de católicos, algunos grupos de sacerdotes sobre esa realidad, pero son un porcentaje todavía muy reducido. Esta es mi impresión. EL IMPACTO DEL VATICANO II J. T.—No sé si eso se puede poner erí relación con el impacto que tuvo en España el Vaticano II. Usted ha dicho, en alguna ocasión (y me parece que es muy cierto) que la Iglesia española, entendida como los católicos españoles pero también como la jerarquía, mediante un proceso muy doloroso cambió en un determinado momento como consecuencia del impacto del Vaticano II. Yo he leído recientemente esta entrevista larga que se hace al Arzobispo de París, que se ha publicado en Francia, y él dice que le Vaticano II fue para ellos, para él, una «evidencia serena», es decir, el constatar que estaban en una línea que era correcta. Pero en España ¿no pasó al revés? C. T.—Pasó al revés. Aquí teníamos en principio, en el terreno sociopolítico, un Estado confesional, que no aprobaba así sin más ni más el Concilio, pero vino el Concilio en unos momentos en que, cuando terminó, yo diría que el desarrollo de España ya estaba en marcha y la sociedad iba por un camino mientras se anquilosaba un poco el Régimen, y al mismo tiempo la iglesia cambiaba y entonces creo que hubo una disfuncionalidad entre Iglesia y Régimen y una sociedad que, al cambiar el tren de vida, podríamos decir al abrirse más a Europa, fue siguiendo caminos distintos. Es cuando vienen las dificultades, podríamos decir, dentro de la Iglesia y cuando, por fin, la Iglesia se pone en camino pero con traumas. Consecuencia de eso fue que cuando quisimos poner a la Iglesia (y eso fue en los años setenta) en el camino claro del Concilio Vaticano II, incluso diciendo que nosotros no decíamos que era consustancial un gobierno católico, sino al revés, entonces el trauma se produjo y hubo no solamente un recelo sino algo de persecución contra grupos de Iglesia. De modo que la situación de Francia era distinta a la nuestra y la nuestra, primero por el entorno político pero, además, en España hemos vivido siempre un catolicismo a nuestra manera creyendo que era la única manera de vivirlo (ahí está lo malo porque el orgullo también aparece en eso); entonces creíamos que todos los demás y todo el resto de Europa estaba equivocada en su planteamiento, pero no cabe duda que el Concilio Vaticano II aceptaba esa orientación. Aquí en España hubo algo (claro, tú eras joven y no te podías dar cuenta, pero eres historiador y, por lo tanto, sabes de esas cosas) que, fue parecido a la autocrítica en los años cincuenta. Aquí se produjeron algunas cositas no del todo exactas, si se quiere, pero fue un atisbo. Desde entonces la jerarquía toma en serio aquellas acusaciones que les hacían. Quienes las hacían eran seglares, en su mayoría, porque primero fueron seglares exclusivamente pero después se sumaron, sobre todo, los sacerdotes que estaban con los Movimientos de Acción Católica. Yo mismo escribí una pastoral que era examen de conciencia y autocrítica, pero en la autocrítica no me atreví a profundizar, y lo digo con toda honradez ahora, señalé lo positivo pero no me atreví a darle respaldo total porque me hubiera encontrado con. la contra no solamente de la mayoría de nuestros católicos, que no lo entendían, sino de los Obispos de entonces. Por eso las circunstancias aquí deben considerarse más prolemáticas. /. T.—Pero ¿cree usted que ya hemos superado definitivamente esos traumas, es decir, que hemos llegado al punto de equilibrio? C. T.—No. Tú comprenderás que cuando se produce un cambio, un cambio brusco, puede incluso cambiar mentalidades pero no hábitos. Es una cosa distinta; los hábitos no se cambian aunque uno cambie de mentalidad, porque están ahí. Es algo parecido, me atrevo a decir, a lo que ha pasado con la Democracia en España; estamos en democracia con hábitos de dictadura en los que mandan y en los que obedecemos, porque cuarenta años de régimen personal crean unos hábitos en todos. J.T.—Vamos aprendiendo... C. T.—Estamos queriendo aprender, pero tenemos en contra el hábito contrario que nos lleva por unos caminos que no son los correctos. Algo parecido a lo que ha pasado con la Democracia. No olvides que la postura esa de España en el terreno religioso no es de cuarenta años, sino de siglos. Esos son unos hábitos no de personas, o sea que eso ha cristalizado en costumbres, en escala de valores, en modos de pensar, en el sentir de la gente, y, claro, para todo esto, lo sabéis perfectamente, para cambiarlo, no basta un decreto, ni una Constitución, ni un Concilio. Porque eso lo que hace es sólo abrir caminos y dar motivaciones para que se produzca esto y se puedan vencer con unos hábitos contrarios a los hábitos anteriores. /. T.—Usted debió pasar muchas amarguras a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta... C. T.—Yo pasé algunas amarguras, como es natural. Sin embargo yo te digo que, en los momentos incluso más difíciles que tuve yo estaba interiormente en paz porque yo preveía perfectamente que el mundo habría de ir adelante; lo único que no podía NO SE HAN SUPERADO LOS HÁBITOS ser es quedarnos estancados. Yo preveía el porvenir de España no manteniendo todo lo posible el régimen anterior^ sino una cosa distinta, en política, una democracia y, en la Iglesia, un acercamiento al mundo, en diálogo con todos. Por eso lo veía tan claro, porque me daba la impresión, por una parte, de que la sociedad indicaba ese cambio pero yo veía, además, clarísimamente la moción del Espíritu que nos estaba forzando, a nosotros, hasta algunas veces de forma violenta. Entonces, sufriendo como tenía que sufrir decía: «Me parece que, al menos, esta postura puede ser buena para la Iglesia y para España». Y eso me daba una paz, una tranquilidad, ¿entiendes? J. T.—Y en general no perdió usted esa paz... C. T.—No la he perdido. Hubo algún momentito cuando parecía que se alteraba el horizonte, porque había mentalidades tan cerradas que no querían ver ni un resquicio de luz, que la perdía... Pero era cuestión de unos minutos porque después, yo he dicho algunas veces a los Obispos, la tarea entonces era muy difícil, pero era apasionante, estábamos preparando el futuro, y estábamos dando los pasos para que la Iglesia pueda, en este nuevo milenio, el nuevo milenio que va a comenzar, no por la influencia que ha tenido hasta ahora en la sociedad, que eso no es conveniente (ha tenido una influencia de poder, una influencia política) sino "de una manera eficaz porque gane en credibilidad, al estar más cerca de los problemas de los hombres, al cambiar la imposición por el diálogo, etc., que es esta nueva comente, ganar credibilidad y entonces tiene una influencia mayor, aunque no tenga poder. J. T.—Usted, en el libro-entrevista que le hizo Martín Descalzo, decía que era un labrador valenciano y «suelo saber por donde van los vientos». Ahora mismo ¿no será que los vientos ahora mismo en la Iglesia española se están pasando demasiado hacia otro lado? C. T.—A mí me da la impresión de que no solamente en la Iglesia, creo que en la misma sociedad y los propios dirigentes políticos están pasando un poco de miedo. ¿A dónde vamos?, ¿en qué va a parar todo eso? Creo que, en política, incluso económicamente, pasan cosas raras, cosas extrañas y creo que la gente está atemorizada. Creo que es lo que está pasando en la Iglesia y no solamente en la Iglesia. Me está dando la impresión de que aquí en España nos está pasando un poco eso, estamos desorientados y con ganas de querer asirnos a lo que sea, incluso políticamente. Porque, en fin, tú me perdonarás, porque estás en el campo de la política, pero todos los políticos que podíamos decir personas que te puedes fiar un poco de ellas que son honradas, que son buenas y muchas de ellas son cristianas, ¿no?, a mí me parece que están desconcertados. Esto mismo está pasando en todos los planos. Claro vosotros veis que la Iglesia está cambiando, pero yo creo que en todos los campos está pasando un poco; el cambio que se ha EL FUTURO producido ha sido terrible pero es que todavía ese cambio no se ha SIN consolidado. Incluso culturalmente nos vendéis unas cosas como CONSOLIDAR cultura (o nos venden, vamos) que son muchas veces menos cultura y muchas veces son contra la cultura. Incluso eso mismo, que a mí me hacía gracia, de las elecciones francesas que todos dicen el CAMBIO ESTÁBAMOS PREPARANDO socialismo gana pero ahora viene la primera vuelta de las elecciones legislativas francesas, y no es así. Yo diría que la gente busca no sabe qué; está buscando un acomodo. /. T.—Sí, eso es evidente y está muy bien dicho, como lo dice usted. Ahora ¿no hay a veces también un cierto peligro de pasarse, por ejemplo hay gente que no ve demasiado un clima de persecución, de los católicos por ser católicos, que no es tan palpable como pueda parecer para ellos...? C. T.—Yo creo que no hay esa persecución. Algunas cosas que NO HAY se han dicho no creo que se deban a esa persecución sino a que PERSECUCIÓN temen que alguna ambientación que se hace solapadamente sea DE CATÓLICOS para que el cristiano y lo católico tenga la menor influencia posible en la política y en la sociedad. Creo que éste es el significado de algunas de las manifestaciones que se han hecho, pero no se parece nada a una persecución. Yo no hablaría de persecución en España ahora y de los católicos; ahora bien, un querer minar todo aquello que, por ser valores morales o por ser virtudes naturales, pueden dar a los hombres una madurez para saber juzgar y para poder hacer uso, de su responsabilidad y de su libertad, eso no les interesa y lo están minando y son también valores de orden cristiano. ¿Me entiendes lo que quiero decir? Esto me parece que es lo que temen y, por eso, se hacen algunas manifestaciones que quizás, dichas así, suenen mal porque efectivamente yo no podría hablar de una persecución en España ahora. Creo que <no es correcto. /. T.—Pero si hay un cierto deseo de que la Iglesia no esté presente con un mensaje moral... C. T.—Yo diría otra cosa, es que confunden la relación Iglesia y Estado y confunden incluso el papel de la política en todo humano y la presencia de las fuerzas sociales, entre ellas la Iglesia. Porque las fuerzas sociales son necesarias para que la autoridad, sea del orden que fuese, pero sobre todo en una Democracia, pueda estar frenada; tiene que haber unas fuerzas sociales que tengan que ver con la sociedad. Si no el individuo, delante del Estado, es un pelele con el que el Estado hace lo que le da la gana. Entonces todo aquello que tenga una fuerza social, no solamente la Iglesia, les parece un peligro. Yo no creo que haya un afán de descristianización, para entendernos. /. T.—Pero hay una primacía excesiva de lo político... C. T.—Por una parte hay una primacía excesiva de lo político, pero, por otra, se teme todo aquello que ayude a los hombres a pensar, a referirse por su cuenta, agrupándose en organizaciones sociales, o sea, todo aquello que sea una cosa que surge espontáneamente de la sociedad y que pueda tener una influencia social. La Iglesia supone separación del Estado porque la religión es una cosa de conciencia. Incluso creo que, en vez de potenciar las fuerzas sociales, entendiendo que es una cosa distinta lo religioso de lo social, se considera que molestan y por eso no se las apoya. Pero eso en general; creo que entra en esa táctica eso que algunos han denunciado como si hubiese una discriminación de los cristianos en la España actual. J. T.—Hay otro peligro, otra sensación en otro tipo de cristia- PRIMACÍA EXCESIVA DE LO POLÍTICO nos, que es la de pasar desde un mundo muy seguro a un mundo en el que no se sabe qué es lo correcto o lo no correcto, no se sabe bien quién manda, todo es más o menos opinable. Hay cristianos que se sienten desorientados, incluso no solo el cristiano de la fe del carbonero sino también otro tipo de cristiano. C. T.—Cuando hay, en una institución como es la Iglesia, una renovación profunda, una renovación que incluso puede llegar hasta lo doctrinal no en cuanto al dogma, pero sí en el estilo en que se presentan las verdades, es normal que haya un desconcierto, incluso un desconcierto de ideas para los mismos teólogos. Entonces en esa búsqueda de formas, de caminos, de presentaciones nuevas, es normal que haya un pluralismo que, acostumbrados a una sociedad absoluta, destroza a muchos, incluso desconcierta a muchísimos, porque lo malo no es que hagan esa búsqueda, es que las hipótesis de trabajo las presentan como si fuesen tesis. O sea, a mí me parece bien que teólogos elaboren hipótesis mirando al futuro pero que, en unas clases normales, para seminaristas, pongamos por caso, todas estas hipótesis se presenten como tesis, me parece peligrosísimo, porque entonces parece que ¡a fe pierda su base y su fundamento porque hay una variedad de opiniones y de pareceres. Esto es una cosa explicable. Yo creo que por eso este Papa quiere conseguir una clarificación, esto es, lo que él pretende principalmente, pero todo eso es difícil, porque, claro, cómo se va a cambiar en un tiempo determinado a una gran masa de personas y es un poco más difícil cuando se produce un cambio poco, profundo. Lo cual quiere decir que no hemos llegado al final de esa etapa. Pero yo estoy convencido de que, dentro de unos años, eso vendrá ya a decantarse y en buscar cauces más amplios, que den, dentro de la aventura, que siempre es el cristianismo... J. T.—Qué bonito es eso... C. T.—Porque es verdad. Dentro de la aventura que siempre será el cristianismo, se llegará a unas bases de cierta seguridad y eso creo que vamos a encontrarlo. J. T.—¿Y usted cree que hemos avanzado mucho, suficientemente, en los últimos años? ¿Usted cree que en esa búsqueda, no sé, de una situación más clara, más estable, se ha avanzado suficientemente? LA AÑORANZA DEL PASADO C. T.—No se ha avanzado suficientemente porque está surgiendo, como consecuencia de ello y del desconcierto, la añoranza del pasado, en todos los órdenes. Ahora yo creo que esta produciéndose otra vez el fenómeno de los que buscan la instalación que antes teníamos y otros que, quizás por ir contra esa instalación, se lanzan al vacío. Hoy están apareciendo estas dos tendencias; yo creo que tardarán cinco o seis años en desaparecer. Yo, claro, desde que he dejado la Presidencia de la Conferencia Episcopal, desde hace unos años, lo digo honradamente, desde entonces, veo que las cosas están cambiando y está apareciendo ese contraste cada día más preocupante y no solamente en el aspecto interno de la Iglesia. Yo me había hecho la ilusión de que el enfrentamiento entre los españoles, sobre todo por motivo religioso, el clericalismo y anticlericalismo, creía no que habían desaparecido, pero que estaba la cosa más natural, después del cambio, que costó más de lo que parece. Pero, claro, es que nos faltaba cultura, en España la cultura era baja, y después vosotros, los educadores con esos planes y cosas raras que hacéis de educación a mí me habéis armado un lío, hijo mío. Yo no soy profesional en eso pero creo que están perdiendo las universidades, es un poco de desbarajuste. A mí me da esa impresión, perdóname... /. T.—A mí, que soy profesional de la educación, me da más impresión que a usted... Pasando a un terreno que ya no es estrictamente religioso, usted decía en la entrevista con Martín Descalzo que en el fondo aquí nadie ha aprendido a ser demócrata. Esto lo decía usted hace unos años y me parece que todavía ese aprendizaje no se ha realizado por completo, ¿no? C. T.—Yo creo que hay un grupo de personas que han conseguido aprender y lo digo con honradez, hay algún grupo de personas. Pero, en general, no. Yo diría que la inmensa masa del pueblo español y no me refiero a los de escasa cultura, hasta gentes de cultura media y de cultura superior, quizá la mayor parte, no hayamos aprendido todavía a regirnos con un espíritu auténtico de democracia. Es que el espíritu de la auténtica democracia, que asume ya el pluralismo como exigencia de la democracia y la libertad, se enfrenta a esa mentalidad monolítica que teníamos los españoles que pensaba en eso como la libertad de producir desórdenes y entonces el miedo a los desórdenes tiende a cortar la libertad. Me da la impresión, como escribí en «Vida Nueva» de la semana pasada, de que, en la Iglesia y fuera de la Iglesia, hoy se tiene miedo a la libertad y, claro, es porque tenemos todavía las resonancias del pasado en nosotros, los hábitos, que decíamos antes, que no se cambian en una generación. /. T.—Largo lo pone usted, sí, pero probablemente sea cierto... C. T.—Yo creo que, si la labor educativa, con un consenso de todos se hubiese emprendido con seriedad, yo creo que habríamos dado pasos mayores de los que hemos dado ahora. Porque la juventud actual, la juventud universitaria (a lo mejor yo estoy equivocado, tú la conoces mejor; yo ahora la conozco un poco mejor que antes porque antes, en Madrid y en la Conferencia Episcopal, no tenía tiempo); ahora donde me llamen, que haya jóvenes, sobre todo con inquietud intelectual, yo nunca digo que no a ir, si es posible. Me está dando la impresión de que los jóvenes se sienten decepcionados porque no les damos lo que ellos querrían ahora; ésta es la impresión que me dan. Hay grupos ya grandes, ya sé que quizás la mayoría todavía están en el pasotismo y que buscan la evasión en el sexo y en la droga, pero yo estoy notando un cambio en los jóvenes y creo que no reciben de nosotros la respuesta adecuada. /. T.—Usted le decía también a Martín Descalzo hace unos años, por lo menos él lo transcribió así: «Mi postura es que un socialismo moderado no está mal». Ahora, que ha pasado tiempo y por supuesto sin pedirle a usted una opinión política y, menos, partidista, ¿cómo ve usted esta experiencia? C. T.—Yo diría que hoy todo el que quiera ser cristiano y LA MAYORÍA NO HA APRENDIDO A REGIRSE CON ESPÍRITU DEMOCRÁTICO SE NOTA UN CAMBIO EN LOS JÓVENES quiera defender al hombre no tiene más remedio que coger algunos postulados que decían los socialistas, en el sentido de la distribución de los bienes, del respeto a todos los derechos de las personas, etc. Hasta ahora no cabe duda que eran más postulados de los socialistas que de la derecha pero esto debe entrar en el plan normal de todo cristiano y de todo político honrado. En este sentido diría yo que hay aspectos del socialismo y del comunismo que tienen sus cosas buenas también porque en el Evangelio hay muchos elementos que nosotros nos hemos dejado arrebatar tontamente y, sin embargo, están ahí. El mismo Jesucristo, que viene para salvarnos, nos exige dar pan a los hambrientos. Además con un respeto a la persona que no coacciona y alguno que no quiere, como aquel joven, le deja marchar y no repite el ofrecimiento. Todo esto que eran valores que parece que el socialismo tenía y que no estaba en el capitalismo exagerado, creo que son valores que son indispensables. Creo que no se puede hacer una política sin ellos.